ʜᴏɴᴇʏᴍᴏᴏɴ
ʜᴏɴᴇʏᴍᴏᴏɴ
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— ¡C3PO!
— ¿Sí, mi lady?
— ¡La maldita maleta no cierra!
— ¿Ha probado a empujar la cremallera hacia delante y no hacia atrás?
Miré la cremallera y mi expresión de enojo cayó cuando me di cuenta de que, efectivamente, estaba tirando de ella hacia atrás en lugar de empujarla.
Se lo agradecí rápidamente y me ocupé de empacar el resto del equipaje que llevaríamos en nuestro viaje. Había comprado (con el dinero de Padmé) varios atuendos en colores que variaban desde el blanco tiza hasta el blanco marfíl, sin nada de los habituales marrón o beige a los que estaba acostumbrada a vestir.
Y es que, sería una deshonra presentarse en Alderaan con algún otro color siendo una alderaaniana de sangre.
Poco después de la partida de Ahsoka, mi marido entró en una especie de disconformidad general en la que empezó a agobiarle absolutamente todo: las misiones, la guerra, el Consejo, etc. Yo, por mi parte, estuve tirándome de los cabellos durante todo este tiempo mientras intentaba equilibrar mi deber como Jedi con mi matrimonio: cuidar a un Anakin deprimido no era fácil.
Hasta que un día se me vino a la cabeza la maravillosa idea de que organizar aquella luna de miel que nunca habíamos podido tener pero que tanta ilusión le hacía a él. Su rostro se iluminó cuando lo saqué a empujones de nuestra cama, gritándole que viajaríamos a mi tierra natal.
Terminé por empacar su ropa y suspiré, irguiéndome satisfecha. Lola pitorreó con alegría a mi lado y yo me reí, dándole una ligera caricia. Por supuesto, nos llevaríamos a nuestros droides con nosotros. El único que salía del apartamento era R2-D2 y solo para misiones, mis pequeñines también merecían unas vacaciones.
Pero, ¿quién no podría venir con nosotros?
Cal.
Aunque me hubiera encantado que nos acompañara, mi padawan y yo sabíamos que habría más ocasiones para ellos. Era momento de hacer desconectar a Anakin y aunque ambos aprendieron a llevarse como hermanos durante estos años, sabía que mi marido necesitaba mi atención únicamente para él solo.
Cal accedió a quedarse en manos de Shaak Ti hasta que yo regresara de la “supuesta misión” que se nos había asignado para proteger a Padmé Amidala en su visita a Alderaan. La senadora nos había hecho un enorme favor al encontrar un momento en su apretada agenda para ayudarnos a pasar tiempo juntos en el planeta sin levantar sospechas.
— El Amo Anakin ya está listo para partir, mi lady —avisó C3PO, volviendo a entrar a la sala.
Sonreí ampliamente y le tendí parte del equipaje para llevarlo al balcón, donde nos esperaba con la nave en marcha. Me sentía nerviosa de tan solo pensar en pisar nuevamente Alderaan después de 23 años, sin haberme atrevido siquiera a mirarlo en el mapa galáctico durante más de dos segundos. Me lo imaginaba tan hermoso como Padmé me lo había descrito tiempo atrás.
Llegamos a la nave y Lola se apresuró a seguir a R2-D2 hacia el interior mientras él rehuía dramáticamente de ella. Suspiré, sintiéndome como una madre de familia lista para unas vacaciones bien merecidas. Subí al transporte y cerré la rampa, disfrutando del sonido del motor zumbando en el interior.
La cabina olía a algo metálico, un poco como a aceite, pero era acogedor. Me dirigí hacia la cabina de control, donde ya estaba Anakin, ajustando algunos controles y con la mirada fija en las luces del panel. Su perfil se veía tenso, pero noté cómo intentó suavizar la expresión en cuanto sintió mi presencia.
Me acerqué con cuidado y lo rodeé con mis brazos, inhalando su embriagador aroma. Sus músculos se relajaron al instante y permitió que escondiera mi cabeza en su cuello, dejando un pequeño beso en mi sien.
— ¿Todo listo, general? —susurré, acariciando mi nariz contra su piel para absorber su olor lo mejor posible
Anakin inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado y esbozó una pequeña sonrisa. No era su habitual sonrisa brillante y confiada, pero era algo.
— Todo listo, maestra —repitió, con voz suave.
Me separé de su cuerpo con una sonrisa y me dejé caer en el asiento junto a él, cruzando una pierna sobre la otra mientras la nave comenzaba a elevarse. Sus manos se movieron con maestría sobre los controles, pero podía sentirlo esforzándose por mantener una fachada de normalidad. Su tristeza aún se aferraba a él como una sombra, y aunque estaba tratando de ocultarla, no podía engañarme.
— Anakin —dije suavemente, mirándolo a los ojos—. No tienes que fingir conmigo.
Su mandíbula se tensó, pero no respondió de inmediato. En lugar de eso, dejó escapar un suspiro largo y pesado, el tipo de suspiro que llevaba semanas acumulando.
— No quiero que esto se convierta en otro recordatorio de todo lo que salió mal —murmuró finalmente—. Esto es para que podamos estar juntos, no para que yo arrastre mis problemas contigo.
Extendí mi mano y la coloqué sobre la suya, deteniendo sus movimientos sobre los controles.
— Esto no es solo para que estemos juntos —repliqué—. Es para ti, cariño. Para que puedas encontrar un momento de paz, aunque sea breve. Y si necesitas desahogarte, si necesitas llorar, gritar o simplemente estar en silencio, estoy aquí. Para todo eso.
Sus ojos se encontraron con los míos, y durante un largo momento no dijo nada. Finalmente, asintió lentamente y entrelazó sus dedos con los míos.
— Eres demasiado buena para mí, ¿sabes? —contestó, y aunque sonaba como una broma, había una sinceridad dolorosa en sus palabras.
— Soy demasiado buena para todo el mundo —me encogí de hombros, tratando de aligerar el ambiente, y sonrió un poco más esta vez—. Menos para los niños del Templo —fruncí el ceño mientras ladeaba la cabeza.
Anakin soltó una risita. — No sé cómo se le ocurre a Yoda ponerte a cuidarlos…
— Oye, tú los dejaste meditando una hora entera para echarte una siesta —lo acusé, entrecerrando los ojos—. No somos tan diferentes, cariño.
Lola pitorreó desde el fondo dándome la razón y la sonrisa de Anakin se ensanchó, siendo esta más sincera. Tarareé alegremente y me recosté en mi asiento mientras veía la nave alejarse cada vez más de la superficie de Coruscant. Por una semana, dejábamos atrás todo lo malo: la guerra, los muertos, las despedidas… Ahora solo me importaba mi familia y pasar tiempo con ella, sin preocupaciones.
Cuando la nave finalmente se alzó lo suficiente como para dejar atrás la atmósfera, el vasto lienzo del espacio se desplegó frente a nosotros. Miles de estrellas brillaron como diminutas luces, punzando el oscuro velo del infinito. El reflejo del sol acariciaba las naves de tráfico más lejanas, y la nebulosa cercana se teñía de suaves tonos púrpuras y dorados.
— Es hermoso —suspiré, casi sin darme cuenta. Jamás me cansaría de esta vista, no desde la primera vez que la contemplé con él en nuestro viaje a Dathomir.
Anakin, a mi lado, no respondió de inmediato. Giré mi cabeza para mirarlo, y lo encontré observándome, no las estrellas. Su expresión era tranquila, pero sus ojos, aquellos ojos siempre intensos, brillaron con una calidez que me hacía sentir expuesta ante su mirada.
— Nunca tan hermoso como tú.
Lo dijo tan suavemente que por un momento pensé que lo había imaginado. Pero cuando vi su pequeña sonrisa tímida, supe que lo había dicho en serio. Sentí un calor subir por mi cuello hasta mis mejillas, y desvié la mirada hacia el panel de la nave, fingiendo no estar tan afectada como realmente estaba.
— Hay droides presentes, Skywalker —murmuré, quitananeo mi atención de él. Aún sentía mis mejillas ardiendo bajo su escrutinio.
Anakin soltó una leve risa y tomó mi mano con suavidad. Sentí el frío del cuero entrelazarse con mis dedos, y luego se inclinó ligeramente para besar el dorso de mi mano. Logró calmar todo el caos que se había acumulado en mi interior durante días.
— A veces pienso que no merezco todo esto… —susurró, con sus ojos aún fijos en los míos.
— Ya habíamos quedado en que munca piensas en nada coherente, Ani —puse los ojos en blanco—. Ahora deja de hacer pucheros y llévame a mi planeta. Nada de Jedis a partir de hoy. Este viaje es nuestro.
— Nuestro —repitió, como si estuviera probando la palabra en sus labios, y luego sonrió.
El momento parecía eterno. La nave seguía avanzando, las estrellas seguían parpadeando, pero en ese instante solo estábamos él y yo, sin guerra, sin responsabilidades. Por una semana, el mundo exterior podía esperar.
Solo éramos nosotros, y eso era todo lo que importaba.
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— ¿Sabes? Padmé me dijo que Alderaan era conocido el planeta de la belleza y ahora veo por qué.
Alderaan era un poema hecho planeta. Desde el momento en que nuestras naves entraron en su atmósfera, el verde grisáceo de los valles y las montañas coronadas por nieves me dejó sin aliento. Los ríos serpenteaban como cintas de cristal y los campos de flores blancas, se extendían hasta donde alcanzaba la vista. La arquitectura era un reflejo de su gente: elegante, pacífica, en perfecta armonía con la naturaleza que la rodeaba.
Era el lugar donde nací, el lugar que había dejado atrás, y ahora, al verlo de nuevo, no pude evitar sentir una punzada de nostalgia y orgullo. Alderaan brillaba como una joya de plata.
— No es Tatooine, eso seguro.
Lo observé con una sonrisa burlona mientras se encargaba de aterrizar la nave sobre la superficie del planeta. Yo no tenía ni la menor idea de que había organizado Padmé para nuestra instancia, pero ya se lo había comunicado a mi marido y, al parecer, ambos querían sorprenderme.
Miré el estacionamiento público que nos recibía, ya había algunos transbordadores aparcados y podía ver a unos pocos alienígenas merodeando por la zona. No parecían delincuentes de Coruscant, tampoco esclavistas de Zygerria o aristócratas vanidosos de Naboo: vestían ropas blancas y se movían con normalidad, saludándose cordialmente entre ellos.
Es muy pacífico, te va a encantar.
Las palabras de Padmé volvieron a mi mente e inhalé profundamente, tratando de controlar mis emociones. Anakin nunca se había sentido así de entusiasmado por volver a Tatooine, o no al menos por una buena razón.
— ¿Tienes permiso de aterrizaje? —pregunté de repente, acordándome de todas las multas que habíamos recibido en varias misiones por su culpa.
Anakin se rió. — ¿Necesitamos uno?
— ¡Skywalker!
— Relájate, tengo permiso de aterrizaje —me sonrió, apoyando una mano sobre mi muslo—. No quiero que tu primera visita en el planeta sea a la cárcel.
Murmuré un "imbécil" entre dientes y me crucé de brazos, sintiendo como el aire de la atmósfera alderaaniana se colaba por la nave e inundaba una nostalgia en mis sentidos. Casi me sentía como si volviera a tener tres años.
El aterrizaje fue tranquilo y terminó cuando las ruedas tocaron el suelo del estacionamiento público. El leve zumbido de los motores disminuyó, dejando paso a un silencio pacífico, casi sagrado, roto solo por el sonido de las aves locales. Anakin apagó los sistemas y se levantó con un entusiasmo renovado.
— Bueno —Miró hacia los alrededores con una sonrisa—. Es hora de recorrer el paraíso del que vino el ángel —me sonrió, antes de extenderme una mano.
Rodé los ojos, aceptando su gesto, mientras notaba el brillo en sus ojos. Era imposible no contagiarme un poco de su fascinación. No ahora que lo sentía más alegre.
C3PO, que había estado observando con visible nerviosismo, se apresuró a activar la rampa de descenso. — Oh, cielos, ¡espero que esta estación sea segura! Siempre temo que algo pueda salir mal en planetas desconocidos.
— Es Alderaan, C3PO. No podrías estar más lejos de Tatooine —le tranquilicé, mientras R2-D2 emitía una serie de pitidos burlándose de él.
Lola flotó hacia mí, dando vueltas de forma juguetona, y le acaricié suavemente. — Vamos, pequeña. Esto es nuevo para todos nosotros.
Salimos de la nave, y el aire fresco y limpio me golpeó de inmediato. Sentí como si pudiera llenar mis pulmones por completo por primera vez en años. Miré alrededor, embelesada. El suelo blanco perlado del estacionamiento contrastaba con las verdes montañas a lo lejos, y el horizonte estaba teñido con la luz plateada de la tarde.
— ¿Qué te parece? —preguntó Anakin, ajustando el peso de una de las maletas mientras me observaba.
— Es más hermoso de lo que pensaba —murmuré, sin apartar la vista del paisaje.
Él me sonrió con ternura, dejando las maletas en el suelo para pasar un brazo por mi cintura y tomar mi mentón con un dedo. — Sabía que esta belleza solo podía venir de un lugar igual de bello —aseguró, antes de besar la punta de mi nariz.
Sentí como me sonrojaba hasta la orejas y balbuceé algo que ni yo siquiera entendí mientras veía a C3PO tambalearse bajo el peso del equipaje.
— Amo Anakin, ¿podría ser tan amable de aligerar la carga? —suplicó el droide dorado, jadeando como si tuviera pulmones.
Anakin rió, recogiendo el resto de las maletas con facilidad. — Vamos, ángel. Nos están esperando.
El camino desde el estacionamiento hasta el palacio me dejó sin palabras. Había pasado toda mi vida escuchando historias del planeta, pero estar aquí era otra cosa completamente distinta. El aire fresco acariciaba mi rostro mientras avanzábamos por un sendero de mármol blanco, flanqueado por jardines perfectamente cuidados que rebosaban rosas blancas (curiosamente, sentía que ya las había visto en otro lugar) que brillaban bajo el sol.
Y entonces lo vi: el Palacio de Alderaan.
Era una obra maestra de la arquitectura, con altas torres blancas que se alzaban hacia el cielo y tejados decorados con intrincados grabados plateados que parecían resplandecer con vida propia. Los arcos amplios y ventanas de cristal teñido reflejaban los colores del entorno, dando la ilusión de que el edificio era una extensión del paisaje. Era, en una palabra, majestuoso.
— Anakin… ¿por qué estamos aquí? —pregunté, deteniéndome a unos pasos de la entrada principal, que estaba custodiada por dos figuras vestidas con túnicas ceremoniales.
— Todo está bajo control, ángel —respondió, acariciando mi espalda con suavidad. Su sonrisa tranquila no me convenció del todo.
— Eso no…
Antes de que pudiera terminar la frase, un alienígena se nos acercó desde la entrada. Era un Caamasi, una especie que reconocí de inmediato por su pelaje suave de tonos dorados y su aire naturalmente apacible. Este tenía una expresión serena, y sus ojos ambarinos nos observaron con curiosidad.
— Bienvenidos al Palacio de Alderaan —saludó con una inclinación de cabeza—. Mi nombre es Caelos, y me han informado de su llegada. ¿Puedo saber sus nombres?
— Anakin y Helene Skywalker —respondió mi marido con firmeza. Mi cuerpo se tensó bajo su agarre pero él lo ignoró.
Caelos asintió, apuntando los nombres en un dispositivo pequeño que sostenía en sus manos. Luego hizo un gesto hacia otro Caamasi que esperaba cerca con un deslizador.
— Si desean, podemos hacernos cargo de su equipaje. Será llevado a su alojamiento para que puedan disfrutar de su estancia sin preocupaciones.
Miré a Anakin con desconfianza, pero él volvió a darme otra caricia. — Está bien, cariño. Todo está organizado.
A regañadientes, solté mi maleta y vi cómo el segundo Caamasi la colocaba cuidadosamente en el deslizador junto con el resto del equipaje. Caelos nos hizo un gesto para que lo siguiéramos hacia el interior del palacio, y aunque mis dudas seguían presentes, no pude evitar sentir un leve cosquilleo de emoción mientras cruzábamos las puertas principales.
Caelos y Anakin avanzaron por los vestíbulos del palacio con rapidez mientras yo intentaba seguirles el ritmo. El Templo Jedi era un pequeño excremento comparado con cada rincón de este lugar. Apenas podía concentrarme, por primera vez, estaba totalmente embelesada de algo que no era el cuerpo de mi marido.
C3PO, por otro lado, parecía más preocupado por no tropezar con los bordes de las alfombras exquisitas: — Oh, cielos, esto es verdaderamente impresionante… aunque espero que nadie me culpe si accidentalmente raspo algo. R2, ¿podrías dejar de empujarme?
R2-D2 emitió un pitido corto que sonó como una risa, y Lola, flotando a la altura del hombro de mi hombro, giró juguetonamente.
Finalmente, Caelos se detuvo frente a unas grandes puertas dobles decoradas con grabados de estrellas y constelaciones. Giró hacia nosotros con una inclinación de cabeza, y con un movimiento fluido, abrió las puertas, revelando un salón amplio e iluminado.
— Mis disculpas por la espera. Les presento a sus anfitriones —dijo Caelos, retrocediendo un paso y reverenciándose con respeto.
Apenas crucé el umbral cuando mis ojos se encontraron con dos figuras familiares:
En el centro del salón, Padmé se levantó entusiasmada de un sillón, luciendo un vestido fluido en tonos perla que reflejaba la luz del sol que entraba por los ventanale. A su lado, un hombre alto y distinguido, con bigote y perilla negra, nos observó con curiosida. Lo reconocí de inmediato como Bail Organa, el Senador de Alderaan.
Padmé avanzó hacia nosotros con los brazos abiertos
— ¡Habéis llegado! —me abrazó con fuerza, su fragancia a rosas llenó mis fosas nasales y traté de no estornudar—. Te dije que te encantaría Alderaan.
Reí entre dientres, devolviéndole el abrazo.
— Gracias por estar aquí —la apreté con más fuerza—. El Consejo no habría confiado en dejarnos venir si no fuera por ti.
Padmé se separó de mí y me sonrió suavemente. — No es nada, tenía pensado venir en algún momento para discutir cosas del Senado con Bail.
El Senador Organa dio un paso adelante, inclinando la cabeza en un gesto cortés:
— Bienvenidos a Alderaan, es un honor recibirlos aquí. Sobre todo a ti, Helene —Bail me sonrió amablemente—. Padmé ya me ha comentado que naciste aquí y que te hacía ilusión volver.
Me sonrojé ligeramente. — Gracias, Senador Organa. El lugar es… más de lo que podría haber imaginado.
Y era totalmente cierto. Casi había esperado que fuera una clase de Zygerria, pero sin tanto esclavismo. Sin embargo, la gente aquí parecía tan educada y servicial que por primera vez sentí que nada de lo que decía la HoloNet sobre este planeta era una exageración.
Padmé me tomó suavemente del brazo y me guió hacia un conjunto de sillones dispuestos alrededor de una mesa baja de madera tallada. —Ven, siéntate conmigo. Quiero escuchar todo sobre cómo ha sido el viaje.
Anakin y Bail, mientras tanto, se instalaron en otro par de sillones cercanos. Bail sirvió dos copas de una bebida local con el color del ámbar y ambos comenzaron a hablar entre ellos, con R2-D2 intentanto atropellar a un agobiado C3PO que se encargaba de que Lola no tirara nada frágil mientras volaba con rapidez por la sala.
Apenas presté atención a la conversación de los hombres. Padmé aprovechó la oportunidad para acercarse un poco más a mí: — ¿Y bien que tal ha estado?
Suspiré, mirando brevemente el suelo de mármol.
— Se ha cerrado en sí mismo —confesé, bajando la voz—. No quiere hablar de ello por nada del mundo. Se marchó del apartamento cuando Cal mencionó a Ahsoka sin querer en la conversación.
— ¿Se marchó? ¿A dónde?
Mordí mi labio inferior. Anakin pensaba que yo no tenía ni la menor idea de a dónde iba cuando quería estar solo, pero yo lo recordaba muy bien: — En la azotea de un edificio, cerca del Templo… Ahí nos hicimos amigos.
Y algo más, pensé para mis adentros.
Padmé asintió comprensiva, dándole un vistazo de reojo.
— Me sorprendió que me llamara para infiltraros en Alderaan, no supe nada de vosotros desde el juicio —habló, cruzando una pierna elegantemente sobre la otra mientras me observaba con atención—. Pero ahora estáis aquí, ¿qué te parecen tus tierras?
Sonreí con calidez. — No mentías. Este sitio es hermoso.
— Y su gente también —añadió, haciendo énfasis en la frase—. Deberías conocerlos mejor, ¿no crees?
Su comentario me dejó pensativa. La forma en que lo dijo, casi como si insinuara algo, hizo que levantara una ceja. — ¿Qué quieres decir?
Padmé sonrió con suavidad, pero sus ojos brillaron con una pizca de conspiración.
—Solo que… ahora que estás aquí, en el lugar donde naciste, quizás tengas la oportunidad de descubrir más sobre tus orígenes. Tal vez haya archivos, registros… algo que pueda ayudarte a entender mejor de dónde vienes.
Su sugerencia me golpeó como un rayo.
Nunca había considerado que algo así fuera posible. Mi vida como Jedi siempre había estado marcada por un corte limpio con el pasado. Nos enseñaban a dejar todo atrás, a no aferrarnos a nuestras raíces ni a las emociones que eso podía suscitar.
Pero ahora, aquí, en Alderaan, con el aroma familiar en el aire y los recuerdos de mi niñez al borde de mi conciencia, no pude evitar sentir un deseo ardiente de saber más.
—¿Crees que sería posible? —pregunté en voz baja, casi temiendo la respuesta.
Padmé se inclinó un poco más hacia mí, colocando una mano tranquilizadora sobre la mía. — Alderaan tiene un sistema de registros detallado y muy bien conservado. Bail y yo podríamos ayudarte a acceder a ellos, si lo deseas. Nadie tiene que saberlo. Sería… algo entre nosotras.
La idea me intrigó, pero también despertó un conflicto interno. Miré de reojo a Anakin, que seguía inmerso en su conversación con Bail.
—No sé si debería hacerlo… —murmuré, pero mi tono traicionó mi interés.
— Helene, nadie te está obligando a nada —me aseguró Padmé con un tono gentil—. Tal y como te dije en Naboo: Ahora estás en Alderaan, no en Coruscant. Puedes ser tú misma.
Sus palabras colgaron en el aire entre nosotras mientras trataba de ordenar mis pensamientos.
Por un lado, la posibilidad de descubrir más sobre mi pasado era tentadora, pero por otro, no podía ignorar las enseñanzas Jedi sobre desapego. Sin embargo, Padmé no insistió. Simplemente me observó con paciencia, dándome espacio para procesar lo que acababa de decir.
— Lo pensaré —le dije finalmente, en un susurro bajo.
Ella asintió con comprensión y me dio un apretón ligero en la mano antes de enderezarse.
— Piensa en ello. Y si decides dar ese paso, estaré aquí.
Nos quedamos en silencio por un momento, y aunque la conversación continuó a unos metros de nosotras, todo a mi alrededor pareció desvanecerse mientras reflexionaba sobre las palabras de Padmé. ¿Podría hacerlo? ¿Investigar sobre la vida que me pertenecía antes de pertenecer a los Jedi? ¿Se decepcionaría la Maestra Ti si se enterara?
Mis ojos vagaron por la sala hasta que se detuvieron en Anakin. Él había estado apegado emocionalmente a Shmi Skywalker, él sabía de la existencia de su madre, y cuando se enteró de que estaba en peligro… colapsó.
Pero lo mío era diferente, yo no recordaba a la mía. Cuando pensaba en una figura maternal, solo el rostro de Shaak Ti viéndome con sus ojos sabios y serenos aparecía en mi mente.
Anakin, percibiendo mi mirada, giró ligeramente el rostro y me dedicó una sonrisa perezosa, mientras asentía a las palabras del Senador Organa frente a él.
Bueno… al menos él no tenía nada que perder.
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— Santas lunas…
La habitación en la que el Senador Organa nos había alojado era amplia y luminosa, con paredes, techos y muebles de un blanco inmaculado que parecían resplandecer bajo la luz que entraba por las enormes ventanas. En un lado, un elegante balcón se abría hacia las montañas de Alderaan, con barandales de filigrana plateada que contrastaban sutilmente con el paisaje verde. Una cama amplia con sábanas de lino blanco estaba centrada en la habitación, flanqueada por mesitas minimalistas, y un suave tapiz de tonos crema cubría parcialmente el suelo de mármol brillante.
Escuché una leve risa a mi lado y me giré para ver a Anakin, mirándome divertido.
Gruñí, ligeramente irritada. — ¿Qué? ¿Tengo algo en la cara?
— Solo la sonrisa más hermosa del universo.
La irritación se esfumó tan pronto como había llegado y volví a sentir mi cuerpo calentarse. Me sorprendió que Anakin no se viera tan impactado con el lujo como yo, pero deseché mis pensamientos cuando entrelazó su mano de carne con la mía y rodeó mi cintura con la cibernética, guiándome lentamente por la habitación.
No había ni una sola mota de polvo en el suelo o en los muebles y ahora entendí porque jamás me dejaron regresar a este lugar. Sin duda, podría hacer que cualquier Jedi reconsiderara la idea de quedarse para siempre.
Anakin y yo salimos al balcón, mirando el paisaje que se extendía frente a nosotros. Sentí un pequeño deja vú abrumarme en la Fuerza, recordando esos intensos momentos en Naboo por los que habíamos pasado. Una sonrisa burlona se plasmó en mis labios, pensando en lo conveniente que sería tener un cuchillo a mano ahora mismo para revivir viejos momentos.
Escuché cómo soltaba un suave suspiro antes de que sus brazos rodearan mi cuerpo, apoyando su mentón sobre mi cabeza. Permanecimos en silencio unos instantes, dejando que la serenidad del momento fortaleciera nuestra conexión con la Fuerza, hasta que sentí su pulgar deslizarse para acariciar mi abdomen y, finalmente, apretar suavemente mi cintura.
— ¿Sucede algo? —pregunté, frunciendo el ceño. Su presencia había cambiado.
Anakin no respondió, simplemente se dedicó a acariciar mi cuerpo con sus dedos sin dejar de ver al horizonte. Estaba a punto de enfadarme por no recibir una respuesta, cuando de repente habló:
— Creo que deberíamos dejar la Orden.
Las palabras quedaron atascadas en mi garganta.
Lentamente, me giré para mirarle, luchando contra el peso de su cuerpo prácticamente sobre el mío. Parpadeé, creyendo haber escuchado mal.
— ¿Qué?
— No quiero decir que lo hagamos ahora —se apresuró a explicarme ante mi mirada incrédula—. Pero eventualmente me gustaría… ya sabes… tener una vida juntos. Una vida solo nuestra.
Yo seguí tratando de procesar sus palabras.
¿Acababa de decir que quería dejar todo lo que habíamos construido desde pequeños hasta ahora? Estuve a punto de reírme en su rostro hasta que recordé que Ahsoka ya no estaba y que Obi-Wan ya no era su maestro. No había nada que lo atara completamente a la Orden Jedi más allá del batallón 501.
Yo en cambio, tenía a un padawan muy problemático que aún necesitaba entrenamiento y ser guiado en la Fuerza para no desviarse del camino. Y quería alcanzar mi sueño de ser una Maestra Jedi en el Consejo, quería hacer las cosas bien.
— Anakin… eso es…
— Podríamos esperar hasta el fin de la guerra —insistió, colocando lentamente una mano sobre mi hombro y otra deslizándola hasta mi estómago—. Y luego… seríamos una familia normal.
Abrí los ojos al máximo, retrocediendo bruscamente hasta que mi espalda chocó con la barandilla de mármol que me separaba de caer hacia la montaña.
— ¿Una… familia? —balbuceé, con nerviosismo—. ¿Te refieres a…? ¿H-Hijos?
Anakin frunció el ceño, visiblemente desconcertado, hasta que la comprensión se reflejó en sus ojos. Un segundo después, estalló en una risa, inclinando la cabeza hacia atrás mientras los rizos caían por su hermoso rostro.
— Oh dioses, no —farfulló, divertido—. Lo siento, ángel. Pero no me gustaría que un mocoso me quitara toda tu atención. Y… sabes que no somos los mejores cuidando a los niños en el Templo.
Solté un suspiro de alivio. Tener hijos no era algo que estuviera en mis planes, ni ahora ni en el futuro. Yo había nacido para arrancar los dientes de Nexus uno por uno, no para cambiar pañales o preparar biberones.
Además, Anakin Skywalker no era precisamente el ejemplo de un padre responsable. Bastante reto era ya cuidarlo a él.
— No… No hablemos de eso ahora, ¿vale? —lo miré con una ligera sonrisa—. Centrémonos en el presente.
Anakin esbozó una sonrisa traviesa mientras su mano en mi cintura se apretaba con mayor intención. Arqueé una ceja cuando acercó nuestras frentes, y sus ojos brillaron con picardía.
— ¿Recuerdas lo que te dije cuando te hablé de venir aquí por primera vez? —ronroneó, con voz suave y provocadora.
— ¿Qué seríamos un matrimonio normal y corriente?
— No —replicó, mordiendo su labio mientras sus ojos recorrían mi rostro con avidez—. Te dije que te tomaría incluso en las malditas montañas de Alderaan. —Su mirada se oscureció mientras me estudiaba, y sentí que mi aliento se detenía. Finalmente, dejó que una sonrisa peligrosa curvara sus labios—. Y yo siempre cumplo mis promesas, ángel.
Bendita luna de miel.
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