ʜᴜɢ ᴛʜᴇ ᴘᴀsᴛ
ʜᴜɢ ᴛʜᴇ ᴘᴀsᴛ
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El día ya había comenzado a despuntar, aunque la luz del sol apenas atravesaba las espesas nubes y la vegetación del planeta. El suave resplandor iluminaba tenuemente el campamento, pero yo apenas lo notaba. Mi mundo se reducía al hombre que tenía frente a mí.
Estaba sentada junto a Anakin, mi mano acariciaba lentamente su cabello desordenado, sucio tras el caos de los últimos días. Aunque su piel aún estaba pálida y su respiración débil, había momentos en los que parecía responder a mi tacto.
Su cabeza se movía ligeramente hacia mi mano, buscando un consuelo que apenas podía ofrecerle. De vez en cuando, murmuraba algo, palabras apenas audibles que quedaban atrapadas entre el sueño y la consciencia. Pero una de ellas me alcanzó con claridad.
«Ángel…»
Mi corazón se encogía al oírlo. Aún podía recordar a aquel niño perdido en el templo que me miraba como si en algún momento sacaría unas enormes alas y me pondría a volar sobre su cabeza. Mis dedos continuaron acariciándolo mientras mi mente viajaba a escenarios que prefería no imaginar.
¿Qué habría sido de mí si hubiera muerto en la nave?
Esa pregunta había estado rondándome desde que lo había encontrado inconsciente, desde que había sentido cómo su vida pendía de un hilo. Pensar en un futuro sin Anakin era como que a Windu le creciera pelo en la cabeza: imposible. Él era mi equilibrio, mi fuerza, y, a pesar de nuestras diferencias, mi razón para seguir adelante.
En ese instante, una advertencia en la Fuerza me rodeó como un viento helado, levantándome de mi ensueño. Afuera, el bosque parecía más quieto de lo normal, y la tranquilidad me pareció casi sofocante.
Dejé a Anakin con cuidado, asegurándome de que las mantas lo cubrieran bien antes de salir rápidamente de la tienda. Mi mirada buscó a Cal y a Rex, quienes estaban de pie cerca del perímetro del campamento, atentos.
— Están cerca —les avisé, dirigiéndome al frente del campamento.
Ambos reaccionaron de inmediato. Rex alzó su bláster y empezó a moverse estratégicamente para cubrir posibles flancos y Cal encendió su sable de luz.
No tardé en activar el mío, con el zumbido familiar llenando el aire mientras mis ojos se fijaban en las sombras que comenzaban a moverse entre los árboles. Tres figuras emergieron poco a poco, con movimientos sigilosos, pero claramente depredadores. Sus ojos brillaron con malicia, y sus picos afilados reflejaron la luz de la mañana como cuchillas. Eran iguales a la criatura que habíamos enfrentado la noche anterior, pero esta vez eran tres.
— Manténganse juntos —ordené, avanzando un paso para ponerme entre ellos y la tienda de campaña—. Que no lleguen al General Skywalker.
Las criaturas avanzaron lentamente, sus patas rozando la tierra con un ruido seco y rítmico que hacía que mi pulso se acelerara. Eran más grandes de lo que recordaba, y la Fuerza se agitó a mi alrededor, avisándome.
Cal se posicionó a mi izquierda mientras Rex se movía a mi derecha, con su bláster apuntando al blanco más cercano. Las criaturas dejaron escapar un chillido agudo que rasgó el aire, y luego se lanzaron hacia nosotros con una velocidad aterradora.
Apenas tuve tiempo de esquivar el ataque del ave más cercana de garras afiladas y un pico que parecía hecho para atravesar armaduras. La Fuerza fluyó en mí, guiando cada movimiento mientras me deslizaba hacia un lado, evitando un golpe que habría perforado mi costado.
Empuñé mi sable hacia arriba y contrarresté con un golpe rápido hacia sus patas delanteras, obligándola a retroceder. El ave soltó un chillido y cargó de nuevo, agitando sus alas con violencia para intentar desestabilizarme. Esta vez me agaché, dejando que sus garras cortaran el aire vacío, y salté hacia atrás con una voltereta que me dio el espacio necesario para planear mi siguiente movimiento.
— ¿Será que hoy se cena caldo de pollo? —sonreí, viendo como sus ojos brillaban aún más. Tal vez me había entendido.
El ave graznó indignada en mi dirección y atacó otra vez, pero fui más rápida. Giré sobre mí misma, desviando su pico con el filo de mi sable y aprovechando el impulso para cortar una de sus alas. La criatura cayó al suelo, su equilibrio roto, y la rematé con un golpe limpio antes de que pudiera recuperarse. Su cuerpo cayó pesadamente al suelo, inmóvil.
Giré rápidamente hacia mi padawan para echarle una mano, pero me detuve al ver cómo Cal acababa con su bestia en un rápido y tajante giro de su sable, la criatura se desplomó frente a él. Su rostro estaba cubierto de sudor, pero tenía una expresión de triunfo que me recordó lo mucho que había crecido desde que lo entrenaba.
—Buena esa, calabaza —le guiñé el ojo, apenas un segundo antes de que un disparo de bláster me hiciera girar hacia Rex.
El clon estaba en problemas. La última criatura lo tenía acorralado, y aunque sus disparos eran precisos, la agilidad del ave superaba por poco su puntería. Justo cuando Cal y yo estábamos a punto de correr en su ayuda, una pequeña figura familiar apareció en la distancia, Ahsoka corría hacia nosotros con el sable encendido y un grupo de clones detrás.
— ¡Maestra!
Antes de que pudieran reaccionar, algo pequeño y peludo pasó velozmente entre mis piernas haciéndome tambalear. — ¡Wow! ¡¿Qué demonios…?!
Una criatura ágil y diminuta se abalanzó sobre el ave con una cuerda en las manos. En un abrir y cerrar de ojos, lanzó la cuerda alrededor del torso de la bestia apretando con fuerza para inmovilizarla.
— Oye, ¿de dónde demonios ha salido ese bicho? —cuestioné, desconcertada.
Cal encendió su sable, preparado para acabar con el ave, pero el pequeño ser levantó una mano, deteniéndolo con un gesto rápido. — ¡Alto!
Mi padawan se quedó quieto con aire desconcertado. Sin perder tiempo, el chiquitín peludo hizo una voltereta hacia atrás, y usó su peso para tirar de la cuerda, controlando así a la criatura.
Comprendí su intención al instante. Mi padawan dudó sólo un segundo antes de unirse a esa cosa escurridiza y con un tirón sincronizado, ambos lograron desestabilizar al ave, haciéndola tambalearse. Ahsoka se unió a ellos y entre los tres tiraron de la cuerda con todas sus fuerzas.
Finalmente, el ave cayó al suelo con un estruendo, agitando sus alas con desesperación. Con movimientos rápidos, los tres ataron sus patas con la cuerda, inmovilizándola completamente.
La criatura dejó escapar un último chillido antes de rendirse, su cuerpo tensándose y luego relajándose al darse cuenta de que no podía escapar.
Todos nos quedamos en silencio por un momento, respirando con dificultad mientras evaluábamos la situación. El bicho, aún sujetando la cuerda, se giró hacia nosotros con una expresión seria, su pecho subiendo y bajando por el esfuerzo.
— Eso fue muy … —habló Rex, acercándose con el ceño fruncido—, ¿cómo lo dicen? ¿Rancom?
— Random —le corregí, apagando mi sable y mirando al pequeño ser con atención. —¿Quién eres tú?
Pero él simplemente se limitó a observarme, como si no entendiera mi pregunta o no tuviera intención de responder.
Antes de volver a exigir que se identificara, un escalofrío me recorrió la espalda, una presencia débil pero inconfundible que me hizo girarme de inmediato. Allí estaba él, tambaleándose, con el rostro pálido y contraído en dolor, pero sus ojos buscaban los míos como un faro en la tormenta.
— Ángel —murmuró Anakin, intentando extender una mano temblorosa hacia mí.
— ¡Anakin!
Corrí hacia él a la vez que sus piernas cedían y se desplomaba al suelo. Rex llegó a mi lado al mismo tiempo, ayudándome a levantarlo. A pesar de su fuerza, Anakin parecía casi una pluma una pluma, un peso que no correspondía con el hombre al que estaba acostumbrada.
— Aguante, General —pidió Rex.
— ¡Maestro! —la voz angustiada de Ahsoka llegó como un grito, y pronto estuvo junto a nosotros.
Lo acomodé rápidamente en mi regazo, con el corazón latiendo desbocado mientras colocaba una mano sobre su mejilla. Sus ojos azules se encontraron con los míos, y a pesar de su estado, una diminuta sonrisa curvó sus labios.
— Por fin… puedo verte bien —susurró, con una voz tan débil que apenas lo oí.
Mi garganta se cerró, y sentí cómo mi corazón se derretía ante sus palabras. Toqué su frente, apartando un mechón de cabello empapado de sudor.
«Si esta es tu manera de pedir perdón por arriesgar tu vida, no funcionará. Dormirás en el sofá» le envié mentalmente.
La sonrisa de Anakin se estiró un poco más y contuve las enormes ganas de lanzarme a un beso. Claro que lo haría dormir en el sofá del apartamento sabiendo que ni una hora habría pasado antes de que yo me encontrara durmiendo sobre él, como siempre que terminábamos discutiendo.
— Maestra Helene —Ahsoka interrumpió mis pensamientos, y al mirar hacia ella, vi al pequeño bicho acercándose con cautela bajo mi mirada escudriñadora—. Este es Wag Too —presentó al peludo ser que nos había ayudado—. Es un lurmen sanador. Puede ayudar a mi maestro.
El lurmen dio un par de pasos más cerca, con las orejas moviéndose ligeramente hacia atrás. — Curaré todas sus heridas.
Mis ojos se estrecharon mientras lo evaluaba. No tenía muchas opciones, pero la idea de dejar que alguien que no conocía tocara a Anakin me inquietaba más de lo que me gustaría.
— ¿Qué tan seguro estás de que puedes hacerlo? —pregunté, mi tono cortante.
Wag Too alzó la cabeza, mirándome directamente.
— Confiad en mí. Cuando termine, estará como nuevo.
Mi mirada regresó a Anakin, que seguía mirándome con ese brillo en su expresión, como si creyera que todo estaría bien sólo porque yo estaba allí.
— Está bien —mi voz fue un murmullo inseguro pero el lurmen asintió y comenzó a tomar sus cosas para salir del campamento.
Los clones, con cuidado, levantaron a Anakin de mi regazo y lo colocaron en una camilla improvisada hecha con ramas y tela. Su respiración era irregular, pero al menos se mantenía consciente. Mi primer instinto fue permanecer a su lado, pero el rostro angustiado de su padawan me detuvo.
Por un momento, dudé. Quería estar cerca de Anakin, asegurarme de que estuviera bien, pero sabía Ahsoka también lo necesitaba. Finalmente, decidí apartarme disimuladamente para permitir que se tranquilizara. La pobre niña pensó que iba a quedarse huérfana sin haber heredado nada siquiera.
Me quedé atrás con Cal, observando cómo el grupo avanzaba ligeramente delante de nosotros.
— Casi lo pierdo —hablé, manteniendo mi mirada fija en la figura de Anakin siendo llevado como un rey herido—. La Fuerza jugó en nuestra contra y casi lo puerdo. Sin embargo, aún sigue aquí… ¿Por qué?
— ¿Y no se te habría ocurrido pensar que es el protagonista porqué, literalmente… todo gira en torno a él?
Lo miré de reojo, notando obviedad en su expresión.
— Tal vez —respondí, con una mueca—. Pero la Fuerza no debería actuar de esa manera, es como si nos empujara de un acantilado pero nos diera la mano justo antes de caer. ¿Qué sentido tiene eso?
Mi padawan no respondió y yo dudaba que hubiera alguna respuesta para eso. Seguimos caminando, el silencio roto sólo por el sonido de nuestras botas contra el suelo y el murmullo de los clones al frente. Finalmente, llegamos a la aldea de Wag Too, un conjunto de chozas rodeadas de vegetación, con pequeños bichos moviéndose de un lado a otro.
Aayla apareció corriendo hacia nosotros, dejando atrás a varios de los peludos habitantes.
— ¡Rápido, tráiganlo aquí! —exclamó, señalando un espacio despejado donde los clones bajaron la camilla con cuidado.
Antes de que pudiera acercarme, un grupo de lurmens rodeó a Anakin, agachándose junto a él y elevando sus pequeñas figuras sobre su cuerpo. Mordí el interior de mi mejilla cuando vi a Anakin abrir ligeramente los ojos, parpadeando aturdido al notar todas las pequeñas cabezas peludas sobre él.
— ¿Helene…? —murmuró con voz ronca, mirando confuso a las criaturas.
No pude evitar reírme suavemente al verlo. Pero mi pequeña alegría se esfumó en cuanto escuché los pasos de Aayla acercándose a mí y colocando una mano en mi hombro. — Helene, acompáñame. Necesitas descansar.
— No puedo, necesito supervisar al General Skywalker —respondí automáticamente.
Aayla gruñó.
— Shield, tienes un aspecto de mierda Deja que los sanadores hagan su trabajo y no estorbes.
La mirada firme de Aayla dejó en claro que no iba a ceder, y finalmente suspiré, asintiendo con resignación. Sabía que tenía razón y no lo decía con mala intención, por lo que me dejé arrastrar por la twi'lek hasta los dioses sabrán dónde.
Juntas, subimos una pequeña colina en la que podía ver toda la aldea. Desde allí, observé cómo llevaban a Anakin a una de las chozas, desapareciendo detrás de las cortinas de tela. El corazón me dolía por no estar a su lado, pero seguramente mi presencia lo pondría más nervioso y no dejaría a sus médicos trabajar tranquilamente en él.
— Confía en ellos y relájate. Estos lurmens tienen habilidades que ni siquiera nosotros comprendemos del todo —habló mi amiga, recostándose en el pasto.
Me crucé de brazos, mirando hacia la choza con una mezcla de ansiedad y esperanza creciendo en mi interior.
— La última vez que confié en una tribu desconocida, nos retuvieron durante horas y recibí descargas eléctricas hasta en la vagina, Aayla. No me pidas que me relaje.
Escuché como soltaba una risita nasal, probablemente al tanto de nuestra tonta misión cayendo en manos de los piratas por una borrachera. Me pregunté que sería de Dooku ahora, el descanso en mi apartamento había logrado que me olvidara de ciertos detalles insignificantes (un Lord Sith) en la guerra, pero para sorpresa de Anakin y la mía, no habíamos sido informados de ningún movimiento por su parte en los últimos días.
— Ahora escúpelo, Shield —Aayla finalmente ablandó las facciones de su rostro endurecido y me lanzó una mirada llena de complicidad—. ¿Qué pasa con Skywalker?
—¿Qué pasa con Skywalker? —repetí, fingiendo inocencia mientras desviaba la vista hacia el horizonte.
Ella soltó un resoplido y yo mordí mi labio inferior, sabiendo perfectamente que no podía engañarla. Mi falta de discreción durante la misión había sido evidente; solo habría faltado que rompiera a llorar como una niña cuando transportábamos a Anakin a la nave mientras él estaba inconsciente. Por supuesto que mi mejor amiga lo notaría.
— No te veía tan preocupada por alguien desde aquella vez que Cal se tragó una babosa pensando que era gelatina —señaló, ladeando la cabeza con una sonrisa traviesa—. Y eso ya es decir mucho. Además, años atrás huías de Anakin más de lo que habías huido de Windu en toda tu vida. ¿Qué ha cambiado?
— Somos amigos, eso es todo —respondí, encogiéndome de hombros mientras jugueteaba con la hierba que crecía bajo mis manos.
Aayla alzó una ceja, claramente poco convencida, pero para mi alivio no insistió. En cambio, desvió la mirada hacia el tranquilo panorama de la aldea, donde los lurmens continuaban con su vida cotidiana, moviéndose con serenidad entre las chozas.
El viento meció suavemente mi cabello y me apoyé en los codos, dejando que mis ojos se posaran de nuevo en la choza donde Anakin estaba siendo atendido. La carga de no ser completamente honesta con Aayla me incomodaba, especialmente con alguien que conocía desde los tres años. Pero la verdad era que no sabía cómo reaccionaría si le contaba lo que realmente había detrás de esa "amistad". No era la misma clase de amistad que Kit y ella tenían…
O quizá sí, pensé recordando aquella noche en el club.
Sacudí la cabeza e intenté cambiar de tema: — Oye, ¿qué hay de Kit? ¿Se sabe algo de él?
Aayla esbozó una pequeña sonrisa, y aunque su mirada se llenó de nostalgia, negó con la cabeza.
—No tengo idea de dónde estará ahora, pero... —mordió su labio inferior y el tono de su voz se volvió juguetón— parece ser que enfrentó al General Grievous y le pateó el trasero.
Abrí los ojos como planetas. —¿Qué? ¿A Grievous?
Las puntas de los tentáculos de Aayla se torcieron y asintió, divertida. —Eso dicen los rumores. Aunque, conociéndolo, probablemente le añadió algo de dramatismo.
— ¿Como cuando dijo que había "domesticado" a cuatro rancors en Felucia? —pregunté, riendo mientras recordaba esa vieja y absurda historia.
— Exacto —se rió Aayla, relajándose un poco más—. La diferencia es que esta vez tiene testigos.
Ambas nos echamos a reír, y por un momento, la tensión que había estado acumulándose en mi pecho pareció disiparse. Un silencio cómodo se asentó entre nosotras tras la risa compartida. Mi mente, sin quererlo, comenzó a divagar hacia recuerdos de tiempos más sencillos. Cuando éramos jóvenes, mis amigos y yo habíamos compartido momentos que ahora parecían pertenecer a otra vida.
Me vi de nuevo corriendo por los pasillos del Templo Jedi, riendo mientras Kit trataba de esconderse de un castigo que claramente merecía. Aayla y yo lo seguíamos, más por diversión que por cualquier deseo de ayudarlo. La Maestra Ti nos encontraba inevitablemente, con su mirada severa pero siempre teñida de paciencia, y nos recordaba que el entrenamiento Jedi no incluía trepar estatuas.
Recordé también las noches que pasábamos practicando nuestras habilidades bajo su atenta supervisión, la sensación de seguridad que brindaba su presencia. No había responsabilidades mayores, no había guerra... no había dolor.
Ahora, esa vida se sentía tan lejana. Las risas despreocupadas habían sido reemplazadas por tácticas de batalla, y la idea de ganar la guerra para devolver la paz a la galaxia era tanto un objetivo como una carga constante. Sin embargo, algo dentro de mí tiraba hacia atrás, hacia esos días de inocencia y camaradería.
Y lo más extraño de todo era pensar en lo insignificante que me parecía entonces un nombre como Anakin Skywalker.
Sacudí la cabeza, apartando los pensamientos nostálgicos antes de que me arrastraran más lejos. No podía permitirme ese lujo, no ahora.
Aayla se levantó de repente, estirando sus brazos hacia el cielo.
— Dioses, tengo tanta hambre que creí que la cabeza de Cal era un pastel de zanahora —achinó los ojos en su dirección—. Espera, si está comiendo un pastel… —guardó silencio unos segundos hasra que soltó un jadeo—. ¡Shiel! ¡Tu padawan se está comiendo mi maldito almuerzo!
Volví a reírme sin poder evitarlo y ella gruñó antes de empezar a bajar la colina a grandes zancadas, pero segundos después se detuvo y me miró. Sus rasgos se suavizaron y noté una pequeña calidez cruzar el brillo en sus ojos que hizo que mi corazón se calentara cuando empezó a hablar:
— Oye, sé que todo esto puede parecer demasiado pero lo estás haciendo bien, todos lo estamos —me sonrió levemente—. Anakin es fuerte, y tú también. ¿De afuerdo?
Su confianza se sintió como un bálsamo en mi alma, y sin pensarlo dos veces, me incliné hacia ella y la abracé con fuerza.
— Gracias.
Ella respondió al gesto con fuerza, como si supiera exactamente cuánto lo necesitaba. Nos separamos y con el corazón un poco más ligero, empezamos a descender hacia la aldea, dejando atrás la melancolía y abrazando, al menos por ahora, el simple alivio de compartir un momento con alguien del pasado.
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La tenue luz del sol se colaba entre las rendijas de la choza, creando patrones irregulares sobre la piel de Anakin, que descansaba, aún algo pálido, en un improvisado lecho.
Mi mano, cubierta con el fresco gel de bacta, se movió con suavidad sobre las marcas rojizas y moradas que cruzaban su torso desnudo. Mis dedos siguieron el contorno de sus músculos, delineando con cuidado cada línea, no tanto por miedo a lastimarlo, sino porque… disfrutaba hacerlo. Disfrutaba de la textura cálida de su piel bajo mis dedos, del sutil estremecimiento que recorría su cuerpo cuando pasaba sobre alguna zona más sensible.
Pero, sobre todo, disfrutaba de su mirada fija en mí, sin apartarla ni por un segundo, como si el dolor que lo había dejado postrado hubiera desaparecido y todo lo que quedara fuera una fuerza insondable que me ataba a él.
— Siento que me estás mimando más de lo necesario, ángel —murmuró con voz grave, sus labios se curvaron en una media sonrisa que logró que mi pulso se acelerara.
— No seas tan arrogante, Skywalker. —Intenté sonar despreocupada, pero mi voz salió más suave de lo que pretendía. Bajé la mirada, centrándome en extender el gel con movimientos metódicos, aunque la intensidad de su atención hacía que me costara concentrarme.
— No puedo evitarlo —replicó, y aunque no lo estaba mirando, podía imaginar la expresión juguetona en el rostro de mi marida—. Es difícil no sentirse especial cuando estoy siendo cuidado así de bien, Maestra Skywalker.
Mi mano se detuvo un momento, y cuando levanté la vista, me encontré con sus ojos, más oscuros de lo que esperaba. Tragué saliva, intentando mantener la compostura, pero el aire parecía haberse vuelto más denso entre nosotros.
— Si no quieres que me esfuerce tanto, podrías empezar por no hacerte el héroe y dejar que una bola de fuego te queme —repliqué, aunque mi tono carecía de la firmeza habitua y me maldije por ello.
Él soltó una suave risa, esa risa que siempre me debilitaba. Antes de que pudiera responder, deslizó una mano hacia la mía, deteniendo mi movimiento. Sentí su tacto firme, pero sorprendentemente cuidadoso, mientras me guiaba a trazar una línea invisible sobre su torso.
— Ángel… —susurró mi nombre con tanta devoción y anhelo que hizo que el aire se atorara en mi garganta.
Antes de que pudiera procesarlo, su otra mano tomó la mía y con un movimiento ágil, me atrajo hacia él. Dejé escapar un leve jadeo cuando Anakin me colocó sobre su regazo, mis muslos descansando a cada lado de los suyos. La proximidad era abrumadora; podía sentir el calor de su cuerpo contra el mío, sus grandes manos deslizarse lentamente desde mis caderas hacia mi espalda.
— Ani, no… —musité, aunque mi voz tembló bajo el deseo que sentía ardiendo en mi interior.
— No sabes cuánto te he echado de menos… —sus palabras fueron un murmullo bajo, cargado de emociones. Sus dedos empezaron a trazar senderos de fuego a través de mi ropa, y mi cuerpo respondió a su toque con una intensidad que casi me asustaba.
Me inclinó hacia él, nuestras respiraciones se mezclaron, y su mirada bajó a mis labios, como si el resto del mundo hubiera dejado de existir. Cerré los ojos, preparándome para sentir su boca sobre la mía... hasta que un grito rompió el momento.
— ¡Maestra Shield! ¡General Skywalker! —La voz urgente del Comandante Bly resonó fuera de la choza.
Ambos nos quedamos congelados y el ambiente entre nosotros se desvaneció en un segundo. Me aparté de él rápidamente, aunque el rubor en mi rostro traicionaba lo que acababa de ocurrir. Anakin, por su parte, soltó un suspiro frustrado antes de inclinar la cabeza hacia un lado, claramente molesto por la interrupción.
— Esto no ha terminado —aseguró en voz baja, su tono prometiendo mucho más de lo que me atrevía a pensar en ese momento.
Me levanté rápidamente, intentando recuperar la compostura mientras mi marido se ponía la camisa y cuando estuvo listo, nos apresuramos a salir encontrando a nuestro grupo reunido, mirando algo en el cielo. Aayla nos echó un rápido vistazo y a juzgar por el brillo de comprensión en sus ojos supe que yo misma nos había delatado. Afortunadamente, guardó silencio.
— Comandante, ¿qué sucede?
— Tenemos una nave separatista acercándose —respondió el clon, sacando un ruidito del bicho peludo a los pies de Ahsoka.
— Esto es un espacio neutal —refutó Wag Too.
Nos giramos todos hacia la entrada de la cápsula improvisada que habíamos utilizado como refugio. Allí, un grupo de lurmens, encabezados por su anciano líder, nos observaba con miradas tensas. Fuera, en el cielo, una nave separatista comenzaba su aterrizaje, el rugido de los motores llenando el aire con una ominosa vibración.
El líder de la aldea, con su pelaje grisáceo y su bastón de madera, frunció el ceño y señaló hacia nosotros. —¿Qué amenaza habéis traído ahora a nuestra aldea, Jedis?
Si tan solo me pagarán por cada vez que escucho algo similar en nuestras misiones…
— ¡Padre, no puedes culparlos!
—Tiene razón —intervino Ahsoka, adelantándose con firmeza—. Los separatistas ni siquiera saben que estamos aquí.
—Y no pueden saberlo —agregó Aayla, con un tono alarmado mientras sus ojos analizaban el panorama—. Tenemos que escondernos antes de que sea demasiado tarde.
El líder lurmen golpeó el suelo con su bastón, cortando cualquier protesta.
—Vuestra presencia aquí ya pone en peligro a mi pueblo. No necesitamos vuestra protección ni vuestro conflicto.
Aunque entrenar a Cal me había enseñado la importancia de la paciencia durante estos años, en ese momento sentí un impulso casi irresistible de golpear a ese pequeño y testarudo bicho peludo. No era justo que nos culpara por algo que tampoco deseábamos: nadie aquí quería a los separatistas.
— Pero necesitarán nuestra ayuda —insistió Cal, cargado de convicción mientras miraba directamente al anciano—. No pueden luchar contra ellos solos.
— No lucharemos contra ellos en absoluto.
— Entonces tu pueblo morirá —solté, sin titubear. Las miradas de reproche del grupo cayeron sobre mí, pero no me importó. La situación era demasiado absurda como para quedarme callada—. No por nosotros, sino por ellos. Son la mayor amenaza de la galaxia actualmente.
El anciano me sostuvo la mirada antes de responder con una negligencia que me crispó aún más. — Preferiríamos morir antes que matar a otros.
Genial, pensé con ironía. Hippies de la paz. Son como una versión diminuta, peluda e infinitamente más molesta de los Jedis.
Ahsoka alzó las manos, incrédula. —¿Te vas a rendir? ¿Pero cómo puedes…?
— Ahsoka, detente —la voz firme de Anakin, resonó detrás de nosotras, y nos giramos para verlo intentando enderezarse—. Si los lurmen quieren permanecer neutrales, no los obligaremos a entrar en guerra.
El líder lurmen asintió una vez, la mirada que nos dirigió fue fría y distante antes de girarse hacia su pueblo. — Encargaos de que se vayan. Yo hablaré con nuestros nuevos visitantes.
Mientras lo veía alejarse, murmurando algo en su lengua natal, mi paciencia terminó de agotarse. Rodé los ojos y dejé escapar un suspiro mientras comenzaba a recoger mi mochila de provisiones. Los lurmens, moviéndose apresuradamente, ya estaban empacando nuestra pertenencias, listos para evacuarnos, o más bien echarno.
— Tranquilícese, señor. Lo ayudaremos —escuché decir al Comandante Bly, y contemplé como junto con Rex, ayudaban a Anakin a mantenerse de pie.
Alcé la mirada hacia ellos, parpadeando perpleja. ¿Había estado a punto de follarme hacía unos minutos atrás y ahora no podía ni ponerse en pie?
—No tenemos mucho tiempo —habló Aayla, acercándose a mí y colocando una mano en mi hombro. Dejé de prestarle atención a la víctima de mi marido enseguida—. Si queremos protegerlos, debemos actuar rápido.
Asentí y seguimos a Wag Too en silencio mientras nos guiaba fuera de la cápsula. El sonido de las pisadas metálicas de los droides separatistas resonaba cada vez más cerca, acompañado del crujido de las estructuras de la aldea que caían bajo su ataque. Cuando cruzamos el umbral hacia el exterior, el panorama fue desgarrador. Las casas de los lurmens, construidas con tanta dedicación y simplicidad, estaban siendo saqueadas sin piedad.
Wag Too se detuvo en seco y levantó las manos hacia su rostro, claramente angustiado.
— ¿Por qué están destrozando nuestras casas? —preguntó con una voz que temblaba por la conmoción—. No les hemos hecho nada.
— Esos droides han sido programados desde su creación para ser violentos y destructivos —le expliqué, aunque mis palabras se sintieron vacías al ver el dolor reflejado en su rostro.
Miré hacia el desastre frente a nosotros, el humo elevándose hacia el cielo, el eco de explosiones más allá de las chozas. Nada de lo que pudiera decir aliviaría lo que estaba presenciando.
— ¿No podemos hacer nada? —Ahsoka rompió el silencio, girándose con frustración hacian osotros.
— No, Ahsoka —negó Aayla, para evitar que nuestra presencia fuera detectada—. Si intentamos enfrentarnos a los separatistas ahora, lo único que conseguiremos es que todos los lurmens sean masacrados.
Ahsoka apretó los labios, claramente en desacuerdo, pero no replicó. La tensión en el aire era tan densa que resultaba difícil siquiera respirar.
— Estaremos bien una vez lleguemos a la hierba alta —añadió, señalando un campo cercano cuyas extensas hojas verdes se mecían con el viento, lo suficientemente altas como para ofrecernos cobertura.
Asentí, apretando la correa de mi mochila mientras observaba a Wag Too, que apenas podía contener sus emociones. La compasión luchaba contra mi instinto de mantenernos ocultos, pero sabía que no había lugar para errores.
Anakin, apoyado en Rex y Bly, gruñó ligeramente al caminar, su herida aún causando molestias. No obstante, su expresión permanecía severa, sus ojos fijos en el campo, evaluando posibles rutas y amenazas.
— Vamos —dijo él finalmente, con un tono bajo pero decidido—. Si los droides no saben que estamos aquí, tenemos una oportunidad.
Con cuidado, nos adentramos en la hierba alta, sus hojas rozando nuestras piernas y cubriéndonos de la vista de los invasores. A pesar del refugio que nos ofrecía, el sonido de los droides destruyendo la aldea y los gritos ocasionales de los lurmens resonaban en el aire como una oscura advertencia en la Fuerza hacia nosotros
Y a cada paso que daba lejos del desastre, solo podía pensar en lo mucho que extrañaba el pasado.
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