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ɪɴᴛᴇʀɴᴀʟ sᴛʀᴜɢɢʟᴇs










ɪɴᴛᴇʀɴᴀʟ sᴛʀᴜɢɢʟᴇs
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Para garantizar que me comportara como una buena perrita obediente, la reina me había hecho llevar puesto un collar alrededor de mi cuello, uno que no dudaría en electrocutar mi cuerpo si me portaba un poquito mal.

Tuve que contener las ganas de escupirle en ese mismo instante.

Nos encontrábamos en una especie de coliseo zygerriano. Yo permanecía de pie junto a Anakin y detrás de la reina, observando como uno de sus súbditos enloquecía al público con sus discursos, todos ansiosos de comenzar la tortura que estaba a punto de llevarse a cabo.

«¿Crees que están bien?» le pregunté a mi marido, a través de nuestro vínculo mental. No habíamos sabido nada de nuestros compañeros de misión, ni siquiera se veían a la visita.

Anakin se sobresaltó ligeramente y me lanzó una mirada de reproche por asustarlo, pero suspiró.

«No lo sé, pero no parece que hayan logrado cambiar algo» me respondió, viendo como la reja del coliseo subía lentamente.

— ¡Su Majestad, zygerrianos, invitados de mil mundos! ¡Nuestra subasta comienza con esclavos de una calidad inigualable! —vociferó el zygerriano del centro, haciendo rugir a la multitud con asqueroso entusiasmo—. Les presento a… ¡Togruta! ¡Del sistema Kiros!

Para mi horror, vi como un viejo anciano era empujado hacia el centro del coliseo: tenía un aspecto cansado y deplorable. Demasiado exhausto hasta como para levantar la mirada. Un escalofrío embargó cada célula de mi piel y una bomba de emociones hirvientes comenzó a desplazarse lentamente por la Fuerza. Miré de reojo a Anakin y traté de transmitirle toda la calma que podía, sabiendo lo difícil que era, especialmente para él, ver esto.

— ¡Esta hermosa muestra representa un lote de nada más y nada menos que cincuenta mil seres! —exclamó el zygerriano, sonriendo con malicia—. ¡Observen la obediencia! ¡Jamás entrenados para el combate! ¡No habrá rebelión alguna!

Mientras el trozo de basura hablaba, sentí una pulsación familiar en la Fuerza. Mis ojos se entrecerraron intentando averiguar de dónde venía hasta que mi atención fue captada por una figura justo en el interior de la entrada al centro del coliseo: un armadura zygerriana permanecía erguida, sosteniendo algo en su cinturón y bajo ella estaba… ¿Cal?

Mis ojos se abrieron al máximo ante la idea de que mi padawan estuviera ahí abajo, solo y expuesto a una docena de zygerrianos con armas que lo rodeaban. Mi corazón comenzó a bombear con fuerza pero antes de que pudiera avisar a mi marido, otro guardia apareció corriendo hacia nosotros.

— Su Majestad —me empujó bruscamente para quitarme de en medio, a lo que le lancé un quejido—. Tengo noticias urgentes —avisó. Se inclinó para susurrarle algo al oído y la reina contrajo su rostro en una mueca de disgusto.

— Todo se revelará en su momento —habló en dirección a mi marido mientras se levantaba y se dirigía a su público, llamando la atención—. ¡Antes de empezar la subasta, le doy la bienvenida a un invitado especial! ¡Obi-Wan Kenobi!

Sentí un chorro de pis escapar de mí cuando la escuché.

Deseé haber entendido mal cuando la reja volvió a subir y de ella salió un brutalmente golpeado y maltrecho Obi-Wan, sujetándose el pecho y cojeando del pie izquierdo mientras intentaba avanzar a duras penas por la arena. Creí que iba a desmayarme en esos instantes al verlo y mi mirada se dirigió de nuevo hacia Cal, el cuál había cambiado su postura a una más tensa, observando al Maestro Kenobi.

— ¡Amigos míos, no teman a los Jedis! —la Reina intentó calmar la excitación de su público—. ¡No son diferentes a los que hemos obligado a someterse, porque han abandonado sus obligaciones para someterse a un senado corrupto!

Mierda. Mierda. Mierda.

El estado de Obi-Wan se veía peor a medida que se acercaba: su túnica estaba rasgada, salpicada por su propia sangre, al igual que su rostro.

¿Dónde estaban Shaak Ti? ¿Y Ahsoka?

— ¡Todos los Jedis se han convertido en esclavos de la República!

Le lanzó una mirada nerviosa a Anakin, sintiendo sus emociones al borde del colapso mientras observaba a la reina. Cualquier otro usuario de la Fuerza se hubiera vuelto loco aquí metido entre nosotros dos. Mi angustia apestaba tanto que podía levantar a los muertos y la ira de Anakin parecía estar tomando una forma casi humana.

Y la reina no ayudaba en nada.

— ¡La Orden Jedi es débil y nosotros ayudaremos a destruirla! —aseguró, girándose hacia mi marido con un látigo en su mano—. Enséñale a ese Jedi cuál es su lugar.

Anakin la miró con profundo odio en sus ojos, pero la reina no parecía darse cuenta de ello, muy deleitada con el hecho de haber capturado a un Jedi. Entonces, una pequeña sonrisa maliciosa comenzó a formarse en el rostro de mi marido y tomó el látigo, casi gustoso.

«¿Qué vas a hacer?»

«Solo mira»

Tragué saliva, viendo como desaparecía de nuestro lado para bajar al centro del coliseo. Su presencia en la Fuerza me puso los pelos de punta y no pude apartar la vista de él mientras seguía bajando. Una sombra espeluznante, que reconocí al instante, se extendía por el suelo a sus espaldas.

El silencio a mi alrededor se hizo insoportable mientras lo observaba acercarse a Obi-Wan. La arena dorada parecía brillar con la luz del sol que se filtraba por las enormes columnas del coliseo, mientras el público rugía con emoción, esperando el espectáculo.

Obi-Wan estaba de rodillas, con las manos en la cabeza, una posición humillante que nunca había imaginado verlo adoptar. Anakin lo miró desde atrás con una expresión algo burlona y mi corazón latió con más fuerza. ¿Qué demonios iba a hacer?

Desde mi posición junto a la reina, observé a Anakin decirle algo que cambió la expresión de su maestro, desconcertándome. ¿Está sonriendo?

— ¡Demuéstrame que eres un esclavista! —La reina alzó la barbilla, observándolos como si fuera un espectáculo especialmente preparado para ella—. ¡Blande el látigo… o muere junto a él!

Anakin tensó sus hombros subían e inhaló profundamente. Giró ligeramente su cabeza, y en un breve movimiento, sus ojos encontraron los míos.

«¿Qué estás haciendo?» quise preguntarle, pero mi mente estaba demasiado abrumada para formar palabras coherentes.

Sin apartar su mirada de la mía, Anakin se reverenció lentamente ante la reina, en una actuación tan convincente que me hizo dudar por un segundo. — No me deja otra opción, Majestad.

Mi marido encendió el látigo con un sonido electrizante, y el zumbido se amplificó en el coliseo. Levantó una mano, haciendo un gesto calculado que nadie pareció entender… excepto yo.

R2, que había permanecido callado hasta ahora en una esquina, dejó escapar un pitido agudo y frenético. Mi corazón se aceleró al instante.

— ¿Qué…? —comenzó la reina, pero antes de que pudiera terminar, Anakin giró sobre sí mismo con una velocidad sobrehumana y lanzó el látigo directamente hacia uno de los guardias más cercanos. El impacto fue brutal, y lo derribó al instante.

El coliseo estalló en caos. Obi-Wan se levantó de un salto y se lanzó hacia dos guardias más, esquivando sus armas con una agilidad que no parecía posible para alguien que hacía un segundo estaba al borde del colapso físico.

— ¡Guardias, sométanlos!

R2 pitó nuevamente, y quise largar un chillido cuando vi cómo disparaba tres objetos al aire, que volaron directamente hacia el centro del coliseo: los sables de Anakin, Obi-Wan y Cal. Mi marido atrapó el suyo y el de mi padawan suyo en pleno vuelo y antes de que pudiera procesar lo que estaba viendo, sentí un movimiento junto a mí. R2 lanzó el mío también, directo hacia mí.

Lo atrapé al instante y el frío metal en mi mano me recordó que no estaba allí solo para observar. Todo mi cuerpo se tensó mientras encendía la hoja violeta, y suspiré aliviada. — Te extrañé, preciosa.

El público comenzó a gritar, y los guardias que rodeaban a la reina se movieron hacia nosotros, pero yo ya estaba lista.

Me moví con rapidez, deslizándome entre los guardias zygerrianos que se abalanzaron hacia mí. Derribé al primero con un giro ágil, bloqueé un ataque lateral del segundo y lo derribé con una patada en el pecho. El tercero intentó tomarme por sorpresa, pero un rápido movimiento de mi muñeca fue suficiente para desarmarlo y dejarlo fuera de combate.

Fue entonces cuando la vi. La reina trataba de escapar entre el caos, moviéndose con rapidez lejos de su trono.

— No tan rápido —mascullé, aterrizando frente a ella. Extendí mi sable hacia su cuello, la hoja zumbó peligrosamente cerca de su piel y ella se detuvo en seco—.  Parece que la diversión se acabó, Majestad —susurré, acercándome a su oído mientras mi voz se teñía de burla.

Por un instante, mi mente vaciló. ¿Debería acabar con ella?

Sería fácil, rápido, una solución para todos los esclavos que sufrían bajo su reinado. Pero una voz en mi interior, una que sabía que pertenecía a la Orden Jedi, me detuvo.

La venganza no es el camino de un Jedi, las palabras de Shaak Ti volvieron a mi mente, aunque la idea de mostrar misericordia me repugnaba. Un calor abrasador se encendió en mi pecho y me incliné más cerca de ella:

— Mantén tus sucias garras lejos de mi marido, perra —le escupí, apretando los dientes.

La reina soltó un chillido despreciable: — ¡Quítate de encima, canalla!

Antes de que pudiera reaccionar, su codo se hundió con fuerza en mi estómago, haciéndome retroceder con un jadeo. En ese instante crítico, ella se giró y golpeó un panel en el trono.

Un repentino chispazo atravesó mi cuerpo, una descarga eléctrica que me hizo soltar el sable y caer al suelo. Todo mi cuerpo ardió en dolor mientras mis músculos se tensaban incontrolablemente.

Lo último que vi antes de que la oscuridad me envolviera fue el rostro triunfante de la reina.






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Miré el paisaje que se extendía frente a mí, a través de los barrotes de la jaula en la que me habían encerrado. Llevaba unas cuantas horas suspendida en el aire, con la única compañía de una repugnantes aves que se burlaban de mi desgracia dejando caer sus necesidades en la jaula.

Les gruñí a las criaturas cuando uno de sus excrementos casi me alcanzaba.

— Tienen suerte de que no tenga tanta hambre o haría un maldito caldo zygerriano con sus alas —señalé, dirigiéndoles una mirada de odio.

Las aves se carcajearon y yo resoplé recostándome en el suelo de la jaula, ya ni siquiera me daba tanto vértigo como antes. Solo esperaba a que el resto de mis compañeros se encontraran vivos y a salvo. Una perturbación familiar en la Fuerza me hizo fruncir el ceño.

Ya la había sentido antes, en Florrum tal vez.

Mis pensamientos se desvanecieron en cuanto capté la sombra de algo volar hacia arriba y cuando miré hacia el balcón, una sonrisa se extendió por mi rostro.

— Al fin —resoplé, burlándome de él—. Empezaba a creer que la reina ya te tenía entre sus piernas. Dime, todo su cuerpo es igual de… ¿peludo?

Mi marido se rió, antes de agacharse y mirar la ciudad extendida frente a la jaula. — Te aseguro que mis vistas no fueron tan buenas como las tuyas —me guiñó el ojo y yo rodé los míos, cruzándome de brazos.

— Sácame de aquí. Mi trasero se ha congelado.

Anakin sonrió y se concentró en alzar mi jaula mediante la Fuerza, logrando dirigirla hacia arriba. Miré con satisfacción a las aves que volaban a mi alrededor con decepción y les hice un gesto obsceno con la mano, disfrutando sus graznidos indignados. Mi marido colocó la jaula en el suelo frente a él y arrancó los barrotes de un solo movimiento. Suspiré aliviada mientras aceptaba su ayuda para salir y recomponer mis articulaciones.

No tardó en rodear mi cuerpo con sus brazos y atraparme en un desesperado abrazo al instante. El cuero de sus guantes tiraron de mi piel desnuda y temblé ante la sensación de su respiración en mi cuello. De verdad quería eliminar todo rastro de esa maldita perra en él.

Cuando nos separamos, Anakin juntó nuestras frentes sin importar que alguien nos viera. Mordí mi labio inferior quedando a escasos centímetros de los suyos. Lo necesitaba tanto.

— ¿Estás bien? —preguntamos al unísono.

Dejé escapar una risa seca antes de alejarme.

— Estoy bien, solo un poco mareada y asqueada —miré con disgusto el balcón—. Vomité sobre una de las aves y sus amigas empezaron a cagarme —gruñí—. ¡Si yo fuera así de rencorosa me echarían de la Orden!

Anakin soltó otra risita y negó con la cabeza mientras usaba de nuevo la Fuerza para romper el collar eléctrico de mi cuello. Me sentí liberada e inmediatamente extrañé el ligero peso del colgante de Dathomir que me había regalado en Tatooine. Siempre lo había llevado conmigo, en todas mis misiones; menos esta.

— He sentido una perturbación en la Fuerza —le avisé, masajeando mi cuello—. Creo que hemos preocupado tanto a nuestro amigo Dooku que ha venido a visitarnos. ¿Me encargo de él?

Anakin negó, sacando mi comunicador de su bolsillo. — No, déjamelo a mí. Tú vuelve con R2 a la nave.

Miré el dispositivo, confundida.

— ¿A dónde crees que vas?

— La reina sabe dónde están Cal y Obi-Wan —comenzó a alejarse, con una mirada dura en su rostro que me lanzó—. Seguramente Shaak Ti y Ahsoka ya hayan llegado hasta los togrutas. No te desvíes del camino y espera mi señal —me advirtió, retrocediendo hasta la puerta.

Quise protestar pero no me lo permitió, salió corriendo antes de que pudiera hacer algo. Suspiré, ligeramente frustrada. Sabía que no me quería cerca de Dooku y los zygerrianos, no después de tantos problemas con amblos. Pero yo también era una Jedi, Anakin no podía seguir limitando mis acciones. Recordé la discusión que tuvimos meses atrás, en la que, por alguna quebradera razón, intentó controlar mi vida prohibiendome ir a misiones.

Dejé escapar el aire que retenía y miré al pequeño droide que esperaba mis instrucciones.

— Vamos, R2. Necesito devolver todo el desayuno en el baño de la nave…







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— Esos colores nada que ver, Artoo —canturreé, sujetando el frasco mientras lo veía dar vueltas alrededor como loco—. ¡Oh, vamos! ¡Unos brillos no te harán daño! ¡C3PO no se quejó!

El droide continuó pitorreando con histeria, moviéndose de un lugar a otro para escapar de mí. Resoplé, dejando el frasco de brillos en la mesa de control y me recosté cómodamente sobre mi asiento. Llevaba casi una hora sin tener noticias de absolutamente nadie y empezaba a impacientarme. Quería salir de ahí y patear traseros peludos zygerrianos, pero sabía que Anakin me mataría si lo intentaba y no iba a arriesgarme a entorpecer la misión.

De repente, sentí como me golpeaban horribles oleadas de dolor y energía. Me estabilicé rápidamente en la silla, impulsándome hacia los mandos de control y encendí el motor de la nave al instante. Tal y como lo sospechaba, mi comunicador empezó a pitar.

— Aquí es cuando empieza la diversión —tarareé, en un susurro. R2-D2 zumbó a mi lado y yo activé todos los controles de defensa antes de elevar la nave por encima de la superficie.

Me dirigí a toda velocidad hacia el palacio esclavista y en menos de un minuto (sin haber estallado nada milagrosamente) la colocó sobre el balcón donde sentía la presencia de Anakin pulsando sobre la Fuerza. Gruñí, apretando los manos, cuando la presencia de Dooku también intervino en el aire. Quería arrancarle esa fea barba de un bocado e injertársela a Windu en la calva.

Un estruendoso sonido rebotó en por el lugar y, al puro estilo Skywalker, Anakin saltó desde la ventana hacia la rampa de la nave que me había encargado de de bajar. No dudé ni un segundo más, antes de volver a levantar la nave y dirigirla lejos del palacio. Me habría gustado quedarme para hacer llorar a cada uno de los esclavistas, pero sería demasiado arriesgado con ese intento de Lord Sith metiendo su narizota en medio.

Terminé de poner los controles en piloto automático y me levanté de mi silla para correr hacia el otro lado de la nave. Sin embargo, mis piernas se detuvieron en seco al ver a mi marido. Pero no estaba solo.

— ¿Por qué diablos la has traído aquí? —siseé, señalando con irritación a la escoria tendida en el suelo.

Anakin levantó la mirada con frialdad, pero su expresión se suavizó levemente cuando me vio. Ni siquiera me importó y continué mirando la reina zygerriana con los brazos cruzados, repugnada.

— Dooku la mató —me informó, haciéndome arquear una ceja—. La asfixió con la Fuerza.

Bufé, relajando los hombros.

— Al menos supo hacer algo bien ese cabrón —farfullé, intentando no gruñir ante su imagen. La presencia de mi marido en la Fuerza cambió repentinamente y reparé en él, mirándole con curiosidad—. ¿Qué te ocurre?

No me respondió. Permaneció de pie junto al cuerpo inerte de la reina, con la mirada fija en el suelo, como si tratara de encontrar respuestas en el metal bajo sus pies. Su expresión era una mezcla de vacío y conflicto, una máscara que reconocía demasiado bien. Algo lo estaba carcomiendo por dentro.

Me acerqué despacio, deteniéndome justo frente a él, tratando de buscar sus ojos.

— No hiciste nada malo, ¿vale? —le hablé, apoyando una mano en su hombro. Su silencio solo logró que mi inquietud creciera—. Escucha, fue cosa de Dooku. Tú no…

— Pude haberlo detenido —murmuró al fin. No levantó la mirada, como si temiera lo que podría encontrar en mis ojos.

— ¿Por qué ibas a hacerlo? —pregunté, tratando de razonar con él—. Ella era una completa perra, una esclavista. No merecía...

— No se trata de lo que merecía —me interrumpió, cortante. Finalmente alzó la mirada, y lo que vi en sus ojos me hizo retroceder un paso. Había algo oscuro, algo que apenas lograba contener—. Se trata de que debía haberla salvado para obligarla a que nos ayudara.

— ¿Y por qué no lo hiciste? —pregunté. Mi voz sonó más tranquila de lo que me sentía. Algo me decía que no iba a gustarme la respuesta.

Él respiró hondo, cerrando los ojos por un momento como si el peso de sus pensamientos fuera demasiado. Cuando volvió a abrirlos, su voz era baja, quebrada, pero cargada de un vacío que me hizo temblar ligeramente:

— Porque... —tragó saliva, vi como sus manos se apretaron en puños a los costados—. Porque antes de eso… me amenazó contigo.

Mis ojos se abrieron de par en par.

— ¿Qué quieres decir?

— Me… Me dijo que si no demostraba mi lealtad... si no seguía sus órdenes —apretó la mandíbula y giró la cabeza como si se negara a seguir. Lo observé tomar aire por la nariz antes de cerrar los ojos—... haría que uno de sus guardias… uno de sus guardias te… —Se detuvo y abrió los ojos, su mirada oscurecida me atravesó como mil cuchillas y dejó escapar el aire que retenía—. No lo soporté. Juré que no la dejaría vivir después de esto.

El aire pareció haberse escapado de mis pulmones. Me quedé mirándolo, tratando de procesar lo que acababa de decir. Ahora entendía ese vacío en sus ojos, esa lucha interna que estaba librando.

— Anakin... —intenté acercarme, pero él levantó una mano, deteniéndome.

— No entiendes — Su voz se rompió ligeramente  al igual que mi corazón—. En el momento en que Dooku la mató, sentí alivio. Porque significaba que nunca más podría tener la posibilidad de hacerte. Ni siquiera pensé en la probabilidad de que nos ayudara. No me importó, solo quería verla muerta.

Y ahí era justo donde estaba: muerta a nuestros pies.

Lo miré en silencio, mi corazón latía con fuerza. Había tantas cosas que quería decirle, tantas emociones chocando en mi interior, pero ninguna parecía suficiente. Así que hice lo único que podía hacer: rodeé su rostro con mis manos, obligándolo a mirarme.

— No has hecho nada malo, Ani —insistí—. Nada malo…

Su mirada se suavizó ligeramente. Y sabía que esta solo era una de las muchas luchas interiores que había tenido durante todo este tiempo, también sabía que no iba a abandonarlo, no mientras me quedara aliento para luchar a su lado.

— Pongamos rumbo a Kadavo.

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