𝟢𝟩. 𝗋𝖾𝖼𝗎𝖾𝗋𝖽𝗈𝗌 𝖻𝗈𝗋𝗋𝗈𝗌𝗈𝗌
🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ Chapter Seven
❝blurred memories ❞
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El viaje en los dos gigantes de bronce fue lo más satisfactorio de toda esa búsqueda para Victoire. Volar siempre le había parecido emocionante, nunca le tuvo miedo a las alturas. Y eso tal vez se debía a que su madre poseía unas alas increíbles que le permitían volar, o tal vez porque su padre fue piloto.
Sea lo que sea, a Victoire siempre le gustaron las alturas y la sensación de libertad que solo estás le proporcionaba.
No podía decir lo mismo de Thalía. Su amiga había pasado todo el tiempo con los cerrados y se sujetaba a la estatua de bronce como si su vida dependiera de ella, cosa que era cierto. Grover por su parte habían sacado sus flautas para pasar el rato mientras que Zoe lanzaba sus flechas a los carteles más cercanos solo por diversión. Percy, por otro lado, parecía disfrutar el viaje como ella.
No sabría decir cuánto tiempo había pasado, pero de pronto Thalia, Grover y Zoe se encontraban dormidos. Y Victoire estuvo a nada de caer también cuando Percy se dirigió a ella.
—Vi, ¿Puedo preguntarte algo?
La voz de Percy la sobresaltó un poco. Habían estado en silencio por tanto tiempo que el sonido de su voz la extraño.
—Claro.
Percy titubeó, no muy seguro de continuar. Tenia miedo de que la chica fuera a reaccionar mal con él o que incluso lo empujara por andar de metiche. Sin embargo, se armó de valor y le pregunto lo que venía dudando desde hace tiempo.
—¿Por qué estuviste cuatro años en el Olimpo?
Victoire se tensó en su lugar. Sus sentidos se esfumaron y se sintió desfallecer por unos segundos. Aquella pregunta la había tomado tan desprevenida que su corazón golpeaba su pecho de una forma tan violenta que comenzó a hiperventilar.
—Quiero decir, sé que estuviste al borde de la muerte y eso pero... ¿Por cuatro años?
Sabía que tarde o temprano el tema tendría que salir a la luz. Pero Victoire prefería nunca hablar de eso sí de ella dependía.
Sin embargo habían estado al borde de la muerte en más de dos ocasiones en aquella búsqueda. Sin contar que tenia a una diosa detrás de ella buscando matarla. Sí quería irse con la mente en paz -en el dado caso de que no sobreviviera-, tenía que sacarse la culpa de dentro.
Y el único modo era diciendo la verdad de lo que había hecho.
Tragó saliva, nerviosa, y se acomodo mejor en su lugar antes de girar su rostro hacia Percy; Solo esperaba que tras contarle la verdad, éste no la rechazará o la despreciara.
Aunque tampoco podía culparlo si lo hacía.
—Como bien sabes, salí herida durante mi última misión. Debía matar a la Hidra de Lerna y llevar una de sus cabezas al Olimpo como prueba de mi exito. Todo marchaba bien, mi... Pareja y yo rastreamos a la Hidra hasta un museo en Albuquerque, ahí nos atacó y peleamos contra ella, pero... —victoire apretó los ojos, tratando de ver con claridad sus recuerdos—. No recuerdo bien que ocurrió, sufro amnesia de esa noche, pero de un momento a otro la Hidra estaba muerta y había guerreros-esqueletos alrededor de nosotros. Alguien los dirigía, pero no recuerdo bien su rostro. Era alguien joven; Peleamos contra ellos lo mejor que pudimos pero nada de lo que hacíamos parecía funcionar. Como ya viste, ellos no mueren.
»Resulte apuñalada de gravedad en el combate. Estuve tan cerca de morir que a veces pienso que Hades podría reclamar mi alma como suya cuando quiera. Hermes me encontró esa noche y me llevo al Olimpo por petición de mi madre y Zeus, ahí me salvaron pero... ya había cometido el peor acto que un semidiós puede hacer.
—¿Cuál? —preguntó Percy intrigado.
Para ese punto, la garganta le ardía debido al nudo que se había formado. No le gustaba recordar ese momento. La culpa seguía carcomiendola viva. Victoire soltó un sollozó y miró a Percy con una profunda tristeza. El corazón del chico se encogió al verla así.
Si quería dejar de sentirse de ese modo, debía decirle la verdad.
—Percy, yo mate a mi compañero.
Percy abrió los ojos al tope y empalidecio. Aquella revelación lo había dejado atónito y estupefacto. No podía imaginarse a la chica haciendo tal... Cosa.
No podía.
—Pero... Dijeron que Keegan murió en combate.
Victoire negó dejando caer las lágrimas por sus mejillas.
—Eso le dijeron a todos, pero fui yo quien lo mato —confesó—. Te lo digo Percy, no recuerdo claramente que pasó esa noche, pero sé que estaba peleando contra los guerrero-esqueleto, y de un momento a otro, estaba blandiendo mi espada contra Keegan. Él me suplicaba para que me detenga, pero no lo hice. Solo sé que estaba furiosa, y dolida. Pelee contra él y yo lo.... Lo atravesé con mi espada. Murió enfrente de mi y por mis propios manos.
»Perdí la consciencia después de eso y desperté unos días después en el Olimpo, donde la madre de Keegan, Némesis, exigía justicia por él. Zeus y los demás dioses estuvieron a punto de castigarme por lo que hice, yo... me disculpé, pero Némesis intentó matarme en el salón del trono, y debes saber que está prohibido agredir o derramar sangre ahi, por lo que Zeus anulo su petición y me dejó libre de volver al campamento.
»Nemesis no lo tomó bien. Juró por río Estigia de que se vengaria de mi por haber matado a su hijo y se marchó antes de que cualquier otro dios pudiera hacer algo en contra de ella; Por alguna razón los dioses no se tomaron bien su juramento, realmente parecían alarmados, consternados. Como sí Némesis hubiera cometido el peor crimen del universo al amenazarme. Desconozco la razón por la cual tomaron la decisión que tomaron, pero me prohibieron salir del Olimpo por mi propia protección.
»Vivi ahí cuatro años, siempre ocultandome cuando algún campista iba. No podían verme. No podían saber cómo estaba. No podían saber de mí existencia ahi. Me quitaron la habilidad de crecer y permanecí cuatro años así. Supongo que fue parte de un castigo por Zeus, por lo que hice, aunque merecía más que eso.
—No digas eso —dijo Percy sorprendiendo a Victoire. Había esperado una reacción diferente por parte de él. Algún comentario sobre el monstruo que era o una mirada llena de repulsion. Sin embargo, se encontró con sus profundos ojos verdes mirándola como siempre. Como si ella no fuera una asesina a sangre fría—. Nadie merece ser tratado como inexistente.
—Yo si, Percy —dijo ella—. Mis manos están manchadas de sangre.
—Tambien las de todos los mestizos —repuso él.
Pero Victoire lo miro incrédula.
—La sangre de monstruo es diferente. Yo mate a mi novio a sangre fría. A un mestizo—espetó ella.
—¿Y como estás tan segura de eso sí no recuerdas bien que pasó esa noche? —Victoire tragó saliva y abrió la boca para responder cuando él continúo—. Hay muchos huecos en tu relato, Vi. Hay cosas que no tienen sentido.
—¿Cómo que?
—Como el porque había guerreros-esqueletos ahí. Alguien tuvo que haberlos invocados, alguien con el poder suficiente de traerlos de la muerte. ¿Tu y Keegan podrían hacer eso? —Victoire negó—. Ahí está. Aparte, tal vez no llevo mucho tiempo conociéndote, pero sé que tú nunca traicionarías a los tuyos. Seguro hay un error sobre lo que paso esa noche.
—¿Y si no es así? ¿Y si realmente lo hice solo porque si? —preguntó ella bajando la cabeza, apenada.
—Dudo mucho que hagas las cosas solo por qué si. Estoy casi seguro de que hay un motivo detrás de todo eso —aseguró él—. Y estoy seguro que en algún momento lo recordarás, y cuando eso pase, si tú lo deseas, estaré contigo. Apoyándote, así como tú me has apoyado desde que nos conocimos.
Al oir aquello Victoire alzo la mirada con rapidez. Decir que estaba sorprendida era quedarse corto. Muy corto.
Percy Jackson, el héroe que había salvado al Olimpo y al campamento en los últimos dos años, le estaba ofreciendo su apoyo para descubrir los verdaderos acontecimientos de aquella noche donde Keegan murió. Su corazón brincó. Su respiración se aceleró. Todo su cuerpo se sacudió ante la sensación cálida que la embargo cuando Percy le sonrió.
No la estaba rechazando.
No la estaba juzgando.
Percy estaba apoyándola en el tema más doloroso que cargaba.
Se limpio el rastro de las lágrimas de su rostro y una sonrisa genuina se formó en su rostro.
—Gracias Percy.
El peso sobre sus hombros había disminuído a tal grado que Victoire no recuerda en qué momento se quedó dormida junto al pelinegro. Solo sabe que tras mucho tiempo, finalmente logró dormir tranquila y sin que la imagen de Keegan apareciera en sueños.
Victoire despertó cuando la voz uno de los gigantes se hizo oir, logrando que tanto ella como los demás abrieran los ojos.
—¿Dónde quieren aterrizar, chicos? —preguntó Hank.
Victoire estiró el cuello y vio la ciudad debajo de ellos. Era una lástima que San Francisco fuera el peor lugar para los semidioses, porque la ciudad en si era hermosa.
—Allí —propuso Zoë—. Junto al edificio Embarcadero.
—Buena idea —dijo Chuck, el otro gigante—. Hank y yo podemos camuflarnos entre las palomas.
Todos se le quedaron viendo.
—Era broma —se apresuró a aclarar—. ¡Uf! ¿Es que las estatuas no pueden tener sentido del humor?
Pero al final no hubo necesidad de camuflajearse. Era demasiado temprano y casi no había gente alrededor, exceptuando a un vagabundo que andaba por el muelle el cual salió corriendo cuando aterrizaron.
Victoire estaba segura que alcanzó a escuchar la palabra marciano al alejarse.
Hank y Chuck se despidieron y salieron volando para irse con sus colegas de bronce. Victoire soltó un profundo suspiró y empezó a analizar la situación; habían llegado a la costa Oeste. Por algún lugar de San Francisco tendrían que estar Artemisa y Annabeth, más no estaba segura de como lograrían encontrarlas. Solo les quedaba un día y al siguiente sería el solsticio de invierno.
Su tiempo se estaba agotando.
Pero también había otro tema que no lograba entender aun. Supuestamente el monstruo que Artemisa estaba buscando debería haber salido al encuentro de ellos, mostrándoles el camino. Pero nignuno de ellos tenía la menor idea de lo que se podría tratar.
—¿Y cómo vamos a averiguarlo? —pregunto Percy tras un intercambio de opiniones con todos.
—Nereo —respondió Grover.
Todos voltearon a verlo.
—¿Cómo?
—¿No es lo que te dijo Apolo? ¿Qué encontraras a Nereo?
—¿Apolo? ¿Él hablo contigo? —preguntó Victoire sorprendida. Percy asintió.
—El viejo caballero del mar —dijo él—. Por lo visto, tengo que encontrarlo y obligarlo a que nos diga lo que sabe. Pero ¿cómo lo encuentro?
Zoë hizo una mueca.
—¿El viejo Nereo?
—¿Lo conoces? —preguntó Thalia.
—Mi madre era una diosa del mar: Sí, lo conozco. Por desgracia, nunca es demasiado difícil de encontrar. Simplemente, has de seguir el olor.
—¿El olor? ¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Vic.
—Ven—le dijo ella a Percy sin ningún entusiasmo—. Tengo un plan, te lo mostraré.
Resultó que el plan de Zoë fue vestir a Percy como un vagabundo. Victoire ni siquiera pregunto de donde saco aquellos arapos, lo único que importaba es que el chico podía hacerse pasar fácilmente por uno.
—Muchas gracias —refunfuñó—. ¿Para qué tengo que vestirme así?
—Ya te lo he dicho. Para no desentonar.
Los condujo de nuevo al muelle, y tras un buen rato buscando, Zoë se detuvo en seco. Señaló un embarcadero donde un grupo de vagabundos se apretujaban cubiertos de mantas, aguardando a que abrieran el comedor de beneficencia.
—Tiene que esta allá abajo —indicó Zoë—. Nunca se aleja demasiado del agua. Le gusta tomar el sol durante el día.
—¿Cómo sabré quién es?
—Tú acércate a hurtadillas. Actúa como vagabundo. Lo reconocerás. Huele de un modo… distinto.
—Estupendo —ironizó él—. ¿Y cuando lo encuentre?
—Agárralo. Y no lo sueltes. Él hará todo lo posible por librarse de ti. Haga lo que haga, no lo dejes escapar. Oblígalo a que te hable de ese monstruo.
—Nosotros te estaremos cubriendo las espaldas Aquaman —aseguró Victoire, en eso Percy se quitó algo de la espalda de la camisa: un trozo de pelusa de vaya saber dónde salio. Victoire dibujo una mueca en el rostro.
—Eh… bueno, pensándolo bien, te las cubriremos a distancia —rectificó Thalía.
Grover alzó los pulgares, deseandole suerte.
Percy comenzó alejarse de ellos.
—¿Creen que funcione? —preguntó Thalía cuando el chico se encontraba lo bastante lejos para no oírlos. Se encontraba dando tumbos, como si en cualquier momento fuera a desmayarse. Victoire apretó los labios para no soltar una carcajada.
—Debiste ponerle una bolsa en la cabeza —le dijo Tori a Zoe, quien sonrio de lado.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Grover cuando, después de un rato, Percy se sentaba junto a un hombre que parecía papá Noel.
Más ninguno alcanzó a decir nada cuando vieron a Percy abalanzarse sobre el hombre. La escena en si parecía muy cómica; un chaval revolcándose y peleando contra un anciano gordo.
Más la realidad era que Percy había encontrado a Nereo.
Los cuatro comenzaron a acercarse a ellos cuando, de improvisó, Percy y Nereo cayeron al agua. Victoire corrió hasta la orilla justo cuando una orca salía a la superficie con Percy sujeto a su aleta dorsal. La gente alrededor de la zona soltó un «uau» de asombro. Percy los saludaba como si aquello fuera lo más normal del mundo.
Una típica mañana para él.
—Estas sonriendo mucho —le dijo Zoë junto a ella. Victoire se percató de que era cierto. Se sonrojó y desvío la mirada hacia la pelea que tenía Percy y Nereo.
Al final ambos terminaron saliendo junto a un embarcadero de botes de pesca, donde Nereo se derrumbó mientras Percy se encontraba parado junto a él.
Victoire salió corriendo con los demás detrás de ella y bajaron los escalones apresuradamente. Nereo jadeaba exhausto mientras que Percy parecía estar perfecto.
—¡Lo tienes! —dijo Zoë
—No hace falta que lo digas tan asombrada —repuso él.
Nereo soltó un gemido.
—Ah, magnífico. ¡Una audiencia completa para presenciar mi humillación! ¿El trato de siempre, supongo? O sea, me dejas ir si respondo a tu pregunta.
—Tengo más de una —replicó Percy.
—Sólo una pregunta por captura. ¡Son las reglas!
Percy volteo a verlos indecisos y tras algunos segundos donde sus pensamientos gobernaron su mente, se giró hacia él:
—Muy bien, Nereo. Dime dónde puedo encontrar a ese monstruo terrible que podría provocar el fin de los dioses. El que Artemisa estaba persiguiendo.
El viejo caballero del mar sonrió, enseñando sus dientes verdes y enmohecidos.
—Ah, muy fácil—dijo en tono malvado—. Está aquí mismo —Y señaló el agua a los pies de Percy.
—¿Dónde? —preguntó Percy.
—¡Yo ya he cumplido el trato! —repuso, regodeándose. Y con un chasquido, se convirtió en un pez de colores y saltó al agua.
—¡Me has engañado! —gritó Percy.
Pero entonces Victoire vislumbró algo en el agua por el rabillo del ojo. Miro sobre el hombro de Percy y soltó un jadeo de asombro mientras que Thalia abría los ojos como platos.
—¿Qué es eso?
—¡Muuuuuu!
Ahí abajo, en el agua, se encontraba la criatura más rara que Victoire había visto nunca. Una vaca mitad serpiente que parecía intentar llamar la atención de Percy, pues le dio unos golpecitos con el hocico en la mano y lo miraba con tristeza.
—Bessie —dijo Percy—. Ahora no.
—¡Muuuu! —insistió la vaca-serpiente.
Grover sofocó un grito.
—Dice que ni se llama Bessie ni es una hembra.
—¿Puedes entenderla, digo… entenderlo?
Grover asintió.
—Es una forma muy arcaica de lenguaje animal. Pero dice que es un taurofidio.
—¿Tau… qué?
—Significa toro-serpiente en griego —explicó Victoire contemplando la criatura.
— Pero ¿qué está haciendo aquí? —preguntó Thalía.
—¡Muuuu!
—Dice que Percy es su protector —tradujo Grover—. Y que está huyendo de los malos. Dice que están muy cerca.
—Espera —dijo Zoë volteando a ver a Percy—. ¿Tú conoces a esta vaca?
Entonces Percy les contó cómo había conocido a Bessie, o bueno.. a la vaca-serpiente macho. Resulta que antes de marcharse del campamento, Blackjack, el pegaso negro de Percy, fue a buscarlo por petición de unos hipocampos para salvar a una criatura marina, quien resultó ser el taurofidio. Éste lo había seguido por todo el mar y Percy lo había visto en el dique y había intentado que se fuera. Más parecia ser que el taurofidio no estaba dispuesto a dejarlo.
Thalia sacudió la cabeza, incrédula.
—¿Y habías olvidado contárnoslo?
—Bueno… sí.
Victoire lo comprendió un poco. Estaban sucediendo tantas cosas que seguramente no le tomo mucha importancia un taurofidio.
—¡Seré idiota! —dijo Zoë de pronto—. ¡Yo conozco esta historia!
—¿Qué historia? —preguntó Tori.
—La guerra de los titanes. Mi padre me la contó hace miles de años. Ésta es la bestia que estamos buscando.
—¿Bessie? —preguntó Percy mirando al taurofidio, quien ahora se dejaba acariciar el hocico por Victoire—. Pero si es… una monada. ¿Cómo podría querer destruir el mundo?
—En eso estribaba nuestro error —prosiguió Zoë—. Habíamos previsto un monstruo enorme y mortífero, pero el taurofidio no acabará con los dioses de ese modo. Él debe ser sacrificado.
—¡Muuuu!
—Creo que esa palabra con “s” no le gusta —dijo Grover.
Victoire intentó calmar a Bessie con cariños, pero éste no dejaba de temblar.
—¿Cómo se atrevería alguien a hacerle daño? —preguntó Percy mirando a ambos con una sonrisa—. Es inofensivo.
Zoë asintió.
—Ya, pero matar a un inocente encierra un poder. Un terrible poder. Hace eones, cuando nació esta criatura, las Moiras hicieron una profecía. Aquel que matase al taurofidio y sacrificara sus entrañas, dijeron, tendría el poder de destruir a los dioses.
—¡Muuuu!
—Eh… creo que tampoco deberíamos hablar de “entrañas” — advirtió Grover.
Victoire y Thalia contemplaron asombradas al toro-serpiente.
—El poder de destruir a los dioses… ¿cómo? Es decir, ¿qué pasaría? —preguntó Thalía.
—Nadie lo sabe —respondió Zoë—. La primera vez, durante la guerra de los titanes, un gigante que se había aliado con ellos mató al taurofidio, pero tu padre, Zeus, envió un águila para que les arrebatara sus entrañas antes de que pudieran arrojarlas al fuego. Lo logró por muy poco. Ahora, tres mil años después, el taurofidio ha vuelto a nacer.
Thalia se acuclilló y alargó una mano. Bessie acudió a su lado dejando a Victoire, quien analizaba minuciosamente a la pelinegra. Había algo en su mirada que no le gustaba.
—Tenemos que protegerlo —dijo Percy—. Si Luke le pone las manos encima…
—Luke no vacilaría —musitó Thalía. Victoire asintió—. El poder de derrocar al Olimpo. Es… una pasada.
—Sí, querida. Así es —dijo una voz masculina con acento francés—. Y ese poder lo vas a desencadenar tú.
El taurofidio soltó una especie de lamento y se sumergió. Habían estado tan absortos en el taurofidio que no se percataron de la emboscada.
Victoire vio por primera vez a la manticora que Thalía le había descrito en el campamento. Este vestía un impermeable negro sobre un uniforme que Victoire supuso era del colegio militar.
—Esto es pegggfecto —dijo la mantícora, relamiéndose—. Hace ya mucho tiempo, los dioses me desterraron en Persia —prosiguió la mantícora—. Me vi obligado a buscarme un sustento en los confines del mundo; tuve que ocultarme en los bosques y alimentarme de insignificantes granjeros. Nunca pude combatir con un héroe. ¡MI nombre no era temido ni admirado en las antiguas historias! Pero todo va a cambiar. ¡Los titanes me honrará y yo me daré un banquete con carne de mestizo!
Tenía dos guardias a cada lado armados hasta los dientes. Victoire los reconoció como mercenarios mortales. Otros dos más se habían apostado en el siguiente embarcadero, de modo que estaban rodeados. Había turistas por todos lados, pero aquello nunca había detenido a un monstruo para atacar.
—¿Y los esqueletos? —preguntó Percy.
La manticora sonrió, desdeñoso.
—¡No necesito de esas estúpidas criaturas de ultratumba! ¿El General me había tomado por un inútil? ¡A ver qué dice cuando sepa que te he derrotado por mi cuenta!
—Quiero verte intentarlo —masculló Victoire dando un paso adelante.
La mantícora la miró con curiosidad, pero luego sonrió de forma macabra.
—Ah, la hija de Nike... Un certain garçon a hâte de vous revoir —le dijo.
Victoire se tensó.
—Où est le? —le preguntó en su lengua paterna.
La mantícora sonrió malvadamente.
—Ne vous inquiétez pas, vous le verrez très bientôt.
Percy no sabía si estar sorprendido por la emboscada o por el hecho de que Victoire sabía hablar francés, aunque... Si lo pensaba mejor, su nombre era francés.
—Ya te derrotamos una vez —le dijo Percy, llamando la atención de la mantícora.
—¡Ja! Apenas tuviste que combatir, con una diosa de su lado. Pero, ay… esa diosa está muy ocupada en este momento. Ahora no cuentan con ayuda.
Zoë sacó una flecha y le apuntó directamente a la cabeza. Los guardias que lo flanqueaban alzaron sus pistolas.
—¡Espera! —la detuvo Percy—.¡No lo hagas!
La mantícora sonrió.
—El chico tiene razón, Zoë Belladona. Guárdate ese arco. Sería una lástima matarte antes de que puedas presenciar la gran victoria de tus amigas.
—¿De qué hablas?—gruñó Thalia, con el escudo y la lanza preparados.
—Está bien claro —dijo la mantícora—. Éste es tu momento. Para eso te devolvió la vida el señor Cronos. Tú sacrificarás al taurofidio. Tú llevarás sus entrañas al fuego sagrado de la montaña y obtendrás un poder ilimitado. Y en tu decimosexto cumpleaños derribarás al Olimpo junto con tu guardiana, tal cual la profecía lo dicta.
Victoire lo miro ceñuda cuando el monstruo la señaló. ¿Acaso se estaba perdiendo de algo importante, de nuevo?
—¿Guardiana? —inquirió Percy sin entender nada.
Victoire se encogió de hombros. Ni ella sabía de qué hablaba la manticora.
—No sabes muchas cosas, Laurent, pero si que ésa es la opción correcta —continuó el doctor Espino—. Su amigo Luke así lo entendió. Ahora volverán a reunirse con él. Juntos gobernarán el mundo bajo los auspicios de los titanes. Tu padre te abandonó —le dijo a Thalía—. Y tu madre solo te utilizo —dijo mirando a Victoire.
Está frunció el ceño.
—Mi madre nunca me ha utilizado —aseguró ella, molesta.
La manticora soltó una carcajada y la miró con pena fingida.
—¿Estás segura de eso? ¿Sabes la verdadera razón por la cual estuviste en el Olimpo todo este tiempo?
Victoire se quedó helada. La manticora sabía algo que ella desconocía, de eso no había duda.
—Ellos no se preocupan por ustedes —continuó diciendo él—. Con esto lo superarán en poder. Aplasta a los olímpicos, tal como se merecen. ¡Convoca a la bestia! Ella acudirá a ti. Y usa tu lanza.
—Thalia —la llamo Victoire pero esta parecía perdida.
Puede que Victoire deseara saber de lo que estaba hablando la mantícora, pero había mejores opciones para descubrir la verdad que destruyendo a los dioses.
—¡Thalía, despierta! —le pidió Percy.
Ella los miró aturdida y vacilante. Era casi como si no pudiera reconocerlos, como si algo estuviera nublando su juicio.
—Yo… no…
—No lo escuches, Lía —pidio Tori.
—Tu padre te ayudó —le dijo Percy—. Envió a los ángeles de metal. Te convirtió en un árbol para preservarte.
Victoire se alarmó cuando la mano de la chica apretó con fuerza la lanza. Se llevó la mano a su cinturón, lista para detener a su amiga si era necesario pero entonces Grover comenzó a tocar sus flautas.
—¡Detengalo! —ordenó la mantícora.
Los guardias seguían apuntando a Zoë, sin estar conscientes de que el chico con las flautas era el verdadero problema; de la madera del muelle comenzaron a brotar ramas de plantas y comenzaron a enredarse en las piernas de los mortales. Zoë lanzó un par de flechas que explotaron a sus pies y levantaron un sulfuroso humo amarillento.
Los guardias se pusieron a toser como locos. La mantícora disparaba espinas, pero Victoire las desvío con su espada.
—Grover, dile a Bessie que baje a las profundidades y no se mueva de allí —le pidió Percy.
—¡Muuuu! —tradujo Grover y el taurofidio se sumergió en el agua.
—La vaca…—murmuraba Thalia, aún confundida.
Victoire corto de un tajo una de las espinas y se lanzo hacia Thalía.
—¡Lía despierta!
Pero Percy llegó a ellas y las arrastró escaleras arriba hacia el centro comercial. Corrieron como poseídos, abriéndose paso entre los turista, doblaron por una esquina de la tienda más cercana y escucharon gritar a la manticora
—¡Atrapenlos!
La gente comenzó a chillar al ver a los guardias disparando al aire. Los cinco llegaron al final del muelle y se ocultaron tras un quiosco lleno de baratijas de cristal como móviles de campanillas o cazadores de sueños que destellaban al sol. Había una fuente muy cerca de ellos y abajo, un grupo de leones marinos tomaba el sol en las rocas. Toda la bahía de San Francisco se desplegaba ante ellos: el Golden Gate, la isla de Alcatraz y, más allá, hacia el norte, las colinas verdes cubiertas de niebla.
—¿Alguien puede decirme porque me llamo guardiana esa cosa? —espetó Victoire entre todo el jaleo.
Zoë la miró dedutiva, como si no estuviera segura de responder aquella pregunta. Victoire la escruto con la mirada, pidiéndole silenciosamente que le respondiera.
Pero Zoë no pudo hacerlo. Se giró hacia Percy y le dijo que huyera por el agua.
—Pídele auxilio a tu padre. Tal vez puedas salvar al taurofidio.
Si bien a Victoire le molestó que ignoraran su pregunta, estuvo de acuerdo con la chica. Sin embargo Percy no tanto.
—No los abandonaré —contestó él—. Combatiremos juntos.
—¡Tienes que avisar al campamento! —dijo Grover—. Para que al menos sepan lo que sucede.
—Avisar al campamento —murmuró él—. Buena idea.
Destapó su espada y cortó de un tajo la parte súper de la fuente. El agua manó a borbotones de la tubería y los rocío a todos. Victoire se estremeció de frío mientras que Thalia jadeó al contacto con el agua. La niebla que velaba sus ojos pareció disiparse.
—¿Estás loco? —espetó ella.
Pero Victoire había entendido su plan y se encontraba buscando una moneda en sus bolsillos. Encontró una y se lo dio a Percy, quien lanzó el dracma de oro al arco iris que se había formado en la cortina de agua y gritó.
—¡Oh, diosa, acepta mi ofrenda!
La niebla empezó a ondularse.
—¡Campamento Mestizo —exclamó él.
Temblando entre la niebla, surgió la imagen de la última persona que Victoire hubiera creído ver; El señor D, con su chándal atigrado, husmeaba en la nevera de la casa grande. Levantó la vista con aire perezoso y los vio.
—¿Dónde está Quirón? —lo apremio Percy a gritos.
—¡Qué grosería! —gruño el señor D y bebió un trago de una jarra de zumo de uva—. ¿Así es como saludas?
Victoire intervino.
—Hola señor D, se ve fabuloso hoy. Hay muchas cosas de las que hablar pero, ¡Estamos a punto de morir!
— ¿Dónde está Quirón? —volvio a preguntar Percy.
El señor D reflexionó. Los pasos y los gritos se escucharon más cerca. Las tropas de la mantícora estrechaban el cerco.
—A punto de morir…—musitó—. ¡Qué emocionante¡ Me temo que Quirón no está. ¿Quieres dejarle un recado?
—Estamos perdidos —musitó Percy mirándolos.
Thalia aferró su lanza. Ahora parecía otra vez la Thalia furiosa de siempre.
—Moriremos luchando —aseveró.
—¡Cuánta nobleza! —dijo el señor D, sofocando un bostezo—. ¿Cuál es el problema exactamente?
Percy, no muy seguro, le contó del taurofidio.
—Humm…—Estudió los estantes del frigorífico—. Así que es eso. Ya veo.
—¡Ni siquiera le importa —chillo Percy—. ¡Preferiría vernos morir!
—Oh no —murmuró Víctoire.
Los habían descubierto.
—¡Allí! — rugió la manticora.
Dos guardias estaban detrás de ellos. Los otros dos aparecieron en el techo de las tiendas que quedaban sobre sus cabezas. La mantícora se quitó el impermeable y adoptó su auténtica forma, con sus garras de león y su cola puntiaguda erizada de púas
venenosas.
—Podrías pedir socorro —murmuró el señor D, como si encontrara divertida la idea—. Podrías decir “por favor”
Victoire blandió su cinturón. Zoë preparó sus flechas. Grover se llevó a los labios sus flautas. Thalia alzó su escudo con los ojos cristalizados. Ella ya había pasado por algo similar. Había quedado acorralada en la colina mestiza y había dado su vida de buena gana por sus amigos.
Pero esta vez no pasaría eso.
Victoire no iba a permitirlo, no de nuevo.
La mantícora sonrió de oreja a oreja.
—Dejen a la hija de Zeus y Nike con vida. Ellas se nos unirán muy pronto. A los demás, matenlos.
Victoire se lanzó directo a la manticora esquivando a Percy. Corrio usando su habilidad y lanzo un tajo directo a su pecho. La manticora retrocedió a tiempo e intento golpearla con su cola. Victoire brincó a la izquierda y blandio su arma contra él de nuevo, pero nuevamente la manticora bloqueó su ataque y la golpeo en el costado con su pata. Victoire cayó varios metros lejos de ellos con dolor.
—¡Vi! —gritó Percy y se giró hacia el señor D—, ¡Por favor!
Entonces sucedió. El sol se tiñó de color morado y un olor a uvas le llegó. Correción, era el aroma de vino.
¡Crac!
El sonido de la locura llegó. Un guardia se metió la pistola entre los dientes como si fuera un hueso y empezó a correr en cuatro patas. Otros dos tiraron sus armas y se pusieron a bailar un vals. El cuarto acometió lo que parecía una típica danza irlandesa.
—¡Qué les pasa, maldita sea! —chilló la mantícora—. ¡Yo me encargaré de ustedes!
—¡No! —gritó Victoire.
Su cola se erizó, lista para dispararles, pero entonces un chillido brotó de su garganta cuando la espada de Victoire se clavo en su espada. La manticora se sacudió violentamente y Victoire cayó al suelo junto a él.
—¡Pagarás por esto!
Y alzo su cola para asestarle el golpe final a la castaña cuando de pronto brotaron enredaderas del suelo entarimado y empezaron a envolver su cuerpo a una increíble velocidad. Por todas partes surgían hojas y racimos de uvas verdes que maduraban en cuestión de segundos mientras la mantícora se debatía y daba alaridos. En un abrir y cerrar de ojos, fue engullida por una masa de enredaderas, hojas y racimos de uva morada. Cuando las uvas dejaron de cimbrearse, Victoire tuvo la sensación de que la mantícora había sucumbido allí dentro.
—Bueno —dijo Dionisio, cerrando el frigorífico—, ha sido divertido.
Victoire giró el cuerpo para mirarlo estupefacta. Grover se acercó a ella y la ayudó a levantarse.
—¿Cómo ha…? ¿Cómo…? —dijo Percy.
—Menuda gratitud —murmuró el señor D—. Los mortales se recuperarán. Habría que dar muchas explicaciones si volviera permanente su estado. No soporto tener que escribirle informes a mi padre.
Entonces se giró a ver a Thalia con rencor.
—Confío en que hayas aprendido la lección, chica. No es fácil resistir la tentación del poder, ¿verdad?
Thalia se ruborizó, avergonzada.
—Y tu, Victoria, creo que es momento de que seas informada de lo que el futuro te depara, más no soy yo quien debe contártelo. Hablaré con tu madre.
Victoire lo miro ceñuda, pero asintió.
—Señor D —dijo Grover, atónito—. Nos… nos ha salvado.
—Hum… No hagas que me arrepienta, sátiro. Y ahora, en marcha, Percy Jackson. Solamente te he hecho ganar unas horas como máximo.
—El taurofidio —dijo Percy—. ¿Podría llevarlo al campamento?
El señor D arrugó la nariz.
—Yo no transporto ganado. Eso es problema tuyo.
—¿Y adónde vamos?
Dionisio miró a Zoë
—Creo que eso lo sabe la cazadora. Tienen que entrar hoy a la puesta del sol, ¿entiendes?, o todo estará perdido. Y ahora, adiós. Me espera mi pizza.
—Señor D —lo llamo Percy. Él se volvió y arqueó una ceja—. Me ha llamado por mi nombre correcto. Me ha llamado Percy Jackson.
—Por supuesto que no, Peter Johnson. ¡Y ahora larguense!
Se despidió con una mano y su imagen se disolvió en la niebla. Los secuaces del mantícora continuaban haciendo locuras alrededor de ellos. Uno de ellos se había tropezado con aquel vagabundo y ambos se habían enzarzado en una conversación muy seria sobre los ángeles metálicos de Marte. Otros se dedicaban a molestar a los turistas, haciendo ruidos guturales y tratando de robarles los zapatos.
Todos se giraron a ver a Zoë.
—¿Es verdad que tú sabes adónde tenemos que ir?
La chica tenía la cara tan blanca como la niebla. Señalo al otro lado de la bahía, más allá del Golden Gate. A lo lejos, una montaña se elevaba por encima de las primeras capas de nueves.
—Al jardín de mis hermanas —contestó—. Debo volver a casa.
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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️
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