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ᴀ ᴊᴇᴅɪ ᴄᴏᴅᴇ










ᴀ ᴊᴇᴅɪ ᴄᴏᴅᴇ
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Habíamos pasado tres días en Alderaan, disfrutando de todo lo que este planeta podía ofrecer: caminatas por los jardines del palacio, cenas bajo las estrellas y un ritmo de vida tan tranquilo que parecía sacado de un sueño.

Pero, por supuesto, estando casada con Anakin Skywalker, sabía que la calma nunca duraba demasiado.

Estaba terminando de doblar algunas prendas cuando escuché un suave golpe en la puerta de nuestra habitación. Me dirigí hacia ella, preguntándome si era el servicio del palacio, pero al abrir, me encontré con una Padmé, sonriente y llena de energía.

— Buenas noches —tarareó, entrando con paso ligero mientras me daba un abrazo fugaz—. ¿Cómo les ha ido el día? ¿Se están divirtiendo o tengo que planearles algo más emocionante?

— Oh, lo estamos pasando fenomenal, no te preocupes —aseguré, cerrando la puerta detrás de ella.

Antes de que pudiera responderme, un sonido suave pero claro de sollozos llegó desde el baño. Padmé se quedó quieta, ladeando la cabeza como si intentara confirmar lo que acababa de oír.

— ¿Eso es… alguien llorando? —preguntó, mirando hacia la puerta del baño.

— Oh, sí. Es Anakin —me encogí de hombros.

Padmé me miró con los ojos muy abiertos.

— ¿Anakin? —repitió incrédula, yo asentí—. Helene, ¿por qué Anakin está llorando en el baño?

— Está borracho.

— ¿Y?

— Se enteró de que estoy casada.

Padmé parpadeó un par de veces, visiblemente confundida.

— Pero… él es tu marido.

Levanté las cejas y sonreí. — Lo olvidó.

La senadora pareció aún más aturdida y suspiré, recordando que esto solo era completamente normal para una mujer que había estado casada con Anakin Skywalker durante casi cuatro años.

— Salimos a cenar y se emborrachó: le vomitó a un camarero y tuve que traerlo aquí antes de que se agarrara a golpes con un wookiee que me miraba demasiado.

Padmé se llevó una mano a la frente, procesándolo mientras los lloriqueos continuaban resonando en el baño. — ¿Cómo demonios consiguió emborracharse tanto?

— Una apuesta con un ewok —suspiré de nuevo, mirando hacia la puerta del lavabo—. Al menos, ahora está llorando por mí y no por Ahsoka, ¿no crees que es un avance?

Padmé me miró algo preocupada. — ¿No deberíamos ayudarlo?

— Créeme, si le enseñara las tetas se recuperaría al instante.

Padmé abrió los ojos impresionada y  soltó una carcajada, sentándose en el borde de la cama mientras negaba con la cabeza—. Parece que eres la única que puede manejarlo cuando está así.

— También Obi-Wan… aunque no tenga senos para enseñar, claro —Ladeé la cabeza con una mueca, antes de sacudir la cabeza y mirarla— ¿Te apetece un té de pétalos? —le ofrecí, señalando la bandeja que había dejado en la mesa.

— Por supuesto —respondió Padmé con una sonrisa cálida, siguiéndome hasta el sofá.

Nos sentamos juntas, con las tazas humeantes entre las manos, y empezamos a hablar de temas ligeros: la belleza del palacio, las vistas desde los balcones, los jardines que parecían sacados de un cuento. Me sentía tan feliz de poder pensar algo totalmente alejado de lo que implicara a la Orden Jedi o a la guerra hasta que, en un momento, la conversación tomó un rumbo más serio.

— Helene, ¿has pensado en lo que hablamos la última vez? —preguntó Padmé, dejando su taza sobre la mesa. Sus ojos me observaron con curiosidad—. Sobre investigar tus orígenes.

El tema me cayó como un balde de agua fría.

Sabía que llegaría este momento, pero no esperaba que fuera tan pronto. Jugueteé con el borde de mi taza, con mi mirada clavadándose en el líquido plateado del té.

— No lo sé, Padmé. Es complicado. Por un lado, siento curiosidad. Pero, por otro… está el Código Jedi. — Mi voz se tornó más grave, aunque no pude evitar un dejo de ironía al final—. Si Windu descubriera la cantidad de reglas que he roto ya, me quemaría en el fuego del templo por hereje.

Ella me sonrió.

— Helene, eres más que una Jedi. Eres una persona, y como tal, tienes derecho a conocer tu historia —dijo con suavidad, apoyando una mano sobre la mía—. Nadie tiene porqué saberlo.

Respiré hondo, dejando que sus palabras calaran en mí. Padmé tenía razón en cierta parte, como solía suceder, pero la idea de saber más allá de lo que se me había permitido siempre me aterraba. Era miedo, miedo a lo desconocido.

Un miedo que jamás juré que volvería a sentir después de enamorarme.

— De acuerdo, lo haré — Mi voz fue un susurro al principio, pero al ver la expresión de alivio y alegría de Padmé, mi decisión se fortaleció—. Investigaré mis orígenes.

— ¡Eso es maravilloso! —exclamó Padmé, poniéndose de pie de un salto—. Entonces, ¿qué tal si salimos ahora mismo? Podríamos empezar por los registros históricos del palacio.

— ¿Salir ahora? —repetí, parpadeando hacia el baño con incredulidad—. ¿Y qué hago con Anakin?

Como si lo hubiese convocado, la puerta del baño se abrió de golpe y mi querido marido apareció tambaleándose, con el cabello despeinado y los ojos vidriosos. Señalándome con un dedo tembloroso, declaró:

— ¡Voy a luchaaar por ti, ángeeel! Yo… ¡te amo hassta las estrellass! —Anakin levantó decidido la mano, hasta que miró hacia el techo y ladeó la cabeza con confusión—. ¿Dónde… Dónde están lass estrellass?

Padmé se tapó la boca con ambas manos intentando sofocar una risa, y yo exhalé armándome de toda la paciencia posible.

— La Fuerza no me ha entrenado para esto… —mascullé, mientras Anakin se apoyaba contra la pared para no caer.

— Bueno, claramente no podemos dejarlo solo —añadió Padmé, sonriendo.

— ¿Qué hacemos con él? ¿Lo encerramos? —sugerí, pero ella negó con la cabeza divertida.

— Podemos ponerlo a dormir o podemos llevarlo con nosotras, aunque… —le echó un vistazo a Anakin, que ahora parecía mirar con el ceño fruncido al cojín sobre el que estaba sentada—, tendríamos que llevar un sedante encima… por si acaso.

Decidimos que lo mejor sería acostarlo como a un bebé y esperar a que se durmiera bajo los efectos del alcohol. Sabía que me armaría un escándalo por haberme ido a investigar sobre mi familia sin él, pero era ahora o nunca. No estaba segura de que en otro momento volviera a acceder.

Pasaron unos veinte minutos tratando de lidiar con Anakin. Padmé y yo logramos, finalmente, calmar sus delirios heroicos con palabras tranquilizadoras y suaves empujones hacia la cama. Entre balbuceos sobre "no dejarme caer en las garras del Consejo Jedi" y "conquistar la galaxia por amor", mi marido cedió.

— ¿Sabes qué es lo mejor de ti, ángel? —murmuró Anakin mientras yo lo arropaba.

— ¿Qué, cariño? —respondí, reprimiendo una sonrisa.

— Todo… todo tú… —contestó antes de quedarse profundamente dormido.

Besé sus labios con suavidad, sintiendo su respiración acariciar mi rostro y el aroma a alcohol inundando dulcemente mis sentidos.

— Esto ha sido un espectáculo digno de un HoloDrama —murmuró Padmé, cruzándose de brazos mientras observaba a Anakin roncando ligeramente.

— Es más fácil lidiar con un Sith enojado que con este renacuajo borracjo —respondí, frotándome las sienes antes de dirigirle una mirada—. Vámonos antes de que despierte y me cante serenatas como la última vez.

Padmé se rió una vez más y encendí a C3PO para que se quedara vigilando a Anakin en mi ausencia. Ambas salimos de la habitación con pasos ligeros y cerramos la puerta tras de nosotras. Caminamos por los pasillos del palacio, rodeadas de columnas esculpidas y vitrales que reflejaban los tonos plateados y blancos característicos de Alderaan. Padmé parecía relajada, como si este lugar fuera su segunda casa, mientras que yo, a pesar de que era realmente mi hogar… no podía evitar sentirme como una auténtica extraña.

— ¿Estás nerviosa? —preguntó, como si hubiera leído mis pensamientos.

— No exactamente —admití, mirando las decoraciones del techo para distraerme—. Solo estoy… esperando a que algo salga mal.

Padmé resopló. — Por favor, ¿qué podría salir mal?

Me detuve para mirarla, perpleja.

— ¿De verdad no sabes con quién estás hablando?

Ella rodó los ojos y me tomó del brazo para seguir avanzando. Justo entonces, al doblar un amplio corredor adornado con tapices blancos, vimos una figura familiar. Bail Organa estaba de pie junto a una mesa, revisando un datapad. Levantó la mirada al vernos, sonriendo con calidez.

— Ah, Maestra Shield, que agradable verla. Espero que esté teniendo una estancia cómoda en el planeta.

Me sonrojé y asentí tartamudeando una respuesta. Padmé intercambió unas palabras con él antes de inclinarse ligeramente hacia adelante y susurrarle algo al oído. Aunque no escuché del todo, era evidente que le estaba contando nuestros planes. Me preparé mentalmente para una respuesta negativa o una mirada desaprobadora.

Para mi sorpresa, Bail asintió con una sonrisa tranquila.

— Por supuesto, estaré encantado de ayudarlas.

Parpadeé, confusa. — ¿Eso es todo? ¿No hay objeciones? ¿Un discurso sobre el Código Jedi?

Sabía que el Senador Organa era un buen amigo de los Jedis, que era consciente de nuestras restricciones y que apoyaba a la Orden en casi todo lo que tuviera que ver con temas de la República. No esperaba que de verdad quisiera ayudarme en esta travesura.

Bail me miró con cierta diversión.

— Maestra Shield, lo que están buscando tiene que ver con tus raíces… —sus ojos se suavizaron, observándome—. Y eres una de nosotros, Helene. Siempre ayudaré a mi gente en lo que pueda.

Padmé me dedicó una mirada triunfal, mientras yo intentaba procesar la situación.

— Muchas gracias, Bail —contestó por mí—. Significa mucho para ella.

— Nunca le negaría a un alderaaniano conocer Alderaan —aseguró Bail, con sinceridad—. Si me acompañan, puedo guiarlas a los archivos del palacio.

Asentimos, y los tres empezamos a caminar en dirección a una puerta al final del corredor, decorada con inscripciones en aurebesh antiguo. Mi ansiedad comenzó a desvanecerse poco a poco, reemplazada por una ligera emoción. Los archivos del palacio eran impresionantes, una vasta sala llena de estanterías que parecían no tener fin, con terminales de datos y pantallas flotantes dispersas por todo el lugar. Bail nos condujo a un rincón tranquilo donde podríamos buscar con calma, mientras Padmé y yo nos sentábamos frente a un terminal.

Ingresé "Shield" en el buscador y un interminable listado apareció en la pantalla, con más de treinta familias repartidas por todo el planeta. Padmé suspiró a mi lado.

— Esto va a llevar tiempo.

Me burlé.

— Tengo un padawan que me ha enseñado a tener una paciencia de oro. No te preocupes por el tiempo.

Pasaron algunos minutos hasta que dimos con algo que captó nuestra atención: un archivo de un matrimonio Shield que había tenido una hija en el 46 ABY. Mi corazón comenzó a latir más rápido. Con manos temblorosas, abrí el registro y ahí lo vi: Helene Shield, nacida el 46 ABY, hija de Garec Shield y su esposa, Milara Shield, de soltera Hux.

Mis ojos repasaron una y otra vez mi nombre, como si no pudiera creerlo. Según el archivo, yo estaba registrada en los documentos oficiales de la familia hasta los tres años, momento en que mi nombre desaparecía por completo del registro.

— Helene… —murmuró Padmé, tocándome suavemente el brazo.

No respondí. Mi mirada estaba fija en la pantalla, mis pensamientos eran un torbellino de emociones. Era un descubrimiento que había deseado toda mi vida, pero ahora que estaba frente a mí, no sabía cómo sentirme. Esas dos personas… eran mis padres.

— Garec Shield y Milara Hux —repitió Bail, su voz tranquila—. Según esto, aún residen en la capital desde tu nacimiento. Puedo proporcionarte las coordenadas de su casa.

Padmé, emocionada, me miró con alegría y expectación.

— Helene, esto es increíble. Tus padres están aquí, en Alderaan.

Asentí lentamente, pero no podía decir nada. Mi mente estaba en blanco. No sabía si sentirme aliviada, emocionada o completamente aterrada. Todo esto era demasiado, demasiado rápido.

Los tres me miraron, esperando que dijera algo. Pero solo pude quedarme ahí, mirando la pantalla con mi nombre y el de mis supuestos padres. La información frente a mí era como una puerta que llevaba a un mundo completamente desconocido, y no estaba segura de querer cruzarla.

El silencio se alargó de manera incómoda. Finalmente, rompí el momento al cruzarme de brazos y alzar una ceja.

— ¿Qué? —gruñí, ligeramente incómoda.

Padmé, sentada junto a mí, no perdió tiempo. — ¿Cómo que "qué”? ¿No quieres ir a conocerlos?

Su pregunta me tomó completamente desprevenida. Me giré hacia ella, escandalizada.

— ¿Qué? ¿Ahora? ¿Después de 23 años? ¿Y qué se supone que les diga? "Hola, soy su hija perdida, a la que regalaron a los Jedi con tres años. Por cierto, tengo serios problemas digestivos, espero que tengan baño"

— Helene, no seas dramática —respondió Padmé, aunque sus labios estaban claramente al borde de una sonrisa—. Solo es una visita.

— ¡No es "solo una visita"! —repuse, levantándome del asiento para caminar de un lado al otro—. ¡Es una bomba emocional con forma de reunión familiar!

Bail, que hasta ahora había permanecido callado, finalmente alzó la voz con aire cauteloso:

— Si me permiten, hay algo más que debería mencionar.

Ambas nos giramos hacia él. Su expresión era seria mientras apuntaba a un registro adicional en la pantalla.

— Al parecer… Garec Shield fue detenido en dos ocasiones por posibles relaciones con la Confederación de Sistemas Independientes.

Sentí cómo mi cuerpo se tensaba al instante.

— ¿Qué?

— Nunca se encontró evidencia concluyente —aclaró, receloso—. Salió bajo fianza en ambas ocasiones y los cargos fueron retirados. Pero… está registrado

Mi respiración se detuvo. ¿La Confederación de Sistemas Independientes? Mi mente comenzó a girar en torno a esa idea absurda y alarmante.

¿Mi padre biológico era un posible aliado de los separatistas?

Apenas podía concebir la idea de tener un padre, mucho menos uno involucrado con el enemigo.

Padmé, que hasta hacía un momento había insistido en que fuera a conocerlos, ahora parecía menos convencida. — ¿Sabes? Creo que tal vez tenías razón y es mejor que no…

— Iré a conocerlos.

Padmé abrió la boca, sorprendida por mi cambio de actitud. — ¿Qué?

— Si mi… —Me tragué el nudo en la garganta y respiré hondo antes de continuar—. Si Garec Shield tiene algo que ver con los separatistas, quiero saberlo. No como su hija, sino como Jedi. Esto no se trata solo de mí, se trata de algo más grande.

Bail y Padmé intercambiaron una mirada, claramente impresionados y preocupados a la vez. Fue Bail quien rompió el silencio.

— Entonces sugiero que tomes medidas de seguridad. Mi equipo puede acompañarte.

Negué con la cabeza, mi decisión ya estaba tomada. — No. Si voy, lo haré como Jedi en una misión para investigar cualquier posible conexión con los separatistas, no una reunión familiar.

El silencio volvió a la sala mientras ambos me observaban, midiendo mis palabras. Finalmente, Bail asintió con lentitud, pero la preocupación seguía reflejada en sus ojos.

— Entonces, necesito que se me ponga al tanto de esas posibles conexiones si resulta ser verdad —su expresión se ablandó mirándome—. Aunque espero que no lo sea.

Yo también lo esperaba. Pero no lo dije en voz alta.







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El transporte ligero avanzó suavemente por el camino, rodeado de colinas salpicadas de flores blancas y plateadas que brillaban bajo la luz del sol de Alderaan. A mi lado, Anakin no dejaba de quejarse entre farfulleos, aunque sus ojos seguían ocultos tras una expresión medio adormilada. El aire fresco que entraba por las pequeñas ventanas del vehículo parecía ayudarle a sacudirse los restos de su resaca.

— Aún podemos dar media vuelta y volver, ¿sabes? —habló de repente, rompiendo el silencio.

Giré la cabeza hacia él, fingiendo indiferencia, aunque mi estómago estaba dando vueltas como si estuviera en medio de un combate aéreo.

— ¿Qué quieres decir? —pregunté, frunciendo el ceño—. Tú mismo dijiste que respetabas mis decisiones, ¿o no?

— Eso fue antes de que empezara a sentir un brote psicótico de tu parte en la Fuerza —replicó con sarcasmo, dándome una mirada de preocupación—. ¿Y si ellos no quieren verte?

— Entonces me iré —contesté, aunque mis palabras sonaron más seguras de lo que en realidad me sentía—. Esto no es gran cosa. Solo una misión más.

Anakin frunció el ceño, claramente no convencido. Pero luego noté cómo su expresión cambiaba, suavizándose mientras me estudiaba con cuidado.

— Estás nerviosa.

Lo fulminé con la mirada. — No estoy nerviosa.

— Ángel…

— Estoy perfectamente bien.

Anakin inclinó la cabeza, su boca se curvó en una ligera sonrisa.

— Mi amor, si estuvieras más tensa podrías estrangularme con la Fuerza sin darte cuenta.

Suspiré, dejando caer los brazos a mis costados.

— Vale, puede que esté un poco… inquieta. Pero no tienes que recordármelo.

— Solo intento que no te lo tomes tan a pecho. —Su mano rozó la mía, entrelazando nuestros dedos con cariño. Me miró a los ojos con esa intensidad que siempre lograba desarmarme mientras acariciaba el dorso de mi mano—. Sea lo que sea que encuentres, no vas a enfrentarlo sola.

Su voz era tan calmada y segura que logró arrancarme un peso del pecho, aunque no lo reconocería en voz alta.

— Gracias —murmuré, dirigiéndole una diminuta sonrisa de sinceridad que me devolvió al instante. De repente, el transporte se detuvo. Giré la cabeza y sentí cómo mis pulmones olvidaban cómo respirar.

Anakin, a mi lado, dejó caer la mandíbula.

— ¿Es en serio…?

Frente a nosotros se alzaba una enorme finca, con una mansión blanca y plateada en el centro, rodeada por jardines perfectamente cuidados, fuentes de cristal que brillaban como diamantes, y un pequeño bosque en el horizonte. Las columnas de la entrada principal estaban decoradas con grandes guirnaldas de flores blancas, las mismas que había por casi todo Alderaan.

Era… imponente, elegante, completamente inesperado.

— ¿Vivías en una mansión? —Anakin me miró incrédulo, señalando la mansión como si fuera una broma elaborada de los dioses.

Yo misma no podía procesarlo. Mi mente daba vueltas intentando reconciliar las imágenes de mi infancia con la opulencia que tenía delante.

— Yo… supongo que sí.

Anakin soltó una carcajada incrédula. — Y uno criándose con kilos de arena en los pañales...

Rodé los ojos, aunque no podía evitar sentirme abrumada. Cuando las puertas principales de la finca se abrieron lentamente, supe que no había vuelta atrás. Anakin bajó rápidamente del transporte primero, ofreciéndome su mano con un gesto caballeroso, aunque su sonrisa traviesa no pasaba desapercibida.

— ¿Vienes, maestra? ¿O debería llamarla "Lady Shield"? —bromeó.

Suspiré, tomando su mano mientras intentaba mantener la compostura, pero mi estómago no parecía colaborar. El ruido bajo y constante de mis nervios traicionándome fue suficiente para que Anakin se riera de mí.

— ¿Es tu estómago o un Dewback escondido en tus entrañas?

— ¡Cállate! —susurré furiosa, fulminándolo con la mirada mientras él seguía riendo.

Avanzamos hasta las puertas de la finca, mi corazón latiendo con fuerza descontrolada. Antes de que pudiera prepararme mentalmente, las enormes puertas se abrieron y una figura femenina emergió: era una Theelin, alta y esbelta, con piel pálida marcada por delicados patrones violetas y cabellos oscuros recogidos en un moño pulcro. Sus ojos rosados nos escanearon con recelo.

— ¿Puedo ayudarlos? —preguntó, su tono fue seco y cortés en apariencia, aunque lleno de cautela.

Un silencio incómodo se instaló. Mis labios se abrieron, pero las palabras parecían atrapadas en mi garganta.

«Ángel, di algo» La voz de Anakin resonó en mi cabeza a través del vínculo mental.

«¿Algo como qué?» respondí nerviosa, mi mente completamente en blanco.

«Cualquier cosa, amor mío. Parece que te hubieran congelado en carbonita»

Le lancé una mirada irritada pero por más que lo intentaba, no lograba articular palabra. Anakin suspiró exasperado, tomando la iniciativa:

— Somos Jedis —dijo con esa seguridad encantadora que siempre lograba desarmar a cualquiera—. Yo soy el General Skywalker y ella es mi compañera… Kaya Opress. Venimos a hablar con los Señores Shield.

Parpadeé, sorprendida por la identidad improvisada que me había dado, pero no dije nada. La Theelin frunció ligeramente el ceño, claramente desconfiada, pero asintió.

— Espérenme aquí. Informaré a mi señora.

Nos hizo un gesto para que entráramos al vestíbulo y se retiró por un pasillo decorado con intrincados grabados en blanco y plata. Anakin me tocó ligeramente la espalda, guiándome hacia un par de sofás blancos.

La decoración del interior era impresionante, un reflejo de la opulencia de la finca. Las paredes estaban adornadas con detalles plateados y esas rosas blancas que parecían abundar por cada rincón del planeta, iguales a las del altar de mi sueño. Un enorme candelabro de cristal colgaba sobre nosotros, lanzando reflejos de arcoíris por todo el espacio.

Cuando nos sentamos, no pude evitar fijarme en cómo Anakin parecía completamente tranquilo, como si esta situación no fuera para nada incómoda. Yo, en cambio, no podía dejar de mover mis piernas nerviosamente, preguntándome qué demonios estábamos haciendo allí.

— Si sigues haciendo tanto ruido con el estómago, van a pensar que vienes a saquear la despensa. —Su tono era ligero, pero no pude evitar lanzarle una mirada hostil.

— Cállate —murmuré entre dientes, tratando de recuperar algo de dignidad.

De repente, unos pasos resonaron en el pasillo, cada uno más nítido y pesado que el anterior. Mi pecho se apretó, como si el aire en ese salón se hubiera vuelto denso, asfixiante. Sentí que mi corazón latía con una fuerza que casi me hacía daño, como si quisiera escapar de mi cuerpo antes de enfrentar lo inevitable.

La puerta se abrió con un chirrido deliberado, como si quisiera marcar cada segundo de mi agonía.

Y entonces la vi.

Era una mujer que rondaría los cuarenta, aunque su rostro aún conservaba un destello de juventud, se veía opacado por unas facciones endurecidas. Su cabello recogido era como el mío. Sus ojos oscuros me atravesaron en cuanto se posaron en nosotros. Su vestido blanco caía con una precisión casi matemática y los tacones dejaron de repiquetear en el suelo cuando llegó hasta nosotros.

— Normalmente no recibo visitas en mi casa sin cita previa —habló con una voz que era a la vez suave y cortante, como un velo de seda cubriendo una hoja de acero—. Pero hace una semana se murió mi suegra y sigo de buen humor. Soy la Señora Shield, ¿y ustedes…?

Por un instante, todo desapareció.

No había salón, no había paredes ni muebles caros, no había Anakin. Solo ella. Y yo.

Mi madre.

Tuve que aferrarme al respaldo del sillón para no caer. Sentí que mi corazón, aquel que ya iba a estallar, simplemente dejó de latir por un segundo.

«¿Helene?» La voz de Anakin trató de llamar mi atención, suave pero con una nota de preocupación. Apenas pude mirarlo, ni a él ni a nadie.

La Señora Shield no pareció notar mi reacción, o tal vez la interpretó de otra forma. Se abanicaba con movimientos lentos, casi exagerados, y su mirada se posó en Anakin con un leve aire de desagrado.

— Ah, unos Jedis… —dijo, con una ligera inclinación de cabeza, como si el título fuera una formalidad que no deseaba otorgar—. ¿Qué los trae a esta humilde morada?

Algo vacilante, Anakin tomó finalmente las cartas en el asunto por mí y habló:

— Asuntos de la República, Señora Shield. Una conversación con usted y su marido podría ser clave para entender… ciertas irregularidades

Noté cómo sus ojos oscuros se entornaban ligeramente, como si aquello le irritara. Yo, en cambio, no podía hablar. Mi mente bullía con mil pensamientos, mil emociones. Tenía frente a mí a la mujer que me había dado la vida, pero que había estado ausente de ella. Mi madre… y ella no tenía idea de quién era yo.

— Vienen en un mal momento. Mi marido está en un viaje de negocios y yo no tengo ni la menor idea de estas cosas.

Un viaje de negocios… ¿Garec Shield no estaba aquí?

Anakin y yo compartimos una mirada discreta: él había sido la razón por la que tomé la decisión de que vinieramos. Necesitaba saber qué tan involucrados estaban con los separatistas y si podía demostrarle al Código Jedi que mi honor estaba por encima de mi sangre.

Aunque sabía que la Maestra Ti me tiraría a los fuegos de Dathomir cuando se enterara de que investigué a mi familia biológica.

— Señora Shield, solo serán unas preguntas —aseguró mi marido, dándole una mirada que dejaba en claro que no nos íbamos a mover de allí sin respuestas.

Mi madre curvó sus labios en una mueca de desagrado, sin dejar de abanicarse con su ostentoso abanico blanco que parecía absorber el reflejo de la lámpara sobre nosotros. — Entonces, no esperen que los invite a un café…

— Me sienta mal —hablé por primera vez, llamando la atención de ambos. Tragué saliva antes sus expresiones confundidas y aclaré mi garganta—. El café… me sienta mal por las mañanas —repetí, sin dejar de mirarla a los ojos—. Prefiero la leche azul.

Ella abrió sus ojos, perpleja. — ¿Leche azul? Que descabellado…

— Sabemos que su marido fue arrestado dos veces por posibles conexiones con la Confederación de Sistemas Independientes, ¿tiene alguna idea de por qué esos rumores?

Mi madre no pareció escandalizarse ante el poco tacto de Anakin, que la miraba seriamente. De hecho, su expresión era casi aburrida, como si le hubieran hecho la misma pregunta cientos de veces.

— Ya les he dicho que yo no sé nada —rodó los ojos, con una mueca de fastidio—. Nunca me lo cuenta, nunca me cuenta nada… Me tiene como un adorno en esta casa y yo me pudro aquí, rodeada de lujos para que no lo moleste.

— ¿Quiere decir que la aleja de sus asuntos manteniéndola en casa con joyas?

— Eso mismo.

— ¿Y le funciona? —preguntó Anakin, lanzándome una mirada de reojo.

Yo gruñí, dándole un codazo en las costillas, pero la Señora Shield ni siquiera parpadeó. Más bien, se recostó en el respaldo del sofá, abanicándose de manera exagerada y con una expresión de falso interés.

— No siempre, querido —bufó, alzando una ceja—. Pero Garec tiene sus métodos. Si no son joyas, son viajes. Y si no son viajes, es silencio. Silencio absoluto. Así que, a estas alturas, me limito a no preguntar.

Anakin y yo intercambiamos una mirada, él con evidente exasperación y yo con un creciente nudo en el estómago.

— Entonces, ¿está diciendo que nunca le ha comentado nada sobre sus… negocios? —insistí, intentando mantener la calma en mi voz.

Ella suspiró como si le estuviera pidiendo que resolviera una ecuación compleja.

— Querida, Garec Shield no tiene "negocios". Tiene "reuniones importantes" y "contactos confidenciales" —Hizo una pausa dramática, dejando que esas palabras flotaran en el aire—. Yo solo soy su esposa. Mi trabajo es lucir bonita, organizar cenas y asegurarme de que las criadas no se lleven el dinero. ¿Qué más podría saber?

Anakin inclinó la cabeza hacia un lado, claramente dudando de su sinceridad.

— Parece que no tiene una relación muy abierta con su marido —comentó, con un tono que intentaba parecer casual pero que era demasiado directo para serlo.

— Ay, por favor —Mi madre se rió, tapándose la boca con el abanico como si acabara de escuchar una broma vulgar—. ¿Conoce usted algún matrimonio en el que las cosas sean diferentes?

Yo apreté los dientes. Había algo en su tono, en su forma de hablar, que me hacía hervir la sangre. Su actitud frívola, su completa indiferencia… Era como si todo esto fuera un juego para ella.

— Entonces, ¿nunca ha oído nada sobre sus detenciones?

Milara dejó de abanicarse por un momento, su expresión se volvió más fría.

— ¿Qué detenciones? —preguntó, con un tono que pretendía ser inocente, pero estaba lleno de tensión.

— Las dos veces que Garec Shield fue arrestado por supuestas conexiones con los separatistas —respondió Anakin, mirándola directamente a los ojos.

La Señora Shield parpadeó, y por primera vez desde que la conocí, pareció ligeramente incómoda.

— Ah, eso… —murmuró, desviando la mirada hacia un punto en la pared—. Bueno, sí, escuché algo al respecto. Pero como siempre, todo quedó en nada, ¿no es así?

— ¿Y no le pareció… extraño? —pregunté, sintiendo cómo mi voz se quebraba ligeramente.

— Querida, en esta galaxia todo es extraño. Pero Garec siempre sabe cómo arreglárselas. Tiene amigos en todas partes, ya sabes. Gente importante.

— ¿Amigos importantes? —repitió Anakin, inclinándose ligeramente hacia adelante—. ¿Qué tipo de amigos?

Ella entrecerró los ojos, como si estuviera evaluando si debía decir algo más.

— De esos que no se mencionan en voz alta, querido Jedi.

El aire en la habitación se volvió más pesado, y sentí cómo mi garganta se cerraba. Mi madre estaba insinuando algo, aunque no lo decía directamente.

— ¿Quiere decir que sabe que sus amigos están involucrados en actividades ilegales?

Ella me miró directamente a los ojos, y por un momento, su expresión perdió toda frivolidad.

— Quiero decir que en esta galaxia, nadie es completamente inocente, cariño. Ni siquiera los Jedi.

Su respuesta me dejó helada. Anakin y yo intercambiamos una mirada, ambos conscientes de que no íbamos a sacar mucho más de ella si seguíamos insistiendo en esa línea.

Fue entonces cuando, sin pensarlo demasiado, solté la pregunta que llevaba rondando mi mente desde que entramos en esa casa:

— ¿Alguna vez usted o su esposo han tratado con la Orden Jedi?

El silencio que siguió fue ensordecedor.

La Señora Shield se detuvo en seco, dejando de abanicarse. Su mirada, que hasta ahora había sido arrogante y algo desinteresada, se tornó más cerrada, casi afilada. Nadie dijo nada durante segundos que parecieron horas, con mi madre analizando cada una de mis palabras como si intentara ver el mensaje detrás de ellas.

— ¿Relación con la Orden Jedi? —repitió lentamente, saboreando las palabras para decidir si eran dignas de una respuesta—. Qué pregunta más… peculiar.

Anakin se tensó a mi lado, cruzando los brazos mientras fijaba sus ojos en ella con una intensidad que habría hecho sudar a cualquiera. Pero mi madre no parecía ser "cualquiera". Simplemente soltó una risa sarcástica, bajando el abanico para golpearlo ligeramente contra su palma.

— Los Jedi siempre tan desconfiados —murmuró, mirando al techo, como si estuviera recordando algo—. Si están preguntando si tengo aquí un sable de luz guardado en un cajón, pues no. Lo único que hay en esta casa son mis rosales y una colección de perfumes que costaría el salario de un senador.

Anakin frunció el ceño. — Es una pregunta sencilla, Señora Shield. ¿Usted o su marido han tenido tratos con algún Jedi?

— Ay, qué insistencia… Mi marido y yo apenas nos metemos en política. Bueno, él sí, pero a mí no me interesa. No tengo paciencia para eso. ¿Relaciones con los Jedi? A lo mejor si hubieran traído mejores trajes en lugar de esas túnicas marrones tan sosas, habría considerado invitar a alguno a una cena… ¡Pero no! Ni un Jedi por aquí, ni uno por allá.

Sus palabras eran tan absurdas y exageradas que era difícil decidir si estaba diciendo la verdad o simplemente divirtiéndose a costa nuestra.

— Lo dice como si los Jedi fueran una atracción turística —comenté, con un tono seco que ella pareció ignorar completamente.

— Querida, lo que son es aburridos. Todo el día salvando la galaxia, persiguiendo droides, mientras las mujeres como yo estamos aquí, ¡solas! En estas casas enormes, con joyas y vestidos que ya nadie admira. ¿Ustedes saben lo solitaria que es mi vida? ¡Ni un Jedi guapo ha venido a entretenerme hasta ahora!

— Señora Shield…

— ¿Y cómo supo que éramos Jedi con solo vernos si nunca ha tratado con ellos? —pregunté, dándome cuenta de repente.

La expresión altanera de Milara Shield se desvaneció ante mi pregunta, sustituida por una rigidez que pareció congelar el aire en la habitación. Durante un instante, el único sonido fue el leve crujido del abanico entre sus manos. Mi pecho se apretó; sabía que la había atrapado, aunque no tenía idea de a dónde nos llevaría esto.

Finalmente dejó escapar un largo suspiro, ladeando la cabeza mientras su mirada oscilaba entre Anakin y yo:

— No me gusta que me acorralen con preguntas… —murmuró, pero luego sonrió, como si quisiera recuperar su aire de control—. Pero ya que insistes tanto, querida, tal vez sea momento de contarles un pequeño capítulo de mi vida.

Anakin y yo compartimos una mirada mientras ella se levantaba con elegancia de su asiento de terciopelo y miraba las hermosas rosas blancas que adornaban su casa.

— Fui prometida a Garec cuando tenía trece años —empezó, con un tono más bajo y distante—. Era una niña, pero eso a nadie le importó. Mi familia estaba emocionada porque Garec era mayor, poderoso y rico. Dieciséis años más viejo que yo… Nada de eso les pareció extraño. Me criaron para ser su esposa perfecta: callada, complaciente, siempre bien vestida y con una sonrisa en el rostro.

Cada palabra suya se sentía como un golpe. Mis manos empezaron a temblar ligeramente, y Anakin pareció notarlo porque las cubrió con las suyas, apretándolas suavemente.

— Me casaron con él en cuanto cumplí los dieciocho —continuó Milara, girándose hacia nosotros con una sonrisa vacía—. Esa misma noche… quedé embarazada. Fue rápido, eficiente, como todo lo que Garec hacía.

Mi corazón latía tan rápido que pensé que iba a explotar. No podía apartar los ojos de ella mientras contaba aquello con una frialdad que me helaba.

— El embarazo fue un infierno, y el parto, aún peor —dijo, y su voz tembló por primera vez. Por un instante, dejó de ser la mujer arrogante y dramática que había conocido y se convirtió en alguien frágil, casi rota—. Creí que iba a morir, pero… bueno, aquí estoy. Traje al mundo a una hermosa niña. Aunque no fue suficiente para Garec.

Sus palabras cayeron como una piedra. Mi garganta se secó al imaginarme esa escena.

— ¿No fue suficiente? —murmuré, aunque temía la respuesta.

Milara negó con la cabeza, riéndose sin alegría. — Él quería un varón. Un heredero, alguien que llevara su nombre y su legado. ¿Qué iba a hacer con una niña? Para él, era solo un estorbo.

Sentí que mis pulmones se negaban a funcionar correctamente. Había pasado mi vida sin saber de mis padres, imaginándolos como sombras distantes, y ahora… ahora tenía una verdad que no sabía si podía soportar.

— ¿Qué pasó después? —preguntó Anakin suavemente, casi en un susurro.

Milara volvió a mirar por la ventana, sus manos se tensaron alrededor de su cintura. — Caí en una gran depresión después del parto. No podía mirar ni tocar a mi hija. Las criadas se encargaron de todo. Hasta que… hasta que llegó él, tres años después.

— ¿Quién? —pregunté, con mi voz apenas un hilo.

— Un Jedi —respondió, volviéndose hacia mí con una expresión críptica—. Era un hombre alto, de piel morena. Su nombre… Window, o Widu, algo así.

Anakin y yo intercambiamos una mirada de puro asombro. Mi mente tardó un segundo en procesarlo antes de que las palabras salieran de mi boca:

— ¿Mace Windu?

Milara alzó una ceja. — ¿Así se llamaba? Puede ser. Recuerdo que dijo que sentía algo especial en ella, algo que llamaba a la Fuerza. Me pidió permiso para llevarla al Templo Jedi. Garec no se opuso. Estaba encantado de deshacerse de Helene para poder intentar tener ese ansiado varón. Y yo… bueno… —hizo una pausa, respirando hondo—. No sabía cómo ser madre. Nunca lo supe. Dejé que se la llevaran.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no lloré. No sabía qué sentir. Rabia, tristeza, confusión. Todas las emociones se mezclaron en un torbellino dentro de mí mientras las palabras de Milara resonaban una y otra vez en mi cabeza.

— Así que… simplemente la dejaron ir..

— Fue lo mejor para ella —afirmó, como si eso pudiera justificarlo todo.

Anakin apretó mi mano, tratando de transmitirme algo de calma, pero yo estaba perdida en un mar de pensamientos. Mace Windu. Él fue quien me llevó al Templo. Y ellos… ellos no lucharon por mí. No me quisieron.

No supe qué más decir.

— Pero eso no significa que no te haya amado, cariño.

Mi corazón se detuvo en ese instante.

Mi mente tardó en procesar lo que acababa de decir. ¿A quién le estaba hablando? ¿A mí? Sentí un nudo formarse en mi garganta, tan apretado que casi no podía respirar.

Milara avanzó hacia mí lentamente, dejando caer el abanico sobre un sofá. Se detuvo frente a mí, tan cerca que el perfume floral que llevaba inundó mis sentidos. Mis piernas querían retroceder, pero mi cuerpo no reaccionaba.

— Supe que eras tú desde el momento en que te vi aquí sentada —confesó, con una leve sonrisa nostálgica—. Reconocería esos ojos en cualquier parte.

— ¿Qué…? —balbuceé, sintiendo que el suelo bajo mis pies desaparecía.

Milara no dejó que terminara. Sus manos temblorosas, pero firmes, se acercaron a mi rostro, deteniéndose a pocos centímetros de mis mejillas, como si no supiera si tenía derecho a tocarme.

— Nunca había entendido lo que era enamorarse hasta que abriste los ojos por primera vez y me miraste —continuó, con una emoción cruda en su voz—. Los mismos ojos que los de tu padre, pero... los tuyos brillaban. Tanta vida, tanta luz… Contrastaba con el vacío que siempre había visto en los de Garec.

Un estremecimiento recorrió mi cuerpo, y sentí que el aire se escapaba de mis pulmones.

¿Ella siempre lo supo? ¿Desde el primer segundo? ¿Entonces por qué...?

Anakin se levantó del sofá abruptamente, como si no pudiera soportar más la tensión. — Creo que será mejor que nos marchemos.

Pero ninguna de las dos le prestó atención. Milara seguía mirándome con una intensidad que hacía que mi pecho doliera. Finalmente, sus dedos tocaron mi mentón con una delicadeza que no esperaba.

— Estoy tan orgullosa de ti, Helene —susurró—. De lo que eres… de lo que te has convertido.

El mundo pareció detenerse. Mi cuerpo, mi mente, todo se paralizó. Sus palabras atravesaron todas las barreras que había construido a lo largo de mi vida. Todas esas veces que me dije que no necesitaba una familia, que no necesitaba respuestas… ahora se derrumbaban.

Mis labios temblaron, y antes de que pudiera detenerlo, las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas. No sabía qué sentir, qué decir. Solo sabía que, en ese momento, el vacío dentro de mí no parecía tan grande.

— Yo…

Milara, sin pensarlo, me envolvió en sus brazos. Y no sentí la calidez familiar como la que sentía con Shaak Ti, no sentía que estaba en los brazos de una madre. Esta vez era totalmente diferente. Se sentía fuera de lugar, desconocido, irreconocible.

La Señora Shield, o Milara, como había aprendido a llamarla mentalmente, se alejó de mí cuando Anakin se posicionó entre nosotras. La expresión relajada de su rostro se endureció, y un brillo de incomodidad apareció en sus ojos al ver cómo él adoptaba una postura imponente.

— Señora Shield —comenzó mi marido, usando el tono de general que no admitía más evasivas—. Creo que ya es hora de dejar las excusas y juegos. Cuente todo lo que sabe sobre la Confederación de Sistemas Independientes.

Milara arqueó las cejas, parpadeando sorprendida, hasta que sonrió ampliamente:

— ¡Oh, querido Jedi, qué drama! —exclamó, riendo nerviosamente mientras daba un paso hacia atrás—. Yo no sé nada, ya se lo he dicho. ¡Nada de nada! ¿Cómo iba a saber algo yo, si a duras penas entiendo la política galáctica? ¿Separatistas? ¡Bah! Unos aburridos, con sus droides y discursos…

— ¡La verdad! —exigió Anakin, haciéndola retroceder una vez más. Yo lo miré desconcertada por su brusquedad.

Milara se detuvo, sus labios temblaron un segundo antes de cerrarse con fuerza. Luego, con un suspiro exagerado, miró hacia otro lado.

— ¡Está bien, está bien! Sí, se nos acercaron… Bueno, se acercaron a Garec, no a mí, pero eso ya lo supondrán. ¿Qué puedo decirles? A los separatistas les encanta reclutar a hombres poderosos. Seguro que les parece emocionante, como si fueran espías o algo así. A Garec le halagó la atención, ¡aunque yo siempre le dije que era una mala idea!

Mis ojos se abrieron como platos, sintiendo un escalofrío recorrerme. Mis padres, o al menos mi padre biológico, ¿con los separatistas? Era como un puñetazo en el estómago, como si cada valor que había aprendido como Jedi se derrumbara ante esa traición.

— ¿Estás diciendo que él ha colaborado con los separatistas? —pregunté, casi sin reconocer mi propia voz.

Milara puso los ojos en blanco, como si la pregunta le resultara irritante.

— ¡Colaborado, colaborado…! Qué palabra tan fea, querida. Digamos que… tuvieron unas charlas. Nada formal. Pero, sinceramente, ¿quién puede culparlo? La República está tan pasada de moda…

— ¡¿Pasada de moda?! —mi voz se elevó mientras daba un paso hacia ella, indignada—. ¡La República mantiene la paz en la galaxia! ¡Los separatistas solo quieren dividir y destruir!

— Ay, por favor —dijo, girándose dramáticamente mientras tomaba el abanico. La madre conmocionada de hace unos segundos parecía haberse desvanecido—. La República es un grupo de viejos con túnicas y sueños de grandeza. Los separatistas, al menos, tienen algo de chispa, ¿no crees? Además, ¿quién te dijo que Garec haya hecho algo malo? ¡Él solo escucha! No hay crimen en escuchar, ¿verdad?

— ¡Estás defendiendo a un grupo que ha causado guerras y sufrimiento! —repliqué, sintiendo cómo mi indignación se transformaba en rabia. Era inconcebible.

— ¡Oh, vamos, niña! —Milara agitó el abanico en mi dirección, como si estuviera desestimando mis palabras—. Tú ni siquiera has vivido aquí. No sabes cómo son las cosas. Tal vez deberías salir de tu torre Jedi de vez en cuando y mirar cómo es la galaxia de verdad.

Me acerqué un paso más, apretando los puños mientras Anakin se colocaba ligeramente entre nosotras, levantando una mano para contenerme.

— Tranquila —murmuró, aunque yo no podía escuchar nada más que el latido ensordecedor en mis oídos.

— No tienes idea de lo que estás diciendo —escupí, ignorando el intento de Anakin por calmarme—. ¿Cuántas vidas han destruido los separatistas con sus malditos droides? ¿Cuántas familias han roto?

Milara alzó una ceja, cruzándose de brazos. — Y cuántas vidas ha destruido la República con sus… oh, ¿cómo se llaman? ¡Ah, sí! ¡Sus “nobles” cruzadas!

— ¡Basta! —gritó Anakin finalmente, girándose hacia ella con el ceño fruncido—. Señora Shield, no hemos venido aquí para escuchar propaganda separatista. Díganos todo lo que sabe o buscaremos a su marido para que él lo haga, y no será por las buenas.

Mamá dio un paso atrás, con una mezcla de sorpresa y enojo en su rostro.

— ¡Qué agresivos son ustedes, los Jedi! Bueno, no sé más que lo que ya les he dicho. Garec es el que tiene las respuestas, no yo. Pero si quieren esperarlo, ¡adelante! Aunque dudo que los reciba…

— ¿Por qué no?

Se burló. — Porque ahora mismo está ocupado con los separatistas, planeando un ataque sorpresa contra el Ejército de la República.

El impacto de sus palabras me golpeó como un puño invisible.

Mi cuerpo se quedó helado, incapaz de moverse o reaccionar. Solo pude mirar a mi madre con incredulidad, como si hubiera dicho algo absurdo, pero la certeza en sus ojos me confirmaba lo contrario.

Anakin se levantó de inmediato, con la mandíbula apretada y su tono cargado de alarma. — ¿Qué está diciendo? ¿Dónde está Garec Shield ahora mismo?

Mamá levantó el abanico nuevamente, cubriendo una sonrisa casi perezosa. — Es un hombre ocupado, mi marido. No puedo estar controlándole todos los movimientos, ¿sabéis? —dijo con una calma que me enervó más de lo que quería admitir.

— Helene, tenemos que irnos. Ahora.

Me levanté, tratando de recuperar la compostura mientras mi corazón latía con fuerza contra mi pecho. Anakin ya había salido rápidamente de la mansión para correr hacia el transporte, y me dispuse a seguirle cuando la escuché:

— Helene, espera.

Me giré hacia ella, encontrando una mirada que ya no era burlona ni arrogante. Por primera vez, vi algo más en sus ojos. Algo parecido a… pena.

— Siempre pensé en ti. Todas las noches  —Su rostro permaneció impasible. Pero la verdad en sus palabras era real—. ¿Sabes lo que representan estas flores? —señaló a nuestro alrededor, y miré a las rosas blancas que nos rodeaban—. Representan el amor permanente en Alderaan, un amor que jamás se marchita, un amor que viene de repente a quedarse para siempre. Se llaman leias y te bauticé con ellas cuando naciste. Por eso las conservo en cada rincón de mi casa… y nunca se marchitan.

Sentí la oleada de emociones pulsando en la Fuerza, amenazando con estallar y arrasarlo todo en ese momento. Pero esta vez era diferente, esta vez no eran las emociones de Anakin, si no las mías. La traición que sentía por mis padres era un peso aplastante, y cualquier posible empatía estaba enterrada bajo el dolor.

— No me digas eso ahora —respondí, con un tono tan frío que apenas me reconocí.

Milara soltó un suspiro, bajando la mirada por un momento antes de volver a encontrarme con sus ojos oscuros. — Nunca hubiera sido una buena madre para ti… Algún día lo entenderás.

Sentí que mi garganta se cerraba, y las lágrimas comenzaron a arder detrás de mis ojos. — No. Jamás lo entenderé.

Por un instante, su mirada se desplazó lentamente hacia otra dirección en la que no quise mirar, como si viera algo que ni siquiera yo podía. Después, sus labios se curvaron en una sonrisa:

— Algún día lo harás —repitió, convencida.

Un escalofrío recorrió mi columna, y di un paso hacia atrás, oculté mi cuerpo de sus fríos ojos. Las lágrimas finalmente escaparon, calientes y silenciosas, mientras me giraba y salía de esa casa.

Al cruzar el umbral, el aire fresco de la finca me golpeó con fuerza, pero no me trajo alivio. Mi corazón estaba destrozado, mi mente llena de preguntas y mi alma marcada por una herida que sabía que nunca sanaría por completo.

Anakin me esperaba junto al transporte, su mirada preocupada estaba fija en mí. Pero en ese momento, no podía hablar, ni siquiera con él. Solo caminé, con las lágrimas cayendo libremente, y subí al transporte sin decir una palabra, dejando atrás la casa que alguna vez podría haber llamado hogar.

Y fue cuando entendí el maldito Código Jedi.

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