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𝟦𝟥. 𝗅𝖺 𝗍𝗋𝖺𝗂𝖽𝗈𝗋𝖺

🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ Chapter forty three.

The traitor  ❞

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Victoire y Annabeth lograron llegar hasta el helicóptero; la castaña ayudó a la hija de Atenea a llegar hasta al puerta de éste y ambas entraron, arrastrando a Rachel al interior. Sin embargo en todo aquel ajetreo, Guido, el pegaso que había llamado Annabeth, se lastimó el ala con la plancha del helicóptero y se precipitó hacia el suelo.

—¡No! —grito Tori y se lanzó en picada por él, dejando a Annabeth en el helicóptero con Dare.

Victoire rodeo a Guido con su látigo y abrió sus alas de golpe. El peso del pegaso intentó arrastrarla abajo pero Tori comenzó a aletear con más fuerza, lograron llegar a tierra con algo de suavidad.

Quirón llegó al galope con su botiquín, con Percy y Daphne detrás de él y empezó a curarle las heridas al pegado.

Por otro lado Victoire, Daphne y Percy levantaron la mirada; el chico sintió como le subía el corazón a la boca. El helicóptero estaba a punto de estamparse contra el edificio.

—Vamos Annie —musitó Tori en voz queda—. Si alguien puede hacerlo, eres tú.

Y entonces, milagrosamente, el helicóptero volvió a estabilizarse. Describió un círculo, se quedó suspendido en el aire y, lentamente, comenzó a descender. Victoire suspiró aliviada y sonrió mostrando los dientes cuando el helicóptero aterrizó.

Annabeth era genial.

Percy, Tori y Daphne corrieron mientras los motores aminoraban poco a poco. Rachel abrió la puerta lateral y arrastró fuera al piloto. Victoire apretó la mandíbula al verla; aún vestida con pantalones cortos, una camiseta, unas sandalias, el pelo enmarañado y la tez verdosa a causa de aquellas acrobacias imprevistas, seguía viéndose bien.

Annabeth fue la última en bajar y Percy y Daphne la miraron maravillados.

—No sabía que pudieras pilotar un helicóptero, Chase —le dijo la rizada.

—Ni yo —contestó ella—. Pero mi padre está obsesionado con la aviación. Además, Dédalo tenía algunas notas sobre máquinas voladoras. Así que he manejado los mandos por deducción.

—Me has salvado la vida —dijo Rachel.

—Tori también ayudó.

Todos voltearon a verla pero Tori resopló.

—Sí, bueno… no vayamos a convertirlo en una costumbre —añadio Annabeth al ver el gesto de su amiga.

— ¿Se puede saber qué haces aquí, Dare? —espetó Tori—. ¿No se te ocurre nada mejor que volar por una zona de guerra?

—Yo… —Rachel le echó un vistazo a Percy—. Tenía que venir. Sabía que Percy estaba en peligro.

Victoire apretó los puños.

—En eso acertabas —refunfuñó ella—. Bueno, si me disculpan, tengo algunos amigos heridos que cuidar. Me alegra que hayas podido pasarte por aquí, Daré —dijo irónicamente.

—Vi… —murmuró Percy, pero ella se alejó airada con dirección a la carpa de enfermería.

     
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                  

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Victoire estaba harta de aquel tira y afloja que tenía con Percy. Justo cuando comenzaba a creer que el chico daría un paso adelante, llegaba Rachel y lo hacía retroceder tres pasos.

Habían estado luchando codo a codo desde hace dos días. Habían estado a punto de morir en varias ocasiones, pero se mantuvieron juntos.

Dioses, incluso Percy le había pedido un beso en el puente y ella lo había rematado diciéndole que saliera vivo de aquella guerra y ya verían.

Aquello, inconscientemente, se había vuelto una promesa que la hizo mantener las fuerzas para salir adelante.

Para continuar con vida.

Sería una jodida mentira si negaba que no había deseado besar a Percy en aquel momento. Incluso ahora lo deseaba, cuando no sabía sí llegaría al día de mañana con vida.

Victoire resopló cuando sintió las lágrimas deslizarse por sus mejillas. Nunca le había gustado llorar, pero últimamente es lo último que hacía, y tampoco podía evitarlo del todo. Se limpio con brusquedad el rostro y terminó adentrandose a la carpa de Apolo.

Pero nada más verla, Will la mando a descansar al vestíbulo del Empire State, donde habían provisto de colchones para que los semidióses o las cazadoras pudieran descansar hasta el próximo ataque. Victoire se negó varias veces, ella quería ayudarlos, pero Will le insisto demasiado y la amenazó con embrujarla para que dijera rimas si no obedecía.

A regañadientes Victoire se dirigió al vestíbulo y se tumbó sobre una de las camas. En cuanto su cabeza todo el colchón, el cansancio se apoderó de ella y terminó dormida en cuestión de segundos.

Y, como siempre, los sueños no pudieron dejarla descansar tranquila, porque de un momento a otro Victoire se encontraba con el enemigo.

Estaba frente a las Naciones Unidas, a un par de kilómetros al nordeste del Empire State. El ejército del titán había levantado su campamento en torno al complejo de la ONU.

Una creciente furia la invadió cuando vio que en los los mástiles de las banderas colgaban como trofeos los cascos y armaduras de los campistas caídos. A lo largo de la Quinta Avenida se veían gigantes afilando sus hachas y telekhines reparando escudos en fraguas improvisadas.

Una corriente helada la cruzó cuando su mirada cayó en lo alto de la plaza, donde Cronos en persona se paseaba balanceando la guadaña de tal modo que las dracaenae de su guardia debían mantener la distancia.

Ethan Nakamura y un gigante, permanecían algo más cerca, pero fuera del alcance de la hoja maligna. Ethan tamborileaba con los dedos sobre las correas de su escudo; el gigante, vestido con esmoquin, parecía tan tranquilo y sereno.

—Odio este lugar —gruñía Cronos—. «Naciones Unidas». Como si la humanidad fuera a unirse jamás. Recordadme que derribe este edificio cuando hayamos destruido el Olimpo.

—Sí, señor —el gigante sonreía como si encontrara muy divertida la cólera de su amo—. ¿Derribaremos también las cuadras de Central Park? Sé lo mucho que le irritan los caballos.

—¡No te mofes de mí, Prometeo! Esos malditos centauros se arrepentirán de haberse metido en medio. Se los echaré de comer a los perros del infierno. Empezando por ese hijo mío, el alfeñique de Quirón.

El gigante, que ahora sabía que se trataba de Prometeo, se encogió de hombros.

—Ese alfeñique destruyó con sus flechas una legión entera de telekhines —comentó él.

Cronos descargó su guadaña y cortó un mástil por la mitad. Los colores nacionales de Brasil cayeron sobre el ejército y una dracaena recibió un porrazo mortal.

—¡Los aplastaremos! —rugía Cronos—. Ha llegado la hora de soltar al drakon. Nakamura, encárgate tú.

—S… sí, señor. ¿A la puesta de sol?

—No. De inmediato. Los defensores del Olimpo están malheridos. No esperan un ataque repentino. Además, sabemos que no pueden derrotar a ese drakon.

Ethan parecía desconcertado.

—¿Mi señor?

—No hagas preguntas, Nakamura. Cumple mis órdenes. Quiero ver el Olimpo en ruinas cuando Tifón llegue a Nueva York. ¡Destrozaremos a los dioses por completo!

—Pero mi señor… —insistía Ethan—, su regeneración…

Cronos lo apunto con un dedo y el semidiós se quedaba congelado.

—¿Te parece que necesito regenerarme? —siseo el señor de los titanes.

Ethan no contestó debido a que estaba congelado. Cronos chasqueaba los dedos y Ethan se desmoronó.

—Muy pronto —gruñió el titán— esta forma ya no será necesaria. No pienso descansar ahora que tengo la victoria tan cerca. ¡Muévete!

Ethan se alejo renqueante.

—Es peligroso, mi señor —le advertía Prometeo—. No seáis impaciente.

—¿Impaciente? ¿Después de tres mil años pudriéndome en los abismos del Tártaro me llamas impaciente? Voy a cortar en mil pedazos a Percy
Jackson, y luego seguiré con esa chiquilla que casi arruina todo.

—¿Habla de la hija de Nike?

—Victoire, por esa mocosa Luke quiso abandonar el plan un año atrás.

—Pero no lo logró —dijo Prometeo—. Y debo recordarle que ha combatido con Percy Jackson en tres ocasiones —señaló—. Y sin embargo, siempre ha afirmado que combatir con un simple mortal no es digno de un titán. Me pregunto si su anfitrión mortal no ejercerá en usted cierta influencia, debilitando su juicio.

Cronos volvía sus ojos dorados hacia el otro titán.

—¿Te atreves a acusarme de debilidad?

—No, mi señor. Sólo pretendía decir…

—¿Acaso sufres un conflicto de lealtades? A lo mejor echas de menos a tus antiguos amigos, los dioses. ¿Te gustaría unirte a ellos?

Prometeo palidecío.

—Me he expresado mal, mi señor. Sus órdenes se cumplirán de inmediato. —Y volviéndose hacia los ejércitos, gritaba—: ¡Listos para la batalla!

Las tropas se ponían en marcha.

Desde detrás del complejo de la ONU, un rugido salvaje sacudió la ciudad: así era como sonoba el despertar de un drakon.

El estruendo fue tan horrible que Tori despertó, y entonces cayó en la cuenta de que seguía oyendo el rugido a un par de kilómetros. Se levantó de un salto y corrió al exterior del edificio, encontrandose con todos los demás ahí, incluídos Percy y Grover.

Se acercó a ellos.

—¿Lo oyeron?

Todos asintieron.

—Tenemos otro problema —señaló Grover.

La cabaña de Hefesto se había quedado sin fuego griego. La de Apolo y las cazadoras andaban por ahí mendigando flechas. La mayoría había ingerido tanto néctar y ambrosía que no se atrevían a tomar más.

Sólo quedaban en condiciones de combatir dieciocho campistas, quince cazadoras y media docena de sátiros. Los demás se habían refugiado en el Olimpo.

Los Ponis Juerguistas intentaban mantenerse en formación, pero no paraban de dar tumbos y soltar risitas, y todos apestaban a cerveza de raíces y prontó comenzaron a tener conflictos entre ellos.

Quirón se acercó a ellos al trote con Rachel sobre su lomo. Victoire sintió una punzada de irritación al verla. Quirón raramente llevaba a nadie montado, y
desde luego nunca a un mortal.

—Tu amiga tiene intuiciones muy útiles, Percy —le dijo.

Rachel se sonrojó. Victoire bufó.

—Sólo son cosas que he visto en mi cabeza.

—Un drakon —dijo Quirón—. Un drakon lidio, para ser exactos. El tipo más antiguo y peligroso.

Tanto Victoire como Percy se le quedaron mirándo, atónitos.

—¿Cómo lo has sabido? —inquirió Percy.

—Ni idea. Pero ese drakon tiene un destino especial. Morirá a manos de un hijo de Ares.

Victoire se cruzó de brazos.

—¿Cómo es posible que sepas algo así? —cuestionó con el ceño entre fruncido.

—Lo he visto, simplemente. No sé cómo explicarlo.

—Bueno, esperemos que te equivoques —dijo Percy—. Porque andamos un poco escasos de hijos de Ares.

Fue entonces que ambos recayeron en algo, pero fue Percy quien soltó un juramento en griego antiguo.

—¿Qué pasa? —le preguntó Annabeth.

—El espía —aseguró Tori y soltó una maldición entre dientes.

Percy se pregunto como es que ella sabía aquello, sin embargo no había tiempo para eso.

—Cronos ha dicho: «Sabemos que no pueden derrotar a ese drakon». El espía los ha mantenido informados.

—Eso quiere decir que Cronos se ha enterado de que la cabaña de Ares no está aquí —señaló Daphne—. a escogido adrede un monstruo que no podemos matar.

Thalia frunció el entrecejo

—Como agarre al espía, les aseguro que se va a arrepentir. A lo mejor podríamos enviar otro mensaje al campamento…

—Ya lo he hecho —dijo Quirón—. Blackjack está en camino. Pero si Silena no ha logrado convencer a Clarisse, dudo mucho que Blackjack…

Un rugido sacudió el suelo. Sonaba muy, muy cerca.

—Rachel —le dijo Percy—, entra en el edificio.

—Quiero quedarme.

Victoire rodó los ojos con irritación.

—Solo estorboras Dare —masculló ella—. Obedece y entra.

—Que quiero queda...

Una sombra tapó el sol. Al otro lado de la calle, el drakon se deslizó por la fachada de un rascacielos. Soltó un rugido y un millar de ventanas se hicieron añicos.

—Pensándolo mejor —dijo Rachel con una vocecita estrangulada—, esperaré dentro.

     
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                              
                        
                        
                  
                        
                  

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Victoire prefería mil veces a un dragón que a un drakon: estos son varios milenios más antiguos que los dragones y mucho más grandes. Tienen el aspecto de una serpiente gigante. La mayoría carecen de alas y no arrojan fuego por la boca (bueno, algunos sí). Todos son venenosos. Poseen una fuerza inmensa y sus escamas son más duras que el titanio. Ah, y sus ojos pueden dejarte paralizado; no con una parálisis estilo Medusa, del tipo te-convertiré-en-una-estatua-de-piedra-para-
mi-jardin, sino con una parálisis en plan ay-dioses-esa-serpiente-espantosa-va-a-devorarme, que es prácticamente igual de nefasta.

En el campamento habian recibido clases para luchar con un drakon, pero la verdad es que no había forma de prepararse frente a una serpiente de sesenta metros de longitud y del grosor de un autobús escolar, que se desliza por la fachada de un edificio, con sus ojos amarillos reluciendo como dos reflectores y una boca repleta de colmillos afiladísimos capaces de mascar un elefante.

Es más, Víctoire prefería mil veces a la cerda voladora que a eso.

Entretanto el ejército enemigo avanzaba por la Quinta Avenida. Se habían esforzado en sacar los coches de en medio para no herir a los mortales, pero eso no había hecho más que facilitar el avance del enemigo.

Los Ponis Juerguistas sacudían la cola, nerviosos. Quirón galopaba de un extremo a otro de sus filas, arengándolos con gritos de ánimo para que se mantuvieran firmes y sólo pensaran en la victoria y la cerveza de raíces, pero daban la impresión de que saldrían despavoridos en cualquier momento.

Victoire rezó para que eso no fuera a pasar.

—Yo me encargo del drakon. —A Percy le salió una especie de gallo al decirlo. Así que volvió a gritar con más fuerza—: ¡Yo me encargo del drakon! ¡Los demás haganle frente al ejército!

Pero Victoire se mantuvo a su lado. Percy la miró de reojo, la castaña había replegado sus alas y miraba con determinación al frente. Sin embargo Percy atisbo que tenía los ojos enrojecidos.

—¿Vas a ayudarme? —le preguntó.

—Es lo que siempre hago—dijo con tono desolado—. Ayudar a mis amigos.

Percy se sintió como un idiota. Le habría gustado llevarla aparte y explicarle que él no esperaba que Rachel apareciese ahi, que no había sido idea suya.

Pero no quedaba tiempo.

—Sobrevuelalo —le dijo—, y busca puntos débiles en su armadura mientras lo entretengo. Pero ten mucho cuidado.

Ella asintió y desvío la mirada a otro lado.

Percy dio un silbido llamando a la señorita O'Leary.

—¡Guau! —La perra saltó una fila de centauros y le dio un beso que olía sospechosamente a pizza de salchichón.

Percy saco su espada y juntos se lanzaron contra el monstruo.

     
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                  

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El drakon se encontraba tres pisos por encima de Percy, reptando lentamente por el rascacielos mientras calibraba sus fuerzas e intentaba darle un zarpazo a Victoire, que sobrevolaba sobre el. No obstante, y en ese momento, desde el norte el ejército del titán arremetió contra los Ponis Juerguistas y rompió con sus líneas. El drakon, desviando su atención de la castaña, lanzando un ataque fulgurante y, antes de que Percy pudiera acercarsele siquiera, se tragó de golpe a tres centauros californianos.

La Señorita O’Leary dio un gran salto por el aire, convertida en una sombra mortífera dotada de colmillos y garras. Sin embargo, al lado del drakon, la Señorita O’Leary parecía el peluche de un bebé.

Sus garras rechinaron sobre las escamas del monstruo sin causarle ningún daño. Y aunque le hincó los colmillos en la garganta, ni siquiera le hizo mella al monstruo. Su peso, no obstante, bastó para arrancar al drakon de la fachada del rascacielos.

Agitándose torpemente, cayó sobre la acera con estruendo y se enzarzó en una violenta lucha con la perra del infierno. Ambos se retorcían y revolcaban enloquecidos. El drakon intentaba morder a la Señorita O’Leary, pero ella estaba demasiado cerca de sus fauces. El veneno del reptil se derramaba por todas partes, fundiendo centauros a mansalva y también a más de un monstruo enemigo, pero la perra se movía en zigzag por su cabeza, arañándola y dándole bocados.

—¡¡Yahaaaa!! —Percy hundió su espada hasta la empuñadura en el ojo izquierdo del monstruo y su resplandor se extinguió en el acto.

El drakon silbó rabioso y retrocedió para lanzarse sobre él, pero Victoire logró apartarlo a tiempo cuando su brutal dentellada arrancó un pedazo de
pavimento del tamaño de una piscina justo donde el azabache había estado segundos atrás.

El drakon se revolvió velozmente y enfocó al chico con su ojo sano. Percy desvio la mirada hacia sus colmillos para no quedarse paralizado. La Señorita O’Leary hizo un esfuerzo para distraer a la bestia. Saltó de nuevo sobre su cogote y se puso a arañarlo mientras gruñía con ferocidad.

El resto de la batalla no iba bien. Los centauros se habían dejado ganar por el pánico ante la embestida de los gigantes y demonios. De vez en cuando se distinguía alguna camiseta anaranjada del campamento, pero enseguida desaparecía entre la multitud. Silbaban las flechas y en ambos bandos estallaban bolas de fuego, pero la lucha se iba desplazando hacia la entrada del Empire State.

Estaban cediendo terreno.

De repente, Victoire aterrizó sobre el lomo del drakon y le hincó su espada de bronce en una rendija entre sus escamas. El monstruo rugió, se enroscó sobre sí mismo con increíble agilidad y consiguió derribar a Victoire.

Percy la agarró en cuanto tocó el suelo y la sacó de en medio a rastras, mientras la serpiente aplastaba la farola junto a la que había caído unos segundos antes.

—Gracias —dijo.

—¡Te he dicho que tuvieses cuidado!

—Ya, bueno… ¡Agáchate!

Ahora le tocó a ella salvarlo. Le hizo un placaje justo cuando el drakon le lanzaba una dentellada que le pasó rozando por los pelos.

La Señorita O’Leary le aporreó la cabezota con todo su peso para distraerlo y ellos rodaron para quitarse de en medio.

Sus compañeros se habían replegado frente a las puertas del Empire State. El ejército enemigo los tenía rodeados y estrechaba el cerco.

No tenían salida.

No iban a acudir más refuerzos.

Victoire y Percy tendrían que emprender la retirada antes de quedarse aislados del resto de sus fuerzas y del monte Olimpo.

Entonces oyeron un sordo retumbo hacia el sur. No era un ruido demasiado habitual en Nueva York, pero Tori lo reconoció en el acto: ruedas de carros.

—¡Ares! —gritó una voz femenina, y una docena de carros de guerra vinieron a sumarse a la batalla. Iban tirados por parejas de caballos-esqueleto con crines de fuego, y en cada uno ondeaba un estandarte rojo con el símbolo de la cabeza de jabalí.

Victoire por poco se echó a chillar de alegría cuando treinta guerreros con armaduras relucientes y ojos encendidos de odio pusieron sus lanzas en ristre todos a una, formando un muro erizado y mortífero.

—¡Los hijos de Ares! —grito Annabeth alucinada acercándose a ellos. Tenía un corte bastante feo en el pómulo izquierdo, por dónde chorreaba un hilo de sangre. Pero a ella no parecía reparar en su herida—. ¿Cómo lo sabía Rachel?

Ningunos tenía la menor idea, pero en cabeza venía una chica con una armadura roja reconocible y un casco en forma de cabeza de jabalí. Sostenía en alto una lanza que crepitaba, cargada de electricidad.

Clarisse había venido en su ayuda.

Silena lo había logrado.

Mientras la mitad de sus carros embestía al ejército de monstruos, ella se dirigió directamente hacia el drakon con los otros seis.

La serpiente retrocedió y logró quitarse de encima a la Señorita O’Leary con un gesto brusco. La pobre perra se estrelló contra un muro y soltó un gañido de dolor. Percy y Tori corrieron en su ayuda, aunque la bestia ya se había concentrado en la nueva amenaza.

Incluso con un solo ojo, su mirada furibunda bastó para dejar paralizados a dos conductores, cuyos carros viraron y acabaron chocando con los coches aparcados junto al bordillo. Los otros cuatro siguieron adelante.

El monstruo abrió las fauces para lanzar una dentellada y se tragó una lluvia de jabalinas de bronce celestial.

—¡Ssssh! —silbó el drakon, en protesta.

—¡Ares, a mí! —gritó Clarisse.

Victoire frunció el cejo al oírla con la voz chillona, pero lo relaciono con el hecho de que estaba por enfrentarse al drakon.

En la acera de enfrente los Ponis Juerguistas se reagruparon en las puertas del Empire State,  alentados por los seis carros de Ares. Consiguieron sembrar la confusión entre el enemigo, al menos momentáneamente.

Los carros de Clarisse, entretanto, se habían dispuesto en círculo alrededor del drakon. Ahora le llovían lanzas desde todos lados, aunque se partían contra sus duras escamas.

Los caballos-esqueleto echaban fuego y relinchaban. Otros dos carros acabaron volcando, pero los guerreros saltaron como si nada, desenvainaron sus espadas y pusieron manos a la obra. Daban tajos buscando las junturas de las escamas y esquivaban ágilmente los chorros de veneno como si llevasen toda la vida entrenándose para ello. Cosa que era cierto.

Nadie podría decir que los campistas de Ares no eran valientes. Clarisse se había plantado ante el monstruo y le clavo la lanza en la cara, tratando de sacarle el otro ojo.

Pero las cosas empezaron a ponerse feas.

El drakon se zampó un campista de Ares de un bocado, apartó a otro de un golpe y roció de veneno a un tercero, que salió despavorido mientras su armadura se fundía.

—Tenemos que ayudarlos —dijo Daphne, quien miraba todo junto Tori.

La Señorita O’Leary intentó incorporarse, pero soltó otro gañido. Le sangraba una pezuña.

—¡Quédate aquí, chica! —le dijo Percy—. Bastante has hecho ya.

Y nuevamente los cuatro saltaron al ataque. Percy, Annabeth y la rizada saltaron sobre el lomo del monstruo y corrieron hacia su cabeza, tratando de distraerlo. Victoire por su parte lo intentaba desde arriba, disparando flechas a su rostro, algunas rebotaban, otras se enterraban.

Los campistas de Ares seguían arrojando jabalinas y habían conseguido alojarle algunas entre los colmillos. El drakon apretaba las mandíbulas para quebrarlas y su boca había acabado convertida en un amasijo de sangre verdosa, espumarajos venenosos y lanzas medio astilladas.

—¡Ustedes pueden! —gritó Clarisse—. ¡Un hijo de Ares está destinado a matarlo! 

Victoire se quedó congelada en el aire al oir su voz, distrayendose un segundo de la batalla, lo que le costo un coletazo del monstruo. Victoire salió volando varios metros atrás y terminó estrellandose contra el pavimento.

—¡Ares! —escuchó gritar a "Clarisse'

—¡NO! —gritaron Tori y Percy.

Haciendo caso omiso del dolor que sentía debido a la caída, abrió sus alas y se impulso con fuerza para alcanzar a la chica.

Pero fue demasiado tarde. El monstruo la miró desde lo alto, con una expresión llena de desdén, y terminó escupiendole veneno directamente en la cara.

—¡NO! —vociferaron Tori y Daphne al unísono.

—¡Clarisse! —gritó Annabeth.

Victoire llegó hasta ella y se desplomó a su lado con el rostro desencajado por el terror. Intento desabrocharle el casco de la cabeza pero se encontró con que sus manos estaban temblando violentamente.

—No, no, no, porfavor, tu no... — sollozó Tori y soltó un gritó de impotencia al encontrarse inútil con las manos. Comenzaba a hiperventilar del terror.

En eso Daphne y Annabeth llegaron junto ella, seguidas por un grupo de Ares que se formaron delante de ellas para proteger a su líder. Annabeth apartó las manos de Victoire cuando está estuvo a punto de tocar al veneno.

—Dejame a mi —pidio Annabeth, pero Tori atisbo que su voz temblaba. Entre ella y Daphne intentaban desabrochar el casco, lo cual era complicado por el veneno.

De repente, un carro volador aterrizó en la Quinta Avenida. Y al alzar la mirada y ver a sus dos conductores bajar, Victoire soltó un jadeo desgarrador que hizo a estremecer a todos a su alrededor.

Ahora estaba segura; Silena era la chica que había enfrentado al drakon.

—¡No! Maldita sea, ¿por qué? —exclamó la verdadera Clarisse acercándose. Al igual que Tori, su rostro está a desencajado por el dolor. La hija de Ares se desplomó en el suelo junto a ella y sujetó el cuerpo de Silena mientras los demás forzajeaban para sacarle el casco, corroído por el venedo—¿Por qué?.

Chris Rodríguez llegó corriendo también del carro volador. Él y Clarisse habían salido del campamento con aquel trasto en pos de los campistas de Ares, que habían seguido a Silena engañados, tomándola por Clarisse. 

—¡Cuidado! —gritó Chris.

Pero Victoire no se movió de su lugar. Ni lo haría por nada del mundo. De reojo vio que Clarisse se levantaba.

—¿Quieres morir? —bramó ella—. ¡Bien, adelante!

Victoire supo que se había lanzado sobre el drakon, pero ella mantuvo su atención sobre Silena. Estaba más enfocada en una de sus mejores amigas que yacia moribunada en sus brazos.

Silena jadeo entrecortadamente.

—Por favor Lena, resiste —sollozó Tori abrazándola. Las lágrimas surcaban como un río por su rostro.

Annabeth finalmente logró quitarle el casco y Victoire lloro más fuerte al ver el estado en el que Silena estaba. Sus rasgos, antes hermosos, habían quedado abrasados por el veneno. 

Ni todo el néctar y la ambrosía del mundo lograría salvarla, pero Tori estaba negada a aceptar eso.

Acunó la cabeza de Silena en su regazo, y comenzó a acariciar suavemente su cabello.

—Tori... —musitó la azabache, fijando sus ojos azules en ella.

—Shh.. estarás bien Lena. Estarás bien —le murmuró ella con voz entrecortada.El dolor que sentía por dentro era tan desgarrador, que temía que la chica se desvaneciera en sus brazos.

En eso Clarisse regresó junto a ellas y tomó la mano de Silena entre los suyas. Había vencido al dragón, y ahora los demás campistas y Percy, los rodeaban.

—¿Qué pretendías, insensata? —le espeto Clarisse a Silena.

Ella intentó tragar, pero tenía los labios resecos y resquebrajados.

—No me… habrías… escuchado. La cabaña sólo te... seguiría a ti.

—¿Así que le robaste la armadura?—preguntó Daphne con la voz quebrada por el llanto.

Clarisse miró a Silena, aún incrédula.

—Esperaste a que Chris y yo saliéramos a patrullar, te apropiaste de la armadura y te hiciste pasar por mí. —entonces miró furiosa a sus hermanos—. ¡¿Y ninguno se dio cuenta?!

Victoire quiso fulminarlos con la mirada, pero no podía apartar su mirada de Silena.

—No los culpes —le dijo ella—. Ellos querían… creer que eras tú.

—Estúpida hija de Afrodita —gimió Clarisse.

—Si sabías que... solo un hijo de Ares podía... derrotar al drakon... ¿Por qué lo has hecho tu? —berreo Tori con la voz cortada.

—Todo ha sido por mi culpa —admitió Silena, mientras una lágrima resbalaba por su rostro. Daphne se la limpio con suavidad—. El drakon, la muerte de Charlie… el campamento amenazado…

—¡Basta! —exclamó Clarisse—. ¡No es cierto!

—¡Deja de decir esas cosas, Lena! —espeto Tori.

Pero Silena abrió la mano, mostrando un brazalete de plata con un amuleto en forma de guadaña: la marca de Cronos.

Victoire jadeo destrozada al comprender lo que eso signicaba.

—Tú eras la espía —escuchó decir a Percy.

Silena intentó asentir.

—Antes… antes de que me gustara Charlie, Luke me caía en gracia. Era… encantador. Apuesto. Más tarde quise dejar de ayudarlo, pero él me amenazó con contarlo todo —al oir eso, Victoire cerro con fuerza los ojos y ahogó un sollozo más doloroso—. Me aseguró… que así salvaba vidas; que menos personas sufrirían daño. Me dijo que no le haría daño… a Charlie. Me mintió.

Percy miró a Tori. Pero la chica se rehusaba a mirar a nadie más que no fuera la chica en sus brazos. Sus ojos estaban completamente hinchados y rojos.

El corazón de Percy se estrujó al verla así.

Destrozada

A sus espalda, la batalla proseguía. Clarisse miró ceñuda a sus compañeros de cabaña.

—Rápido, ayuden a los centauros. Defiendan las puertas. ¡Deprisa!

La cabaña cinco se echó a correr para sumarse a la lucha.

Silena inspiró honda y dolorosamente.

—Perdonenme.

—No vas a morir —insistió Victoire—. ¿Me oíste?  ¡no vas a morir!

Pero Silena sonrió débilmente.

—Charlie… —Sus ojos miraban muy lejos, a millones de kilómetros. Victoire sintió como todo el mundo se desmoronaba a su alrededor —. Veo a Charlie…

Y no volvió a hablar.

—¿Silena? —la llamo Tori sacudiendo levemente su hombro. La cabeza de la azabache se ladeó de lado, con la vista inmovil y apagada—. Lena, por favor...No me dejes Lena. ¡Silena, no me dejes! ¡Por favor Lena! ¡No me dejes!

Pero entonces la realidad la golpeo en el rostro.

Victoire soltó un alarido lleno de dolor y perdida. Un sollozó que le ardió desde lo más profundo de su alma.

Silena había muerto.

Una de sus mejores amigas yacia muerta entre sus brazos.

Clarisse, Annabeth y Daphne lloraban alrededor de ella. Finalmente, Annabeth le cerró los ojos a Silena.

—Tenemos que luchar —dijo con voz quebrada—. Ha dado su vida para ayudarnos. Debemos hacerlo en su honor.

Clarisse se sorbió la nariz y se secó las lágrimas.

—Era una gran heroína, ¿entendido? Una heroína.

—Y será reconocida como tal en el campamento —añadio Tori destrozada.

—Y quien... Quien diga lo contrario se las verá conmigo personalmente —masculló Daphne—. Con todas nosotras.

Nadie se atrevió a decir o replicar lo contrario.

Percy se acercó hasta a Tori, y se agachó a su lado. La castaña se giró a verlo, con el corazón destrozado.

—Venga Vi, todavía tenemos una guerra que ganar.

—Yo... No puedo Percy —confesó Tori—. No puedo seguir perdiendo a las personas que amo.

—Lo sé, Vi. Créeme que lo entiendo. Pero si te das por vencida, sus muertes habrán sido en vano.

Victoire giró a ver el rostro de Silena una vez más y le beso la mejilla, ahí donde el veneno no la había tocado.

Te amo, Lena. Hasta que nos volvamos a ver.

Se sorbió la nariz. Apoyo el cuerpo de Silena con suavidad en el pavimento y regresó su mirada a Percy.

—Tienes razón.

Percy la ayudó a levantarse.

—¿Juntos?

—Juntos —respondió ella.

Clarisse, quien había tomado una espada de uno de sus hermanos caídos, se giró a verlos.

—Cronos lo va a pagar caro.

—Pero muy caro —musitó Tori de acuerdo con ella.

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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️

A pesar del día difícil que tuve, aquí está el capítulo de hoy, espero que les guste

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