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ʙᴏᴜɴᴛʏ ʜᴜɴᴛᴇʀs








ʙᴏᴜɴᴛʏ ʜᴜɴᴛᴇʀs
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Avanzábamos por el terreno áspero y traicionero de Dathomir, el planeta no me había parecido más oscuro y desolador que ahora. Las sombras de las montañas y árboles retorcidos se cernían sobre nosotros a medida que caminábamos, recordándome que el Lado Oscuro estaba presente en cada rincón, acechando, aguardando.

El aire se sentía denso, pesado, cargado de una energía oscura que parecía hundirse en mi piel con cada paso. No podía dejar de sentirme inquieta.

Delante de nosotros, la única pista que teníamos para localizar a Shaak Ti era su presencia lejana en la Fuerza. Era un rastro débil, pero yo podía sentirlo. Sabía que estaba allí, en alguna parte, y que debíamos encontrarla antes de que fuera demasiado tarde. No podía permitir que algo le sucediera. No a ella.

Anakin caminaba a mi lado, su presencia era poderosa y tranquilizadora, pero en mí no generaba paz, sino una pequeña incomodidad. Lo miraba de reojo, intentando no delatar lo que sentía, pero era inútil.

A cada paso que daba a su lado, los recuerdos de lo que había visto bajo el influjo de la reliquia Sith me asaltaban: había sido una ilusión, un espejismo creado por el Lado Oscuro... pero se había sentido tan real. Y en esa ilusión, lo había deseado, lo había querido solo para mí, como si su existencia fuera mi propiedad.

La vergüenza y la culpa me consumieron en silencio. No podía evitar dar un respingón cada vez que nuestras manos se rozaban. La forma en que sus dedos se acercaban demasiado a los míos mientras caminábamos me hacía estremecer, y una corriente eléctrica pasaba entre nosotros.

Intenté centrarme en el rastro de Shaak Ti, dejar que la conexión con la Fuerza me guiara, pero fue imposible apagar los pensamientos que se acumulaban en mi mente. El Lado Oscuro aún me susurraba al oído, tentando mi control, mi juicio, mi voluntad. No podía evitarlo, esa parte de mí aún estaba ahí, sedienta de poder.

Obi-Wan caminaba detrás de nosotros, arrastrando a Savage Opress con una soga de energía que lo mantenía atado. Sus pasos eran firmes y constantes, su expresión tensa pero serena, mientras vigilaba con atención a su prisionero. Su plan era claro: llevar a Savage a Coruscant, entregarlo a la justicia y asegurarse de que jamás volviera a ser una amenaza.

Savage permanecía en silencio, pero podía sentir su malicia y su ira como un veneno en el aire. Aunque estaba herido y atrapado, no se había rendido. Sabía que en cualquier momento, si la oportunidad se presentaba, trataría de escapar o causar más caos. Y, por alguna razón, parte de mí sentía que aún no habíamos visto todo lo que él era capaz de hacer.

— ¿La sientes aún? —me preguntó Anakin en voz baja, sobresaltándome ligeramente.

Asentí con un breve carraspeo, sin mirarlo directamente. No podía. No ahora.

— Sí. Está cerca. No sé cuánto más, pero... la siento. Es débil, pero está ahí.

Anakin no respondió, pero noté cómo sus dedos se crispaban en la empuñadura de su sable de luz, siempre alerta. Yo, en cambio, solo sentía más presión, más peso sobre mis hombros. No podía permitirme fallar. No otra vez.

El Maestro Kenobi, manteniendo su distancia, se acercó un poco más y miró a Anakin, luego a mí, como si percibiera cierta tensión. No dijo nada, pero su presencia, como siempre, me hacía sentir observada, juzgada, a pesar de que sabía que no lo hacía intencionadamente.

Avanzamos en silencio, guiados por la conexión frágil que me unía a mi maestra.

Finalmente, el paisaje se abrió y llegamos a una pista de aterrizaje. Naves de todo tipo, oxidadas y abandonadas, se alzaban como esqueletos de una época pasada. Mis ojos recorrieron el lugar, y su presencia en la Fuerza me golpeó. Shaak Ti estaba aquí, en algún lugar. Pero no podía ser tan fácil.

— Deben tenerla aquí… —murmuré ansiosa, más para mí misma que para los demás.

El impulso de correr, de irrumpir en esas naves para buscarla, me invadió. Estaba a punto de dar el primer paso cuando una mano fuerte y firme se cerró alrededor de mi muñeca.

— No tan rápido —la voz de Anakin sonó como una orden—, es peligroso —sentí su mirada clavada en mí como si intentara controlarme, y lo habría logrado de no ser porque mis nervios eran mayores.

Traté de soltarme, pero su agarre se mantuvo firme. Gruñí, queriendo protestar, pero la mirada en sus ojos me detuvo. Era protector, sí, pero había algo más. Algo que no podía definir del todo, como si quisiera asegurarse de que no me escapara de su control. Contuve la respiración inconscientemente, y en lugar de sentirme más segura, me sentí atrapada.

— Anakin tiene razón —intervino Obi-Wan, dando un paso al frente—. No podemos simplemente lanzarnos. Si los separatistas están aquí, es probable que hayan preparado una trampa. Debemos ser estratégicos.

Con un suspiro, asentí, pero mi cuerpo seguía tenso. Todo en mí gritaba por actuar, pero las palabras de Obi-Wan tenían sentido. Si los separatistas habían secuestrado a Shaak Ti, lo habían hecho para forzarnos a entregar la reliquia. Eso me enfurecía, y al mismo tiempo, me llenaba de ansiedad, ¿y si la estaban torturando? ¿y si se lo estaban haciendo pasar tan mal como Savage me lo había pasar a mí?

— Ellos quieren la reliquia a cambio —siseé, aún sintiendo la molesta presencia del colgante.

— Exactamente —confirmó el Maestro Kenobi—. Anakin y yo distraeremos a los separatistas. Atraeremos su atención lo suficiente para que puedas entrar y liberar a Shaak Ti.

La idea de separarme de nuevo me hizo sentir incómoda, pero sabía que no tenía otra opción. Mi conexión con Shaak Ti me permitiría encontrarla más rápido, pero una pequeña angustia en mi cuerpo emergió al saber que tendría que avanzar sola, tal y como había hecho en el pantano, donde terminé engatusada por el Lado Oscuro.

Antes de que pudiéramos preparar más detalles del plan, noté un cambio en el aire. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal, y mis ojos se dirigieron a Savage Opress, quien nos miraba desde su posición, atado pero lleno de una oscura satisfacción.

— ¿Y qué haremos con la cucaracha? —lo señalé con el mentón, recelosa.

Obi-Wan frunció el ceño hasta que giró la cabeza y miró a Savage antes de suspirar con cansancio, dirigiendo brevemente su vista a la extremidad que había cortado. — Podemos atarlo a una de las naves. No podrá irse lejos desde allí.

Estuve a punto de responder, cuando sentí una oleada de emociones oscuras a mi lado. Anakin. Lo sentí antes de verlo actuar, y cuando me di la vuelta, lo vi avanzar hacia Savage con un atrevimiento peligroso en sus ojos.

— Anakin… —susurré, pero fue demasiado tarde.

Anakin agarró a Savage por la nuca y vi como sus dedos se hundían con fuerza en la piel del zabrak. No era un simple gesto de captura, era algo más violento, algo más primitivo. Savage gruñó, pero no opuso resistencia. Sabía que en ese momento no tenía oportunidad, pero aún así, su mirada traía consigo una sombra de amenaza. Anakin no se inmutó.

Obi-Wan se detuvo un instante, sorprendido por la brusquedad del gesto. Parecía tan desconcertado por el repentino arrebato de Anakin que por un momento no hizo nada. Su usual calma había sido sacudida por el cambio en su aprendiz.

— Anakin, ¿qué narices haces? — preguntó finalmente, con su voz cargada de advertencia. Pero Anakin no respondió.

Comenzó a arrastrar a Savage hacia la nave más cercana, sin importar las piezas rotas de metal y escombros esparcidos por el suelo que hacían que el zabrak tropezara con cada paso. El chirrido de su cuerpo rozando los fragmentos oxidados resonaba en el aire, el sonido desgarrador era casi tan incómodo como la tensión en el aire.

Avancé hacia ellos, examinando cada movimiento de Anakin con cautela. Savage no merecía compasión, pero aquello estaba cruzando un límite. Algo no estaba bien. Había visto a Anakin enfadado antes, pero esto... esto era diferente. Era más oscuro, más peligroso.

— Anakin—llamé, intentando sonar autoritaria para que me hiciera caso, y fallé estrepitosamente—. Ten cuidado, se está desangrando aún más.

Mi comentario salió casi automático, en un intento de mantener el control sobre la situación. Pero en cuanto las palabras dejaron mis labios, su reacción me hizo detenerme en seco: Anakin soltó un gruñido por lo bajo y giró apenas la cabeza hacia mí, sus ojos chispeando con una mezcla de frustración e ira.

— ¿Por qué importa? —espetó, sin disimular la dureza en su tono—. Después de lo que te ha hecho, ¿en serio te preocupa que sangre un poco más?

Sus palabras me dejaron paralizada. No era simplemente furia, había algo más en su voz. Un sentimiento que no había escuchado antes. Era posesivo, casi territorial. Como si lo que Savage me había hecho fuera algo personal para él.

— Esto no es lo que somos, Anakin. Él tendrá su castigo, pero no aquí, no de esta manera —habló Obi-Wan, caminando hacia nosotros con pasos medidos, intentando calmar la situación.

Anakin negó con la cabeza, como un niño haciendo un berrinche, pero sin soltar a Savage al cual seguía siendo arrastrado como un muñeco inerte.

— No, no lo entiendes, maestro—replicó—. No es suficiente con simplemente llevarlo a Coruscant. No después de lo que hizo.

Hubo un momento en que nuestras miradas se encontraron, y vi algo en sus ojos que me hizo dar un paso atrás. Era casi la misma oscuridad que había sentido en mí cuando la reliquia me había tentado. El mismo deseo de control, de poder... de posesión. Pero no era hacia Savage.

Era hacia mí.

Intenté respirar profundamente, intentando recuperar el control de la situación. Teníamos que abandonar este maldito planeta que solo sacaba lo peor de nosotros, cuanto antes. Si no hacía algo, temía lo que podría suceder a continuación.

— Anakin —me erguí, tratando de sonar lo más dura posible—. No es el momento. Tenemos que centrarnos en lo que importa. La Maestra Ti nos necesita. No podemos distraernos ahora.

Por un segundo, pareció que mis palabras lo alcanzaron y su rostro se suavizó. Su agarre sobre Savage aflojó ligeramente, y el fuego en sus ojos disminuyó. Pero entonces, justo cuando pensé que había logrado calmarlo, Savage soltó una carcajada seca, su voz ronca y maliciosa.

— Mira cómo te controla, Skywalker —gruñó el zabrak, su tono burlón y venenoso—. Igual que todos los demás. Juegas a ser el héroe, pero al final… también eres solo otro peón de los Jedi.

La reacción de Anakin fue instantánea.

Sin pensarlo, lo estrelló contra una de las naves abandonadas con tal fuerza que el metal crujió. Savage soltó un grito de dolor, pero Anakin no lo soltó, su mano seguía firmemente apretada alrededor de su nuca.

— ¡Anakin, detente! —grité, acercándome rápidamente. Sabía que si no intervenía, lo mataría.

— No eres más que un animal —espetó Anakin entre dientes, su voz baja y peligrosa—. Y yo no tengo problema en poner fin a tu miserable vida. Quizás te reencuentres con tu hermano después de todo.

Obi-Wan avanzó, esta vez con decisión, y se colocó entre nosotros y la nave.

— ¡Anakin, suficiente! —ordenó, y yo nunca lo había escuchado tan firme—. Suéltalo ahora mismo.

Hubo un largo silencio, la tensión era palpable, como si todo el aire a nuestro alrededor estuviera cargado de electricidad. Entonces, con un gruñido final, Anakin soltó a Savage, quien cayó al suelo con un gemido. Pero la furia no había desaparecido por completo. Lo veía en la forma en que sus músculos seguían tensos, en cómo sus ojos oscuros aún destilaban odio.

Me acerqué a él, sintiendo el dolor en mi pecho intensificarse como nunca antes.

— ¿Te has vuelto loco? Ese no es el estilo Jedi —le espeté bruscamente, esperando que mis palabras lo alcanzaran esta vez.

Anakin me miró por un largo segundo. Y en ese momento, sentí que, por un breve instante, había algo en él que aún no había perdido. Algo que aún lo mantenía en equilibrio, aunque fuera por un hilo.

— Vamos —murmuró finalmente, su voz más calmada, pero aún cargada de emociones reprimidas—. Vamos a terminar con esto.

Y sin decir más, empezó a caminar hacia el frente, dejando a Savage tirado en el suelo, apenas consciente.





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El silencio de la pista de aterrizaje fue roto por el sonido de nuestros pasos cautelosos. Nos adentramos en el lugar, rodeados por los esqueletos de las naves oxidadas, y la presencia del Lado Oscuro se hacía más pesada a cada paso.

Mi conexión con la Maestra Ti se hacía más intensa, pero también lo hacía la angustia que sentía en mi pecho.

Anakin seguía caminando con pasos fuertes y rápidos, como si quisiera terminar todo cuanto antes. Sentía la oscuridad en él, como una bruma que lo envolvía peligrosamente. Justo entonces, noté cómo Obi-Wan, con más firmeza de la que acostumbraba, tomó a Anakin del hombro. Su rostro mostraba seriedad mientras le hablaba, pero también preocupación, como si supiera que el equilibrio de su padawan estaba al filo de un abismo.

Anakin, sin embargo, solo negaba con la cabeza, su expresión endurecida, como si no soportara ser regañado. Me recordó, de repente, que solo tenía diecisiete años. Un adolescente, impetuoso y rebelde, con emociones intensas que aún no podía controlar del todo. Menos aún en un lugar como Dathomir, donde el Lado Oscuro se arrastraba por cada grieta, alimentando sus peores impulsos.

El Maestro Kenobi soltó un suspiro frustrado, y aunque sus palabras parecían chocar contra un muro, él no se rindió.

— Ahora no es el momento para eso —lo escuché decir, lleno de advertencia—. Debemos centrarnos en la misión, Anakin. O esto terminará mal.

Anakin no respondió. Su mandíbula se tensó, pero continuó caminando, sin soltar palabra. Sentí un escalofrío recorrerme; era como si no hubiera logrado sacudirse la oscuridad de encima. Pero me negué a prestarle más atención. Necesitábamos salvar a la Maestra Ti.

A medida que avanzábamos, su presencia se hizo increíblemente fuerte en la Fuerza, su energía era casi tangible. Mi corazón dio un vuelco y miré hacia una nave enorme, que se alzaba a unos metros de nosotros, más imponente que las demás.

— Tiene que estar allí dentro —señalé, con la voz temblando de ansiedad.

Sin pensarlo, intenté dirigirme hacia la nave, pero antes de dar más de dos pasos, algo frío y metálico presionó contra mi sien:

— No lo creo, cariño.

Mi cuerpo se paralizó al instante. 

Sentí el cañón del bláster firmemente apretado contra mi cabeza, y por el rabillo del ojo pude ver al tipo que me estaba apuntando. Era un weequay, su piel rugosa y sus ojos fríos, mientras mantenía su arma lista para disparar. El zumbido familiar de los sables de luz se encendió detrás de mí, siendo Obi-Wan y Anakin sacando sus armas.

Giré lentamente la cabeza y vi cómo otras personas emergían de las sombras. Varios trandoshans se unieron a los weequay, sus enormes cuerpos armados hasta los dientes, y unos rodians más pequeños y ágiles se movían entre las naves oxidadas. Estábamos rodeados.

— Cazarrecompensas —asumió el Maestro Kenobi, apretando su agarre en el sable.

— ¿En serio? —gruñí, antes de sonreír burlona pero sin una pizca de humor—. ¿Qué? ¿Esos inútiles no tienen cojones de venir ellos mismos?

El cazador que me tenía a su merced dejó escapar una risa gutural, mientras el cañón del bláster se hundía más en mi piel. Intenté no moverme demasiado, aunque mi mente buscaba frenéticamente una manera de salir de aquello.

— Lo harían. Pero nos dejarían sin chamba, pequeña Jedi —se burló el weequay, y el apodo me hizo recordar con un escalofrío a Savage. Por inercia, miré a Anakin de reojo.

Obi-Wan levantó una mano con calma, en un gesto de paz, buscando evitar la confrontación que estaba a punto de desatarse. Su voz, serena pero firme, rompió el silencio pesado que colgaba en el aire.

— No tiene por qué salir nadie herido —habló el Maestro Kenobi, buscando una salida diplomática—. Podemos resolver esto sin violencia. Bajen las armas, y todos podremos irnos de aquí en paz.

El weequay que me apuntaba soltó una carcajada, profunda y burlona. Sus compañeros lo siguieron con risas ásperas, como si hubiera contado el mejor chiste del día.

— ¿Paz? —repitió el weequay, con una sonrisa torcida mientras aflojaba ligeramente su agarre en el bláster—. No hay paz para ustedes, Jedi. O nos dan la reliquia o acabaremos con ustedes… y con la togruta.

El simple pensamiento de que podían hacerle daño a la Maestra Ti encendió algo en mi interior. La furia que había intentado reprimir se agitó, intensa, amenazando con desbordarse.

— ¿Acabar con nosotros? Pff, por favor… —resoplé con desprecio —. Si he sobrevivido a una Aayla sonámbula en medio de la noche, créanme que puedo sobrevivir a una panda de insectos que no valen ni para ser comida de sarlacc.

El insulto fue inmediato. Sentí el cañón del bláster presionar más fuerte contra mi sien, y antes de que pudiera reaccionar, el weequay me golpeó con el arma. El impacto fue rápido, seco, y un dolor punzante recorrió mi cráneo. Dejé escapar un quejido involuntario, tambaleándome ligeramente mientras mi visión se nublaba por un segundo.

— ¡Helene!  —escuché a Anakin exclamar, su voz cargada de ira. Podía sentir su rabia como una tormenta oscura en la Fuerza.

Obi-Wan levantó ambas manos esta vez, buscando detener lo inevitable.

— Podemos arreglar esto sin más violencia —dijo rápidamente, mirando a Anakin de reojo, intentando calmarlo antes de que las cosas se descontrolaran—. No queremos problemas —pero Anakin, por supuesto, no estaba dispuesto a escuchar.

— ¡Yo sí quiero! —rugió, interrumpiendo a Obi-Wan sin pensarlo dos veces. Y con una agilidad sorprendente, se lanzó directamente hacia el weequay que me mantenía cautiva.

El cazarrecompensas, sorprendido por el arrebato, me soltó de inmediato, girando el bláster para apuntar al joven Jedi. Pero Anakin fue más rápido. Con un giro de su muñeca, movió su sable azul, desviando el disparo con facilidad, como si fuera un reflejo natural. El disparo láser rebotó hacia una de las naves abandonadas, dejando una quemadura humeante en el casco oxidado.

Al ver el caos desatarse, el resto de los cazadores de recompensas empezaron a sacar sus armas, el sonido de los blásters preparándose resonó en el aire. Mi corazón dio un vuelco. Era hora. Sentí el zumbido de mi propio sable de luz al encenderse, el familiar resplandor morado iluminando el entorno.

Los disparos comenzaron a volar a nuestro alrededor, el sonido de la batalla estallando como un trueno. El Maestro Kenobi, a pesar de su deseo de evitar el conflicto, desenvainó su sable con una precisión calculada, desviando los disparos que venían hacia él y hacia Anakin.

— ¡Helene, encuentra a la Maestra Ti! —me gritó, bloqueando hábilmente un disparo dirigido a su cabeza. Anakin, mientras tanto, ya se encontraba en medio del combate, su sable girando con movimientos precisos y mortales, su rostro reflejando una determinación feroz.

— ¡No dejen que nadie salga con el colgante! —gritó uno de los trandoshanos, su rugido gutural resonó mientras disparaba su bláster a quemarropa.

No había más tiempo para pensar. Sentí la adrenalina correr por mis venas, y supe que no había vuelta atrás. Ahora, solo había pelea.

Los disparos llovieron en todas direcciones, silbando peligrosamente cerca. Sentí el calor de cada destello de energía pasar junto a mí mientras bloqueaba los que podía, pero los cazarrecompensas eran demasiados.

A lo lejos, vi a Anakin lidiando con varios de ellos, pero algo en su postura me hizo fruncir el ceño. No solo se ocupaba de sus propios atacantes, sino que también intentaba protegerme. Cada vez que un disparo se acercaba demasiado, su sable brillaba para desviarlo. ¿Acaso no sabía que me podía defender perfectamente sola?

Sentí una oleada de frustración emerger de mí, una que no sentía desde que nos veíamos en el Templo. Aquello casi me hizo sonreír por pensar en que las cosas podrían volver a la normalidad, pero rápidamente recuperé mi lugar:

— ¡Concéntrate en los tuyos! —le grité, girando sobre mis talones para desviar un disparo que venía hacia mí. Sin esperar respuesta, aproveché un breve momento de calma para saltar hacia una de las alas de una nave cercana.

Las naves oxidadas eran un laberinto perfecto para usar la forma Ataru, y mis pies se movieron con precisión sobre las superficies metálicas. Salté de ala en ala, utilizando las alturas a mi favor. Desde arriba, pude ver mejor a nuestros enemigos, y con cada disparo que me lanzaban, mi sable morado se movía con agilidad, devolviendo la energía hacia ellos.

Sentí cómo el viento se arremolinaba alrededor de mí mientras saltaba entre los techos de las naves abandonadas, mi cuerpo respondiendo con fluidez a la adrenalina que recorría mis venas. Las ráfagas de los blásters rebotaban en mi sable y se estrellaban contra el suelo o las propias naves. Entonces, como un imán, mi atención se desvió hacia una en particular.

Allí, frente a mí, la presencia de la Maestra Ti se hizo insoportablemente intensa, tirando de mí, guiándome.

Mi corazón latió con fuerza en mi pecho mientras aterrizaba ágilmente frente a la enorme nave abandonada.

No me quedaba duda: Shaak Ti estaba allí.

Mis pies casi volaron al adentrarme en el oscuro interior de la nave, ignorando los ecos de la batalla que quedaban atrás. Recorrí los pasillos oxidados, esquivando cables colgantes y escombros que crujían bajo mis botas. Con cada paso, la energía de la Maestra Ti se volvía más palpable, más fuerte. Mi pulso aceleraba, y una mezcla de emoción y angustia me invadía. ¿Qué le habrían hecho?

Entonces la vi.

La silueta de la Maestra Ti yacía en el suelo, inerte. Sus manos y pies estaban atados con sogas de energía que brillaban tenuemente en la penumbra. Un nudo se formó en mi estómago mientras el horror me inundaba. Mi pobre maestra había terminado reducida a esto mientras yo me negaba a soltar el maldito colgante por sentir un poco más de poder y salvar a Anakin de una falsa amenaza.

Solté un chillido, incapaz de controlar la oleada de emociones que me atravesaron. — ¡Maestra Ti!

Corrí hacia ella, desesperada, mis dedos temblaron mientras cortaba las ataduras con mi sable. Su cuerpo permanecía inmóvil, aún atrapado en el agotamiento y la inconsciencia. Sin perder un segundo, apoyé una mano en su pecho y cerré los ojos, enfocándome en transferirle algo de mi energía a través de la Fuerza.

Sentí la calidez fluir hacia ella, como si mi propia vitalidad se uniera a la suya, reviviéndola poco a poco.

Un suave movimiento debajo de mis dedos me indicó que había despertado. Lentamente, sus ojos se abrieron, pero algo estaba mal. Mi propia excitación nubló mi juicio, ignorando detalles que normalmente no hubiera pasado por alto. Como la mordaza aún atada a su boca, que dejé allí, sin pensarlo.

— ¡Oh, Maestra! —empecé a lloriquear como una niña, incapaz de contenerme—. ¡No tienes idea de todo lo que ha pasado! ¡Nos has dado el susto de nuestras vidas! Anakin está furioso, Obi-Wan casi pierde la paciencia... ¡Oh, tengo que ponerte al día! ¿Sabías que me convierto en Sith? Un imbécil al que no conocen ni en casa me engañó…

Mientras hablaba sin parar, Shaak Ti me miraba, pero no con alivio o gratitud. Sus ojos estaban llenos de horror, una emoción pura y cruda que no entendí al principio.

Me reí nerviosa, pensando que estaba en shock por todo lo que le estaba contando.

— Lo sé, lo sé —dije con una sonrisa—, ha sido una locura. ¿Te imaginas lo antiestético que quedaría mi rostro con ojos amarillos? Parecería una babosa Hutt, uhg.

De repente, la Maestra Ti empezó a agitarse, sus ojos se movieron desesperados y la Fuerza a su alrededor se intensificó con una advertencia clara y peligrosa. La energía que desprendía me golpeó como una ola, sacudiéndome.

Fruncí el ceño, confundida.

— ¿Qué pas...? —empecé a decir, dándome la vuelta por instinto.

No llegué a ver qué o quién me golpeó, pero el impacto fue brutal. Un dolor agudo estalló en mi rostro y todo se volvió oscuro de repente.

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