𝟦𝟦. 𝗉𝖾𝗋𝖼𝗒 𝖾𝗌𝗍𝖺 𝗊𝗎𝖾 𝖺𝗋𝖽𝖾
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▬ ▬▬ Chapter forty-four.
❝ Percy is on fire ❞
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A Percy le gustaría poder decir que expulsó al enemigo de los alrededores del Empire State.
Pero la verdad es que Clarisse hizo casi todo el trabajo. Incluso sin su armadura y su lanza, aquella chica era un verdadero demonio.
Y Victoire y Daphne tampoco se quedaban tan atrás.
Destrozadas por la muerte de la hija de Afrodita, las tres chicas se lanzaron directo hacia el ejército del titán. Clarisse y Daphne en el carro de la primera, y Victoire con su velocidad sobrehumana.
La energía del trío resultó ser tan contagiosa, que hasta los centauros despavoridos empezaron a reagruparse. Las cazadoras quitaban flechas a los caídos y lanzaban una tras otra al enemigo. La cabaña de Ares repartía golpes y estocadas a mansalva, lo cual no dejaba de ser su ocupación favorita.
Los monstruos, por otra parte, optaron por retirarse hacia la Treinta y cinco Este.
Clarisse regresó junto a la carcasa del drakon sola, puesto que Daphne había brincado del carro en algún momento de la batalla y ahora se encontraba matando monstruos a diestra y siniestra con su enorme boomerang.
La hija de Ares enganchó la carcasa al carro pasando un garfio por sus cuencas vacías. Luego fustigó a los caballos y salió disparada, arrastrando al drakon detrás como si fuera uno de esos dragón del Año Nuevo chino.
De este modo cargó contra los enemigos en fuga, insultándolos y retándolos a enfrentarse a ella.
Mientras proseguía su avance, Percy advirtió que
resplandecía, literalmente, rodeada de un aura de fuego rojo.
—La bendición de Ares —dijo Thalia—. Nunca la había visto.
—Y no es la única —señaló Annabeth—. Miren.
Ambos voltearon y vieron a las otras dos chicas peleando con un grupo de monstruos que no había emprendido retirada. Ambas resplandecientes por un aura naranja y morado.
—La Bendición de Nike y Dionisio —murmuró Percy, impresionado.
Victoire apenas era un borrón entre los monstruos. La bendición de su madre le otorgaba mayor velocidad y resistencia de la que ya tenía. Los dos lestrigones con los que estaba peleando parecían estar intentando matar a una hormiga, salvo que en realidad era una chica con super velocidad y unas determinadas ganas de terminar con ellos.
Ambos gigantes terminaron derrumbándose uno al otro, y Victoire termino acabando con sus vidas a una velocidad impresionante.
Daphne por otro lado, hacia crecer raíces del pavimento destruido y les deba forma de espina, con la punta tan filosa que casi podía cortarte con solo verla. Movía los brazos de un lado a otro, con dirección a los monstruos, lanzando las espinas como proyectiles mortiferos. Estás atravesaban a su enemigo de golpe, haciéndolos estallar en polvo.
Aquel grupo de monstruos terminó desapareciendo en cuestión de segundos. Ambas chicas compartieron una mirada con determinación.
—Eso fue... —pero Percy no encontraba palabras para describirlo.
Sin embargo Tori no le sonrió. Sino que miró a un punto detrás de él con cierto orgullo en su mirada. Todos voltearon y vieron a Clarisse masacrando al ejército en retirada.
—¡Soy Clarisse, la asesina del drakon! —gritaba la chica enardecida al otro lado—. ¡Los mataré a todos! ¿Dónde está Cronos? ¡Saquenlo de su escondrijo! ¿Acaso es un cobarde?
—¡Clarisse! —aulló Percy—. Para ya. ¡Vuelve!
—¡¿Qué te pasa, señor de los titanes?! —bramó ella—. ¡Da la cara!
Los enemigos no respondían. Empezaron a retroceder poco a poco tras una barrera de escudos de las dracaenae, mientras ella describía círculos con su carro por la Quinta Avenida, desafiándolos a interponerse en su camino.
Entretanto, ellos atendieron a los heridos y los trasladaron al vestíbulo del edificio. Mucho después de que el enemigo se hubiera perdido de vista, Clarisse continuaba recorriendo la avenida con su espantoso trofeo y exigiéndole a Cronos que saliera y le plantase cara.
—Yo la vigilo —dijo Chris. Percy y Victoire voltearon a verlo—. Se acabará cansando. Ya me encargaré de que entre a descansar.
—¿Y Emma? —le preguntó Tori recordando a la niña que habían dejado en el campamento. Le había pedido a Argos cuidarla, pero también les había pedido lo mismo a Clarisse y Chris y ambos estaban ahi—. ¿No habrá venido con ustedes verdad?
Chris negó con la cabeza.
—Está en el campamento con Argos y los espíritus de la naturaleza. Ah, y el dragón Peleo, que custodia el árbol.
—El campamento está vulnerable, no aguantará mucho.
A Tori se le cortó la voz. Percy sabía que estaba preocupada. Se giró hacia el chico.
—Me alegro de que hayan venido.
Chris asintió tristemente.
—Siento que haya sido tan tarde. Intenté hacerla entrar en razón. Le dije que no tenía sentido defender el campamento si ustedes morían. Todos nuestros amigos están aquí. Lo que lamento es que haya sido necesario que Silena...
Se callo al reparar en lo que había dicho. Tori se enderezó y desvío la mirada hacia las calles. Percy vislumbró sus ojos cristalinos.
—Mis cazadoras te ayudarán a montar guardia —le dijo Thalia a Chris—. Ustedes cuatro deberían ir al Olimpo. Me da la sensación de que los necesitan allá arriba. Para organizar la última línea defensiva.
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El portero había desaparecido del vestíbulo. Su libro yacía boca abajo sobre el mostrador y su silla estaba vacía. El resto del vestíbulo, sin embargo, se encontraba abarrotado de campistas, cazadoras y sátiros heridos. Victoire sintió un vuelco en el estómago al ver a toda su familia en ese estado.
Justo cuando se dirigían a los ascensores, Connor y Travis Stoll los interceptaron.
—¿Es cierto lo de Silena? —preguntó Connor.
Percy asintió.
—Ha tenido una muerte heroica —dijo él.
Travis se removió incómodo.
—Eh, también he oído…
—Nada más —insistió Percy con seriedad—. Fin de la historia.
Victoire lo miró sorprendida. Por un mísero momento había creído que el azabache le guardaría rencor a su amiga. Al fin y cabo ella había sido quien pasaba información al enemigo y por poco hace que lo maten.
Pero no. Ahí estaba él, plantado frente dos chicos que le ganaban en altura y con la determinación de un caballero para que nadie mencionara lo que había hecho la hija de afrodita.
Su corazón brincó.
—Vale —masculló Travis—. Escucha, suponemos que el ejército del titán tendrá problemas para subir en ascensor. Tendrán que hacerlo por turnos. Y los gigantes no cabrán ni en broma.
—Ahí está nuestra mayor ventaja —hablo Daphne—. ¿Hay alguna manera de inutilizar el ascensor?
—Es mágico —respondió él—. Normalmente, hace falta una tarjeta magnética, pero el portero se ha esfumado. Lo cual significa que nuestras defensas se desmoronan. Ahora cualquiera puede meterse en el ascensor y subir directamente.
—Tenemos que mantenerlos alejados de las puertas —indicó Percy—. Y en todo caso, estrangularemos su avance en el vestíbulo.
—Necesitamos refuerzos —repuso Travis—. Ellos no pararán de enviar fuerzas. Y al final terminarán arrollándonos.
—No tenemos refuerzos —se quejó su hermano, Connor.
Percy miró a la Señorita O’Leary, que lo esperaba fuera, pegada a las puertas de cristal.
—Eso tal vez no sea del todo cierto —dijo y se marchó en su dirección.
Victoire lo observó desde adentro. Vio como Percy hablaba con ella. Un carraspeó detrás de ella la hizo girarse. Annabeth y Daphne ya no estaban ahí, y hermanos Stoll la veían apenados.
—Lamentamos lo de Silena —le dijo Connor.
—Sabemos lo mucho que la querías —añadio Travis.
Victoire tragó saliva, intentando deshacer el nudo que comenzaba a formarse en su garganta. Asintió hacia ambos y les sonrió muy levemente, apenas alzando las comisuras de sus labios.
Ambos castaños se marcharon.
Victoire busco a Annabeth y a Daphne con la mirada y las encontró cerca de los ascensores, detrás de alguien arrodillado.
—Hey.
Percy había regresado con ella.
—Vamos —le dijo ella y comenzó a guiarlo hasta donde estaban ambas chicas y Grover. Frente a su amigo, estaba un grueso sátiro malherido.
—¡Leneo! —exclamó Percy.
El viejo sátiro ofrecía un aspecto deplorable. Tenía una lanza rota clavada en la barriga y sus peludas patas de cabra, retorcidas en un ángulo increíble. Se le habían amoratado los labios y, aunque trataba de enfocarlos con ojos vidriosos, ya no los veía.
—¿Grover? —murmuró.
—Estoy aquí, Leneo.
A pesar de todas las cosas horribles que el anciano había dicho de él, Grover parpadeaba para contener las lágrimas.
—¿Hemos… vencido?
—Hum, sí —le mintió Grover—. Gracias a ti, Leneo. Hemos rechazado al enemigo.
—Te lo dije —masculló el sátiro—. Un líder de verdad…
Entonces sus ojos se cerraron definitivamente.
Tragando saliva, Grover le puso una mano en la frente y pronunció una antigua bendición. El cuerpo del viejo sátiro se fue disolviendo hasta que sólo quedó un arbolito minúsculo en un montoncito de tierra fresca.
Al ver el arbolito, Victoire sintió un vuelco en el corazón.
—Un laurel —comentó Grover, sobrecogido y observó a Tori—. Ah, qué buena suerte la de ese viejo sátiro.
Ella asintió en su dirección. Grover recogió el arbolito con sumo cuidado.
—He de plantarlo en los jardines del Olimpo.
—Nosotros vamos para allá —le dijo Daphne—. Ven con nosotros.
En el ascensor sonaba música ligera. Percy se acordó de la primera vez que había visitado el monte Olimpo, a los doce años. Ninguno de sus amigos lo habían acompañado en aquella ocasión.
Y se alegraba que ahora estuvieran con él. Tenía la sensación de que aquélla podía ser su última aventura juntos. Un sabor agrio apareció en su boca ante tal sensación.
—Percy, Daphne—dijo Annabeth en voz baja—, tenían razón sobre Luke.
Junto a él, Victoire bajó la mirada a sus pies.
—Annie tiene razón —musitó ella—. Él no...
Percy, Grover y Daphne se miraron.
—Hey Annabeth —le dijo Daphne—. Lo siento...
—Intentaste decírmelo —La voz le temblaba—. Luke es malvado. No quería creerte. Pero ahora que he sabido cómo utilizó a Silena…
—Es un traidor, con todo lo que implica la palabra —dijo Tori—. Quise creer que... Confíe en que él... Ya no importa. Ahora lo sé. Espero que estés contento —le dijo esto último a Percy.
—No, eso no me pone nada contento.
Pero Victoire retrocedio hasta la pared trasera del ascensor y apoyo la espalda en está, rehuyendo a la mirada de Percy. Annabeth, por otro lado, apoyó la cabeza en el tabique del ascensor, evitando la mirada que la morena le daba.
Grover sostenía en sus manos el minúsculo laurel.
—En fin… es bueno estar otra vez juntos —dijo el—. Discutiendo. A punto de morir. Sintiendo un terror atroz. Miren, ya hemos llegado.
Sonó la campanilla, se abrieron las puertas y salieron al sendero aéreo que ascendía entre las nubes.
Nuevamente el corazón de Victoire se oprimió. Desde hace días que era lo único que hacía; En el Olimpo reinaba un ambiente deprimente, el cual no suele ser un adjetivo muy adecuado para describir el hogar de los Dioses, pero en esos momentos, aquella palabra describía muy bien el aspecto que presentaba ahora.
No se veía fuego en los braseros ni luz en las ventanas. Las calles estaban desiertas; las puertas, atrancadas. Sólo se percibía movimiento en los parques, que habían sido habilitados como hospitales de campaña. Will Solace y otros campistas de Apolo se afanaban de un lado para otro, ocupándose de los heridos. Las náyades y las dríadas procuraban ayudar, utilizando canciones mágicas naturales para curar las quemaduras y los efectos del veneno.
Mientras Grover plantaba el laurel, los cuatro se dieron una vuelta, tratando de animar a los heridos. Vieron a un sátiro con una pata rota y a un semidiós vendado de pies a cabeza; también un cuerpo cubierto con el sudario dorado que hizo parar en seco a Victoire. Aquel sudario era de la cabaña de Apolo.
Se debatio entre acercarse o seguir, un lado de ella quería saber quién más había sucumbido en aquella guerra, pero por el otro lado estaba segura que no aguantaría ver otro rostro conocido y querido muerto.
Continúo su camino.
Se esforzábaron en decir algo positivo, aunque cada uno sentía un peso terrible en su corazón.
—¡En un abrir y cerrar de ojos estarás recuperado y combatiendo con los titanes! —le dijo Percy a un campista.
—Descuida, ya verás que podrás comprar más Givenchy para combatir monstruos—le dijo Tori a una hija de afrodita, quien al parecer no sabía nada aún sobre su hermana.
Tori no tuvo la fuerza para decírselo.
—Se te ve cada vez mejor —le comentó Annabeth a otro campista.
—Descuida, todavía tienes oportunidad de patear traseros —le dijo daphne a otro.
—¡Leneo se ha convertido en un arbusto! —le explicó Grover a un sátiro quejumbroso.
Se encontraron a Pollux, el hermano de Daphne, apoyado contra un árbol. Al verlo, la morena salió corriendo en su dirección. Los demás la siguieron.
El rubio tenía el brazo roto, pero por lo demás estaba bien.
—Aún puedo luchar con la otra mano —le dijo él a su hermana, apretando los dientes.
Pero antes de que Daphne pudiera algo, Percy lo hizo.
—No —dijo—. Bastante has hecho ya. Quiero que te quedes aquí, atendiendo a los heridos.
—Pero…
—Prométeme que te mantendrás a salvo —insistio él—. ¿De acuerdo? Te lo pido como un favor personal.
Tanto Pollux como Daphne fruncieron el entrecejo, el indeciso y ella extrañada por el repentino interés del azabache en la seguridad de su hermano.
Pollux le dio un vistazo a su hermana y asintió.
—De acuerdo, lo prometo —dijo—. Lo único que te pido a cambio, es que no dejes que algo malo le pase —pidio señalando a la rizada.
—¡Hey! Puedo cuidarme sola —protesto ella.
Pero su hermano se rió levemente.
—No tengo dudas sobre eso, Daph. Pero aún así estaré más tranquilo —añadio esto último mirando a Percy.
El azabache asintió
Los cuatro siguieron adelante, hacia el palacio. Era ahi adonde se dirigiría Cronos.
Las puertas de bronce rechinaron al abrirse. Sus pisadas en el suelo de mármol resonaron con fuerza. En el techo, las constelaciones destellaban fríamente. En el centro de la vasta estancia, la hoguera había quedado reducida a un débil resplandor. Hestia, con su apariencia de niña vestida con una túnica marrón, se acurrucaba temblando junto a las brasas. El taurofidio nadaba tristemente por su esfera de agua y al ver a Percy dejó escapar un mugido no demasiado entusiasta.
A la luz de la lumbre, los tronos arrojaban sombras de aspecto maligno, como de garras retorcidas.
Y al pie del trono de Zeus, levantando la vista hacia las estrellas, se encontraba Rachel Elizabeth Dare con una vasija griega de cerámica en las manos.
Al ver la jarra en manos de ella, Tori se tenso.
—¿Rachel? —la llamo Percy, cauteloso—. Hum, ¿qué haces con eso?
Ella lo miró como si despertase de un sueño.
—La he encontrado. Es la jarra de Pandora, ¿no?
A Tori no le gustó como sus ojos brillaban más de lo normal.
—Deja la jarra, por favor.
—Veo a la Esperanza dentro —musitó ella, recorriendo con los dedos los dibujos de su superficie—. Tan frágil…
—¡Rachel!
El gritó de Percy pareció devolverla a la realidad. Le tendió la jarra y Percy la sujetó, pero se la paso a Tori.
—¿Pero...? —iba a protestar, pero él la miró con confianza.
—Confio en ti.
Victoire la sujeto con firmeza. Estaba fría como un témpano.
—Daphne, Grover —los llamo Annabeth—. Vamos a registrar el palacio. Quizá haya reservas de fuego griego o de trampas de Hefesto.
—Chase tiene razón, nos vendría bien para el siguiente ataque —agrego la morena entendiendo lo que rubia quería hacer.
—Pero…
Daphne le dio un codazo.
—¡Vale! —chilló—. ¡Me encantan las trampas!
Lo tomaron del brazo y lo arrastraron fuera de la sala del trono. Victoire apretó la mandíbula, pero no dijo nada.
—Ven —le dijo Percy a Rachel—. Quiero presentarte a alguien.
Pero Victoire se quedó donde estaba, no estando segura de ir con ellos. Los vio a ambos caminar uno junto al otro. De forma tan natural. Tan íntima.
Ambos habían pasado mucho tiempo juntos antes de esa guerra.
Habían ido a la escuela juntos el pasado curso.
Habían sido chicos normales.
El pecho le dolió. Pero aún así inspiró hondo y se dio la media vuelta, dirigiéndose a la salida sin que ambos chicos repararán en ella.
Sin embargo, justo cuando la castaña desparecia por ambas puertas, Percy se giró hacia ella.
—Si quieres pon la jarra en... —pero entonces reparo en que ella no estaba ahí y sintió un vuelco en el pecho.
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—¿Tori?
Ambas chicas voltearon a verla, preocupadas.
Grover se acercó a ella.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Tori esbozo una sonrisa y asintió.
—Si, solo... Necesito tomar aire.
—¿Segura que estás bien? —le preguntó Annabeth.
Tori asintió y se alejó por la colina, donde tomó asiento y dejo la jarra de Pandora junto a ella.
Victoire inhaló profundamente y cerró los ojos. Necesitaba calmar la agonía que sentía por dentro.
La muerte de Silena seguía escociendole en el alma, pero en realidad no era eso lo que le afectaba en ese preciso momento.
Un amor no correspondido no era nada que no pudiera superar, pero... ¿Por qué dolía tanto?
—Sabes, esperaba que Nemo hablará contigo sobre el día en el que fuimos por él —hablo Daphne detrás suyo, terminó sentándose junto a ella—, pero supongo, por como están las cosas entre ambos, que no lo hizo, ¿Verdad?
Victoire tragó saliva y volteo a verla. No necesitaba ser una genia para saber de que hablaba la morena.
—Estaban juntos, ¿No es así?
Daphne asintió.
—Los encontramos al pie de un acantilado, en el auto de su padrastro —dijo tomando asiento junto ella—. Percy estaba sonrojado hasta las orejas, pero al verme empalidecio. Supongo que sospechaba que yo entendería el porque estaba asi, digo... Estaba con Rachel a solas, con una magnífica vista delante de...
—¿Por qué me cuentas esto Daph? —cortó Tori con el corazón oprimido.
Daphne suavizó el gesto.
—Escucha, Rachel lo besó ese dia, y a nada estuve de saltarle encima pero Percy se apartó de ella, como si se sintiera culpable. Quise creer que ese gesto fue porque te quiere a ti y no a ella, pero... ya no se que pensar. Me pidió no comentarte nada y le dije que no lo haría sí él te lo decía primero. No lo ha hecho, y yo no puedo seguir ocultandote algo como eso porque estoy cansada de verte sufrir por su indecisión, Tori. Yo sé que Percy te quiere, estoy muy segura, pero tampoco puedo omitir los gestos que tiene hacia Rachel. Está confundido porque es un idiota que no ve lo que tiene delante, pero al hacerlo también te lástima, y no quiero que sigas así.
—Y yo no quiero seguir sintiéndome así —confesó Tori con un nudo en la garganta y la mirada cristalina. Se sorbió la nariz—. Ya no quiero. Si Percy no puede decidir, entonces yo lo haré. Lo dejaré ir.
—¿Estás segura de eso, Tori?
No, no lo estaba. Pero bien dicen "si amas algo, déjalo ir, si regresa, es tuyo".
Y aunque ella no estaba lista para dejar ir sus sentimientos hacia él, estaba decidida a dejar de sufrir por estos.
—Lo estoy.
Daphne asintió junto a ella, comprendiendo su decisión.
—Si eso es lo que quieres, te apoyo. Pero si cambias de decisión, también lo haré.
Victoire le sonrió levemente y se limpió la lágrima traicionera que se había escapado de su ojo izquierdo.
—Gracias Daph.
—De nada Tori. Ahora venga, regresemos con los demás antes de que Nemo meta la pata.
Ambas se levantaron. Tori tomó la jarra de Pandora en manos y se dirigieron hacia Annabeth y Grover, quienes las esperaban en la entrada del Palacio.
—¿Encontraron fuego griego? —pregunto Daphne.
Ambos negaron.
—Ya veremos que hacer —aseguró Tori.
Los tres asintieron y entraron al salón de los dioses, donde Percy, Rachel y Hestia hablaban cerca de la hoguera. Sin embargo, al acercarse, Tori reparó en el sembrante pálido del chico.
—¿Percy? —lo llamo—. ¿Tenemos que salir otra vez?
Pero entonces, como si le hubieran dado una descarga, se giró hacia Rachel, no respondiéndole a Tori.
—No cometerás ninguna estupidez, ¿verdad? —le dijo—. O sea… has hablado con Quirón, ¿verdad?
Ella le sonrió débilmente.
—¿Te preocupa que cometa una estupidez?
—Bueno, quiero decir… ¿te mantendrás a salvo?
—No lo sé —reconoció—. Eso más bien dependerá de si tú salvas el mundo, héroe.
Entonces Percy se giró hacia Tori y suspiró aliviado de que todavía sujetará la jarra.
—Aunque la perdiera, —le dijo ella—, está regresaría a ti, cerebro de anémona.
Percy tomó la jarra de Pandora.
Por un efímero momento, Tori temió que la fuera abrir ahí mismo. Tal vez se debía a que Percy seguía pálido, o a qué lucía consternado. Sin embargo, hizo algo que ninguno de ellos previo.
—Hestia —le dijo él, volteando hacia la diosa—. Te entrego esto como ofrenda.
La diosa ladeó la cabeza.
—Soy la menos importante de los dioses. ¿Por qué habrías de confiarme una cosa así?
—Eres la ultima de los olímpicos —dijo—. Y la más importante.
—¿Y eso por qué, Percy Jackson?
—Porque la Esperanza sobrevive mejor con el calor del hogar. Guárdamela y nunca tendré la tentación de darme por vencido.
La diosa sonrió, tomó la jarra en sus manos y ésta cobró un ligero resplandor. El fuego ardió con más intensidad.
—Bien hecho, Percy Jackson —le dijo—. Ojalá los dioses te bendigan.
—Estamos a punto de descubrirlo. —respondió él y volteo a verlos—. Vamos, chicos.
Victoire creyó que saldrían del salón, sin embargo Percy se dirigió al trono de su padre. Intrigada, lo siguió.
El trono de Poseidón se alzaba a la derecha del de Zeus, pero no era ni mucho menos tan majestuoso. Era un asiento de cuero negro moldeado, adosado a un pedestal giratorio, con un par de anillas de hierro para sujetar una caña de pescar o un tridente.
En su estado natural, los dioses miden unos seis metros, de manera que Percy sólo llegaba al borde del asiento si extendía los brazos.
—Ayudenme a subir —les dijo.
Tori se volteo a verlo, estupefacta.
—¿Acaso te has vuelto loco? —inquirió ella.
—Es probable —reconoció él.
—Escucha Nemo, sé que tienes complejo de héroe y no le temes a nada pero, ¿Esto? ¿Acaso quieres morir?
—Percy —dijo Grover—, Daphne tiene razón, a los dioses no les gusta que la gente se siente en su trono. En el sentido de convertirte-en-un-montón-de-cenizas, ¿entiendes?
—Necesito que me preste atención —repusó él—. Es la única manera.
Ellos lo miraron, inquietos.
—Bueno —dijo Annabeth—, así seguro que lo conseguirás.
Y entre los cuatro, le dieron el impulso que Percy necesitaba para subir.
De un momento a otro, el trono retumbó. Los cuatro compartieron una mirada inquietante, y alzaron la mirada hacia él. Desde ahí vieron a Percy moviendo los labios, por lo que deducieron que conversaba con su padre. Victoire suspiró aliviada.
—Bueno, por lo menos llamo su atención —comentó ella. Grover y Annabeth voltearon a verla y asintieron.
—Si soy honesto, creo que hay mejores maneras de llamar la atención de un dios —dijo él.
—Por favor Grover, esa ni tú te la crees —dijo Annabeth y los tres rieron levemente.
—Oigan, Percy está que arde —dijo Daphne de imprevisto. Los tres voltearon a verla con una ceja alzada. Sin embargo ella volteo a verlos preocupada—. Hablo enserio, miren.
Victoire empalidecio cuando lo vio. Percy ahora estaba pálido y de sus brazos desprendía humo.
No obstante, y antes de que pudiera subir para ayudarlo, él bajo de un salto. Todos lo miraron nerviosos, esperando que el chico cayera al suelo o comenzará a convulsionarse.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Grover—. Te has puesto pálido… y has empezado a humear.
—¡Anda ya! —dijo él.
Y entonces se echó un vistazo, por si acaso, y vio que le salían hilos de humo por las mangas y que tenía todo el vello chamuscado.
—Si hubieras pasado más rato ahí —le dijo Annabeth—, habrías entrado espontáneamente en combustión.
—Espero que la conversación haya valido la pena —repusó Tori.
—Muuuu —mugió el taurofidio en su esfera de agua.
—Pronto lo averiguaremos —respondió él.
Justo entonces se abrieron las puertas de la sala del trono y apareció Thalia. Tenía el arco partido en dos y el carcaj vacío.
—Deben bajar cuanto antes —les dijo—. El enemigo está avanzando. Y Cronos marcha al frente de las tropas.
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Para cuando llevaron a la calle, ya era demasiado tarde.
Había campistas y cazadoras tendidos por el suelo, algunos heridos. Otros inconsciente. Y algunos que nunca más se levantarían de nuevo.
Clarisse, quien antes vigilaba la calle con impetu, se encontraba congelada con todo y su carro en un bloque de hielo. Eso sin duda había sido obra de un gigante hiperbóreo.
A los centauros no se les veía por ningún lado, así que era de suponer que, o habían huido despavoridos o se habían desintegrado.
El ejército del titán había cercado el edificio y se hallaba apenas a seis metros de las puertas. Iban en cabeza Ethan Nakamura y otro mestizo que dejó a Victoire atónita. Jonathan O'Hare.
Creía que el chico jamás podría librarse del ataque de Daphne en central park, pero ahí estaba él junto a una reina dracaena con su armadura verde y dos hiperbóreos más. No vieron a Prometeo por ninguna parte.
Pero lo que más dejo helada a Tori fue el hecho de que el mismísimo Cronos era quien abría la marcha con su guadaña en mano.
Y lo único que se interponía en su camino era…
—Quirón —dijo Annabeth, con voz trémula.
Si éste llegó a oírlos, no respondió. Tenía una flecha en el arco y apuntaba a Cronos directamente a la cara.
Los ojos del titán llamearon al verlos, y antes de que alguno pudiera hacer algo, todos sus músculos se paralizaron instantáneamente. Cronos volvió a concentrarse en Quirón.
—Hazte a un lado, hijo.
Oír a Luke llamando «hijo» a Quirón ya resultaba bastante raro. Pero Cronos lo dijo, además, de un modo infinitamente despectivo, como si tener un «hijo» fuese lo peor de lo peor.
—Me temo que no. —Quirón respondió con un tono acerado y sereno, como siempre que se enfadaba de verdad.
Victoire intentó moverse, pero era como si tuviera los pies pegados al suelo. Percy, Daphne, Annabeth, Grover y Thalia forcejeaban también, igual de paralizados como ella.
—¡Quirón! —le advirtió Daphne—. ¡Cuidado!
La reina dracaena había perdido la paciencia y se abalanzó sobre él. La flecha de Quirón le entró justo entre los ojos y la monstruosa criatura se volatilizó en el acto, mientras su armadura hueca se estrellaba contra el asfalto.
Quirón fue a tomar otra flecha, pero se encontró con su carcaj vacío. Tiró el arco y sacó su espada, aunque Tori sabia que no le gustaba combatir con ella.
Cronos sofocó una risotada. Dio un paso adelante; Quirón removió inquieto sus patas, agitando la cola.
—Tú eres un maestro —dijo Cronos con desdén—. No un héroe.
—Luke era un héroe —repusó Quirón. Una corriente helada recorrió a Tori —. Uno muy bueno, hasta que tú lo corrompiste.
—¡Idiota! —La voz de Cronos sacudió toda la ciudad—. Le llenaste la cabeza de promesas vacías. ¡Dijiste que los dioses se preocupaban por mí!
El corazón de Victoire se paralizó, o por lo menos así lo sintió ella. Miró atonita al rubio.
—«Mí» —advirtió Quirón—. Has dicho «mí».
Incluso Cronos parecía desconcertado, por lo que Quirón se lanzó al ataque en ese momento. Una buena maniobra, había que admitir: una finta seguida de un tajo a la cara. Ni Victoire lo habría hecho mejor, pero Cronos fue muy rápido. Poseía todas las dotes de combate de Luke, lo cual ya era mucho. El chico había sido, junto con ella, el mejor espadachín en el campamento.
Cronos desvió la estocada de Quirón y gritó:
—¡Atrás!
Una luz blanca y cegadora estalló entre ambos. Quirón salió despedido por los aires y se estampó contra un lado del edificio con tal violencia que la pared se derrumbó sobre él.
—¡No! —aullaron Tori, Daphne y Annabeth.
El hechizo se rompió y corrieron a socorrer a su maestro, aunque no había ni rastro de él. Thalia y Percy empezaron a apartar ladrillos, mientras un coro siniestro de risas recorría las filas del ejército enemigo.
—¡Tú! —Annabeth se volvió hacia Luke con un gesto furiosa—. Y pensar que… que yo había creído…
Pero antes de que pudiera hacer algo en contra del titán, un borrón paso junto a ella. Percy tardó unos segundos en asimilar quien había salido disparado al ataque.
—¡No, Victoire!
Cronos apenas y logró esquivar la estocada que iba directo a su rostro. La sonrisa petulante con la que antes los veía se había borrado de sus labios. Percy creyó que, quizá, una parte de Luke recordaba a la chica que había amado y a la cual había cuidado cuando era solo una niña. Tori giró en el suelo y se volvió hacia Cronos con una mirada feroz. Se lanzó nuevamente hacia el titán pero éste la golpeo con la empuñadura de su guadaña.
Victoire salió disparada contra el pavimento.
—¡Vi! —Percy salio corriendo, esquivó el golpe del titán y se colocó frente a Tori.
Todos se habían quedado tan absortos, que ninguno reparo en la ausencia de Annabeth hasta que está se materializó junto a Cronos y le clavó su puñal entre las correas de la armadura, justo a la altura de la clavícula.
La hoja debería haberse hundido en su pecho, pero rebotó como si nada. Annabeth se dobló, agarrándose el brazo. Seguramente dislocado por la violenta sacudida al intentar apuñalarlo.
Daphne la arrastró hacia atrás justo cuando Cronos lanzaba un golpe de guadaña que la habría rebanado por la mitad.
Ella se resistió fieramente y gritó:—¡Te odio!
Las lágrimas trazaban surcos entre el polvo que le cubría la cara.
A Victoire le dolió verla así. Se levantó con ayuda de Percy y se dispuso a ir contra el titán de nuevo, sin embargo Percy la detuvo.
—Yo debo luchar con él —le dijo Percy.
—¡Ésta también es mi pelea, Percy!
Cronos se echó a reír.
—¡Cuánto ímpetu! —se burló esté—. Ya entiendo por Luke quería salvarlas. Por desgracia, no va a ser posible.
Alzó otra vez su guadaña y ambos se prepararon para defenderse, pero, antes de que pudiera asestarles un golpe, el aullido de un perro rasgó el aire inmóvil
desde un punto situado por detrás de su ejército.
—¿Señorita O'Leary?
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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️
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