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ɢᴏʟᴅᴇɴ sᴜɴsᴇᴛ










ɢᴏʟᴅᴇɴ sᴜɴsᴇᴛ
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Todo era negro.

Un abismo profundo y frío que me envolvía, como si estuviera flotando en la nada.

Por un momento, una idea absurda cruzó mi mente. ¿Estaba atrapada en el alma de Mace Windu?

Descarté la idea cuando, lentamente, los colores comenzaron a regresar. Tonos oscuros y apagados al principio, pero pronto más definidos. Sentí un pinchazo de dolor en la cabeza, el zumbido de la sangre en mis oídos, y poco a poco mi visión se fue aclarando. Ya no estaba en la oscuridad. Estaba dentro de la nave. La misma donde había encontrado a Shaak Ti.

El frío metal debajo de mi cuerpo me trajo de vuelta a la realidad. Intenté moverme, pero algo me lo impedía.

Mis extremidades estaban atadas firmemente, limitando cada uno de mis movimientos. La sensación de inmovilidad fue como una bofetada, y el pánico comenzó a instalarse en mi pecho. Tragué saliva, luchando contra la sensación de asfixia. Intenté concentrarme, calmarme.

Por el rabillo del ojo noté algo moverse, y al girar un poco la cabeza, vi a la Maestra Ti, en la misma posición en la que la había dejado, aún inmovilizada.

Traté de hablarle, pero en cuanto abrí la boca, me di cuenta de que algo estaba obstruyendo mis palabras. Mi boca estaba amordazada con un dispositivo metálico frío y ajustado que se pegaba a mi piel.

"¿Maestra?" llamé a través de la Fuerza, enviando mis pensamientos hacia ella.

Sentí a Shaak Ti sobresaltarse, pero rápidamente su presencia se volvió más calmada. Me alivió que me hubiera escuchado, aunque no podía moverme, al menos no estaba sola. Su energía me envolvió con una mezcla de alivio y preocupación.

"Gracias a la Fuerza que has despertado", me respondió mentalmente, aunque su tono era tenso.

No tuve tiempo de responder. El eco de unos pasos resonó en la nave, haciendo que levantara la mirada con dificultad. Una figura apareció en mi campo de visión: otro cazarrecompensas. Contuve las ganas de gemir exasperada.

Era un Devaroniano. Sus cuernos afilados sobresalían de su cabeza calva, y sus ojos rojizos brillaban con frialdad. Su piel era grisácea, y su armadura estaba decorada con marcas de viejas batallas. En una de sus manos sostenía un bláster, que parecía pesar tan poco como si fuera una extensión de su brazo.

— Me sorprende que hayas despertado tan rápido —se dirigió a mí con voz áspera, mirándome con desdén.

El sonido de disparos lejanos llegó a mis oídos, y asumí que la batalla que seguramente aún se libraba afuera. Anakin y el Maestro Kenobi seguían luchando contra el resto de los cazarrecompensas. Por lo menos, eso me daba algo de tiempo, aunque no mucho.

"Maldito engendro cornudo…" gruñí para mis adentros sin poder evitarlo.

"¡Helene!"

Shaak Ti me miró con reproche pero la ignoré sin dejar de mirar mordazmente al devaroniano frente a nosotros. Él debió notar algo en nuestras expresiones porque dejó escapar una risa seca, sin apartar el bláster de su mano.

— Espero que no intentes nada. Si lo haces, será lo último que hagas —me advirtió con una sonrisa cruel.

Estaba atrapada, amordazada, y con Shaak Ti aún debilitada. Pero si había algo que Dathomir me había enseñado, es que cualquier mierda en la que me metía… podría ir a peor si me estresaba.

No tenía idea de cómo, pero iba a salir de esta al puro estilo Jedi con el que me habían estado entrenando durante toda vida. Iba a hacer que el Consejo me considerara digna para pasar las pruebas y le iba a restregar mi victoria al Maestro Windu en la calva.

Miré al devaroniano, ¿también se reflejaría mi sable de luz en la suya?

Sentí la presencia tranquilizadora de Shaak Ti a mi lado, y decidí que lo mejor era concentrarme en nuestra conexión a través de la Fuerza. La única salida que teníamos en ese momento.

"Están buscando el colgante, Helene" La voz de Shaak Ti resonó suavemente en mi mente.

"Lo sé", respondí con rapidez. No había forma de olvidarlo, no había forma de olvidar esa maldita reliquia.

“¿Dónde está ahora?”

El recuerdo del colgante me hizo estremecer, y sentí cómo la oscuridad de la experiencia volvía a rozar mi consciencia.

Anakin... la reliquia... el poder del Lado Oscuro.

No, no iba a dejar que esos pensamientos me nublaran ahora.

“Anakin se lo dio a Obi-Wan”

Sentí el alivio de Shaak Ti en la Fuerza. Sus emociones se calmaron ligeramente, como si una carga hubiera sido levantada de sus hombros. Pero entonces, su tono cambió ligeramente, con una mezcla de curiosidad y asombro.

"¿Anakin lo encontró?"

Me tensé inmediatamente. ¿Anakin?

Sus palabras hicieron que algo en mi interior se revolviera. No pude evitar la molestia que subió por mi pecho. “No, fui yo.” 

Mi voz sonó más dura de lo que pretendía.

Shaak Ti se quedó en silencio por un momento, y aunque no dijo nada, pude sentir su sorpresa. ¿De verdad pensaba que Anakin había sido el que lo encontró? ¿Que él había pasado por todo el infierno que atravesé con esa maldita reliquia en el cuello, solo para que una vez más El Elegido se llevara el crédito?

Estaba cansada de que todo girara alrededor de él. ¿Por qué Skywalker tenía que existir? ¿Qué beneficio le traía a la galaxia? Exactamente, nada.

Sin embargo, antes de que mi frustración pudiera crecer más, sentí algo suave y cálido en la Fuerza. La presencia de mi maestra me envolvía con una calidez casi maternal. “Bien hecho, Helene”

De inmediato intenté controlar el rubor que estaba subiendo a mi rostro, agradecida de que, al menos, en ese momento, no pudiera verme del todo.

Miré hacia los sables de luz tirados a un lado de la nave, no muy lejos de donde estábamos atadas. El mío, junto al de ella, pero ambos fuera de mi alcance. No podía dejar que este momento de calma se prolongara. Necesitábamos un plan.

“¿Alguna idea de cómo salir de esta?” le pregunté, intentando mantener mi mente clara.

El alivio de mi maestra fue reemplazado rápidamente por una sensación de resignación.

"No por ahora. Pero debemos idear algo pronto, mi padawan" su tono no era desesperado, pero sabía que estaba tan preocupada como yo. El tiempo se agotaba.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por la voz burlona del devaroniano:

— Estoy seguro de que los separatistas nos pagarán muy bien por traerles el colgante ... y de paso, dos bonitas Jedi —su risa rasposa reverberó por la nave, y apreté la mandíbula con fuerza.

“Voy a arrancarle uno de sus cuernos y se lo meteré por el an…”

“Helene, tengo una idea” me interrumpió Shaak Ti “Podemos aprovechar las vibraciones de la Fuerza que aún quedan en esta nave. Siento una debilidad en el metal, podemos utilizarla para liberarnos de las ataduras”

Cerré mis ojos y me concentré para comprobarlo. Efectivamente, aún quedaba rastro de la Fuerza en esta nave, latía de manera peligrosamente oscura, pero no teníamos otra opción.

“Entendido, maestra”

Mantuve los ojos cerrados  y dejé que el poder fluyera hacia las ataduras. Sentí el metal bajo presión, cómo vibraba con una sutil fragilidad. La Maestra Ti también concentraba su energía, y juntas encontramos el punto exacto. Sin previo aviso, el metal que sujetaba nuestras extremidades cedió, rompiéndose con un leve crujido apenas perceptible. El devaroniano se dio cuenta un segundo tarde. Para cuando volteó hacia nosotras, ya habíamos lanzado los sables hacia nuestras manos.

— ¡No! —gritó, levantando el bláster. Pero la Maestra Ti y yo ya estábamos listas.

Las hojas se materializaron en el aire y el brillo de nuestras hojas iluminaron la nave. El devaroniano maldijo, activando rápidamente un panel en la pared antes de dar un paso atrás. Un zumbido mecánico resonó por toda la nave, y a los pocos segundos, una docena de droides de combate aparecieron de entre las sombras, listos para atacar.

— Aquí vamos de nuevo —murmuré, mientras me colocaba en posición.

Shaak Ti se abalanzó con una agilidad increíble, desviando los disparos de los droides de una manera tan elegante que cualquiera envidiaría después de haber estado atada. Yo, por otro lado, salté hacia el techo de la nave, aprovechando las paredes para saltar entre ellas y esquivar los ataques mientras desviaba los disparos de bláster que venían de todas partes.

Uno de los disparos me rozó el abdomen, y el dolor fue inmediato. Miré hacia abajo solo para comprobar que la sangre que había sido cubierta por un parche de bacta en el camino volvió a desparramarse por mi piel manchando mi camisa. Apreté los dientes, pero seguí luchando, no había tiempo para quejarse.

Sin embargo, Shaak Ti no tardó en notar mi herida y soltó un jadeo. — ¡Helene, estás herida! ¡Sal de aquí!

— ¡No pienso dejarte sola, maestra! —grité mientras desviaba otro disparo que venía directo hacia mí.

El devaroniano estaba escondido entre las esquinas de la nave, disparando a traición. Me molestaba su cobardía, pero no podía distraerme demasiado buscando venganza.

Shaak Ti insistió. — Es una orden, padawan. Debes retirarte.

— ¡Lo siento, maestra! —exclamé mientras rodaba por el suelo, esquivando por los pelos un nuevo disparo que casi me atravesaba—. ¡Sin un cuerno mínimo se tiene que  quedar!

Los droides nos atacaron en formación, pero nosotras manteníamos el ritmo. Sabía que mi herida no era superficial, pero tampoco era letal… aún. Estaba perdiendo más sangre que antes, pero la adrenalina y la Fuerza mantenían mi mente enfocada en cada movimiento, en cada golpe.

De repente, un disparo dirigido a Shaak Ti hizo que mi instinto tomara el control. En un acto reflejo, me impulsé hacia ella y la empujé fuera de la nave antes de que pudiera reaccionar.

Sin embargo, aunque logré apartarla del peligro, el disparo aún alcanzó su hombro.

— ¡Maestra! —chillé con desesperación al verla caer a la tierra rocosa de Dathomir.

No podía acudir a su rescate de inmediato, pues el devaroniano y sus droides seguían atacando. Shaak Ti, herida, intentó reincorporarse, pero estaba claro que no podría seguir luchando después de haber perdido parte de su Fuerza por culpa de las ataduras.

Con el corazón latiéndome en las sienes, volví a centrarme en el cazarrecompensas. Él era la clave. Si lo noqueaba, podría salir y ayudar al Anakin y el Maestro Kenobi, que debían estar teniendo grandes problemas con el resto de cucarachas si aún no habían llegado a nosotras.

Pero no me lo estaba poniendo fácil; seguía escondido, disparando desde posiciones seguras mientras sus droides me mantenían ocupadas.

— ¡Efréntame tú mismo, gusano cobarde! —grité, frustrada, mientras desviaba otro disparo que vino hacia mí. Sabía que no podía mantener este ritmo mucho más. La herida en mi abdomen me estaba afectando, pero no podía rendirme ahora.

Los disparos de los droides resonaban por toda la nave, y a pesar de que había logrado destrozar a unos cuantos, su número seguía aumentando. Estaban saliendo de todas partes, como si el cazarrecompensas hubiera activado alguna clase de protocolo de seguridad más agresivo.

Maldita sea. Estaba sola en ese combate; podía sentir a Shaak Ti fuera de la nave, demasiado débil como para intervenir. Tenía que salir de esta, y rápido.

Dos droides comenzaron a disparar sin darme tregua, sus blásters soltando ráfagas frenéticas que apenas me daban tiempo para reaccionar. Los reflejos que había trabajado por años de entrenamiento, me permitían esquivar y desviar los disparos con mi sable, pero sentía el agotamiento acumulándose en mis músculos.

— ¡Mierda! ¿Tantos fans tengo? —grité mientras retrocedía, tratando de ganar un poco de espacio.

Logré destrozar a uno de los droides de un golpe certero, pero el otro seguía disparando con una precisión que me obligaba a mantenerme en constante movimiento. Salté hacia una de las paredes, usando la Fuerza para impulsarme mientras desviaba un nuevo ataque.

La vibración en la nave aumentó, y al principio lo ignoré, demasiado ocupada en la lucha. Pero cuando el suelo comenzó a temblar bajo mis pies, me di cuenta de que algo estaba terriblemente mal.

La nave se estaba moviendo.

— ¿Qué cojones…?

Un vistazo rápido hacia la cabina de navegación me lo confirmó. El maldito devaroniano había activado la nave, y ahora estábamos despegando. Sentí una punzada de pánico al darme cuenta de lo que eso significaba. Si despegábamos por completo, me llevaría lejos de Shaak Ti y de cualquier posibilidad de recibir ayuda.

Con el sudor corriendo por mi frente y mi respiración cada vez más pesada, me deshice de otro droide con un movimiento brutal, haciendo que chispas saltaran por los aires. Pero aún quedaban más, y yo estaba cada vez más exhausta. Sentía que mis fuerzas comenzaban a fallarme.

— ¡¿Qué demonios estás tratando de hacer?! —le grité al devaroniano, pero no hubo respuesta. Solo los disparos continuos de los droides y el ruido del motor de la nave acelerándose.

Entonces, lo sentí.

Un fuerte impacto sobre el techo de la nave hizo que todo el lugar se estremeciera. Detuve mi ataque por un segundo, confundida.  ¿Qué mierda había sido eso? Era como si algo hubiera caído sobre nosotros con una fuerza considerable.

Oí al devaroniano maldecir desde la cabina. —¡Malditos Jedi y sus acrobacias de mierda!

Mi corazón dio un vuelco.

No puede ser… pensé, entre incrédula y aterrorizada.

La idea cruzó por mi mente, pero rápidamente la descarté. No sería capaz. Era demasiado peligroso.

Hasta que algo…  o más bien alguien aterrizó en el borde de la puerta de la nave.

Solté un chillido, incapaz de contenerme.

Ahí, en medio de la luz tenue del compartimiento, estaba Anakin Skywalker; su capa ondeando ligeramente por la entrada de la nave y su sable de luz encendido. Su postura era peligrosa, llena de una confianza tan abrumadora que casi parecía arrogante, como si controlar el caos fuera lo más natural del mundo para él.

Mis ojos se abrieron de par en par al verlo. El sudor brillaba en su frente, y sus músculos tensos se marcaban bajo la túnica Jedi. El brillo azul del sable iluminaba su rostro con un resplandor que lo hacía lucir casi irreal, con esa mirada que siempre parecía saber exactamente lo que iba a hacer… y cómo lo haría. El leve arco de su sonrisa era más que suficiente para que cualquiera sintiera que la diversión acababa de empezar para él.

— No me digas que estás sorprendida —sonrió casi burlón, mientras daba un salto ágil y aterrizaba frente a mí, listo para unirse a la pelea.

Tragué saliva, mi corazón acelerado por el susto… y por algo más que no me atrevía a admitir. Estaba herida, cansada, pero verlo allí, desafiando cualquier lógica solo para venir a ayudarme, me dio una inyección de adrenalina.

— Tienes una forma curiosa de hacer entradas, Skywalker —carraspeé, sin poder ocultar un atisbo de alivio en mi voz.

Anakin se giró hacia mí y sus ojos brillaron con esa chispa que parecía no apagarse nunca cuando me miraba. — Solo cuando sé que puedo impresionarte.

Y sin más palabras, se lanzó contra los droides que nos rodeaban, sus movimientos ágiles y precisos, dominando el caos con una facilidad que solo El Elegido por la Fuerza podía tener.

Rápidamente me uní a la pelea, moviéndome junto a él en perfecta sincronía, casi como si pudiéramos leer los movimientos del otro sin necesidad de palabras. Mi sable trazó arcos luminosos, cortando y bloqueando los disparos, mientras Anakin, a mi lado, hacía lo propio con una destreza que, aunque siempre impresionaba, hoy me parecía casi deslumbrante. Nos cubrimos mutuamente, un paso suyo marcaba mi siguiente movimiento, y cuando uno de nosotros fallaba, el otro estaba ahí para llenar corregirlo.

Pero entonces, vi al Devaroniano levantarse. Abandonó la cabina, dejando el piloto automático activado, y antes de que pudiera procesar lo que estaba haciendo, su bláster apuntaba directamente a mí.

Vi el destello del disparo mientras salía del arma, y en ese instante, supe que no tenía tiempo para esquivarlo.

No, no lo lograré…

El disparo venía directo hacia mi rostro, pero antes de que impactara, se detuvo en el aire. ¿Qué?

Mi mente tardó un segundo en procesar lo que estaba viendo, y cuando finalmente giré la cabeza, lo vi. Anakin. Su mano estaba levantada, y su expresión era una mezcla entre furia y concentración intensa.

¿Él... él lo había hecho?

Mi mandíbula casi tocó el suelo. No había visto nada parecido en mi vida. Nadie que conociera había logrado detener un disparo bláster con la Fuerza. Ni siquiera estaba segura de que fuera posible… hasta ahora.

Antes de que pudiera articular palabra, Anakin, con un movimiento rápido y preciso, devolvió el disparo al devaroniano. El impacto fue brutal, justo en el pecho. El cazarrecompensas soltó un grito ahogado mientras caía hacia atrás, desplomándose contra el suelo.

— ¡No! —grité, corriendo hacia donde estaba el cuerpo inerte, con el corazón latiéndome desbocado en el pecho—. ¡Anakin! —lo miré, entre irritada y shockeada—. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? ¡Esto no es el estilo Jedi!

Anakin me devolvió la mirada, pero no había arrepentimiento en sus ojos, si no una satisfacción que sabía que estaba intentando ocultar. Mi enojo chocó contra su calma peligrosa, y por un momento no supe cómo reaccionar.

— ¿Preferirías que te hubiera matado a ti? —preguntó seriamente, su tono de voz fue bajo.

Mi corazón dio un vuelco, y no supe si fue por la pregunta o por la forma en que me miraba. Había algo en esos ojos azules, algo que siempre me había intrigado, pero que en ese momento me hacía sentir un escalofrío recorriéndome la espalda. Intenté responder, pero mis palabras se quedaron atrapadas en mi garganta. Estaba molesta, sí, pero también había una parte de mí que no podía dejar de admirar el cómo había detenido el dichoso disparo con la Fuerza.

Esa mezcla de poder y confianza absoluta era... hipnótica.

Sacudiendo la cabeza, gruñí mientras intentaba reanimar al cazarrecompensas, sintiendo una creciente frustración en mi cuerpo. Esto solo podría manchar mi monento de gloria ante el Consejo.

Seguro que Windu se las arreglaría para acusarme de no haber detenido a Skywalker de matar a un Devaroniano a pesar de que yo era mayor y debía estar más experimentada con el estilo Jedi que él.

— Intenta bajar la nave de regreso, ¿quieres? —espeté mordazmente, ignorando como su mirada prácticamente quemaba mi figura arrodillada.

El silencio en respuesta a mi exigencia fue sorprendente. Miré de reojo y vi a Anakin moverse sin decir nada hacia la cabina de navegación. Tomó el control de la nave y su agilidad al comenzar a manejarla fue impresionante, casi como si ya hubiera estado pilotando cien más.

Mientras tanto, me concentraba en el cazarrecompensas, tratando de reanimarlo sin mucho éxito. Finalmente, un murmullo proveniente de la cabina rompió el silencio: — Un "gracias" no hubiera estado de más.

Sus palabras me hicieron detenerme. Fue cuando me di cuenta de lo desagradecida que había sido. Mi orgullo solía ser mi mayor obstáculo, pero sabía que no podía ignorar la ayuda que me había brindado. Me debatí entre mi ego y mi gratitud, pero al final, decidí ceder.

— Gracias por tu ayuda, Anakin —comencé un poco a regañadientes hasta como una sonrisa se formaba lentamente en su rostro y rápidamente agregué: —. Aunque podría haberlo hecho perfectamente sola.

Él levantó una ceja, divertido. No parecía creerme, y se rió cuando solté un resoplido de exasperación antes de levantarme y acercarme a la cabina. Me dejé caer en el asiento del copiloto, y observé a Anakin pilotar la nave con la mínima concentración pero la máxima experiencia.

— ¿Qué ha sido del resto de los cazarrecompensas? —pregunté, tratando de romper el silencio.

— Eran demasiados —respondió Anakin sin dejar de manipular los controles—, pero Obi-Wan y yo logramos ocuparnos de todos.

Mis pensamientos volvieron a la batalla, y una pregunta curiosa surgió.

— Oye, ¿y por qué saltaste a la nave? —le pregunté lentamente, con curiosidad.

Anakin me miró como si fuera la pregunta más absurda del mundo.

— Vi a la Maestra Ti tirada en el suelo… —empezó, tamborileando los dedos inconscientemente sobre el panel de control—. Y cuando la nave empezó a despegar, sentí tu energía dentro. Corrí hacia ella, me agarré a un ala y subí hasta el techo.

Me quedé boquiabierta, asombrada de que prácticamente dijera que se había arriesgado a maniobrar en el aire con una nave en movimiento por el mero hecho de que me había sentido dentro de ella. Anakin giró su cabeza hacia mí, y fue cuando noté que nuestros rostros se habian acercado más de lo que anticipé. Sus ojos descendieron lentamente hacia mis labios, y un calor inesperado se apoderó de mí.

— Yo… me habría vuelto loco si algo te hubiera sucedido —confesó en voz baja, su mirada fija en mis labios, acercándose sutilemente.

Sentí una oleada de estupor. Mi mente se aceleró, buscando una forma de reaccionar ya sea correcta o no. Sus ojos habían atrapado cada parte de mi rostro y no pude descender de aquel cielo que en lo más profundo parecía tener un atardecer dorado alrededor de sus pupilas. Finalmente, reaccioné y me eché violentamente hacia atrás, mirando por la ventana para evitar su contacto visual.

— Ya debemos aterrizar —avisé rápidamente, señalando hacia abajo.

La atmósfera se volvió cargada y tensa durante el resto de nuestro tiempo.


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Cuando la nave aterrizó, el rugido de los motores se desvaneció lentamente en el aire.

Anakin me ofreció su mano para ayudarme a bajar, pero rechacé su gesto deliberadamente. No estaba dispuesta a mirarlo, y mucho menos a tocarlo a pesar de que solo estaba siendo amable y caballeroso. Después de nuestra conversación en la cabina de navegación, todo se había vuelto increíblemente incómodo y casi podría haber jurado que intentaba filtrarse por mis barreras mentales para ver lo que pensaba, un gruñido mío lo hizo detenerse en ese momento.

Mis ojos captaron dos figuras a unos metros de nosotros y reconocí a nuestros maestros conversando entre ellos. Obi-Wan le estaba terminando de aplicar un parche de bacta en el hombro a mi maestra que, aunque se veía visiblemente cansada, también parecía aliviada.

Me dirigí hacia ellos corriendo para dejar a Anakin lo más atrás posible. Y cuando llegué, en un impulso, me lancé a abrazar a mi maestra equilibrando la delicadeza y mi entusiasmo en el gesto.

— ¡Oh, Maestra Ti! —lloriqueé, aprentando la tela de su túnica—... ¡Tuve tanto miedo de perderla! ¡¿Quién me seguiría entrenando en la Fuerza?! ¡¿Quién me despertaría cuando me quedara dormida meditando?! ¡¿Quién me dejaría sin leche azul por semanas durante mis castigos?!

Sentí a Shaak Ti sonreír con ternura, y su mano acarició mi espalda en un gesto reconfortante.

— Tranquila, mi padawan—habló con suavidad—. Ya está todo bien.

El Maestro Kenobi, con los brazos cruzados y un aire de cansancio, se volvió hacia Anakin. — ¿Qué es lo que ha ocurrido?

Anakin explicó brevemente la situación pero no pasó por alto el detalle de la muerte del devaroniano como defensa. Me sorprendió ligeramente que Obi-Wan no pareciera impactado, sino agotado mientras soltaba un suspiro. Era obvio que conocía demasiado a Anakin.

Mi mente se dirigió a lo que había pasado minutos atrás en la cabina y quise hacerme pis encima de tan solo recordar lo tan cerca que habían estado nuestros rostro, y cómo él parecía querer acercarme mediante la Fuerza a propósito. Sentí mi cuerpo calentarse por la vergüenza y rápidamente decidí cambiar de tema.

— ¿Todavía tienen la reliquia? —pregunté con urgencia, mirando a Obi-Wan.

Con un gesto sombrío, Obi-Wan sacó el colgante de su mochila. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y tragué saliva estremeciéndome. Shaak Ti, pareció haberse dado cuenta de mi pequeña ansiedad y acarició mi cabello sutilemente.

— Bueno… —comenzó Anakin, girando a su alrededor, también evitando hacer contacto visual conmigo—. ¿Y ahora qué?

Obi-Wan suspiró, metiendo el colgante de regreso a su mochila. La oscuridad de la atmósfera se desvaneció un poco y el Caballero Jedi por fin pronunció las palabras que llevaba queriendo escuchar desde horas atrás.

— Ahora volvamos a casa.

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