ʜᴏɴᴏʀᴀʙʟᴇ ᴊᴇᴅɪ
ʜᴏɴᴏʀᴀʙʟᴇ ᴊᴇᴅɪ
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— ¿No creen que deberíamos escapar primero y comer después?
Decidí ignorar el comentario de Anakin mientras observaba a Dooku extender el brazo hacia la mesa de aperitivos que estaba detrás de nuestra celda. Con un gesto de la Fuerza, movió un plato lleno de frutas, haciendo que un cuchillo flotara junto a él y comenzara a acercarse a nosotros. Al parecer, al Lord Sith se le había ocurrido una ingeniosa idea de sacarnos de la maldita celda.
— Controlen la insolencia del chico, necesito concentrarme —masculló Dooku, logrando derribar el plato de frutas en el suelo mientras mantenía el cuchillo suspendido en el aire.
— Anakin —lo llamé.
— ¿Qué?
— Controla tu insolencia, el conde se está concentrando
Mi esposo sonrió con diversión pero obedeció, y con un último esfuerzo, Dooku logró insertar la hoja del cuchillo en una cerradura automática que abrió de inmediato las puertas de nuestra celda. Solté un suspiro de alivio mientras los cuatro salíamos, aún atados entre nosotros, y comenzamos a escabullirnos por los pasillos. Nos movimos sigilosamente por el edificio, agachados y en completo silencio.
Podía sentir la cercanía de mi marido al instante, su cuerpo rozando el mío, y agradecí que tanto Obi-Wan como el Sith estuvieran dándonos la espalda, o de lo contrario, habrían notado el rubor que subía por mis mejillas. ¿Por qué su olor varonil era tan hipnótico, mientras que yo olía como a pis de perro?
— Alguien sabe hacia dónde vamos, ¿verdad?
— Silencio, Anakin —le reprendió Obi-Wan antes de dirigirse a Dooku—. Sabes hacia dónde vamos, ¿verdad?
— Silencio —gruñó el Sith, justo en ese momento se encontró cara a cara con un guardia weequay, al que rápidamente pateó, dejándolo inconsciente. Luego nos miró con seriedad—. Me trajeron por aquí cuando fui capturado, y estaba abierto.
Observé al weequay en el suelo y noté una forma metálica que sobresalía de su cinturón. Me agaché junto a él y la tomé, sonriendo al darme cuenta de lo que era:
— Encontré la llave —Me levanté con cuidado y Dooku miró atentamente las puertas delante de nosotros.
— Ese camino conduce al hangar.
Mordí mi labio, insertando con cuidado el pequeño artilugio en la cerradura y escuchamos el pitido de apertura.
— Funciona —tarareé, alegremente.
Obi-Wan frunció el ceño, preocupado—. ¿Pero realmente es seguro?
Dooku empezó a responder, con un tono de confianza—. Claro que es segu...
No pudo terminar su frase cuando las puertas se abrieron de repente, revelando un grupo de weequays armados que apareció ante nosotros, sus blásters apuntando directamente a nuestros rostros. La alegría de nuestro pequeño triunfo se desvaneció al instante.
— Totalmente seguro.
El sonido de pasos apresurados resonó en el pasillo detrás nuestra. Me giré, y mi corazón se aceleró al ver a más weequays acercándose rápidamente, sus rostros retorcidos en expresiones de enojo. Las armas brillaron amenazadoramente bajo la tenue luz del pasillo, y curiosamente, lo que más me frustró fue la presencia de la pequeña criatura que había estado jugueteando con nuestros sables de luz anteriormente.
— ¡No den un paso más, Jedis!
Con un suspiro resignado, dejé caer los hombros y me di por vencida. La lucha constante por escapar parecía un juego absurdo, un ciclo interminable de intentos fallidos. Era como si el guión se deleitara en nuestro fracaso. Los weequays nos rodearon rápidamente, con sus armas listas, y no tardaron en atraparnos de nuevo.
Nos condujeron a una celda, y pronto nos encontraron de regreso en la misma prisión donde antes habíamos sido capturados. Esta vez, sin embargo, nuestras ataduras eran aún más restrictivas. Nos aseguraron de tal manera que quedamos de espaldas unos a otros, con mi cuerpo acurrucado entre Anakin y Dooku.
Sentí la presión de sus cuerpos a cada lado, y de repente, la enorme estatura de ambos me hizo sentir pequeña, como aquella diminuta criatura que había estado jugando con nuestros sables. Ambos parecían montañas a mis costados.
— Era de esperarse —comentó Anakin con frustración—. ¿En qué estábamos pensando al hacerle caso a un Sith?
El weequay líder se movió en círculos a nuestro alrededor. Con las manos entrelazadas detrás de la espalda, soltó un profundo suspiro que sonó más como un lamento que una queja:
— Ah, qué decepción —dijo, negando con la cabeza mientras sus ojos brillaban con una mezcla de diversión y desdén—. No quiero matarlos… De hecho, parecen personas decentes —agregó, mostrando una sonrisa que revelaba sus dientes torcidos, como si disfrutara de la ironía de la situación. Su mirada se posó brevemente en Dooku—. Incluso usted, Conde. Pero, como bien saben, los negocios son negocios. Y cuando reciba mi dinero, seremos tan amigos como siempre —se rió, largando una carcajada seca que resonó en la fría habitación mientras retrocedía—. Es muy simple. Intenten no complicar las cosas escapando de nuevo…
Se alejó, seguido por sus guardias, y la puerta de la celda se cerró con un silbido, dejándonos atrapados una vez más en este lugar de ensueño.
Estábamos aquí, atrapados y listos para entrar en negociaciones con estos piratas. Después de todo, ¿quiénes eran ellos, si no unos pobres desgraciados tratando de llegar a fin de mes y alimentar a sus bendiciones? Pero eso no significaba que tuviéramos que aceptar sus términos a pie juntillas. Al fin y al cabo, estaban a punto de recibir un buen rescate de la República, así que tal vez no necesitaran nuestra recompensa adicional… o al menos eso esperaba.
La venganza no formaba parte del estilo Jedi, y aun así, no podía evitar preguntarme si podríamos confiar en que no nos vendiera a los separatistas. Aparentemente, le importaban más sus ganancias que cualquier tipo de moralidad. Así que, si lográramos escabullirnos y ofrecerles algún tipo de pago, quizás, solo quizás, nos liberarían.
— Deberíamos salir de aquí antes de que la República traiga el rescate —sugirió Obi-Wan.
— Por una vez, estoy de acuerdo contigo —asintió Dooku antes de que los cuatro comenzaramos a avanzar hacia la puerta, como holoteletubbies de colores.
Sin embargo, al llegar, encontramos a uno de los piratas parado justo frente a nuestra celda, con una mirada que claramente decía que nos aplastaría los dedos si intentábamos alcanzar la cerradura. Gruñí por lo bajo antes de adelantarme y cerrar los ojos. Respiré hondo, sintiendo la Fuerza burbujear a mi alrededor y levanté la mano con confianza frente al weequay:
— No quieres quedarte aquí haciendo guardia —le hablé al pirata, casi convencida de que mi tono sonaba más seguro de lo que me sentía.
— No quiero quedarme aquí haciendo guardia —repitió, como un loro entrenado.
— Quieres abrir esta puerta y salir a... tomar una copa.
— Quiero abrir esta puerta y salir a tomar una copa.
El weequay hizo un gesto y, con un clic, la puerta se abrió, dejándonos paso. Se fue tranquilamente, como si todo esto fuera la cosa más normal del mundo.
— No estuvo nada mal, Helene —me felicitó Obi-Wan mientras cruzábamos el umbral.
«Eso fue sexy, ángel»
La voz de Anakin resonó en mi mente, provocando que el calor volviera a subir a mis mejillas.
«Cállate»
— Oh sí, impresionante, jovencita —murmuró Dooku, lanzándome una mirada de reojo.
Lo ignoré por completo y seguí adelante. Caminamos por los pasillos de manera aún más sutil que la anterior pero haciendo todo lo posible por avanzar con rapidez a pesar de que el Sith se tomara su tiempo en caminar, claramente intentando frenarnos.
— ¡Uhg! ¿Tienes almorranas en el culo o por qué vas tan lento? —le lancé mordazmente al Sith, que me miró con frialdad—. ¡Date prisa y muévete!
Anakin soltó una risa burlona, claramente disfrutando de la pequeña incomodidad de Dooku.
— Ten más paciencia, Lene. Es un señor mayor, y sus huesos no dan para tanto.
— Exacto —apoyó Obi-Wan, esbozando una sonrisa mientras caminaba junto a nosotros—. Ya no tiene la misma agilidad que antes.
Mordí mi labio para contener una sonrisa, pero no pude evitar soltar una risita al ver cómo Dooku fruncía el ceño, empezándo a irritarse.
— Los mataría a los tres en este momento si no tuviera que arrastrar sus cadáveres —gruñó el Conde.
Solté un grito ahogado, viendo la clara ofensa detrás de las palabras del Sith. — ¿Disculpa? ¿Estás insinuando que estoy gorda?
— ¿Está insinuando que ella está gorda? —repitió Anakin, frunciendo el ceño en su dirección.
— Espera un momento —giré mi rostro para mirarlo, haciendo que su expresión vacilara y retrocediera—. ¿Y por qué yo? ¿Por qué no Obi-Wan o tú? ¿También estás insinuando que estoy gorda?
— Claro que no.
Tirando de nuestras ataduras, me giré para ver al otro Jedi. — Obi-Wan, ¿estoy gorda?
— A mí no me metan en esto —El Maestro se echó hacia atrás, dejándome con la boca abierta.
Dooku volvió a soltar un gruñido de frustración.
— Aguantar esto sí que merece una recompensa…
De repente, el sonido de la alarma reverberó por todo el bloque de detención, ensordecedor y penetrante. Parpadeé, aturdida. ¿Desde cuándo estos piratas tenían sistemas de seguridad tan avanzados? La ironía de nuestra situación no pasó desapercibida: lo único bien organizado en este lugar parecía estar dedicado a mantenernos aquí.
Sin perder tiempo, Dooku alzó una mano y, con un gesto seco, utilizó la Fuerza para lanzar varias cajas detrás de nosotros, bloqueando temporalmente el avance de los guardias que ya se acercaban con rapidez. Aunque dudaba que su gesto fuera por bondad, no íbamos a despreciar su ayuda.
Avanzamos por el pasillo, esquivando obstáculos y con la urgencia de quienes saben que el tiempo juega en su contra. Finalmente, llegamos a una puerta metálica al final del corredor. Anakin, sin titubear, lanzó una patada derribándola con un estrépito... aunque no sin consecuencias. Por nuestras ataduras, el movimiento nos arrastró a los cuatro al suelo de manera casi cómica. La puerta, pesada y fría, nos golpeó mientras gruñíamos, enredados y medio aturdidos por el impacto.
Me levanté de un salto, sacudiéndome el polvo y frotándome el hombro. Al frente se alzaba un muro, imponente y de varios metros de altura, bloqueando nuestro escape. Suspiré, evaluando nuestras opciones; la situación requería más que un simple impulso, y las cuerdas que aún nos unían dificultaban cualquier maniobra. — Tenemos que pasar ese muro.
— ¡Ahora! —gritó de repente Anakin, agarrando un tubo de metal del suelo. Sin darnos tiempo para procesar su idea, nos arrastró a los tres hacia el muro.
Los pasos apresurados de los weequays resonaban detrás de nosotros, pero mi atención estaba completamente centrada en no dejarme llevar por el mini infarto que mi corazón estaba sufriendo al ver a ese loco empuñando el tubo oxidado.
— Ay, no... —murmuré para mí, horrorizada.
Antes de que pudiera hacer algo, Anakin clavó la punta del tubo justo en la base del muro y usarlo para lanzarnos a todos por los aires. Solté un chillido, sintiendo cómo nos balanceábamos como muñecos de trapo hacia la superficie.
Anakin logró sujetarse al borde del muro, mientras que nosotros tres quedamos colgando debajo de él como un grupo de péndulos improvisados. Mi vista quedó momentáneamente atrapada en su bonito trasero y en otro momento habría suspirado, pero ahora solo podía aferrarme a él, con el corazón desbocado.
— Esto... no salió como esperaba.
Los disparos de los weequays empezaron enseguida, y el horror creció en mí al sentir cómo las ataduras comenzaban a romperse bajo el fuego. Un jadeo de sorpresa escapó de mis labios cuando Dooku se desprendió completamente, y por un segundo pensé (con algo de esperanza) que caería al vacío hasta que Obi-Wan, en una maniobra rápida, logró sujetarlo con sus brazos, entrelazando sus piernas con las mías en un enredo desesperado. Gemí adolorida, teniendo que tensar los músculos para mantener el peso de ambos.
— ¿Qué creen que están haciendo? —vociferó Anakin desde arriba, irritado y forcejeando para no resbalarse.
— ¡Sujétate bien! —le grité, con la voz ahogada por el esfuerzo de sostenerlos mientras colgábamos, sabiendo que un solo desliz nos enviaría a los tres de vuelta al suelo, justo frente a los piratas que ya se acercaban demasiado para mi gusto.
— ¡Suelten a Dooku! —nos gritó mi marido, en respuesta. Sin embargo, lejos de obedecer, Obi-Wan tensó aún más a nuestras ataduras, como si la idea de soltar al conde fuera impensable para él.
Yo, por mi parte, me aferré aún más a las piernas de Anakin, sintiendo cómo mis músculos empezaban a ceder ante el peso y el esfuerzo. A lo lejos, escuché un ruido sobre nosotros, pero estaba demasiado concentrada en el dolor que atravesaba mis brazos y el pálpito desesperado en mi pecho como para analizarlo. Cada segundo que pasaba, la tentación de rendirme y dejarme caer se hacía más fuerte.
Desesperada, alcé la vista para decirle a Anakin que mis fuerzas se agotaban, pero en lugar de encontrarme con el caluroso sol del planeta, me topé con la figura del pirata jefe, que se alzaba justo sobre nosotros, resignado.
Su mirada se deslizó por el enredo caótico que formábamos, y pude ver cómo una sonrisa maliciosa se dibujaba en su rostro, disfrutando de la situación.
Soltó un profundo suspiro, y nos observó con algo que parecía una fingida tristeza.
— Supongo que esto significa que ya no podremos ser amigos.
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Y ahí estábamos otra vez, atrapados en la misma celda, teniendo que soportarnos mutuamente.
Al menos, ya no estábamos atados unos a otros. Obi-Wan, Anakin y yo formábamos un pequeño triángulo en el suelo, con las manos bien amarradas, mientras el Conde Dooku permanecía de pie frente a nosotros, observándonos con algo de exasperación y cálculo. Quizá él también estuviera intentando encontrar la manera de salir… o simplemente de evitar perder la paciencia.
— Hay que buscar la forma de salir de aquí antes de que lleguen el senador Kharrus y Jar Jar —apuntó Obi-Wan con una mirada seria—. Quedaremos como tontos…
— No sería nada nuevo —comenté tranquilamente, jugueteando con las ataduras de mis manos.
Anakin me lanzó una mirada pensativa, y algo chispeó en sus ojos antes de que se volviera hacia Dooku, levantándose de un solo impulso en su dirección. — Ya es hora de deshacernos del peso muerto…
— Anakin —intenté interrumpirlo, intuyendo exactamente a quién se refería.
Pero antes de que pudiera lanzarse sobre Dooku y Obi-Wan tuviera que frenarlo, las puertas de la celda se deslizaron, revelando a un trío de weequays que entraron en formación, con sus expresiones amenazantes.
— ¡Ustedes tres! —uno de los weequays nos señaló a Anakin, Obi-Wan y a mí, pasando por alto a Dooku como si fuera una decoración inofensiva—. ¡Vengan con nosotros!
Sin tiempo para preguntar, cada uno de los piratas se acercó y nos agarró del brazo, empujándonos con fuerza fuera de la celda. A mi lado, percibí la ola de emociones negativas acumulada en Anakin y traté de infundirle algo de calma mediante la Fuerza, una habilidad que había aprendido a manejar casi a la perfección después de tantas misiones a su lado. Después de un segundo, sentí su cuerpo relajarse ligeramente, y dejó escapar una exhalación resignada antes de dejarse guiar hacia la salida, justo delante de mí.
Al menos, por el momento, había evitado que todos salieramos por los aires de nuevo.
Nos llevaron de regreso a la sala principal, donde la situación se volvió aún más humillante. Nos ataron a unas columnas, restringiendo nuestras habilidades y dejándonos vulnerables ante la multitud de weequays que se reunía a nuestro alrededor. Los vítores y burlas se elevaban como un eco de nuestras desgracias, haciéndome sentir aún más expuesta y avergonzada.
— Supongo que la República no llegó con el rescate —comenté, con un sarcasmo que no podía evitar.
La risa creció entre la multitud, una cacofonía de burlas que intensificó mi sensación de humillación.
— Ay, es obvio que a su República no le interesa el Lord Sith —respondió el pirata jefe, levantando una copa en un gesto de triunfo.
Intercambiamos miradas extrañas, un leve destello de preocupación cruzando por la mía. — ¿Acaso no llegaron? —pregunté, sintiéndome cada vez más inquieta.
— Oh, oh, lo hicieron. Se presentaron... ¡con un ejército enorme que creyeron que me vencerían! ¡A mí! ¡Hondo!
— Eso no puede ser —dijo Anakin, representando la incredulidad que nos embargaba a todos.
— ¿Me estás llamando mentiroso? —replicó el weequay, su voz resonando con indignación.
— Literalmente, así es como te ganas la vida —rodé los ojos, un gesto que parecía tan inútil como mis ataduras.
El pirata gruñó, acercándose aún más.
— Rechazaron mi hospitalidad —comenzó a enumerar, señalando con su copa—. Se negaron a permanecer en sus celdas y ahora... están... ¡¿insultándome?!
— Yo solo dije que...
— ¡Helene!
— ¿Qué? —fruncí el ceño, molesta—. ¡Es un pirata! ¡Por supuesto que miente más que habla!
— Ángel —me llamó Anakin con un tono que me hizo vacilar—. No es el mejor momento para seguir hablando...
— Oh, vamos. ¿Nos captura y ahora tenemos que ser agradables...? —no logré terminar de decirlo cuando, de la nada, una serie de ondas eléctricas alcanzaron nuestros cuerpos, provocando un grito desgarrador que escapó de mis labios.
Recordé los rayos que Dooku me había lanzado en el pasado, una experiencia que había estado al borde de matarme. El dolor que sentía ahora era similar, un torrente que nublaba mi mente mientras mis gritos se mezclaban con las carcajadas de la multitud. Era una sensación tan intensa que el entumecimiento comenzó a recorrer mis huesos.
«Se están riendo»
Ese pensamiento atravesó mi mente, logrando que olvidara momentáneamente el dolor, aunque no me pertenecía a mí.
Quería mover la cabeza para ver a Anakin, para sentirlo cerca, pero nuestra conexión mental estaba cortada por el tormento. ¿Cómo podía escuchar su voz en mi cabeza?
«Ella está gritando y ellos se están riendo»
Fue entonces que comprendí que estaba proyectando sus pensamientos en mi mente, pero, ¿cómo?. Volví a gritar cuando otra oleada eléctrica recorrió mi cuerpo, y nublada por el caos, me pregunté si esto era tal vez una pesadilla.
De repente, la tortura cesó y sentí cómo caía al suelo, soltando un gemido de dolor. Aún podía recordar la sensación de la electricidad recorriendo mi cuerpo, lo que me hizo estremecer involuntariamente.
— ¿Estás bien? —Anakin reunió fuerzas para acercarse a mí y tomó mi rostro entre sus manos, su toque cálido contrastó con el frío que aún sentía.
Asentí lentamente, esforzándome por reprimir la pregunta que se agolpaba en mi mente: ¿por qué demonios había logrado escuchar sus pensamientos, aunque fuera por un instante, cuando nuestro vínculo mental había estado cerrado?
— ¿Qué pasó con la electricidad? —gritó Hondo desde la distancia—. ¡Me estaba divirtiendo!
Los ojos de Anakin se oscurecieron, y en su expresión volví a ver ese rastro extraño que había cruzado su rostro cuando estuvo a punto de abalanzarse sobre Dooku en la celda. Sin previo aviso, se levantó de mi lado y, en un abrir y cerrar de ojos, convocó nuestros sables de luz en sus manos, mirándonos a los weequays con una ferocidad aterradora. Obi-Wan también logró hacerse con el suyo, adquiriendo la forma de ataque con un solo salto.
Anakin se abalanzó hacia Hondo, colocando su sable de luz en su cuello mientras me extendía el mío. Lo tomé al instante, preparándome ante la amenaza cuando vi que todos los demás nos apuntaban con sus armas. Obi-Wan y yo nos posicionamos en modo de defensa.
— ¿Qué posibilidades tienen en realidad, Jedi? —habló Hondo, con un aire desafiante—. Suéltenme y tal vez los deje vivir.
Anakin gruñó, presionando aún más el sable contra su cuello — Acérquese y él muere.
Al darnos la vuelta, contemplé varios tanques piratas en el exterior, avanzando hacia nosotros. Me pareció extraño que no nos derribaran en ese momento, pero quizás nuestras vidas valían más de lo que pensábamos.
— Parece que su ejército fue destruido, Jedis.
Ignoré el comentario de Hondo, entrecerrando los ojos hacia una figura que se movía erráticamente en el tanque. Intenté averiguar de que se trataba hasta que, para mi sorpresa...
— ¡Ani! ¡Lene! —gritó Jar Jar Binks, emergiendo de un salto a la superficie—. ¡Obi!
— ¿Jar Jar? —pregunté, parpadeando atónita ante su aparición.
El gungan se sacudió con alegría, viéndonos. — ¡Misa llegar con las especias!
— Excelente, Jar Jar —lo felicitó Obi-Wan—. Suponiendo que los piratas aún tengan a Dooku para negociar...
Mientras Obi-Wan hablaba, una sensación agridulce se apoderó de mí. Sentí una presencia oscura alejándose rápidamente, y, al alzar la vista, vi a lo lejos una nave despegando con prisa, elevándose sobre la superficie del planeta, casi presumiendo su huida.
— Ahí tienes tu respuesta —murmuré, haciendo una mueca al ver a Dooku escapar al espacio.
Anakin avanzó con Hondo hacia donde su batallón lo esperaba, apuntando a los piratas con sus armas. Obi-Wan y yo los seguimos cautelosamente, escuchándole ordenar a su comandante que encendiera los motores. Un suspiro de alegría estuvo a punto de escapar de mis labios. Por fin, esto había terminado.
— ¿Y ahora qué, Jedis? —inquirió Hondo, con recelo en su voz—. ¿Van a arrestarme, eh?
Obi-Wan permaneció en silencio mientras una sonrisa cruel comenzaba a formarse en el rostro de Anakin, claramente disfrutando de la derrota del weequay y de su vista tras las rejas de la República.
Entonces, algo se encendió dentro de mí.
Recordé todos los sentimientos que mi marido había experimentado en este planeta: cómo había despreciado a ellos y a Dooku por hacerme daño y ponerme en peligro. Sabía que esa tormenta en él obtendría una parte de la victoria si arrestábamos al líder de los piratas.
Supe lo que había que hacer.
— No lo haremos —hablé, alzando la voz para llamar la atención de todos—. Anakin, suéltalo.
Mi marido abrió los ojos al máximo, claramente aturdido. — ¿Qué?
— No queremos nada de él. Dooku ya no está bajo su poder y se acabó la negociación —insistí recibiendo miradas asombradas a mi alrededo—. Tienen mi perdón, y por ende, el de la República.
— Ángel... —Anakin intentó discrepar, su tono estaba lleno de incredulidad.
— Tienen mi perdón —afirmé una vez más, dejando clara mi posición.
Después de unos segundos de incertidumbre, Anakin finalmente soltó a Hondo y, refunfuñando, se adentró en la nave, seguido de Obi-Wan, quien me lanzó una mirada orgullosa antes de meterse al interior. Sentí un leve cosquilleo de satisfacción por mi decisión, pero antes de que pudiera dar un paso más, el sonido de los blásteres cargándose a mis espaldas resonó, deteniéndome en seco. Al girarme, encontré a los piratas armados enfrentándose al batallón de Anakin frente a mí.
— ¡Alto! ¡Alto! ¡Alto! —gritó Hondo, posicionándose en medio de ambos bandos, con los brazos en alto—. Jedi, después de todo... ¿se van así? ¿Nada más?
— No tenemos nada contra ustedes —me encogí de hombros, sintiendo la presencia de Anakin regresar detrás mía—... y no buscamos venganza.
El líder weequay me miró con sorpresa, como si intentara calcular mis palabras. Permaneció unos segundos en silencio hasta que, finalmente, asintió:
— Ya lo veo. Muy honorable, Maestra Jedi.
Obi-Wan se acercó, uniéndose a mí y a Anakin, con una leve sonrisa irónica en su rostro. — Ah, capitán. Se dará cuenta de que el Conde Dooku no tiene nuestro sentido del honor... Y sabe dónde viven.
Dando la espalda a Hondo y a sus hombres, los tres comenzamos a caminar hacia la rampa de la nave, seguidos de los clones. La sensación de alivio se apoderó de mí al darme cuenta de que por fin dejábamos atrás Florrum y sus males.
Ni siquiera me importó que Dooku hubiera logrado escaparse de nuevo, y tampoco me importó la extraña mirada que Anakin me estaba dando desde el otro lado de la cabina. Simplemente, les otorgué una pequeña sonrisa de agradecimiento a mis compañeros por respetar mi decisión y me largué hacia la parte trasera de la nave para descansar.
Era hora de volver a casa.
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