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🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ Chapter Thirty nine

the fight on the bridge ❞ 

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La Señorita O’Leary era la única que parecía contenta con la ciudad dormida. Cuando salieron del Empire State la encontraron zampandose todo un carrito de perritos calientes volcado. El dueño se había hecho un ovillo en el suelo y roncaba con el pulgar en la boca.

Argos los esperaba con sus cien ojos abiertos como platos. No dijo nada. Cómo usualmente hacia, pero su expresión dejaba claro que estaba flipando.

Percy se acercó a él y le explicó lo que habían descubierto en el Olimpo, y que los dioses no pensaban acudir a salvar la ciudad. Argos, disgustado, puso los ojos en blanco, lo cual resultó en una imágen bastante psicodélica porque hacía que todo su cuerpo se retorciera.

—Será mejor que vuelvas al campamento —le dijo Percy—. Defiéndelo lo mejor que puedas.

Argos lo señaló y alzó las cejas con expresión inquisitiva.

—Yo me quedo —dijo él.

Argos asintió, como si la respuesta le pareciera satisfactoria. Miró a Annabeth y trazó un círculo en el aire con el dedo.

—Sí —dijo ella—. Ya va siendo hora.

—¿De qué? —preguntó Percy.

Victoire sonrió abiertamente.

—Oh ya lo verás, Aquaman.

Argos revolvió en la trasera de su furgoneta, sacó un escudo de bronce, que parecía normal y corriente, y se lo entregó a Annabeth.

Percy miró a Victoire con las cejas alzadas, como si le preguntará: «¿Enserio? ¿Un escudo?» pero ella se limitó a sonreír. Miró como Annabeth lo depositaba en el suelo, donde su bruñida superficie metálica dejó de reflejar el cielo y los edificios circundantes y mostró la estatua de la Libertad… que no estaba para nada cerca de ellos

—¡Vaya! —exclamó Percy, atónito—. Un vídeo-escudo.

—Una de las ideas de Dédalo —dijo Tori mirando con fascinación el escudo.

—Conseguí que me lo hiciera Beckendorf antes de… — Annabeth le echó un vistazo a Silena—. Hum, en fin, el escudo desvía los rayos de sol o de luna procedentes de cualquier parte del mundo para crear un reflejo. Puedes ver literalmente cualquier objetivo que se encuentre bajo el cielo, siempre, eso sí, que lo toque la luz natural. Mira.

Se agruparon alrededor mientras Annabeth se concentraba. La imagen se movió y giró muy deprisa al principio, pero entonces mostró el zoo de Central Park, luego descendió por la calle Sesenta Este, pasó por Bloomingdale’s y dobló en la Tercera Avenida.

—¡Hala! —exclamó Connor Stoll—. Retrocede un poco. Enfoca ahí.

—¿Qué? —preguntó Annabeth, nerviosa—. ¿Has visto invasores?

—No, ahí, en Dylan’s, la tienda de golosinas. —Miró a su hermano con una sonrisa—. Está abierta, colega. Y todos los dependientes dormidos… ¿Me lees el pensamiento?

—¡Connor! —lo reprendió Katie Gardner—. Déjate de bromas, esto es muy serio. ¡No van a saquear una tienda de golosinas en medio de una guerra!

—Perdón —musitó Connor, aunque Tori advirtió que no parecía muy avergonzado.

Annabeth pasó la mano frente al escudo y apareció otra imagen: la avenida Franklin Roosevelt y, al otro lado del río, el parque Lighthouse.

—Así podremos ver lo que pasa a lo largo de la ciudad —dijo—. Gracias, Argos. Espero que volvamos a vernos en el campamento… un día de éstos.

Argos emitió un gruñido y les lanzó una mirada que significaba a todas luces: «Buena suerte; van a necesitarla».

Antes de que se fuera, Tori lo llamo.

—Por favor Argos, cuida de Emma.

Éste asintió en su dirección, subió a su furgoneta y arrancó; las arpías, que aguardaban al volante de las otras dos, lo siguieron serpenteando entre los coches parados en medio de la calle.

Percy llamo a la señorita O'Leary con un silbido y está vino dando saltos.

—Eh, chica —le dijo—. ¿Te acuerdas de Grover, el sátiro que vimos en el parque?

—¡Guau!

—Espera, ¿Viste a Grover? —cuestiono Tori pasmada.

Pero Percy hizo caso omiso de su pregunta y le hablo al can.

—Necesito que lo localices —le dijo—. Comprueba que sigue despierto. Nos va a hacer falta su ayuda. ¿Entendido? ¡Encuentra a Grover!

La perra le dio un beso repleto de babas y se
alejó al galope hacia el norte.

—¿Qué otras cosas no me has dicho, Percy? —repusó Tori mirando con una ceja alzada al azabache.

«Muchas cosas» pensó él, pero entonces Pollux habló. Se había agachado junto a un policía dormido.

—No lo entiendo. ¿Por qué no nos hemos quedado dormidos también? ¿Por qué sólo los mortales?

—Es un hechizo inmenso —dijo Silena—. Y cuanto mayor es su alcance, más fácil resulta resistirse a sus efectos. Para dormir a millones de mortales, sólo has de usar una magia superficial. Dormir a semidioses es más difícil.

Varios se le quedaron viendo, incluso Percy.

—¿Dónde has aprendido tanto sobre magia?—le preguntó él.

Silena se ruborizó.

—No paso todo el tiempo probándome vestidos, por si no lo sabías.

El azabache se ruborizó.

—Percy, Tori—intervino Annabeth, todavía concentrada en el escudo junto a Daphne—. Será mejor que vengan a echar un vistazo.

El reflejo de la superficie de bronce mostraba el estuario de Long Island Sound, a la altura del aeropuerto de La Guardia. Una docena de lanchas surcaba las aguas oscuras hacia Manhattan, todas repletas de semidioses equipados con armadura griega. En la popa de la embarcación que abría la marcha vieron un estandarte con una guadaña negra flameando al viento nocturno: era la bandera de guerra de Cronos.

—Eso no es bueno —señalo Tori.

—No, no lo es. Explora todo el perímetro de la isla —le dijo Percy—. Rápido.

Annabeth desplazó la imagen al sur hasta el puerto. Un ferry de Staten Island avanzaba entre las olas ya muy cerca de Ellis Island. La cubierta estaba infestada de dracaenae y de una manada de perros del infierno. Nadando, delante del barco, iba un nutrido grupo de telekhines: demonios marinos.

La imagen cambió otra vez: ahora era la costa de Jersey, justo a la entrada del túnel Lincoln. Un centenar de monstruos de todo tipo desfilaban por los carriles del tráfico inmovilizado: gigantes con porras (Victoire se tenso al verlos, todavía recordaba que uno de ellos había terminado con la vida de Lee) cíclopes golfos, varios dragones que escupían fuego y, para más recochineo, un tanque Sherman de la Segunda Guerra Mundial, que iba apartando los coches a su paso a medida que se adentraba retumbando en el túnel.

—¿Y qué pasa con los mortales fuera de Manhattan? —pregunto él—. ¿Es que todo el estado se ha quedado dormido?

Annabeth frunció el entrecejo.

—No lo creo, pero es raro. Por lo que estoy viendo, todo Manhattan está en brazos de Morfeo.

—Sin embargo a un radio de ochenta kilómetros a la redonda, el tiempo pareciera avanzar muy, pero que muy despacio —indicó Daphne—. Cuanto más te acercas a Manhattan, más despacio se mueve uno.

Annabeth asintió y mostró otra escena: una autopista de Nueva Jersey. Era sábado por la noche, así que el tráfico no era tan horrible como en un día laborable. Los conductores parecían despiertos, pero los coches se movían a dos kilómetros por hora y los pájaros que pasaban por encima movían las alas a cámara lenta.

—Cronos —masculló Tori—. Está ralentizando el tiempo.

Todos asintieron en su dirección.

—Quizá Hécate también esté haciendo de las suyas —dijo Katie Gardner—. Fíjate, todos los coches evitan las salidas de Manhattan, como si hubieran recibido el mensaje inconsciente de volver atrás.

—No acabo de entenderlo —comentó Annabeth, contrariada: no soportaba no entender nada—. Es como si hubieran rodeado Manhattan con varias capas mágicas. El mundo exterior quizá no llegue a enterarse siquiera de que algo va mal. Cualquier mortal que venga hacia aquí se moverá tan despacio que no percibirá nada de lo que sucede.

—Como moscas en una gota de ámbar —murmuró Jake Mason.

Annabeth asintió

—Así que no podemos esperar ninguna ayuda.

Victoire les echó un vistazo a sus amigos. Todos estaban atónitos y asustados, y la verdad es que no podía culparlos. El escudo les había revelado que había al menos trescientos enemigos en camino.

Y ellos eran cuarenta y dos.

Y estaban solos.

Percy, junto a ella, pensó igual.

—Muy bien —dijo este—. Vamos a defender Manhattan.

Silena se ajustó la armadura.

—Hum, Percy. Manhattan es enorme.

—Vamos a mantenerlo bajo control —insisto Daphne, apoyándolo—. Debemos hacerlo.

—Tienen razón —afirmó Annabeth—. Los dioses del viento mantendrán a raya por el aire a las fuerzas de Cronos, lo cual significa que intentará el asalto al Olimpo por tierra.

—Tenemos que cortar las entradas a la isla —indico Tori.

—Tienen lanchas —señaló Michael Yew.

—Yo me ocuparé de eso —dijo Percy.

Michael lo miró incrédulo.

—¿Cómo?

—Déjamelo a mí —le dijo él—. Tenemos que vigilar los puentes y túneles. Supongamos que se proponen asaltar el centro de la ciudad, al menos en el primer intento. Sería el camino más directo hacia el Empire State. Michael, llévate a la cabaña de Apolo al puente de Williamsburg. Katie, con la cabaña de Deméter, se encargará del túnel Brooklyn-Battery.

—Hagan crecer espinos y hiedra venenosa por dentro. ¡Todo lo que haga falta con tal de ahuyentarlos o retenerlos! —indicó Tori. Percy asintió—. Connor, llévate a la mitad de la cabaña de Hermes y cubre el puente de Manhattan. Travis, llévate la otra mitad y cubre el puente de Brooklyn.

— ¡Y sin paradas para saquear y entregarse al pillaje! —advirtio Percy.

—¡Ufff! —protestó la cabaña entera de Hermes.

—Silena —prosiguió él—, llévate a la cabaña de Afrodita al túnel de Queens.

—Oh, dioses —suspiró una de ellas—. La Quinta Avenida nos viene súper-de-paso. Podríamos comprarnos un bolso y unos zapatos a juego. Los monstruos no soportan el olor a Givenchy.

—Sin paradas —repitió Percy—. Bueno, lo del perfume, si estás segura de que funciona…

Victoire apretó la mandíbula cuando seis chicas de Afrodita se acercaron a Percy y lo besaron emocionadas en la mejilla.

—¡Muy bien, ya basta! —exclamó Percy y de reojo observó a Tori. La castaña mantenía su mirada en el escudo. Percy suspiró, cerró los ojos y pensó si algo le faltaban—. El túnel Holland. Jake, llévate allí a la cabaña de Hefesto. Usen fuego griego, pongan trampas. Todo lo que tengan a mano.

Él sonrió.

—Con mucho gusto. Tenemos cuentas pendientes que saldar. ¡Por Beckendorf!

La cabaña entera estalló en vítores.

—Falta el puente de Queensboro —señalo Daphne en el escudo.

—Eso, Clarisse tu... —pero Percy se  interrumpio de
golpe. Clarisse no estaba. Toda la cabaña de Ares se había quedado en el campamento.

—Nosotros nos ocupamos de eso —intervino Annabeth, salvandolo de un silencio embarazoso—. Malcolm —dijo, volviéndose hacia sus hermanos—, llévate a la cabaña de Atenea y activa el plan veintitrés por el camino, tal como te he explicado. Defiendan esa posición.

—Entendido.

—Yo me quedaré con Percy, Tori y Daphne—añadió—. Nos uniremos con ustedes más tarde, o acudiremos donde sea necesario.

Alguien apuntó desde atrás:

—Vigilen que Percy y Tori no se entretengan en el camino.

Hubo algunas risitas, pero ambos se hicieron de la vista gorda.

—Muy bien —dijo Percy—. Nos mantendremos en contacto con los teléfonos móviles.

—Pero ¡si no tenemos! —protestó Silena.

Entonces Daphne se acercó a una mujer que roncaba profundamente y recogió su BlackBerry. Se lo lanzó a Silena.

—Ahora sí. Todos saben el número de Annabeth, ¿no? Si nos necesitan, tomen un teléfono cualquiera y marquenos. Usenlo sólo una vez y luego lo botan. Si luego les hace falta, tomen otro prestado. Así a los monstruos les costará más localizarlos.

Todo el mundo sonrió, satisfecho con la idea.

Travis carraspeó.

—Hum, si encontramos un teléfono verdaderamente guay…

—No. Ni lo piensen —indicó Tori.

—Uf, chica…

—Un momento, chicos —dijo Jake Mason—. Se olvidan del túnel Lincoln.

Victoire masculló una maldición. Era cierto. Un tanque Sherman y un centenar de monstruos avanzaban en ese momento por el túnel, y ya había situado sus fuerzas en todos los demás puntos. Bien podría ir ella junto con Daphne y Annabeth, pero igualmente estarían en una desventaja terrible. Sin embargo, no había otra opinión.

Estaba a punto de comentar su idea cuando se oyó la voz de una chica desde la acera de enfrente.

—¿Qué tal si nos lo dejas a nosotras?

Victoire volteo a ver atónita al grupo de cazadoras que cruzaba la Quinta Avenida. Vestían blusas blancas, pantalones de camuflaje plateados y botas de combate. Cada una con una espada al cinto, un carcaj en la espalda y un arco dispuesto. Entre ellas correteaban unos cuantos lobos blancos. Muchas sostenían en el puño un halcón de caza.

La chica que abría la marcha llevaba el pelo negro erizado en punta, al estilo punk, y una chaqueta de cuero negro. Lucía en la frente una diadema de plata, como si fuera una princesa, lo cual no acababa de casar con sus pendientes en forma de calavera y su camiseta de «MUERTE A LA BARBIE», en la que se veía una Barbie con la cabeza atravesada por una flecha.

—¡Thalia! —gritó Annabeth.

La hija de Zeus sonrió.

—Se presentan las Cazadoras de Artemisa.

Victoire corrió hacia ella y la envolvió en un gran abrazo el cual Thalía correspondió. Luego ambas, seguidas por todas las cazadoras, se acercaron a ellos. Thalia saludo y abrazo a sus viejos amigos, dejando a Percy al último.

—¿Dónde has estado este último año? —le preguntó Percy a Thalia—. ¡Tienes el doble de cazadoras que antes!

La hija de Zeus se echó a reír.

—Es una historia muy, muy larga. Apuesto a que mis aventuras han sido más peligrosas que las tuyas, Jackson.

—De eso nada.

—Ya lo veremos —le aseguró.

—Oh créeme, lo han sido —dijo Tori hacia ella—. Si sigue así terminaré rompiendo mi juramento y lo mataré yo misma.

Thalía se rió.

—Cuidado Jackson, es peligrosa molesta.

— Créeme que soy consciente de eso —aseguró él.

—Cuando esto acabe, tú, Tori, Annabeth y yo iremos a comernos una hamburguesa con queso en ese hotel de la calle Cincuenta y siete.

—El Parker Meridien —dijo Percy—. Trato hecho. Y oye, gracias.

Thalia se encogió de hombros.

—Esos monstruos ni siquiera las verán venir. En marcha, cazadoras.

Thalia le dio un golpecito a su pulsera de plata y ésta giró en espiral hasta adoptar la forma de la Égida. En el centro del escudo figuraba la cabeza de la Medusa en relieve dorado y su aspecto era tan espantoso que todos los campistas se echaron atrás. Las cazadoras se alejaron calle abajo, seguidas por sus lobos y halcones.

—Gracias a los dioses —dijo Annabeth—. Pero si no bloqueamos los ríos para cortarles el paso a las lanchas, no servirá de nada vigilar los puentes y túneles.

—Cierto —contestó Percy y miró a los campistas; tenían expresiones serias y resueltas.

Un escalofríos recorrió a Tori con el simple pensamiento de que esa podría ser la última vez que los viera.

—Son los mayores héroes del milenio —dijo Percy hacia ellos—. No importa cuántos monstruos se echen sobre ustedes. Luchen con valentía y venceremos. —Alzo a Contracorriente y gritó—: ¡Por el Olimpo!

Victoire y los demás respondieron a voz en cuello y sus cuarenta y dos voces reverberaron por los edificios del centro: un grito desafiante que resonó unos segundos para disolverse rápidamente en aquel silencio de diez millones de neoyorquinos dormidos.
     
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                              
                        
                        
                        
                  
                        
                        
                        
                  

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Una vez que Percy, Annabeth y Daphne consiguieron un vehículo para moverse, una Vespa roja que tomaron prestada de un mortal dormido, Victoire hizo aparecer sus alas y comenzó a volar por la avenida Broadway con ellos debajo de ella.

Él motor zumbaba ruidosamente en aquel silencio
inquietante. Sólo se oían aquí y allá algunos móviles sonando inútilmente.

Avanzaron lentamente. Cada dos por tres Percy y las chicas tropezaban con peatones que se habían quedado dormidos justo delante de un coche. Victoire terminaba descendiendo lo justo para tomar a unos cuantos mortales y apartarlos de la acera y déjalos a salvo. También tuvieron que parar para extinguir el fuego de un carrito de galletas que se había incendiado.

Unos minutos más tarde Tori aumento la velocidad para rescatar un cochecito que rodaba sin rumbo calle abajo, aunque luego resultó que no había un bebé dentro, sino un caniche dormido. Victoire lo dejo en un portal y se apresuró a alcanzar a los demás.

Estaban pasando junto al Madison Square Garden cuando Annabeth le pidió a Percy que frenara. El azabache se detuvo en mitad de la calle Veintitrés Este. Victoire aterrizó junto a ellos al mismo tiempo que Annabeth bajaba de un salto y corria hacia el parque. Cuando la alcanzaron, se había parado frente a una estatua de bronce con pedestal de mármol rojo. El tipo estaba sentado en una silla con las piernas cruzadas. Llevaba un traje anticuado, con corbata de lazo, faldones y demás. Bajo su silla había una pila de libros de bronce. En una mano sostenía una pluma y en la otra un gran pergamino de metal.

—¿Qué nos importa este…? —Percy entornó los ojos para leer la inscripción del pedestal—. ¿William H. Steward?

—Seward —le corrigió Annabeth—. Fue gobernador de Nueva York. Un semidiós menor, hijo de Hebe, me parece. Pero no es eso lo importante. Lo que me interesa es la estatua.

Se subió a un banco del parque y examinó la base.

—Annabeth, esté no es el momento para admirar el tallado de bronce. Tenemos cosas más importantes que hacer.

—Lo se Daph, pero no es lo que parece.

—No me digas que es un autómata… —pidio Percy.

Ella sonrió.

—Resulta que la mayoría de las estatuas de la ciudad lo son. Dédalo los colocó aquí por si llegaba a necesitar un ejército.

—¿Para atacar el Olimpo o defenderlo? —inquirió Tori.

Annabeth se encogió de hombros.

—Cualquiera de ambas cosas. Ése era el plan veintitrés. Él sólo tenía que activar una estatua y ésta, a su vez, activaría a sus congéneres por toda la ciudad hasta formar un ejército. Es peligroso, de todos modos. Ya sabes lo impredecibles que son los autómatas.

—Ajá —concordó Percy—. ¿En serio piensas activarla?

—Tengo las notas de Dédalo —dijo—. Creo que puedo… Allá vamos.

Presionó la punta de la bota de Seward y la estatua se incorporó en el acto, blandiendo la pluma y el pergamino.

—¿Y qué va a hacer? —le murmuró Percy a Tori—. ¿Redactar un informe?

Victoire le dio un codazo, pero Percy percibió un deje de sonrisa en su rostro.

—Chist —dijo Annabeth—. Hola, William.

—Bill —le sugirió Percy.

—Bill… Uf, cierra el pico —le dijo por lo bajo.

La estatua ladeó la cabeza y los miró con sus inexpresivos ojos metálicos.

Annabeth carraspeó.

—Hola, eh, gobernador Seward. Secuencia de mandos: Dédalo veintitrés. Defender Manhattan. Inicio Activación.

Seward saltó del pedestal, aterrizando tan pesadamente que sus zapatos resquebrajaron las losas. Luego se alejó hacia el este con un traqueteo metálico.

—Seguramente va a despertar a Confucio —dedujo Annabeth.

—¿Qué?

—Otra estatua, en la avenida División. Ahora se irán despertando unas a otras hasta que todas queden activadas.

—¿Y entonces?

—Defenderán Manhattan, o eso espero.

—Por favor, ¿dime qué esas cosas saben que no somos el enemigo? —le preguntó Daphne.

—Creo que sí.

—Muy tranquilizador —musito tori.

Sin embargo, en Nueva York había cientos, quizá miles, de estatuas de bronce. Eso sin duda será una gran ventaja a la hora de pelear.

Más no tuvo tiempo de comentarlo en voz alta cuando estalló en el cielo nocturno una bola de luz verde. Fuego griego, por la zona del río Este.

—Debemos darnos prisa —indicó Percy.

Y los tres corrieron hacia la Vespa mientras Victoire alzaba el vuelo detrás de ellos.
 

   
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                  

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Percy entró solo en el agua, ahí donde el río Este y el Hudson se unían y desembocaban en la bahía. Victoire, quien se encontraba inquieta esperando, volvió a sacar sus alas y les dijo a Annabeth y a Daphne que iría a echar un vistazo al río Este para ver si Percy estaba consiguiendo lo que sea que planeaba hacer ahí dentro.

Ambas chicas asintieron en su dirección y Victoire alzo el vuelo. Al cabo de un par de minutos divisó la flota enemiga acercándose más a la orilla. Victoire estuvo tentada a sacar su arco y dispararles aunque sea a un par de enemigos, cuando el agua comenzó a agitarse debajo de ella.

Victoire miró atonita como una enorme ola de río, del tamaño de un tsunami, brotaba enfrente de la flota enemiga y se la tragaba completa de un golpe.

Después de eso el agua se quedó tranquila.

Victoire espero un minuto para ver si había señales del enemigo, pero las aguas del río no volvieron a agitarse y decidió regresar con los demás.

Cuando llegó a la orilla donde había dejado a Annabeth y Daphne, vio que Percy salía del agua. Se apresuró a llegar con ellos y rápidamente notó que Annabeth estaba al móvil. Lucia consternada, y nada más verlos, colgó.

—Ha funcionado —les dijo ella—. He visto como el rio Este se tragaba la flota completa.

—Los ríos están controlados —afirmó Percy.

—Menos mal —dijo Annabeth mirándolos con preocupación—. Porque tenemos otros problemas. Acaba de llamarme Michael Yew. Hay otro ejército avanzando por el puente de Williamsburg. La cabaña de Apolo necesita ayuda. Y algo más, Percy. ¿Sabes cuál es el monstruo que encabeza la marcha? El Minotauro.

Percy soltó una maldición por lo bajo y escrutó la bahía.

—Debemos darnos prisa e ir ayudarlos —indicó Tori.

Los tres estuvieron de acuerdo. Percy soltó un silbido al aire y en pocos minutos divisaron en el cielo dos formas oscuras volando en círculos. Al principio parecían halcones, pero cuando bajaron un poco más distinguieron las largas patas de los pegasos lanzadas al galope.

Blackjack aterrizó con un trotecillo seguido de Porkpie. El pegaso negro soltó un relinchido y Percy se acercó a él.

—Gracias por venir —le dijo—. Por cierto, ¿por qué galopan los pegasos mientras están volando?

Blackjack soltó un relincho el cuál solo Percy entendió.

—Hemos de llegar cuanto antes al puente de Williamsburg.

Blackjack negó con la cabeza pero Percy subió sobre él y les indicó a Annabeth y Daphne que subieran en el otro.

—Ven conmigo —le dijo Percy a Tori tendiendole una mano.

Y si bien ella podía volar hacia el puente, tomó la mano de Percy y subió de un brincó detrás de él. Lo rodeo por la cintura y los dos pegasos alzaron el vuelo.

Divisamos la batalla antes de tenerla lo bastante cerca como para identificar a los guerreros. Era plena madrugada ya, pero el puente resplandecía de luz. Había coches incendiados y arcos de fuego surcando el aire en ambas direcciones: las flechas incendiarias y las lanzas que arrojaban ambos bandos.

Cuando se acercaron para hacer una pasada a poca altura, Victoire y Percy advirtieron que la cabaña de Apolo se batía en retirada. Corrían a ocultarse detrás de los coches para asi poder disparar a sus anchas desde allí; lanzaban flechas explosivas y arrojaban abrojos de afiladas púas a la carretera; levantaban barricadas donde podían, arrastrando a los conductores dormidos fuera de sus coches para que no quedaran expuestos al peligro.

Pero el enemigo seguía avanzando pese a todo.

Encabezaba la marcha una falange entera de dracaenae, con los escudos juntos y las puntas de las lanzas asomando en lo alto. De vez en cuando, alguna flecha se clavaba en un cuello o una pierna de reptil, o en la juntura de una armadura, y la desafortunada mujer-serpiente se desintegraba, pero la mayor parte de los dardos de Apolo se estrellaban contra aquel muro de escudos sin causar ningún daño.

Detrás, avanzaba un centenar de monstruos. Los perros del infierno se adelantaban a veces de un salto, rebasando su línea defensiva. La mayoría caían bajo las flechas, pero uno de ellos atrapó a un campista de Apolo y se lo llevó a rastras.

—¡Jordan! —chillo Tori detrás de él.

Y antes de que Percy pudiera procesarlo, la castaña se soltó de su agarre y se lanzo al puente.

—¡Vi! —grito Percy.

Pero ella ya se encontraba sobrevolando y cargando contra el bando enemigo con su arco y flechas.

Busco al hijo de Apolo entre el tumulto de perros del infernos. Pero ya no había rastros de él. Sintiéndose impotente y furiosa, Victoire guardó su arco y blandió su cinturón. Sobrevoló por encima de los perros dando latigazos a diestra y siniestra.

Uno de los perros brincó para darle un mordisco, pero Victoire giró sobre si misma y lo mando a volar de un golpe con su ala.

—¡Vi! ¡Retirate! —escuchó gritar a Percy.

Y, a regañadientes, voló hacia las líneas de la cabaña de Apolo, justo detrás de un autobús escolar volcado donde Percy, Annabeth, Daphne, Michael y dos de sus hermanos estaban.

En cuanto aterrizó junto a ellos, Victoire reparo en el estado del rubio; Tenía el brazo vendado y su cara de hurón tiznada. Apenas le quedaban flechas en el carcaj, pero sonreía como si lo estuviera pasando en grande. Victoire no tuvo el valor de decirle que no había podido salvar a Jordan.

—Me alegro de que hayan venido —les dijo Michael—.¿Y los demás refuerzos?

—Por ahora, somos nosotros los refuerzos —repusó Percy.

—Entonces estamos apañados.

—¿Todavía tienes tu carro volador? —preguntó Annabeth.

—No —dijo Michael—. Lo dejé en el campamento. Le dije a Clarisse que podía quedárselo. Qué más da ¿entiendes? No valía la pena discutir más. Pero ella me contestó que ya era tarde. Que nunca más íbamos a ofenderla en su honor, o una estupidez por el estilo.

—Lo intentaste al menos —le dijo Tori.

Se encogió de hombros.

—Sí, bueno, le solté unos cuantos insultos cuando me dijo que aun así no pensaba combatir. Me temo que eso tampoco ayudó demasiado. ¡Ahí vienen esos adefesios!

Sacó una flecha y se la lanzó al enemigo. La saeta voló con un agudo silbido y, al estrellarse en el suelo, desató una explosión que sonó como una guitarra eléctrica amplificada por un altavoz brutal. Los coches cercanos saltaron por los aires. Los monstruos soltaron sus armas y se taparon los oídos con muecas de dolor. Algunos echaron a correr; otros se desintegraron allí mismo.

—Era mi última flecha sónica —comentó Michael.

—¿Un regalito de tu padre, el dios de la música? —le preguntó Percy.

Michael lo miró con una sonrisa malvada.

—La música a tope puede perjudicar la salud —dijo—. Por desgracia, no siempre mata.

En efecto, la mayoría de los monstruos, una vez recuperados de su aturdimiento, empezaban a reagruparse.

—Tenemos que retroceder —dijo Michael—. Tengo a Kayla y Austin colocando trampas un poco más abajo.

—No —dijo Percy—. Trae a tus campistas a esta posición y aguarda mi señal. Vamos a mandar al enemigo de vuelta a Brooklyn.

Michael se echó a reír.

—¿Cómo piensas hacerlo? —preguntó.

Percy desenvaino su espada.

—Voy contigo —le dijo Victoire.

Iremos contigo —rectifico Daphne.

—Demasiado peligroso. Además, necesito que ayuden a Michael a coordinar la línea defensiva. Yo distraeré a los monstruos. Ustedes agrupense aquí. Saquen de en medio a los mortales dormidos. Luego pueden empezar a abatir monstruos a distancia mientras yo los mantengo ocupados. Si hay alguien capaz de hacer todo eso, son ustedes.

—Muchas gracias —gruñó Michael en protesta.

Pero Percy mantuvo su vista en Victoire, quien tragó saliva y comenzó a negar con la cabeza. Sin embargo Percy se acercó a ella.

—Sé que quieres pelear conmigo—le dijo—, pero estaré más tranquilo si sé que estas acá ayudando.

Victoire suspiró, y terminó aceptando.

—Está bien. En marcha —dijo Percy pero antes de que Tori pudiera alejarse, la tomó del brazo y añadió—: ¿No hay un beso para darme suerte? Ya es una especie de tradición, ¿no?

Victoire sintió como su corazón se aceleraba. Se acercó a él, casi rozando con su nariz, y dijo:

—Regresá vivo, Perseus, y ya veremos tu recompensa.

Percy supo que era la mejor oferta que iba a sacar. Y una que sin duda lo motivaría a no morir ahi. Salió detrás del autobús y se encamino hacia el puente.

Victoire se giró hacia los demás, quienes la observaban con una ceja alzada y un gesto pícaro en el rostro.

—No digan nada —pidió Tori con el rostro sonrojado—. Tenemos mortales que salvar.

Y dicho eso corrió hacia el primer mortal cercano, desplegó sus alas y lo saco de la zona de guerra volando. Repitió aquella acción varias veces cuando escucho al ejército enemigo vitorear. Victoire giró la mirada justo en el momento en el que Percy partía en dos el hacha del Minotauro, justo entre las dos hojas.

—¡Cuidado Tori!

Victoire esquivo a tiempo una jabalina. Michael le disparó a la Dracaenae que la había atacado y está se desintegró en polvo.

—¡Gracias Mike!

Y voló hacia el otro lado del puente para dejar a una mortal a salvo.

Solo quedaban un par de mortales dormidos en el puente, por lo que Victoire trasformo su brazalete en su arco y comenzó a ayudar a Percy desde lo alto. Con sus alas esquivaba las flechas y las lanzas que los monstruos lanzaban hacia ella. Disparo flecha tras flecha a los monstruos a espaldas del azabache.

La cabaña de Apolo pronto se reagrupo y comenzó a apoyar a Percy. Y, finalmente, el ejército enemigo dio  media vuelta y comenzaron a huir.

Percy comenzó a perseguirlos. Las chicas y los hijos de Apolo lo siguieron.

—¡Sí! —aullaba Michael Yew—. ¡Así se hace!

Los empujaron por el puente hacia la orilla de Brooklyn. El cielo había empezado aclarearse hacia el este.

—¡Percy! —gritó Annabeth—. Ya los has puesto en fuga. ¡Vuelve atrás! ¡Nos estamos desperdigando!

Y tenía razón.

Entonces divisaron a una multitud en la entrada del puente. Los monstruos en desbandada corrían directamente a reunirse con sus refuerzos. No parecía un grupo muy numeroso: unos treinta o cuarenta semidioses con armadura, montados en caballos-esqueleto. Uno de ellos llevaba un estandarte morado con la guadaña negra.

El jinete que iba delante avanzaba al trote. Victoire se quedó estática cuando esté se quitó el casco. Se trataba del mismísimo Cronos, con aquellos ojos
inconfundibles de oro fundido con los que Tori no había parado de tener pesadillas.

Ella, Annabeth, Daphne y los campistas de Apolo vacilaron. Los monstruos a los que habian perseguido alcanzaron las líneas del titán y fueron a engrosar sus filas.

Cronos miró directo a ellos. Estaba a unos quinientos metros, pero Tori podría jurar que estaba sonriendo.

—Ahora sí vamos a retirarnos —dijo Percy.

Los hombres del señor de los titanes desenvainaron sus espadas y se lanzaron a la carga. Los cascos de sus caballos-esqueleto atronaban en el pavimento.

Victoire junto con los de Apolo lanzaron una salva de flechas, logrando derribar a unos cuantos enemigos, pero los demás siguieron al galope.

—¡Retirense! —grito Percy a todo pulmón —. ¡Yo los distraeré!

Michael y sus arqueros emprendieron la retirada junto con Annabeth y Daphne. Pero Victoire se quedó junto a Percy y desenvaino nuevamente su espada. En cuestión de segundos tuvieron a los Monstruos encima.

La caballería de Cronos se arremolinó alrededor de ellos, lanzando mandobles e insultándolos. El titán avanzó tranquilamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Cosa que era cierta porque era el señor del tiempo.

Victoire y Percy procuraban herir a sus hombres, más no matarlos. Aquellos no eran monstruos, sino semidioses que habían sucumbido al hechizo de Cronos. Aunque no podían verles las caras, porque todos llevaban casco, seguramente algunos habían sido amigos de ellos.

Victoire y Percy luchaban hombro con hombro, mirando en direcciones opuestas. La castaña lanzaba mandobles y tajos a diestra y siniestra, derribando a los semidioses de sus caballos o desintegrando sus monturas para hacerlos caer de bruces.

Notó una sombra sobre ellos, más no se atrevió a levantar la mirada y perder concentración. Siguió peleando con fuerza y pronto reparo de que se trataban de Blackjack y Porkpie. Los pegasos hacían rápidas pasadas, repartiendo coces a los cascos de sus enemigos, para alejarse enseguida como grandes palomas kamikaze.

Entonces sucedió. Estaban a mitad del puente cuando un escalofríos recorrió a Victoire de pies a cabeza. Una sensación de terror la embargo y su cuerpo actuó antes de que pudiera procesarlo.

Victoire soltó un gritó de dolor cuando se interpuso entre un arma y Percy, recibiendo por él la puñalada.

—¡VICTOIRE! — gritó Percy volviéndose justo cuando la chica se desplomaba, alcanzando a sujetarla del brazo.

Junto a ella había un semidiós empuñando un cuchillo ensangrentado, y pronto Percy comprendió lo que había sucedido en una fracción de segundo y con el puño de la espada le dio un golpe tan brutal en la cara que terminó abollando el casco del enemigo.

—¡ATRÁS! —Blandió la espada a izquierda y derecha, obligando a los enemigos a apartarse de Victoire—. ¡QUE NADIE LA TOQUE!

Victoire jadeaba de dolor, pero alcanzó a distinguir a Cronos alzandose frente a Percy.

—Qué interesante —dijo esté, observando a Percy con interés—. Un bravo combate, Percy Jackson —prosiguió—. Pero ha llegado el momento de rendirse… o la chica morirá.

—No, Percy —gimió Victoire. Tenía la camiseta empapada de sangre.

Percy debía sacarla de allí cuanto antes.

—¡Blackjack! —grito él.

Y de un momento a otro Victoire se encontraba volando sobre el puente.

—¡No, Percy! —gritó.

Pero los pegasos no retrocedieron y terminaron dejando a Percy y a los demás en el puente.

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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️

Tengo ganas de un maratón, ¿Ustedes que dicen? ¿Tres capítulos?

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