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🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ Chapter forty-five

a hellish entrance ❞ 

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Victoire comenzó a creer que alguna fuerza divina les estaba echando la mano desde lejos. Porque cada vez que estaban a punto de sucumbir por el enemigo, algo ocurría o algún refuerzo acudía en su ayuda.

En cuanto Percy lanzó aquella pregunta: «¿Señorita O'Leary?» Victoire creyó que su perra había venido al rescate desde las sombras. Sin embargo nunca se imagino lo que paso a continuación.

Los enemigos se removieron inquietos y sus filas empezaron a abrirse y partirse en dos, como si alguien las obligara a despejar un camino a lo largo de la calle.

En cuestión de segundos, en el centro de la Quinta Avenida, se creo un largo corredor donde al final distinguieron la silueta de la perra gigantesca y la de una figura mucho más pequeña con armadura negra.

—¿Nico? —murmuró Daphne, atónita.

—¡Guau!

La Señorita O’Leary corrió hacia Percy dando saltos, sin hacer caso de los monstruos que gruñían a ambos lados.

Nico avanzó a grandes zancadas. El ejército enemigo retrocedía a su paso como si irradiase un aura de muerte. Lo cual era cierto, desde luego.

A través de la abertura inferior de su casco, que tenía forma de calavera, Tori vio que sonreía.

—¿Nico? ¿Qué estás haciendo? —espetó Daphne, mirando al hijo de Hades con preocupación.

—Recibí el mensaje de Percy—le dijo, y entonces se volteo a verlo—. ¿Es muy tarde para sumarse a la fiesta?

—Hijo de Hades. —Cronos escupió en el suelo—.¿Tanto amas a la muerte que deseas experimentarla?

—Tu muerte sería maravillosa para mí —respondió Nico.

—¡Soy inmortal, estúpido! He escapado del Tártaro. Y tú no tienes nada que hacer aquí. Ninguna posibilidad de salir vivo.

Nico sacó su espada: un metro de hierro estigio afilado y maligno, negro como una pesadilla.

—No lo creo.

Y entonces, la tierra retumbó. Surgieron grietas en la calle, en las aceras y fachadas de los edificios; Victoire miro atónita como de ellas empezaron a asomar manos esqueléticas que parecían asir el aire ávidamente después de abrirse paso desde las profundidades hasta el mundo de los vivos.

Eran miles y, a medida que emergían, los monstruos del titán se iban acobardando y retrocedían.

—¡Mantened la posición! —ordenó Cronos—. Los muertos no son rivales para nosotros, no están a nuestra altura.

El cielo se volvió oscuro y frío. Las sombras se espesaron. Sonó un estridente cuerno de guerra y, mientras los soldados muertos formaban filas, con fusiles, lanzas y espadas, un carro enorme bajó atronando por la Quinta Avenida y se detuvo al lado de Nico.

Los caballos eran sombras vivientes, moldeadas de niebla y oscuridad. El carro tenía incrustaciones de oro y obsidiana, y una decoración con escenas de muertes atroces. Las riendas las llevaba el mismísimo Hades, el señor de los muertos, que iba escoltado por Deméter y Perséfone.

—Esa si es una entrada infernal digna de Hades—comentó Tori. Percy asintió.

Hades llevaba una armadura negra y una capa color sangre. Sobre su lívida cabeza lucía el casco de la oscuridad: una corona que irradiaba terror en estado puro y cambiaba de forma ante tus propios ojos, pasando de una cabeza de dragón a un círculo de llamas negras y luego a una guirnalda de huesos humanos.

Pero eso no era lo más espeluznante de todo. Lo peor era que aquel casco tenía la facultad de desatar tus peores pesadillas, tus temores más profundos.

La fuerza de su casco comenzó a influir en Tori, quien deseo esconderse al instante, y los miembros del ejército enemigo se sentían igual.

Sino fuera por el poder y la autoridad de Cronos, ya hubieran roto filas y huido en desbandada.

Hades sonrió con frialdad.

—Hola, padre. Se te ve… joven.

—Hades —gruñó Cronos—. Espero que tanto tú como estas damas hayan venido a jurarme lealtad.

—Me temo que no —Hades suspiró—. Mi hijo, aquí presente, me ha convencido de que debería establecer prioridades en mi lista de enemigos —Miró con desagrado a Percy—. Por más que deteste a ciertos semidioses advenedizos, no estaría bien que cayera el Olimpo. Echaría de menos las riñas con mis hermanos. Y si hay algo en lo que todos coincidimos… es en que fuiste un padre horrible.

—Cierto —masculló Deméter—. Nunca valoró la agricultura.

—¡Madre! —exclamó Perséfone.

Hades desenvainó su espada, una hoja de doble filo estigio con dibujos grabados en plata.

—¡Y ahora lucha conmigo! —retó—. Esta vez los miembros de la casa de Hades serán aclamados como salvadores del Olimpo.

—No tengo tiempo para tonterías —dijo Cronos con desdén.

Golpeó el suelo con la guadaña y una línea se expandió en ambas direcciones, abarcando en un círculo al Empire State. Era un muro de fuerza lo que relucía a lo largo de la línea: un muro impenetrable que los separaba a la vanguardia de Cronos, a sus amigos y a ella del grueso de los dos ejércitos.

—¿Qué demonios ha hecho? —murmuró Percy.

—Nos ha encerrado herméticamente —dijo Thalia—. Ha encogido las barreras mágicas que rodeaban Manhattan para aislar únicamente el edificio, y a nosotros dentro.

Y en efecto, Thalía tenía razón: en el exterior de la barrera, los motores de los coches cobraron vida; los peatones despertaron y contemplaron perplejos a los monstruos y zombis que los rodeaban.

Váyase a saber que veían realmente a través de la Niebla, pero seguramente debía de ser algo terrorífico

Los conductores se bajaban desconcertados de sus coches. Y al final de la manzana, Percy vio que Paul Blofis y su madre abrían las puertas y se bajaban del Prius.

—No —dijo él—. No…

Tori volteo a verlo y luego siguió la dirección de su mirada. Sally Jackson veía a través de la Niebla, y por la expresión en su rostro, Tori supo que comprendió la gravedad de la situación.

Confío en que ella y Paul buscarán refugio pronto, sin embargo Sally los miró, le dijo algo a Paul y los dos corrieron directamente hacia ellos.

Junto a ella Percy se alarmó. Y Tori lo notó. No podían avisarle ni decirle nada. Y lo último que la castaña deseaba es que Cronos se fijará en los padres de Percy. Ella conocía en persona el dolor de perder a un padre.

Pero Percy podría perder a sus dos padres sí Cronos reparaba en ellos.

Por suerte, Hades se encargó de distraer su atención. Arremetió contra el muro de fuerza y su carro se estrelló contra él violentamente y acabó volcando. El dios se incorporó soltando maldiciones y lanzó una explosión de energía negra, pero la barrera resistió.

—¡Al ataque! —rugió.

Los ejércitos de los muertos se abalanzaron sobre los monstruos del titán y el caos más absoluto se apoderó de la Quinta Avenida. Los mortales chillaban y corrían para ponerse a cubierto. Deméter hizo un ademán y convirtió una columna de gigantes en un campo de trigo. Perséfone transformó las lanzas de las dracaenae en girasoles.

Y Nico, vaya que el chico había cambiado, porque se abría paso entre el enemigo a base de golpes y mandobles, esforzándose por proteger a los peatones.

Los padres de Percy se acercaban a todo a vapor, esquivando monstruos y zombis, pero ellos no podía hacer nada para ayudarlos.

—Nakamura, O'Hare —llamó Cronos—. Acompáñenme. Que los gigantes se encarguen de ellos —añadió, señalándolos a ambos y a sus amigos.

Y se zambulló sin más en el vestíbulo.

Victoire se quedó atonita. Había esperado un combate digno de un titán malvado, pero Cronos pasó de ellos totalmente, como si no valiera la pena entretenerse con uno simples semidióses.

Eso enfureció a Percy.

El primer gigante hiperbóreo trató de asestarle un golpe con su porra, pero Victoire brincó hacia atrás y  Percy rodo entre sus piernas, le clavó a Contracorriente en la espalda y el monstruo se desmoronó en un montón de trozos de hielo. El segundo gigante exhaló un chorro de escarcha hacia Annabeth, que apenas se ponía en pie, pero Daphne la sacó de en medio a rastras mientras Thalia entraba en acción.

Trepó por la espalda del gigante como una gacela, le rebanó el cuello azul con sus cuchillos de caza y creó la escultura de hielo decapitada más grande del mundo.

Tori miro a través de la barrera mágica. Nico se iba abriendo paso hacia Sally y Paul, pero ellos no aguardaron a recibir ayuda. Para sorpresa de ella, Paul tomó la espada de un héroe caído y se las arregló de lo mas bien para mantener entretenida a una dracaena. Es más: le dio una estocada en la tripa y la criatura se desintegró.

—¿Paul? —dijo Percy, alucinado. Tori miraba atónito al hombre.

Él se volvió y les sonrió, entusiasmado.

—Espero que fuera un monstruo lo que acabo de matar. ¡En la universidad participé en algunas obras de Shakespeare! ¡Aprendí un poco de esgrima!

Tori sintió respeto por él.

Pero justo en ese momento un gigante lestrigón arremetió contra Sally. Ella se había puesto a registrar un coche de policía abandonada y estaba de espaldas.

—¡Mamá! / ¡Sally! —aullaron Percy y Tori.

Se volvió cuando ya tenía al monstruo prácticamente encima. Por un momento Victoire creyó que era un paraguas lo que sujetaba en las manos, hasta que hizo fuego a bocajarro, mandando al gigante a cinco metros, justo donde lo esperaba la espada de Nico.

—¡Buen disparo! —exclamó Paul.

—¿Cuándo has aprendido a manejar una escopeta? —le preguntó Percy.

Su madre se apartó el pelo de la cara.

—Hace dos segundos. Descuida, Percy, nos las arreglaremos. ¡Sigan adelante!

—Sí —asintió Nico—, nosotros nos encargamos del ejército. ¡Deben atrapar a Cronos!

—Vamos Aquaman —le dijo Victoire.

Percy asintió, pero antes de seguirla gritó.

—Señorita O’Leary, por favor. Quirón está ahí debajo. Si alguien puede sacarlo eres tú. ¡Encuéntralo!

No sabía cuánto entendería, pero ella se plantó sobre los escombros en dos saltos y empezó a excavar. Daphne, Annabeth, Thalia, Grover, Victoire y él corrieron hacia los ascensores.

     
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                  

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El puente hacia el Olimpo se estaba disolviendo.

Salieron del ascensor al sendero de mármol blanco y casi en el acto empezaron a abrirse grietas a sus pies.

—¡Salten! —dijo Grover, lo cual era fácil para él, siendo en parte una cabra montesa.

Dio un salto y alcanzó la siguiente losa, mientras la de ellos se ladeaba vertiginosamente.

—¡Dioses, no soporto las alturas! —chilló Thalia.

Thalia y los demás saltaron también. Pero Annabeth no estaba para acrobacias con su hombro dislocado.
Se tambaleó y soltó un alarido:

—¡Daphne!

La rizada la agarro de la mano justo cuando la losa se desplomaba y se partía en mil pedazos. Thalía, Grover, Percy y Victoire se apresuraron a aferrar a Daphne por las piernas antes de que ambas chicas se precipitaran al vacío.

Daphne tiró de ella con todas sus fuerzas hasta ponerla a salvo y las dos se desmoronaron temblorosas.

Victoire no pudo evitar alzar una ceja cuando vio que ambas chicas se rodeaban uno a la otra con los brazos.

Ambas se dieron cuenta de eso y se pudieron tensas.

—Hum, gracias —murmuró Annabeth.

—De nada —musitó Daphne.

—¡Sigamos adelante! —exclamó Grover.

Ambas se desenlazaron y todos echaron a correr por el puente del cielo, mientras otras losas se desintegraban para hundirse en el olvido.

Justo cuando alcanzaban el pie de la montaña se vino abajo el último tramo.

Victoire se volvió a mirar el ascensor, ahora totalmente fuera del alcance de sus amigos, no para ella, podría volar hasta el muy fácilmente, pero ni loca los dejaría ahi.

—Nos hemos quedado aislados —dijo Annabeth—. Estamos solos.

—¡Beee-eee! —baló Grover—. La conexión entre el Olimpo y Norteamérica se está disolviendo. Si se rompe…

—Esta vez los dioses no se trasladarán a otro país —comentó Thalia—. Será el fin del Olimpo. El final definitivo.

Corrieron por las calles y con cada paso que daba Tori, más sentía que su corazón se oprimía. Aquel lugar había sido su hogar por cuatro años. Y estaba siendo destruido. Había mansiones en llamas y estatuas derribadas. Vislumbró a lo lejos la mansión de su madre, está acababa de venirse abajo.

En los parques se veían árboles destrozados y convertidos en astillas. Parecía como si hubieran atacado la ciudad con un cortacésped gigante.

—La guadaña de Cronos —murmuró Percy.

Siguieron el sinuoso sendero hacia el palacio de los dioses. El camino pareció ser más largo de lo normal, por lo que Victoire dedujo que Cronos tenía algo que ver. Quizá el titán estaba ralentizando el tiempo, o quizá era el miedo que sentía lo que le producía ese efecto.

Toda la cima de la montaña estaba en ruinas. Habían desaparecido montones de edificios y jardines preciosos. Unos cuantos dioses menores y algunos espíritus de la naturaleza habían intentado detener a Cronos.

Lo que quedaba de ellos estaba ahora esparcido por el suelo: armaduras aplastadas, túnicas desgarradas y espadas y lanzas partidas en dos.

Desde lejos, les llegó la voz rugiente de Cronos:

—¡Arrasadlo todo! Es lo que prometí. ¡Que no quede piedra sobre piedra!

Un templo de mármol blanco con cúpula dorada explotó de repente. La cúpula salió disparada como la tapa de una tetera y se deshizo en pedazos, rociando la ciudad de escombros.

—Era el santuario de Artemisa —masculló Thalia—. Lo pagará caro.

Cuando pasaban por debajo de un arco de mármol con estatuas descomunales de Zeus y Hera, la montaña entera gimió y se ladeó como una barca en mitad de una tormenta.

—¡Cuidado! —gritó Grover.

El arco se desmoronó bruscamente.

Victoire levantó la vista y vio cómo se les venía encima una Hera ceñuda de veinte toneladas.

Los habría dejado bien aplanados a ella y a Percy, pero Thalia les dio un empujón por detrás y los salvamos por los pelos.

—¡Thalia! —chillaron Grover y Annabeth.

La encontraros todavía con vida cuando se despejó la nube de polvo y la montaña dejó de estremecerse, pero tenía las piernas atrapadas bajo la estatua.

Aunque intentaron desesperadamente mover aquella mole de mármol, habría sido necesaria la fuerza de varios cíclopes. Tiraron de Thalia para tratar de sacarla debajo de la cabeza de Hera, pero ella aulló de dolor.

—He sobrevivido a infinidad de batallas —rezongó— y, al final, acaba derrotándome un estúpido pedazo de piedra.

—Es Hera —masculló Victoire, indignada—. Nos la tiene jurada a Annabeth y a mi desde el año pasado. Su estatua me habría matado si no nos hubieras quitado de en medio.

Thalia hizo una mueca.

—Bueno, ¡no se queden ahí! —dijo—. No me va a pasar nada. ¡Váyanse!

Se resistíeron a dejarla allí, pero oyeron las carcajadas de Cronos, que ya debía de estar cerca del palacio de los dioses, y también los estallidos de otros edificios.

—Volveremos —prometió Percy.

—No pienso ir a ninguna parte —gruñó ella.

Una bola de fuego se elevó sobre la ladera de la montaña, junto a las puertas del palacio.

—Debemos correr —dijo Tori.

—Ni se te ocurra usar tu velocidad —le espeto Percy—. Iremos juntos.

Victoire bufó, pero asintió.

—Ha correr —dijo Percy.

—Supongo que no querrás decir «montaña abajo» —musitó Grover, sin perder del todo la esperanza.

Salieron disparados hacia el palacio.

—Ya me lo temía —suspiró él, y galopó detrás de ellos.

     
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                  

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Las puertas del palacio eran lo bastante grandes como para que pasara un crucero por ella, pero las habían arrancado de sus goznes y destrozado como si fueran de papel. Tuvieron que trepar por una montaña de cascotes y metal retorcido para entrar.

Y ahí está él; Cronos se hallaba en medio de la sala del trono con los brazos abiertos, contemplando el techo estrellado como si quisiera absorberlo todo.

Un escalofríos recorrió a Victoire cuando sus carcajadas retumbaron de un modo aún más atronador que desde los abismos del Tártaro.

—¡Al fin! —bramaba—. El Consejo de los Dioses, tan soberbio y poderoso… ¿Cuál de sus tronos destruiré primero?

Victoire vio a ambos chicos junto a él. Ethan Nakamura y Jonathan O'Hare procuraban mantenerse fuera del alcance de la guadaña de su amo.

La hoguera estaba prácticamente apagada; sólo quedaban algunas brasas entre las cenizas. Ni Hestia y Rachel estaban por ahí, y aunque Tori no le caí bien está última, esperaba que estuviera bien.

El taurofidio se deslizaba por su esfera de agua, en la otra punta de la estancia, sin hacer ruido. Algo muy inteligente por su parte, pensó ella. Aunque no pasaría mucho tiempo antes de que Cronos reparase en él.

Los cinco avanzaron bajo la luz de las antorchas con cautela, pero fue Ethan quien los vio primero.

—Mi señor —le dijo en señal de advertencia. Victoire apretó los dientes.

La última vez que había sentido irá hacia un hijo de némesis, las cosas habían salido mal para ella. Pero para como estaban las cosas en la actualidad, poco le importaba ahora cargarse al hermano de Keegan.

Cronos se volvió y sonrió a través del rostro de Luke.

La irá que sentía Victoire se esfumó como el humo. Aparte de aquellos ojos dorados, tenía el mismo aspecto que ella recordaba de él, antes de que se fuera y él se volviera malo. Un metido gutural brotó de Annabeth, quien estaba junto a ella. Al igual que la castaña, había recibido un golpe de traición al verlo.

—¿Te destruiré a ti primero, Jackson? ¿O dejo que tú guardiana lo haga?—dijo Cronos. Victoire se tensó—. ¿Será ésa la decisión que debes tomar?, ¿luchar conmigo y morir o, ser sacrificado por ella y morir de todas formas?  Las profecías nunca acaban bien, ¿sabes? Pero puedo darte una tercera opción, inclinate ante a mi.

—Luke lucharía con espada —repusó Percy—. Pero supongo que tú no posees su destreza.

Cronos sonrió con desdén. Su guadaña empezó a transformarse y Victoire abrió los ojos atonita al reconocer la vieja espada de Luke, Backbiter, con su doble filo de acero y bronce celestial.

Annabeth sofocó un grito, como si hubiera tenido una ocurrencia repentina.

—¡Percy, Tori, la hoja! —Desenvainó su cuchillo—. «El alma del héroe, una hoja maldita habrá de segar».

Victoire jadeo, estupefacta, al comprender lo que Annabeth decía. Pero antes de que pudiera decirle algo a Percy, Cronos blandió su espada.

—¡Espera! —gritó Victoire.

Pero Cronos se lanzó sobre Percy como un torbellino.

El instinto de Percy tomó el mando automáticamente. Esquivo el golpe, dio un mandoble y rodó por el suelo, pero él sentía como si estuviera luchando contra un centenar de enemigos.

Ethan se escurrió por un lado, tratando de ganarle la espalda a Percy, pero Annabeth le cortó el paso y empezó a combatir con él. Jonathan O'Hare no se quedó atrás e intento atacarla por la espalda, pero el boomerang de Daphne se interpuso entre él y la rubia.

De reojo, Tori percibió vagamente a Grover, se había puesto a tocar sus flautas de junco. Su sonido la inundó de ardor y coraje: le evocaba la sensación de un prado tranquilo, de un sol reluciente y un cielo azul: todo muy alejado del fragor de la guerra.

Y con esa sensación, Victoire se lanzo contra Cronos, quien había acorralado a Percy contra el trono de Hefesto, un enorme armatoste mecánico lleno de palancas de bronce y plata. Antes de que pudiera darle un tajo a Percy, lanzó un látigazo directo a la espada, envolviendo su empuñadura y parte de la mano de Luke. Con sus alas se impulso hacia atrás, logrando detener el golpe y dándole tiempo a Percy  de subirse al trono de un brincó.

Sin embargo el trono de Hefesto zumbó y ronroneó como si se hubieran accionado sus mecanismos secretos.

«Modo defensa», advirtió una voz enlatada.

Victoire seguía agitando sus alas con fuerza para hacer retroceder al titán. No obstante Percy se lanzó sobre la cabeza de Cronos justo cuando el trono empezaba a disparar filamentos eléctricos en todas direcciones: uno de ellos le dio al titán en la cara y recorrió todo su cuerpo y su espada.

Victoire lanzó un agradecimiento rápido a Zeus. Gracias a que tenía su bendición, la corriente eléctrico que la alcanzó no la carbonizo.

—¡Ah! —exclamó Cronos, cayendo de rodillas y soltando a Backbiter.

Victoire jalo su látigo, llevándose la espada de Luke con ella. La sostuvo de la empuñadura y sintió una corriente helada recorrerla.

Levantó la mirada y vio a Annabeth apartar a Ethan de una patada y carcar contra Cronos.

—¡Luke, escucha!

Victoire miró con temor a la rubia, y antes de que pudiera interponerse entre ella y el titán, Cronos la mando a volar con un gesto de manos y Annabeth terminó estrellandose contra el trono de su madre. Se desplomó en el suelo

—¡Annabeth! —gritaron Tori, Percy y Daphne, está última le asestó un puñetazo a O'Hare e Intentó correr hacia ella. Sin embargo Jonathan se recobro y la tomó de la pierna, haciendo que la rizada cayera de bruces al suelo.

Victoire y Percy intentaron correr hacia ella pero Ethan Nakamura se levantó, interponiéndose entre ellos y Annabeth. No podían luchar con él sin darle la espalda a Cronos.

Grover entonó una melodía más acelerada mientras se acercaba a Annabeth, aunque no podía correr demasiado mientras tocaba. La hierba empezó a crecer en la sala del trono. Entre las grietas de las losas de mármol surgían raíces diminutas.

Cronos intentó incorporarse. Tenía el pelo chamuscado y la cara llena de quemaduras por la descarga eléctrica. Alargó el brazo, pero Backbiter permaneció en la mano de Tori.

—¡Nakamura! —gruñó—. Ya es hora de poner a prueba tu valía. Tú conoces el punto débil de Jackson. Acaba con él y te llevarás una jugosa recompensa.

Victoire se puso enfrente de él cuando Ethan bajo la mirada hacia la cintura de Percy.  Ese pequeño gesto solo le había confirmado que el hijo de némesis sabía el secreto de Percy.

—¡Mira alrededor, Ethan! —le dijo Percy—. El fin del mundo. ¿Ésta es la recompensa que deseas? ¿De veras quieres verlo todo destruido?, ¿lo bueno y lo malo? ¿Todo? 

—No hay ningún trono de Némesis —murmuró Ethan—. Ningún trono para mi madre.

—¡Exacto! —Cronos se puso de pie un instante, pero le fallaron las piernas. Por encima de la oreja izquierda, tenía un mechón de pelo rubio
chamuscado—. ¡Acaba con ellos! ¡Merecen sufrir!

—Ethan, tu madre es la diosa del equilibrio —le recordó Tori—. Los dioses menores merecen algo más, Ethan, pero la destrucción total no es una respuesta equilibrada.

—Cronos no construye nada —dijo Percy—.Sólo destruye.

Ethan miró el trono crepitante de Hefesto, mientras la música de Grover seguía sonando, y empezó a mecerse siguiendo el ritmo, como si aquella canción lo llenase de nostalgia: del deseo de ver un día radiante, de estar en cualquier otro sitio menos allí.

Su ojo bueno parpadeó.

Entonces se lanzó a la carga… pero no contra ellos.

Se acercó a Cronos, que seguía de rodillas, y descargó su espada sobre el cuello del titán.

Victoire se tenso. El golpe debería haberlo matado en el acto, pero la hoja de Ethan se hizo añicos. El chico salió volando hacia atrás, agarrándose el estómago debido a un fragmento de la hoja que le había rebotado en su armadura y la había atravesado. Victoire soltó las espadas y voló hacia él. Lo atrapó en el aire y lo colocó en el suelo.

Si, le tenía cierto rencor a Ethan por todo lo que había hecho. Pero a igual que Luke, había sido engatusado.

Cronos se levantó, tambaleante, alzándose ante su siervo y Tori.

—¡Traición! —gruñó.

Grover seguía tocando y la hierba crecía en torno al cuerpo de Ethan. Éste los miró a ella y a Percy con la cara contraída de dolor.

—Merecerían algo más —jadeó—. Si al menos tuvieran… tronos.

Y entonces Luke la apartó del chico con fuerza, haciendo que Victoire rodara en el suelo de mármol hasta los pies de Percy. Luego dio un pisotón y el suelo en torno a Nakamura se resquebrajó.

—¡No!

Pero el hijo de Némesis cayó por una sima que atravesaba el corazón de la montaña directamente hacia el vacío.

Fue entonces que Victoire reparó en el error que había cometido al agarrar a Ethan cuando esté salió volando hacia atrás. Había soltado a Backbiter y su propia espada.

—Hasta aquí ha llegado —dijo Cronos, recogiendo su espada—. Y ahora vamos a ocuparnos de ustedes.

El único pensamiento de Percy era que debía mantenerlo alejado de Victoire, y de Annabeth. Grover había llegado al fin a su lado y había dejado de tocar un momento para darle un poco de ambrosía.

No obstante, allí donde Cronos pisaba, las raíces se enrollaban en sus tobillos y lo sujetaron con rudeza.

—¿Pero que...? ¡Maldita hija de Dionisio! —rugió Cronos.

Daphne habia lanzado a Jonathan al otro lado del salón con su boomerang y había aprovechado el momento para ayudar a Grover con su magia.

Cronos rugió y lanzó un mandoble hacia las plantas, cortandolas de un tajo. Pero nuevas raíces surgian de la tierra y lo volvían a sujetar, pero esta vez también le apresaron las manos, obligándolo a soltar su espada.

—¡Mantenlo así! —gritó Percy, y corrió hacia el titán.

No obstante Victoire vislumbró a Jonathan acercarse a Daphne por detrás.

—¡Daphne, cuidado! —gritó Tori.

La rizada giró a tiempo para esquivar la espada de O'Hare. Sin embargo, aquel movimiento la distrajo de la tarea que estaba haciendo. Cronos se libero con un gritó y recuperó su espada a tiempo de retener el ataque de Percy. Victoire alzo su mano, su espada voló hacia ella y rápidamente abrió sus alas y se lanzo a ayudar a Percy.

Combatieron contra el titán entre los restos de la hoguera, levantando chispas y pisando carbones casi apagados. Victoire no podía atacarlo directamente con su espada, ni el cuchillo de Annabeth ni la espada de Ethan había logrado herirlo, pero si que podía ayudar a Percy desviando sus ataques con su látigo o usando sus alas para nublarle la vista al titán.

Pero también debía cuidarse de Backbiter. En ese momento Cronos cortó de un tajo el apoyabrazos del trono de Ares, su golpe original iba dirigido a ella. Y acto seguido arrinconó a Percy contra el trono de su padre.

—¡Ah, sí! —dijo Cronos—. ¡Éste sí que dará buena leña para mi nueva hoguera!

Sus hojas chocaban con un estallido de chispas. Victoire lanzo su látigo con dirección a su espada pero Cronos previo el ataque. Usando solo una mano, sujeto a Backbiter, y con la otra retuvo el ataque de Tori.

—No caeré dos veces en lo mismo —repusó él. Y de un tirón, tumbó a Tori con brusquedad al suelo. El golpe le saco el aire de los pulmones.

Percy gritó enfurecido y miró con tremenda irá al Titán frente a él. Cronos era más fuerte, pero en ese momento sintió en sus brazos el poder del océano. Le dio un empujón y le lanzó otra estocada. La hoja de Contracorriente lo golpeó tan de lleno en la coraza, que abrió una hendidura en el bronce celestial.

Victoire se incorporó tambaleante y alzo su mano para recuperar su espada. Pero justo cuando está llevaba a su mano, el titán dio un pisotón en el suelo de mármol y el tiempo se ralentizó.

Trato de corre hacia ellos, pero se movía a la velocidad de un tortuga, un poco más veloz que Percy, pero igual de lenta para poder hacerle daño a Cronos. Éste retrocedió con toda tranquilidad y aprovechó para recuperar el aliento.

Examinó la abertura que Percy le había hecho a su coraza mientras él se debatía para avanzar un milímetro. Victoire lo maldijo entre dientes. Cronos podía tomarse todos los tiempos muertos que quisiera. Podía dejarlos clavados en el sitio cuando le apeteciera.

La única esperanza de ambos consistía en que el esfuerzo para hacerlo lo fuese consumiendo. Si lograban agotarlo del todo…

—¡Demasiado tarde, semidióses! —dijo Cronos—. ¡Miren!

Señaló los restos de la hoguera y los carbones brillaron otra vez incandescentes. Se alzó una cortina de humo blanco y en su espesor aparecieron imágenes como en un mensaje Iris.

Victoire vio a Nico y a los padres de Percy, en la Quinta Avenida, rodeados de enemigos y luchando a la desesperada.

Más atrás, Hades combatía montado en su carro negro y hacía surgir una oleada tras otra de zombis de debajo de la tierra. Pero las fuerzas del titán parecían igualmente inagotables.

Manhattan, entretanto, era pasto de la destrucción.

Los mortales, ya del todo despiertos, corrían despavoridos; los coches viraban enloquecidos y se estrellaban por todas partes.

La escena cambió.

Entonces vio algo aún más terrorífico.

Un inmenso frente tormentoso se aproximaba al río Hudson, desplazándose rápidamente por la costa de Jersey. Venía rodeado por un círculo de carros, enzarzados en estrecho combate con la criatura oculta en el espesor de las nubes.

Los dioses y su madre atacaban sin pausa y el cielo se iluminaba con el fulgor de los relámpagos. Las flechas de oro y plata surcaban las nubes como balas trazadoras y explotaban violentamente. Poco a poco, las nubes se fueron desgarrando y entreabriendo.

Entonces, y por primera vez, Tori vio a Tifón con
claridad. Y ya nunca más podría olvidarlo.

Tifón cambiaba de aspecto constantemente. A cada momento era un monstruo distinto, cada uno más horrible que el anterior. Si continuaba viéndole el rostro, terminaría loca. Tan loca que ni el mismísimo Dionisio podría curarla.

Así que se fijo en su cuerpo; gran error. Éste le resultó tan grotesco, que prontó extraño los tiempos donde ella y Percy debían limpiar toneladas de excremento en el rancho de Gerión, ahora de Euritión. El cuerpo de tifón era de tipo humanoide, pero su piel tenía manchas verdes y ampollas del tamaño de un edificio por todo el cuerpo, además de zonas ennegrecidas a causa de los eones que había pasado bajo un volcán.

Sus manos y piernas eran lo menos feo que tenían; las primeras eran humanas pero rematadas en garras. Y las segunda estaban cubiertas de escamas de reptil.

—Los olímpicos están haciendo un último esfuerzo —se burló Cronos con una carcajada—. ¡Qué patético!

Zeus lanzó un rayo desde su carro y la explosión iluminó el mundo entero. Incluso allí arriba, en el Olimpo, Victoire notó la sacudida, pero cuando la nube de polvo se disipó, Tifón seguía en pie.

Se tambaleaba y tenía un cráter humeante en su cabeza deforme, pero rugió enfurecido y continuó
avanzando.

Fue entonces que Victoire vislumbró a su madre corriendo por el brazo de tifón y, detrás de ella, cuatro versiones doradas de ella misma la seguían blandiendo unas lanzas electrificadas por Zeus. Victoire las reconoció enseguida, ella misma tenia una muy similiar en el campamento.

La única diferencia era que la de ella tenía el tamaño de su mano y la de su madre podían ser del tamaño de un gigante.

Victoire vio como su madre y sus Nikai atacaban a tifón por los hombros y el cuello. Ahí donde ellas lo herian, sé detonaba una gran descarga eléctrica que hizo bramar al monstruo de dolor.

Sin embargo, Tifón comenzó agitarse violentamente, derrumbando a las nikai y a su madre en el proceso. Las mujeres doradas se transformaron en plumas, y regresaron a las alas de su madre, quien ahora volaba alrededor de Tifón e intentaba atizarle en el ojo con la lanza.

El corazón de Victoire se estrujó cuando su madre no logró esquivar un manotazo de Tifón. Y salió volando varios miles de kilómetros lejos.

—¡No! —gritó Tori, con una tremenda preocupación por su madre.

Cronos se rió de ella.

—La inútil mano derecha de mi hijo, espero que Tifón haya terminado con ella.

Victoire apretó los dientes con furia.

En ese momento, Tifón entró en el río Hudson y se hundió casi hasta la pantorrilla.

Victoire reparo en lo cerca que estaba de la ciudad, y comenzó a perder las esperanzas. Los dioses estaban perdiendo fuerzas y Tifón estaba cada vez más cerca del Olimpo.

Y entonces, como un auténtico milagro, le llegó el sonido de una caracola. La mirada de Tori viajo hasta Percy, y vio como esté sonreía lentamente.

Aquella caracola fue el impulso que necesito para cobrar la esperanza.

Aquel sonido había sido la llamada del océano.

La llamada de Poseidón.

El padre de Percy.

Victoire, asombrada, vio como alrededor de Tifón el Hudson entraba en erupción repentinamente, agitándose con olas de quince metros.

Y entonces del agua surgió un nuevo carro: éste tirado por enormes hipocampos que nadaban en el aire con la misma facilidad que en el agua. El padre de Percy, rodeado de un aura de poder azulada y resplandeciente, describió un círculo desafiante en torno a las piernas del gigante.

En cuánto el dios del mar blandió su tridente, el río respondió a él creando un enorme torbellino alrededor del monstruo.

—¡No!

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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️

Estamos a cinco capítulos del final 🥺 y el siguiente, en lo personal, es el que más me duele...

Un adelanto, el capítulo se llama: un último intento.

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