𝟣𝟪. 𝗋𝖺𝗇𝖼𝗁𝗈 𝗍𝗋𝗂𝗉𝗅𝖾 𝖦.
🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ Chapter Eighteen
❝triple g ranch ❞
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Se instalaron en un pasadizo hecho de enormes bloques de mármol. En las paredes había soportes de bronce para las antorchas y daba la impresión de haber formado parte de una tumba griega.
—Ya debemos de estar cerca del taller de Dédalo —dijo Annabeth, pues aquel pasadizo tenía toda la pinta de ser uno de los sectores más antiguos del
laberinto—. Descansen un poco. Seguiremos por la mañana.
—¿Cómo sabremos cuándo es de día? —preguntó Grover.
—Tú descansa —insistió ella.
A Grover no hizo falta que se lo repitieran. Sacó un montón de paja de su mochila, comió un poco, se hizo una almohada con el resto y al cabo de un momento ya estaba roncando.
A Tyson le costó más dormirse. Estuvo un buen rato manipulando unos trozos de metal de su juego de construcciones, pero nada de lo que construía parecía satisfacerle, porque no paraba de desarmar las piezas una y otra vez.
—Lamento haber perdido el escudo —le dijo Percy—. Con todo lo que habías trabajado para arreglarlo...
Tyson levantó la vista. Tenía el ojo enrojecido de haber llorado.
—No te preocupes, hermano. Tú me has salvado. No habrías tenido que hacerlo si Briares nos hubiera echado una mano.
—Estaba asustado, Ty —le dijo Victoire con la cabeza apoyada sobre la pared de mármol. Tenía los ojos cerrados pero al hablar se giró hacia el cíclope—, tiene tanto miedo que cree que no volverá a ser el mismo.
—Seguro que lo superará —intentó animarlo Percy.
Tyson nego.
—No es fuerte —dijo—. Ya no es importante.
Exhaló un largo y triste suspiro y luego cerró el ojo. Las piezas metálicas se le cayeron de las manos, aún desmontadas, y empezó a roncar.
Victoire suspiró profundamente y volvió a cerrar los ojos intentando dormir. Más no podía. Le era imposible dormir en aquel lugar. Sus sentidos no paraban de estar alertas a cualquier sonido y el laberinto tenía muchos.
Volvió abrir los ojos y giró el rostro hacia Percy, más éste ya no estaba junto a ella, sino que se había ido a sentar junto a Annabeth. Volvió a cerrar los ojos para ignorar lo que sentía.
—Deberías dormir —escuchó que Annabeth le decía a Percy.
—No puedo —respondió él—, ¿Tú estás bien?
—Claro. Mi primer día guiando una búsqueda. Fantástico. —respondió con ironía.
—Lo encontraremos —le dijo Percy—. Daremos con ese taller antes que Luke.
—Ojalá esta búsqueda tuviese alguna lógica —se quejó ella—. Quiero decir: estamos avanzando, pero no sabemos adonde iremos a parar. ¿Cómo es posible que puedas caminar de Nueva York a California en un día?
—El espacio no es igual dentro del laberinto.
—Ya, ya lo sé. Es sólo... —hubo silencio. Victoire se sintió mal por escuchar su conversación, pero no podía dormir—. Me estaba engañando a mí misma. Todos esos planes y esas lecturas... No tengo ni idea de adonde nos dirigimos.
—Lo estás haciendo muy bien —le dijo él—. Además, nosotros nunca sabemos lo que hacemos. Pero al final siempre nos sale bien. ¿Te acuerdas de la isla de Circe?
Escuchó a Annabeth bufar.
—Estabas muy mono de conejillo de Indias.
¿Qué? ¿Conejillo de indias dijo?
—¿Y el parque acuático de Waterland? ¿Recuerdas cómo nos hiciste salir disparados?
—¿Yo? Pero ¡si la culpa fue tuya!
—¿Te das cuenta? Todo saldrá bien —le aseguró Percy.
Silencio total. Victoire estuvo a punto de abrir los ojos para ver qué había pasado cuando la voz de Annabeth volvió a llegar a sus oídos.
—Percy, ¿a qué se refería Hera cuando dijo que tú y Victoire conocían la manera de cruzar el laberinto?
—No lo sé —dijo él—. De verdad.
—¿Me lo dirías si lo supieras?
—Claro. Aunque quizá...
—¿Qué?
—Quizá si me revelaras el último verso de la profecía... Eso sería de ayuda.
Victoire frunció el ceño, había olvidado ese pequeño detalle sobre la profecía de esa búsqueda. Estaba incompleta. ¿Porque Annabeth lo ocultaba? ¿Acaso era tan malo?
—Aquí no. En medio de la oscuridad, no.
—¿Y esa elección de la que hablaba Jano? Hera ha dicho...
—Basta —lo cortó Annabeth—. Perdona, Percy. Estoy
nerviosa. Pero no... Tengo que pensarlo.
Nuevamente silencio, lo único que alcanzaba a escuchar Victoire era el crujido proveniente del laberinto: el eco de las piedras rozando unas con otras mientras los túneles se transformaban, crecían y se expandían.
Abrió los ojos y le echó un vistazo al par. Ambos estaban sentados, uno junto al otro y en silencio. Ni siquiera se miraban. Victoire volvió a cerrar los ojos y soltó un suspiro.
Tardó un poco en quedarse dormida, pero al final lo hizo por un par de horas. Cuando volvió a despertar la espalda le dolía. Soltó un leve quejido y notó que estaba cubierta por lo hombros con una de las sudaderas de Percy. Un ligero olor a mar desprendía de está y pronto Victoire sintio como algo dentro de ella se removía. Si bien estaban bajo tierra, soplaba una brisa fresca y, conociendo lo amable que era Percy, el chico la había tapado con la sudadera que llevaba en su mochila.
Victoire se la colocó correctamente y miró a los demás: todos estaban dormidos, incluidos Annabeth y Percy que se habían quedado uno junto al otro.
Victoire desvío el rostro de ellos y se levantó para estirar las piernas.
Entonces escuchó unos pasos detrás de ella. Victoire se giró alarmada y vislumbró en la oscuridad del pasillo los pasos envueltos en llamas de la diosa.
En cuestión de segundos tuvo su espada en manos.
—Baja la espada, niña. No estoy aquí para vengarme.... Aún.
Victoire se estremeció de pies a cabeza.
Némesis, al ver qué la chica no bajaba su espada, chasqueo los dedos. Su espada se esfumó y volvió a su cintura. Victoire retrocedió, jadeando de miedo, y volteo a ver sus amigos.
—No intentes despertarlos, no podrán oírte —aseguró la diosa.
Victoire tragó saliva y miró a Némesis con el corazón en la boca.
—Si no viniste a matarme, ¿Qué haces aquí? —preguntó con un nudo en la garganta.
Némesis chasqueo la lengua e hizo un mohín.
—La verdadera pregunta aquí es... ¿Por qué el frasco sigue cerrado? ¿Acaso temes recordar la vil asesina que eres? —escupió la diosa con frialdad.
Victoire se congelo. ¿Cómo lo...
—¿Cómo lo sé? —preguntó la diosa. Río con sorna—, los dioses menores también sabemos cosas, niña.
—Yo decidiré cuando abrir el frasco —respondió ella mostrandose segura. Más por dentro se encontraba temblorosa; Si Némesis decidía cambiar de opinión y atacarla, por más buena guerrera que fuera, no tenía muchas posibilidades de salir victoriosa en un enfrentamiento con la diosa.
Más némesis no dio señal alguna de acercarse a ella. Simplemente la miró con desdén y sonrió fríamente.
—La venganza puede ser tan dulce, Laurent. Pero la tuya será tan agria que ni siquiera toda el azúcar del mundo podrá endulzarla. Buena suerte en el laberinto, no quiero que mueras antes de ver el final de tu amigo.
Y desapareció en la oscuridad del túnel, dejando a una Victoire alarmada y con el corazón en la boca.
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Cuando los demás despertaron, Victoire no comentó al respecto de la corta visita de la diosa que la quería muerta. Ya bastante desalentados se encontraban como para agregarles la noticia de que Némesis estuvo ahí.
Era imposible saber qué hora era por lo que cuando todos estuvieron despiertos y desayunados con unas barritas de cereal y zumos de envasados, emprendieron la marcha de nuevo.
Victoire se acercó a Percy.
—Gracias.
El chico volteo a verlo, extrañado.
—¿Gracias por qué? —preguntó y Victoire señaló la sudadera que traía puesta—. Ah, ya, de nada. Anoche te vi temblando y supuse que tendrías frío. Te queda bien.
Ambos apartaron la mirada del otro, sonrojados.
Continuaron caminando en silencio. Los viejos túneles de piedra pronto le dieron paso a un corredor de tierra con vigas de cedro,como en una mina de oro.
Annabeth empezó a ponerse nerviosa.
—No puede ser —dijo—. Tendría que seguir siendo de piedra.
Llegaron a una cueva con el techo cubierto de estalactitas. En medio, había una fosa rectangular excavada en el suelo de tierra, como si fuera una tumba.
Grover se estremeció.
—Huele igual que el inframundo
Percy iluminó la fosa y en el fondo vieron una sustancia viscosa, tipo moco y burbujosa. Flotando sobre está había una hamburguesa de queso medio mordida. Una mueca de disgusto se formó en el rostro de Tori.
—Nico —dijo Percy. La castaña volteo a verlo—. Ha vuelto a invocar a los muertos.
Tyson se puso a gimotear.
—Aquí ha habido fantasmas. No me gustan los fantasmas.
—Debemos de encontrarlo —dijo Percy mirando a su alrededor. Había un tono de urgencia en él que alertó a Victoire.
—Lo haremos, Percy —dijo apoyando su mano en su hombro. No obstante el chico echo a correr de imprevisto.
—¡Percy! —gritó Annabeth, pero él no se detuvo. Victoire corrió detrás de él—, ¡Tori!
Victoire lo siguió por un túnel donde tuvo que agacharse para pasarlo. La silueta de Percy comenzó a hacerme más visible gracias a una luz del otro lado.
Cuando alcanzó al pelinegro esté se encontraba contemplando la luz del día a través de unos barrotes situados sobre su cabeza.
Victoire, acelerada, alzo la mirada y vio los árboles y el cielo azul al otro lado de las rejillas de tubos. Los demás llegaron con ellos.
—¿Qué es esto? — preguntó Percy.
Entonces una sombra cubrió la rejilla y una vaca se quedó mirándolos desde arriba. Parecía una vaca normal, salvo por su extraño color: un rojo intenso, casi cereza. Victoire frunció el entrecejo extrañada.
¿Qué tipo de vacas eran esas? La vaca mugió, puso la pezuña en una de las barras y retrocedió enseguida.
—Es una rejilla de retención —dijo Grover.
—¿Cómo?
—Las ponen a la salida de los ranchos para que las vacas no se escapen. No pueden andar sobre estas rejillas.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Percy.
Grover resopló, indignado.
—Créeme, si tuvieras pezuñas, sabrías lo que es una rejilla de retención. ¡Son muy molestas!
—Hera mencionó un rancho —le recordó Victoire a Annabeth. Percy se viró hacia ellas.
—Debemos de comprobarlo. Tal vez Nico esté ahí
arriba.
Annabeth vaciló.
—De acuerdo. Pero ¿cómo salimos?
El problema se resolvió gracias a Tyson, quien golpeo con ambas manos la rejilla hasta desprenderla. Está salió disparada por los aires, se escuchó un golpe metálico y luego un mugido sobresaltado. Tyson se sonrojó.
—¡Perdón, vaquita! —gritó.
Luego los izó fuera del túnel.
Aquello era un rancho sin duda alguna. Una serie de colinas que se extendían hacia el horizonte, salpicadas de robles, cactus y grandes rocas. Desde la entrada salía en ambas direcciones una cerca de alambre de espino. Las vacas de color cereza vagaban de acá para allá, pastando entre la hierba.
—Ganado rojo —observó Annabeth—. El ganado del sol.
Entonces Victoire las reconoció.
—¿Cómo? —preguntó Percy.
—Para Apolo son sagradas —señaló Tori mirando a las vacas. Percy alzo una ceja en su dirección, más ella no se percató.
—¿Vacas sagradas? —preguntó él.
—Exacto. Pero ¿qué hacen...?
—Un momento —dijo Grover—. Escucha.
Al principio todo pareció en silencio... pero luego lo captaron: una algarabía de aullidos, cada vez más cercana. La maleza crujió y se removió y enseguida surgieron dos perros. Con un pequeño detalle: que no eran dos, sino un perro galgo con dos cabezas. Éste les gruñía, ladraba y no parecían muy
contentas de verlos.
—¡Perro malo como Jano! —gritó Tyson.
—¡Arf! —le dijo Grover, alzando una mano a modo de saludo.
El perro de dos cabezas mostró los dientes, para nada impresionado de que Grover conociera la lengua animal. Siguió gruñendo en dirección a ellos y Victoire comenzó a maquinar un plan en su cabeza por si esté los atacaba. Entonces su amo surgió de la maleza y todos los planes que se le vinieron en mente se esfumaron. El perro no era el verdadero problema.
Era un tipo descomunal de pelo canoso, con un sombrero de cowboy de paja y una barba blanca trenzada. Llevaba unos vaqueros, una camiseta de «NO ENSUCIE TEXAS» y una chaqueta tejana con las mangas arrancadas para que se le vieran bien los músculos. En el bíceps derecho tenía tatuadas dos espadas cruzadas. Y en la mano sostenía un garrote de madera del tamaño de una cabeza nuclear, con clavos de diez centímetros en la punta.
—¡Aquí, Ortos! —le dijo al perro.
El animal gruñó otra vez para dejar claros sus sentimientos hacia ellos y, dándose la vuelta, fue a sentarse a los pies de su amo. El hombre los miró de arriba abajo, con el garrote preparado.
—¿Qué tenemos aquí? —preguntó—. ¿Ladrones de ganado?
—Simples viajeros —le dijo Annabeth apresuradamente—. Estamos llevando a cabo una búsqueda.
El hombre contrajo los párpados con un tic.
—Mestizos, ¿eh?
—¿Cómo lo sabía...?
Pero Annabeth cortó a Percy con una mano en su brazo y los presentó.
—Yo soy Annabeth, hija de Atenea. Éste es Percy, hijo de Poseidón y ella Victoire, hija de Nike. Grover, el
sátiro. Y Tyson...
—El cíclope —concluyó el hombre—. Sí, ya veo. —Miro a Percy con el ceño fruncido— .Y reconozco a los mestizos porque soy uno de ellos, hijo. Yo soy Euritión, pastor de ganado de este rancho e hijo de Ares. Deduzco que han llegado a través del laberinto, como los otros.
—¿Los otros? —preguntó Victoire intrigada.
—¿Se refiere a Nico di Angelo? —preguntó Percy.
—En este rancho recibimos muchos visitantes procedentes del laberinto —dijo Euritión con aire enigmático—. Pero no muchos salen de aquí.
—¡Hala! —exclamó el pelinegro—. Me siento bienvenido.
El pastor echó un vistazo atrás, como si alguien los estuviera observando. Luego bajó la voz.
—Sólo les diré una cosa, semidioses: vuelvan al laberinto ahora mismo. Antes de que sea tarde.
—No nos iremos —insistió Annabeth—. No hasta que veamos a esos otros semidioses.
—Por favor —agregó Tori mirando con reproche a Annabeth.
Euritión soltó un gruñido.
—Entonces no tengo alternativa: he de llevarlos ante el jefe.
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Victoire no sabía cómo sentirse. Euritión caminaba junto a ellos con el garrote al hombro, por lo que no le daba la sensación de que fueran rehenes. Más había algo en el ambiente que tampoco la hacía sentir como una invitada.
Ortos, el perro de dos cabezas, no paraba de gruñirles y husmear las piernas de Grover y, de vez en cuando, se metía corriendo entre los arbustos para perseguir algún animal, aunque Euritión lo tenía más o menos controlado.
Recorrieron un camino que parecía infinito. Hacia mucho calor, la tierra despedía vaharadas de calor. Los insectos zumbaban entre la vegetación. Al poco rato, todos estaban sudando a mares. Victoire agitaba su mano a cada rato para ahuyentar a las moscas que se arremolinaban al alrededor de ellos.
De vez en cuando veían un cercado de vacas rojas o de animales incluso más extraños.
Pasaron junto a un corral con una valla cubierta de asbesto, en cuyo interior se apiñaba una manada de caballos que sacaban fuego por los ollares. El heno de sus comederos estaba en llamas. La tierra humeaba, pero los caballos parecían bastante mansos.
—¿Para qué son? —preguntó Percy señalando los caballos
Euritión lo miró ceñudo.
—Aquí criamos animales para muchos clientes. Apolo, Diomedes y... otros.
—¿Como quién?
—Basta de preguntas.
Finalmente salieron del bosque. Encaramado en la colina que se alzaba ante ellos, había un rancho enorme de madera y piedra blanca con grandes ventanales.
—¡Parece un Frank Lloyd Wright! —dijo Annabeth.
Más Victoire no entendió a qué se refería. Ascendieron trabajosamente por la ladera.
—No rompan las normas —les advirtió Euritión cuando subieron los escalones del porche—. Nada de peleas. Nada de sacar armas. Y nada de comentarios
sobre el aspecto del jefe.
—¿Por qué? —preguntó Percy—. ¿Qué pinta tiene?
Sin embargo antes de que Euritión pudiera responder, otra voz dijo:
—Bienvenidos al Rancho Triple G.
Victoire abrió los ojos al tope. Al principio solo se vio su cabeza, un rostro bronceado y curtido por la intemperie; el pelo negro y lacio, y un fino bigote oscuro, como los villanos de las películas. Les sonreía, pero su gesto no era amistoso, sino más bien divertida y vil.
Pero lo que dejó atónita a Victoire fue su cuerpo... O más bien en sus cuerpos. Tenía tres: el cuello se le unía al pecho del modo normal, pero además tenía otros dos pechos, uno a cada lado, conectados por los hombros y con una separación de unos pocos centímetros. El brazo izquierdo le nacía del pecho izquierdo, y lo mismo sucedía con el derecho, o sea que tenía dos brazos, pero cuatro axilas, si es que eso tiene sentido. Los pechos se unían a un torso enorme con dos piernas normales, pero muy fornidas. En cada torso lucía una camisa de leñador de distinto color: verde, amarillo y rojo, como un semáforo.
Cabría suponer que, después de ver a Jano y a Briares, ya se habría acostumbrado a la anatomía estrafalaria, pero es que ese tipo venía a ser como tres personas completas
El pastor Euritión le arreó un codazo a Percy, quien también se había quedado boquiabierto al verlo.
—Saluda al señor Gerión.
—¡Hola! —dijo Percy—. Bonitos cuerpos... digo, ¡bonito rancho tiene usted!
Victoire estuvo a nada de darle una colleja cuando Nico di Angelo y Daphne Goldberg salieron inesperadamente al porche por las puertas acristaladas.
—Gerión, no voy a esperar...
Se quedaron helados al verlos.
—¿¡Goldberg!? —exclamó Annabeth, incrédula.
Daphne, sin embargo, esbozó una falsa sonrisa y enfocó su atención en Nico, quien desenvainó su espada, más Victoire se interpuso entre él y Percy. A pesar de que a la mente se le vino la imagen de un niño tierno y dulce, ahora solo podía ver una amenazada a su juramento.
Gerión gruñó al verlo.
—Guarde eso, señor Di Angelo. No voy a permitir que mis invitados se maten unos a otros.
—Pero ellos son...
—Percy Jackson —se adelantó Gerión—, Victoire Laurent, Annabeth Chase y un par de monstruos amigos. Sí, ya lo sé.
—¿Monstruos amigos? —exclamó Grover, indignado.
—Ese hombre lleva tres camisas —dijo Tyson, como si acabara de darse cuenta.
—¡Dejaron morir a mi hermana! —A Nico le temblaba la voz de rabia—. ¡Han venido a matarme!
—No hemos venido a matarte, Nico —aseguró Percy, levantando las manos—. Lo que le pasó a Bianca...
—¡No te atrevas a pronunciar su nombre! ¡No eres digno de hablar de ella siquiera!
—Nico —se metió Daphne, empleando un poco usual tono maternal y colocando una mano sobre el hombro del chico, quien continuaba firme con su espada apuntando a Percy—. Ya habrá tiempo para esto, ¿si? —Victoire miro incrédula a la rizada—, Obedece a Gerión y...
—Un momento —intervino Annabeth, señalando a Gerión—. ¿Cómo es que sabe nuestros nombres?
El hombre de los tres cuerpos le guiñó un ojo.
—Procuro mantenerme informado, querida. Todo el mundo se pasa por el rancho de vez en cuando. Todos necesitan algo del viejo Gerión. Ahora, señor Di Angelo, hágale caso a su amiga y guarde esa horrible espada antes de que ordene a Euritión que se la quite.
Este último suspiró mientras alzaba su garrote lleno de clavos. Ortos gruñó a sus pies.
Nico vaciló. Estaba más delgado y más pálido desde la última vez que Victoire lo había visto. Se preguntó si habría comido algo en la última semana, más no se atrevía a preguntarle, la mirada que les estaba lanzando en ese momento era tan fulminante y fría que Victoire prefirió ahorrarse cualquier comentario. Nico era demasiado joven para estar tan furioso. Ella aún lo recordaba como un niño alegré, con sus cartas de Mitomagia y aquel brillo en la mirada al ver qué el mundo de su juego era real y el formaba parte de éste.
Nico envainó su espada a regañadientes.
—Si te acercas, Percy, haré una invocación para pedir ayuda. Y no te gustaría conocer a mis ayudantes, te lo aseguro.
—Te creo —le dijo él.
Gerión le dio unas palmadas en el hombro.
—Ahí está, todo arreglado. Y ahora, estimados visitantes, síganme. Quiero ofrecerles la visita completa al rancho.
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Gerión tenía una especie de pequeño tren, como esos que circulan por los zoológicos. Éste estaba pintado de blanco y negro, imitando la piel de una vaca. El vagón del conductor tenía unos largos cuernos adosados a la capota y la bocina sonaba como un cencerro.
Nico se sentó en la parte de atrás, seguramente para no perderlos de vista. Daphne se disponía a tomar asiento junto a él cuando Euritión se acomodó a su lado, con su garrote claveteado, y colocándose el sombrero de cowboy sobre los ojos, dispuesto a echarse una siesta.
La rizada bufó y miró mal al hombre y echo un vistazo al tren buscando un asiento libre; Grover y Tyson, para sorpresa de Tori, se habían sentado juntos detrás de Gerión y Ortos, quienes iban en la parte delantera del tren. Mientras que Percy le había tomado de la mano y la guío hasta los asientos continuos a ellos. De modo que Annabeth se sentó detrás de ellos y, para su desgracia, junto a ella estaba el único asiento disponible.
Victoire vislumbró como la rizada apretaba los dientes y tomaba asiento junto a la rubia, quien rodó los ojos y se apartó lo más que pudo de la morena.
—Créeme, Chase —declaró Daphne, cruzándose de brazos—. Este es el último sitio en el que quisiera estar. Lástima que el tren no es más largo.
—Por fin estamos de acuerdo en algo, Goldberg —masculló la rubia, rabiosa—. Aún tienes que dar una explicación de qué rayos estás haciendo aquí cuando Quirón fue muy claro al decirte que no vinieras.
—¡Esto es un rancho enorme! —alardeó Gerión cuando el tren arrancó con una sacudida, interrumpiendo en lo que iba a convertirse en otra disputa entre ambas chicas—. Caballos y ganado sobre todo, pero también toda clase de variedades exóticas.
Llegaron a la cima de una colina y Tori escuchó como Annabeth sofocaba un grito.
—¡Hippalektryones! ¡Pensaba que se habían extinguido!
Fue entonces que Victoire los vio. Al pie de la Colina, había un cercado con una docena de ejemplares del animal más raro que habia visto en su vida: una criatura con la mitad delantera de caballo y la mitad trasera de un gallo. Las patas posteriores eran unas enormes garras amarillas. Tenían un penacho de plumas en la cola y las alas rojas.
Mientras los contemplaba, dos de ellos se enzarzaron en una pelea por un montón de semillas. Terminó ganando el de mayor tamaño y el otro se alejo con un extraño galope, dando saltitos a cada paso.
—¡Ponis gallo! —dijo Tyson, alucinado—. ¿Ponen huevos?
—¡Una vez al año! —respondió Gerión, que les sonreía por el retrovisor—. ¡Muy solicitados para hacer tortillas!
Victoire lo miro atónita.
—¡Eso es horrible! —exclamó Annabeth—. ¡Debe de ser una especie en peligro de extinción!
Gerión hizo un ademán despectivo.
—El oro es el oro, querida. Y seguro que cambiaría de opinión si hubiese probado esas tortillas.
—Qué grosero —murmuró Daphne.
—No es justo —añadió Grover en otro susurro, pero Gerión prosiguió sus explicaciones como si nada.
—Allá abajo —señaló— tenemos los caballos que arrojan fuego por las narices; quizá los hayan visto por el camino. Han sido criados para la guerra, desde luego.
—¿Qué guerra? —le preguntó Percy.
Gerión sonrió con astucia.
—Ah, la primera que se presente... Y allí, a lo lejos, nuestras preciadas vacas rojas, naturalmente.
Victoire alcanzo a ver más de un centenar de cabezas de ganado de color cereza que pastaban por la ladera de la colina.
—¡Cuántas! —se asombró Grover.
—Sí, bueno. Apolo anda demasiado liado para cuidarlas —explicó Gerión—, así que nos ha contratado a nosotros, que las criamos en cantidad. Hay mucha demanda.
—¿Para qué? —preguntó Percy. Victoire comenzó a sospechar al igual que él.
Gerión arqueó una ceja.
—¡Por la carne, desde luego! Los ejércitos han de alimentarse.
—¿Me estás diciendo que sacrifican las sangradas vacas del sol para hamburguesas? —se escandalizo Tori.
—¡Eso va contra las leyes antiguas! —exclamó Grover igual de escandalizado.
—No se exalten, señor sátiro y joven mestiza. Son simples animales.
—¡Simples animales!
—Claro. Y si a Apolo le importara, seguro que nos lo diría.
—Claro, si él tan solo lo supiera —masculló Vi entre dientes. Percy le colocó una mano sobre la rodilla, intentando calmarla. Y funcionó, en automático Victoire sintió como su enojo disminuia.
Ese era una de los efectos que Percy tenía sobre ella, y Tori no estaba segura de si le gustaba eso, o no.
Nico se echó hacia delante.
—Todo esto me trae sin cuidado, Gerión. Teníamos cosas de que hablar. Y no era de esto precisamente.
—Cada cosa a su tiempo, señor Di Angelo. Miren allí: algunos de mis ejemplares exóticos.
El prado siguiente estaba rodeado de alambre de espino e infestado de ciertos monstruos que Victoire identificó al instante: escorpiones gigantes. Eran iguales a los del campamento.
—Rancho Triple G —dijo Percy de repente. Victoire se giró a verlo con una ceja alzada, más éste miraba a Gerión—. Su marca figuraba en esas cajas del campamento. Quintus consiguió aquí sus escorpiones.
—Quintus... —repitió Gerión, pensativo—. ¿Pelo corto y gris, musculoso, profesor de espada?
—Si —respondio ella.
—Nunca he oído hablar de él —declaró. Victoire frunció el ceño, perpleja—. ¡Y ahí están mis preciados establos! Tienen que verlos sin falta.
No obstante cuando estuvieron a trescientos metros de estos, Victoire quiso saltar del tren para alejarse de aquel espantoso olor. Cerca de la orilla de un río verde, divisó un corral del tamaño de un estadio de fútbol. Los establos se alineaban a un lado.
Habría un centenar de animales moviéndose entre la bosta y, cuando Tori decia «bosta», queria decir caca de caballo. Una inmensa cantidad de caca de caballo que por poco y vomita lo poco que había desayunado ese día.
Era la cosa más repulsiva que había visto en toda su vida. Los caballos estaban asquerosos de tanto vadear por allí y los establos se veían igual de repulsivos. Apestaba de un modo indescriptible que incluso a Nico y a Daphne le entraron arcadas.
—¿Qué es eso?
—¡Mis establos! —respondió Gerión—. Bueno, en realidad, son de Augías, pero nosotros nos encargamos de ellos a cambio de una pequeña suma mensual. ¿A que son preciosos?
—¡Son asquerosos! —exclamaron Annabeth y Daphne al mismo tiempo.
La última bufó por lo bajo.
—Montones de caca —comentó Tyson.
—¿Cómo puede tener a los animales de esa manera?—clamó Grover.
—¡Esto es crueldad! —exclamó Tori.
—Me están sacando de quicio entre todos —dijo Gerión—. Son caballos comedores de carne, ¿no lo ven? A ellos les gusta estar en esas condiciones.
—Y usted es demasiado tacaño para hacer que los laven —musitó Euritión desde debajo de su sombrero.
—¡Silencio! —le espetó Gerión—. De acuerdo, quizá los establos dejen que desear. Quizá también a mí me den náuseas cuando el viento sopla hacia donde no debe soplar. Bueno, ¿y qué? Mis clientes siguen pagándome bien.
—¿Qué clientes? —preguntó Percy.
—Ah, se sorprendería, amigo mío, si supiera cuánta gente está dispuesta a pagar por un caballo carnívoro. Son perfectos para triturar deshechos. Fantásticos para aterrorizar a tus enemigos. ¡Ideales para fiestas de cumpleaños! Los alquilamos continuamente.
—¡Es usted un monstruo! —decidió Annabeth.
Gerión detuvo el tren y se volvió a mirarla.
—¿Cómo lo ha descubierto? ¿Por los tres cuerpos?
—Tiene que dejar libres a todos estos animales —dijo Grover—. ¡No hay derecho!
—¿Realmente cree que somos estúpidos? —cuestionó Daphne—, esos clientes de los que tanto alardea no son más que Luke y su estúpido ejército.
—Usted los está suministrando de caballos, comida y todo lo que necesitan —agregó Annabeth junto a ella.
Gerión se encogió de hombros, cosa que resultaba rarísima porque tenía tres pares de hombros. Daba la sensación de que estuviera haciendo la ola él solo.
—Trabajo para cualquiera que pueda pagarme, jovencitas. Soy un hombre de negocios. Y vendo todo lo que tengo.
Bajó del tren y dio unos pasos hacia los establos como si estuviera disfrutando del aire más puro. Habría resultado una bonita vista, con el río, los árboles, las colinas etcétera, de no ser por aquel lodazal de excremento.
Nico descendió de la parte trasera y se acercó a Gerión con ademán furioso. El pastor Euritión no estaba tan adormilado como parecía. Alzó su garrote y salió tras él.
—Estamos aquí por negocios, Gerión —dijo Nico señalando a Daphne. Victoire volteo a verla extrañada. ¿Desde cuando ella apoyaba a Nico en su búsqueda de venganza contra Percy? Nico continuo—. Y aún no me ha respondido.
—Hummm... —Gerión examinó un cactus. Alargó el brazo izquierdo y se rascó el pecho central—. Le ofreceré un buen trato, ya verá.
—Mi fantasma me dijo que podría resultarnos de ayuda, que quizá nos guiaría hasta el alma que andamos buscando.
Aquello descolocó tanto a Victoire como a Percy.
—Un momento —intervino él—. Creía que el alma que buscabas era la mía.
Nico lo miró como si se hubiese vuelto loco, a la vez que Daphne reprimía una risita.
—¿La tuya? ¿Para qué iba a necesitarte a ti? ¡El alma de Bianca vale mil veces más que la tuya! Y bien, Gerión, ¿va a ayudarme, sí o no?
—Eh, supongo que sí —dijo el ranchero—. Por cierto, su amigo el fantasma ¿dónde está?
Nico pareció incómodo.
—No puede cobrar forma visible a plena luz. Le cuesta mucho. Pero anda por aquí.
Gerión sonrió.
—Estoy seguro. Minos suele desaparecer cuando las cosas se complican...
—¿Minos? —preguntó Percy de repente—, ¿Te refieres a ese rey malvado? ¿Es ése el fantasma que ha estado aconsejándote?
—¡No es asunto tuyo, Percy! —Nico se volvió hacia Gerión—. ¿Y qué insinúa con eso de «cuando las cosas se complican»?
El hombre del triple cuerpo suspiró.
—Bueno, verás, Nico... ¿puedo tutearte?
—No.
—Verás, Nico. Luke Castellan ofrece una gran cantidad de dinero por los mestizos. Sobre todo, por los mestizos poderosos. Y estoy seguro de que cuando descubra tu pequeño secreto y sepa quién eres realmente, pagará muy, pero que muy
bien.
Nico sacó su espada, pero Euritión se la arrancó con un golpe de su garrote. Percy hizo el ademán de levantarse, más Victoire vislumbró cuando algo salto directo hacia él.
—¡Percy!
Su instinto actuó por ella. Victoire se interpuso entre el chico y terminó con Ortos sobre ella, gruñendole a centímetros de su cara.
Percy sintió un vuelco en el corazón al ver qué sus dientes estaban muy cerca de la castaña. Rápidamente busco a contracorriente en su bolsillo pero Ortos giró una de sus cabezas hacia él y le gruñó.
—Yo, en su lugar —dijo Gerión dirigiéndose a él—, me quedaría quieto Jackson. De lo contrario, Ortos le destrozará la garganta a la señorita Laurent. Lo mismo va para ustedes —agregó él con dirección a los demás—. Bueno, Euritión, ten la amabilidad de encargarte de Nico.
El pastor escupió en la hierba.
—¿He de hacerlo?
—¡Sí, idiota!
Euritión parecía aburrido, pero rodeó con uno de sus enormes brazos a Nico y lo alzó por los aires, al estilo de un campeón de lucha libre.
—¡Maldito, Sueltalo! —grito Daphne molesta.
Más los dos la ignoraron.
—Recoge también la espada —ordenó Gerión con cara de asco—. No hay nada que me repugne más que el hierro estigio.
Euritión la recogió, cuidándose de no tocar la hoja.
—Bueno —dijo Gerión jovialmente—, ya hemos terminado la visita. Volvamos a la casa, almorcemos y luego enviaremos un mensaje Iris a nuestros amigos del ejército del titán.
—¡Malvado! —gritó Annabeth.
Gerión le sonrió.
—No se preocupe, querida. En cuanto haya entregado al señor Di Angelo, usted y sus amigos, incluida ella—señalo a Daphne—, podrán partir. Yo no me entrometo en las búsquedas. Además, me han pagado generosamente para garantizar su paso, aunque mucho me temo que eso no incluye al señor Di Angelo.
—¡Yo de aquí no me muevo si no es con Nico! —exclamó Daphne, amagando con incorporarse. Sin embargo, y para sorpresa de Victoire (y de la propia Daphne), Annabeth la sostuvo del brazo—. ¿Qué mierda haces, Chase?
—¿Quién le ha pagado? —preguntó Annabeth, ignorando a la rizada y sin soltarla—. ¿Qué quiere decir?
—No se preocupe por eso, querida. ¿Vamos?
—¡Espere! —dijo Percy, y Ortos soltó un terrible gruñido sobre Tori. Percy permaneció completamente inmóvil para que no le arrancara el gaznate de un bocado a la chica—. Usted ha dicho que es un hombre de negocios. Muy bien. Hagamos un trato. Nosotros dos —señaló a Tori—, y usted.
Victoire frunció el ceño y desvío su mirada del perro hacia él. ¿Qué diablos estaba planeando Percy ahora?
Gerión entornó los párpados.
—¿Qué clase de trato, señor Jackson? ¿Acaso disponen de oro?
—Tenemos algo mejor. Hagamos un trueque.
—Pero ustedes no tienen nada que ofrecer.
—Hagalos limpiar los establos —sugirió Euritión con aire inocente.
—¡Eso es! —exclamó Percy—. Si no lo conseguimos, nos retendrá a todos y podrá vendernos a Luke por una buena cantidad de oro.
—Suponiendo que los caballos no los haya devorado primero, señor Jackson —adujo Gerión.
—Aun así, tendría a nuestros amigos —respondio él—. Ahora bien, si lo conseguimos, deberá soltarnos a todos, incluido a Nico.
—¡No! —gritó él—. A mí no me hagas favores, Percy ¡No necesito tu ayuda!
—¡Nico, cállate! —lo interrumpió Daphne.
Gerión rió entre dientes.
—Esos establos, Jackson, no se han limpiado en más de un millar de años... Aunque también es verdad que dispondría de más espacio para alquilar si me librara de toda esa bosta...
—¿Qué tiene que perder?
El ranchero vaciló.
—De acuerdo. Acepto su propuesta, señor Jackson, pero ha de concluir antes de que se ponga el sol. Si fracasan, venderé a sus amigos y me haré rico.
—Trato hecho.
Él asintió.
—Me llevo a sus amigos al rancho. Esperaremos allí.
Euritión le echó una mirada divertida a Percy. Dio un silbido y el perro dejó a Tori para subirse de un salto al regazo de Annabeth, que profirió un grito y no tuvo más remedio que soltar a Daphne. Ambos sabían que Tyson ni Grover, e incluso la rizada, no intentarían nada mientras tuvieran como rehén a Annabeth. Podrían odiarse mutuamente, pero Daphne nunca sacrificaría la vida de un campista.
Percy y Victoire bajaron del tren y se giraron hacia ellos.
—Espero que sepan lo que hacen —les dijo Annabeth en voz baja.
—Y yo —respondió él.
Gerión se puso al volante. Euritión arrastró a Nico al asiento trasero.
—Al ponerse el sol —le recordó Gerión—. Ni un minuto más.
Se rió otra vez de ellos, tocó el cencerro de su bocina y el vehículo-vaca se alejó retumbando por el sendero.
Una vez que estuvieron lo bastante lejos para no verlos, Tori se giró hacia Percy para preguntarle cómo rayos iban a limpiar todas esas toneladas de excremento, cuando Percy se abalanzó sobre ella y la tomó de los hombros.
—No vuelvas a hacer eso.
Victoire se quedó congelada y abrió los ojos sorprendida. Su corazón brincó dentro de su pecho al tener a Percy tan cerca, más éste no parecía percatarse de esto, la miraba con el gesto serio pero a la vez preocupante.
—¿Qué? —musito ella.
Percy suspiró hondo y la soltó.
—No vuelvas a interponer tu vida por la mía —pidio él.
Victoria comprendió.
—Es mi deber Percy, soy tu...
—Lo sé, Vi. Pero no quiero que pongas tu vida en riesgo por mi culpa. Si tú mueres, yo... No puedo perderte, no a ti.
Y como si hubiera reparado en algo, Percy se alejó de ella y comenzó a caminar hacia los establos.
Tori se quedó estupefacta por un momento. Suspiró profundamente, intentando tranquilizar su alocado y acelerado corazón, y comenzó a seguir a Percy.
Tenían toneladas de caca que limpiar.
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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️
¿Qué les está pareciendo el segundo acto por ahora? Se que es algo lento pero las cosas están por ponerse interesantes gg
Seguramente ninguno se esperaba que Daphne estuviera con Nico, ¿Verdad? Jaja sus razones lo sabrán en Metanoia, el cual no puedo decir cuándo será actualizado debido a que Tinta tiene algunos problemas personales. Si Sempiterno está siendo actualizada es porque ella me pidió seguir.
Bien, creo que eso es todo lo que tengo que decir, estoy muy emocionada con esta historia, hace una semana termine de editarla y ya está toda completa gg ahora estoy trabajando en unos capítulos extra que espero les gusten gg
En fin, ¿Alguna idea de algún para algún capítulo extra que les gustaría ver? Dejen sus opciones aquí.
Los estaré leyendo 🖤✨
BARBS JACKSON
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