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ɪ ʟᴏᴠᴇ ʏᴏᴜ, ɪ ᴋɴᴏᴡ








ɪ ʟᴏᴠᴇ ʏᴏᴜ, ɪ ᴋɴᴏᴡ
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— Helene —escuchar su voz tensó mi cuerpo y, por un segundo, temí lo peor—. Retransmite este mensaje a Coruscant.

La figura pálida del holograma de Obi-Wan Kenobi apareció frente a nosotros, emanando tanto de mi comunicador como del de Anakin. Nos habíamos dirigido con rapidez hacia nuestra nave, sabiendo que debíamos conectarnos al transmisor de largo alcance. Nos detuvimos bajo la escalera que llevaba a la pequeña cabina, con los enlaces de comunicación en las manos, mirando fijamente el mensaje que la nave ya había capturado y comenzaba a retransmitir.

En ese momento, las palabras de Obi-Wan estaban siendo enviadas a las cámaras del Consejo, asegurándose de que su mensaje llegara a la Orden. No era una comunicación en vivo, así que no tenía forma de responderle. No podía decirle nada, ni siquiera preguntarle por Cal. Sin embargo, lo sentí. Sabía que estaba a su lado, aunque no lo podía ver.

Deseé que mi padawan apareciera, que me hablara, que su voz me diera algún tipo de consuelo, asegurándome que estaba bien.

El peso de la realidad cayó sobre mí de golpe, haciéndome sentir un vacío en el pecho. ¿Cómo podía volver a la vida que conocía antes, cuando ya no era la misma? Algo dentro de mí había cambiado, y no sabía si podría reconectar con lo que una vez fui tan solo unos días atrás.

— Cal y yo hemos seguido la pista del cazarrecompensas Jango Fett desde Kamino hasta las fundiciones de droides de Geonosis —dijo Obi-Wan. Su holograma titubeó por un instante, como si algo lo hubiera distraído—. Ahora está claro que el Conde Dooku ha estado detrás de los ataques al Senado Galáctico.

Mis ojos se abrieron de par en par y, al voltear, vi que Anakin me devolvía la misma mirada llena de sorpresa. Padmé (que se había unido a nosotros tan pronto como nos vio correr fuera de la granja) murmuró entre dientes un frustrado "Lo sabía".

— Los Gremios de Comercio y la Alianza Corporativa han prometido sus ejércitos al Conde Dooku —continuó Obi-Wan—. Y están formando un... ¡Espera!... ¡Cal! ¡¡Espera!!

El corazón me dio un vuelco. Obi-Wan desenfundó su sable con una rapidez impresionante, bloqueando lo que parecían ser disparos que venían desde fuera del alcance del holograma. Contuve el aliento, incapaz de apartar los ojos de la escena.

De repente, vi a Cal aparecer a un lado de Obi-Wan, con su sable en alto mientras también desviaba las explosiones holográficas que no paraban de venir. Mi corazón latió a toda velocidad. Ambos Jedi retrocedieron, moviéndose fuera de la vista. Los disparos seguían, ahora acompañados del sonido de los droides destructores avanzando hacia ellos. Sus formas ominosas aparecieron brevemente en el holograma antes de que la transmisión se cortara por completo.

Un silencio cayó sobre nosotros y el vacío en mi pecho se expandió aún más.

— Maestra Shield —una nueva voz llenó el espacio. Volví a mirar mi comunicador, y allí estaba la figura holográfica de Mace Windu—. Anakin —continuó—. Regresen a Coruscant junto a la senadora, de inmediato. Nosotros nos encargaremos del Conde Dooku.

— Sí, maestro —respondió Anakin con la voz entrecortada.

Apenas terminó la transmisión, los miré a ambos.

— No podemos regresar —solté rápidamente. Anakin me miró con los ojos abiertos.

— ¿Y desobedecer una orden del Consejo?

— Mi padawan está en peligro, Skywalker —siseé, con los dientes apretados—. Estás mal de la cabeza si crees que lo voy a dejar en otras manos.

Anakin parecía a punto de replicar, pero Padmé se interpuso entre nosotros, caminando por la sala de control con nerviosismo. — No llegarán a tiempo para salvarlos, tienen que cruzar media galaxia —señaló el mapa—. Sin embargo, Geonosis está a menos de un parsec de aquí.

— No sabemos si siguen con vida —murmuró Anakin, pero su voz temblaba ligeramente.

Lo miré con furia ardiendo en mi pecho.

—¡Estamos hablando de Cal y Obi-Wan! Tu maestro… —dije, apuntándole con el dedo— y mi padawan. ¡No vamos a dejarlos!

— ¡Para mí tampoco es fácil! ¡Obi-Wan es como mi padre! —exclamó Anakin, con frustración—. Pero el Maestro Windu...

— ¡El Maestro Windu puede chuparme el sable si quiere! ¡Nos vamos a Geonosis!

Padmé miró nerviosa nuestros comunicadores, asegurándose de que estuvieran apagados.

Anakin miró en su dirección y, como si se hubiera dado cuenta de algo, la señaló. — ¿Y qué hay de Padmé?

Padmé frunció el ceño. — ¿Qué hay de mí?

— Sí, ¿qué hay de ella? —levanté una ceja.

Anakin nos observó con obviedad, como si estuviéramos ignorando algo.

— Se supone que debemos escoltarla hasta Coruscant —nos recordó y tragué saliva—. No podemos llevarla a Geonosis con los separatistas deseando matarla.

Mierda. Era cierto.

Padmé resopló atrayendo nuestra atención.

— Tenéis la orden de seguirme a dónde sea, ¿verdad? —preguntó y yo asentí, la senadora se enderezó—. Entonces pongamos rumbo a Geonosis.

Y habrías sonreído en otras circunstancias. Pero ahora lo único en lo que podía pensar era en seguir sintiendo la presencia en la Fuerza de Cal, asegurándome que aún estaba vivo.





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— ¿Están listas? — preguntó Anakin suavemente mientras la nave salía del hiperespacio.

El planeta bajo nosotros era de un naranja oscuro, más apagado que Tatooine, pero igual de árido, igual de inhóspito. Anakin pilotaba la nave con precisión, descendiendo hacia el sector de donde había llegado la última transmisión de Obi-Wan.

— ¡Allí! —exclamó Padmé de repente, señalando hacia una columna de vapor que salía de lo que parecía un asentamiento oculto en la roca.

— Un lugar perfecto para esconderse.

Anakin dirigió la nave hacia el vapor. Sabía que estaba calculando el descenso para evitar cualquier daño colateral, pero aun así mi corazón latía rápido.

— Sé que te encanta la idea de "dispara hasta ver charcos de sangre" —le hablé, mirando la rejilla de metal bajo la nave—. Pero creo que esta vez el sigilo es nuestra mejor opción.

Anakin me dedicó una sonrisa.

— No te preocupes, maestra —su voz me estremeció—. Lo haremos a tu manera.

Desvié la mirada, sintiendo cómo mis mejillas se calentaban inexplicablemente. No es el momento para esto, me recordé, intentando mantener el enfoque.

Cuando la nave aterrizó, Anakin se cubrió la nariz y la boca antes de abrir la cabina. Bajó primero la escalera, ofreciéndonos una mano a mí y a Padmé. Agradecí el gesto en silencio mientras descendía. Anakin ya se estaba adelantando hacia el borde de la rejilla, donde el vapor se dispersaba.

— Por aquí —los llamé en voz baja, arrodillándome frente a una puerta oculta.

Anakin se acercó rápidamente y comenzó a trabajar en el panel de la puerta, quitando el metal con precisión y reconectando los cables. Sus dedos se movieron con destreza, como si hubiera hecho esto mil veces antes. En cuestión de segundos, la puerta se abrió con un leve susurro.

Nos deslizamos al interior, arrastrándonos por un pasillo oscuro y silencioso. Sentí a Anakin justo detrás de mí, su respiración controlada pero tensa. Extendí mi mano mentalmente, comunicándole que no debíamos sacar nuestros sables hasta que fuera absolutamente necesario. No era prudente hacer saber a cualquiera que estuviéramos aquí; el brillo y el zumbido de las armas atraerían atención indeseada.

Anakin asintió y entramos al territorio desconocido. Fue entonces cuando una sensación punzante en la Fuerza me hizo detenerme en seco. Algo no estaba bien. El aire, denso y cargado de energía, parecía sofocante de repente.

— Esperen —susurré, levantando una mano. Mis palabras eran para Padmé y Anakin, pero mi mente ya estaba sumida en una oscura advertencia que se hacía más fuerte a cada segundo—. Algo está mal.

El Lado Oscuro jugaba con mi percepción, como si hubiera una sombra alrededor de mi ser, envolviéndome con su presencia fría y asfixiante. Sentí mis extremidades empezar a flojear, la energía escapándose de mí, como si una fuerza invisible me debilitara desde dentro.

— ¡Helene! —escuché a Anakin a lo lejos, pero su voz parecía distante.

De repente, un grito ahogado de Padmé resonó en el pasillo y logré ver como era lanzada brutalmente hacia el otro lado de la habitación, su cuerpo estrellándose contra una pared de metal con un impacto seco. No tuve tiempo de reaccionar, sentí mis piernas ceder y el suelo parecía acercarse rápidamente a mí.

Antes de que pudiera tocar el suelo, unos brazos fuertes me atraparon, impidiendo que cayera por completo.

— ¡Helene!

Los pelos de mi nuca se erizaron, anticipando lo que estaba a punto de suceder antes de que siquiera ocurriera. Anakin me sostuvo firmemente en sus brazos y, con un movimiento suave pero rápido, apartó mi cuerpo desplomado hacia un lado.

Aunque no podía moverme, estaba vagamente consciente de lo que sucedía a mi alrededor. Podía ver a Padmé, inconsciente a unos metros, mientras Anakin sacaba su sable de luz con la otra mano, bloqueando hábilmente dos ráfagas rápidas que provenían de lo que me parecieron ser desintegradores sónicos.

Intenté recomponerme para ayudarle, pero era como si algo invisible me estuviera atando, inmovilizando cada músculo de mi cuerpo. Sentía el peso de la Fuerza oscura que me rodeaba, debilitando mi voluntad.

De repente, unas criaturas de aspecto insectoide, haciendo clics agudos al comunicarse, se lanzaron hacia nosotros. Anakin me arrastró detrás de él, protegiéndome mientras seguía bloqueando las ráfagas sónicas con su sable de luz, aunque éstas no rebotaban, sino que eran absorbidas por completo por la energía de la hoja.

Él se mantenía firmemente a la defensiva, incapaz de contraatacar mientras me sostenía e impidía que las ráfagas alcanzaran a Padmé. Pero cada vez los insectos se acercaban más, y aunque Anakin los mantenía a raya, estaba claro que el equilibrio de poder no estaba a nuestro favor.

Entonces, un sonido perturbador resonó por el pasillo: una risa oscura, profunda, que me hizo estremecer. Las ráfagas se detuvieron repentinamente, y un hombre apareció de entre las sombras, aplaudiendo dos veces de manera pausada y sarcástica.

— Qué heroico —dijo, dando un paso adelante con una sonrisa amenazadora.

Mis ojos, todavía nublados por la sensación paralizante que recorría mi cuerpo, lo reconocieron al instante. El aplauso no era solo una burla, sino una señal para que los insectos bajaran sus armas. Mi corazón se detuvo un segundo al darme cuenta de quién estaba frente a nosotros.

— Doo... Dooku —intenté pronunciar, pero lo que salió de mi garganta fue apenas un jadeo ahogado.

El hombre al que alguna vez vi como un maestro respetable en el Templo Jedi se encontraba frente a nosotros, más oscuro… amenazante… y feo de lo que jamás lo recordaba.

— Sus armas —repitió el Conde Dooku, señalando el sable que Anakin aún sostenía en el aire, y luego el mío, que descansaba inerte en mi cintura.

Anakin comenzó a replicar, su voz cargada de rabia. — Como si te las…

— Modales, Padawan —lo interrumpió Dooku con una calma escalofriante—. Vuestras armas, o si no... —dejó la frase en el aire, pero no hizo falta terminarla.

Sentí el frío metálico de los desintegradores sónicos de los geonosianos apuntándome al cuello y a Padmé, que yacía desprotegida a unos metros.

Anakin frunció el ceño, y podía percibir perfectamente la furia saliendo a oleadas de él a pesar de mi estado.

— ¿Qué les has hecho? —exigió, apretando la empuñadura de su sable con tal fuerza que pensé que se rompería.

— Nada más que lo necesario —respondió Dooku, con una simplicidad que me hizo hervir la sangre. Si hubiera tenido control sobre mi cuerpo, le habría escupido en la cara. Pero me limité a entrecerrar los ojos, incapaz de hacer mucho más—. Oh, sí, es un talento fascinante —continuó, su sonrisa serpenteando—. Lo que, por supuesto, puede crearnos ciertos problemas.

Dooku rió suavemente, una risa que sonaba más a un eco frío que a una expresión de humor. Anakin, aún consciente de mi estado debilitado, cambió su postura para cubrirme completamente, asegurándose de que el Conde no tuviera una línea directa hacia mí.

— Nuestro objetivo era la Senadora Amidala —continuó Dooku, hablando como si todo fuera un simple trámite—. Pero la Maestra Jedi... —sus ojos se posaron en mí— también podría ser... beneficiosa.

Sentí una punzada de temor mezclada con la impotencia de no poder actuar por estar viéndolo todo en tercera persona, pero Anakin no tardó en intervenir:

— ¿Qué quieres de ella? —preguntó, y sabía que estaba intentando ganar tiempo, buscando desesperadamente salir de alguna manera que no nos incluyera en bolsas para cadáveres.

— Muchas cosas, Anakin Skywalker —la voz del Conde Dooku se volvió más sombría mientras se detenía frente a Anakin. Los insectos geonosianos elevaron sus armas sónicas, apuntando directamente a mi cuello. Sentí como Anakin respiraba con dificultad, con el sudor corría por su frente y no tuve tiempo de reflexionar acerca de lo sexy que se veía. Sabía que, con un movimiento en falso, Dooku no dudaría en acabar con nosotros—. Ahora, tus armas. A menos que quieras que esto se ponga... complicado.

La amenaza en su tono fue suficiente para que Anakin cediera. Observé, impotente desde mi prisión de parálisis, cómo el sable de luz de Anakin caía al suelo con un sonido sordo. Sin ningún esfuerzo, el Conde Dooku lo hizo flotar hacia él con la Fuerza, apoderándose del arma.

— Y la de ella —me señaló con un brillo de satisfacción en los ojos, dirigiendo su mirada a Anakin, como si este acto fuera un mero trámite. Anakin, sosteniéndome con protección y desesperación, desató mi sable de luz de mi cinturón y se lo entregó haciéndome querer dibujar un puchero en mi boca. Dooku lo recogió de la misma manera.

El toque de Anakin en mi rostro me reconfortó, pero la sensación de impotencia me consumía. No podía moverme, ni hablar, pero sentía que él seguía buscando una forma de mantenerme a salvo. Sus dedos rozaron suavemente mi mejilla mientras intentaba captar alguna señal de vida en mí.

— Lene... —susurró, su voz estaba rota por la preocupación—. ¿Puedes oírme?

Quise gritarle que sí, que estaba allí con él, atrapada en un silencio forzado por el Lado Oscuro que Dooku había invocado para contenerme. Pero no pude responder, mi cuerpo seguía atrapado bajo esa extraña presión.

Dooku, que caminaba delante, se detuvo por un momento, sus palabras afiladas y cargadas de una oscura satisfacción—. Es posible que lo haga —dijo, con una sonrisa que apenas se vislumbraba—, o quizás no. Depende de cuán resistente sea tu amiga al Lado Oscuro.

Bastante, hijo de la grandísima…

Anakin apretó los puños, a punto de explotar de ira, pero se contuvo, sabiendo que cualquier imprudencia podía costarnos la vida. Los geonosianos nos rodeaban por todas partes, sus blásters listos para disparar al menor gesto en falso.

No había escapatoria por el momento. Obligado a seguir el camino de Dooku, Anakin me sostuvo firmemente en sus brazos, mientras los secuaces del Conde arrastraban a Padmé, inconsciente, detrás de nosotros.

El trayecto fue tortuoso, descendiendo por largas escaleras de piedra que nos llevaron a través de lo que parecía una fábrica gigantesca, el eco de los martillos resonando en la oscuridad, hasta que finalmente alcanzamos lo que parecía ser una estructura subterránea labrada en roca. Las paredes de piedra estaban frías y opresivas, y cada paso que daba Anakin parecía acercarnos más a la oscuridad absoluta.

Yo luchaba internamente, intentaba conectarme a la Fuerza, pero era como si el Lado Oscuro envolviera cada intento, como si un manto invisible me mantuviera a raya. Lo único que me mantenía consciente era la sensación de Anakin cerca, su desesperación y su promesa silenciosa de que no me dejaría caer.

— Es hora de tener una charla —anunció Dooku con calma, deteniéndose al final de las escaleras, en una amplia cámara de piedra. Anakin tensó los músculos, manteniéndome aún en sus brazos, intentando protegerme a toda costa. Sin embargo, los geonosianos no tardaron en abalanzarse sobre él.

— ¡No! —gritó Anakin mientras sus brazos intentaban resistir la embestida de las criaturas insectoides, pero eran demasiados. Me arrancaron de sus brazos sin piedad, sus manos ásperas y gélidas sujetándome con fuerza mientras Anakin forcejeaba, incapaz de detenerlos. Yo, atrapada en mi parálisis, sólo pude mirar con horror.

Quise gritar, luchar contra lo que me sujetaba, pero mi cuerpo seguía siendo una prisión. Fue entonces cuando Dooku levantó ligeramente una mano. Unos rayos breves pero letales surgieron de sus dedos, impactando directamente en el cuerpo de Anakin.

Lo único que logré fue sentir el dolor desgarrador de verlo ser alcanzado por la descarga eléctrica. El rayo lo empujó hacia atrás, su cuerpo colapsando contra una pared cercana. Cayó de rodillas, jadeando, mientras intentaba inútilmente levantarse de nuevo.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, la impotencia me abrumaba. Quería correr hacia él, comprobar que estuviera bien y luego hacer que Dooku se tragara sus propios rayos. Los geonosianos lo rodearon rápidamente y, antes de que pudiera recuperarse, lo encadenaron a una tubería cercana.

El silencio en la cámara era ensordecedor, roto solo por las respiraciones entrecortadas de Anakin y mi incapacidad para hacer algo por él.

— Simplemente intento comprender —habló el Conde Dooku en voz alta, con ese tono cargado de burla y autoridad—. ¿Qué eres realmente, Skywalker? ¿Por qué eres tan importante? ¿Por qué debo protegerte?

No entendí ni una palabra de lo que decía. ¿Qué diablos estaba insinuando este lunático?

— ¿Por qué estáis matando senadores? —interrogó Anakin en respuesta, tirando de sus cadenas.

Pero Dooku continuó como si no hubiera escuchado su pregunta—. ¿Y por qué es tan importante que incapacite a tu amiga? ¿Por qué debe ser preservada y, sin embargo, cegada?

Estaba hablando de mí. Pude sentirlo, aunque la niebla en mi mente seguía nublando mis sentidos.

Miré a Anakin, buscando respuestas en su rostro solo para ver su mandíbula apretada, las venas en su frente marcándose de furia, mientras sus muñecas se tensaban contra las cadenas. Parecía a punto de explotar.

— ¡Ah! —exclamó Dooku, deteniéndose y observando a Anakin con una mirada calculadora mientras lo rodeaba lentamente—. ¿Más que una amiga, quizás? Eres demasiado transparente con tus emociones, padawan. Es algo que debes aprender a controlar si deseas ser un verdadero Maestro Jedi. Y sin embargo... —Dooku desvió la mirada hacia mí, y sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo—. ¿Y si, después de todo, tienes algún propósito mayor?

— ¿Qué estás insinuando? —Anakin estalló, cargado de frustración y temor.

Dooku se acercó más, su tono cada vez más tentador—. ¿Qué pasaría si te dijera que puedes tener lo que deseas? ¿Que bajo mi tutela, podrías tener mucho más de lo que jamás has imaginado?

— No quiero tener nada que ver contigo —Anakin escupió las palabras con un desprecio absoluto, pero pude darme cuenta de que había una leve vacilación en su tono.

Dooku sonrió de una manera perturbadora.

— Podrías tenerla —y me señaló, plantando la semilla del Lado Oscuro—. Los Jedi nunca te permitirán amarla. Jamás os dejarían estar juntos... Pero conmigo, podrías tener poder, poder más allá de cualquier límite. Juntos, podríamos rehacer la galaxia a nuestra voluntad. Y lo más importante… ella sería completamente tuya.

Sentí cómo mis entrañas se retorcían ante sus palabras, como si mi corazón se rompiera en mil pedazos. ¿Cómo podía este ser despreciable utilizarme para tentar a Anakin hacia el abismo? Era como una pesadilla, como ofrecerle juguetes a un niño a cambio de irse con sus secuestradores.

— Nunca me uniría a vosotros —gruñó Anakin, su furia alcanzando un punto crítico mientras luchaba con todas sus fuerzas por liberarse.

Dooku suspiró, como si realmente lamentara la respuesta.

— Qué pena —contestó con frialdad—. Que pierdas a quien amas. Puedo sentirlo, Skywalker... La codicia, el deseo, la desesperación en tu corazón. Qué desperdicio que ella muera simplemente porque eres demasiado leal a esa orden moribunda.

Hubo un ruido, un sonido desgarrador que resonó por la sala, y entonces sentí que mi cuerpo era movido de nuevo, esta vez por las asquerosas garras de los geonosianos.

— ¿A dónde la llevas? —gritó desesperado, forcejeando frenéticamente entre las cadenas—. ¡Déjame salir de aquí! ¡¡Tráemela ahora!!

— Eres tan predecible, Skywalker —espetó Dooku, desprovisto de toda emoción—, y me aburres profundamente.

Nuevamente, Dooku lanzó otra ráfaga de rayos oscuros hacia Anakin, sus gritos llenando el aire mientras su cuerpo convulsionaba con el dolor.

Todo dentro de mí quería gritar, hacer algo, pero mi voz y mi cuerpo seguían atrapados, paralizados por el poder del Lado Oscuro. Los últimos momentos de conciencia fueron un tormento, viendo cómo Anakin sufría hasta que la oscuridad finalmente me consumió por completo.



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— ¿Helene? Helene, por favor, despierta.

Escuché una voz lejana, amortiguada, pero familiar. Mi nombre, llamándome una y otra vez, sacudiendo la oscuridad que me envolvía.

Desperté con un jadeo, mis pulmones buscando aire desesperadamente. La sensación de algo suave moviéndose contra mi cuerpo me devolvió a la realidad. Abrí los ojos con dificultad y me encontré en un espacio pequeño, oscuro y cerrado. Padmé estaba arrodillada a mi lado, sus manos en mis hombros, sacudiéndome delicadamente pero con urgencia.

— Oh, gracias a los dioses —Padmé echó su cabeza hacia atrás—. Por un momento pensé...

El alivio de verla con vida fue abrumador pero entonces recordé todo lo que había sucedido: desde que Dooku y sus secuaces debilitándonos hasta el intento de tentar a Anakin para pasarlo al Lado Oscuro. Recordé como lo torturaba cona especie de descarga eléctrica creada por la Fuerza y un escalofrío recorrió mi cuerpo.

— ¿Dónde diablos estamos? —pregunté rápidamente, mi voz aún rasposa por lo que fuera que me había hecho ese cabrón.

Padmé apartó un mechón de cabello de su rostro y miró alrededor, visiblemente preocupada. — En una celda, creo. No sé exactamente dónde, pero no hemos salido de Geonosis.

Mi mente comenzaba a despertar, luchando por procesar lo ocurrido. Intenté ponerme de pie, aunque mis piernas todavía temblaban, pero el espacio en el que estábamos era reducido, con apenas espacio para moverme. Las paredes eran de piedra rugosa y el aire estaba cargado de humedad y polvo. No había ventanas, solo una puerta pesada de metal que parecía la única salida.

— ¿Anakin? —pregunté en cuanto mis pensamientos se hicieron más claros, y el pánico regresó a mí.

Padmé sacudió la cabeza, mordiéndose el labio inferior—. No lo sé. Apenas recuerdo lo que pasó. Cuando desperté, él no estaba aquí.

Mientras intentaba asimilar nuestra situación, un grito de frustración resonó cerca de nosotras, haciendo que ambas nos sobresaltáramos. Era una voz familiar, cargada de furia y frustración.

— ¡Anakin!

Sin pensarlo dos veces, golpeé las rejas de nuestra celda con toda la fuerza que pude, la necesidad de salir apremiándome a actuar.

— ¡Anakin! ¡Anakin! —grité, sintiendo la angustia crecer en mi pecho ante la idea de que estuviera siendo torturado nuevamente. Pero el sonido metálico de mis golpes resonó vacío, sin respuesta.

La desesperación se apoderó de mí, y comencé a dar vueltas en el pequeño espacio, mis pensamientos frenéticos, tratando de encontrar una forma de salir. La Fuerza no parecía ser de mucha utilidad contra estas rejas bañadas en el Lado Oscuro. Pero Anakin estaba cerca, y necesitaba llegar hasta él.

De repente, escuché un sonido metálico repetitivo a mis espaldas. Me di la vuelta rápidamente y encontré a la mismísima Padmé Amidala, arrodillada frente a la cerradura de la celda, concentrada. Con una orquilla de pelo en la mano, metía el objeto en la cerradura, mordiendo su labio con el ceño fruncido.

El sonido del metal chocando se hizo más persistente y, en un instante que pareció una eternidad, escuché un "clic". La puerta de la celda se abrió lentamente, revelando el pasillo oscuro por el que había resonado el grito de Ani.

— ¡No puede ser! —exclamé aliviada, y Padmé se puso de pie con una sonrisa triunfante—. Senadora, estoy conteniendo unas enormes ganas de besarla ahora mismo si me lo pidiera.

Padmé puso una expresión asombrada en su rostro antes de sacudir la cabeza y echarse a reír: — Oh, no. Anakin me ahorcaría si se enterara.

Ignoré su comentario y la tomé de la muñeca para arrastrarla conmigo a la salida. — Vamos, rápido.

Corrimos por el pasillo oscuro, con mis sentidos alertas y el eco de nuestros pasos resonando en la fría piedra. No tenía mis armas, pero lo único que importaba era encontrar a Anakin y asegurarme de que estuviera a salvo. De repente, lo sentí. Sentí su presencia en la Fuerza guiándome.

— ¡Anakin! —grité, acelerando el paso hacia la habitación al final del pasillo. Padmé me siguió pisandome los talones.

Al llegar, nos detuvimos en seco. Ante nosotras, una multitud de geonosianos nos esperaba, alineados y listos para atacar. Sus ojos grandes y amenazantes nos observaban como si fuéramos intrusas en su territorio, pequeñas criaturas que se habían atrevido a robar su cosecha.

Oh, mierda.

— ¿Qué hacemos? —murmuró Padmé, su voz temblando ligeramente.

Pero no tuve tiempo para pensar. Antes de que pudiera sugerir un plan, los geonosianos se abalanzaron sobre nosotras con rapidez, tomando la delantera. Y en un abrir y cerrar de ojos, nos envolvieron, incapaces de reaccionar.

Nos empujaron hacia la celda de Anakin, donde lo vi encadenado, luchando con todas sus fuerzas por liberarse. Su mirada se encontró con la mía, y aunque había desesperación en sus ojos, había un destello de alivio al verme.

Los geonosianos nos lanzaron dentro de su celda, encadenándonos a la pared, asegurándose de que no pudiéramos escapar. El frío metal se sintió pesado sobre mis muñecas y tobillos, y gemí cansada.

— Bueno, hola —murmuré en dirección al padawan que me examinaba atentamente, mientras encadenadaban a Padmé a mi lado.

— ¿Estás bien? —me preguntó y fue cuando noté la capa de sudor que lo cubría. Parecía afectado por algo pero no había ningún signo de rasguño, moretón o golpe. Apreté los labios recordando los rayos de Dooku.

— ¿Si yo estoy bien? —repetí, en un siseo molesto—. Anakin, te han torturado.

— ¿Estás segura de que estás bien? ¿No te han hecho daño? —preguntó, inclinándose hacia mí con preocupación en su voz, ignorando completamente mis palabras.

— Ani, estoy bien —suspiré, sacudiendo la cabeza—. ¡Pero mírate a ti! ¿Qué quería ese cabrón?

— Nada —respondió Anakin, frunciendo el ceño con confusión—. Dooku no quería nada de mí. No entiendo...

— ¿Qué? —insistí.

— No entiendo por qué nos ha dejado con vida —murmuró, intrigado.

Fruncí el ceño, tratando de comprender, pero mi principal preocupación era el alivio de que Anakin estuviera aquí, a mi lado, aunque solo por unos breves momento. Solo ese pensamiento me hizo estremecer.

— Yo... no sé si saldremos de esta —confesé en voz baja, mirando esos intensos ojos azules que me observaban fijamente. La obsidiana de Dathomir que llevaba colgando de mi cuello parecía pesar más que nunca. Y mis palabras parecieron encender una chispa en Anakin.

— Lo solucionaré. Yo... —dijo, enderezándose sobre sus rodillas y mirando a su alrededor, como si buscara una forma de escapar—. Nos sacaré de aquí. No tengas miedo.

— No tengo miedo a morir —respondí bruscamente, antes de que la fragilidad de mis palabras me obligara a desviar la mirada—, es solo que... tengo miedo de que te separen de mí.

Anakin, que había estado observando distraídamente el entorno, volvió rápidamente su mirada hacia mí.

— ¿Qué? —preguntó, luciendo confundido.

— Ani, lamento no haberte podido decir esto antes, yo... —tomé una profunda bocanada de aire, reuniendo valor mientras recordaba las palabras de Dooku, intentando hacerle creer erróneamente que los Jedi nos separarían—. Estaba equivocada. No entendía... —Tanto Anakin como yo respirábamos con dificultad, él atento a cada una de mus palabras. Podía sentir un torbellino de emociones en su cuerpo, un océano de sentimientos que comenzaba a agitarse—. Pensé que podría alejarte, que desaparecieras de mi entorno. Y me esforcé tanto por odiarte que, sin quererlo, ahora creo que… creo que te…

Pero Anakin me interrumpió, presionando sus labios contra los míos con firmeza, y no ofrecí resistencia. Incliné mi rostro hacia el suyo, ignorando el gritito ahogado de Padmé, y juntos nos entrelazamos en la Fuerza; nuestras respiraciones se fusionaron y nuestras almas se conectaron. Fue un momento irreversible. No había vuelta atrás; no había forma de escapar a menos que estuviéramos juntos.

Comuniqué todo en el beso, y Anakin respondió de la misma manera. Sentí cómo sus olas internas rompían con alegría, unidad y pasión. Era como si todavía estuviéramos en las cataratas de Naboo, donde nada más importaba, donde solo existían nuestros cuerpos y nuestras almas. El resto del mundo se desvanecía; estábamos conectados de una manera que nada podría romper.

No importaba quién intentara atacarnos ni dónde nos encontráramos. Mientras este vínculo se mantuviera intacto, nada tenía relevancia. La Fuerza me exigía que adorara esta conexión que había formado con Anakin, que venerara nuestro lazo con cada respiración y cada latido.

Desorientados, finalmente nos separamos. La sonrisa de Anakin fue tan hermosa como nunca antes.

Te amo —terminé sin aliento, incapaz de apartar mirada—... creo que te amo.

Lo sé —respondió Anakin, sentí su amor por mí irradiando a través de la Fuerza como el sol, siempre ardiente y constante.

Quizá desobedecer al Consejo no había sido tan malo después de todo.

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