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🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ Chapter eleven

          ❝ the prophecy ❞ 

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Un silencio sobrecogedor inundó la estancia. Victoire se encontraba con el corazón en la boca. Ninguno de los dioses parecía capaz de decir algo. ¿Acaso había sido grosera en su forma de pedirles saber sobre la profecía? Según ella lo había pedido de buena forma..

¿O es que acaso está era tan peligrosa que ninguno quería ser el que hablara sobre ella? ¿Tan importante era para ellos?

Eran tantas las dudas de Victoire en su cabeza, que pronto se sintió mareada.

Zeus la miró fijamente y ella le regresó la mirada. No la apartó o bajo la cabeza intimidada, sino que se la mantuvo con la cabeza en alto. Necesitaba saber la verdad, no importaba que por dentro se estuviera muriendo de los nervios, ella debía saber aquella profecía.

Finalmente Zeus se giró hacia Hermes.

—Busca a Nike, dile que venga de inmediato.

—Si señor — respondió éste y desapareció en un brillo radiante que hizo que tanto Victoire como sus amigos girarán el rostro.

Algunos dioses empezaron a hablar entre murmullos. Victoire se removió en su lugar incómoda ante aquel tenso ambiente.

—¿Vi?

La voz de Percy detrás suyo la sobresaltó. Victoire giró en su lugar y finalmente se animó a ver a los ojos al chico. Detrás de ellos Annabeth y Grover charlaban sobre algo que ambos desconocían.

—¿Estás bien? —le preguntó Percy.

Victoire se mordió el labio nerviosa.

—Yo... No sé como sentirme —confesó—. Esta profecía parece ser importante, y sé que me incumbe en algo pero, ¿Qué tanto? ¿Que papel tengo en todo esto? Y si... ¿Y si no estoy a la altura? ¿O si es algo realmente malo? Yo... Yo no sé que pensar.

Victoire estaba tan afligida que Percy sintió el impulso de querer abrazarla. Más la presencia de los once dioses, incluido su padre, en el salón lo detuvo de hacerlo. Al parecer tenía más valor para combatir monstruos que para abrazar a una chica.

Percy no tuvo tiempo de responderle algo porque en ese momento Hermes regresó. Entró por las puertas del salón seguido por una mujer que Percy nunca había visto antes pero que enseguida identifico como la diosa Nike, la madre de Victoire; ambas tenían el mismo cabello castaño, solo que el de su madre era un poco más ondulado. La nariz era la misma, y la forma de los labios también. Lo único diferente eran sus ojos. Nike tenía los ojos de un color azul grisáceo, mientras que Victoire los tenía castaños.

Eso, sin contar las enormes alas doradas replegadas en la espalda de la diosa, eran lo único que las diferenciaba.

Nike cruzó el salón, no sin antes sonreírle levemente a Victoire al pasar junto a ellos. Caminó hasta el trono de Zeus y se arrodillo ante el.

—Mi señor —saludo la diosa, se levantó y se giró hacia Hera—. Mi señora. Dioses mayores —inclinó la cabeza hacia los demás—. ¿Se ha solicitado mi presencia?

—Asi es Nike, te he llamado porque tu hija, Victoire, ha solicitado saber la profecía de la guardiana. Al ser tu hija, creo que deberías formar parte de la desición de si contarle o no dicha profecía.

—Se lo agradezco, mi señor —dijo Nike y se colocó junto al trono de Zeus con la cabeza en alto.

—Hagamos esto rápido; Los que estén a favor de que Victoire oiga la profecía, levanten la mano —pidio Zeus.

Para sorpresa de Victoire muchos votaron a su favor; Poseídon, Hermes, Afrodita, Dionisio. Incluso Atenea levanto la mano. Artemisa cumplió su palabra y alzo la mano al igual que su gemelo Apolo. Pero otros dioses como Ares, Hera, Hefesto y Demeter se abstuvieron.

Todos voltearon hacia Nike, quien finalmente levantó la mano tras un par de minutos de meditación. Victoire suspiró un tanto aliviada y  miro a su madre con una sonrisa. Más está no se la devolvió.

—Bien, es mayoría. Victoire, es hora de que oigas la profecía de la guardiana. ¿Prefieres hacerlo a solas? —le preguntó Zeus a Nike. Está asintió—. Bien, que así sea entonces. Mientras tanto, ¡Que empiece la celebración triunfal!

Pero Victoire no se quedó para ver cómo el salón era decorado para un fiesta. Sino que siguió a su madre al exterior del salón dejando a un Percy preocupado por ella.
     
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                  

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Victoire siguió a su madre por las calles del Olimpo. Estás se encontraban a esas horas de la mañana atiborradas de semidioses, espíritus de la naturaleza y dioses menores que iban y venian caminando o conduciendo carros. Incluso había algunos en sillas de mano por un par de cíclopes.

Una mañana típica en el Olimpo, donde los palacios construidos en la ladera relucian en tonos distintos dándole al lugar un toque mágico por naturaleza.
La fragancia de los jardines llenas de rosas, jazmines, margaritas, y un sin fin de flores que Victoire no podría nombrar, se olían por dónde fuera que iba.

Tal vez hubiera disfrutado caminar nuevamente por  por las calles del Olimpo sí no fuera por la situación actual. Su madre no le había dirigido la palabra durante todo el camino hasta su pequeño Palacio, donde una vez dentro se encontraron en un tenso silencio.

—Mejor toma asiento, hija —le dijo Nike tras un par de minutos en silencio. Victoire había pasado tanto tiempo con ella, que sabía identificar cuando su madre estaba preocupada por algo.

Y en ese momento lo estaba.

Victoire hizo lo que dijo y se sentó en uno de los sofas blancos del palacio.

—Madre, ¿Por qué te preocupa tanto que sepa la profecía? —pregunto.

Nike suspiró y tomo asiento en el sofá delante de ella.

—Hija mía, está no es una simple profecía que se deba pasar por alto. Cumples un gran papel para el futuro y temo que no vayas a entender la magnitud de lo que esto implica.

Aquello le dolió un poco.

—Madre, ya no soy una niña —repuso ella—. Puedo parecer de catorce pero mentalmente tengo dieciocho. Soy totalmente capaz de comprender las cosas, por muy graves que estás sean.

Nike la miró con una pequeña sonrisa y asintió. Victoire tenía razón, ya no era una niña.

Nike suspiró. Era hora de comenzar con una explicación antes de decirle su destino.

—Como bien sabes, poco después de la Segunda Guerra Mundial el Oráculo de Delfos predijo la Gran Profecía —Victoire asintió, sabía sobre la gran Profecía, aunque desconocía que decía está exactamente—. Está profecía predecía la destrucción o la salvación del Olimpo a manos de un mestizo hijo de los Tres Grandes en su decimosexto cumpleaños. Ante esto, Zeus, Hades y Poseidón juraron por el Río Estigia no tener más hijos semidioses, evitando así que la profecía pudiera cumplirse —contó su madre.

—Pero ni Zeus ni Poseídon cumplieron con su palabra —agregó Victoire. Su madre asintió.

—Cuando se reveló que el señor Zeus había engendrado a una hija, pocos años después de hacer el pacto, las cosas en el olimpo se pusieron tensas. Poseídon y Hades se pusieron furiosos con su hermano por no haber cumplido con su palabra. Algunos dioses incluso consideraban prudente deshacerse de la niña antes de que está representará una amenaza para el Olimpo, más el señor Zeus prohibió rotundamente que alguien lastimara a su hija. No obstante, Zeus no confiaba en sus hermanos, sabía que intentarían hacer algo para que el Olimpo no se viera amenazado por su hija, por lo que buscó a las Moiras y les preguntó si había alguna otra forma de salvar al Olimpo en un futuro.

» Fue entonces que ellas le dijeron La profecía de la Guardiana:

Para salvar al Olimpo de una futura destrucción,
de la diosa más leal al rey
una mestiza deberá a nacer.
Bajó el engaño y la mentira vivirá atormentada,
más la verdad ante sus ojos le será revelada.
En la guardiana de el Elegido destinada
a convertirse está,
creando una conexión que ni los dioses podrán parar.
Una gran guerrera que el Olimpo podrá salvar,
más el alma del héroe deberá sacrificar
o el azote del mundo entero deberá pagar.

Nike terminó de recitar la profecía y miró a su hija esperando algún atisbo que le indicará lo que sentía está, pero Victoire permanecía con la mirada fija en  sus manos y sin expresión alguna en el rostro.

Sí había algo que los mestizos sabían hacer bien, era memorizarse muy bien las profecías, pues estás siempre eran importantes cuando uno salía a una misión. Por lo que a Victoire no le costó nada memorizarse cada una de las palabras que había dicho su madre.

Y no tardó mucho en comprender varias cosas.

—Asi que... —su voz se quebró y alzo la mirada cristalizada hacia a su madre. Estaba dolida, muy dolida—. Solo me tuviste para que el Olimpo tuviera una salvación.

Nike suspiró y asintió, pero rápidamente añadió:

—Pero eso no quiere decir que no te ame, Victoire. O que no haya amado a tu padre en aquel entonces. Si, es cierto, el señor Zeus me mandó a la tierra a buscar a un hombre para tener una hija, pero el amor y el cariño que le tuve a tu padre fue auténtico. Te tuvimos por ese amor.

— Él me tuvo por amor —repusó ella—, tu por lealtad hacia tu Rey —se levantó del sofá de un brinco.

Por un segundo Victoire vio un atisbo de dolor en la mirada de su madre, más éste rápidamente fue reemplazado por su semblante serio. Victoire bufó y comenzó a caminar por la estancia intentando calmar aquel sentimiento que crecía dentro de ella.

No solo estaba dolida con ella, sino también furiosa.

Al final Luke si que había tenido razón.

Ella solo había nacido para un propósito.

Salvar al Olimpo.

— No discutiré contigo mis motivos para tenerte Victoire—aseveró Nike siguiéndola con la mirada—. Estás aquí ahora y eso es lo que importa.

Victoire soltó una risa nasal.

—Claro, el Olimpo ya tiene a su Guardiana, que importa lo que está sienta al respecto ¿No? —ironizó ella.

—No eres la guardiana del Olimpo, Victoire —espetó ella—. Eres la guardiana del Elegido, tu deber es guiarlo por el buen camino para que, llegado el momento, tome la decisión correcta y salve el Olimpo.

—¡¿Y sí no lo hace?! —gritó ella volteando a verla.

Victoire nunca había estado tan molesta como en ese momento.

Su madre la miró sin expresión alguna. Ni siquiera se alteró de que le haya alzado la voz. Simplemente la miró fijamente, y tras un par de minutos donde el corazón de Victoire seguía agitado, dijo:

—Conoces la repuesta a eso.

Entonces el último verso de la profecía vino a su mente:

«más el alma del héroe deberá sacrificar
o el azote del mundo entero deberá pagar»

Una punzada en el pecho la atravesó. Soltó jadeo, consternada, y miró atónita a su madre.

—No —musito con la voz quebrada y negó con la cabeza varias veces—. Yo no podría... Percy es... ¡No pueden pedirme hacer eso! ¡No lo haré!

Pero Nike se levantó de golpe y la miró con severidad.

—Pediste conocer la profecía. Ya la sabes —caminó hasta posarse frente a ella—. Aceptala y aprende a vivir con ella. Porque ningún dios o mestizo es capaz de evitar su destino, por más que uno lo intente —los ojos de Victoire se cristalizaron y Nike suavizó un poco su gesto.

Muchos creían que los dioses eran seres sin sentimientos, pero la realidad era muy diferente; No los demostraban por miedo a que alguien se aproveche de estos. Por miedo a que sus enemigos descubrieran su debilidad.

Pero ambas estaban ahí solas, por lo que Nike bajo su pared de severidad y tomo el rostro de su hija con dulzura. Sin embargo Victoire se apartó bruscamente de ella y la miró con los ojos hinchados.

El pecho le dolía.

Sentía que el corazón se le saldría de la furia.

La mentira le dolía, le escocia en el alma; Descubrir que únicamente naciste para salvar al Olimpo era una mierda. A eso agreguenle el hecho de que sí Percy no toma la decisión correcta, ella sería la responsable de terminar con su vida.

No.

Ella no podía hacer eso.

No quería tener sangre en sus manos de nuevo.

— Percy Jackson puede ser la destrucción de nuestro hogar —dijo Nike con serenidad—, y como hija de la general del ejército del señor Zeus, es tu deber, como el mío, evitar eso —Victoire iba a replicar al respecto pero su madre no la dejó, continúo ella—. Pero Jackson también puede ser la salvación del Olimpo, y contigo a su lado estoy segura que tomará ese camino. Porque tú, hija mía, eres la mestiza más bondadosa, fuerte y leal que el Olimpo ha conocido. Estoy segura que podrás cumplir con tu destino.

Victoire sollozó. Tenía demasiados sentimientos encontrados dentro de si. Estaba furiosa, molesta, dolida... Pero también estaba de luto por la perdida de alguien que había significado mucho para ella.

La revelación de la profecía solo había empeorado como Victoire se sentía por dentro. Quería gritar, romper cosas, llorar hasta que su cuerpo no pudiera más. Pero también era consciente de que no ganaba nada haciendo todo eso.

Diga lo que diga, los dioses y su madre ya habían dictado su vida por medio de una profecía. Y como bien dijo su madre, ningún dios o mestizo puede huir de su destino, por más que uno lo intente. Solo tenía dos opciones: continuar su vida y esperar a que el momento de cumplir la profecía llegué y que pase lo que tenga que pasar.

O... La vía fácil, y para muchos, la más cobarde que alguien podría tomar: Terminar con su sufrimiento y que alguien más se haga cargo del tema.

«Lo prometiste» dijo una voz en su mente al pensar en la segunda opción.

Los recuerdos del pasado volvieron como una ráfaga de viento y Victoire borró aquel pensamiento de su mente. No podía volver a pensar en eso. Había prometido no volver a tener aquellos pensamientos oscuros.

Y era difícil no tenerlos, porque a partir de ese momento su futuro seria una batalla constante con el destino que la esperaba y nadie podía pensar positivo con un futuro así.

Más ella tendría que ser fuerte y superar nuevamente los obstáculos que la vida le ponía.

Maldita vida de mierda.

— Lo haré. Seré la guardiana de Percy —aceptó finalmente. Nike suspiró aliviada e hizo el ademán de acercarse a ella pero Victoire retrocedió—. Pero no voy a permitir que lo maten. Ni siquiera yo lo haré.
Sí alguno de ustedes intenta hacer algo contra él para evitar que cumpla la profecía, entonces yo misma lucharé contra el dios o monstruo que lo intente. Sin importar que perezca en el intento. Lo juro por el río Estigia.

El cielo retumbó y Victoire, sin importale la reacción de su madre ante el juramento que acababa de hacer, salió del palacio y se mezcló entre la multitud de las calles del Olimpo.

Lo único que deseaba en ese momento era encontrar a sus amigos y hallar consuelo entre ellos.

Pero sobretodo esperaba que cierto chico de ojos verdes le transmitiera la paz que solamente él podía darle.

No obstante, al llegar al salón de los tronos, encontró a Percy bailando con Annabeth. Ambos riendo y sonriéndose el uno a otro de una forma que hizo que Victoire apartará la mirada con una punzada.

Que tonta había sido.

Por supuesto que Percy estaría con Annabeth.

La habían salvado.

Ella está bien y podía estar con él.

Ella no, no cuando acababa de descubrir que su destino era terminar con su vida si no tomaba la decisión correcta.

Maldita profecía.

Malditas Moiras.

Maldito destino.

Victoire observó una copa dorada sobre una de las mesas del salón y no dudo en tomarla.

«La vida es un riesgo» pensó.

Entonces la copa se llenó de un líquido rojizo que pronto Victoire ingirió de golpe.

La garganta le ardió como si hubiera ingerido brasas ardientes. Sin embargo la sensación de fuego fue remplazada a los pocos segundos por una sensación cálida y relajante.

La copa se volvió a llenar y Victoire volvio a llevarsela a los labios.

Ojalá esas dos copas hubieran sido las únicas, pero no lo fueron.

Oh Victoire. Lo único que quería era olvidarse de aquella sensación en el pecho que sentía cada vez que Percy estaba cerca.

Y olvidarse de aquel destino de mierda que la esperaba.

     
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                              
                        
                        
                        
                        
                        
                  
                        
                  

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Las fiestas del Olimpo podían describirse con una sola palabra: increíbles. Las nueve musas estaban encargadas de la música, la cual sonaba según el gusto de cada invitado; los dioses oían música clásica mientras que  los jóvenes semidioses oían algo más movido como hip-hop. Todo en una sola banda sonora y sin riesgo a discusiones ni peleas para cambiar de emisora.

Percy llevaba un buen rato bailando con Annabeth, incluso momentos antes había encontrado un poco de tranquilidad y una fuente despejada para llamar a su hermano y a su madre. Tras eso regresó a la fiesta y busco a Victoire entre los invitados, esperanzado de que está haya regresado de hablar con su madre y pudieran bailar un poco antes de volver al campamento.

Sin embargo no la encontró por ningún lado y volvió a la pista de baile con Annabeth, a quien le empezó a relatar sobre la búsqueda que habían emprendido para rescatarla y los peligros que habían pasado.

Ambos rieron mucho cuando Percy le contó la fabulosa idea que Grover tuvo con los burritos. Sin embargo Annabeth se lamento no haber estado en la presa Hoover.

—Podemos ir un día —sugirió Percy—. Pero esta vez sin guerreros-esqueletos siguiéndonos.

Ambos volvieron a reír.

Pero entonces la mirada verde de Percy captó a la diosa Nike hablando con Zeus. Ambos con un sembraste serio que hizo que Percy se tensara.

—¿Qué sucede? —preguntó Annabeth notando el cambio en su sembrante.

—Nike está ahí hablando con Zeus, pero no veo a...

—¡Su atención todo el Olimpo!

Ambos chicos dieron media vuelta y abrieron los ojos al tope al ver la escena al otro lado del salón. En un escenario, que anteriormente no estaba ahí, se encontraban Apolo y Victoire. Ambos con enormes sonrisas pasmadas en el rostro.

Percy frunció el ceño al verla; Si no fuera por el hecho de que Victoire se estaba tropezando con sus propios pies y tenía la mirada nublada, él pensaría que todo estaba bien.

Pero no era así.

—Por los dioses —murmuró Annabeth perpleja—. ¿Acaso está...

Percy asintió sin mirarla. Aún mantenía sus ojos en la castaña y en la forma en la que Apolo rodeaba su cintura.

—Es hora de que Victoire y yo los deslumbremos un poco en este festejo—dijo Apolo y en automático un par de micrófonos y unas bocinas aparecieron.

Las musas habían dejado de tocar, y los invitados comenzaron a aglomerarse más al escenario para ver aquella actuación.

Annabeth y Percy imitaron la acción pero con la diferencia de que ambos estaban preocupados por el estado de la castaña. Sus ojos estaban hinchados, como si hubiera estado llorado, más la sonrisa de boca a boca que tenía lograba disimular un poco aquello.

Pero ellos aún así lo notaron.

La melodía de una canción muy popular en el mundo mortal surgió de las bocinas, envolviendo todo el salón que ahora parecía emocionado.

—Por los dioses —murmuró Percy al reconocer la melodía—. ¿Enserio se pondrán a can...

Pero no puedo terminar lo que decía cuando Apolo se llevó el micrófono a la boca.

Yeah.... You are my fire —cantó Apolo.

El público gritó, sorprendiendo a Percy. Al parecer hasta en el Olimpo aquella banda era famosamente conocido.

The one desire —lo siguió Victoire dejando a Percy perplejo.

Believe when i say —cantó él volteando a verla—. I want it that way.

But we are two worlds apart —Podía estar borracha, pero eso no impedía que cantará bien—, cant reach to your heart, when you say that I want it that way... ¡Tell me why!

aint nothin but a heartache —cantaron ambos. El público comenzó a aplaudir al son de la música.

—No sabía que cantará —comentó Percy elevando la voz para hacerse oir entre el ruido. Annabeth hizo una mueca sin despegar la mirada de su amiga.

—Lo hace muy bien pero no es algo que le guste hacer —respondió—. Esto tiene que ser obra de Apolo. Segura la reto a hacerlo y el lado competitivo de Tori no pudo resistirse, menos si está así.

Percy la miró sorprendido.

—¿Enserio es muy competitiva?

Annabeth bufó y sintió—: pero cuando se trata de algo serio sabe contener su competitividad.

Percy asintió comprendiendo y regreso mirada al par.
Ambos se movían por el pequeño escenario como si fueran dos pares de famosos en medio de un concierto en Nueva York.

Percy se encontraba contrariado, por una parte quería disfrutar el espectáculo como todos los demás, pero por el otro, le preocupaba las razones por las cuales Victoire se encontraba como estaba.

Los demás invitados, o bien ignoraban el hecho de que Victoire estaba borracha, o no les importaba ni un pimiento; vio a Dionisio mirar a la castaña con un claro gesto de burla, mientras que la hermosa mujer junto a él, su esposa, lo reprendia con la mirada. Artemisa miraba reprobatoriamente a su hermano, más Percy alcanzó a distinguir como movía el pie al ritmo de la melodía.

Afrodita parecía encantada, pues no paraba de mirar a la castaña como si ella supiera algo que ella no. Percy frunció el ceño cuando la mirada bicolor de la diosa se encontró con la suya y le guiño el ojo. Percy apartó la mirada, ruborizado.

La canción termino. Los invitados aplaudieron. Apolo y Victoire bajaron del escenario y esté desapareció con un chasquido de dedos por parte del dios del sol.
Percy comenzó a acercarse al par, esquivando a los invitados, más sus pasos se detuvieron al ver a Zeus y a Nike frente ambos.

Percy no alcanzó a escuchar lo que decían, pero por los gestos marcados en el rostro de Victoire, y los gestos de seriedad de Zeus y Nike, supo enseguida que sea cual sea el tema, no era bueno.

Victoire parecía estar molesta con ambos dioses, más el alcohol en su cuerpo no le permitía mantenerse en equilibrio.

Incluso Apolo intento decir algo, pero Victoire se giró hacia él y le dijo algo que hizo que la sonrisa de Apolo se borrará. Zeus dio un paso al frente y Percy se tenso; buscó en su bolsillo a contracorriente y comenzó a acercarse con más prisa. Pero entonces Victoire dio un paso al frente, masculló algo hacia el rey de los dioses y comenzó a alejarse hacia las puertas del salón.

Percy se quedo atónito al ver qué ni Zeus, ni Apolo ni Nike hicieron el mínimo gesto de seguirla. Sino que se quedaron los tres ahí, viéndola irse y con un semblante serio en sus rostro. No obstante Percy estaba seguro de haber visto un atisbo de tristeza en sus miradas.

—Debemos ir con ella —le dijo Annabeth llegando con Grover, ambos también habían visto todo.

Los tres se apresuraron a seguirla.

—Tori... ¡Tori! —la llamó Annabeth cuando los tres la alcanzaron en la avenida principal. Victoire se detuvo y se giró a verlos ceñuda. Se tambaleó en su lugar, se limpio una lágrima de la mejilla y al reparar en ellos, esbozo una enorme sonrisa al verlos.

—¡Chicos! ¿Dónde se habían metido? La fiesta estaba buenísima —dijo acercándose a ellos para rodear a Annabeth y Grover por los hombros.

—Si, al parecer el vino también, ¿No? —le replicó Annabeth en tono de reproche. Victoire río bajito y la miró con una ceja alzada.

—Soy... mayor que tu Annie.

—Ya no Victoire. Sigues teniendo catorce.

Victoire bufó y se soltó de ambos.

—Si vinieron a regañarme, ya pueden irse —dijo retrocediendo entre tumbos—. Regresaré al campamento sola.

—No puedes irte así —le dijo Percy.

Victoire alzo una ceja en su dirección.

—¿Así como?

—Borracha —asegur9 él.

—No estoy bo...

Pero entonces tropezó y a nada estuvo de caerse de espaldas sí Percy no la hubiera sostenido a tiempo. Victoire ladeó la cabeza y lo miro con una pequeña sonrisa risueña.

—Puede que necesite ayuda.

Percy se contuvo para no reirse y la ayudó a levantarse, pero entonces una voz se alzo detrás de ellos.

—¿Todo bien, jóvenes?

Los cuatro voltearon el rostro al mismo tiempo.

—¡Papá! —saludó Percy intentando ocultar su nerviosismo—. Si, todo bien. Nosotros ya nos íbamos al campamento.

Victoire soltó una pequeña risa y señaló a Poseidon.

—Tienes un hijo asombroso, poseídon, ¿Lo sabías? —dijo señalando a Percy, quien al oír su halago se ruborizó hasta las orejas.

Poseídon le sonrió levemente a la castaña.

—Lo sé, Victoire.

Percy sintió una oleada cálida al oir aquello, pero entonces Victoire volvió hablar.

—¿Entonces como pretenden que cumpla la profecía si no hace lo que ustedes esperan? —preguntó con la voz quebrada.

Percy, Annabeth y Grover fruncieron el ceño y miraron intrigados a la chica. Está había perdido cualquier atisbo risueño en su rostro. Ahora miraba al dios de los mares con un gesto decaído.

Percy se giró a ver a su padre, intrigado.

¿De qué demonios hablaba Victoire? Sin embargo su padre no volteo a verlo, sino que miro a Victoire con un gesto que Percy no logró descifrar muy bien.

¿Acaso eso que percibía era... culpa?

—Estoy seguro que no tendrás que hacerlo. Confío en él —respondió Poseídon. Percy, Annabeth y Grover intercambiaron una mirada intrigada. Ninguno de los tres entendían de lo que hablaban. Poseídon se giró hacia él—. Llevenla al campamento y que Quirón no la vea así. Bastante tiene ya en sus hombros como para agregarle una reprenda. Llamaré a Argos para que venga por ustedes.

Y dicho eso dio media vuelta y regreso al salón.

—Venga, volvamos al campamento —dijo Annabeth tras un par de minutos en silencio, y entre ella y Percy llevaron a Victoire hasta el elevador que los bajaría al mundo mortal.

Tal como su padre le había dicho, Argos, el jefe de seguridad del campamento, los recogió en el Empire State, donde no hizo ni un comentario al respecto al ver a Victoire tambaleándose al caminar con la ayuda de Percy y Annabeth, y los llevo de vuelta al campamento. El camino hasta long Island fue silencioso. La autopista, gracias a los dioses, no estuvo ajetreada.

—Bien, debemos evitar que Quirón la vea —dijo Percy una vez que los cuatro subieron por la colina mestiza—. Grover, corre hacia la casa grande y evita que Quirón nos vea al pasar. Annabeth y yo la llevaremos hasta la cabaña once.

Annabeth negó.

—Ella se aloja en la cabaña uno. Tiene la bendición de Zeus para quedarse ahí desde hace años.

Percy suspiró; La imagen de Victoire discutiendo con Zeus y su madre regresó a su mente y se cuestionó si la castaña aún mantenía aquella bendición con ella arriba.

Sin embargo Annabeth parecía segura de lo que decía, por lo que asintió.

—De acuerdo, vamos.

Grover echo a correr hacia la Casa Grande mientras que él y Annabeth se encargaron de llevar a la castaña hasta la zona de las cabañas. La tarea no fue tan difícil, pues en esa época del año apenas y había campistas en el campamento. Lograron atravesar todo sin ser vistos, y cuando estaban pasando por la cabaña de Percy, la voz de Quirón llegó a lo lejos.

—Percy, ¿Eres tú?

—¡Rápido, métela a mi cabaña! —murmuró Percy hacia Annabeth y echo a correr hacia el centauro, evitando que esté se acercará más a la puerta y las viera—. Quirón, hola.

—¿Cuando regresaron? Creí que llegarían un poco más tarde por la fiesta. ¿Y los demás? —preguntó viendo detrás de él.

—Fueron a dejar sus cosas a sus cabañas —mintió Percy.

—Bueno, diles que los estaré esperando en la Casa Grande, quiero oír todo sobre la búsqueda.

—Claro, ahí te veremos —dijo él. Quirón asintió y se marchó, dejándolo solo. Percy soltó un suspiró, dio media vuelta y caminó hasta la entrada de su cabaña cuando Grover llegó todo agitado.

—Quirón... No... No estaba.

—Lo sé, acabo de hablar con él —dijo Percy.

Grover abrió los ojos al tope.

—¿Vio a Victoire?

Percy negó.

—Annabeth alcanzó a meterla en mi cabaña. Lo mejor será ir ayudarla para llevarla a la cabaña uno; ve a dejar tus cosas, Quirón quiere vernos en la casa grande.

—¿No necesitan ayuda? —preguntó él.

Percy negó.

—Su cabaña está ahí, entre Annabeth y yo podemos llevarla.

—De acuerdo, los veré en la Casa Grande.

Y echo a trotar lejos con dirección al bosque.

Percy esperaba encontrar a ambas chicas esperando por él en la puerta para continuar el camino hasta la cabaña uno, no obstante nunca se imagino que al entrar a su cabaña se encontraría con Annabeth intentando levantar a Victoire de una de las camas.

—Venga, Tori. Debemos llevarte a tu cabaña.

—Dejame Annie, tengo sueño —masculló Victoire con la cara pegada a la almohada.

Al verlo entrar Annabeth se acercó rápidamente.

—¿Alcanzó a verla? —Percy negó y ella suspiró aliviada—. Bueno, un problema menos.

—Pero quiere vernos en la Casa Grande.

—Bien, le diremos que Victoire estaba muy cansada y se quedó dormida.

—Pues no es mentira —dijo Percy y señaló a la castaña. Victoire realmente se había quedado dormida.

Annabeth suspiró y se llevó los dedos al tabique de su naríz.

—A cien metros del vino la voy a tener desde ahora —masculló y se acerco a ella con la intención de despertarla.

—Dejala dormir —intervinó Percy antes de que Annabeth la moviera—. Que se quede aquí hasta que despierte.

Ella se giró a verlo sorprendida.

—¿No te molesta que se quede?

Percy negó. Tomó la cobija de su cama y se acerco a la castaña para taparla. Al volverse hacia la puerta, se encontró con la mirada de Annabeth puesta en él. Lo miraba con una ceja alzada y una ligera sonrisa en el rostro.

—Venga, vamos con Quirón antes de que él venga por nosotros —dijo Percy intentando pasar por alto la mirada de Annabeth sobre él.

Ambos salieron de la cabaña dejando a Victoire dormir.
     
                        
                        
                  

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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️

     
                        
                  

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