𝟥𝟢. 𝗂𝗇𝗏𝖺𝗌𝗂𝗈́𝗇 𝖾𝗇 𝖾𝗅 𝖼𝖺𝗆𝗉𝖺𝗆𝖾𝗇𝗍𝗈
🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ Chapter Thirty
❝ camp invasion ❞
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Victoire había participado en muchos juegos de Captura la bandera y no se trataba de un simple juego de campamento, sino de una simulación pequeña de lo que podría llegar a ser un campo de batalla real.
O por lo menos eso le había dicho Quirón hace muchos años atrás.
Planear estrategias, tácticas, movimientos y posibles vías de huida o ataques para un juego entre campistas era cosa fácil, pero armar una operación militar para enfrentar a un ejército de monstruos y a un malvado señor de los tiempos era harina de otro costal.
Lo que Quirón había armado junto con todo los campistas era la mayor operación militar que alguna vez Tori hubiera visto. Todo el mundo estaba en el claro del bosque con la armadura de combate completa; La cabaña de Hefesto había colocado trampas alrededor de la entrada del laberinto: alambre de espino, fosos llenos de frascos de fuego griego e hileras de estacas aguzadas capaces de repeler una carga. Vio a Charles Beckendorf ocupándose de dos catapultas grandes como un camión, estaban cargadas y orientadas hacia el Puño de Zeus.
La cabaña de Ares se había situado en primera línea y ensayaba una formación de falange a las órdenes de Clarisse. Victoire vislumbró a los hijos de Apolo y Hermes por entre los árboles, con espadas y arcos en manos. Incluso las dríadas estaban armadas con arcos y flechas, y los sátiros trotaban de allá para acá con porras de madera y escudos hechos de corteza basta y sin pulir.
Annabeth corrió a unirse a sus compañeros de la cabaña de Atenea, que habían instalado una tienda de mando y dirigían las operaciones. Argos, el jefe de seguridad, hacia guardia en la puerta.
Daphne no tardó en ir al encuentro con sus hermanos, que estaban repartiendo botellas de agua y cajas de zumo entre los sudorosos guerreros.
—Victoire, busca tu armadura y reunete con los hijos de Apolo y Hermes —le indico Quirón.
Victoire frunció el entrecejo.
—Pero quiero pelear junto a Percy —protestó Tori—. Soy su guardiana.
—Lo sé, pero Lee pidió que estuvieras en su grupo, necesitaremos defensiva desde lo alto.
—Pero...
—Busca una armadura y reunete con Lee — repitió Quirón en un tono que demostraba que no estaba para discutir.
Y aunque aquello le extrañó y le molestó hasta cierto punto, no volvió a replicar al respecto. Ya hablaría con Lee en cuanto estuviera equipada; Victoire comenzó a alejarse para buscar una armadura, cuando Percy gritó su nombre y se acercó a ella.
—¿Qué sucede? —le preguntó ella.
—Yo... Solo quiero saber que estarás bien —dijo él, preocupado—. Sé que ver a Cronos despertar en el cuerpo de... Bueno tu sabes, no fue fácil. Pero no estaré tranquilo sabiendo que eso podría afectarte a la hora de luchar.
Victoire apretó los labios y miró a Percy con una ligera sonrisa.
—Gracias por preocuparte por mi, Aquaman —le dijo ella—, pero estaré bien, descuida.
Un cosquilleo en la boca del estómago lo golpeó al oir el mote que ella le había puesto el invierno pasado, más hizo uso de todo su esfuerzo para que no se notará.
—Bien, mantente a salvo ¿si?, porque necesito hablar contigo de algo cuando todo esto terminé, si es que sobrevivimos, claro.
—Lo haremos, debemos ser positivos Percy —le dijo Tori, pero incluso ella no estaba del todo segura de sus palabras.
—Si, supongo que tienes razón —coincidió Percy—. Bien, debo volver con Quirón. ¿Te veré luego? —ella asintió.
Lo próximo que sucedió la tomó por sorpresa. Percy se inclinó y beso su mejilla, muy cerca de su comisura derecha. Le dedico una tímida sonrisa y regresó con el centauro.
Victoire, perpleja y sonrojada, se dio media vuelta y comenzó alejarse, no sin antes tocar con la yema de los dedos la zona donde Percy la había besado. Una pequeña sonrisa se formó en su labios sin poder evitarlo.
Corrió hacia un grupo de chicas de Afrodita, quienes eran las encargadas de ayudar con las armaduras. Al verla Silena sonrió aliviada y corrió hacia una de las mesas para tomar una armadura del tamaño de Tori.
—¿Y bien, encontraron a Dédalo? —le preguntó la pelinegra mientras ayudaba a Tori a ajustar las correas.
—Lo encontramos, pero resultó ser un cobarde y mentiroso —replicó ella y miró a Silena a los ojos—, Era Quintus. Todo este tiempo él era Dédalo.
Silena abrió los ojos, atonita y Tori le resumió todo lo mejor que podía. No había tiempo para hablar, debía estar lista para la batalla.
—Pobre de Annabeth y Daphne, ellas realmente lo admiraba.
Tori asintió.
—Lo superarán—aseguró ella—, ahora tenemos una batalla que librar. Lena, no desconfío de tus habilidades, pero porfavor ten cuidado. No soportaría perderte.
—La que se arriesga más aquí eres tú, cuídate Tori. Todavía tenemos mucho de que hablar.
Victoire asintió y se alejó para prepararse junto con los hijos de Apolo y Hermes; éstos se habían dispersado por el bosque, con los arcos preparados. Muchos habían tomado posiciones en las ramas de árboles y apenas eran visibles desde ahí.
—Bien, llegaste justo a tiempo —Lee apareció de un salto frente a ella—. Malcolm nos ha pedido reunirnos en la tienda de Atenea. Annabeth quiere verificar nuestra parte del plan.
—De acuerdo —asintió Tori y comenzó a seguir al rubio—. ¿Lee?
—¿Si?
—¿Por qué pediste que estuviera en tu grupo?
Pero Lee no respondió enseguida.
—Eres buena con el arco.
Victoire arqueo una ceja.
—¿Solo eso?
Lee asintió.
—Tus hermanos también son buenos, incluso algunos hijos de Hermes lo son —refutó ella y aumento el paso para estar a la par con él—. Yo debería estar con percy, soy su guardiana, mi deber es pelear a su lad..
—Estarás con nosotros, Victoire —espetó Lee en tono seco. Victoire enarco una ceja.
—¿Hay algo que no me estas diciendo? ¿Alguna razón?—pero Lee no respondió, sino que siguió caminando ignorando sus preguntas. Tori se rió con sorna—. Claro que lo hay, dime cuál es.
Pero Lee la miro ceñudo.
—No la hay, Tori
Victoire no le creyó.
—¿Por qué no quieres decirme la verdad?
—¿Por qué insistes tanto en que hay otra razón?
—Porque estás actuando extraño.
—No lo hago —replicó él.
—Si que lo haces.
—No lo hago, Tori. Olvida el tema.
—No lo haré. Desde que me fui estás raro; y ahora no puedes ni siquiera mirarme a los ojos —repusó ella ceñuda—. Algo está pasando y no quieres decirmelo. ¿Por qué? ¿Por qué no puedo pelear junto a Percy o los demás?
—¡No lo entenderías!
—¡Pues explícamelo!
—¡No puedo!
—¡Aquí están! —ambos se sobresaltaron cuando la voz de Annabeth se hizo presente—. Rápido, los estamos esperando —dijo Annabeth en la entrada de la tienda. Ambos habían llegado al punto de control y no se habían dado cuenta.
Victoire resopló y siguió a la rubia al interior con una punzada en el pecho.
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—Tus hermanos, Victoire, los chicos de Hermes y tú estarán esparcidos por el bosque en un radio de 60 metros, eso es el límite máximo que podemos permitir —le indicó Annabeth a Lee mientras apuntaba con su dedo un área en el mapa—. El objetivo es contener al enemigo para que no cruce el límite del bosque. No podemos permitir que se extiendan y destruyan el campamento.
—Entendido, junto con los de Ares y Hefesto también nos haremos cargo de la ofensiva —informó Lee.
Annabeth y sus hermanas asintieron.
—¿Tienen suficientes flechas?
Lee asintió.
—Preparamos una gran variedad, los hijos de Hefesto nos ayudaron con eso; hay explosivas, de red, aturdidoras, de humo. Las de bronce celestial son las más importantes y tenemos cientas —aseguró el rubio.
—Estupendo, comenzarán el ataque cuando Beckendorf de la señal de las catapultas —indicó Annabeth y se volteo hacia ella—. Tori, en el dado caso de que la defensiva en tierra esté en problema, baja y échales una mano. Con tus alas y tú látigo podrás contener a una gran cantidad de...
—Victoire permanecerá arriba en los árboles —espeto Lee mirando ceñudo a Annabeth.
Pero Annabeth lo miró celular e intrigada.
—Tori es una de nuestras mejores guerreras, la necesitaremos en tierra.
—Tori está bajo mi mando, Chase —refutó él.
—Tori es libre de elegir en donde pelear, Fletcher.
—Pero Quirón dijo...
—¡Basta! —exclamó Tori, exasperada. Se volvió para mirar al rubio con un gesto de incredulidad—. Annabeth tiene razón, es mi decisión en donde pelear, no tuya, Lee. Así que deja de intentar tomar decisiones que no te adjuntan —protestó—. Los ayudaré con el arco desde arriba, pero en cuanto el enemigo sea demasiado para continúar con éste, bajaré y patearé traseros monstruosos con mi espada, te guste o ...—pero su voz flaqueó en el mismo momento en el que lo sintió.
El suelo había empezado a temblar bajo sus pies. Los hijos de Atenea, Lee y Victoire salieron rápidamente de la tienda para escrutar el claro.
Todo el mundo se había quedado inmóvil.
Victoire sintió como su corazón se detenía en el mismo momento en el que escuchó a Clarisse gritar una única orden.
—¡Junten los escudos!
Entonces el ejército del señor de los titanes surgió como una explosión de la boca del laberinto.
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Victoire había asistido a muchos combates a lo largo de su vida, la mayoría supervisados por Quirón, pero aquello era una batalla a nivel mega maxima escala.
Lo primero que vio fue una docena de gigantes lestrigones brotar del subsuelo como si esté fuera un volcán, gritando con tal fuerza que creyo que iban a estallarle los tímpanos. Llevaban escudos hechos con coches aplastados y porras que eran troncos de árboles rematados con pinchos oxidados.
—¡Rapido, debemos dirigir la ofensiva de arquería antes de que Beckendorf de la señal! —gritó Lee entre todo el ruido de la invasión.
Y olvidando que hasta hace unos minutos le estaba reclamando al rubio, corrió detrás de él hasta la zona donde los hijos de Apolo los esperaban para iniciar el ataque. Rápidamente, y sin perder ni un solo segundo, Victoire hizo aparecer sus alas y voló hasta la rama más alta y gruesa del árbol debajo de Lee.
—¡Cabaña siete, arcos listos!
Victoire y los chicos de Apolo obedecieron.
—¡Apunten!
Desde ahí Victoire escuchó a Charles Beckendorf vociferar, «¡Fuego!». Las catapultas entraron en acción. Dos grandes rocas volaron hacia los gigantes. Una rebotó en un coche-escudo sin apenas hacerle mella, pero la otra le dio en el pecho a un lestrigón y el gigante se vino abajo.
—¡Fuego! —gritó Lee.
En un abrir y cerrar de ojos brotaron docenas de flechas en las armaduras de los gigantes, dejándoles con una apariencia de erizo. Algunas se abrieron paso entre las junturas de las piezas de metal y varios gigantes se volatilizaron al ser heridos por el bronce celestial.
Victoire recargo rápidamente su arco y disparó hacia otro enemigo. Continúo así hasta que pareció que los lestrigones estaban a punto de ser arrollados.
No obstante, y para el horror de todos los campistas, surgió la siguiente oleada del laberinto: treinta, no, cuarenta dracaenae con armadura griega completa brotaron del hueco. Empuñaban lanzas y redes y se dispersaron en todas direcciones como cucarachas saliendo de una alcantarilla. Algunas cayeron en las trampas que habían tendido los de la cabaña de
Hefesto. Una de ellas se quedó atascada entre las estacas y se convirtió en un blanco fácil para ella y los arqueros.
Otra accionó un alambre tendido a ras del suelo y, en el acto, estallaron los tarros de fuego griego y las llamas se tragaron a varias mujeres serpientes. Pero seguían llegando muchas más.
Desde donde estaba Victoire tenía una visión clara de todo el campo de batalla; Argos y los guerreros de Atenea se apresuraron a hacerles frente a las mujeres serpientes. Vio a Annabeth desenvainar su cuchillo y empezaba a luchar con ellas.
También vio a Tyson cabalgando sobre un gigante. Se las había ingeniado para trepar a su espalda y le arreaba en la cabeza con un escudo de bronce.
¡Dong! ¡Dong! ¡Dong!
Victoire continúo disparando a diestra y siniestra hasta que visualizó a Percy correr hacia un enorme perro del infierno que en definitiva no era la señorita O'Leary. Una Dracaenae intento atacarlo por detrás pero Victoire la redujo a polvo con una flecha. Continúo haciéndolo de modo que le dejaba el camino libre a Percy.
No obstante, un guerrero del bando enemigo comenzó a lanzar flechas incendiarias a los árboles donde ella y la cabaña siete estaban. El fuego ascendía con velocidad, por lo que varios hijos de Apolo tuvieron que abandonar sus puestos y disparar en el campo de batalla.
Victoire, por su parte, desplegó sus alas y sobrevoló el campo, disparando flechas como si fuera Cupido. Solo que en lugar de enamorar los corazones de los monstruos, terminaba con sus vidas.
—¡Nico!
El grito de Percy la alertó. Pero al buscar al hijo de Hades pronto advirtió la preocupación de Percy.
Una docena de dracaenae había abandonado el combate y se deslizaban por el camino que conducía al campamento, como si supieran muy bien adonde se dirigían. Los únicos que se encontraban cerca era Nico y Daphne, que peleaban codo a codo contra unos telekhines. Desde ahí Victoire tenso su arco y le disparó a uno de los monstruos que estuvo a nada de saltarle encima a Nico por detrás.
Éste alzo la mirada y se lo agradecio con un gesto de cabeza. Entonces se volteo hacia dónde Percy le señalaba y vio a las mujeres serpiente.
Inspiró hondo y extendió su negra espada.
—¡Obedéceme! —ordenó el chico
Desde el aire Victoire fue testigo de como la tierra tembló bajo la orden de Nico. Frente a las dracaenae se abrió una grieta de la que surgieron una docena de guerreros muertos. Eran cadáveres espeluznantes con uniformes militares de distintos períodos históricos. Todos a una, sacaron sus espadas y se abalanzaron sobre las dracaenae.
Nico cayó de rodillas y Daphne no demoró en correr hacia él para cubrirlo en lo que recuperaba fuerzas. Victoire se dirigía hacia ellos cuando algo tiro de su pierna. Un lestrigon la había tomado y de un jalón la tumbó al suelo.
El aire salió de sus pulmones de golpe en cuanto su cuerpo se estrello en el suelo. El ataque la dejo aturdida por un momento, tiempo que aprovecho el lestrigon para alzar su porra en su dirección. Victoire busco a tientas su espada, pero cuando su mano encontró la empuñadura, el gigante se disolvió en polvo frente a sus ojos.
Percy, jadeante y sudoroso, bajo su espada y se acerco corriendo hacia ella.
—¿Estás bien?
Victoire solo le dio tiempo de asentir cuando Grover gritó el nombre del pelinegro. Ambos voltearon en su dirección.
Se había desatado un incendio en el bosque. El fuego rugía a tres metros del árbol de Enebro, y ella y Grover estaban enloquecidos tratando de salvarlo. El sátiro tocaba una canción de lluvia con sus flautas mientras Enebro, ya a la desesperada, trataba de
apagar las llamas con su chal verde, aunque lo único que conseguía era empeorar las cosas.
Victoire desplegó nuevamente sus alas, tomo a Percy por los hombros, pasando sus brazos por dejaba de sus axilas como una palanca, y alzo el vuelo junto con el hijo de poseídon. Sobrevolaron el campo de batalla para acercarse lo más posible al arroyo, donde Percy se concentro, y tras sentir un tirón en sus entrañas, invoco un muro de agua que avanzó de entre los árboles, sofocó el incendio y dejó empapados a Enebro, Grover y casi todos los demás.
Victoire aterrizó cerca de ambos justo cuando el sátiro escupia un chorro de agua.
—¡Gracias!
—¡De nada! —gritaron los dos y corrieron nuevamente al campamento con la parejita detrás de ellos; Grover tenía una porra en la mano y Enebro, una fusta como las que usaban antiguamente en
los colegios. Se la veía muy enfadada, como si estuviera dispuesta a zurrarle a alguien en el trasero.
Dos gigantes les cortaron el paso. La pareja rápidamente comenzó a combatir contra uno mientras Tori y Percy peleaban contra el otro. Los cuatro estaban tan enfrascados intentando evitar los ataques, que no se percataron del tercer gigante que corría rápidamente hacia la castaña con su porra alzada.
—¡TORI!
Todo paso en cámara lenta para ella, pero en realidad había sido todo tan rápido que su cerebro estaba procesando lo sucedido muy lentamente; Su cuerpo de un momento a otro había sido tumbado al suelo debido a un fuerte empujón por parte de Lee Fletcher, que se había metido entre ella y la porra del gigante enemigo recibiendo todo el impactó que iba dirigido en un inicio a ella.
El cuerpo del rubio salió volando y terminó estrellandose contra un árbol.
—¡LEE!
El gigante culpable soltó una enorme carcajada y se giró hacia el hijo de Apolo. Comenzó a dirigirse en su dirección para cestarle otro porrazo, cuando Victoire aterrizó sobre su espalda y enterró su espada en el cuello de este.
El lestrigon soltó un bramido de dolor tan fuerte que los tímpanos de la castaña retumbaron, sin embargo ejerció más presión en su agarre cuando el gigante comenzó a sacudirse violentamente. Victoire, como pudo, colocó sus pies en el cuerpo del grandulon y empujó su peso para enterrar más profundo su espada. El gigante se quedó estático un segundo y estallo en polvo debajo de ella.
Victoire cayó al suelo de pie y le echó un rápido vistazo a sus amigos: Percy, Grover y Enebro peleaban ahora contra un solo gigante.
Sin embargo, su preocupación estaba centrado en otra persona; giró el rostro hacia donde Lee había caído y su alma cayó a sus pies cuando no lo vio moverse.
—¡Lee! —vociferó y corrió hacia él pasando por entre las piernas de otro gigante que peleaba contra unos hijos de Ares.
Cuando llegó con él, Lee apenas podía mantener los ojos abiertos. Victoire masculló una maldición al verlo; de una enorme herida, causada por la porra, brotaba tanta sangre que cuando Victoire se arrodillo junto a él, terminó manchandose todas las rodillas y parte de su ropa—. Estarás bien, ¿Me oíste? —le aseguró ella pero la voz le había temblando—. Estarás bien, llamaré a alguno de tus hermanos para que que te cure.
Pero Lee negó levemente.
—No. Esto... tenía que pasar.
—Estas delirando —se apresuró a decir ella atropelladamente. La hemorragia no paraba, el chico estaba perdiendo muchísima sangre. Tori levantó la mirada y busco algún hijo de Apolo cerca con desesperación, pero todos estaban peleando por su vida o demasiados lejos para escucharla. Lee se sacudió en el suelo y una leve tos brotó de sus labios. Un hilo de sangre descendió por su comisura derecha.
Tori debía detener el sangrado.
Tomó el cuchillo que Lee tenía colgado de su cinturón y con éste corto un trozo de su camiseta, lo colocó sobre la herida abierta y puso presión sobre está logrando que el rubio ahogara un quejido. Victoire sintió como sus ojos se empañaban por las lágrimas. El trozo de su camiseta estaba ahora empapado de su sangre, al igual que sus manos.
—Aguanta porfavor —pidio con la voz quebrada, sintiendo como el pánico comenzaba a surgir dentro de ella—. Resiste un poco, solo en lo que uno de tus hermanos viene —pero Lee apenas podía escucharla—. ¡Ayuda, porfavor! ¡Necesito ambrosía o un hijo de Apolo! ¡Rápido!
Pero todos sus compañeros estaban peleando contra el ejército del titán. Percy, quien estaba lo bastante cerca de ella, se encontraba peleando contra tres dracaenae. Volteo a verla con preocupación, pero no pudo correr a su ayuda debido a las mujeres demonios que se abalanzaban contra él.
Victoire sollozó con fuerza y bajo su mirada hacia Lee. Su respiración comenzaba a disminuir y sus ojos apenas se mantenían abiertos. Una gelida sensación de agonía la recorrió de pies a cabeza, como si parte de ella ya supiera lo que pasaría.
—¿Lee? —lo llamo—. ¡Por favor Lee, no cierres los ojos! ¡Por favor!
El rubio entreabrio un poco más los ojos y esbozo una leve sonrisa en su dirección.
—Me alegra... haberte salvado.
Y sus ojos se cerraron de nuevo. El terror la invadió, junto con la negación. Sacudió el cuerpo inerte del rubio con desesperación, negada a aceptar la cruda realidad.
—¿Lee?
Pero el chico no respondió.
—¡Lee! ¡Abre los ojos, Lee! ¡Abre los malditos ojos!
Pero él no volvió abrirlos. Su corazón había dado su último latido.
—¡Lee! —gimoteo con fuerza—, ¡LEE, PORFAVOR DESPIERTA! ¡NO PUEDES MORIR... TU NO...!
Pero su voz se quebró completo. Las punzadas de dolor se habían convertido en martillazos, como si el mismísimo Hefesto estuviera usando su martillo sobre ella.
Y, está vez, no contuvo las lágrimas, sino que dejó que estás fluyeran y se deslizaran por sus mejillas con agonía. Él se había ido. Ya no estaba; fue entonces que los recuerdos con el rubio la golpearon como una cachetada con guante blanco. Todos esos momentos juntos durante esos últimos seis meses volvieron a ella como una película, aumentando más su agonía ante la perdida.
—Tu.. no puedes ...dejarme —musitó Tori con la voz destrozada. El pecho le escocia, le ardía en lo más profundo de su ser.
Uno de sus mejores amigos había muerto entre sus brazos. Su vida se había escurrido entre sus dedos y Victoire no puso hacer nada para aferrarse a él.
Soltó un alarido de impotencia y bajo la cabeza hasta pegar su frente contra la del rubio. Su piel estaba helada.
—Hasta que nos volvamos a ver —musitó ella y beso su frente de forma temblorosa.
—¡Tori! ¡Cuidado!
Fue entonces que algo se prendió dentro de ella. Una llama ardiente que deseaba consumir todo a su alrededor en venganza.
Lee Fletcher había dado su vida por ella.
Y ahora ella cobraría esa deuda con las vidas del ejército enemigo.
De un movimiento se levantó de golpe y blandio su espada a tiempo para detener el ataque de un telekhine. El monstruo se desintegró en polvo dorado y Victoire giró una última vez para ver a su amigo fallecido.
—Honraré tu muerte, Lee. Lo juro.
Y sin esperar un segundo más, corrió hacia el campo de batalla con el corazón destrozado por la perdida pero con una creciente furia en su interior.
Percy, quien se deshizo de las tres dracaenae que tenía encima, volteo a tiempo para ver a Victoire saltar encima de un perro del infierno. Un gritó de guerra brotó desde lo más profundo de ella y se deshizo del perro en cuestión de segundos.
Antes de que Percy pudiera acercarse a ella, Tori abrió sus alas y se lanzó como un torbellino hacia el gigante más cercano. El impulso tumbó al monstruo y, aprovechando su confusión, Victoire atravesó su pecho de un golpe con su espada. Sangre brotó de la herida, manchando su camiseta naranja, pero el gigante se retorció debajo de ella y estalló en polvo dorado.
Victoire no se detuvo ahí. Saltó de gigante a gigante.
Matando a diestra y siniestra por su amigo Lee Fletcher.
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Cuando ya parecía que la batalla estaba otra vez equilibrada y que quizá el campamento tenía alguna posibilidad, del laberinto les llegó el eco de un chillido sobrenatural; un sonido que Percy nunca había oído antes.
Y, súbitamente, Campe salió disparada hacia el cielo con sus alas de murciélago desplegadas, y fue a aterrizar en lo alto del Puño de Zeus, desde donde examinó la carnicería.
Su rostro estaba inundado de una euforia maligna. Las cabezas mutantes de animales le crecían en la cintura y las serpientes silbaban y se le arremolinaban alrededor de las piernas. En la mano derecha sostenía un ovillo reluciente de hilo, el de Ariadna, pero enseguida lo guardó en la boca de un león, como si fuera un bolsillo, y sacó sus dos espadas curvas. Las hojas brillaban con su habitual fulgor verde venenoso.
Campe soltó un chillido triunfal y algunos campistas gritaron despavoridos; otros trataron de huir corriendo y fueron pisoteados por los perros del infierno o por los gigantes.
—¡Mantengan sus posiciones! ¡No bajen la guardia! —gritó Tori detras de Percy. Éste volteo a verla sobresalto, la había perdido de vista después de que la chica se empeñara en matar a casi todos los gigantes.
—¡Dioses inmortales! —gritó Quirón llegando junto a ellos.
Apuntó con su arco hacia Campe, pero está pareció detectar su presencia y echó a volar a una velocidad asombrosa. La flecha pasó zumbando sobre su cabeza sin causarle ningún daño. Victoire tenso su arco y lanzo otra flecha, pero Campe la partió en dos con su espada.
Tyson se soltó del gigante al que había aporreado hasta dejarlo fuera de combate. Corrió hacia sus líneas, gritando:
—¡En sus puestos! ¡No huyan! ¡Luchen!
Un perro del infierno saltó entonces sobre él y ambos rodaron por el suelo.
Por otro lado Campe aterrizó sobre la tienda de mando de Atenea y la aplastó. Tori, Percy y Daphne, quien tenía los ojos relucientes de furia por la muerte de su hermano, corrieron hacia ella y se encontraron en compañía de Annabeth, que se puso a la altura de ellos con su cuchill9 en la mano. Un gigante y una Dracaenae acudieron a Campe como refuerzos.
—Esto puede ser el final —dijo Annabeth.
—Tal vez —respondió Percy
—Ha sido un placer pelear con ustedes, incluso contigo Goldberg —señaló Annabeth.
—Lo mismo digo, Chase —respondió la rizada.
—Es hora de matar monstruos —gruño Tori.
Y se lanzaron juntos al encuentro de los monstruos; Tori atacó al gigante, Percy a la Dracaenae y Annabeth y Daphne se lanzaron directo a Campe.
Victoire le hizo una finta al gigante y lo atacó por el lado contrario. Le lanzó un tajo directo en el costado y retrocedió a tiempo para esquivar un porrazo. Corrió con su habilidad por entre las piernas del gigantes, derrapó en la tierra y pego un salto hacia atrás para colgarse de la espalda del gigante. Éste bramó furioso e intento quitársela de encima, pero Tori trepo por su espina dorsal como una araña y ahorcó al lestrigon con su látigo espada. El gigante se llevó las manos al cuello e intento sacarse el látigo de encima, sin embargo Victoire ejerció un montón de presión en su arma y terminó cortandole el cuello.
Su cabeza cayó al frente y Victoire brincó al suelo antes de que esté explotara en polvo.
—¡Vamos! —gritó Annabeth—. ¡Necesitamos ayuda!
Solo ella y Percy corrieron a ayudarlas, los demás se habían desmoronado y otros luchaban para salvar su propia vida o estaban demasiado aterrorizados para avanzar. Victoire enrolló su cinturón y transformó su brazalete en su arco. Dos flechas de ella y Quirón se enterraron en el pecho de Campe, pero ella se limitó a rugir con más fuerza.
Justo cuando Tori estaba por llegar a ellas, algo la golpeo y la hizo rodar en el suelo. Un perro del inferno le gruño en la cara mientras le mostraba los dientes. Detrás de ella, Annabeth, Daphne y Percy cargaron contra Campe.
¡BRUUUM!
Tanto Victoire como sus amigos terminaron en el suelo. Ellos con las patas de serpientes encima y Tori con un enorme perro negro. Lo único que la separaba de sus filosos dientes era su arco. Forzajeo con el perro sobre ella pero Victoire no podía quitárselo de encima.
De pronto una sombra enorme le quitó el monstruo de encima y lo alzo sobre su cabeza.
—¡Briares! —exclamó Tyson y ayudó a Victoire a incorporarse.
—¡Hola, hermanito! —bramó el gigante—. ¡Aguanta!
Lanzó al perro del infierno con tanta fuerza, que esté terminó deshaciéndose por el impacto del golpe. No paso ni un segundo cuando el centimano cargo contra Campe, quien había sido derribada por la señorita O'Leary y Dédalo, que había aparecido para sorpresa de los cuatro.
El centimano le lanzó a Campe una ráfaga de rocas que parecían aumentar de tamaño al salir de sus manos. Y eran tantas que parecía que la mitad de la tierra hubiera aprendido a volar.
¡BRUUUUUM!
Allí donde se hallaba Campe un segundo antes sólo vieron de repente una montaña de rocas casi tan grande como el Puño de Zeus. El único signo de que el monstruo había existido eran dos puntas verdes de espada que sobresalían por las grietas.
Una oleada de vítores estalló entre los campistas.
Pero sus enemigos no estaban vencidos aún.
—¡Acabad con ellos! —chilló una dracaena—. ¡Matadlos a todos o Cronos os desollará vivos!
Por lo visto aquella amenaza era más terrorífica que ellos mismos. Los gigantes se lanzaron en tropel en un último y desesperado intento. Uno de ellos sorprendió a Quirón con un golpe oblicuo en las patas traseras, que lo hizo trastabillar y caer.
Otros seis gigantes gritaron eufóricos y avanzaron corriendo.
—¡No! —gritaron los cuatro, pero estaban demasiado lejos para echar una mano.
Y entonces sucedió.
Grover abrió la boca y de ella surgió el sonido más horrible que Victoire hubiera oído nunca. Era como una trompeta amplificada mil veces: el sonido del miedo en estado puro.
Los secuaces de Cronos, todos a una, soltaron sus armas y echaron a correr como si en ello les fuera la vida. Los gigantes pisotearon a las dracaenae para huir primero por el laberinto. Los telekhines, los perros del infierno y los mestizos enemigos se apresuraban tras ellos a tropezones.
El túnel se cerró, retumbando.
La batalla había llegado a su fin.
El claro se quedó de repente en un silencio penumbroso, salvo por el crepitar del fuego en el bosque y los lamentos de los heridos.
Victoire se acercó a sus amigos, y los cuatro echaron a correr hacia Quirón.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Percy.
Estaba tendido de lado, tratando en vano de levantarse.
—¡Qué embarazoso! —masculló—. Creo que me recuperaré. Por suerte, nosotros no les pegamos un tiro a los centauros cuando tienen... ¡aj!, una pata rota.
—Necesitas ayuda —dijo Annabeth—. Voy a buscar a un médico de la cabaña de Apolo.
Ante la mención de la cabaña siete, el corazón de Victoire se estrujó de dolor.
—No —insistió Quirón—. Hay heridas más importantes que atender. ¡Dejadme! Estoy bien. Grover... luego tenemos que hablar de cómo has hecho eso.
—Ha sido increíble —asintió Percy.
Grover se ruborizó.
—No sé de dónde me ha salido.
Enebro lo abrazó con fuerza.
—¡Yo sí lo sé!
Antes de que pudiera añadir más, Tyson llamó a Percy:
—¡Percy, deprisa! ¡Es Nico!
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Cuando los cuatro llegaron con Nico, su ropa negra despedía humo. Tenía los dedos agarrotados y la hierba alrededor de su cuerpo se había vuelto amarilla y se había secado.
Daphne se acercó corriendo hacia él primero y le dio la vuelta con todo el cuidado que podía. Victoire noto que la chica temblaba de miedo cuando le colocó una mano en el pecho.
—Esta vivo, pero su latido es débil —dijo la rizada.
—¡Traigan néctar! —gritó Percy acercándose a Nico.
Uno de los campistas de Ares se acercó cojeando y le tendió una cantimplora a Percy.
Una punzada de rencor recorrió a Victoire por un segundo. Ella también había gritado por ayuda para salvar a Lee, y nadie había recurrido a ella.
«No podian» se replicó a si misma. Todos estaban peleando por sus vidas. No podía culparlos.
Nico comenzó a toser y farfullar en cuanto Percy le dio de beber néctar, pero sus párpados temblaron y se acabaron abriendo. Daphne soltó un suspiro.
—¿Qué te ha pasado, Nico? —le preguntó Percy—. ¿Puedes hablar?
Asintió débilmente.
—Nunca había intentado convocar a tantos a la vez. Me pondré bien.
Lo ayudaron a sentarse y Daphne de inmediato lo rodeo en un abrazo. Le murmuró algo que Victoire no alcanzó a ir pero que hizo que Nico le sonriera débilmente. Percy le dio otro poco más de néctar y Nico miró algo detrás de ellos.
—Dédalo —graznó.
—Sí, muchacho —dijo el inventor, que se había acercado a ellos—. Cometí un gran error. He venido a corregirlo.
Tenía varias heridas que sangraban aceite dorado, pero daba la impresión de estar mejor que la mayoría de ellos. Al parecer, su cuerpo de autómata se curaba por sí solo rápidamente. La Señorita O'Leary le lamía las heridas de la cabeza y le iba dejando el pelo levantado de un modo muy gracioso.
Un poco más allá, Victoire vio a Briares rodeado de un grupo de campistas y de sátiros maravillados. Tenía un aire tímido, pero estaba firmando autógrafos en armaduras, escudos y camisetas.
—Me encontré con el centimano mientras recorría el laberinto —explicó Dédalo—. Había tenido la misma idea, o sea, venir a echar una mano, pero se había perdido. Nos entendimos enseguida. Los dos veníamos a enmendar nuestras faltas.
—¡Yuju! —Tyson se puso a dar saltos de alegría—.¡Sabía que vendrías, Briares!
—Yo no lo sabía —dijo el centimano—. Pero tú me ayudaste a recordar quién soy, cíclope. Eres tú el héroe.
Tyson se ruborizó, pero Percy le dio una palmada en la espalda.
—Lo sé desde hace mucho tiempo —dijo Percy—. Pero, Dédalo... el ejército del titán sigue ahí abajo. Incluso sin el hilo, regresarán. Darán con el camino tarde o temprano, y esta vez con Cronos al frente.
Dédalo envainó su espada.
—Tienes razón. Mientras el laberinto siga ahí, sus enemigos podrán usarlo. Ese es el motivo por el que no puede seguir existiendo.
Annabeth y Daphne se le quedaron mirándo.
—Pero ¡tú dijiste que el laberinto está ligado a tu fuerza vital! Mientras estés vivo...
—Sí, mi joven arquitecta —asintió Dédalo—. Cuando yo muera, el laberinto morirá también. Así que tengo un regalo para ti.
Se quitó la mochila de cuero, abrió la cremallera y sacó un portátil plateado de aspecto impecable: era uno de los que habíamos visto en su taller. En la tapa figuraba una A azul.
—Todo mi trabajo está aquí —dijo—. Es lo único que logré salvar del incendio. Son notas de proyectos que nunca he empezado, incluidos algunos de mis diseños preferidos. No he podido desarrollarlos en los últimos milenios. No me atrevía a revelar mi trabajo al mundo de los mortales. Pero tú quizá lo encuentres interesante.
Le tendió el portátil a Annabeth, que lo miraba como si fuese de oro macizo.
—¿Y me lo das a mí? ¡Pero esto tiene un valor incalculable! Debe de costar... ¡Yo qué sé cuánto!
—Una pequeña compensación por mi comportamiento —señaló Dédalo—. Tenías razón, Annabeth, sobre los hijos de Atenea. Deberíamos actuar sabiamente, y yo no lo hice. Algún día llegarás a ser una arquitecta más grande que yo. Toma mis ideas y mejóralas. Es lo mínimo que puedo hacer antes de morir.
—¿De morir? —exclamó Daphne—. ¡No puedes quitarte la vida! ¡No está bien!
El negó con la cabeza.
—No tan mal como ocultarme durante dos mil años a causa de mis crímenes. El genio no disculpa la maldad, Daphne. Ha llegado mi hora. Debo afrontar mi castigo.
—No tendrás un juicio justo —dijo Annabeth—. El espíritu de Minos está en el tribunal...
—Aceptaré lo que sea —respondió él—. Y confío en la justicia del inframundo. Es lo único que podemos hacer, ¿no? —Miró fijamente a Nico y el rostro de éste se ensombreció.
—Sí —convino.
—¿Vas a tomar entonces mi alma para pedir un rescate? —le preguntó Dédalo—. Podrías usarla para reclamar a tu hermana.
—No —respondió Nico—. Te ayudaré a la liberar tu espíritu. Pero Bianca ha muerto. Debe permanecer donde está.
Dédalo asintió.
—Bien hecho, hijo de Hades. Te estás volviendo sabio. —Luego miró a Daphne—. Daphne, quiero entregarte esto.
La rizada abrió los ojos al tope.
—¿Tu espada? Pero nunca te separas de ella —señaló.
—Lo sé, pero lleva mucho tiempo peleando a mi lado y es tiempo de que luche junto a alguien más —le dijo—. recuerdo que comentaste que nunca te había venido bien una espada, pero durante uno de nuestros entrenamientos, lograste desarmarme y dijiste que está tenía buen equilibrio. Quiero que te la quedes y le des un buen uso como la guerrera que eres.
—Yo... No sé que decir —tartamudeo la rizada—. Gracias.
Dedalo asintió y luego se giró hacia Tori.
—Nunca había conocido a una hija de Nike, pero si llegué a conocer a tu madre y a sus nikai. Eran tan fascinantes que no pude evitar hacer esto unos años después de conocerla —Saco de su bolsillo una esfera dorada del tamaño de una pelota de golf y con una A grabada en ella. Se la entrego a Victoire—. Toca la marca, hará que se active.
Tori hizo lo que le indico y la marca brilló levemente. La esfera se sacudió en su mano y de un brincó se transformó en una pequeña réplica de su madre, con todo y sus alas. Era completamente dorada, como las criaturas que su madre podía invocar con sus plumas.
La mini Nikai voló de su mano hasta el hombro de Dédalo, donde el hombre alzo un dedo y tocó su pequeña mano.
—Ahora es tuya —le dijo a Tori—, está mini autómata merece estar con alguien que luche por la Victoria, y por sus amigos.
La nikai voló de nuevo hacia Tori y se sentó sobre su hombro. Victoire sonrió levemente y miró a Dédalo
—Gracias.
Finalmente Dédalo se giró hacia Percy.
—Un último favor, Percy Jackson. No puedo dejar sola a la Señorita O'Leary. Y ella no tiene el menor deseo de regresar al inframundo. ¿La cuidarás tú?
Percy miró el enorme mastín negro, que gimoteaba lastimosamente y seguía lamiéndole el pelo a Dédalo.
—Sí, claro.
—Entonces ya estoy listo para ver a mi hijo... y a Perdix —declaró—. He de decirles lo arrepentido que estoy.
Annabeth y Daphne tenían lágrimas en los ojos.
Dédalo se volvió hacia Nico, quien sacó su espada.
—Ha llegado tu hora finalmente. Queda liberado y reposa.
Una sonrisa de alivio se expandió por el rostro de Dédalo y, en el acto, se quedó paralizado como una estatua. Su piel se volvió transparente, mostrando los engranajes de bronce y la maquinaria que zumbaba en el interior de su cuerpo.
Luego la estatua se transformó en ceniza y se desintegró.
La Señorita O'Leary soltó un aullido. Percy le acarició la cabeza, tratando de consolarla. La tierra tembló mientras el antiguo laberinto se desmoronaba: una especie de terremoto que seguramente fue registrado en todas las grandes ciudades del país.
Los restos del ejército del titán, esperaban ellos, habían quedado sepultados en algún punto del subterráneo.
Victoire giro el rostro hacia el claro del bosque, y vio todos los daños que la batalla había dejado atrás.
Un nudo se instaló de nuevo en su garganta.
—Vamos —les dijo Percy—. Tenemos cosas que hacer.
La batalla había terminado, ahora era tiempo de atender a los heridos y honrar aquellos que habían perecido valientemente.
Era hora de que Victoire buscará a los hermanos de Lee y les diera mala noticia.
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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️
No se ustedes, pero a mí me re dolió la muerte de Lee 😭 se que tienen preguntas sobre el porque estuvo actuando así, y créanme, obtendrán una respuesta mañana jajaja también están muy cerca de averiguar la verdad sobre lo que paso realmente la noche en qué murió Keegan jaja es que se vienen muchas cosas buenas gente, enserio gg
En fin, ¿Qué les pareció? Cuentenme sus teorías del por qué creen que Lee estaba raro. Los estaré leyendo ✨
BARBS JACKSON
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