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🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ Chapter forty-two

the Party Ponies

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La magia de la música de Grover y los sátiros no se comparaba en nada con lo que Daphne estaba provocando en esos momentos. La tierra misma parecía haber cobrado vida y pareciera que queria destruir todo a su paso. No dejaba de sacudirse.

Pero lo más impresionante, y tal vez aterrador, eran las gruesas y enormes plantas que surgían de ella.

—¡¿Qué está pasando?! —grito Tori hacia los demás, quienes intentaban mantenerse en pie.

—¡Es Daphne! —gritó Pollux mirando con los ojos abiertos a su hermana—. ¡Esta dejando que su sed de venganza tome el control!

—¿Pero, porqué? —preguntó ella.

Pollux señaló al otro lado del estanque. La rizada se encontraba peleando furiosamente contra un mestizo del bando enemigo; Victoire lo reconoció. Se trataba de Jonathan O'Hare.

—Él... —la voz de pollux se corto de rabia—. Él mato a nuestro a hermano.

La tierra tembló con más violencia y Pollux cayó de culo.

Victoire volteo a ver a la rizada. Ahora comprendia porque irradiaba tanta irá.

Estaba confrontando al asesino de su hermano.

No obstante, su poder se estaba saliendo de control. Tori buscó a Annabeth con la mirada y la encontró a un par de metros de ella. Apenas lograba mantenerse en pie, al igual que el resto.

—¡Debemos hacer que pare! —le grito—. ¡Sus poderes destruirán todo! ¡Mira!

Y efectivamente Tori tenía razón; la naturaleza que estaba haciendo surgir Daphne comenzaba a deslizarse hacia la ciudad. Vieron, atónitas, como las enredaderas y los matorrales comenzaban a subir por los edificios más cercanos, traspasando sus paredes con ferocidad, como si las mismísimas plantas estuvieran molestas con las edificaciones.

—¡El edición puede venirse abajo! —advirtio Annabeth—. ¡Debes detenerla!

No había tiempo que perder. Victoire se alzo en el aire y comenzó a volar en dirección a la morena. No obstante, como sí la naturaleza misma hubiera leído sus intenciones, comenzó a atacarla.

Victoire tuvo que maniobrar como nunca antes lo había hecho para esquivar las raíces que se alzaban directamente hacia ella. Alzo su espada y comenzó a ayudarse con está. Rebano, esquivo, dobló y giró tantas veces como pudo, sin embargo una de las raíces logró golpearla, distrayendola un segundo que basto para que otras enredaderas la apresaran.

Un gritó brotó de su garganta cuando la jalaron hacia tierra. Su cuerpo entero se estrello de golpe en el parque y comenzó a forzajear para levantarse.

—¡Daphne, detente! —chilló Tori.

Había logrado acercarse a ella. Sin embargo, Daphne no parecía oírla.

El pánico comenzó a embargarla cuando sintió como la naturaleza a su alrededor comenzaba a cubrirla. Intento levantar su espada, pero fue un resultado inútil. Estaba totalmente incapacitada.

Víctoire intento girar el rostro para buscar ayuda, sin embargo los campistas, y monstruos, más cercanos estaban en las mismas circunstancias que ella.

Victoire miró directamente al cielo oscuro y se pregunto si aquel miedo que sentía era el mismo que había sentido Thalía cuando murió salvandolos, cuando se convirtió en pino. Sus ojos se cristalizaron.

El miedo se convirtió en impotencia.

Y la impotencia se convirtió en una agria realidad; moriría ahí mismo. En medio de central park y asfixiada por enredaderas.

Nunca, ni en sus más locos sueños, imagino que su fin podría ser así. Pero cada parte de su cuerpo estaba inmóvil, y las enredaderas estaban a solo centímetros de sus rostro. Ya no sentía los brazos, ni las piernas. Y ni hablar de los dedos.

Miró hacia arriba, donde el brillo de las estrellas la saludaban y parecían reírse de ella. A los lejos distinguió el sonido de unos gritos, pero no era capaz de girar la cabeza para ver qué sucedía.

Únicamente tenía la visión del cielo nocturno, y sus compañeras fieles. Vislumbró, muy apenas por la luz lumínica de la ciudad, la constelación de "la cazadora".

La imagen de Zoë Belladona mirándola desde arriba surgió en su mente.

Una lágrima se deslizó por su mejilla cuando sintió un cosquilleo en la frente, pómulos y barbilla. De reojo vislumbró la maleza moviéndose con vida propia hacia el resto de su rostro.

Victoire inhaló profundamente, y pensó en Percy, lanzó una disculpa silenciosa hacia el azabache, por dejarlo solo en esa guerra.

Entonces la oscuridad la engulló por completo. 
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                              
                        
                  
                  

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Un segundo.

Un minuto.

Una hora.

Victoire no sabía cuánto tiempo había pasado pero de prontó la leve luz de la noche le pego en el rostro.

—¡Victoire! —escucho gritar a Daphne y pronto los orbes claros de la chica estuvieron frente a su rostro. Daphne se encontraba llorando y soltó un gran suspiro de alivio al verla—. ¡Oh Victoire! Cómo lo siento, no quería...—pero su voz tembló y se cortó.

Las raíces alrededor de Tori comenzaron a regresar a su lugar de origen, osea a la tierra. Dejándola libre y con una sensación cosquilleante por todo el cuerpo. Algo entumecida, Tori se incorporó y abrazó a la rizada.

—Lo siento tanto —dijo ella con vergüenza—, dejé que mis sentimientos me nublaran la vista.

Victoire le resto importancia con un gesto, aunque por dentro seguia asustada.

—Me alegra ver qué lograste detenerte.

Pero entonces Daphne se ruborizo y desvío la mirada de ella.

—No lo hubiera logrado sin Annabeth. Ella me detuvo.

Victoire alzo las cejas. Buscó con la mirada a la rubia y la vio ayudando a un par de mestizos que habían quedado atrapados al igual que ella. Al parecer Daphne solo estaba liberando a los de su bando.

—¿Qué pasó con...?

Pero su voz se cortó cuando vio la imágen detrás de ella. Aquello se parecía mucho a cuando Dionisio creo un trono de plantas en el consejo de los sabios ungulados hace un año atrás. Solo que en lugar de haber un trono detrás de ella, había una gran masa de plantas entrelazadas entre si que apresaban el cuerpo inerte de un chico.

Cuando Victoire comprendió lo que veía, se giró a ver a Daphne perpleja. La chica miro lo que había hecho con una mezcla entre la culpable y cierta pizca de satisfacción.

Dos sentimientos que no eran fáciles de entrelazar.

—Tu... ¿Hiciste eso? —señalo Tori hacia Jonathan, no estaba segura si el chico estaba vivo o no, pero aquella imágen sin duda era impactante.

Daphne tragó saliva y asintió.

—Yo...

Sin embargo no pudo decir lo que sea que iba decir cuando uno de los hermanos de Annabeth llegó corriendo.

—¡Necesitamos refuerzos! ¡El enemigo se despliega hacia la calle Treinta y tres!

Ambas se levantaron de un salto.

—Busca a Percy —le dijo Annabeth llegando junto a ellas—. Nosotras iremos a ayudarlos.

Victoire no estaba muy convencida de dejarlas después de que casi moría enterrada en plantas, pero ellas insistieron.

—Las veré allá —le aseguró.

Y alzo el vuelo sobre la ciudad. Busco indicios de una cerda gigante rosa desde ahí. Más lo único que veía era una guerra en plena apogeo en cada calle.

El centro de la ciudad era un campo de batalla. Desde lo alto se veían pequeñas escaramuzas por todas partes. Un gigante iba destrozando árboles en Bryant Park mientras las dríadas lo acribillaban con nueces. Delante del Waldorf Astoria, una estatua de bronce de Benjamín Franklin le atizaba golpes a un perro del infierno con un periódico enrollado. Un trío de campistas de Hefesto hacía frente a un escuadrón de dracaenae en medio del Rockefeller Center.

Estuvo tentada a bajar y echarles una mano, pero por el humo y el ruido dedujo que el auténtico jaleo se había desplazado mucho más al sur.

Sus defensas se venían abajo. El enemigo ya estrechaba el cerco al Empire State.

Victoire comenzó a planear por la ciudad para hacer un rápido barrido por los alrededores. Las cazadoras habían levantado una línea defensiva en la Treinta y siete, sólo tres manzanas al norte del Olimpo. Hacia el este, en Park Avenue, Jake Mason y algunos campistas más de Hefesto dirigían a un ejército de estatuas contra el enemigo. Al oeste, la cabaña de Deméter y los espíritus de la naturaleza de Grover habían convertido la Sexta Avenida en una selva que entorpecía el avance de un escuadrón de semidioses de Cronos. El sur estaba despejado por el momento, pero los flancos de la fuerza enemiga empezaban a abarcarlo con una maniobra envolvente.

Unos minutos más y estarían completamente rodeados.

—¡Victoire!

La castaña se detuvo y se giró a ver a Percy, quien venía montado sobre Blackjack. Soltó un suspiro al verlo completo.

—¡Esto es un completo caos! —grito Percy por encima de los ruidos de la batalla—. ¡Nos están rodeado!

—¡Lo sé, rápido! ¡Annabeth y Daphne nos necesitan en la treinta y tres!—respondió Tori y ambos volaron rápidamente hacia allá.

Al llegar divisaron a Annabeth y a Daphne manteniéndo a raya a un gigante hiperbóreo. Percy saltó del lomo del pegaso y aterrizó en la cabeza del gigante. Cuando éste levantó la vista, se deslizó por su cara, machacándole la nariz por el camino mientras Victoire le atizaba un patada en el pómulo. Volvió alzar el vuelo sobre el.

—¡Uaurrrr!

El gigante dio un paso atrás tambaleándose, mientras le manaba sangre azul de la nariz.

Percy cayó en la acera y se echó a correr. El hiperbóreo exhaló una nube de niebla blanquecina y la temperatura descendió en picado. El punto donde había caído el chico quedó revestido de una capa de hielo, y el mismo se encontro cubierto de escarcha como un dónut de azúcar.

—¡Eh, mamarracho! —le gritó Annabeth.

Percy confío en que estuviera diciéndoselo al gigante, y no a él.

El gigante Azul dio un bramido y se volvió hacia ella, dejándole a Percy expuesta la parte posterior de sus piernas. Se lancé a la carga y le hincó la espada en una corva.

—¡Uaaaaaaa!

El hiperbóreo se dobló. Esperaron a que se volviera, pero se quedó congelado. Literalmente: se convirtió en un bloque de hielo. A partir del punto donde Percy lo había ensartado, empezaron a surgir grietas por todo su cuerpo. Se hicieron cada vez más grandes y anchas y, finalmente, el gigante se desmoronó en una montaña de carámbanos azules.

Victoire aterrizó junto a sus amigos.

—Gracias —le dijo Annabeth con una mueca mientras trataba de recuperar el aliento.

—En realidad lo teníamos controlado —señaló Daphne junto a ella pero tanto Percy como Tori percibieron que no era cierto. Al igual que Annabeth, estaba recobrando el aliento.

—¿Y la cerda? —preguntó Annabeth.

—Hecha morcilla.

—Fantástico —dijo—¡Vamos! Quedan un montón de enemigos.

     
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                  

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Y vaya que Annabeth tenía razon. De la hora siguiente Victoire sólo mantenía ciertos recuerdos borrosos. Luchó como nunca había luchado, cubriendo las espaldas de sus amigos y abriéndose paso entre legiones de dracaenae, eliminando a docenas de telekhines de un flechazo, destruyendo empusas y dejando fuera de combate a los semidioses enemigos.

Pero, por muchos que ellos abatieran, muchos más venían a ocupar su puesto.

Los cuatro corrian de una manzana a otra, tratando de emparejar sus defensas. Muchos de sus amigos yacían malheridos por las calles, y muchos otros habían desaparecido.

Paso a paso, a medida que avanzaba la noche y la luna se elevaba en el firmamento, se vieron forzados a ceder terreno hasta que por fin se encontraban sólo a una manzana del Empire State en cualquiera de las direcciones.

A cierta altura Tori vio a Grover junto a Percy, atizando en la cabeza a las mujeres-serpiente con su porra. Luego se perdió entre la multitud y fue Thalia la que se situó junto a él, mientras ahuyentaba a los monstruos con su escudo mágico. La señorita O'Leary incluso participaba en la batalla.

Victoire por su parte se mantenía en el aire, disparando con sus flechas y esquivando las cosas que lanzaba el mando enemigo.

Sin embargo, no era suficiente.

—¡Mantengan sus posición! —gritó Katie Gardner desde algún punto situado a su izquierda.

El problema era que les faltaban efectivos para mantenerse firmes. La entrada del Olimpo quedaba a seis metros detrás de ellos. Un semicírculo de semidioses, cazadoras y espíritus de la naturaleza defendían las puertas con bravura.

Victoire descendió junto a Percy y comenzó a repartir tajos y estocadas. Destruyendo a cada monstruo que podía, pero empezaba a sentirse agotada y la impotencia de no poder ayudar por todos los francos la estresaba.

Al Este, a unas manzanas por detrás de las tropas enemigas, empezó a destellar una luz muy potente.
Por un momento creyeron que se trataba del sol, sus esperanzas comenzaron a brotar, pero enseguida comprendieron que era Cronos, que venía hacia ellos montado en su carro de oro. Una docena de gigantes lestrigones portaban antorchas delante. Dos hiperbóreos llevaban sus estandartes de color negro y morado.

El señor de los titanes parecía fresco y descansado, con sus poderes en plena forma. No se daba prisa en su avance, como si quisiera dejar que se agotaran.

Annabeth y Daphne aparecieron junto a ellos.

—¡Tenemos que retroceder hacia las puertas...! —exclamó la rubia.

— ¡... Y defenderlas cueste lo que cueste!

Victoire ignoro la forma en la que ambas completaban la frase de la otra. Estaban en medio de una guerra como para que comenzará a elaborar teorías sobre la cercanía de sus amigas.

Percy estaba a punto de ordenar retirada cuando escucharon un cuerno de caza. Su sonido se impuso sobre el fragor de la batalla como una alarma de incendios. Y enseguida le respondió un coro de cuernos, cuyos ecos se propagaban en todas direcciones por las calles de Manhattan.

Se giraron a ver a Thalia, pero ella se limitó a fruncir el entrecejo.

—Las cazadoras no son —les aseguró—. Estamos todas aquí.

—¿Quién, entonces?

Los cuernos de caza sonaron con más fuerza. No sabían de dónde venían a causa de los ecos, pero daba la impresión de que se aproximaba un ejército entero.

Tori temía que fueran más enemigos, pero las fuerzas de Cronos parecían tan desconcertadas como ellos.

Los gigantes bajaban embobados sus porras. Las dracaenae siseaban. Incluso la guardia de honor de Cronos parecía un poco incómoda.

Entonces, a su izquierda, un centenar de monstruos gritaron al unísono. Todo el flanco norte de Cronos avanzó como en una oleada.

Pensaron que estában perdidos.

Pero no atacaron.

Si no que cruzaron a todo velocidad sus líneas y fueron a estrellarse con sus compañeros situados al sur.

Un nuevo estruendo de cuernos de caza sacudió la noche, y el aire pareció estremecerse. En un movimiento fulgurante, como si hubiera surgido a la velocidad de la luz, apareció un cuerpo entero de caballería.

—¡Sí, chicos! —aulló una voz—. ¡¡Vamos de fiesta!!

Una lluvia de flechas trazó un arco por encima de sus cabezas y cayó sobre el enemigo, pulverizando a centenares de demonios.

Victoire reparo en que no eran flechas normales. Pasaban disparadas con un zumbido especial: algo como ¡ffzzzz! Algunas tenían molinetes adosados; otras, guantes de boxeo en la punta.

—¡Centauros! —exclamó Annabeth.

El ejército de Ponis Juerguistas apareció allí en medio como una eclosión de colorido: camisetas teñidas, pelucas afro multicolores, gafas de sol gigantes y de marca con pinturas de guerra. Algunos tenían eslóganes garabateados en los flancos, del tipo «CABALLOS AL PODER» o «CRONOS AL HOYO».

Había centenares de ellos inundando la manzana.

—¡Percy! —gritó Quirón entre aquella marea de centauros embravecidos. Llevaba una armadura de cintura para arriba y el arco en la mano, y sonreía satisfecho—. ¡Siento haberme retrasado!

—¡Chicos! —aulló otro centauro—. Dejad la charla para luego. ¡Ahora acabemos con esos monstruos!

Apuntó y cargó su pistola de pintura de dos cañones y roció de rosa chillón a un perro del infierno. La pintura debía de estar mezclada con polvo de bronce celestial, porque el monstruo soltó un gañido a las primeras salpicaduras y se disolvió en un charco negro y rosa.

—¡Ponis Juerguistas de Florida! —gritó un centauro.

Y desde el otro lado del campo de batalla, una voz gangosa le respondió:

—¡Sección de Texas!

—¡Batallón de Hawai! —gritó un tercero.

Fue lo más impresionante que Tori haya visto en su vida. El ejército entero del titán dio media vuelta y salió huyendo, acosado por aquella legión armada con pistolas de pintura, flechas, espadas y bates de béisbol virtuales. Los centauros lo arrollaban todo a su paso.

—¡Dejad de correr, idiotas! —rugía Cronos—. Mantened la posición y… ¡aggg!

Un gigante hiperbóreo había tropezado hacia atrás, derrumbándose sobre él. El señor del tiempo desapareció bajo un trasero azul gigantesco.

Los persiguieron por varias manzanas hasta que Quirón gritó:

—¡Alto! ¡Me lo prometieron, alto!

No fue nada fácil, pero finalmente la orden se transmitió entre las filas de los centauros y todos empezaron a retirarse, dejando que el enemigo
huyera.

—Quirón sabe lo que hace —dijo Annabeth secándose el sudor de la frente—. Si los perseguimos, acabaremos dispersándonos.

— Debemos reagruparnos y atender a los heridos —añadio Daphne.

—Pero el enemigo…

—No está derrotado —admitio Tori—. Pero ya se aproxima el alba. Al menos hemos ganado tiempo.

A Percy no le hacía mucha gracia retirarse, pero sabía que ellas tenían razón. Contempló como se escabullía el último de los telekhines hacia el río Este.

Luego se dio media vuelta de mala gana y se encontró con Tori mirándolo

—Sé que no te gusta la idea, pero debemos pensar en lo mejor para los demás.

Percy lo entendio. Camino hasta ella y tomo su mano.

—Vamos.

Juntos caminaron hacia el Empire State.

     
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                  

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Establecieron un perímetro defensivo de dos manzanas con el centro de mando en el Empire State.

Quirón les explicó que los Ponis Juerguistas habían enviado destacamentos de casi todos los estados: cuarenta de California, dos de Rhode Island, treinta de Illinois… En total, unos quinientos habían respondido a su llamada. Pero incluso con tan elevada cantidad de refuerzos, no podían defender más que unas cuantas manzanas.

—Jo, colega —comentaba un centauro llamado Larry—. ¡Esto ha sido una pasada!, ¡Mucho más divertido que nuestra última convención en Las Vegas!

—Sí —contestó Owen, de Dakota del Sur, que llevaba una chaqueta de cuero negro y un viejo casco de la Segunda Guerra Mundial—. ¡Los hemos machacado!

Quirón le dio unas palmaditas a Owen.

—Han estado magníficos, amigos míos, pero no sé confíen —le dijo—. Nunca hay que subestimar a Cronos. Y ahora, ¿por qué no hacen una visita al restaurante de la Treinta y tres Oeste y desayunan un poco? Me han dicho que la sección de Delaware ha encontrado un alijo de cerveza de raíces.

—¡Cerveza de raíces! —exclamaron alejándose.

Quirón sonrió.

Las chicas se lanzaron a abrazarlo mientras que la Señorita O’Leary le lamió la cara.

—Ay —refunfuñó—. Ya está bien, perrita. Sí, yo también me alegro de verte.

—Gracias, Quirón —le dijo Percy—. Nos has salvado de una buena.

Él se encogió de hombros.

—Siento haberme demorado. Los centauros viajan deprisa, ya lo sabes: podemos imprimir una curvatura especial a la distancia mientras corremos. Pero no ha sido fácil reunirlos a todos. Estos ponis no son muy organizados, que digamos.

—¿Cómo han atravesado las defensas mágicas que rodean la ciudad? —preguntó Daphne.

—Han ralentizado un poco nuestro avance —reconoció Quirón—, pero creo que están diseñadas sobre todo para mantener a raya a los mortales. Cronos no quiere que un montón de insignificantes humanos interfieran en su gran victoria.

—Entonces tal vez puedan atravesar la barrera otros refuerzos —observó Percy, esperanzado.

Quirón se atusó la barba.

—Quizá. Pero queda poco tiempo. En cuanto Cronos reagrupe a sus fuerzas, atacará de nuevo. Y sin el elemento sorpresa de nuestro lado…

Comprendieron lo que quería decir. Cronos no estaba vencido, ni mucho menos. Habían albergado vagamente la esperanza de que hubiese sido aplastado bajo el peso del gigante hiperbóreo, pero en realidad todos sabían que no era así.

Volvería a la carga.

Aquella noche a más tardar

—¿Y Tifón? —preguntó Tori, esperanzada en que los dioses estuvieran teniendo mejor suerte.

Pero el rostro de Quirón se ensombreció.

—Los dioses se están agotando —murmuró—. Dioniso quedó ayer fuera de combate —Daphne jadeo y Quirón volteo a verla, apenado—. Tifón aplastó su carro, tú padre cayó por la zona de los Apalaches. Nadie ha vuelto a verlo desde entonces. Hefesto también está noqueado. Salió despedido con tal fuerza del campo de batalla que creó un nuevo lago en Virginia Occidental. Se curará, pero no a tiempo para echar una mano. Los demás siguen luchando. Han conseguido retrasar el avance de Tifón, pero no hay manera de parar a ese monstruo. Llegará a Nueva York mañana a estas horas. Y una vez que combine sus fuerzas con las de Cronos…

—¿Qué vamos hacer? —preguntó Percy—. No podremos resistir otro día.

—Tenemos que hacerlo —repuso Thalia—. Me encargaré de poner nuevas trampas alrededor del perímetro.

Se le veía exhausta. Tenía la chaqueta manchada de mugre y polvo de monstruo, pero todavía se mantenía en pie y se alejó con paso vacilante.

—Le echaré una mano —decidió Quirón—. Y voy a asegurarme de que mis hermanos no se pasen de la raya con la cerveza.

Annabeth y Daphne se habían alejado un poco. Desde ahí Percy vio que la rubia intentaba subirle el ánimo a la rizada. Se le veía preocupada por su padre.

Victoire, por otro lado, observaba la empuñadura de su espada. Ella le había contado el verano pasado que esa espada le había pertenecido a su madre, Nike. Y por la forma en la que estaba viéndola, Percy supo que, al igual que sus amigas, estaba preocupada por ella.

—Al menos tu madre está bien —le dijo él.

—Suponiendo que luchar a la desesperada con Tifón sea estar bien —Lo miró a los ojos—. Percy, incluso con la ayuda de los centauros, empiezo a pensar…

—Ya —Dijo él, con el presentimiento de que aquélla podía ser su última ocasión para charlar con ella, y sentía que había millones de cosas que no le había
contado—. Escucha, Hestia me mostró ciertas… visiones.

—De Luke, ¿no es cierto?

A Percy le dio la impresión de que la castaña sabía lo que le había estado ocultado. Incluso pensó en que ella también había tenido sueños.

—Sí —dijo él—. De ti, Annabeth, Thalia y Luke. Del día en el que se conocieron. El día que conocieron a Annabeth. Y de cuando se encontraron con Hermes.

Victoire transformó su espalda en cinturón y se lo colocó. Su corazón se estrujó ante la mención de aquello.

—Luke prometió que me cuidaría, que nunca permitiría que nadie me hiciera daño. Dijo que formaríamos una nueva familia. Le prometió lo mismo a Annie cuando la encontramos.

—He hablado antes con Thalia —dijo él—. Ella teme…

Pero Victoire lo corto con un gesto. No tenía que ser adivina para saber lo que le diría.

—Teme que Annabeth y yo no podamos hacerle frente a Luke —remató con tristeza.

Percy asintió.

—Pero hay otra cosa que debes saber. Ethan Nakamura parece creer que Luke sigue vivo en el interior de su cuerpo: que está forcejeando incluso con Cronos para recuperar el control.

Al oir eso la esperanza en Victoire broto como un géiser.

—No quería contártelo —reconoció Percy.

Victoire desvío la mirada y miró hacia arriba, hacia el Empire State.

—Percy, durante gran parte de mi vida me sentí como si todo cambiara constantemente y todo fuera una mentira a mi alrededor. Y en parte lo fue porque tenía una profecía encima y nunca me lo dijeron. No me cuesta confiar en la gente, lo que me cuesta es aceptar que está no es como pensaba.

Percy asintió, comprendiendola.

—Perdí a mi padre a los sietes años. Huí de un orfanato a los ocho —prosiguió—. Luego creí haber encontrado una familia en Luke, Annabeth y Thalia, pero casi enseguida se vino abajo. Encontré un lugar el cual llamar hogar, y fui separada de él por años. Me enamoré y confíe en alguien que me mantuvo engañada por mucho tiempo. Lo que quiero decir… es que no soporto que la gente me decepcione ni que las cosas sean sólo temporales. Quiero algo, por lo menos una sola vez en mi vida, que sea estable. Es por eso por lo que quiero estudiar artes.

—Para plasmar algo permanente —dijo Percy—. Pintar cuadros que permanezcan intactos por años.

Victoire le sostuvo la mirada y asintió.

—Creo que comprendo lo que sientes —le dijo Percy—. Pero Thalia tiene razón. Luke te ha traicionado ya muchas veces. Era malvado incluso antes de Cronos. No quiero que te lastime más.

Victoire frunció los labios, se encontraba contrariada; por un lado su corazón se había emocionado al oírlo decir que no quería que saliera lastimada. Pero por otro lado comenzaba a enfadarse con él por la forma de hablar de Luke. 

El rubio no siempre había sido malo, fueron las circunstancias en su vida que lo volvieron así.

—Comprenderás también que conserve la esperanza de que te equivoques —repuso ella.

Percy desvío la mirada. Le parecía que ya había hecho todo lo posible, pero eso no lo hacía sentir mejor.

Victoire escrutó el panorama a su alrededor. La cabaña de Apolo había montado un hospital de campaña para atender a los heridos: docenas de campistas y un número no mucho menor de cazadoras se encontraban ahí. Will y sus hermanos, aquellos que no estaban heridos, iban de un lado a otro atendiendo a los demás.

La vista no era agradable. Sus posibilidades de mantener el Olimpo a salvo se reducian cada vez más. Cronos atacaría esa noche, no había duda alguna.

¿Serían capaces de resistir? Victoire desvío la mirada y se encontró con Percy mirándola fijamente. Frunció el entrecejo.

—¿Qué? —preguntó.

—Eh… no, nada.

Y volvió a desviar la mirada. Sin embargo, está cayó sobre un coche azul hecho polvo. Percy lo reconoció y salió disparado calle abajo.

—¡Percy! —gritó Victoire—. ¿Adónde vas?

Pero entonces se fijo en la dirección a donde él chico corría y vio lo mismo que él; El Prius de Paul, el novio de la madre de Percy.

Victoire corrió detrás de él, con Annabeth y Daphne detrás. Lo alcanzó a los segundos. Se quedó helada al ver la escena; el capó del auto estaba abollado de mala manera, como si hubieran pretendido hundirlo a martillazos. Paul se encontraba desmayado al volante. La madre de Percy, Sally, roncaba a su lado.

—Debieron… debieron de ver aquellas luces azules en el cielo. —dijo Percy sin poder apartar la mirada de ellos. Tironeo con furia de las puertas, pero tenían puesto el seguro—. Tengo que sacarlos.

—Percy —le dijo Tori con suavidad.

—¡No puedo dejarlos aquí en medio! —Se estaba poniendo histérico. Golpeo el parabrisas con fuerzas—. Tengo que apartarlos. Tengo…

—Percy… —lo llamo Tori con voz suave mientras lo tomaba del rostro—. Respira... te ayudaremos —y entonces llamó con gestos a Quirón, que estaba hablando con unos centauros en la esquina—. Empujaremos el coche hacia una calle lateral, ¿vale? No va a ocurrirles nada.

A Percy le temblaban las manos. Después de todo lo que había pasado en los últimos días se sentía débil y atontado, pero al ver a sus padres allí le entraron unas tremendas ganas de echarse a llorar.

Quirón se acercó al galope.

—¿Qué…? Ay, cielos. Ya veo.

—Seguro que iban a buscarme —dijo Percy—. Mi madre debió de olerse que algo andaba mal.

—Es lo más probable —dijo Quirón—. Pero no les va a pasar nada, Percy. Lo mejor que podemos hacer es concentrarnos en nuestra misión.

Las chicas estuvieron de acuerdo con él. No obstante, Tori reparó, al igual que Percy, lo que había en el asiento trasero y dio un respingo. Detrás de Sally, y sujeta con el cinturón de seguridad, estaba una jarra griega de casi un metro de altura que Victoire reconoció como la jarra de Pandora. O como los mortales le decían, la caja de Pandora.

—No puede ser —masculló.

Daphne se acercó a la ventanilla y abrió los ojos al tope.

—¿Cómo es posible? —preguntó—. ¿No la habías dejado en el Plaza?

—A buen recaudo en la caja fuerte —asintió él.

Quirón vio la jarra y abrió los ojos como platos.

—No será…

—Sí. La jarra de Pandora —afirmó Annabeth y Percy le contó su encuentro con Prometeo.

—Entonces la jarra es tuya —razonó Quirón, consternado—. Te seguirá a todas partes, tentándote para que la abras, sin importar dónde la hayas guardado. Y se te aparecerá cuando más débil te encuentres.

«Como ahora», pensó Tori, mirando a los padres de Percy indefensos.

Fue entonces que Percy, rabioso, saco su espada y rasgó la ventanilla del conductor como si fuese una película plástica.

—Pongamos el coche en punto muerto —dijo— y saquémoslo de en medio. Y llevemos esa estúpida jarra al Olimpo.

Quirón asintió.

—Buena idea. Pero, Percy… —Se interrumpió bruscamente.

A lo lejos sonaba el tableteo de un helicóptero que parecía acercarse. Victoire escrutó el cielo extrañada.

En una mañana normal de lunes en Nueva York, aquel sonido no habría tenido nada de particular. Pero tras dos días de silencio, un helicóptero mortal parecía la cosa más extraña que hubieran oído en sus vida. Unas manzanas más al este, el ejército de monstruos empezó a soltar gritos y abucheos en cuanto el aparato se hizo visible, lo que le dio a entender a Tori de que no estaba de parte del enemigos.

El helicóptero era un modelo civil rojo oscuro, con un logo verde —GED— pintado en un lado. Las letras de debajo eran demasiado pequeñas para leerlas, pero Perc sabía lo que ponía: «GRUPO EMPRESARIAL DARE».

Se quedó sin habla. Miro a Victoire y advirtió que también había reconocido el logo. Estaba más roja que el helicóptero.

—¿Qué demonios hace ella aquí? —protesto.

—¿Y cómo ha atravesado la barrera? —añadió Annabeth.

—¿Quién? —dijo Quirón, perplejo—. ¿Qué mortal estaría tan loco…?

De repente, el morro del helicóptero perdió altura.

—¡El hechizo de Morfeo! —exclamó Quirón—. El idiota del piloto se ha dormido.

Percy miró horrorizado cómo el aparato se escoraba y caía hacia unos edificios de oficinas. Aun suponiendo que no se estrellara, seguramente los dioses del viento lo expulsarían de los cielos por acercarse tanto al Empire State.

Percy estaba demasiado paralizado para moverme, por lo que Annabeth llamó a Guido de un silbido y el pegaso bajó en picado como surgido de la nada.

—Venga, Tori —le dijo Annabeth—. Tenemos que salvar a la «amiga» de Percy.

—Yupi —refunfuño Tori y desplegó sus alas blancas.

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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️

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