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▬ ▬▬ Chapter Seven
❝Zoe's family ❞
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Victoire nunca había estado en San Francisco, y si no fuera por la búsqueda para salvar a Artemisa y a una de sus mejores amigas, ella no estaría ahí en esos momentos; la cuidad era la más peligrosa para los mestizos, pues el Monte de la desesperación se encontraba ahí y, por ende, los monstruos eran más propensos en aquella cuidad.
Victoire ya estaba cansada de los monstruos. Pero lamentablemente así era la vida de un mestizo.
Una batalla constante contra ellos.
En fin, si no fuera por ese detalle, Victoire hubiera considerado visitar la ciudad años atrás. Pero en esos momentos, como maldecía estar ahí. No les quedaba mucho tiempo para la puesta del sol y la montaña que les había señalado Zoë parecía estar cada vez más lejos.
—Nunca llegaremos —protestó Zoë—. Vamos demasiado despacio.
—No podemos dejarlo —señalo Victoire al taurofidio.
—Muuuuuu — dijo Bessie, que iba nadando junto a ellos mientras caminaban por la orilla.
Habían dejado el centro comercial atrás y se dirigían al Golden Gate, pero al paso en el que iban, nunca llegarían a tiempo. El sol descendía ya hacia el oeste.
—No lo entiendo —dijo Percy—. ¿Por qué tenemos que llegar a la puesta de sol?
—Las hespérides son las ninfas del crepúsculo —repuso Zoë—. Sólo podemos entrar en su jardín cuando el día da paso a la noche.
—¿Y si no llegamos?
—No tendremos forma de entrar hasta mañana por la tarde —dijo Victoire—. Mañana es el solsticio de invierno, para cuándo tengamos acceso será demasiado tarde y la asamblea de los dioses habrá concluido.
—Asi es. Tenemos que liberar a Artemisa esta noche —dijo Zoë.
—Y Annabeth —agregó Victoire.
Victoire apresuró la marcha para alcanzar a la cazadora, necesitaba hablar con ella sobre un tema que había surgido en su mente cuanto la chica reveló que sus hermanas eran las Hespérides.
— Zoë —la llamo—, sé que no me incumbe pero, sí tus hermanas son las Hespérides, eso quiere decir, según recuerdo su historia, que ellas y tú son...
—Si —interrumpió ella y volteo a verla con cierto pesar, cosa que sorprendió a la castaña—. Él es mi padre.
Victoire guardo un par de minutos en silenció, asimilando la tremenda revelación que había hecho la chica. Fue entonces que recordó la profecía y su mente empezó a atar cabos.
—No —negó—, no puedes ir allí —espetó volteando a ver a Zoë, escandalizada.
Zoë pareció entender a lo que se refería Victoire, pero no parecía preocupada. Tori temió que la chica ya hubiera aceptado su destino desde hace tiempo.
—Es mi deber salvar a mi señora, y sí tengo que enfrentar a mi padre para hacerlo, entonces lo haré con mucha honra.
Y dio por terminada la plática.
Victoire continúo el camino consternada. No podía asimilar que Zoë caminaba directo a su posible muerte. Miro a Grover, Thalía y a Percy de reojo; el primero venía junto a Bessie, los otros dos parecían estar perdidos en sus pensamientos.
¿Estaban conscientes de lo que significaba ir al Monte Tamalpais con Zoë? ¿Debería decirles? Tal vez debería, sin embargo ella había mencionado nada, por lo que Victoire no estaba en el derecho de hacerlo tampoco.
No hasta que Zoë lo hiciera.
—Necesitamos un coche —dijo Thalia tras unos minutos en silenció.
—¿Y Bessie? —pregunto Percy.
Grover se detuvo en seco.
—¡Tengo una idea! El taurofidio puede nadar en aguas de todo tipo, ¿no?
—Bueno, si —dijo percy—. Estaba en Long Island Sound. Y de repente apareció en el lago de la presa Hoover. Y ahora aquí.
—Entonces podríamos convencerlo para que regrese a Long Island Sound —prosiguió Grover—. Quirón tal vez nos echaría una mano y lo trasladaría al Olimpo.
—Pero Bessie estaba siguiendo a Percy. ¿Podrá encontrar el camino de regreso sin él? —preguntó Victoire.
—Muuu —mugió Bessie con tono desamparado.
—Yo puedo mostrarle el camino —se ofreció Grover—. Iré con él.
Todos lo miraron indecisos.
—Soy el único capaz de hablar con él —continuó Grover—. Es Lógico.
Se agachó y le dijo algo al oído a Bessie, que se estremeció y soltó un mugido de satisfacción.
—La bendición del Salvaje debería contribuir a que hagamos el recorrido sin problemas —añadió Grover —. Tú rézale a tu padre, Percy. Encárgate de que nos garantice un trayecto tranquilo a través de los mares.
Percy se acercó un poco más a la orilla y se concentro en las olas, en el olor del océano y en el rumor de la marea.
—Padre —musitó—, ayúdanos. Haz que Grover y el taurofidio lleguen a salvo al campamento. Protégelos en el mar.
—Una oración como ésta requiere un sacrificio —dijo Thalia—. Algo importante.
Percy reflexionó un instante y luego se sacó el abrigo.
Victoire abrió los ojos al tope.
—Percy —dijo Grover sorprendido—. ¿estás seguro? Esa piel de león te resulta muy útil, ¡La usó Hércules!
Pero el no respondió, sino que en su lugar se giró a ver a Zoë como si por fin hubiera entendido algo respecto a ella. Victoire frunció ligeramente el ceño e intercalo su mirada entre ambos. Nuevamente sentía que se estaba perdiendo de algo.
—Si he de sobrevivir —dijo él—, no será por llevar un abrigo de piel de león. Yo no soy Hércules.
Y arrojó el abrigo a la bahia. Inmediatamente, éste se convirtió en una dorada piel de león que relucio en el agua. Luego, al empezar a hundirse, pareció disolverse en una mancha de sol.
En ese instante se levantó el viento. Grover respiró hondo.
—Bueno, no hay tiempo que perder —dijo, y se lanzó al agua de un salto. Nada más zambullirse, empezó a hundirse pero Bessie se deslizó a su lado y dejó que se agarrara de su cuello.
— Tengan cuidado —les advirtió Percy.
—No te preocupes —contestó Grover.
Victoire se acercó a ellos sin importale mojarse las piernas.
—En el dado caso de que deban pelear, será mejor que lleven esto —entonces se inclinó y beso la frente de Grover y de Bessie. Estos resplandecieron ligeramente de un color blanco, el cual duro unos segundos. Victoire les sonrió—. La bendición de mi madre los ayudará a llegar a la victoria.
Grover se encontraba ruborizado, pero carraspeo y le sonrió ligeramente a Victoire.
—Gracias, Tori.
—Muuuuu.
—Bueno, eh… ¿Bessie? Vamos a Long Island. Al este. Hacia allí.
—¿Muuuuuuuu?
—Sí —Respondió Grover—. Long Island. Esa isla...larga. Venga, vamos.
—Muuuuu.
Bessie se lanzó con una sacudida y empezó a sumergirse.
—¡Espera! ¡Yo no puedo respirar bajo el agua! —gritó Grover—. Creí que ya lo había… ¡Glu!
Victoire se giró alarmada hacia Percy, pero este solo le dedico una mirada tranquilizadora. Realmente esperaba que la protección de su padre ayudará a Grover con la respiración submarina.
—Un problema menos —dijo Zoë—. Y ahora, ¿cómo vamos a llegar al jardín de mis hermanas?
—Thalia tiene razón —dijo Percy—. Nos hace falta un coche. Pero aquí no tenemos a nadie para ayudarnos. A menos que tomemos uno prestado.
La idea no le agradaba a Victoire. Si robaban un coche solo llamarían la atención, y en ese momento necesitaban moverse lo más discretamente que podían.
—Un momento —reflexionó Thalia, y empezó a hurgar en su mochila—. Hay una persona en San Francisco que podría ayudarnos. Tengo la dirección en alguna parte.
— ¿Quién? —preguntó Victoire.
Thalia sacó un trozo de papel arrugado.
—El profesor Chase. El padre de Annabeth.
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Victoire había conocido al padre de Annabeth un dos después de su llegada al campamento. Había logrado convencer a la chica de visitar su hogar mínimo un par de horas y Annabeth solo había aceptado porque Victoire iría con ella.
Frederick Chase literalmente le había agradecido a Victoire por proteger a su hija durante todos esos años y abrazo a Annabeth tan fuerte que la rubia soltó un quejido. Cuando los tres se dirigieron a la sala para conversar, el primer monstruo apareció en el jardín.
Ambas huyeron de ahí, siendo seguidas por el monstruo, y lo derrotaron lejos de los civiles de la ciudad. Annabeth rompió a llorar en medio de la calle y Victoire la abrazó fuertemente para consolarla.
Ambas volvieron al campamento después de eso y Annabeth se negó a ir a casa de nuevo.
Desde entonces Victoire no había vuelto a ver al padre de su amiga, y ahora, seis años después, se encontraba nuevamente enfrente de el; Frederick Chase vestía un anticuado gorro de aviador y unos anteojos que le daban una pinta rara. Sus ojos saltones tras los cristales hicieron que los cuatro retrocedieran un paso en el porche de su casa.
—Hola —dijo en tono amistoso—. ¿Vienen a entregarme mis aeroplanos?
Percy, Thalia, Zoë y Victoire se miraron con cautela.
— Humm, no, señor —contesto Percy.
—¡Mecachis! —exclamó—. Necesito tres Sopwith Camel más.
— ¡Ah, ya —dijo Percy, sin tener ni idea de lo que hablaba—. Nosotros somos amigos de Annabeth.
—¿Annabeth? —Se enderezó como si le hubiesen aplicado una descarga eléctrica. Entonces los miró fijamente a los cuatro y un brillo de reconocimiento surgió en su rostro al ver a Victoire—. Yo te conozco, cuidaste a mi hija cuando ella huyó —Victoire asintió con un nudo en la garganta —. ¿Ella se encuentra bien? ¿Ha ocurrido algo?
Ninguno de los cuatro respondió, pero por su expresión el padre de Annabeth debió de comprender que pasaba algo grave. Se quitó el gorro y los anteojos. Su pelo era rubio rojizo, como el de Annabeth, y tenía unos intensos ojos castaños.
—Será mejor que pasen —dijo.
Sin duda aquel lugar no parecía una casa a la que se acababan de mudar. Había robots construidos con piezas de lego en las escaleras y dos gatos durmiendo en el sofá de la sala. La mesita de café estaba cubierta de revistas y había un abriguito de niño en el suelo. Toda la casa olía a galletas de chocolate recién hechas. De la cocina llegaba una melodía de jazz.
—¡Papi! —gritó un niño—. ¡Me está rompiendo los robots!
—Bobby —dijo el doctor Chase distraídamente—, no rompas los robots de tu hermano.
—Vale, papi.
El doctor se volvió hacia ellos.
—Vamos a mi estudio. Por aquí.
—¿Cariño? —dijo una mujer, y en la sala apareció la madrastra de Annabeth secándose las manos con un trapo. Era una mujer asiática muy guapa, con reflejos rojizos en el pelo, que llevaba recogido en un moño—. ¿No me presentas a tus invitados? —dijo.
—Ah —dijo el padre de Annabeth—. Éste es… —pero los miró con aire inexpresivo.
—¡Frederick! —lo reprendió ella—. ¿No les has preguntado sus nombres?
El profesor Chase se avergonzó al instante y se giró a ver a su esposa con un gesto culpable.
—Lo sentimos, debimos presentarnos primero —intervinó Victoire—. Soy Victoire Laurent y ellos son mis amigos...
—Percy Jackson —se presentó el pelinegro un tanto incómodo.
—Thalia Grace —dijo ella.
— Zoë Belladona.
—Un placer en conocerlos ¿Tienen hambre?
Los cuatro compartieron una mirada y asintieron.
—Excelente, les preparé unos sandwiches y unos refrescos, vamos a la cocina y...
—Querida —interrumpió el doctor—. vienen por Annabeth.
Ante la mención de la rubia, Victoire esperaba que la señora se pusiera a gritar como loca, pues tenía entendido que no tenía una buena relación con su hijastra, sin embargo la señora Chase apretó los labios con aire preocupado.
—Muy bien. Acomodense en el estudio; enseguida subiré una bandeja —entonces se giró hacia Percy y le sonrió—. Encantada de conocerte, Percy. He oído
hablar mucho de ti.
Victoire miro de reojo al chico. Este se había ruborizado hasta las orejas. La madrastra de Annabeth volteo a verla.
—Me alegra ver qué regresaste, siempre fuiste importante para Annabeth.
—Y ella para mí —respondió Tori con un nudo en la garganta.
La madrastra de Annabeth asintió y se marchó a la cocina. Victoire siguió a los demás al primer piso y entraron al estudio del padre de Annabeth.
—¡Vaya! —exclamó Percy asombrado.
Las cuatro paredes estaban cubiertas de libros, pero lo que le llamó la atención de verdad fueron los juguetes bélicos. Había una mesa enorme con tanques miniatura y soldados combatiendo junto a un río pintado de azul y rodeado de colinas, arbolitos y cosas así. Colgados del techo, un montón de biplanos antiguos se ladeaban en ángulos imposibles, como en pleno combate aéreo.
El padre de Annabeth sonrió.
— Si. La tercera batalla de Ypres. Estoy escribiendo un trabajo sobre la importancia de los Sopwith Camel en los bombardeos de las líneas enemigas. Creo que tuvieron un papel mucho más destacado del que se les ha reconocido.
Sacó un biplano de su soporte e hizo un barrido con él por el campo de batalla, emitiendo un rugido de motor y derribando soldaditos alemanes.
—Ah, claro —murmuró Percy.
Zoë se acercó y estudió el campo de batalla.
—Las líneas alemanas estaban más alejadas del río.
El doctor Chase se le quedó mirando.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque estaba allí —dijo sin darle importancia—. Artemisa quería mostrarnos lo horribles que son las guerras y cómo pelean los mortales entre sí. También lo estúpidos que son. Esa batalla fue un desastre completo.
El doctor abrió la boca, atónito.
—Tú…
—Es una cazadora, señor —explicó Thalia—. Pero no estamos aquí por eso. Necesitamos…
—¿Viste los Sopwith Camel? —preguntó Chase con la voz temblorosa por la emoción—. ¿Cuántos había ¿En qué tipo de formación volaban?
Thalía resopló, empezaba a impacientarse. Victoire intervino.
—Señor Chase, lo lamento pero no tenemos tiempo para esto —señaló los soldaditos—. Annabeth está en peligro.
Él reaccionó y dejó el biplano.
—Claro —dijo—. Cuentenme todo.
Entre los cuatro le resumieron todo lo mejor que pudieron al señor Chase, aunque Victoire no pudo aportar mucho a la historia puesto que ella no había estado el día que Annabeth desapareció. Sin embargo el profesor en ningún momento los interrumpió y escuchó atentamente cada parte del relato.
Entretanto, la luz de la tarde empezaba a decaer. Se les estaba agotando el tiempo.
— Mi pobre y valiente Annabeth —dijo el doctor Chase. Se había desmoronado en su butaca de
cuero con una mano a la frente—. Debemos darnos prisa.
—Señor, necesitamos un vehículo para llegar al monte Tamalpais —dijo Zoë—. De inmediato.
—Los llevaré en coche. Sería más rápido volar en mi Camel, pero sólo tiene dos plazas.
— Uau. ¿Tiene un biplano de verdad? —preguntó Percy impresionado.
—En el aeródromo de Crissy Field —contestó Chase muy orgulloso —. Por eso tuve que mudarme aquí. Mi patrocinador es un coleccionista privado y posee algunas de las mejores piezas de la primera Guerra Mundial que se han conservado. Él me dejó restaurar el Sopwith Camel…
—Señor —lo interrumpió Thalia—, con el coche bastará. Y quizá será mejor que vayamos sin usted. Es demasiado peligroso.
El doctor arrugó el entrecejo, incómodo.
—Alto ahí, jovencita. Annabeth es mi hija. Con o sin peligro, yo… yo no puedo…
— ¡Hora de merendar! — anunció la señora Chase, entrando con una bandeja llena de bocadillos de mantequilla de cacahuate, galletas recién sacadas del horno y vasos de Coca-Cola.
—¿Son de chispas? —preguntó Victoire casi babeando por las galletas. La señora Chase asintió.
—De chocolate. Annabeth comento una vez que son tus favoritas.
«Bendita seas annie» pensó Tori y tomo unas cuantas de la bandeja. Percy y Thalía no tardaron en repetir su acción, Percy le tendió un bocadillo de mantequilla de cacahuate a Tori y está retrocedio enseguida con la boca llena de galletas.
Thalia apartó el bocadillo de la mano de Percy.
—Es alérgica al mani.
Percy apartó rápidamente la bandeja de Victoire.
—Lo siento, no lo sabia.
Victoire tragó.
—Descuida, mientras no la consuma, no me pasa nada.
Los tres continuaron comiendo mientras Zoë le explicaba a Sr. Chase que ella podía conducir el auto sin problema, puesto que no era tan joven como aparentaba.
— Prometo no destrozarle el coche —aseguró Zoë.
La anfitriona levantó las cejas.
—¿De qué va eso?
—Annabeth está en grave peligro —le explicó el doctor—. En el monte Tamalpais. Yo los llevaría, pero… no es apto para mortales, al parecer —dio la impresión de que le costaba pronunciar esta última
parte.
Para sorpresa de Victoire y Percy, la señora Chase asintió estando de acuerdo.
—Será mejor que se pongan en marcha, entonces.
Pero el padre de Annabeth no parecía animarse. Victoire dejó de comer su quinta galleta para acercarse a él.
—Señor Chase sé que quiere ayudarnos, pero al prestarnos su auto estaría haciendo más por Annie que poniendo su vida en riesgo. Ella nunca nos perdonaría si algo malo le pasase.
Sus palabras hicieron efecto, porque el señor Chase levantó la mirada, más animado y le sonrió agradecido.
—¡Bien! — se levantó de un salto y empezó a palparse los bolsillos—. Mis llaves…
Su mujer dio un suspiro.
—¡Por favor, Frederick! Serías capaz de perder hasta los sesos si no los llevases envueltos en esa gorra. Las llaves están en el colgador de la entrada.
—Eso es —dijo él.
Zoë agarró un sándwich.
—Gracias a los dos. Ahora hemos de irnos.
Victoire rápidamente se acercó a la bandeja de comida, tomo un puñado de galletas para el camino y se giró para seguir a los demás cuando se topo con la mirada de Percy. Éste la miraba divertido y con una ceja alzada.
—Asi que, ¿Tus favoritas?
Victoire sonrió abiertamente.
—Lo son.
Ambos salieron del estudio y bajaron las escaleras corriendo con los Chase detrás de ellos. El señor Chase les entrego sus llaves a Zoë y tras darle las gracias las tres chicas salieron de la casa, más no dieron muchos pasos cuando notaron que Percy todavía no salía. La señora Chase parecia estarle pidiendo algo, porque Percy asintió con la cabeza, como asegurando algo, y luego salió de la casa.
Los cuatro corrieron hacia un Volkswagen descapotable amarillo, aparcado en el sendero. El sol estaba ya muy bajo.
—¿No corre más este cacharro? —preguntó Thalia.
Zoë le lanzó una mirada furibunda.
—No puedo controlar el tráfico.
—Suenan las dos igual que mi madre —dijo Percy haciendo que ambas chicas se callaran y desviaran su rostro en diferentes direcciones. Percy giró el rostro hacia su derecha, donde Victoire estaba sentada, y le guiño un ojo juguetonamente.
Pero aquel pequeño gesto provocó en Victoire un remolino de sensaciones en su estómago. Por lo que solo levantó la comisura de su labio en una leve sonrisa y desvío la mirada hacia la ventana.
¿Qué rayos había sido eso en la boca de su estómago? Hacia tanto que no sentía aquello.
Avanzaron serpenteando entre los coches por el Golden Gate y al llegar al condado de Marín el sol ya empezaba a hundirse en el horizonte. Salieron a la autopista, donde la carretera era estrecha y avanzaba en zigzag, subiendo montañas y bordeando escarpados barrancos. Zoë en ningún momento disminuyó la velocidad.
—¿Por qué huele a pastillas para la tos? —preguntó Percy.
—Son eucaliptos —repuso Victoire, señalando los enormes árboles que los rodeaban.
—¿Es esa cosa que comen los koalas? —preguntó él.
—Y los monstruos —contestó Zoë—. Les encanta masticar las hojas. Sobre todo a los dragones.
— ¿Los dragones mascan hojas de eucalipto?
—Créeme —dijo Zoë—, si tuvieras el aliento de un dragón, tú también las mascarías.
Nadie le discutió aquello. Al cabo de unos minutos el monte Tamalpais se alzaba sobre ellos, y para ser una montaña, era pequeña, pero mediante se acercaban más a ella, esta comenzó a lucir inmensa.
—O sea, que ésa es la Montaña de la Desesperación— comentó Percy.
—Si —respondió Zoë con voz tensa.
—¿Por qué la llaman así?
Pero Zoë permaneció en silencio durante casi un kilómetro y Victoire la miró varias veces de reojo con preocupación.
—Después de la guerra entre dioses y titanes, muchos titanes fueron castigados y encarcelados —comenzó a contar ella—. A Cronos lo cortaron en pedazos y lo arrojaron al Tártaro. El general que comandaba sus fuerzas, su mano derecha, fue encerrado ahí, en la cima de la montaña, junto al Jardín de las Hespérides.
Las nubes se arremolinarom alrededor de la
cumbre, como si la montaña las atrajera y las hiciera girar como peonzas.
—¿Qué es eso? ¿Una tormenta?
Zoë no respondió. Pareciera que no le gustaba lo que aquello significaba.
— Hemos de concentrarnos —advirtió Thalia—. La Niebla aquí es muy intensa.
—¿La mágica o la natural?
—Ambas —dijo Vic.
Las nubes grises seguían espesándose sobre la montaña. Y ellos se dirigían hacia allí. Habían dejado el bosque atrás para internarse en un espacio abierto plagado de barrancos y rocas.
—¡Miren! —exclamó Percy. Victoire rápidamente giró el rostro pero no vio nada.
—¿Qué viste? —pregunto ella.
—Un barco blanco —dijo él—. Junto a la playa. Parecía un crucero.
Victoire estaba al tanto de quien tenía un crucero. Tanto ella como Thalía abrieron mucho los ojos.
—¿El de Luke?
Pero Percy no confirmo ni negó nada.
—Entonces vamos a tener compañía —discurrió Zoë con tono lúgubre—. El ejército de Cronos.
Victoire jadeo. Si el ejército de Cronos estaba ahí, entonces Luke...
Pero entonces una corriente helada recorrió a Victoire de pies a cabeza, alertandola. Thalia dio un grito.
—¡Frena! ¡Rápido!
Zoë pisó el freno a fondo sin hacer preguntas. El Volkswagen amarillo giró sobre sí mismo dos veces antes de detenerse al borde del barranco.
—¡Salten! —grito Victoire, abrió la puerta y empujó a Percy fuera. Ambos rodaron por el suelo justo cuando un fuerte «¡Buuuum!» los aturdió.
Fulguró un relámpago y el coche del doctor Chase estalló como una granada amarilla. Los pedazos del auto volaron por todas dirección, más ninguno llegó a golpearlos por el escudo de Thalía, quien había aparecido sobre ellos de repente.
Los pedazos cayendo se oían como una lluvia metálica, y cuando Victoire abrió los ojos se percató de que se encontraba debajo de Percy. Éste la había cubierto con su cuerpo para protegerla a pesar del escudo de Thalía. Los tres se encontraban rodeados de chatarra. Una parte del guardabarros del Volkswagen se había quedado clavada en la carretera. El capó humeante todavía daba vueltas en el suelo. Había trozos de metal amarillo por todos
lados.
—«Uno perecerá por mano paterna» —murmuró Thalía—. Maldito sea. ¿Es que piensa destruirme? ¿A mí?
—Eh, oye —le dijo Percy—. no puede haber sido el rayo de Zeus. Ni hablar.
— Concuerdo con Percy, él no te haría daño —aseguró Vic.
—¿Entonces de quién fue? —espetó ella.
Victoire apretó los labios para no soltar lo de Zoë.
—No lo sé. Zoë ha pronunciado el nombre de Cronos… Tal vez ha sido…
Thalia sacudió la cabeza, furiosa.
—No. Ha sido él —y entonces se giró a ver a Victoire—. Tu también lo sentiste, ¿No? ¿La electricidad? —ella asintió—. ¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo has sabido que el rayo iba hacia nosotros?
Victoire tragó saliva antes de contarle a su amiga la verdad.
—Yo... Tengo varias bendiciones de tu padre, y una de ellas es la electroquinesis; no es muy fuerte, pero me permite sentir la electricidad a mi alrededor. Por eso he sentido el rayo.
Thalía frunció el ceño, más Victoire no sabía si estaba molestaba o no. Supongo que no era normal saber que tu padre bendecía a otros mestizos mientras que a ti intentaba matarte. Aunque Victoire realmente creía que Zeus no había hecho tal cosa.
— ¿Dónde está Zoë? —preguntó Percy cuando no reparo en la presencia de la cazadora— ¡Zoë!
Los tres se levantaron y corrieron de un lado para el otro alrededor del Volkswagen destrozado. No encontraron señales de Zoë dentro de los restos ni nada en la carretera. Percy se acercó al precipicio, pero tampoco había rastro de ella.
—¡Zoë! —gritó Percy.
Pero entonces la cazadora apareció junto a él y le tiro del brazo.
—¡Silencio, idiota! ¿Quieres despertar a Ladón?
Victoire y Thalía se acercaron a ambos.
—¿Ya hemos llegado?
—Estamos muy cerca —dijo Zoë ignorando las constantes miradas de Victoire hacia ella— Seguidme.
Zoë camino hasta unas sábanas de niebla en la carretera, y sin precio aviso atravesó uno de ellas. Cuando la niebla pasó de largo, la cazadora había desaparecido.
Los tres se miraron perplejos, más Victoire dio un paso adelanto siguiéndola.
—Concéntrense en Zoë —les recomendó a ambos—. Entren con la idea de que estamos siguiéndola.
Y entonces siguió a Zoë y desapareció de la vista de ambos. Sin embargo para ella fueron solo unos segundos borrosos entre la niebla, y el aire se despejó. Thalía y Percy tardaron un par de minutos en seguirlas, pero al final todos lograron cruzar la niebla sin problemas.
La carretera frente a ellos ahora era de tijera y estaba flanqueada por hierba mucho más tupida. La cima de la montaña, envuelta en nubes de tormenta, parecía más cercana y más poderosa. Había un solo sendero que conducía a la cumbre a través de un prado exuberante de flores y sombras: el jardín de las hespérides.
Luke había estado ahí hace varios años atrás y le había descrito el jardín a Victoire. Sin embargo por más que el rubio se había esforzado por darle todos los detalles posibles, estos no se comparaban con tenerlo enfrente de ella; La hierba brillaba a la luz plateada del anochecer y las flores eran de colores tan intensos que casi refulgían en la oscuridad. Unos escalones de mármol negro pulido ascendían a uno y otro lado de un manzano de diez pisos de alto. Cada rama relucía cargada de manzanas doradas.
—Las manzanas de la inmortalidad —comentó Thalia—. El regalo de boda de Zeus a Hera.
Estás se veían tan apetecibles, pero el dragón enrollado en el tronco del el árbol borraba en Victoire cualquier ánimo de acercarse; Su cuerpo de serpiente tenía el grosor de un cohete y lanzaba destellos con sus escamas cobrizas. Pero lo que más impresionó a Victoire fue el hecho de que tenía múltiples cabezas, como si le hubieran fusionado cien pitones mortíferas.
Éste parecía estar dormido, pues todas las cabezas tenían sus ojos cerrados. Victoire estuvo a nada de comentar que siguieran el camino ahora que el dragón estaba dormido, cuando las sombras que tenían delante empezaron a agitarse. Se escuchó un canto bello y misterioso: como voces surgidas del fondo de un pozo.
Percy iba a empuñar su espada cuando Zoë lo detuvo. Y entonces cuatro figuras temblaron en el aire y cobraron consistencia en frente de ellos: cuatro
jóvenes que se parecían mucho a Zoë, todas con túnicas griegas blancas. Tenían piel de caramelo. El pelo, negro y sedoso, les caía suelto sobre los hombros. Las cuatro eran exactamente iguales que Zoë: preciosas, y seguramente muy peligrosas.
—Hermanas —Saludó Zoë.
—No vemos a ninguna hermana —replicó una de ellas con tono glacial
—Vemos a tres mestizos y una cazadora. Todos los cuales han de morir muy pronto.
—Vaya, que buena forma de recibir a alguien —mascullo Victoire por lo bajo.
—Estan equivocadas —dijo Percy dando un paso al frente—. Nadie va a morir.
Las tres lo examinaron de arriba abajo.
—Perseus Jackson —dijo una de ellas.
—Sí —musitó otra—. No veo por qué es una amenaza.
Victoire apretó los labios para contener una risa. La cara de Percy en esos momentos era todo un poema, seguramente no sabía sí tomarse eso como un cumplido o no.
La primera hespéride echó un vistazo atrás, hacia la cima de la montaña.
— Os temen, Perseus. Están descontentos porque ésa aún no los ha matado—dijo señalando a Thalia—. Y porque ella aún se resiste a unirseles.
—Una verdadera tentación, a veces —reconoció Thalia—. Pero no, gracias. Son mi amigos.
—Aquí no hay amigos, hija de Zeus – dijo la hespéride secamente—.Sólo enemigos.
Victoire bufó.
—No esperábamos menos —dijo—, y respecto a lo otro; Primero muerta que unirme a Cronos —masculló Tori.
—Entonces no podrás cumplir tu destino, que desperdicio de mestiza.
Aquello calo a Victoire, quien dio un paso adelante dispuesta a cargar contra la hespéride cuando Percy la sostuvo de la cintura para detenerla.
—No las escuches —le murmuró cerca del oído. En automático Victoire sintió una oleada de calma a su alrededor. Sorprendentemente Percy tenía ese efecto en ella.
—Vuelvan atrás —dijo una de las chicas.
—No sin Annabeth —Replicó Thalia.
—Ni Artemisa —añadió Zoë—. Hemos de subir a la montaña.
—Sabes que te matará —dijo la chica—. No eres rival para él.
Victoire se tenso.
—Artemisa debe ser liberada —insistió Zoë—. Dejadnos paso.
La chica meneó la cabeza.
—Aquí ya no posee ningún derecho. Nos basta con alzar la voz para que despierte Ladón.
— A mí no me causará ningún daño —dijo Zoë.
—¿No? ¿Y qué les pasará a tus amigos?
Entonces Zoë hizo lo último que todos esperaban.
—¡Ladón! —gritó—. ¡Despierta!
Victoire se alertó cuando el dragón se removió, reluciente como una montaña de monedas de cobre, y las hespérides se dispersaron chillando. La que había llevado la voz cantante le gritó a Zoë:
—¡¿Te has vuelto loca?!
— Nunca has tenido valor, hermana — respondió ella —. Ése es tu problema.
Ladón se retorció. Sus cien cabezas fustigaron el aire, con las lenguas trémulas y hambrientas. Zoë dio un paso adelante con los brazos en alto.
— ¡No, Zoë! —gritó Thalia—. Ya no eres una hespéride. Te matará.
Victoire volteo a ver a la cazadora con preocupación.
—Ladón está adiestrado para guardar el árbol —dijo Zoë—. Rodeen el jardín y suban hacia la cima. Mientras yo represente para él una amenaza, seguramente no les prestará atención.
Victoire la miró incrédula. ¿Enserio les estaba pidiendo dejarla?
—Seguramente… —repitió Percy—. No suena muy tranquilizador.
—Es la única manera —dijo ella—. Ni siquiera los cuatro juntos podríamos con él.
—Debe haber otra for...
Pero Ladón abrió sus bocas y un escalofrío recorrió a Victoire al oír el silbido de sus cien cabezas. Lo peor fue su aliento, no había palabras para definir aquello. Era como oler ácido, tanto así que los ojos le ardieron al instante y la piel se le puso de gallina.
Victoire dio un paso hacia Zoë, dispuesta a luchar contra aquella cosa con ella cuando Percy la tomó de la mano y la jalo con él por la derecha mientras que Thalía subía por la izquierda.
Zoë fue directamente hacia el monstruo.
—Soy yo, mi pequeño dragón —dijo—. Zoë ha vuelto.
Ladón se desplazó hacia delante y enseguida retrocedió. Algunas bocas se cerraron; otras siguieron silbando. Se hizo un lío. Entretanto, las hespérides se disolvieron y retornaron a las sombras.
—Yo te alimentaba con mis propias manos —prosiguió Zoë con tono dulce, mientras se iba aproximando al árbol dorado—. ¿Todavía te
gusta la carne de cordero?
Los ojos del dragón destellaron.
Victoire, Percy y Thalia habían bordeado ya la mitad del jardín. Un poco más adelante, una senda de roca ascendía a la negra cima de la montaña. La tormenta se arremolinaba y giraba a su alrededor como si aquella cumbre fuese el eje del mundo.
Habían salido casi del prado cuando algo falló. Victoire volteo justo cuando Ladón se abalanzaba sobre Zoë.
—¡Zoë, cuidado!
Dos mil años de adiestramiento la mantuvieron con vida. Esquivó una ristra de colmillos, se agachó para evitar la siguiente y empezó a serpentear entre las cabezas de la bestia, corriendo en la dirección de ellos y aguantándose las arcadas que le provocaba aquel espantoso aliento.
Percy y Victoire sacaron sus armas para ayudarla.
—¡NO! —jadeó Zoë—. ¡Corran!
El dragón la golpeó en el flanco y ella dio un grito.
Thalia alzó la Égida y el monstruo soltó un espeluznante silbido. En ese segundo de indecisión, Zoë se adelantó montaña arriba y todos la siguieron a todo correr. El dragón no intentó perseguirlos. Silbó enloquecido y golpeó el suelo, pero le habían enseñado a proteger el árbol por encima de todo y no iba a dejarse arrastrar tan fácilmente a una trampa, por muy suculenta que fuese la perspectiva de zamparse a varios héroes.
Subieron corriendo la cuesta mientras las hespérides reanudaban su canto en las sombras que habian dejado atrás. La cima de la montaña estaba sembrada de ruinas, llena de bloques de granito y de mármol negro tan grandes como una casa. Había columnas rotas y estatuas de bronce que daban la impresión de haber sido fundidas en buena parte.
—Las ruinas del monte Othrys —susurró Thalia con un temor reverencial.
—Si —dijo Zoë—. Antes no estaban aquí. Es mala señal.
—¿Qué es el monte Othrys? —preguntó Percy.
—La fortaleza de los titanes —respondió Victoire.
—Durante la primera Guerra, Olimpia y Othrys eran las dos capitales rivales —agregó Zoë—. Othrys era…
Hizo una mueca y se apretó el flanco.
—Estás herida — le dijo Percy alertando a Victoire—. Déjame ver.
—¡No! No es nada. Decía que… en la primera guerra, Othrys fue arrasada y destruida.
— Pero… ¿cómo es que sus restos están aquí?
Thalia miraba alrededor con cautela mientras sorteábamos los cascotes, los bloques de mármol y los arcos rotos.
—Se desplaza en la misma dirección que el Olimpo —explico Victoire—. Siempre se halla en los márgenes de la civilización.
—El hecho de que esté aquí, en esta montaña, no indica nada bueno —dijo Zoë.
—¿Por qué? —preguntó él.
—Porque ésta es la montaña de Atlas —intervino Zoë—. Desde donde él sostiene… —Su voz pareció quebrarse de pura desesperación y se
quedó inmóvil—. Desde donde… sostenía el cielo.
Habian llegado a la cumbre. A uno metros apenas, los grises nubarrones giraban sobre sus cabezas en un violento torbellino, creando un embudo que casi parecía tocar la cima, pero que reposaba en realidad sobre los hombros de una chica de doce años de
pelo castaño rojizo, cubierta con los andrajos de un vestido de plata.
Tal cual el sueño que tuvo Victoire; Artemisa estaba sujeta a la roca con cadenas de bronce celestial. Y no era el techo de una caverna lo que Artemisa se veía obligada a sostener, sino el cielo mismo.
—¡Mi señora! —grito Zoë y corrió hacia ella.
Pero Artemisa gritó:
—¡Detente! Es una trampa. Debes irte ahora mismo.
Parecía exhausta y estaba empapada de sudor. El peso del cielo era a todas luces demasiado para ella.
Zoë sollozó y pese a las protestas de Artemisa, se adelantó y empezó a tironear de las cadenas.
Entonces retumbó una voz a sus espaldas.
—¡Ah, que conmovedor!
Victoire y los demás dieron media vuelta para ver al general junto con una docena de dracaenae que portaban el sarcófago de Cronos. Sin embargo, Victoire no reparo en nada de eso, sino en el chico rubio que estaba junto al general.
—Luke —musitó su nombre sintiendo como todo dentro se removía.
Luke la miró atónito, como si no creyera que ella realmente estuviera ahí.
Pero Victoire estaba ahí. Viva y hermosa como la última vez que la vio. Más no le dedico la sonrisa que tanto había extrañado, sino una mirada llena dolor y pesar al verlo en el bando contrario.
Por otro lado el corazón de Victoire se apretó al ver a Annabeth junto a Luke, con las manos a la espalda y una mordaza en la boca.
Pero lo que sin duda la destrozó, metafóricamente hablando, fue ver la espada en manos de Luke apuntando a la garganta de Annie.
Está, al verla, abrió los ojos como si estuviera viendo un fantasma, y pronto Victoire advirtió que sus ojos grises se cristalizaban. Más no lloró, en su lugar la miró con un semblante de súplica. Como sí le estuviera pidiendo a ella y a Percy que huyeran de ahí.
—Luke —lo llamo Victoire dando un paso al frente—. ¿Qué estás haciendo?
Ok, tal vez eso sonaba mejor en su mente. Pero Victoire se encontraba en tan consternada que no pudo evitar preguntarle personalmente al rubio aquello.
El chico soltó un gran suspiró cuando el general se carcajeo.
—Lo que debo hacer —dijo él.
—No —aseguró—, esto no está bien y lo sabes —dijo, más Luke negó con la cabeza.
—Sueltala —gruño Thalía.
Él esbozó una sonrisa endeble y pálida.
—Esa decisión está en manos del General, Thalia. Pero me alegra verlas de nuevo.
Thalia le escupió y Victoire bajó la mirada. Le estaba costando mucho verlo en esas condiciones. Le dolía en el corazón ver en que se había convertido.
—Ya vemos en qué ha quedado esa vieja amistad. Y en cuanto a ti, Zoë, ha pasado mucho tiempo...¿Cómo está mi pequeña traidora? Voy a disfrutar matándote.
—NO le contestes —gimió Artemisa—. No lo desafíes.
—Un momento…—intervino Percy—. ¿Tú eres Atlas?
El General le echó un vistazo.
—¡Ah! Así que hasta el más estúpido de los héroes es capaz de hacer por fin una deducción. Sí, soy Atlas, general de los titanes y terror de los dioses. Felicidades. Acabaré contigo enseguida, tan pronto me haya ocupado de esta desgraciada muchacha.
—Primero pasarás sobre mi —espetó Victoire, mirándolo ceñida.
—No vas a hacerle ningún daño a Zoë —agregó Percy —. No te lo permitiré.
El General sonrió desdeñoso.
—NO tienen derecho a inmiscuirse, pequeños héroes. Esto es un asunto de familia.
Victoire tragó saliva y miro a Percy, que había arrugado el entrecejo.
—¿De familia? —preguntó él.
Era tiempo de que supiera la verdad y Zoë lo supo.
—Sí —dijo Zoë, desolada—. Atlas es mi padre.
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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️
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