𝟤𝟣. 𝖫𝖺 𝗀𝗎𝖺𝗋𝗂𝖽𝖺 𝖽𝖾 𝖧𝖾𝖿𝖾𝗌𝗍𝗈
🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ chapter Twenty-one
❝ Hephaestus' lair❞
▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
Tras la aceptación de anoche Victoire apenas y lograba ver a Percy y a Annabeth a la cara a la mañana siguiente. De todos los chicos de los que pudo haberse fijado, se fijo en el único que no debía.
Annabeth era como una hermana para ella. ¿Cómo pudo hacerle eso? ¿Cómo pudo desarrollar sentimientos por Percy cuando a ella le gustaba el pelinegro?
Era una pesima amiga.
Una pesima hermana.
Una horrible persona.
O por lo menos así se sentía ella.
Una vez que todos estuvieron despiertos y desayunados -gracias a Euritión que les preparó algo- bajaron desde el rancho hasta la rejilla de retención y se despidieron.
—¿Por qué no nos acompañas, Nico? —sugirió Percy.
Pero Nico negó con la cabeza. Al parecer Tori no había sido la única en no poder dormir bien; Nico tenía los ojos enrojecidos y la cara blanca como la cera. Iba envuelto en una túnica negra que debió de haber pertenecido a Gerión, porque incluso para un adulto habría sido tres o cuatro tallas demasiado grande.
—Necesito tiempo para pensar —respondió sin mirarlo a los ojos, aunque Tori notó que su ira hacia Percy aún no se había aplacado.
Tampoco le sorprendía. El hecho de que Bianca hubiera salido del inframundo solo cuando Percy estuvo presenté no debió haberle sentado bien al chico.
—Escucha, Nico —le dijo Tori acercándose a él—, Bianca sólo quiere que estés bien.
Le puso una mano en el hombro, pero él se apartó, sonrojado, y empezó a subir la cuesta hacia el rancho.
Victoire alzo una ceja. Okay, entendía el enojo del chico hacia Percy, ¿Pero... y ella por qué?
Daphne suspiró decaída junto a Grover. Victoire volteo a verla y le puso una mano en el hombro; antes de bajar hasta la rejilla, Nico y Daphne habían discutido. La morena quería quedarse con él, pero Nico le insisto en que debería unirse a ellos en el laberinto en lugar de andar sola. Al fin y al cabo, Daphne había entrado al laberinto para completar la misión de encontrar a Dédalo y se había topado con él en el camino.
No obstante, la idea de dejar a Nico ahí no le gustaba nada.
—Me preocupa —dijo ella—. Si se pone a hablar otra vez con el idiota de Minos...
—No le pasará nada —prometió Euritión. El pastor se había lavado y arreglado. Llevaba unos vaqueros nuevos y una camisa ranchera, e incluso se había recortado la barba. Tenía puestas las botas de Gerión—. Puede quedarse aquí y meditar todo el tiempo que quiera. Prometo mantenerlo a salvo.
—¿Y tú? —le preguntó Percy.
Euritión le rascó a Ortos un cuello y luego el otro.
—Las cosas en este rancho van a cambiar a partir de ahora. Se acabó la carne de vaca sagrada. Estoy pensando en empanadas de semillas de soja. Y voy a hacerme amigo de esos caballos carnívoros. Quizá me inscriba en el próximo rodeo.
La sola idea le dio escalofríos tanto a Percy como a Tori.
—Pues... buena suerte —le dijo Percy.
—Sí —Euritión escupió en la hierba—. Supongo que ahora van a buscar el taller de Dédalo.
La mirada de Annabeth se iluminó.
—¿Puedes ayudarnos?
Euritión se quedó mirando la rejilla de retención. Tuvieron la impresión de que la cuestión lo ponía nervioso.
—No sé dónde está. Pero seguramente Hefesto sí lo sabrá.
—Eso dijo Hera —asintió Annabeth—. Pero ¿cómo podemos encontrarlo?
Euritión se sacó algo de debajo del cuello de la camisa. Era un collar: un disco plateado y liso con una cadena de plata. Tenía un botón en el centro, como la huella de un pulgar. Se lo entregó a Annabeth.
—Hefesto viene por aquí de vez en cuando —dijo—. Estudia los animales para copiarlos en sus autómatas. La última vez... le hice un pequeño favor. Para una bromita que quería gastarles a mi padre, Ares, y a Afrodita. Y él, en señal de gratitud, me dio esta cadena. Me dijo que si alguna vez necesitaba encontrarlo, el disco me guiaría hasta su fragua. Pero sólo una vez.
—¿Y me lo das a mí? —exclamó Annabeth.
Euritión se sonrojó.
—No no tengo ninguna necesidad de ver las fraguas, señorita. Me sobra trabajo aquí. Sólo hay que apretar el botón y él te encamina.
Cuando Annabeth lo pulsó, el disco cobró vida y desplegó en el acto ocho patas metálicas. Para perplejidad de Euritión, ella lo arrojó al suelo con un chillido.
—¡Una araña! —gritó la muchacha.
Daphne soltó una gran carcajada que hizo que Annabeth la fulminara con la mirada.
—Disculpala Euritión, pero aquí la señorita neutrón le teme a las arañas —se burló Daphne.
—Una antigua rivalidad entre Atenea y Aracné —explicó Grover.
—Ah —Euritión parecía avergonzado—. Lo siento, señorita.
Victoire apretó los labios para no reirse. Annabeth veía con ojos de pánico la pequeña araña metálica, más le hizo una gesto de despreocupación a Euritión y miró mal a Daphne.
La araña se arrastró hacia la rejilla de retención y desapareció entre los barrotes.
—¡Rápido! —dijo Percy—. Esa cosa no va a esperarnos.
Annabeth no parecía tener mucha prisa por seguir a la araña, pero no le quedó alternativa. Se despidieron de Euritión, Tyson sacó la rejilla y saltaron otra vez al interior del laberinto, pero ahora en compañía de la hija de Dionisio.
▃▃▃▃▃▃▃▃ 🌿🔱 ▃▃▃▃▃▃▃▃
Victoire nunca tuvo problemas con las arañas. No les tenía fobia o miedo, como Annabeth, pero está en particular comenzaba a ser desesperante. Se deslizaba por los túneles tan deprisa que la mayor parte del tiempo ni siquiera la veían. De no ser por el excelente oído de Tyson y Grover, no habrían sabido qué camino elegir.
Recorrieron un túnel de mármol, giraron a la izquierda... y Percy estuvo a punto de caer en un abismo. El corazon de Tori brincó del susto, más Tyson lo sujetó en el último momento y lo arrastró hacia atrás.
La castaña soltó un suspiro.
El túnel continuaba más adelante, pero no había suelo en un trecho de treinta metros; sólo se veía un hueco oscuro y una serie de travesaños de hierro en el techo. La araña mecánica ya había cruzado la mitad del abismo colgada de los travesaños, a los que iba lanzando sus hilos metálicos.
—¡Un pasamanos! —dijo Annabeth—. Se me dan muy bien.
Saltó al primer travesaño, se agarró firmemente y empezó a pasar de uno a otro balanceándose. Percy la miró perplejo, cosa que le causo gracia a Tori; Le daba miedo la araña más diminuta, pero no la posibilidad de caer al vacío desde un pasamanos larguísimo.
A ver quién entendía eso.
Annabeth llegó al otro lado y echó a correr detrás de la araña.
Daphne resopló.
—Menuda desagradecida, ni siquiera es capaz de esperarnos —masculló ella y se giró hacia ellos—. Nos vemos al otro lado —añadió y se lanzó al pasamanos.
En cuestión de minutos, llegó al otro lado y echó a correr detrás de Annabeth.
—Tu primero —le dijo Victoire a Percy.
—¿Segura? —ella asintió.
Percy saltó al primer travesaño y cruzó el abismo sin problema alguno. Tori se giró hacia Tyson y Grover y les indicó con la cabeza que fueran ellos los siguientes.
—Sube niño cabra, será más fácil asi —le dijo Ty a Grover.
Éste, un tanto sonrojado por tener que subir en el cíclope, pego un brinco y se sujeto a la espalda de Tyson. Al grandullón le bastaron tres brazadas para llegar al otro lado. No obstante, justo cuando saltaba al lado de Percy, se quebró el último travesaño.
Percy, lleno de terror, volteo a ver a Victoire con preocupación. Más la chica aterrizó junto a él y replego sus alas blancas para luego sonreírle levemente.
Percy apretó los labios. Claro, de todos ellos, ella era la única que no necesitaba el pasamanos para cruzar.
—¡Hey, dense prisa! —grito Daphne y siguieron adelante pasando junto a un esqueleto que Victoire prefirió no detallar.
La araña no aminoró el paso y Percy resbaló al suelo por unos cientos de lápices partidos a la mitad en el suelo. Victoire le tendió una mano e, ignorando el cosquilleo en la boca de su estómago al sentir el tacto cálido de la mano de Percy, lo ayudó a levantarse y corrieron detrás de los demás.
El túnel se abrió de repente a una gran estancia tan iluminada que la luz resultó cegadora. Lo primero que les llamó la atención, cuando sus ojos se acostumbraron a la iluminación, fueron los esqueletos. Había docenas tirados por el suelo. Algunos antiguos y ya blanqueados; otros recientes y muchísimo más repulsivos. No olían tan mal como los establos de Gerión, pero el olor por poco y se igualaba.
En el otro extremo de la estancia vieron a una criatura monstruosa subida en un estrado reluciente. Tenía el cuerpo de un enorme león y cabeza de mujer.
Si no fuera por la cantidad de maquillaje que tenía puesto y su cabello recogido en un moño infrexible pegado al cráneo, Tori podría pensar que era guapa.
—Esfinge —gimoteó Tyson junto a ella
Tori pronto recordó lo que esté le había contado en una de sus muchas llamadas iris: De pequeño, en Nueva York, Tyson había sido atacado por una esfinge y aún tenía las cicatrices en la espalda que le recordaban aquel momento. Era claro que el miedo que sentía ahora era debido al trauma que sufrió de pequeño, por lo que Tori se acercó a él y le dio un ligero apretón en el brazo en señal de que no estaba solo.
A cada lado de la criatura, había un foco deslumbrante. La única salida era el túnel que quedaba justo detrás del estrado. La araña mecánica se deslizó entre las garras de la esfinge y desapareció.
Annabeth se adelantó para seguirla, pero el monstruo dio un rugido y le mostró los filosos colmillos que albergaba en su boca, por lo demás de aspecto normal. De inmediato, descendieron unos barrotes y bloquearon ambas salidas: la que tenían a sus espaldas y la que tenian enfrente.
—Bien hecho, Chase —masculló Daphne—. Ahora estamos atrapados.
Entonces el gruñido del monstruo se convirtió en una sonrisa radiante.
—¡Bienvenidos, afortunados concursantes! —dijo—. Prepárense para jugar a... ¡RESOLVER EL ENIGMA!
Resonaron unos aplausos enlatados desde el techo, como si hubiese unos altavoces invisibles. Los focos hicieron un barrido por toda la estancia, reflejándose en el estrado y confiriendo a los esqueletos un resplandor de discoteca. Aquello resultó tan bizarro para Tori.
—¡Premios fabulosos! —proclamó la esfinge—.¡Supere la prueba y le tocará avanzar! ¡Fracase y me tocará devorarlo! ¿Quién va a ser nuestro próximo concursante?
Annabeth tomó del brazo a Percy.
—De esto me encargo yo —le susurró—. Ya sé qué va a preguntar.
Victoire no dudo de su capacidad, de todos los ahí presentes era la más indicada para intentar resolver el enigma de la esfinge. No obstante Tori se mantuvo alerta ante cualquier posible señal de peligro que pusiera la vida de Annie, o la de ellos, en riesgo.
Annabeth subió al podio del concursante, sobre el que se encorvaba aún un esqueleto con uniforme escolar. Ella lo quitó de en medio de un empujón y el esqueleto se desplomó en el suelo con estrépito.
—Perdón —le dijo Annabeth.
—¡Bienvenida, Annabeth Chase! —aulló la bestia, aunque ella no había dicho su nombre—. ¿Está lista para la prueba?
—Sí —declaró—. Dígame su enigma.
—¡Son veinte enigmas, de hecho! —respondió alegremente la esfinge. Victoire palideció.
—¿Cómo? Pero si en los viejos tiempos...
—¡Hemos elevado el listón! Para pasar, debe demostrar su habilidad en los veinte. ¿No es fantástico?
Los aplausos resonaban y se apagaban bruscamente, como si alguien fuera abriendo y cerrando un grifo.
Annabeth los miró, nerviosa. Tori, ocultando su preocupación, levantó sus pulgares hacia arriba. Percy, en cambio, le dirigió un gesto con el puño para animarla.
—De acuerdo —contestó a la esfinge—. Estoy lista.
Resonó desde el techo un redoble de tambor. Los ojos del monstruo relucieron de excitación.
—¿Cuál es... la capital de Bulgaria?
«Sofía» respondió Tori mentalmente y espero a que Annabeth respondiera lo mismo. Sin embargo está a arrugó el ceño y pronto Tori temió que se hubiera quedado en blanco. Cosa difícil de creer en ella.
—Sofía —dijo Annabeth—, pero...
—¡Correcto! —Más aplausos enlatados. La esfinge sonrió tan abiertamente que volvieron a verle los colmillos—. Asegúrese por favor de marcar su respuesta claramente en la hoja de examen con un lápiz del número dos.
—¿Cómo? —Annabeth parecía perpleja. Enseguida apareció ante ella un cuadernillo y un lápiz perfectamente afilado.
—Asegúrese de que rodea cada respuesta sin salirse del círculo —dijo la esfinge—. Si ha de borrar, borre totalmente o la máquina no será capaz de leer sus respuestas.
—¿Qué máquina? —preguntó Annabeth.
La esfinge señaló con la zarpa. Junto a uno de los focos había una caja de bronce con infinidad de palancas y con la letra griega ésta en un lado: la marca de Hefesto.
—Bueno —prosiguió la esfinge—, siguiente pregunta...
—Un momento —protestó Annabeth—. Aquello del animal que camina a cuatro patas por la mañana...¿no va a preguntármelo?
—¿Disculpe? —dijo la esfinge, ahora claramente irritada.
—El enigma sobre el hombre. Camina a cuatro patas por la mañana, como un bebé; con dos a mediodía, como un adulto, y con tres por la tarde, como un viejo con su bastón. Ése es el enigma que planteaba siempre, ¿no?
—¡Y por eso justamente cambiamos la prueba! Porque los concursantes ya se sabían la respuesta. Bueno, segunda pregunta, ¿cuál es la raíz cuadrada de dieciséis?
—Cuatro —respondió Annabeth—, pero...
—¡Correcto! ¿Qué presidente estadounidense firmó la Proclamación de Emancipación?
—Abraham Lincoln, pero...
—¡Correcto! Enigma número cuatro. ¿Qué...?
—¡Un momento! —gritó Annabeth.
Victoire la miró desconcertada. Lo estaba haciendo de maravilla, si seguía respondiendo de ese modo pronto podrían seguir adelante.
—Esto no son enigmas —alegó Annabeth.
—¿Cómo que no? Claro que lo son. Estas preguntas han sido diseñadas especialmente...
—Son sólo un montón de datos estúpidos, escogidos al azar. Se supone que los enigmas han de obligarte a pensar.
—¿A pensar? —La esfinge frunció el ceño—. ¿Cómo se supone que voy a evaluar si es usted capaz de pensar? ¡Qué absurdo! Bueno, ¿qué cantidad de fuerza se precisa...?
—¡Basta! —insistió Annabeth—. ¡Esta prueba es una idiotez!
—Hummm, Annabeth —intervino Grover, nervioso—. A lo mejor lo que deberías hacer es, ya sabes, terminar primero y protestar después.
—Piensa en que la araña, se está alejando —protestó Victoire hacia ella.
Pero Annabeth frunció más el entrecejo.
—Soy hija de Atenea —alegó ella—. Y esto es un insulto a la inteligencia. No pienso responder a esas preguntas.
Daphne resopló y Victoire esta vez no pudo no estar de acuerdo con ella. El orgullo de Annabeth solo conseguiría que los mataran a todos.
—Este no es momento de ser una nerd, Jimmy Neutron —espetó Daphne con impaciencia—. Tenemos una misión, ¿recuerdas?
Pero Annabeth continuaba firme con su decisión. Los focos los deslumbraron con su brusca intensidad. Los ojos negros del monstruo destellaban.
—Entonces, querida, si no pasa, fracasa. Y como no podemos permitir que ningún niño se quede atrasado, ¡será DEVORADA!
La esfinge mostró sus colmillos, que relucían como si fueran de acero inoxidable, y dio un salto hacia el podio. Victoire blandio su espada al mismo tiempo que Tyson exclamaba.
—¡No!
Y se lanzó en el acto a la carga antes de que Tori pudiera lanzar su látigo. Le hizo al monstruo un placaje cuando todavía estaba en el aire y los dos se desplomaron sobre un montón de huesos. Eso le dio tiempo a Annabeth para recobrar la serenidad y sacar su cuchillo. Tyson se levantó con la camisa hecha jirones. La esfinge rugió e intento lanzarse hacia él pero Victoire lanzó dos látigazos en su dirección que la hicieron retroceder para estudiar el momento oportuno.
—¡Vuélvete invisible! —escuchó gritar a Percy detrás de ella. Éste, al igual que Daphne, se habían posado enfrente de Annabeth con sus respectivas armas en mano.
—¡Puedo luchar! —protestó Annabeth.
—¡No seas terca, Chase! —grito la rizada—. ¡La esfinge va a por ti!
Y para confirmar sus palabras, el monstruo derribó a Tyson y a Victoire en un momento de distracción, quitándolos del medio y saltó de nuevo, tratando de pasar a Daphne y a Percy de largo. Grover le clavó en el ojo la tibia de un esqueleto, lo que le arrancó un alarido de dolor.
Annabeth no lo dudo más y se puso su gorra, desapareciendo en el acto. Cuando la bestia se lanzó sobre donde se hallaba un segundo antes, se encontró con las zarpas vacías.
—¡No es justo! —rugió—. ¡Tramposa!
Sin Annabeth a la vista, el monstruo se giró hacia Percy y Daphne.
—¡Cuidado! —advirtió Tori corriendo hacia ellos. Percy alzo su espada, pero antes de que pudiera darle una estocada, Tyson arrancó del suelo la máquina de puntuaciones y se la tiró por la cabeza, deshaciéndole el moño.
Victoire empujó a Percy fuera del alcance de la maquina, que fue a estrellarse segundos después donde él y Daphne estaban. Más la rizada también había sido expulsada fuera del alcance de está por una fuerza invisible.
Annabeth, pensó Tori.
—¡Mi máquina! —gritó la esfinge al ver todas las piezas de su máquina esparcidas en el suelo—. ¿Cómo voy a ser ejemplar si no puedo puntuar las pruebas?
Los barrotes de los dos túneles se alzaron en ese momento. Percy tomó a la castaña de la mano, entrelazando sus dedos, y echaron a correr hacia el fondo de la estancia con Daphne detrás de ellos y confiando en que Annabeth hiciera lo mismo.
La esfinge se apresuró a perseguirlos, pero Grover sacó sus flautas de junco y se puso a tocar. De repente, los lápices se congregaron en torno a las garras de la esfinge, desarrollaron raíces y ramas, y empezaron a enredársele en las patas. El monstruo acababa desgarrando los nudos, pero aquello les dio el tiempo que necesitaban.
Tyson arrastró a Grover hacia el túnel y los barrotes se cerraron con estrépito detrás de nosotros.
—¡Annabeth! —gritaron Daphne y Percy.
—¡Aquí! —murmuró ella junto a ellos—. ¡No se detengan!
Y corrieron por el túnel mientras seguían escuchando los rugidos de la esfinge, que se lamentaba desoladamente por todas las pruebas que tendría que corregir a mano.
▃▃▃▃▃▃▃▃ 🌿🔱 ▃▃▃▃▃▃▃▃
Para ese punto Victoire pensó que habían perdido a la araña, sin embargo Tyson captó un lejano sonido metálico y comenzó a guiarlos. Dieron un par de vueltas y retrocedieron varias veces, pero al final encontraron a la araña que golpeaba una puerta de metal con su cabecita.
La puerta parecía una de aquellas anticuadas escotillas de los submarinos: con forma oval, remaches metálicos y una rueda, en lugar de un pomo, para abrirla. Encima de ella había una gran placa de latón, que el tiempo había cubierto de verdín, con una eta griega en el centro.
Se miraron unos a otros.
—¿Listos para conocer a Hefesto? —dijo Grover, nervioso.
—No —reconoció Percy.
—¡Sí! —dijo Tyson, eufórico, mientras hacía girar la rueda.
Victoire no respondió, ella ya conocía al dios.
En cuanto se abrió la puerta, la araña se deslizó al interior; Tyson la siguió de cerca y los demás avanzaron también, aunque con menos entusiasmo.
En cuanto Victoire cruzó la puerta, se quedó helada. Sí su mandíbula no estuviera pegada a su craneo, seguramente habría caído al suelo.
Ella conocía ese lugar. ¿Cuántas veces no había ido ahí para asistir al mismísimo dios en sus trabajos? ¿Cuánto tiempo no paso llendo de un lado a otro trayendo herramientas o material de trabajo para el dios?
Pero Tori nunca fue consciente que el taller tenía una entrada al laberinto. Es más, hasta hace unos meses ni siquiera sabía la existencia del laberinto.
El lugar era inmenso. Como el garaje de un mecánico, estaba lleno de elevadores hidráulicos. En algunos de ellos había coches, pero en otros se veían cosas bastante más extrañas: un hippalektryon de bronce desprovisto de su cabeza de caballo y con un montón de cables colgando de su cola de gallo, un león de metal que parecía conectado a un cargador de batería, y un carro de guerra griego hecho enteramente de fuego.
Había además una docena de mesas de trabajo totalmente cubiertas de artilugios de menor tamaño. Se veían muchas herramientas colgadas y cada una tenía su silueta pintada en un tablero, aunque nada parecía estar en su sitio. Victoire rodó los ojos, por más que le ordenaba las cosas al dios este siempre dejaba todo botado como sea. El martillo ocupaba el lugar del destornillador; la grapadora, el de la sierra de metales, y así sucesivamente.
Por debajo del elevador hidráulico más cercano, que sostenía un Toyota Corolla del 98, asomaban dos piernas: la mitad inferior de un tipo enorme, con unos mugrientos pantalones grises y unos zapatos incluso más grandes que los de Tyson. En una de las piernas tenía una abrazadera metálica.
La araña se deslizó por debajo del coche y los martillazos se interrumpieron al instante.
—Vaya, vaya —La voz retumbaba desde debajo del Corolla—. ¿Qué tenemos aquí?
El mecánico salió sobre un carrito y se sentó. Victoire le echó un vistazo y lo encontró como usualmente está en su taller; con mono cubierto de grasa, un rótulo bordado en el bolsillo de la pechera que decía
«HEFESTO».
El dios en sí no era atractivo, la pierna le chirriaba al moverse y tenía el hombro izquierdo más bajo que el derecho, de manera que parecía ladeado incluso cuando se erguía. Su cabeza estaba deforme y llena de bultos, y una permanente expresión ceñuda. Su barba negra humeaba, pues de vez en cuando se le encendía en los bigotes una pequeña llamarada
que acababa extinguiéndose sola.
Eso sin contar sus manos, que eran del tamaño de unos guantes de béisbol y, sin embargo, sostenían la araña con increíble delicadeza. La desarmó en dos segundos y volvió a montarla.
—Ahí está —dijo entre dientes—. Mucho mejor así.
La araña dio un saltito alegre en su palma, lanzó un hilo de metal al techo y se alejó balanceándose.
Hefesto les dirigió una mirada torva.
—¿No los he construido yo, verdad?
—¿Eh? —dijo Annabeth—. No, señor.
—Menos mal —gruñó el dios—. Un trabajo muy chapuceros
Entonces estudio de arriba a abajo a Annabeth, Daphne, Victoire y Percy.
—Mestizos —refunfuñó—. Podrían ser autómatas, desde luego, pero seguramente no lo son. Tú, sin duda no lo eres. Eres Victoire ¿No? La hija de Nike.
Victoire asintió.
—Asi es señor.
—Si, si. Me acuerdo de ti, me ayudaste en el taller cuando estabas confinada en el Olimpo. Incluso vote en contra de que supieras tu profecía, era demasiado arriesgado que lo supieras.
Victoire volvió asentir con los labios apretados.
—Nosotros también nos conocemos, señor —le dijo Percy intentando desviar su atención de la castaña, a quien se le veía incomoda.
—¿Ah, sí? —preguntó con aire ausente. Le dio la sensación de que le traía sin cuidado. Más bien parecía estudiar sus movimientos, como si creyera que se movían por medios de palancas o engranajes—. Bueno, pues si no te hice papilla la primera vez que nos vimos, supongo que no tengo por qué hacerlo ahora.
Miró a Grover y frunció el ceño aún más.
—Sátiro —Luego miró a Tyson y sus ojos centellearon—. Bueno, un cíclope. Bien, bien. ¿Qué haces viajando con éstos?
—Eh... —balbuceó Tyson, contemplando maravillado al dios.
—Sí, bien dicho —asintió Hefesto—. Será mejor que tengan un buen motivo para molestarme. La suspensión de este Corolla es un verdadero quebradero de cabeza, ¿Saben?
—Señor —intervino Annabeth, vacilante—, estamos buscando a Dédalo. Pensamos...
—¿A Dédalo? —rugió el dios—. ¿Quieren ver a ese viejo canalla? ¿Se atreven a buscarlo?
Su barba estalló en llamas y sus ojos negros destellaron como carbones.
—Eh, sí, señor. Por favor —musitó Annabeth.
—Puf. Estan perdiendo el tiempo —Miró algo que tenía en la mesa y se acercó cojeando a recogerlo: un amasijo de muelles y placas de metal, que empezó a manipular. En apenas unos segundos sostenía en sus manos un halcón de plata y bronce. El artilugio extendió sus alas metálicas, parpadeó con sus ojos de obsidiana y echó a volar por el taller.
Victoire no se inmutó. Hefesto solía hacer eso todo el tiempo, se distraía mucho con sus inventos.
Tyson, por otra parte, se puso a reír y a dar palmas. El pájaro se le posó en el hombro y le mordisqueó cariñosamente la oreja. Hefesto lo observó. Su ceño no se modificó, pero le pareció ver un brillo más amable en sus ojos.
—Presiento que tienes algo que decirme, cíclope.
La sonrisa de Tyson se desvaneció.
—S... sí, señor. Vimos al centimano.
Hefesto asintió. No parecía sorprendido.
—¿A Briares?
—Sí. Es... estaba asustado. No quiso ayudarnos.
—Y eso te preocupa.
—¡Sí! —Le tembló la voz—. ¡Briares tendría que ser fuerte! Es el mayor y el más viejo de los cíclopes. Pero huyó.
Hefesto soltó un gruñido.
—Hubo un tiempo en el que admiraba a los centimanos. En los días de la primera guerra. Pero las personas, los monstruos e incluso los dioses cambian, joven cíclope. No puedes fiarte de ellos. Mira a mi querida madre, Hera. La han conocido, ¿verdad? Les habrá sonreído y les habrá hablado largo y tendido de lo importante que es la familia ¿cierto? Lo cual no le impidió expulsarme del monte Olimpo cuando vio mi rostro.
—Creía que había sido Zeus —dijo Percy.
Hefesto carraspeó y lanzó un salivazo a una escupidera de bronce. Chasqueó los dedos y el robot halcón regresó otra vez a la mesa de trabajo.
—Ella prefiere contar esa versión —rezongó—. La hace quedar mejor, ¿no? Le echa toda la culpa a mi padre. La verdad es que a mi madre le gusta la familia, sí, pero sólo cierto tipo de familia. Las familias perfectas. Así que me echó un vistazo y... bueno, yo no encajo en esa imagen, ¿no?
Le quitó una pluma al halcón y el autómata entero se desmoronó en pedazos.
—Créeme, joven cíclope —prosiguió Hefesto—, no puedes confiar en los demás. Fíate solamente del trabajo de tus propias manos.
Victoire no estaba muy segura que aquello fuera lo más correcto. Además, no es que se fiara precisamente del trabajo de Hefesto. Su modelo defectuoso del gigante Talos había terminado con la vida de Bianca Di Angelo.
Hefesto entornó los ojos y se concentro en Percy.
—A éste no le gusto —musitó—. No te preocupes, ya estoy acostumbrado. ¿Qué quieres pedirme tú, pequeño semidiós?
—Ya se lo hemos dicho —dijo Percy—. Debemos encontrar a Dédalo. Un tipo que trabaja para Cronos, Luke, está tratando de encontrar la manera de orientarse por el laberinto para invadir el campamento. Si no nos adelantamos y encontramos primero a Dédalo...
—Y yo también se los he dicho a ustedes, chico. Buscar a Dédalo es una pérdida de tiempo. Él no los ayudará.
—¿Por qué? —cuestionó.
Hefesto se encogió de hombros.
—Algunos hemos sido desterrados sin contemplaciones... Y nuestro aprendizaje de que no debemos fiarnos de nadie ha resultado incluso más doloroso. Pídeme oro. O una espada flamígera. O un corcel mágico. A tu amiga le hice un boomerang hace tiempo, podrías pedir algo similar. Eso puedo concedértelo fácilmente. Pero el modo de encontrar a Dédalo... Es un favor muy caro.
—Entonces sí sabe dónde está —lo presionó Daphne.
—No es sabio ni juicioso andar buscando, muchacha.
—Mi madre dice que buscar es el principio de toda sabiduría —refutó Annabeth.
Hefesto entornó sus ojos.
—¿Quién es tu madre?
—Atenea.
—Eso encaja —Suspiró—. Buena diosa, Atenea. Una pena que prometiera no casarse nunca. Bien, mestiza. Puedo revelarte lo que deseas saber. Pero tiene un precio. Necesito un favor.
—El que usted diga —respondió Annabeth.
Hefesto se echó a reír de un modo muy ruidoso, que sonaba como el resoplido de un fuelle enorme avivando el fuego.
—Ah, los héroes —dijo—. Siempre haciendo promesas temerarias. ¡Qué refrescante!
Pulsó un botón de su mesa de trabajo y en la pared se abrieron unos postigos metálicos. O eso era una ventana enorme, o se trataba de una pantalla gigante de televisión. Sea lo que sea, se veía un volcán gris rodeada de bosques y de la cima salía humo.
—Una de mis fraguas —explicó Hefesto—. Tengo muchas, pero ésta era mi preferida.
—Es el monte Saint Helens —Intervino Grover—. Los bosques de los alrededores son grandiosos.
—¿Has estado ahí? —le preguntó Percy.
—Buscando... ya sabes, a Pan.
—Un momento —dijo Daphne, interrumpiendo a ambos y mirando a Hefesto—. Ha dicho que era su fragua preferida. ¿Le ha sucedifo algo?
Hefesto se rascó su barba humeante.
—Bueno, ahí es donde está atrapado el monstruo Tifón, ¿lo sabías? Antes era debajo del Etna, pero, cuando nos trasladamos a Norteamérica, su fuerza quedó sujeta bajo el monte Saint Helens. Una fuente de fuego espléndida, aunque algo peligrosa. Siempre cabe la posibilidad de que escape. Hay muchas erupciones últimamente; no para de arrojar humo. Está muy inquieto con la rebelión de los titanes.
—¿Qué quiere que hagamos? —pregunto Annabeth—. ¿Luchar con él?
Hefesto soltó un bufido.
—Eso sería suicida. Hasta los dioses huían de Tifón cuando estaba libre. No, recen más bien para no tener que verlo nunca. Últimamente he percibido la presencia de intrusos en mi montaña. Alguien o algo está usando mi fragua. Cuando yo llego no hay nadie, pero noto que la han utilizado. Deben de presentir mi llegada y desaparecen. Envío autómatas a investigar y no regresan. Hay algo antiguo allí... Algo maligno. Quiero saber quién se atreve a invadir mi territorio y si pretenden liberar a Tifón
—Asi que quiere que averigüemos quien es —indicó Tori.
Hefesto asintió.
—Sí. Vayan allí. Quizá no presientan su llegada. Ustedes no son dioses.
—Menos mal que se ha dado cuenta —murmuró Percy. Tori le dio un codazo.
—Vayan y averiguen lo que puedan —dijo Hefesto—. Vuelvan a informarme y les contaré lo que quieran saber de Dédalo.
—De acuerdo —convino Annabeth—. ¿Cómo podemos llegar allí?
Hefesto dio unas palmadas. La araña bajó balanceándose, colgada de un hilo de las vigas. Annabeth retrocedió un paso cuando el bicho aterrizó a sus pies, chocando con Daphne en el proceso. Tal vez fue la imaginación de Tori, pero creyó ver un leve sonrojó en las mejillas de su amiga.
—Mi creación les mostrará el camino —aseguró Hefesto—. No queda lejos si van por el laberinto. Y procuren mantenerse con vida, ¿de acuerdo? Los humanos son mucho más frágiles que los autómatas.
Victoire lo miro como diciendo, «no me diga».
▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
▊▋▊▌▊▍▎▊▊▋▊
𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro