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𝟣𝟨. 𝖾𝗇 𝖾𝗅 𝗂𝗇𝗍𝖾𝗋𝗂𝗈𝗋 𝖽𝖾𝗅 𝗅𝖺𝖻𝖾𝗋𝗂𝗇𝗍𝗈

🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ chapter sixteen

          ❝inside the maze ❞ 

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Esa noche Victoire soño con Luke. Y no, no soño sobre los viejos tiempos que compartieron juntos, sino que vio a Luke en uno de los camarotes del Princesa Andrómeda, que pronto dedujo que era el suyo.

Las ventanas estaban abiertas y se veía el mar iluminado por la luna. Un viento frío entro por estás y agitó las cortinas de terciopelo.

Luke se hallaba sentado sobre una alfombra Persa frente al sarcófago de oro de Cronos. El resplandor de la luna teñía de blanco su pelo rubio. La última vez que Victoire lo había visto, había sido hace seis meses, cuando esté se presentó en la ciudad y le pidió hablar en son de paz. En ese entonces Luke estaba pálido y delgado, se veía tan débil que sí una brisa de aire lo golpeaba, lo tumbaria.

Ahora parecía estar en perfectas condiciones. Incluso lucía demasiado sano. Iba con una antigua túnica griega llamada chiton y con un himation, una especie de capa que le caía por la espalda. Aquellas vestiduras lo hacían ver como uno de esos dioses menores del Olimpo.

—Según informan nuestros espías, hemos tenido éxito, mi señor —dijo Luke—. El Campamento Mestizo está a punto de enviar un grupo de búsqueda, tal como ha previsto. Y nosotros casi hemos cumplido nuestra parte del trato.

«Excelente —Victoire se quedó helada al escuchar la voz de cronos taladrar en su cabeza—. Una vez que tengamos los medios para orientarnos por el laberinto, yo mismo guiaré a la vanguardia del ejército.»

Luke cerró los ojos, como si estuviera ordenando sus ideas.

—Mi señor, quizá sea demasiado pronto. Tal vez Crios o Hiperión debieran encabezar la marcha...

«No —Aunque tranquila, la voz mostraba gran firmeza—. Yo guiaré al ejército. Un corazón más se unirá a nuestra causa y con eso bastará. Por fin me alzaré completo del Tártaro

—Pero la forma, mi señor... —A Luke empezaba a temblarle la voz, tanto así que Victoire comenzó a preocuparse.

«Muéstrame tu espada, Luke Castellan

Luke sacó su espada. El doble filo de Backbiter tenía un fulgor malvado que antes no había tenido. Victoire había visto aquella espada en el invierno y no tenía aquel fugor. 

«Te entregaste a mí por entero —le dijo Cronos—. Tomaste esa espada en prueba de tu juramento

—Sí, mi señor. Es sólo...

«Querías poder. Te lo di. Ahora estás más allá de todo daño. Muy pronto gobernarás el mundo de los dioses y los mortales junto a la hija de Nike. ¿No deseabas eso? ¿vengarte? ¿No quieres ver destruido el Olimpo?»

Un escalofrío recorría tanto a Luke como a Victoire.

—Sí.

El ataúd emitía un resplandor y su luz dorada inundaba la habitación.

«Entonces prepara la fuerza de asalto. En cuanto se cierre el trato, nos pondremos en marcha. Primero reduciremos a cenizas el Campamento Mestizo. Y una vez eliminados esos héroes engorrosos, menos a la chica, marcharemos hacia el Olimpo.»

Alguien llamó a las puertas del camarote principal. El resplandor del ataúd se desvaneció. Luke se incorporó, con su espada en mano, se arregló sus blancos ropajes y respiró hondo.

—Adelante.

Las puertas se abrieron de golpe. Dos dracaenae —mujeres-reptil con doble cola de serpiente en lugar de piernas— se deslizaron en el interior del camarote. Entre ambas iba una chica que Victoire reconoció por la descripción que le había dado Percy. Esa había sido la empusa que lo atacó en la escuela Goode, Kelli.

—Hola, Luke — le sonrió ella. Iba con un vestido rojo y tenía un aspecto impresionante, más debajo de todo eso ocultaba su verdadero aspecto; piernas desiguales, ojos rojos, aguzados colmillos y un pelo llameante.

—¿Qué quieres, demonio? —preguntó Luke fríamente—. Te he dicho que no me molestaras.

La empusa hizo un mohín.

—Qué poco amable. Pareces muy tenso. ¿Qué te parecería un buen masaje en los hombros?

Victoire hizo una mueca a la vez que Luke retrocedía.

—Si tienes que informar de algo, suéltalo ya. ¡Y si no, fuera!

—No entiendo por qué estás tan enfurruñado últimamente. Antes eras más divertido.

—Eso fue antes de ver lo que le hiciste a ese chico en Seattle.

—Pero él no significaba nada para mí —aducio Kelli—. Sólo era un aperitivo. Tú ya sabes que mi corazón te pertenece, Luke.

Victoire aguanto una arcada. ¿Acaso esa cosa y Luke eran...

—Gracias, pero no. Muchas gracias. Ahora, informa o lárgate.

Kelli se encogió de hombros.

—Muy bien. La avanzadilla está lista, tal como ordenaste. Ya podemos partir... —Frunció el ceño.

—¿Qué pasa? —preguntó Luke.

—Una presencia—dijo ella—. Se te han embotado los sentidos, Luke. Nos están observando.

Victoire se congelo cuando la empusa recorrió el camarote con la vista y se detuvo a unos metros de dónde ella estaba. Su cara se arrugo hasta convertirse en la de una bruja. Mostró sus colmillos y se abalanzó sobre alguien que Victoire no alcanzó a ver.

—¡Jackson! Seguro era él —rugio Luke. Victoire miro atónita el lugar donde la empusa había brincado. ¿Percy había visto lo mismo que ella? ¿La vio también? La empusa gruñó.

—Espera... —el monstruo comenzó a oler el aire y a caminar por el cuarto. Se detuvo frente a ella—, hay otra —masculló, y a nada estuvo de lanzarse hacia Victoire cuando Luke la detuvo.

—¡Alto! Retrocede monstruo —dijo él pudiendo verla ahora. La empusa gruñó, pero obedeció—. Déjenos solos  —ordenó Luke y se acercó a dónde Victoire estaba. Los monstruo se fueron cerrando la puerta y dejándolos solos.

—Tiempo sin verte —le dijo Luke.

—Pareces estar bien —masculló ella; hizo uso de toda su voluntad para no demostrar lo preocupada que estaba por él.

Luke río con desdén.

—No te percibí, incluso kelli tardo en hacerlo. ¿Cómo lo has hecho?

Victoire se encogió de hombros.

—Tal vez tu novia demonio no es tan fuerte como dice.

—Ella no... No es nada mío —repuso Luke.

Victoire se encogió de hombros.

—No me importan tus relaciones Luke. Ni siquiera sé que hago aquí —espetó ella.

Un atisbo de desilusión cruzo por el rostro de Luke pero rápidamente se repuso.  Alzo una mano, como si intentará tocar su ilusión.

—Quisiera que estuvieras realmente aquí... —se detuvo a centímetros de su mejilla. Suspiró y bajó de la mano con rapidez—, no importa. Nos veremos pronto.

—¿Cuando ataques el campamento? —inquirió ella con rudeza.

Luke suspiró y Victoire vislumbró un deje de desilusión en su mirada azúl.

—Es la única forma —alzo la mano y de un movimiento barrio su ilusión.

Victoire despertó abruptamente, sudorosa y con el corazón acelerado.

     
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                              
                  
                        
                              
                        
                        
                        
                  
                        
                        
                  

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Al romper el alba los integrantes del grupo de búsqueda se reunieron en el Puño de Zeus. Victoire portaba sus armas con ella: su cinturón y su brazalete de bronce, que eran visibles para los demás, y su tiara de laurel dorada, la cual siempre llevaba con ella pero que nadie podían ver por un hechizo que su madre le había puesto, únicamente cuando sus alas estaban desplegadas, está se volvía visible.

Hacía una mañana despejada. La niebla había desaparecido y el cielo estaba azul. Los campistas habían asistido a clases, algunos otros volaban en pegaso, otro practicaban con el arco y otros escalaban la pared de lava.

Victoire y sus amigos, entretanto, se sumirían bajo tierra por un tiempo indefinido.

Enebro y Grover se habían apartado un poco del grupo. La ninfa había estado llorando, pero ahora procuraba dominarse para no entristecer a Grover.
No paraba de arreglarle la ropa, de colocarle bien el gorro rasta y sacudirle los pelos de cabra de la camisa. Como no sabían con que se iban a encontrar allá abajo, Grover se vistió como un humano, o sea, con la gorra para ocultar sus cuernos, con unos vaqueros y unas zapatillas con relleno para esconder sus pezuñas de cabra.

Quirón, Quintus y la Señorita O'Leary permanecían junto a los campistas que habían acudido a desearles buena suerte, pero reinaba demasiado ajetreo para que resultase una despedida feliz. Habían levantado un par de tiendas junto a las rocas para hacer turnos de vigilancia. Beckendorf y sus hermanos estaban construyendo una línea defensiva de estacas y trincheras.

Quirón había decidido que era necesario vigilar la entrada del laberinto las veinticuatro horas, solo por si acaso.

—Lamento no quedarme para ayudar, Beck—le dijo Victoire al moreno. Más éste hizo un gesto restandole importancia, enterró con fuerza una estaca y se acercó a ella.

—Estaras ayudando desde allá abajo, creo que eso es más peligroso que vigilar aquí.

Victoire no pudo replicar ante eso. Abrazo a Beckendorf, se despidió de sus hermanos, Jake, Nyssa y Shane y se acercó a dónde Lee Fletcher y will Solace estaban. Abrazo a ambos rubios por los hombros y estos la levantaron del suelo un par de centímetros.

—Ten cuidado allá abajo —le dijo Lee al separarse.

—Lo tendré —respondió ella—. Ustedes tengan cuidado acá arriba.

—Lo tendremos, Lee organizará los turnos de patrullaje con Clarisse, Malcolm, y los Stoll. No dejaremos de vigilar la entrada en ningún momento —le dijo Will.

—Bien, deben estar preparados por cualquier cosa.

Ambos rubios asintieron y se alejaron para dejar que Silena se despidiera de ella. La hija de afrodita la atrajo en un gran abrazo.

—Ten cuidado, Tori —le pidió Silena con la voz cortada.

Tori asintió y se separó de ella.

—Sé que a tu cabaña no le van la peleas ni nada de eso pero...

—Entrenaran —le dijo Silena—. No vamos a dejar que nuestro hogar sea destruido.

Victoire le sonrió, orgullosa, y asintió en su dirección.

—Bien.

Silena se marchó y Tori se acercó a Annabeth.

La rubia escrutaba el grupo que había ido a despedirlos, como si estuviera buscando a alguien entre ellos. Más por su gesto Victoire dedujo que se encontraba decepcionada. Percy y Tyson se acercaron a ellas con sus mochilas en hombro.

—Tienes una pinta horrible, Percy —dijo Annabeth y Victoire volteo a verlo. El chico tenía ojeras debajo de los ojos y lucia cansado, como si no hubiera dormido nada.

¿Será que al final Luke había tenido razón y Percy había estado en el mismo eh.... Sueño que ella? En realidad  Victoire ni siquiera sabia sí llamar aquello un sueño.

—Ha matado la fuente esta noche —les susurró Tyson en tono confidencial.

—¿Qué? —dijo ellas al unísono.

Antes de que Percy pudiera explicarles, Quirón se acercó al trote.

—Bueno, parece que ya estan preparados.

Procuraba parecer optimista, aunque todos notaron que estaban muy preocupado. Victoire no quería asustarlo más, pero era necesario advertirle lo que vio.

—Quirón, ¿Puedo hablar contigo un minuto?

El centauro asintió y ambos se alejaron un poco del grupo.

—¿Qué sucede Tori?

—Anoche soñé con Luke y Cronos, y no vi nada bueno.

Tori le contó todo lo más rápido que pudo a Quirón. Este escuchó atentamente cada palabra que dijo y frunció el ceño, preocupado, cuando Victoire mencionó que el mismísimo titán sería el que encabezaria el ataque.

—Me lo temía —dijo él—, una lucha contra mi propio padre... No tendríamos oportunidad.

Oir eso solo preocupó mas a Victoire, sin embargo Quirón se dio cuenta y apoyo una mano sobre su hombro en señal de apoyo.

—Gracias por decirme Tori, está información será de ayuda.

Victoire asintió y se dispuso a regresar con los demás cuando Percy se acercó a ambos.

—¿Puedo pedir un favor Quirón?

—Claro muchacho.

Victoire los dejo solos para que hablaban.

—¿Todo bien? —le preguntó Annabeth. Victoire solo asintió. Ya bastante preocupación tenían arriba con la búsqueda que estaban por emprender para darles más—. ¿Por qué tardarán tanto? —pregunto ella tras esperar un rato a Percy y a Quirón.

Curiosa, se acercó a ambos.

—Vengan, vayamos subiendo —les indicó Tori a Tyson y Grover.

Annabeth y Percy los alcanzaron casi al instante. Victoire escrutó con la mirada la grieta entre los dos bloques: aquella entrada que estaba a punto de tragarlos.

—Bueno —dijo Grover, nervioso—. Adiós, luz del sol.

—Hola, rocas —asintió Tyson.

Y los cinco se sumieron en la oscuridad.

     
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                              
                        
                        
                        
                  
                       
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Apenas habían caminado treinta metros y ya estaban completamente perdidos. El túnel donde estaban era redondo como una alcantarilla, tenía paredes de ladrillo rojo y ojos de buey con barrotes de hierro cada tres metros. Victoire creyó oir voces al otro lado, pero también podía deberse al viento.

Annabeth hizo todo lo que pudo para guiarlos, les indicó pegarse a la pared de la izquierda.

—Si ponemos todo el rato la mano en el muro de la izquierda y lo seguimos —dijo—, deberíamos encontrar la salida haciendo el trayecto inverso.

Por desgracia, apenas lo hubo dicho la pared izquierda desapareció y, sin saber cómo, se encontraron en medio de una cámara circular de la que salían ocho túneles.

—Hummm... ¿por dónde hemos venido? —preguntó Grover, nervioso.

—Sólo hay que dar la vuelta —dijo Annabeth.

Cada uno se volvió hacia un túnel distinto. Era absurdo. Ninguno de ellos era capaz de decir por dónde se regresaba al campamento.

—Las paredes de la izquierda son malas —dijo Tyson—. ¿Ahora por dónde?

Con el haz de luz de su linterna, Annabeth barrió los arcos de los ocho túneles, los cuales, para Tori, eran idénticos.

—Por allí —decidió.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Percy.

—Razonamiento deductivo.

—O sea... te lo imaginas.

—Tú sígueme —replicó ella.

El túnel que había elegido se estrechaba rápidamente. Los muros se volvieron de cemento gris y el techo se hizo tan bajo que enseguida tuvieron que avanzar encorvados. Tyson se vio obligado a arrastrarse. Lo único que se oía era la respiración agitada de Grover.

—No lo soporto más —murmuró éste—. ¿Ya hemos llegado?

—Apenas llevamos cinco minutos aquí—le dijo Tori.

—Ha sido más tiempo —insistió Grover—. ¿Y por qué habría de estar Pan aquí abajo? ¡Esto es justo lo contrario de la naturaleza silvestre!

Siguieron arrastrándose. Cuando ya creian que el túnel iba a volverse tan estrecho que acabaría aplastandolos, se abrió bruscamente en una sala enorme. Tori enfocó paredes con su linterna y Percy, junto a ella, soltó una exclamación.

—¡Hala!

Toda la estancia estaba cubierta de mosaicos. Los dibujos se veían mugrientos y descoloridos, pero aún era posible identificar los colores: rojo, azul, verde, dorado. El  friso mostraba a los dioses olímpicos en un festín; Poseidón, el padre de Percy, con su tridente, le daba unas uvas a Dioniso para que las convirtiera en vino. Zeus se divertía con los sátiros y Hermes volaba por los aires con sus sandalias aladas.

Eran imágenes bonitas, pero no demasiado fieles.

Victoire había vivido con ellos y sabía que Dioniso no eran tan apuesto como lo pintaban y Hermes no tenía la nariz tan grande.

En medio de la estancia se alzaba una fuente con tres gradas. Daba la impresión de que llevaba seca mucho tiempo.

—¿Qué es esto? —musitó Percy—. Parece...

—Romano —concluyó Annabeth—. Estos mosaicos deben de tener unos dos mil años de antigüedad.

—Pero ¿cómo pueden ser romanos? —preguntó Percy.

—El laberinto es un conjunto de retazos —explicó Annabeth—. Ya te lo dije. Continuamente se expande e incorpora nuevas piezas. Es la única obra arquitectónica que crece por sí misma.

—Lo dices como si estuviera viva.

Victoire quiso decirle que si lo estaba, cuando por el túnel que tenían delante les llegó el eco de una especie de lamento.

—No hablemos de si está vivo —gimoteó Grover—. Por favor.

—Vale —accedió Annabeth—. Adelante.

—¿Por el pasadizo con ruidos feos? —dijo Tyson.

Incluso él parecía nervioso.

—Sí —respondió ella—. El estilo arquitectónico se va volviendo más antiguo. Eso es buena señal. El taller de Dédalo debería estar en la zona más vieja.

La lógica de Annabeth parecía tener sentido, pero muy pronto el laberinto empezó a jugar con ellos.
Avanzaron quince metros y el túnel volvió a ser de cemento, con las paredes llenas de tuberías y cubiertas de graffitis hechos con spray.

—Me parece que esto no es romano —dijo Percy con amabilidad.

Annabeth respiró hondo, como si estuviera contando mentalmente para no lanzarse sobre él, y siguió avanzando. Cada pocos metros, los túneles se curvaban, giraban y se ramificaban. El suelo bajo sus pies pasaba del cemento al ladrillo y al barro desnudo, y volvían a empezar.

No había ninguna lógica. Se tropezaron con una bodega provista de infinidad de botellas polvorientas alineadas en estantes de madera. Como si estuvieran cruzando el sótano de una casa, con la única diferencia de que no había salida al exterior, sólo más túneles que seguían adelante.

Luego el techo se convirtió en una serie de planchas de madera y oyeron voces por encima de sus cabezas y un crujido de pisadas, como si estuvieran caminando por debajo de un bar o algo parecido.

Era tranquilizador oír gente, pero —una vez más— no podian llegar a ellos. Estában atrapados allá abajo sin ninguna salida y Victoire comenzaba a inquietarse.

Fue entonces que encontraron el primer esqueleto.

Estaba vestido con ropas blancas, como una especie de uniforme. Al lado, había una caja de madera con botellas de vidrio.

—Un lechero —dijo Annabeth.

—¿Qué? —pregunto Percy.

—Antes repartían la leche de casa en casa —explicó Tori.

—Ya, pero... eso debía de ser cuando mi madre era pequeña, hará un millón de años. ¿Qué hace éste aquí?

—Algunas personas entraron por error —dijo Annabeth—. Otras vinieron decididas a explorar y no lograron salir. Hace mucho, los cretenses incluso enviaban gente aquí abajo como si se tratara de un sacrificio humano.

Grover tragó saliva.

—Este lleva aquí mucho tiempo. —Señaló las botellas, cubiertas de polvo.

Por la forma en que los dedos del esqueleto estaban aferrados a la pared del ladrillo, Victoire llegó a la conclusión de que aquella persona había muerto intentando hallar una salida.

—Sólo huesos —dijo Tyson—. No te preocupes, niño cabra. El lechero está muerto.

—El lechero me tiene sin cuidado —replicó Grover—. Es el olor. A monstruos. ¿No lo notas?

Tyson asintió.

—Montones de monstruos. Pero los subterráneos huelen así. A monstruo y a lechero muerto.

—Ah, genial —gimió Grover—. Creía que tal vez me
equivocaba.

—Ojalá estén equivocados —murmuró Vic.

—Hemos de internarnos más en el laberinto —dijo Annabeth—. Tiene que haber un camino para llegar al centro.

Los guió hacia la derecha y luego hacia la izquierda a través de un pasadizo de acero inoxidable, como una especie de respiradero, y llegaron otra vez a la estancia romana con el mosaico y la fuente.

Pero esta vez no estaban solos.

Victoire abrió la boca, impresionada. Lo primero que le llamó la atención de él fueron sus caras. Porque si, este no tenía una sola como la gente normal, sino que tenía dos. Le sobresalían a uno y otro lado de la cabeza y cada una miraba por encima de un hombro, o sea que tenía una cabeza mucho más ancha de lo normal, como una especie de tiburón martillo.

De frente, lo único que se veía eran dos orejas superpuestas y dos patillas que parecían un reflejo exacto la una de la otra. Iba vestido como un conserje de Nueva York, es decir, con un largo abrigo negro, zapatos relucientes y un sombrero de copa negro que lograba sostenerse, sabrá quién como, por encima de su ancha cabeza.

—¿Annabeth? —dijo su cara izquierda—. ¡Deprisa!

—No le haga ni caso —intervino la cara derecha—. Es muy grosero. Venga por este lado, señorita.

Annabeth se quedó boquiabierta.

—Eh... yo...

Tyson frunció el ceño.

—Ese tipejo tiene dos caras.

—El tipejo también tiene oídos, ¿sabes? —lo reprendió la cara izquierda—. Venga, señorita.

—No, no —insistió la cara derecha—. Por aquí, señorita. Hable conmigo, por favor.

El hombre de las dos caras observó a Annabeth lo mejor que pudo, o sea, con el rabillo de los ojos. Era imposible mirarlo de frente a menos que te centraras en uno u otro lado. Y fue entonces que Tori comprendió lo que buscaba: que Annabeth eligiera un lado.

Detrás de él, había dos salidas con grandes puertas de madera y gruesos cerrojos de hierro. La primera vez que habían cruzado la estancia no había ninguna puerta. El conserje de las dos caras sostenía una llave plateada que se iba pasando de la mano izquierda a la derecha, y viceversa.

A sus espaldas, había desaparecido la entrada por la que acababan de llegar. Ahora sólo había mosaico. No podían volver sobre sus pasos.

—Las salidas están cerradas —observó Victoire.

—¡Todo un descubrimiento! —dijo, burlona, la cara izquierda. Victoire frunció el entrecejo ofendida.

—¿Adonde conducen? —preguntó Annabeth señalando las puertas.

—Una lleva probablemente adonde usted quiere ir— dijo la cara derecha de forma alentadora—. La otra, a una muerte segura.

—Ya... ya sé quién es usted —balbuceó Annabeth.

—¡Ah, qué lista! —replicó con desdén la cara izquierda—. Pero ¿sabe qué puerta debe escoger? No tengo todo el día.

—¿Por qué tratan de confundirme? —preguntó Annabeth.

La cara derecha sonrió.

—Ahora usted está al mando, querida. Todas las decisiones recaen sobre sus hombros. Es lo que quería, ¿no?

—Yo...

—La conocemos, Annabeth —dijo la cara izquierda—. Sabemos con qué dilema se debate un día tras otro. Conocemos su indecisión. Tendrá que elegir tarde o temprano. Y la elección quizá acabe matándola.

Ninguno, aparte de Annabeth, entendía de lo que estaba hablando ese tipejo, pero sonaba como si se tratara de elegir entre algo más que dos simples puertas.

Annabeth palideció.

—No... yo no...

—Déjenla tranquila —intervinó Percy.

—¿Quiénes son ustedes ?—preguntó Victoire.

—Soy su mejor amigo —respondió la cara derecha.

—Soy su peor enemigo —aseguró la izquierda.

—Soy Jano —dijeron las dos caras a la vez—. Dios de las puertas. De los comienzos, de los finales. De las elecciones.

—Pronto nos veremos las caras, Perseus Jackson y Victoire Laurent  —sentenció la cara derecha—. Pero ahora es el turno de Annabeth —Se echó a reír con aire frívolo—. ¡Qué divertido!

—¡Cierra el pico! —exigió la cara izquierda—. Esto es muy serio. Una elección equivocada podría arruinar su vida entera. Puede matarla a usted y a todos sus amigos. Pero no se agobie, Annabeth. ¡Escoja!

Como si hubiera caído en cuenta de algo, Percy se dirigió a Annabeth.

—¡No lo hagas! —le rogó

—Me temo que ha de hacerlo —dijo alegremente la cara derecha.

Annabeth se humedeció los labios.

—Escojo...

Antes de que pudiera señalar una puerta, una luz deslumbrante iluminó la estancia.

Jano alzó las manos a uno y otro lado para protegerse los ojos. Cuando la luz se extinguió, había una mujer junto a la fuente.

Era alta y esbelta, con una cabellera de color chocolate recogida en trenzas y entrelazada con cintas doradas. Llevaba un sencillo vestido blanco, pero la tela temblaba y cambiaba de color al moverse, como la gasolina sobre el agua. Victoire frunció el entrecejo al ver a Hera.

—Jano —dijo—, ¿ya estamos otra vez causando problemas?

—¡N-no, mi señora! —tartamudeó la cara derecha.

—¡Sí! —admitió la izquierda.

—¡Cierra el pico! —masculló la derecha.

—¿Cómo? —preguntó la diosa.

—¡No me refería a usted, mi señora! ¡Hablaba conmigo!

—Ya veo —dijo Hera—. Sabes que tu visita es prematura. La hora de la muchacha no ha llegado. Así que soy yo la que te plantea una elección: déjame a estos héroes a mí o te convertiré en una puerta y luego te echaré abajo.

—¿Qué clase de puerta? —quiso saber la cara izquierda.

—¡Cierra el pico! —dijo la derecha.

—Porque las puertas acristaladas son bonitas —adujo la izquierda, pensativa—. Un montón de luz natural.

—¡Cierra el pico! —aulló la derecha—. ¡Usted no, mi señora! Claro que me iré. Sólo estaba divirtiéndome un poco. Es mi trabajo: plantear elecciones.

—Provocar indecisión —corrigió ella—. ¡Ahora, desaparece!

La cara izquierda murmuró «Aguafiestas», Victoire abrió los ojos, sorprendida por la forma en que le dijo a la Reina de los dioses. Jano alzó la llave plateada, la insertó en el aire y desapareció.

Hera se volvió hacia ellos y Victoire tragó saliva a la vez que sentía que su corazón se encogia. «Déjame estos héroes a mí.» había dicho, y aquello tenía muy mala pinta.

Sin embargo Hera les sonrió.

—Deben de tener hambre —dijo—. Siéntense conmigo y hablemos.

Bastó un ademán suyo para que empezara a manar la fuente romana. Varios chorros de agua clara salieron disparados por el aire. Apareció una mesa de mármol repleta de bandejas de sandwiches y jarras de limonada.

—Muchas gracias, su majestad —agradecio Victoire inclinando la cabeza, más la diosa no hizo el menor gesto de dirigirse a ella.

Percy miro a la mujer con confusión.

—¿Quién... quién eres? —le preguntó.

—Soy Hera. —La mujer sonrió—. La reina de los cielos.

—Ah.

Fue todo lo que respondió Percy y los cinco tomaron asiento en la mesa. Hera les sirvo sandwiches y limonada.

—Grover, querido —dijo—, utiliza la servilleta. No te la comas.

—Sí, señora —murmuró él.

—Tyson, te estás consumiendo. ¿No quieres otro sandwich de mantequilla de cacahuete?

El interpelado reprimió un eructo.

—Sí, guapa señora.

—Reina Hera —dijo Annabeth—. No puedo creerlo.

— ¿Qué la trae al laberinto? —pregunto Tori terminando de comer un sandwich.

Pero Hera solo le sonrió a Annabeth. Dio un golpecito con un dedo y el pelo de la rubia se peinó por sí solo. Toda la mugre y el polvo desaparecieron de su rostros. Victoire y Percy compartieron una mirada intrigada.

¿Acaso la diosa estaba molesta con ella?

—He venido a veros, desde luego —dijo la diosa.

Victoire se estremeció, más intento ocultar su nerviosismo. Normalmente, cuando los dioses te buscan no es a causa de su bondad. Es porque quieren algo.

Lo cual no impedía que siguieran zampando bocadillos y bebiendo limonada. Ninguno se había percatado del hambre que tenían; Tyson se tragaba un sandwich de mantequilla de cacahuete tras otro.
Grover estaba entusiasmado con la limonada y masticaba los vasos de plástico como si fuesen el cono de un helado. Percy, por su parte, se hubiera adueñado de los sandwiches de pavo con queso sino fuera porque Victoire no podía comer de los otros.

Era muy consciente de que la chica era alérgica al mani, por lo que cuando Tyson le ofreció a la castaña uno de los de mantequilla de cacahuate, Percy se apresuró a decirle que no podía por su alergia.

Tyson alejó la bandeja lo más que pudo de Tori.

—No creía... —Annabeth titubeó mirando a la diosa—. Eh, no creía que le gustarán los héroes.

Hera sonrió con indulgencia.

—¿Por aquella pequeña trifulca con Hércules? —preguntó Hera. Victoire alzo una ceja y la miró escéptica. ¿Había dicho pequeña?—. ¡Hay que ver la cantidad de mala prensa que he llegado a tener por un solo conflicto!

—¿No intentó matarlo, eh... un montón de veces? —preguntó Annabeth.

Hera hizo un gesto desdeñoso.

—Eso ya es agua pasada, querida. Además, él era uno de los hijos que mi amantísimo esposo tuvo con otra mujer. Se me acabó la paciencia, lo reconozco. Pero desde entonces Zeus y yo hemos asistido a unas excelentes sesiones de orientación conyugal. Hemos aireado nuestros sentimientos y llegado a un acuerdo. Sobre todo, después de ese último incidente menor.

—¿Habla de cuando tuvo a Thalia? —preguntó Percy. pero de inmediato se arrepentio.

En cuanto oyó el nombre de su amiga, la hija mestiza de Zeus, los ojos de Hera se volvieron hacia él con una expresión glacial que alertaron a Tori.

—Percy Jackson, ¿no es eso? Una de las... criaturas de Poseidón. —Por la forma en la que dijo «criaturas» Victoire sospecho que en realidad tenía otra palabra en mente—. Por lo que yo recuerdo, en el solsticio de invierno voté a favor de dejarte vivir. Espero no haberme equivocado.

Ante la insinuación de la diosa, Victoire se tenso y la diosa lo notó. Fue entonces que finalmente poso su mirada sobre ella, más está fue fría y dura.

—Victoire Laurent —y la miró con reproche—, no entiendo porque mi esposo te tiene tanto afecto pero hizo tan mal en dejar que te contarán la profecía. Lo único que hiciste fue condenarnos a todos con tu estúpido juramento.

Victoire se encogió en su lugar, la fuerza de la diosa podía intimidar a cualquiera. No obstante al sentir la mano de Percy sujetar la suya por debajo de la mesa, le dio las fuerzas necesarias para alzar la mirada y mirar a la diosa directamente a los ojos.

—Y lo volvería hacer, diosa Hera.

Todos se congelaron en su lugar y voltearon a ver a la diosa, temerosos por su reacción. Más está solo escrutó fríamente a la castaña y se volvió de nuevo hacia Annabeth con una sonrisa radiante.

—A ti, en todo caso, no te guardo ningún rencor, querida muchacha. Comprendo las dificultades de tu búsqueda. Sobre todo cuando tienes que vértelas con alborotadores como Jano.

Victoire se quedó perpleja. Annabeth, por otro lado, bajó la vista.

—¿Por qué habrá venido aquí? Me estaba volviendo loca.

—Lo intentaba —asintió Hera—. Debes comprenderlo, los dioses menores como él siempre se han sentido frustrados por el papel secundario que desempeñan. Algunos, me temo, no sienten un gran amor por el Olimpo y podrían dejarse influenciar fácilmente y apoyar el ascenso al poder de mi padre.

—¿Su padre? —preguntó Percy en voz baja.

Victoire asintió.

Percy había olvidado que Cronos también era el padre de Hera, además de ser el de Zeus, de Poseidón y de los olímpicos más antiguos.

—Debemos vigilar a los dioses menores —prosiguió Hera—. Jano, Hécate, Morfeo. Todos ellos defienden el Olimpo de boquilla y no obstante...

—Por eso se ausentó Dioniso —recordó Percy—. Para supervisar a los dioses menores.

—Así es. —Hera contempló los descoloridos mosaicos de los olímpicos—. Verás: en tiempos revueltos hasta los dioses pierden la fe. Y entonces empiezan a depositar su confianza en cosas insignificantes; pierden de vista el cuadro general y se comportan de un modo egoísta. Pero yo soy la diosa del matrimonio, ¿sabes? Conozco las virtudes de la perseverancia. Hay que alzarse por encima de las disputas y el caos, y seguir creyendo. Has de tener siempre presentes tus objetivos.

—¿Cuáles son sus objetivos? —preguntó Annabeth.

Ella sonrió.

—Conservar a mi familia unida, naturalmente. A los olímpicos, me refiero. Y por ahora, la mejor manera de hacerlo es ayudándolos a ustedes, a todos —señaló mirando a Tori con algo de recelo—. Zeus no me permite interferir demasiado, la verdad. Pero una vez cada siglo más o menos, siempre que sea en favor de una búsqueda que me importe especialmente, me permite conceder un deseo.

Victoire miro con recelo a la diosa.

—¿Un deseo? —preguntó ella.

—Para Annabeth —dijo Hera—. Antes de que lo formules, déjame aconsejarte, eso puedo hacerlo gratis. Ya sé que buscas a Dédalo. Su laberinto me resulta tan misterioso a mí como a ti. Pero si quieres conocer su destino, yo en tu lugar iría a ver a mi hijo Hefesto a su fragua. Dédalo fue un gran inventor, un mortal del gusto de Hefesto. No ha habido ningún otro al que haya admirado más. Si alguien se ha mantenido en contacto con Dédalo y conoce su destino, ése tiene que ser Hefesto.

—Pero ¿cómo podemos llegar allí? —preguntó Annabeth—. Eso es lo que deseo. Quiero encontrar el modo de orientarme en el laberinto.

Hera pareció decepcionada.

—Sea. Sin embargo, deseas algo que ya te ha sido concedido.

—No entiendo.

—Ese medio de orientación lo tienes a tu alcance —Hera miro a Tori y a Percy, pero mantuvo más tiempo su mirada en él—. Ambos conocen la respuesta

—¿Yo? —preguntó al unísono, incrédulos.

—Sobretodo Percy —indicó Hera.

—Pero eso no es justo —repusó Annabeth—. ¡No me estas diciendo qué es!

Hera movió la cabeza.

—Conseguir algo y saber utilizarlo son cosas distintas. Estoy segura de que tu madre, Atenea, coincidiría conmigo.

Algo parecido a un trueno lejano retumbó en la sala. Hera se levantó.

—Debo irme. Zeus empieza a impacientarse. Piensa en lo que te he dicho, Annabeth. Busca a Hefesto. Tendrás que cruzar el rancho, imagino. Pero tú sigue adelante. Y utiliza todos los medios disponibles, por más comunes que parezcan.

Señaló las puertas y ambas se disolvieron, mostrando la boca de dos oscuros corredores.

—Una última cosa, Annabeth. Sólo he aplazado el día en que hayas de elegir, no anulado. Pronto, como ha dicho Jano, tendrás que tomar una decisión. ¡Adiós!

Agitó la mano y se transformó en humo blanco. Lo mismo sucedió con la comida, justo cuando Tyson estaba a punto de engullir otro sandwich, esté se le esfumó en la boca. La fuente goteó y se detuvo. Los mosaicos de las paredes se difuminaron y se volvieron mugrientos de nuevo.

La estancia ya no era un lugar donde apeteciera
celebrar un picnic.

Annabeth pateó el suelo.

—¿Qué clase de ayuda es ésta? «Toma, cómete un sandwich. Pide un deseo. ¡Ah, no puedo ayudarte! ¡Puf!»

—¡Puf! —asintió Tyson con tristeza, mirando su plato vacío.

—Asi es Hera —hablo Tori.

—Bueno. —Grover respiró hondo—. Ha dicho que Percy y Tori conocen la respuesta. Ya es algo.

Todos los miraron.

—Pero no la sé —se lamentó él—. No tengo ni idea de qué quería decir.

—Ni yo —dijo ella.

Annabeth suspiró.

—Muy bien. Entonces vamos a seguir.

—¿Por dónde? —quiso saber Victoire.

Pero justo entonces Grover y Tyson se pusieron alerta y se levantaron a la vez, como si lo hubiesen ensayado.

—Por la izquierda —dijeron los dos.

Victoire frunció el ceño.

—¿Cómo estan tan seguros?

—Porque algo viene por la derecha —contestó Grover.

—Algo grande —asintió Tyson—. Y muy deprisa.

—La izquierda me parece muy bien —concordó Percy.

Y se zambulleron en el oscuro pasadizo.

     
                        
                  

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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️

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