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ʙᴇᴀʀᴇʀs ᴏғ ᴛʜᴇ ғᴏʀᴄᴇ







ʙᴇᴀʀᴇʀs ᴏғ ᴛʜᴇ ғᴏʀᴄᴇ
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«¡No lo entiendes! ¡He hecho esto por nosotros! ¡Por ti!»

«Yo… nunca conocí a mi madre»

«¡Podemos hacer que las cosas sean como queramos!»

«Ya es tarde para él, Helene»

«A veces la siento… como si estuviera conmigo en todo momento»

«¡Maestra! ¡NO!»

«¡MIENTES!»

«Me hubiera gustado conocerte»

«Helene…»

«Te encontré»

Desperté con un grito ahogado, sintiendo mi pulso acelerado y un horrible escalofrío recorriendo todo mi cuerpo. No recordé mucho, casi nada, solo veía sombras y más sombras proyectarse ante mí como una holopelícula de terror que no se acababa nunca.

Deslicé rápidamente mis ojos por el entorno que me rodeaba: aún seguía en aquella habitación donde nos habíamos hospedado para hablar con El Padre, una clase de deidad extraña en la Fuerza. Mi pecho subió y bajó con frecuencia hasta que logré controlar mi respiración. Giré la cabeza y encontré la figura de Anakin dormido justo a mi lado. Pero algo no iba bien.

Su cuerpo estaba empapado de sudor, su respiración parecía más agitada que la mía y emitía extraños sonidos con la boca, como si quisiera despertar pero no pudiera. Su presencia en la Fuerza me asfixiaba de tal manera que sentía una horrible presión sobre mi garganta. De pronto, Anakin empezó a gemir:

— Basta… Por favor… Ella no…—sollozó en medio del sueño, mi cuerpo no respondió y lo miré fijamente mientras él seguía agonizando inconsciente—. Haré lo que sea… por favor… basta… ¡BASTA!

Di un pequeño brinco en la cama ante su grito e inmediatamente me abalancé sobre él para sacudirlo por los hombros. — Ani, Ani, está bien, soy yo, Ani… ¡Anakin!

Anakin abrió los ojos de golpe y, lo que pasó a continuación, no me lo vi venir: mi marido estiró su brazo cibernético antes de que yo pudiera reaccionar y en un momento mi suministro de aire se vio cortado por su fuerte agarre en mi cuello, presionando con ira y violencia.

Jadeé en un intento de recuperar mi control y coloqué mis manos sobre su brazo para intentar alejarlo, pero de nada sirvió. Anakin continuó mirándome con una furia abrasadora mientras yo luchaba como un pez fuera del agua.

— Ani… —logré decir a duras penas, su presión se hizo más fuerte—... Es… demasiado temprano… para… jugar…

Como si mis palabras hubiera roto una clase de hechizo sobre él, mi marido reaccionó parpadeando y su rostro oscurecido se transformó en una expresión de horror al darse cuenta de lo que estaba haciendo. Anakin soltó de inmediato mi cuello y rápidamente empujó mi cuerpo al suyo para abrazarme antes de que pudiera tomar una sola bocanada de aire:

— Lo siento, dioses, lo siento… —murmuró, apretándome con fuerza y acariciando desesperadamente mi cabello—. Perdóname, ángel. Pensé que… pensé que te…

No llegó a terminar la frase, las palabras quedaron congeladas en el aire y sentí su cuerpo ponerse rígido bajo el mío. Sus manos se aferraron más a mi figura y cerré los ojos, inhalando su aroma. Estaba caliente, y por primera vez, no en el sentido que me gustaría.

— Tranquilo… estoy bien —susurré en su oído, sintiendo como se estremecía, apretando su agarre. Alejé mi cabeza de su cuello y miré fijamente sus preciosos ojos azules ahora llenos de pánico, intenté que mi corazón no se rompiera—. ¿Qué sucedió? ¿Qué soñaste?

No respondió de inmediato. Anakin apartó la vista de mí y la dirigió hacia otro lado de la habitación mientras yo seguía sobre él. Cuando hice el amago de levantarme para darle su espacio, llevó sus manos a mis brazos para detenerme: — Tuve una pesadilla…

— Wow, si no me lo dices, no me daba cuenta. —gruñí, hasta que noté su mirada tornarse más oscura—. Bueno, ¿qué? ¿qué pasó? —insistí, con curiosidad.

Anakin suspiró, como si esto fuera lo último de lo que quisiera hablar.

— No es nada —desvió la mirada hacia mi pecho, o más bien hacia mis pechos, antes de volver a levantarla a mis ojos—. Ni siquiera la recuerdo bien, solo tenía mucho miedo y…

— ¿Y qué?

Anakin me miró fijamente, sin vacilar. — Y tú aparecías en ella.

Intenté que mi piel erizada pasara desapercibida: no era aparecer en su pesadilla lo que me inquietaba, si no la manera en la que lo había dicho. Como si hubiera revelado quizás el suceso más catastrófico de la galaxia. Traté de ignorar la sensación punzante en mi estómago.

— Yo también tuve una pesadilla —hablé, captando su atención de inmediato—. Y Windu aparecía en ella, con un implante de cabello más largo que el mío —fingí estremecerme—. Creo que la Fuerza en este lugar está jugando con nosotros.

Anakin no dijo nada, y supe que seguía reflexionando acerca del sueño. Tomé una bocanada de aire y me levanté de la cama, echándole un vistazo rápido al dormitorio. Nada se había movido de su sitio. Por lo tanto, no se trató de ninguna emboscada, y aunque lo hubiera sido, Anakin y yo estábamos demasiados cansados como para tenerlo en cuenta.

— Vamos, quiero orinar y este sitio no tiene pinta de tener baño…

Ni siquiera nos arreglamos para parecer más presentables que ayer, no teníamos ropa de cambio ni nada que pudiera servirnos para acicalarnos. Tomé la mano de mi marido, uniéndola a la mía, cuando salimos de la habitación y me encargué de frotar suavemente su dorso con mi pulgar, recordándole que yo seguía ahí, a su lado.

En mitad de uno de los pasillos, Anakin bajó la cabeza con timidez y sonrió de lado— Siempre lo consigues…

— ¿El qué? —levanté una ceja.

— Calmarme cuando me tocas —respondió, volviéndome a mirar. Mis mejillas se sonrojaron ante la suavidad de sus ojos—. Lo logras desde que éramos jóvenes, cuando ni siquiera estábamos juntos. Cada vez que sentía tu mano sobre mí… Era suficiente para disipar cualquier cosa.

No dije nada. Recordar aquellos momentos me hacía sentir extraña. Casi podía escuchar a mi yo del pasado burlarse de mí por haberle dado la oportunidad a ese niño castroso de demostrarme que había crecido, y que lo había hecho por mí. Para estar a mi lado.

A veces, miraba hacia atrás en los pasillos del Templo Jedi y veía a esa Helene rebelde y osada correr histéricamente por los pasillos para esconderse tras su maestra  mientras era acosada por un chiquillo al que había enamorado entre gruñidos e insultos.

Ahora, miraba a mi costado y lo veía junto a mí. Siempre junto a mí. Cada vez que teníamos que separarnos para marchar a nuestras respectivas misiones, sentía su presencia en la Fuerza llamándome a mil millones de estrellas de distancia, intentando encontrar un consuelo a través del campo de energía que nos unía.

Pero al mirar hacia adelante, solo veía miedo.

Miedo e incertidumbre. Como si la Fuerza misma me presionara a mirar pero el amor que sentía por Anakin me lo impidiera, haciéndome centrarme únicamente en nuestro presente. Era todo lo que importaba.

Llegamos a la sala donde El Padre nos había recibido ayer y lo encontramos allí: tenía los ojos cerrados, y daba la impresión de que se había quedado dormido mientras meditaba (soy esa) en el epicentro de la sala. Anakin y yo nos miramos, antes de sacar nuestros sables de luz al mismo tiempo y encenderlos, dirigiéndolos peligrosamente hacia el rostro del anciano.

— Es muy temprano, ¿no pudieron dormir? —preguntó el viejo, haciéndome brincar en mi lugar. Seguía con los ojos cerrados pero su voz resonaba en todo el lugar como un eco—. Atacar a un hombre desarmado no es precisamente moral. ¿Qué pasó con el estilo Jedi?

Sonreí irónicamente.

— Créame… llevo haciéndome esa pregunta desde que lo conocí.

Señalé con la barbilla a mi marido, quien frunció el ceño, y acercó más su sable al calmado anciano, el cual no parecía ni un poquito nervioso ante su movimiento. — Eres un Lord Sith —asumió Anakin sin apartar la mirada de él.

El anciano casi parecía querer sonreírnos:

— Tienes una visión muy simple del universo. No soy un Sith, ni tampoco un Jedi. Soy mucho más… —abrió sus ojos, revelando unas pupilas turquesas que nos miraron fijamente—, al igual que tú.

— ¿Quién demonios eres? —di un paso hacia delante—. ¿Y dónde demonios estamos?

Para mi sorpresa, el anciano simplemente levantó las palmas de sus manos y, con un movimiento elegantemente natural, hizo retroceder nuestras armas sin ninguna clase de dificultad. — Algunos nos llaman Portadores de la Fuerza.

Anakin me observó expectante y yo fruncí el ceño, ladeando la cabeza. — Nunca he escuchado algo parecido —repliqué, desconfiada.

— Pocos saben aún de nuestra existencia…

— Tuve un sueño extraño —lo interrumpió Anakin, lanzándome una breve mirada, antes de centrar su atención en él—. Vi y sentí cosas que nunca había experimentado antes. ¿Tienes algo que ver con eso?

El Padre tenía una expresión tranquila en su rostro, como si supiera exactamente lo que había pasado en el dormitorio mientras dormíamos. Su calma me perturbó y estuve a punto de lanzarme a jalar de su barba hasta el piso por la incertidumbre que nos creaba, hasta que habló:

— Ah, debe ser obra de mi hijo. Puede adoptar muchas formas y filtrarse en la mente de las personas como un reflejo de la fuerza vital que nos rodea —suspiró mirando a Anakin—. Llevas un gran dolor en tu corazón. —entonces sus ojos se movieron hacia mí—. Y tú… te estás adelantando demasiado.

Esperé a que mi cerebro lograra trabajar en su funcionamiento para poder entender lo que quería decirme, y aún así no lo comprendí. Mi mente se estancó en el momento que señaló el dolor que llevaba Anakin en su corazón. No pude evitar sentir una oleada de tristeza, asumiendo que seguramente se refería al recuerdo de su difunta madre. Quizás, la última imagen de ella muriendo en sus brazos, atormentándolo.

— Mis hijos y yo podemos manipular la Fuerza como nadie más puede hacerlo —continuó El Padre, al no recibir respuesta—. Llamamos a este lugar, Mortis. Fue necesario retirarnos del mundo temporal y vivir aquí como anacoretas.

Asentí levemente, escuchando sus palabras. — Ya veo…

Anakin volvió a fruncir el ceño, mirándonos.

«¿Tú has entendido lo que ha dicho?»

«¡Claro que no! ¿Cómo piensas que voy a entenderle si me acabo de levantar, no he hecho pis, y tampoco he desayunado?»

— ¿Y por qué diablos asientes? —replicó entre dientes, por lo bajo.

«Me gusta hacerte sentir tonto» sonreí para mi misma al ver como rodaba los ojos.

— Así que… ¿esto es como un santuario?

— Y una prisión —La mirada del hombre se volvió más apagada—. No se pueden imaginar el dolor que es tener tanto amor por tus hijos y darte cuenta de que podrían desgarrar el tejido mismo del universo.

— ¿A qué se refiere?

El Padre suspiró. — Sólo aquí puedo controlarlos. Una familia en equilibrio: la luz y la oscuridad, el día y la noche, la destrucción y la creación…

— Si, si, ya vimos que son una familia muy disfuncional, todos pasamos por esa mierda —rodé los ojos, ignorando sus miradas—. ¿Pero qué diablos pintamos nosotros aquí?

— Hay algunos a quienes les gustaría explotar nuestro poder. Los Sith, por ejemplo. Demasiada oscuridad o luz sería la ruina de la vida tal como la conocéis. Cuando me llegó la noticia de que habían encontrado al Elegido, necesitaba verlo con mis propios ojos. Por eso moví algunos hilos para que los trajeran aquí.

Levanté las cejas, pero no se lo reproché. Yo también habría sentido una gran curiosidad por conocer al Elegido de no ser porque ya conocía hasta el interior de su ombligo.

Sin embargo, algo no me cuadraba.

— ¿Y qué tengo que ver yo? —pregunté, frunciendo el ceño—. Si querías verlo, podrías haberlo atraído a él simplemente. ¿Qué sentido tiene dejarme acompañarlo?

Anakin parecía a punto de abrir la boca pero El Padre lo detuvo con un movimiento de mano, curvando sus labios en una pequeña sonrisa.

— ¿Y lo habrías dejado venir sin ti?

Dejé que la pregunta flotara en el aire, su mirada turquesa permaneció fija en la mía, como si ya supiera la respuesta.

No respondí. No tenía que hacerlo. El silencio era más que suficiente, y la ligera curva en sus labios me indicó que él sabía exactamente lo que yo sentía. Esa certeza de que nunca podría dejar a Anakin enfrentarse a algo desconocido sin estar a su lado, sin intentar protegerlo… aunque supiera que a menudo era él quien terminaba protegiéndome a mí.

— Eso pensé —murmuró El Padre, inclinando apenas la cabeza hacia un lado.

Apreté los labios, cruzando los brazos sobre mi pecho mientras sentía a Anakin a mi lado tensarse. Notaba su presencia en la Fuerza revolverse, como si sus emociones estuvieran en ebullición pero sin atreverse a desbordarse.

— ¿Qué quiere decir con eso? —preguntó él finalmente, con voz firme pero algo áspera.

El Padre dejó escapar un leve suspiro, dándome la impresión de que estaba tratando de decidir cómo explicarse. Cuando habló, lo hizo lentamente, como si nos estuviera contando un secreto que llevaba milenios guardado:

— La Fuerza funciona de maneras misteriosas, jóvenes. A veces, su voluntad toma formas que los mortales simplemente no pueden comprender. Por eso existen los elegidos, los instrumentos del equilibrio. Y a veces… algo aún más raro ocurre: dos almas, tan profundamente conectadas, que trascienden los límites de lo que conocemos.

— ¿Qué quieres decir con "conectadas"? —inquirí, con un tono más brusco de lo que esperaba. Algo en la forma en que lo decía me ponía nerviosa, y el mango de mi sable prácticamente escocía en mis dedos—. Si está insinuando que somos el uno para el otro porque nos hemos casado, lamento decepcionarlo —me burlé, cruzando mis brazos—. Eso no tiene nada que ver con la Fuerza, es… —me detuve, buscando la palabra adecuada—… física.

— Química —corrigió mi marido.

— Es lo mismo —gruñí, recibiendo un suspiro de su parte.

El Padre volvió a sonreír, pero esta vez su gesto no tenía nada de burla. Era casi… compasivo.

— Ustedes dos no son simplemente una pareja de Jedis enamorados. Son algo más…

— ¿Somos…?

Una Diada de la Fuerza.

Las palabras cayeron sobre nosotros como un meteorito. Anakin y yo intercambiamos una mirada rápida, ambos reflejando el mismo desconcierto.

— ¿Una qué? —pestañeé, sin tener la menor de idea de lo que hablaba.

— Una diada —repitió El Padre, como si fuera algo obvio—. Dos que son uno. Dos mitades de un todo. No solo comparten un vínculo emocional o una conexión en la Fuerza… son la Fuerza misma, dividida en dos formas físicas. Juntos, tienen el potencial de ser más poderosos que cualquier cosa que este universo haya visto jamás.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, y no pude evitar dar un paso atrás. Esto era demasiado. Siempre había sentido esa conexión con Anakin, algo que iba más allá de las palabras o las emociones… pero ¿la Fuerza misma?

Mis ojos se encontraron con los de Anakin, y sentí un torbellino en mi interior. Él, en cambio, dio un paso adelante, con expresión endurecida. — ¿Cómo sabemos que estás diciendo la verdad?

El Padre volvió a sonreírnos, marcando las líneas de expresión en su arrugado rostro.

— Ya lo saben. La conexión que sienten no es un accidente. Sus caminos siempre estuvieron destinados a cruzarse, no por elección, sino por la Fuerza misma. Y cuando llegue el momento, comprenderán por qué.

— Diada —repetí, casi como si probar la palabra en mis labios pudiera darle algún sentido—. ¿Cómo es que nunca habíamos oído hablar de eso?

El Padre ladeó la cabeza. — Porque no es algo que pueda estudiarse o aprenderse, joven Jedi. Es algo que simplemente… ocurre. La Fuerza los eligió a ustedes dos.

Miré a Anakin, buscando en sus ojos alguna señal de que entendiera mejor que yo lo que estaba sucediendo, pero su expresión reflejaba la misma confusión que yo sentía.

— No entiendo —murmuró Anakin, finalmente encontrando su voz—. Si somos una "diada", como dices, ¿qué significa eso realmente? ¿Qué espera la Fuerza de nosotros?

El viejo hizo una pausa, como si sopesara cuánto debía decirnos. Finalmente, habló:

— Significa que sus destinos están entrelazados de una forma que aún no comprenden. No solo comparten un vínculo poderoso, sino que juntos tienen el potencial de moldear el futuro de la galaxia. Y ya lo hacen, aunque no lo sepan —se detuvo un momento, volviendo serpentear sus ojos hacia mí—... o quizás sí —se rectificó, mirándome atentamente—. Nunca esperé que una diada se interpusiera en la profecía del Elegido.

— Esa profecía es un mito —gruñó Anakin, dando un paso delante mía—. Y en todo caso, ella no tiene nada que ver

El Padre levantó una ceja.

— ¿En serio? Me gustaría saberlo —se acercó finalmente a nosotros, y yo apreté el mango de mi sable por inercia—. ¿Por qué no lo averiguamos? Pasen una prueba y sabré la verdad. Entonces, serán libres de marcharse junto a sus amigos.

Volví a compartir una mirada con mi marido y, a regañadientes, seguimos al anciano que ya se había alejado de nosotros. Después de todo, no teníamos nada que perder y necesitábamos regresar a Coruscant como fuera.

Sin embargo, su pequeña revelación había dejado en mí un sentimiento de inquietud que no desapareció.







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No sabía en qué momento me había alejado de Anakin solo para resultar ser capturada por una enorme criatura con garras y alas que me llevaba por los aires hacia la Fuerza sabrá donde.

Su pelaje era un blanco fluorescente que ciertamente me habría parecido encantador de no ser porque ahora descendíamos hacia el centro de una arena en el que podía llegar a divisar un símbolo giratorio con piedras claras y oscuras a su alrededor, lo que indicaba un equilibrio entre la luz y la oscuridad.

Oh, esta era la prueba de mi Ani.

— Fuerza, puedo ver su trasero desde aquí... —mordí mi labio inferior, mirando los hermosos atributos de mi marido entrando a la arena. El pajarraco que me sostenía gruñó con desaprobación.

Pero mi alegría se desvaneció en cuanto una bola oscura y escurridiza atravesó nuestro camino a toda velocidad haciendo que el pajarraco casi me soltara. Un chillido se escapó de mi garganta y sentí las inmensas ganas de hacerme pis encima cuando vi que se trataba de otro pajarraco más oscuro descendiendo hacia la arena, pero no estaba solo: esa bestia sujeta a Obi-Wan y a Ahsoka en sus patas delanteras, mientras que mantenía a Cal y Shaak Ti en las traseras. Mi maestra captó mi mirada aterrada y la expresión de su rostro fue suficiente para preocuparme aún más.

— Ay no —susurré, para mí misma.

Poco a poco, fuimos descendiendo hasta llegar a la superficie de la arena. Anakin se encontraba junto a El Padre en el centro, mirándonos horrorizados. Yo estiré la cabeza para ver a Cal pero El Padre empezó a hablar posicionándose frente a mi marido: — Es momento de conocer la verdad.

Ahsoka soltó un grito. — ¡Lo que sea que él quiera, no lo hagas, maestro!

Anakin nos observó uno por uno, deteniéndose más tiempo en mí y seguramente preguntándose en qué momento me habría perdido de vista, si íbamos siguiendo a El Padre codo a codo hasta que dejé de recordar todo lo demás.

— No jugaré tus juegos —sentenció mi marido.

El Padre caminó a su alrededor con una mirada altiva. — Oh, pero creo que lo harás. He ordenado a mis hijos que maten a tus amigos. La cuestión es… ¿a quiénes elegirás salvar? ¿A tu maestro? ¿A tu aprendiz?... ¿O a ella? —me señaló con sus ojos, captando la atención inmediata de Anakin.

Sentí la sangre hervir en mi interior al darme cuenta de a que estaban jugando. Levanté la cabeza solo para mirar con molestia al pajarraco que me mantenía inmovilizada en el suelo: era La Hija.

— Ahora debes liberar la culpa y liberarte eligiendo —finalizó El Padre, en la punta más alta de la arena. No pude reprimir el gruñido que salió de mí al ver su cobardía.

— Sus poderes son demasiado fuertes para nosotros, Anakin —le advirtió Obi-Wan, forcejeando con su agarre.

Anakin sacudió la cabeza y lo sentí de nuevo en la Fuerza: perturbado, agobiado, y a punto de estallar. Las anteriores palabras de El Padre volvieron a mi mente y como si hubiera escuchado mis pensamientos, el barbudo me miró con una leve satisfacción.

Gruñí. — ¡Ani! ¡No dejes que te controlen! ¡Maldita sea, eres fuerte y lo sabes!

La Hija lanzó un bramido y apretó su agarre en mí, haciéndome gemir de dolor. Anakin se giró hacía nosotros enseñando los dientes, con una sombra cruzando por su rostro. — Déjalos ir.

— Solo tú puedes hacer que mis hijos los liberen.

— ¡Anakin! —lo llamó, Shaak Ti desde el otro lado—. El planeta es la Fuerza, ¡úsala!

Anakin permaneció con la cabeza agachada, luchando contra sus pensamientos. El Padre pareció impacientarse ante una falta de reacción o respuesta, por lo que suspiró decepcionado.

— Bien, no me dejas otra opción —habló, volviendo a posar sus ojos sobre mí y sentí que otro chorrito de pis se me escapaba—. Comprobemos también si lo otro es cierto o solo suposiciones mías…

Como si hubiera sido una señal, La Hija empezó a ejercer más presión sobre mí y solté un alarido de dolor cuando mis rodillas chocaron contra el suelo, doblegándome en mi lugar. Levanté la cabeza para escupirle a esa payasa pero, para mi sorpresa, me encontré con la oscura y sombría expresión de Anakin revelándose ante nosotros, mirando a nuestros atacantes con un fuego abrasador en sus ojos.

— La dejarás ir —sentenció Anakin, sin apartar su mirada de mí—... a todos.

Y antes de que pudiera verlo venir, mi marido extendió sus brazos de tal manera que una corriente de aire nos golpeó a todos con una fuerza increíblemente brutal, empujándonos hacia atrás. Sentí mi cuerpo separarse del suelo y noté como La Hija estaba volando hacia arriba lentamen… No, no estaba volando, la estaban haciendo levitar.

Anakin mantuvo sus brazos extendidos hacia nosotros y todos flotamos en el aire, con la respiración detenida y el corazón a punto de salirse del pecho. El clima fue cambiando, el aire se volvió más denso y la noche cayó sobre nosotros de manera estrepitosa, iluminando llamativamente las luces de la arena.

Rayos y truenos comenzaron a danzar sobre nosotros y miré totalmente conmocionada como Anakin sujetaba a dos Portadores de la Fuerza con la suya misma, sin temblar ni un músculo que lo hiciera tambalear. Lentamente, descendió sus manos a modo que fui suavemente desprendida de las garras de La Hija, aterrizando en la arena.

— Ani… —susurré, sin poder evitarlo. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Cómo podía hacer eso?

Miré a mis amigos pasar por el mismo proceso que yo y después a El Padre, cuyo brillo de interés había vuelto a su rostro mientras acariciaba su barba. Finalmente, Anakin encogió la distancia entre sus brazos creando un acercamiento entre ambas criaturas hasta que que las alejó bruscamente, haciendo que ambas impactaran contra las paredes de la arena. De inmediato, encendí mi sable de luz y me enfrenté a mi captora, que rugió en mi dirección.

Anakin volvió a levantarla con la Fuerza solo para derribarla una vez más antes de que yo pudiera hacer algo. Observé, perpleja, como ambas criaturas se transformaban rápidas pero derrocadas en lo más similar a un ser humano. La Hija volvía a estar tal y como la recordaba, arrodillada a los pies de mi marido junto al que asumí que era su hermano. El Hijo.

Me acerqué rápidamente a Cal el cuál me abrazó nada más verme llegar, sus brazos se sintieron totalmente reconfortantes en esos momentos. — Gracias a la Fuerza, Maestra. Pensábamos que estabas herida.

Shaak Ti también se acercó pero tenía la mirada puesta en Anakin, con un leve destello de inquietud surcando sus ojos, muy parecido al que tenía Obi-Wan en todo el rostro mientras observaba el cielo que mi marido había logrado transformar.

— Y ahora ves quién eres en realidad —El Padre se acercó tranquilamente a él—, y cuáles son tus prioridades… —Me echó otra mirada que arrancó un gruñido de mí. Estuve a punto de abalanzarme sobre su cuerpo de no ser por la mano que Shaak Ti había colocado en mi hombro para calmarme—. Solo El Elegido puede domar a mis dos hijos. Lo que demuestra que mi hipótesis es correcta..

— ¿Ah, sí? ¡Pues puedes meterte tu hipótesis por el…! —mis palabras sonaron ahogadas cuando la mano de la Maestra Ti se movió hacia mi boca, impidiendome hablar

Anakin se giró hacia él, con la respiración agitada. — Ya he pasado tu prueba. Ahora cumple tu promesa y déjanos ir.

— Primero debéis comprender la verdad —señaló El Padre, haciéndome soltar un suspiro de exasperación—. Todos, déjennos a los tres.

Caminé rápidamente hasta llegar al lado de mi marido y noté como sus dedos enguantados se estiraban levemente, deseando tal vez entrelazarlos con los míos. Pero Obi-Wan, Shaak Ti y Ahsoka seguían presentes, mirándonos.

— ¡No confíen en él, maestra! —exclamó Cal, mirando ceñudo al anciano—. ¡Quizás le crece la barba con cada mentira que dice!

Me fijé en la barba de El Padre y. ciertamente, era igual de larga que el promedio de mentiras que decía un hombre al día. Claro que iba a tener en cuenta esa idea de mi padawan por más absurda que pareciera.

Todos abandonaron la arena y volvimos a quedar mi marido, El Padre, y yo. Aún me costaba mirar a Anakin directamente al rostro después de lo que acababa de suceder.

Jamás, jamás, jamás había visto una concentración de poder en la Fuerza tan alta como la que acababa de tener. ¿Dominar a las personificaciones de la Fuerza misma? ¿Quién se estaba fumando el destino de la galaxia?

— ¿Lo ves ahora, muchacho? Estoy muriéndome, y deberás reemplazarme con su ayuda —Me señaló el viejo cuya longitud de barba captaba toda mi atención.

— No podemos. Tenemos un deber que cumplir. Una guerra que librar. No podemos quedarnos aquí.

— Es vuestro destino —nos insistió El Padre—. Se ha predicho. El Elegido, permanecerá para mantener el equilibrio entre mis hijos. Y dado que tiene una compañera en la Fuerza, ella ayudará a igualar la balanza.

Su última frase me incomodó, y Anakin pareció notarlo pues, esta vez, sí me tomó de la mano para hacerme retroceder junto a él. — No —sentenció mi marido, con voz endurecida.

El Padre suspiró.

— No puedo obligarte a hacer esto. La elección debe ser tuya…. —habló con toque de decepción en sus palabras—. Pero váyanse, vuestro egoísmo os perseguirá, y a toda la galaxia.

— Que así sea —añadió Anakin, tirando de mí. Y con eso, nos fuimos del lugar.

Dejábamos todo esto atrás. Dejábamos a Mortis y a sus traumas. Por fin regresábamos a Coruscant.

De vuelta a casa.

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