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ᴀ sʜᴏᴏᴛɪɴɢ sᴛᴀʀ









ᴀ sʜᴏᴏᴛɪɴɢ sᴛᴀʀ
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— No entiendo por qué estos aldeanos no quieren pelear.

Nos encontrábamos en medio de un descampado, formando un círculo improvisado mientras esperábamos alguna señal de retirada de los separatistas. El tiempo parecía haberse detenido, y llevábamos cerca de una hora en aquel tedioso estado de alerta. Aburrida, me había entretenido deshaciendo y rehaciendo la trenza de padawan de Cal al menos tres veces, pero incluso esa distracción empezaba a perder su encanto.

— No deben tener mucho orgullo —añadió Cal, con un tono de resignación.

— Yo diría que no tienen valor —bufó Ahsoka, claramente frustrada.

¿Esta niña quería agarrarse a golpes con todo el mundo o qué?

Aayla, que hasta entonces había estado observando el horizonte con los brazos cruzados, dejó escapar un suspiro pesado.

— A veces se necesita más valor para defender tus principios que para alzar un arma, joven padawan. —Su mirada se desvió hacia Anakin, cargada de una lección no dicha—. Como todo buen Jedi debería enseñar...

Ahsoka bajó la cabeza, pero Anakin, aparentemente inmune a la indirecta, simplemente observó las nubes con inocencia.

— Necesitamos una nave. —decidí cambiar de tema, recibiendo la atención del grupo—. Y creo que la única que hay por aquí pertenece a los separatistas. Si tienen una nave de aterrizaje, probablemente también tengan un transportador —Una ligera sonrisa se asomó en mis labios al notar cómo los ojos de algunos se iluminaban con interés.

— ¿Maestra? —Cal abrió sus ojos, falsamente sorprendido—. No estarás pensando en robar, ¿verdad?

— Porque ese no es el Estilo Jedi, ángel —tarareó Anakin con una sonrisa burlona, y su tono jocoso me hizo gruñir.

Sabía perfectamente por qué lo decía. No eran pocas las veces que, en nuestras misiones conjuntas, le había gritado que cualquiera de sus tácticas, por efectivas que fueran, no seguían el "Estilo Jedi". Sin embargo, con el tiempo empecé a comprender que el estilo de "desintegra a todo el que se te cruce menos a tu compañero" era bastante efectivo.

— Cuenten conmigo —El Comandante Bly alzó su bláster, asustando a Cal, quién tragó saliva.

— Primero necesitamos encontrarlos.

De repente, un escalofrío recorrió mi espalda, una advertencia clara en la Fuerza. Al mismo tiempo, Ahsoka soltó un grito ahogado, levantándose de un salto y señalando entre los hierbajos.

— ¡Ya los encontramos! —exclamó, apuntando hacia un pequeño droide explorador separatista que flotaba sobre las hierbas altas. Su carcasa redonda y gris brilló bajo el sol, y la luz roja en su lateral parpadeó en nuestra dirección.

— ¡Disparen! —gritó Anakin, poniéndose de pie en un movimiento rápido.

Rex y Bly reaccionaron al instante, disparando una ráfaga de blásteres contra el droide. Sin embargo, este fue ágil, esquivando los disparos mientras se alejaba a toda velocidad.

— ¡Bloqueen su señal! —ordenó Aayla, desenfundando su sable de luz.

Sin pensarlo dos veces, me lancé tras el droide, sintiendo a los demás moverse detrás de mí. Pero algo me detuvo en seco, una punzada en la Fuerza que no provenía de mí. Giré rápidamente, buscando el origen, y encontré a Anakin inclinado, con una mano sobre su abdomen. Su rostro estaba tenso, con un dolor evidente a pesar de sus esfuerzos por ocultarlo.

Corrí hacia él, pero antes de que pudiera tocarlo, levantó una mano para detenerme.

— ¡Estoy bien! —gruñó, con el tono firme que usaba para quitarle importancia a cualquier cosa—. ¡Ve con ellos, rápido!

Miré hacia las dos direcciones en las que el grupo ya se había dividido: Ahsoka y los clones por un lado, Aayla y Cal por el otro. Tomé una decisión rápida, ignorando su orden, y volví mi atención hacia él.

— Tú no vas a ninguna parte en este estado —dije con firmeza, arrodillándome a su lado.

Anakin me lanzó una mirada enfadada, pero no protestó cuando lo ayudé a sentarse en el suelo. Su expresión se suavizó mientras lo acomodaba, y en ese momento, el ruido del grupo alejándose se desvaneció, dejando solo el leve susurro del viento entre los hierbajos.

Mi marido suspiró mientras apoyaba la cabeza contra la palma de mi mano, observándome con esos ojos cargados de cansancio. Lo conocía demasiado bien para no notar lo mucho que esta guerra lo estaba desgastando, incluso si su actitud despreocupada intentaba ocultarlo.

— Pronto estaremos en casa, ¿de acuerdo? —murmuró, rompiendo el silencio.

Su voz era suave, casi esperanzada, como si ese pensamiento fuera lo único que lo mantenía en pie. Pero yo no estaba tan convencida.

— Si a esto se le puede llamar estar "pronto" —respondí, con un tono que no pude evitar que sonara más seco de lo que pretendía. Mis dedos juguetearon con sus crecientes rizos mientras desviaba la mirada—. La guerra no ha hecho más que empezar, Ani. Lo sabes tan bien como yo.

— Hey… —Su tono se suavizó, alzando su mano para acariciar mi mejilla. El contacto era cálido, reconfortante, y contuve las ganas de cerrar los ojos. Sus dedos trazaron un camino delicado por mi rostro, obligándome a mirarlo—. Después de esta misión, pasarás más tiempo descansando en casa. Te lo prometo.

La sonrisa que intentó darme no llegó a sus ojos. Esa promesa, aunque dicha con la mejor intención, se sentía vacía.

— Me gustaría que tú también pasaras más tiempo en casa —señalé, buscando su mirada con la esperanza de que entendiera lo que realmente quería decir.

Él apartó la mano de mi rostro, sus hombros se hundieron un poco y el cansancio en sus ojos pareció intensificarse.

— Sabes que no puedo hacerlo, ángel. Me necesitan en la guerra.

Mis labios se fruncieron en una expresión amarga y me alejé apenas unos centímetros de él. — ¿Estás queriéndome decir que yo soy prescindible para la Orden?

— No es eso —replicó, con un deje de exasperación mientras apartaba la mirada—. No voy a volver a discutir esto contigo.

— ¿Por qué no? —repliqué, alzando la voz un poco más de lo que pretendía. Sentía cómo la rabia se acumulaba en mi pecho, una mezcla de frustración y tristeza que era imposible de ignorar—. ¿Tan difícil es admitir que no soy tan necesaria como tú? ¿Que la Orden podría prescindir de mí perfectamente, pero no de ti?

Anakin me miró con intensidad, como si quisiera decir algo pero no supiera cómo encontrar las palabras. Finalmente, su mano volvió a buscar la mía, apretándola con firmeza.

— No quiero protegerte porque seas menos importante, Helene —dijo en un tono ahora más bajo, casi susurrante—. Quiero protegerte porque yo te necesito más que ellos, más que nadie.

No respondí, no sabía cómo. Había una sinceridad tan cruda en su voz que me desarmó al instante. Lo miré fijamente, intentando descifrar sus palabras, mientras el brillo devoto de sus ojos hacía que mi enfado se desvaneciera poco a poco.

— No puedo dejar que te pase nada. No puedo perderte, ¿entiendes? —añadió, con una vulnerabilidad que solo yo tenía el privilegio de oír.

Me quedé en silencio, sin saber qué responder. Parte de mí aún estaba molesta, pero otra parte entendía perfectamente de dónde venía su preocupación. La guerra había robado tanto de nuestras vidas, y lo poco que teníamos, él intentaba protegerlo a toda costa.

Finalmente, asentí y apreté su mano en respuesta. Por mucho que detestara admitirlo, Anakin tenía razón. Pero eso no hacía que fuera más fácil de aceptar.

Un suave crujido entre las hierbas altas interrumpió nuestra conversación. Mi espalda se tensó al instante y mi mano se movió por instinto hacia el sable que llevaba en el cinturón. Lo encendí en un movimiento fluido y su zumbido violeta iluminó el espacio a nuestro alrededor.

Anakin me observó, arqueando una ceja, pero no dijo nada. Las pisadas se hicieron más rápidas, seguidas de un jadeo ahogado, y de pronto, un bulto pelirrojo y tambaleante emergió de entre las hierbas.

— ¡Maestra! —Cal apareció corriendo hacia nosotros, pero antes de que pudiera detenerse, sus pies tropezaron torpemente con una raíz oculta.

— Cal, cuidad…

Con un ruido sordo, mi padawan se estampó de lleno contra el suelo, quedando en una posición nada digna con los brazos y piernas extendidos. Por un momento, el silencio reinó en el descampado, hasta que la risa baja y grave de Anakin rompió la tensión.

Mi padawan levantó la cabeza rápidamente con el rostro completamente rojo, y se puso en pie en un santiamén, como si quisiera fingir que nada había sucedido. Sacudiéndose el polvo de la túnica, intentó recuperar algo de dignidad:

— Estoy bien —carraspeó pareciendo intentar sonar serio, pero que solo logró que Anakin soltara otra risa contenida.

— Me alegra saberlo —suspiré, apagando el sable y cruzándome de brazos—. Ahora, ¿han logrado cazar a ese bicho?

Cal se aclaró la garganta, aún evitando la mirada de Anakin, y enderezó los hombros. — La Maestra Aayla logró destrozar al droide antes de que huyera con la información y encontraron algo, maestra. Están en la cima de un árbol grande, viendo el norte de la aldea. No sé exactamente qué es, pero la Maestra Aayla pensó que sería importante que ustedes lo vieran.

Intercambié una mirada rápida con Anakin y su expresión cambió a una de concentración. Asentí ligeramente antes de volverme hacia mi padawan.

— Llévanos allí.

Él asintió, recuperando su postura,  y comenzó a guiarnos a través de las hierbas altas hacia el lugar donde el grupo nos esperaba. A pesar de mi curiosidad, no pude evitar lanzar una mirada rápida a Anakin, quien todavía sonreía ligeramente.

— No le digas nada —murmuré en voz baja.

— Yo no he dicho nada, ángel —respondió, aunque la diversión seguía reflejada en sus ojos.

Después de trepar por un árbol enorme (Cal se resbaló dos veces y en una de esas tiró a Ani hasta el suelo) alcanzamos la cima donde Aayla, Ahsoka y los clones ya nos esperaban. Ahsoka tenía los prismáticos en las manos, observando algo en la distancia con una expresión concentrada.

— Espero que te sientas mejor, maestro —comentó, antes de girarse y tendernos los prismáticos—. Deberían echar un vistazo a esto.

Anakin extendió la mano para tomarlos, pero fui más rápida y lo golpeé para alejarlo, agarrándolos con firmeza.  — ¡Oye!

— Yo primero —declaré, colocándomelos en los ojos antes de que él pudiera protestar.

A través de los prismáticos, vi lo que solo podía describirse como otro problema monumental. Una enorme nave separatista, probablemente de transporte, descansaba en un claro no muy lejos de nuestra posición. Estaba ocupada por docenas, si no cientos, de droides de combate que patrullaban el perímetro como hormigas defendiendo su hormiguero.

— Si, creo que deberías echarle un vistazo —comenté mientras apartaba los prismáticos y se los tendía a Anakin.

Él los tomó farfullando, esta vez sin que intentara impedirlo, y los llevó a sus ojos. Tras unos segundos de observación, sus labios se torcieron en una expresión pensativa.

— Podríamos usar esa nave para salir de aquí —sugirió, evaluando las posibilidades.

El Comandante Bly se giró hacia él. — No será nada fácil, señor. Esa nave no parece tener ningún punto vulnerable.


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La noche cayó sobre nosotros mientras permanecíamos en el árbol, envueltos en una tensión que parecía multiplicarse con cada segundo que pasaba. Mi paciencia empezaba a agotarse, y la inacción comenzaba a agobiarme. No habíamos hecho más que enviar a Rex y Bly a explorar el perímetro, y eso me parecía insuficiente. Mi antiguo instinto de padawan me gritaba que saltara de las ramas, encendiera mi sable y me arrojara contra los droides, pero el instinto más reciente, el de maestra Jedi, insistía en que debía mantener la calma. Era la adulta aquí, y las apariencias importaban.

Anakin permanecía concentrado con los prismáticos, vigilando los movimientos de los separatistas junto a Ahsoka y yo me entretuve enredado los tentáculos de Aayla entre ellos, lo cual me valió varios siseos enojados de mi amiga. Pero si no pasaba algo ya, terminaría entregándome al enemigo voluntariamente sólo para que comenzara la acción.

De repente, mi marido bajó los prismáticos con una expresión ligeramente preocupada.

— Oh, no... —murmuró antes de alzar la voz—. Es hora de movernos, chicos.

No necesité una explicación. Solté un suspiro de alivio y me alejé del tronco, lista para descender. Sin embargo, algo captó mi atención: una luz brillante surcando el cielo, como una estrella fugaz que parecía fuera de lugar. La observé fijamente hasta que su trayectoria cambió de forma abrupta, descendiendo velozmente hacia la tierra.

— ¿Qué demonios…?

¡BAM!

El objeto impactó contra el planeta, y una explosión iluminó el horizonte. El estruendo sacudió el árbol, y sin pensarlo dos veces, salté hacia una rama más baja junto a Cal para ganar estabilidad. Rex y Bly, que habían estado acercándose al árbol, dispararon sus cuerdas para intentar llegar a nosotros, pero el Comandante Bly tropezó en el proceso.

Sin detenerme a pensar, encendí mi sable y corté una de las lianas que colgaban de las ramas. Con rapidez, la até a un punto seguro y me lancé al vacío, sujetándome con fuerza a la liana que me balanceaba. El aire rugió en mis oídos, y mientras giraba, vi el cuerpo de Bly en mi campo de visión. Extendí la mano, enganchándome a su brazo con fuerza, y lo impulsé conmigo de vuelta al árbol.

Ambos caímos sobre la rama con un impacto brusco. Jadeando, solté la liana y me dejé caer de espaldas por un momento, tratando de recuperar el aliento.

— Gracias, señora —dijo Bly, poniéndose de pie con esfuerzo mientras me ofrecía su mano para levantarme.

El resto del grupo se acercó rápidamente. Desde nuestra posición, contemplamos el fuego devorando la hierba en el lugar del impacto. Las llamas ascendían hacia el cielo, consumiendo todo a su paso.

Cal parpadeó, mirando atónito el espectáculo. — Menudo juguetito…

— Ha acabado con todo ser vivo —murmuró Ashoka, perpleja.

— ¿Hacia dónde van ahora? —preguntó Aayla, entrecerrando los ojos mientras observaba el horizonte.

— Seguramente hacia la aldea de los lurmens —respondió Anakin, extendiéndole los prismáticos—. No hay nada más en esa dirección.

Sus palabras se sintieron como un golpe en el pecho y solté un suspiro frustrado. — No sobrevivirán.

Habíamos decidido apartarnos de ellos, respetar su neutralidad y seguir nuestro camino, pero ahora estaba claro que esa decisión les había dejado completamente vulnerables. Por mucho que no quisieran involucrarse, no podíamos dejarlos a su suerte. Ayudarlos era inevitable, aunque significara contradecir nuestras propias palabras sobre evitar la violencia ante ellos.

— Primero destruiremos la estación de comunicaciones —anunció Anakin, girándose para mirarnos a todos—. Una vez que consigamos un vehículo terrestre, volveremos para ayudarlos.

— Pero el bicho peludo ese dijo que no quería nuestra ayuda —murmuró Cal, cruzándose de brazos con una expresión indignada.

Anakin frunció el ceño. — Es muy diferente involucrar a inocentes en una guerra... y dejarlos a su suerte. —Con un tono firme, cerró cualquier protesta antes de que pudiera surgir.

Cal y Ahsoka parecieron a punto de replicar, pero Anakin ya se había girado para avanzar, dejando claro que no habría más discusión. Aayla y yo intercambiamos una mirada silenciosa. Por un lado, Anakin tenía toda la razón: no podíamos simplemente mirar hacia otro lado. Por otro, nuestras acciones podían complicar aún más las cosas para los lurmens.

Suspirando, seguimos adelante bajándonos del árbol y avanzando hacia nave, envueltos en la oscuridad de la noche. Una vez que llegamos al perímetro de la nave separatista, decidimos dividirnos en tres grupos: Anakin se quedaría con los clones, Aayla junto a Ahsoka, y Cal vendría conmigo.

— Muévete sigilosamente y sigue mis pasos —le susurré a mi padawan mientras avanzábamos con cuidado hacia las paredes de la nave.

— Como una sombra, maestra —me aseguró, justo antes de tropezar con una roca y caer de bruces al suelo—. Auch…

Reprimí un bufido, ayudándolo a levantarse rápidamente mientras nos deslizábamos contra la superficie metálica de la nave. Al asomarme con cuidado, vi como una piedra en el suelo era movida extrañamente frente a los droides sin razón aparente.

— Oigan —habló uno de ellos acercándose a la piedra, perplejo—. ¿Qué diablos fue eso?

Sonreí pensando en Anakin, escondido entre las hierbas.

El droide se agachó para recoger la piedra, pero antes de que pudiera hacerlo, esta rodó hacia un lado. Confundido, el autómata la siguió mientras Anakin la guiaba por un camino que se alejaba del perímetro. La última cosa que escuchamos fue el zumbido familiar de un sable destrozando metal. Aquello fue nuestra señal.

— ¡Vamos!

Emergimos de nuestra posición y comenzamos a escalar la superficie de la nave con movimientos rápidos y coordinados. La estructura metálica tembló bajo nuestros movimientos, pero continuamos hasta llegar a lo alto. Allí estaban Aayla y Ahsoka, esperándonos.

— Miren abajo —susurró Aayla, señalando con un gesto.

Me asomé justo a tiempo para escuchar los primeros disparos de blásteres y ver a Anakin y los clones enfrentarse a un pequeño grupo de droides. Entendí de inmediato lo que significaba: el camino estaba despejado para nosotras.

— Vayan hacia la puerta principal —ordenó Aayla, ajustándose su sable de luz—. Ahsoka y yo nos encargaremos de los droides.

Asentí, agarré a Cal por el brazo y comenzamos a descender hacia el interior de la nave. El calor de la batalla me rodeaba, pero no podía permitirme vacilar. Los lurmens dependían de nosotros, aunque aún no lo supieran.

Sentí un nudo en el estómago, otra sociedad volvía a estar en mis manos y esta vez tenía la oportunidad de salvar a un pueblo… como aquella vez que no logré con los tuskens inocentes, asesinados por el sable de mi marido.

Avanzamos con cuidado por el estrecho pasillo de la nave, iluminado solo por parpadeantes luces blancas que proyectaban sombras inquietantes. Cal iba a mi lado, ligeramente encorvado mientras sujetaba su sable con firmeza. Podía sentir su nerviosismo a través de la Fuerza, pero no dije nada. Admiraba la calma que estaba logrando contener y que tiempo atrás se le habría hecho imposible.

Mi calabaza se estaba convirtiendo en un Jedi.

Al doblar una esquina, dos droides de combate aparecieron de la nada, girándose de inmediato para enfrentarnos. Sin pensarlo, Cal y yo salimos de la oscuridad al unísono, encendiendo nuestros sables con sus destellos y en un solo movimiento sincronizado, cortamos a los droides antes de que tuvieran tiempo de disparar. Sus restos metálicos cayeron al suelo con un estrépito.

Cal suspiró. — Me caerían bien si no fueran del bando enemigo

Alcé las cejas, divertida.

— ¿Sabías que ven holopelículas porno?

— ¿Qué?

— ¿Qué?

Mi padawan parpadeó atónito y yo lo empujé rápidamente hacia las puertas principales de la nave, deteniéndonos frente a un panel de control. Pulsé el botón central, y un fuerte siseo resonó en los pasillos mientras todas las puertas de la nave se abrían al unísono.

— Espero que eso no llame la atención… —murmuró, echando un vistazo a su alrededor.

— Lo hará. Así que más nos vale darnos prisa.

Corrimos hacia el centro de la nave, siguiendo el sonido de blásteres y las voces familiares de nuestro grupo. Al llegar, encontramos a Anakin, Ahsoka, Aayla y los clones junto a un conjunto de generadores de escudos que brillaban débilmente. Rex nos hizo un gesto para que nos acercáramos.

— Generadores de escudos intactos, general —informó Rex mientras Anakin inspeccionaba uno de ellos.

— Nos los llevamos —dijo Anakin, alzando la mirada hacia todos nosotros—. Nos serán útiles para proteger la aldea.

Asentí y ayudamos a los clones a llevar los generadores hacia un transportador en el hangar de la nave. Una vez dentro, tomé asiento rápidamente frente a los controles. Mi marido se apoyó en el pico de mi silla.

— ¿Quieres pilotar tú, ángel? —preguntó Anakin, mirándome con una ceja levantada.

— ¿Acaso dudas de mí, Skywalker? —respondí con un toque de sarcasmo mientras activaba los controles.

— Sí.

Ignoré su comentario y mis manos se movieron con precisión sobre los mandos, encendiendo el motor y levantando el transportador del suelo con un suave zumbido. Las luces de la consola parpadearon, y la nave tembló ligeramente antes de estabilizarse. Aceleré hacia la salida, dejando atrás el interior de la nave separatista. El cielo comenzó a teñirse de tonos naranjas y rosados mientras el sol se levantaba en el horizonte. Bajo la luz del amanecer, dirigí el transportador hacia la aldea lurmen.

Hice descender la lanzadera con cuidado, moviendo los controles con precisión cuando la aldea lurmen se hizo visible bajo nosotros. El suave murmullo del motor y las luces del cielo creaban un momento casi sereno. Cuando el suelo se acercó lo suficiente, reduje la velocidad al mínimo, logrando un descenso aparentemente perfecto.

— Nada mal, ¿verdad? —pregunté, orgullosa, mientras escuchaba algunos suspiros de alivio detrás de mí.

Sin embargo, justo cuando los estabilizadores parecían asentarse, tiré bruscamente de la palanca y la lanzadera cayó el último metro tan estrepitosamente como una piedra, golpeando el suelo con violencia y sobresaltando a todos.

— ¡Helene!

Les sonreí inocentemente, inclinando la cabeza. — Ups.

Bajo sus farfulleos, abrí la compuerta y salí al exterior, seguida por el resto del grupo. Los lurmens se reunieron rápidamente alrededor de nosotros, con ojos llenos de curiosidad y preocupación. La pequeña aldea parecía aún más frágil que antes y Tatooine volvió a mis recuerdos.

Aayla alzó las manos, atrayendo la atención de todos. — ¡Escuchen, por favor! Los separatistas no tardarán en llegar. Necesitan prepararse para lo que viene.

Antes de que pudiera continuar, el líder de la aldea, Tee Watt Kaa, avanzó hacia nosotros con una expresión furiosa y su voz aguda resonó en el aire:

— ¡¿Qué están haciendo aquí?! —gritó, con sus ojos centelleando de frustración—. ¡Les dije que no regresaran!

Su tono me irritó de inmediato y avancé un paso, clavando mi mirada en él:

— Mire, a los separatistas no les interesa si están en la guerra o no, y a nosotros menos. Pero van a venir aquí, y si no hacemos algo, destruirán todo. Así que más le vale cerrar el culo y escucharnos de una vez por todas.

Aayla me lanzó una mirada pero el bicho peludo frunció el ceño y negó con vehemencia, temblando de indignación. — ¡No abandonaremos nuestras casas! Nuestra gente no lucha. No seremos arrastrados a su conflicto.

— Ellos tienen una nueva arma —Ahsoka los observó a todos casi con desesperación—. No solo vendrán por ustedes, sino que quemarán toda la aldea hasta los cimientos. ¿De verdad es eso lo que quieren?

Los murmullos entre los lurmens aumentaron, y pude ver el miedo en sus expresiones. El líder vaciló, mirando a su alrededor mientras intentaba mantener su postura.

— Si nuestro destino es ser destruidos en su guerra… que así sea.

Dicho eso, se dio la vuelta dejando que su pequeño cuerpo desapareciera entre la gente. Me quedé perpleja por un momento, incapaz de creer su terquedad.

— ¿En serio? —murmuré, pero no hubo tiempo para reflexionar.

— ¡Droides aproximándose, señor! —anunció Rex, sobresaltándonos—. Tenemos ocho minutos.

Anakin reaccionó al instante, adquiriendo la autoridad de un auténtico General que siempre encendía algo en mí. — ¡Coloquen los generadores de escudos, ahora!

Dejé mis hormonas a un lado y corrí hacia mi asignación, sintiendo cómo la adrenalina se apoderaba de mi cuerpo. Pulsé los botones del panel de control y observé cómo el generador comenzaba a elevarse lentamente, emitiendo un leve zumbido mientras se activaba. A mi alrededor, Aayla, Ahsoka y Cal usaban la Fuerza para mover algunas de las frágiles casas de los lurmens, asegurándose de despejar el área.

El líder de la aldea reapareció, usando un tono desesperado mientras alzaba las manos hacia ellos. — ¡Por favor, no muevan nuestros hogares! ¡No les pedimos que nos defendieran!

Mi paciencia se agotó.

Me giré hacia él con una mirada que podría haber derretido acero porque dio un chillido ahogado y retrocedió para colocarse detrás de su hijo.

— ¡Nosotros también estamos defendiendo nuestros principios! ¿O acaso espera que los dejemos morir como moscas? —exclamé, harta de sus estupideces —. Si no quiere ayudarnos, al menos no estorbe.

El líder me miró con disgusto y una expresión de reproche, pero no dijo nada más. Simplemente se alejó, dejándome con una sensación de alivio de no haber tenido que "ayudarle" a irse con una patada.

De repente, un estruendo ensordecedor me hizo girarme de golpe. Una luz brillante cruzó el cielo, como una estrella fugaz cargada de ira. Reconocí inmediatamente lo que era: el arma separatista. La bola de fuego descendía directamente hacia la aldea.

— ¡Activen los escudos! —gritó Anakin, y los clones obedecieron sin dudar.

El zumbido de los generadores se intensificó, y en cuestión de segundos, una cúpula de energía azulada se alzó alrededor de la aldea, protegiéndola de la inminente destrucción. La bola de fuego impactó a unos metros de distancia, levantando una ola de llamas y escombros que se estrellaron contra la cúpula.

Todos contuvimos la respiración, observando si el escudo resistiría el embate. Por un momento, las llamas rugieron violentamente, intentando atravesar la barrera, pero la cúpula aguantó, manteniéndose firme.

Frente a mí, el fuego se alzó como una auténtica obra de arte, sus reflejos naranjas y rojos iluminaron mi rostro. No podía apartar la mirada, atrapada por la belleza aterradora de aquella escena. Era un recordatorio brutal de la guerra en la que participábamos, pero también de la delgada línea que nos mantenía con vida.

— Ahora tendrán que ensuciarse las manos y enfrentarnos cara a cara. —La voz de Anakin, justo a mi lado, me sacó de la ensoñación y sacudí la cabeza.

El horizonte comenzó a llenarse de figuras metálicas avanzando en formación. Era como si una marea gris se extendiera hacia nosotros. Cal, a mi lado, señaló con urgencia: — Si llegan al escudo, será demasiado tarde.

Anakin desenfundó su sable y asintió con decisión.

— Salimos ahora.

Con un movimiento coordinado, Aayla, Anakin, Ahsoka, Cal, yo y los clones cruzamos el límite de la cúpula, nuestras armas se encendieron en un coro de zumbidos brillantes. Los droides comenzaron a disparar, y las balas de energía iluminaron el aire. Mi sable se movió en reflejo, desviando cada disparo que se acercaba demasiado mientras avanzaba.

Cuando estuve lo suficientemente cerca, me lancé contra ellos. Mi sable atravesó el torso de un droide, derritiendo sus circuitos internos antes de girar sobre mi eje y destruir a otro con un golpe limpio. Me movía rápido, como si la Fuerza me guiara en una coreografía. Destruí droides con cortes precisos, atravesándolos y dejándolos reducidos a chatarra humeante. Cal permaneció a mi lado, sincronizando sus movimientos con los míos. Mientras él derribaba a dos droides con un giro ágil, yo destrozaba a otros tres con un movimiento horizontal que los partía en mitades perfectas.

Finalmente, me di cuenta de que yo no quedaba ninguno a nuestro alrededor y me permití respirar, descansando mis articulaciones.

— Esto no fue tan difícil! —habló mi padawan, aún jadeando.

Estaba a punto de responderle cuando un nuevo ruido llamó nuestra atención. Otra ola de droides avanzaba desde la distancia, aún más grande que la anterior. Anakin, que había estado liderando el ataque, habló con un tono grave: — Eso fue solo la primera ola.

Sin esperar más, repetimos la misma táctica. Nos lanzamos hacia ellos, blásteres y sables iluminaron el campo de batalla. Pero esta vez, los disparos enemigos eran más intensos, forzándome a esquivar con maniobras más rápidas. Salté sobre un grupo de droides, aterrizando detrás de ellos y destruyéndolos con un solo giro.

En medio del caos, escuché a Anakin gritar:

— ¡Helene! Vuelve a la aldea. Yo me encargo de la nueva arma.

Mi instinto fue gritarle que no, que no lo haría solo, y eso fue exactamente lo que hice.

— ¡Ni lo pienses, Skywalker! —sonreí burlona, recordando viejos tiempos—. No voy a permitir que te lleves el mérito...

Anakin no dijo nada sabiendo que discutir no funcionaría conmigo así que decidí tomar el control de la situación. — ¡Aayla, Ahsoka! Llévense a los clones y protejan la aldea.

Ambas Jedi asintieron, y junto a los soldados, comenzaron a retroceder hacia el escudo. Cal y yo corrimos detrás de Anakin, siguiéndolo hacia lo que fuera esa arma separatista. Avanzamos a través del terreno devastado y a lo lejos, comenzaron a aparecer enormes tanques separatistas, sus siluetas amenazadoras destacaron contra el horizonte. Apenas nos divisaron, los cañones giraron hacia nosotros y comenzaron a disparar.

Las explosiones levantaron tierra y escombros alrededor. Esquivé todos los ataques con agilidad, dejando que la Fuerza guiara mis movimientos. Con un salto, me impulsé hacia uno de los tanques. Aterrizando sobre su superficie metálica, encendí mi sable y lo hundí en la estructura, cortando su blindaje como si fuera papel. El tanque dejó de moverse tras un par de cortes estratégicos, estallando en una explosión que me hizo retroceder un paso.

Un ruido detrás de mí captó mi atención: un droide se dirigía hacia mí, levantando su arma con intención de disparar. Estaba demasiado cerca para reaccionar, pero antes de que pudiera hacer nada, Cal apareció. Con un ágil movimiento, su sable atravesó al droide, destrozándolo en pedazos que cayeron humeantes al suelo.

— Buena esa, calabaza.

Mi mirada se dirigió hacia Anakin, quien ya había aniquilado el arma separatista y se encontraba un poco más adelante. Observé cómo hacía levitar con la Fuerza a un neimoidiano que había intentado escapar del tanque que había estado pilotando. Flotaba indefenso en el aire, sus extremidades agitándose mientras intentaba rendirse de forma patética.

— Ay, ahí se fue mi ascenso… —gimió el separatista, con lamento.

Anakin lo miró con burla, como si considerara si valía la pena interrogarlo o simplemente dejarlo caer.

Habíamos logrado enfrentarnos al peor de los ataques separatistas y aún seguíamos de pie. Observando el campo de batalla, con los tanques reducidos a escombros y los pocos droides restantes intentando huir, me di cuenta de que finalmente había llegado el momento de dejar este planeta atrás.

— Esto se acabó —dije, aunque mi voz sonó más a una esperanza que a una afirmación.

Anakin giró hacia nosotros, dejando caer al neimoidiano al suelo con un gesto. Su mirada estaba fija en el horizonte, pero en sus ojos había un destello de cansancio. Cal me dio un leve empujón en el brazo.

— Entonces vámonos antes de que cambie de opinión.

No podía estar más de acuerdo.

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