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𝟣𝟢. 𝖺𝖽𝗂𝗈𝗌, 𝖻𝗎𝖾𝗇𝖺 𝖺𝗆𝗂𝗀𝖺.

🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ Chapter ten

          ❝ goodbye, good friend❞ 

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Aterrizaron en Crissy Field cuando ya era noche cerrada.

Victoire vio a Annabeth salir disparada hacia su padre con Percy detrás de ella. Una punzada de dolor la cruzó, más estaba segura de que se trataba de su costilla. Apartó la mirada y dispuso a ayudar a Artemisa a bajar a Zoë, pero está negó.

—Te lastimarás más de lo que ya estás.

Thalía termino ayudándola y juntas posaron a Zoë en el suelo. Thalía llamo a ambos chicos mientras Artemisa comenzaba a vendar las heridas de si cazadora.

Annabeth y Percy se apresuraron a llegar junto a ellas, más no había mucho que pudieran hacer. Ninguno tenía néctar ni ambrosía. Ni ninguna medicina normal, aunque tampoco habría ayudado.
Zoë no tenía un buen aspecto y Victoire comenzó a temer lo peor cuando notó que el leve resplandor que siempre la rodeaba se había desvanecido.

—¿Puedes curarla? —le preguntó en un hilo de voz a Artemisa. Está miro afligida a su cazadora.

—¿No puedes curarla con algún recurso mágico? —le preguntó Percy—. O sea... tú eres una diosa.

Pero ella parecía muy agitada.

—La vida es algo frágil, Percy. Si las Moiras quieren cortar el hilo, poco podré hacer. Aunque puedo intentarlo.

Fue a ponerle la mano en su flanco, pero Zoë la agarró por la muñeca.  Miró a la diosa a los ojos y entre ambas se produjo una especie de entendimiento.

—¿No os he... servido bien? —susurró Zoë.

—Con gran honor —respondió Artemisa en voz baja—. La más sobresaliente de mis campeonas.

La expresión de Zoë se relajó.

—Descansar. Por fin.

Victoire sollozó al comprender lo que Zoë quería.

—Puedo intentar curarte el veneno, mi valerosa amiga —dijo la diosa, pero Zoë negó levemente.

Miró a Thalia y tomó su mano.

—Lamento que discutiéramos tanto —le dijo—. Habríamos podido ser hermanas.

—Ha sido culpa mía —respondió Thalia, al borde de las lágrimas—. Tenías razón sobre Luke. Sobre los héroes, sobre los hombres y todo lo demás.

—Quizá no todos —murmuró Zoë, y le dirigió una débil sonrisa a Percy—. ¿Todavía tienes la espada, Percy?

Percy no podía hablar, pero sacó a Contracorriente de su bolsillo. Zoë sostuvo el bolígrafo con satisfacción.

—Dijiste la verdad, Percy Jackson —prosiguió Zoë—. No te pareces en nada a... Hércules. Es para mí un honor que lleves esta espada.

Percy se estremeció.

—Zoë...

Pero está giró el rostro hacia Victoire, quien contenía las lágrimas. Con la poca fuerza que le quedaba a la chica, levantó la mano y tocó su mejilla. Victoire no aguanto más y dejo que las lágrimas resbalaran por sus mejillas.

— Pídele a los dioses que te cuenten sobre la profecía de la guardiana —le dijo—, es tiempo de que sepas la verdad.

—¿A qué te refieres? —preguntó ella con la voz cortada.

—Tienes un gran destino por delante, Tori —le respondió Zoë—, pero sé que podrás superarlo. Eres fuerte, y me honra decir que fuiste una gran amiga.

Victoire gimoteo y tomo la mano de Zoë en su mejilla.
La chica giró el rostro, mirando fijamente el cielo.

—Estrellas —murmuró—. Las veo otra vez, mi señora.

Una lágrima resbaló por la mejilla de Artemisa.

—Sí, mi valerosa amiga. Están preciosas esta noche.

—Estrellas —repitió Zoë. La mano que Victoire sostenía perdió fuerzas. Sus ojos se quedaron fijos en el cielo.

Zoë no volvió a moverse.

Thalia bajó la cabeza. Annabeth se tragó un sollozo y su padre le puso las manos en los hombros. Victoire bajo lentamente su mano y la dejo reposar sobre su vientre. Se echó a llorar en silencio junto a ella.
Artemisa, por otro lado, hizo un cuenco con la mano y cubrió la boca de Zoë, al tiempo que decía unas palabras en griego antiguo.

Una voluta de humo plateado salió de los labios de la cazadora y quedó atrapada en la mano de la diosa.

El cuerpo de Zoë tembló un instante y desapareció en el aire.

Artemisa se incorporó, pronunció una especie de bendición, sopló en su mano y dejó que el polvo plateado volara hacia el cielo. Se fue elevando, centelleó y se desvaneció por fin.

Victoire no apartó la mirada del cielo, más durante un momento no ocurrió nada y bajo la mirada con pesar. Entonces Annabeth ahogó un grito y tanto ella como Percy levantaron la vista y vieron que las estrellas se habían vuelto más brillantes y formaban un dibujo en el que nunca habían reparado: una constelación rutilante que recordaba la figura de una chica... de una chica con un arco corriendo por el cielo.

—Que el mundo aprenda a honrarte, mi cazadora —dijo Artemisa—. Vive para siempre en las estrellas.

Victoire inhaló profundamente y a pesar del nudo en la garganta, murmuró:

Adios, buena amiga.

Sintió como Percy posaba una mano en su hombro, más Victoire no apartó la vista del cielo. Permaneció asi varios minutos, contemplando la nueva constelacion en honor a la cazadora y que ahora formaba parte de la hermosa vía láctea.

—Debo partir hacia el Olimpo de inmediato —dijo Artemisa tras un par de minutos en silencio—. No puedo llevarlos, pero les enviaré ayuda.

Apoyó la mano en el hombro a Annabeth.

—Tienes un valor excepcional, querida muchacha. Sé que harás lo correcto.

Luego miró a Thalia con aire inquisitivo, como si no supiera del todo a qué atenerse respecto a aquella joven hija de Zeus. Thalia parecía reacia a levantar la vista, pero lo hizo por fin y le sostuvo la mirada a la diosa. Pareciera que habían tenido una conversación con la mirada, porque la expresión de Artemisa se suavizó con un matiz de simpatía.

Victoire sintió su mirada puesta en ella, por lo que dejó de ver la constelacion de Zoë y giró el rostro hacia la diosa.

— Votaré a favor en tu petición por saber la profecía, pero debes saber Victoire que una vez sepas está, no habrá vuelta atrás. Piensa bien en la propuesta que te hice hace años, todavía sigue en pie.

Victoire tragó saliva y asintió.

—Lo pensaré.

Luego Artemisa se volvió hacia Percy.

—Lo has hecho muy bien —dijo—. Para ser un hombre.

Percy fue a protestar, pero entonces reparo en que era la primera vez que no lo llamaba «chico».

Artemisa montó en su carro y éste empezó a resplandecer, obligándolos a apartar la vista, se produjo un fogonazo de plata y la diosa desapareció.

—Bueno —dijo el doctor Chase con un suspiro—. Es impresionante. Aunque debo decir que sigo prefiriendo a Atenea.

Annabeth se volvió hacia él.

—Papá, yo... Siento que...

—Chist. —Él la abrazó—. Haz lo que tengas que hacer, querida. Sé que no es fácil para ti. —Le temblaba la voz, pero le dirigió una sonrisa valiente.

Entonces se escuchó un vigoroso aleteo. Cuatro pegasos descendían entre la niebla. Dos caballos alados blancos, uno marrón y uno completamente negro.

—¡Blackjack! —exclamó Percy acercándose al negro.

Victoire vio como el chico interactuaba con los caballos, y se sorprendió enormemente cuando esté comenzó hablar con ellos. El pegaso negro relincho y Percy giró el rostro hacia ellos y negó con la cabeza.

—Ellos nos llevarán al Olimpo —les dijo Percy acercándose con los cuatro pegasos detrás de él.

El padre de Annabeth observaba boquiabierto a las criaturas.

—Fascinante —dijo—. ¡Qué capacidad de maniobra! Me pregunto cómo se compensa el peso del cuerpo con la envergadura de las alas...

Blackjack ladeó la cabeza, como si hubiera entendido lo que el padre de Annabeth pero a la vez estuviera confundido.

—Si los británicos hubieran contado con estos pegasos en las cargas de caballería de Crimea —prosiguió el doctor—, el ataque de la brigada ligera...

—¡Papá! —lo cortó Annabeth.

Él parpadeó, miró a su hija y sonrió.

—Lo siento, querida. Sé que debes irte.

Le dio con torpeza un último abrazo y, cuando ella se disponía a montar en Guido, le dijo:

—Annabeth, ya sé... que San Francisco es un lugar peligroso para ti. Pero recuerda que siempre tendrás un hogar en casa. Nosotros te mantendremos a salvo.

Ella no respondió, pero tenía los ojos enrojecidos cuando se volvió. El doctor Chase iba a añadir algo más, pero se lo pensó mejor. Alzó una mano con tristeza y se perdió en la oscuridad.

Victoire se acercó a ella y apoyo una mano sobre su hombro.

—Te extrañe mucho Annie —le dijo en un murmuró. Annabeth sonrió levemente.

—Y yo a ti.

Y tras mucho tiempo separadas, finalmente se envolvieron en un abrazo, no uno tan fuerte como les hubiera gustado, pues Annabeth no quería lastimar a Victoire más de lo que estaba.

—Tienes muchas cosas que contarme, Annie —le dijo Victoire mientras se acercaba al pegaso marrón.

—Tu también, Tori... —la castaña asintió y se acercó a Porkpie — Tu también —musito ella mirando como Percy se acercaba a la castaña para ayudarla a montar al pegaso. Enarco una ceja al ver como el azabache le sonreía a su amiga.

Suspiró y montó sobre Guido.

Thalia y él montaron cada uno en un pegaso y los cuatro remontaron por los aires sobre la bahía y volaron hacia el este.

Muy pronto San Francisco se convirtió en una medialuna reluciente a sus espaldas, con algún que otro relámpago destellando por el norte.

Thalia estaba tan exhausta que pronto se quedó dormida sobre el lomo de su pegaso, y considerando su miedo a las alturas, debía de estar muy cansada para dormirse en pleno vuelo.

Victoire por el contrario se encontraba en una encrucijada. La idea de aceptar la propuesta de Artemisa rondaba por su mente, sin embargo aceptarla significaría seguir ignorando lo que los dioses le habían ocultado todo ese tiempo.

La profecía de la guadiana.

¿Qué rayos significaba eso y porque ella estaba involucrada?

Aquel tema lo único que hacía era ponerla inquieta, por lo que giró el rostro, que mantenía apoyado sobre el cuello del pegaso, y fijo su mirada en el par de mestizos que volaban uno al lado del otro. Percy y Annabeth mantenían una conversación que Victoire prefirió ignorar.

Volvió a girar el rostro hacia el otro lado y centro su atención en el paisaje. Las ciudades se deslizaban cada vez más deprisa; sus manchas de luz se sucedían una tras otra a toda velocidad, hasta que llegó un momento en que el paisaje entero se convirtió en una alfombra reluciente que corría a sus pies.

El amanecer se aproximaba. El cielo se volvía gris hacia el este. Y al fondo se extendía ante ellos un resplandor blanco y amarillo de proporciones colosales. Eran las luces de Nueva York.

—Allí está. —La voz de Thalía llamo su atención; se había despertado y señalaba la isla de Manhattan, que aumentaba de tamaño a toda velocidad—. Ya
ha empezado.

—¿El qué? —preguntó Percy.

Victoire miro hacia el Empire State, por encima de este el Olimpo desplegaba su propia isla de luz: una montaña flotante y resplandeciente, con sus palacios de mármol destellando en el aire de la mañana.

—El solsticio de invierno —dijo Victoire—. La Asamblea de los Dioses.

     
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                              
                        
                        
                  
                        
                        
                        
                  

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Los pegasos los dejaron en el patio delantero del Olimpo, justo encima de la montaña y en frente a unas enormes puertas de plata. No hubo necesidad de tocar la puerta, estás se abrieron por si solas, invitándolos a pasar.

Blackjack y sus amigos se marcharon volando. Durante un minuto, Thalia, Annabeth, Victoire y Percy permanecieron inmóviles, mirando el palacio. Luego avanzaron juntos hacia la sala del trono.

Doce grandes tronos formaban una U alrededor de la hoguera central,  igual que las cabañas en el campamento. El techo relucían todas las constelaciones, incluso la más reciente: Zoë, la cazadora, avanzando por los cielos con su arco.

Todos los asientos se hallaban ocupados. Los dioses y diosas medían unos cuantro metros de altura. Victoire ya había experimentado aquella sensación de tener doce pares de ojos divinos sobre uno en varias ocasiones, más nunca se acostumbraba a la fuerza que los dioses transmitían estando juntos.

Victoire fue la primera en inclinarse ante Zeus y los demás dioses. Sus amigos imitaron su acción un tanto nerviosos. Tori recorrió con la mirada toda la sala y no vio a su madre en ningún lado. Suspiró.

—Bienvenidos, héroes —dijo Artemisa.

—¡Muuuu!

Había una esfera de agua suspendida en el centro de la estancia, junto a la zona de la hoguera. Bessie nadaba alegremente en su interior, agitando su cola de serpiente y asomando la cabeza por los lados y la base de la esfera. Parecía disfrutar de su pequeña estancia ahí. Grover también estaba ahí, el sátiro permanecía de rodillas ante el trono de Zeus, como si acabasen de rendir cuentas. Pero nada más verlos,
exclamó:

—¡Bravo! ¡Lo han conseguido!

Iba a correr a su encuentro cuando recordó que le estaba dando la espalda a Zeus y levantó la vista para solicitar su permiso.

—Anda, ve —le dijo Zeus sin prestarle atención.

El señor de los cielos miraba fijamente a Thalia.

Grover se acercó trotando. Ninguno de los dioses decía nada. El redoble de sus pezuñas en el suelo de mármol resonaba por toda la sala. Bessie chapoteó en su burbuja de agua y la hoguera chisporroteó.

Grover primero abrazo a Annabeth, feliz de verla con vida y con ellos. Luego se acercó a Thalía y repitió el gesto. A continuación se acercó a Victoire y la rodeo en un abrazo fuerte, haciendo que la castaña soltara un quejido y se doblará de dolor.

—¿Estás herida? —le preguntó preocupado. Victoire chasqueo la lengua.

—Nada que no pueda aguantar.

—Una costilla rota no es nada, Tori —habló Apolo desde su trono. Extendió una de sus manos hacia ella y Victoire soltó un quejido, más en cuestión de segundos dejó de sentir dolor alguno.

Apolo la había curado.

—Gracias señor Apolo—le agradeció al dios bajando la cabeza. Este solo le sonrió, no me iba a replicarle por el señor enfrente de su padre.

Grover se acercó a Percy y lo tomo de los hombros.

—¡Bessie y yo lo conseguimos, Percy! Pero has de convencerlos. ¡No pueden hacerlo!

—¿El qué? –dijo él.

—Héroes —empezó Artemisa.

La diosa bajó de su trono y, adoptando estatura humana, se convirtió en una chica de pelo castaño rojizo que se movía con desenvoltura entre los grandiosos olímpicos. Cuando se les acercó con su
reluciente túnica plateada, Victoire vio que su cara no delataba ninguna emoción. Parecía moverse en un halo de luz de luna.

—La asamblea ha sido informada de sus hazañas —les djo Artemisa—. Saben que el monte Othrys se está alzando en el oeste. Conocen el intento de Atlas de liberarse y el tamaño del ejército de Cronos. Hemos decidido por votación actuar.

Hubo algunos murmullos entre los dioses, como si no estuvieran muy conformes con el plan, pero nadie protestó.

—A las órdenes de mi señor Zeus —prosiguió Artemisa—, mi hermano Apolo y yo cazaremos a los monstruos más poderosos, para abatirlos antes de que puedan unirse a la causa de los titanes. La señora Atenea se encargará personalmente de que los demás titanes no escapen de sus diversas prisiones. El señor Poseidón ha obtenido permiso para desencadenar toda su furia contra el crucero Princesa Andromeda y enviarlo al fondo del mar. Y en cuanto a ustedes, mis queridos héroes. . .

Se volvió hacia los otros inmortales.

—Estos mestizos han hecho un gran servicio al Olimpo. ¿Alguien de los presentes se atrevería a negarlo?

Miró en dirección a los asambleístas, examinando sus rostros uno por uno. Zeus llevaba su traje de raya diplomática. Tenía su barba negra perfectamente recortada y los ojos le chispeaban de energía. A su lado se sentaba una mujer muy guapa de pelo plateado trenzado sobre el hombro y un vestido multicolor como un plumaje de pavo real: la señora Hera.

A la derecha de Zeus estaba el padre de Percy, Poseidón, vestido con unos short de playa, una camisa hawaiana y sandalias. Tenía el rostro curtido y bronceado, la barba oscura y los ojos de un verde intenso, como los de Percy. Junto a él estaba Hefesto, un hombre enorme con una abrazadera de acero en la pierna, la cabeza deformada y la barba castaña y enmarañada, al que le salían llamas por los bigotes.

Hermes le guiñó un ojo a Percy. Esta vez iba con traje y no paraba de revisar los mensajes de su caduceo, que era también un teléfono móvil. Apolo se repantigaba en su trono de oro con sus gafas de sol, se había puesto sus auriculares de su iPod, así que no estaban si estaba escuchando siquiera, pero los miró y levantó los pulgares.

Dioniso parecía aburrido y jugueteaba con una ramita de vid. Y Ares estaba en su trono de cuero y metal cromado, mirándo con rostro ceñudo a Percy mientras afilaba su cuchillo.

Por el lado de las damas, junto a Hera había una diosa de pelo oscuro y túnica verde sentada en un trono de ramas de manzano entrelazadas: Deméter, la diosa de las cosechas. Luego venía una mujer muy hermosa de ojos grises con un elegante vestido blanco: solo podía ser la madre de Annabeth, Atenea.

A continuación estaba Afrodita, a quien Victoire se le quedó mirando con el ceño fruncido.

La diosa miraba a Percy con un aire de complicidad en el rostro, como si ellos dos supieran algo que los demás no. Pero lo que realmente llamo su atención fue su apariencia; había estado en presencia de Afrodita muchas veces y sabía que su aspecto cambiaba conforme a los gustos de la persona que la veia. Hasta hace una semana, Afrodita se presentaba ante ella con el cabello oscuro y los ojos color miel, iguales a los de Keegan.

Más ahora sus ojos eran verdes, un tono muy parecido a los de...

Victoire bajo la cabeza, sonrojada y evitó mirar al chico junto a ella.

No, debía ser un error.

—He de decir —intervino Apolo, rompiendo el silencio—, que estos chicos se han portado de maravilla —se aclaró la garganta y empezó a recitar—; “Héroes que ganan laureles. . .”

—Sí, de primera clase —lo interrumpió Hermes, al parecer deseoso de ahorrarse la poesía de Apolo—. ¿Todos a favor de que no los desintegremos?

Algunas cuantas manos se alzaron tímidamente: Demeter, Afrodita...

—Espera un segundo —gruñó Ares, y señaló a Thalia y a Percy—. Esos dos son peligrosos, aún con la compañía de... —Zeus gruñó y Ares mascullo—. Sería mucho más seguro, ya que los tenemos aquí. . .

—Ares —le cortó Poseidón—, son dignos héroes. Y no vamos a volar en pedazos a mi hijo.

—Ni a mi hija —rezongó Zeus—. Lo ha hecho muy bien.

Thalia se sonrojó y se concentró en el suelo de mármol. Victoire entendía el sentimiento, la primera vez que su madre la halago una sensación cálida se instaló en su pecho.

La diosa Atenea se aclaró la garganta.

—También yo estoy orgullosa de mi hija. Sin embargo, en el caso de los otros dos hay un riesgo de seguridad evidente.

—¡Madre! —exclamó Annabeth—. ¡Cómo puedes...!

Atenea la cortó con una mirada serena pero firme.

—Es una desgracia que mi padre Zeus y mi tío Poseidón rompieran su juramento de no tener más hijos. Sólo Hades mantuvo su palabra, cosa que encuentro irónica. Como sabemos por la Gran Profecía, los hijos de los tres dioses mayores (como Thalia y Percy) son peligrosos. Por muy majadero que sea, Ares tiene razón.

—¡Exacto! —dijo él—. Eh, un momento. ¿Cómo me has llamado?

Iba a incorporarse, pero una enredadera se le enrrolló a la cintura como un cinturón de seguridad y lo obligó a sentarse de nuevo.

—¡Por favor, Ares! —resopló Dioniso—. Guárdate esos arrestos para más tarde.

Ares soltó una maldición y se arrancó la enredadera.

—¿Y tú quien eres para hablar, viejo borracho? ¿En serio deseas proteger a esos mocosos?

Dioniso los miró con cansancio desde la altura de su trono.

—No es que sienta amor por ellos. ¿Realmente consideras, Atenea, que lo más seguro es destruirlos?

—Yo no les aplicaría ningún castigo —dijo Artemisa—, sino una recompensa. Si destruimos a unos héroes que nos han hecho un gran servicio, entonces no somos mejores que los titanes. Si ésta es la justicia del Olimpo, prefiero pasar sin ella.

—Cálmate, hermanita —dijo Apolo—. Has de relajarte, caramba.

—¡No me llames hermanita! Yo los recompensaría.

—Bueno —rezongó Zeus—. Tal vez. Pero al monstruo hay que destruirlo. ¿Estamos de acuerdo en eso?

El corazón le dio un vuelco y olvidando la vergüenza que tenía, se giró hacia Percy con el gesto perplejo. Él también había entendido lo que los dioses decían.

—¿Bessie? ¿Quieren matar a Bessie?

—¡Muuuuu!

Poseídon frunció el entrecejo.

—¿Has llamado Bessie al taurofidio?

—Padre — le dijo Percy—, es sólo una criatura del mar. Una criatura realmente hermosa. No pueden destruirla.

—Es solo un inocente —agregó Victoire.

Poseidón se removió, incómodo.

—Percy, el poder de ese monstruo es considerable. Si los titanes llegaran a capturarlo. . .

—No pueden, dioses —insistio Percy y se giró hacia Zeus, sosteniendole la mirada—. Querer controlar las profecías nunca funciona ¿no es cierto? Además, Bess. . .digo, el taurofidio es inocente. Matar a alguien así está mal. Tan mal. . . como que Cronos devorase a sus hijos sólo por algo que tal vez pudieran hacer. ¡Está mal!

Zeus pareció considerar sus palabras. Sus ojos se posaron en su hija Thalia.

—¿Y qué hay del riesgo? —dijo—. Cronos sabe que si uno de ustedes dos sacrifica las entrañas de la bestia, tendría el poder de destruirnos. ¿Crees que podemos permitir que subsista semejante posibilidad? Tú, hija mía, cumplirás dieciséis mañana, tal como augura la profecía.

—La único que pueden hacer, señor, es confiar —comentó Victoire dirigiéndose a Zeus con respeto.

—Tiene que confiar en ellos, señor —suplicó Annabeth alzando la voz—. Confíen en ellos.

Zeus torció el gesto y le dirigió una mirada severa a Percy.

—¿Confiar en un héroe?

—Annabeth y Victoire tienen razón —dijo Artemisa—. Y ése es el motivo de que deba otorgarle mi recompensa a uno, o tal ves más, de ellos. Mi leal compañera Zoë Belladona se ha incorporado a las estrellas. Necesito una nueva lugarteniente. Y tengo intención de elegirla ahora. Pero antes, padre Zeus, debo hablarte en privado.

Zeus le hizo una seña para que se acercase. Se inclinó y escuchó lo que le decía al oído.

El corazón de Victoire se aceleró. Sabía que era el momento de tomar una decisión.

Miro de reojo a Percy, que hablaba entre murmullos con Annabeth, esta lo miraba ceñuda, no entendiendo lo que Percy le decía.

Entonces Percy giró a verla y Victoire sintió un vuelco en su corazón al ver la mirada de súplica en él.

Desvío el rostro hacia el frente.

¿Qué rayos le pasaba?

Artemisa se volvió hacia ellos.

—Voy a nombrar a una nueva lugarteniente —anunció—. Si ella accede.

Percy miro a ambos chicas con el corazón en la boca.

—Thalia, hija de Zeus —dijo Artemisa tendiéndole una mano—. ¿Te unirás a la Cacería?

Un silencio sobrecogedor inundó la estancia. Percy miró a Thalia sin dar crédito a lo que oía. Annabeth le sonrió y le apretó la mano, como si lo hubiera esperado desde hacía mucho. Victoire esbozo una ligera sonrisa y miró a su amiga.

—Sí —respondió Thalia con firmeza.

Zeus se levantó con expresión preocupada.

—Hija mía, considéralo bien...

—Padre —dijo ella—. No cumpliré los dieciséis mañana. Nunca los cumpliré. No permitiré que la profecía se cumpla conmigo. Permaneceré con mi hermana Artemisa. Cronos no volverá a tentarme de nuevo.

Se arrodilló ante la diosa y empezó a pronunciar el juramento hacia la diosa.

—Prometo seguir a la diosa Artemisa. Doy la espalda a la compañía de los hombres ..

Tras el juramento, Thalia hizo una cosa que sorprendió a la mayoría del salón. Se acercó a Percy sonriendo y le dio un gran abrazo ante toda la asamblea.

Percy se sonrojó.

Cuando se separaron, la tomo de los hombros y le pregunto:

—¿No se supone que no puedes hacer estas cosas? Quiero decir, abrazar a un chico.

—Rindo honores a un amigo —le corrigió—. Debo unirme a la Cacería, Percy. No he tenido paz desde... desde que salí de la Colina Mestiza. Ahora, por fin, siento que tengo un hogar. Pero tú eres un héroe. Y serás el héroe de la profecía.

—Estupendo —masculló el.

—Me siento orgullosa de ser tu amiga.

Abrazó a Annabeth, que hacía esfuerzos para contener las lágrimas. E incluso abrazó a Grover, que parecía a punto de desmayarse, como si acabaran de regalarle un vale de come-todo-lo-que-puedas en un
restaurante de enchiladas. 

Finalmente se acercó a Victoire, quien levantó la mirada y abrazo a su amiga efusivamente. Esta le murmuró algo al oído, haciendo que Victoire lo mirará por un par de segundos. Luego se separaron y la castaña asintió hacia ella.

Thalia se situó finalmente junto a Artemisa.

—Toda lugarteniente necesita de una segunda al mando, y pienso nombrar a alguien más, sí ella accede —dijo Artemisa.

Percy se giró en automático hacia Victoire. La chica parecía reacia a mirarlo.

—Vi... —murmuró Percy su nombre con temor.

—Victoire Laurent, hace un par de años te ofrecí un lugar entre mi cazadoras, ahora, cuatro años después, te vuelvo hacer la misma pregunta. ¿Te unirás a la cacería?

Percy empalidecio y miró a la castaña con el corazón acelerado. Sintió como la tierra debajo de él se movía, o tal vez era el que perdía el equilibrio ante el pensamiento de no volver a ver a la chica.

Solo la conocía de una semana, pero Percy sentía que la conocía desde hace años.

Un vuelco en el corazón lo golpe cuando Victoire camino hasta Artemisa y se arrodillo ante ella. Percy quería gritar y evitar que lo hiciera. Quería correr y levantarla de ahí para luego alejarla lo más posible de la diosa.

Pero su cuerpo parecía no reaccionar.

—Me honra nuevamente, diosa Artemisa, que me considere apta para estar a su servicio pero..., no puedo aceptar dicho honor.

Nadie dijo nada, ni siquiera Percy, quien sintió un tremendo alivio al escuchar su respuesta.

—Es tu decisión, Victoire. Pero lamentablemente está será la última vez que te ofrezca un lugar en mi cacería.

—Lo sé y lo entiendo, señora Artemisa. Gracias—respondió la castaña incoporandose para regresar junto a los demás mestizos y Grover.

Percy mantuvo su mirada en ella todo el tiempo, más Victoire no volteo a verlo y eso le extraño.

—Y ahora, el taurofidio —dijo la diosa.

—Ese chico sigue siendo un peligro —advirtió Dioniso señalando a Percy—. La bestia constituye la tentación de un gran poder. Incluso si le perdonamos la vida al chico. . .

—No —cortó Percy y recorrió con la vista el semicírculo de los dioses—. Por favor, dejen con vida al taurofidio. Mi padre puede ocultarlo bajo el mar o conservarlo aquí, en el Olimpo, en un acuario. Pero tienen que protegerlo.

—¿Y porqué deberíamos confiar en ti? —intervino Hefesto con voz resonante.

—Sólo tengo catorce años —dijo él—. Sí la profecía habla de mí, aún faltan dos.

—Dos años para que Cronos pueda engañarte —terció Atenea—. Pueden cambiar muchas cosas en dos años, mi joven héroe.

—¡Madre! —gritó Annabeth, exasperada.

—Es sólo la verdad, niña. Es una mala estrategia mantener vivo al animal. O al chico.

Poseídon se incorporó.

—No permitiré que sea destruida una criatura del mar, siempre que pueda evitarlo. Y puedo evitarlo. —Extendió una mano y apareció un tridente en ella. Un mango de bronce de seis metros rematado con tres puntas aguzadas en las que reverberaba una luz azulada—. Yo respondo por el chico y de la seguridad del taurofidio.

—¡No te lo llevarás al fondo del mar! —Zeus se levantó de golpe—. No voy a dejar en tu poder semejante baza.

—¡Hermano, por favor! —suspiró Poseidón.

El rayo maestro de Zeus apareció en su mano: un mástil de electricidad que inundó la estancia de olor a ozono.

—Muy bien —dijo Poseidón—. Construiré aquí un acuario para la criatura. Hefesto puede echarme una mano. Aquí estará a salvo. La protegeremos con todos nuestros poderes. El chico no nos traicionará. Respondo de ello con mi honor.

Zeus reflexionó.

—¿Todos a favor?

Para sorpresa de Victoire, muchos alzaron la mano.
Dioniso se abstuvo. También Ares y Atenea.

—Hay mayoría —decretó Zeus—. Así pues, ya no vamos a destruir a estos héroes. . . me figuro que deberíamos honrarlos. ¡Que dé comienzo la celebración tri...!

—Un momento, mi señor —cortó Victoire alzando la la voz y dando un paso al frente —. Hay algo que me gustaría pedirles.

Y para sorpresa de Percy, Zeus volteo a verla y asintió, dándole permiso de continúar.

—Durante está misión he descubierto que se me ha estado ocultado algo referente a mi futuro. El general y la mantícora se dirigieron a mi como La guardiana. Incluso su hijo, Luke, comentó algo sobre una profecía que me concierne —volteó a ver a Hermes—. Mi buena amiga Zoë, antes de morir, me dijo que les preguntará al respecto, pues según consideraba ella era mi tiempo de saber la verdad —victoire tragó saliva, nerviosa y miro a cada dios presente en la sala, mirando por último a Zeus—. Quiero pedirles que me revelen la profecía de la guardiana.

     
                  

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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️


Oficialmente anuncio que Sempiterno forma ahora parte de ¡The fateful series! Una serie de libros sobre el mundo de Percy Jackson que estaré escribiendo en colaboración con mi babe tinta-oculta.

Sempiterno es el primer libro, Tinta muy pronto estará compartiendo el segundo. A qué no adivinan quién será el interés romántico 👀

Esperemos que les guste está sorpresa tanto como a nosotras. Tenemos muchas cosas planeadas gg por cierto, ¿Ya les conté que estoy a dos capítulos de terminar el segundo acto? AAHHH

Bien, las estaré leyendo.

¡Besos!

BARBS JACKSON

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