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🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ Chapter Six

          ❝deadly burritos ❞ 

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Duraron bastante tiempo en silencio. Cada uno asimilando la perdida como podia, menos Victoire, quien a pesar de sentir una opresión en el pecho y unas tremendas ganas de golpear todo, se había acercado a Zoë para rodearla entre sus brazos y darle el apoyo que sabía que necesitaba.

Puede que Bianca no llevará mucho tiempo con ella, pero era una cazadora a fin de cuentas. Sin contar que Bianca había sido una cazadora novata y Zoë seguramente se sentía culpable por su muerte.

—No debí traerla, todo es mi culpa —le murmuró Zoë entre sollozos.

Victoire acarició su cabeza, y negó.

— Bianca al final aceptó venir contigo, Zoë. Acepto los riegos que podía correr. Ni tú, ni ninguno de nosotros podría saber que esto ocurriría, menos a ella —le dijo—. Bianca.... Murió heroicamente. Nos salvó, y por eso, ella irá a los campos de Eliseos como una heroína.

Zoë no dijo nada y Victoire la atrajo más a ella y la consoló por un buen rato más. Zoë había dejado de sollozar pero se mantuvo un poco más entre los brazos de Victoire. Al cabo de unos minutos, se separó y le agradeció con un movimiento de cabeza. Se giró hacia los demás.

—Debemos seguir —murmuró la cazadora tras varios minutos en silenció.

Nadie replicó al respecto. Al parecer todos preferían irse de ahí lo más rápido posible. A la salida del vertedero, tropezaron con un camión de remolque tan desvencijado que parecía que también lo hubiesen dejado allí como chatarra. Pero el motor arrancó y tenía el depósito casi lleno, así que decidieron tomarlo prestado.

Thalia conducía, pues parecía menos aturdida que los demás.

—Los guerreros-esqueleto aún andan por ahí —les recordó—. Hemos de seguir adelante.

Avanzamos por el desierto bajo un cielo límpiamente azul. La arena brillaba de tal modo que no podías ni mirarla. Zoë iba en la cabina con Thalia; Grover, Victoire y Percy, en la caja, apoyados en el cabrestante. Grover le había proporcionado ambrosía y nectar a la castaña al ver su tobillo, por lo que en esos momentos esté llevaba mejor aspecto.

Sin embargo se encontraba cansada. El impactó que había tenido durante la confrontación con Talos la había dejado casi muerta, y a pesar de que la ambrosía estaba haciendo efectos en su energía, apenas y había logrado dormir algo en esos dias. Por lo que terminó apoyando la cabeza en el hombro de Percy y bajo la mirada a las manos del chico.

—¿Qué es eso? —pregunto viendo una figurilla. Se parecían mucho a las que Nico le había enseñado durante el desayuno en el campamento. Percy abrió la mano y le enseño lo que tenía.

Efectivamente se trataba de una figurilla de Mitomagia.

— Fue ella —reveló él—. Era el último que le faltaba a Nico y quiso llevárselo —dijo Percy con la cabeza baja—. No creyó que esto podría afectar en algo.

Un nudo se formó en la garganta de Victoire. La perdida de un compañero siempre dolía. Ella lo sabía mejor que nadie.

—Es increíble que lo haya encontrado en todo ese montón de basura —murmuró Grover, perplejo.

Un escalofríos recorrió a Victoire por completo. Grover tenía razón, la figurilla apenas y era del tamaño de su mano, ¿Cómo Bianca había encontrado eso entre toda esa basura? ¿Había sido casualidad o... tuvo ayuda divina? Victoire tragó saliva; hacia días que no tenía señales de cierta diosa detrás de ella.

Y eso no dejaba tranquila a Victoire.

—Tendría que haberme tocado a mí —dijo Percy de pronto, borrando cualquier pensamiento de la mente de Victoire—. Tendría que haberme metido yo en el gigante.

—¡No digas eso! —dijo Grover, alarmado—. Bastante terrible es que hayamos perdido a Annabeth. Y ahora a Bianca. ¿Crees que podría resistirlo? —Se sorbió la nariz—. ¿Crees que habría alguien dispuesto a ser mi mejor amigo?

—Ay, Grover...

—No digas esas cosas —le reprochó Victoire moviendo su cabeza hacia el hombro de él—. Eres el mejor amigo que alguien podría desear.

Grover se secó los ojos con un pañuelo grasiento que le manchó la cara, como si llevara pinturas de guerra.

—Gracias Tori. Estoy... bien.

Pero tanto Percy como ella sabían que no lo estaba. Desde lo sucedido en Nuevo México con aquel viento salvaje que había soplado de repente, se lo veía más frágil y sentimental que de costumbre.

Victoire permaneció con su cabeza su hombro, dándole apoyo del único modo que sabía que no provocaría lágrimas en su amigo. Sin embargo se encontraba tan cansada, que pronto sus párpados se cerraron y se vio abrazada por los brazos de Morfeo.

Ambos voltearon a verla al escucharla suspirar profundamente. Percy no pudo evitar esbozar una suave sonrisa al verla dormida.

—Es especial, ¿Sabes? —dijo Grover repentinamente tomando por sorpresa a Percy. Su amigo ya no estaba viendo a Victoire, sino a él —. Desde el primer momento en que la conocí supe que lo era. Su aroma era fuerte, más fuerte que un mestizo ordinario, pero no tanto como el tuyo o el de Thalía.

Grover soltó una pequeña risa y continúo:

— Victoire es la semidiósa más leal que conozco. Y muy confiada. Es su defecto fatidico sin duda alguna.

—Confió en Luke —resopló Percy en reproche sin quererlo.

—No puedes culparla —dijo Grover—. Lo conoció a las ocho, pasaron tres años solos, sobreviviendo ellos solos hasta que conocieron a Thalía y Annabeth. Luke siempre le tuvo un gran amor, aunque ella nunca lo notó.

Eso sí que llamo la atención de Percy.

—¿A qué te refieres?

Grover intento disimular la sonrisa que quería brotar en sus labios; Había lanzado aquel comentario con otra intención, pues empezaba a tener serias sospechas de que a su amigo le comenzaba a interesar la castaña. Aunque él todavía no se diera cuenta.

—Luke estaba enamorado de ella, pero en ese entonces Victoire estaba comenzado algo con Keegan Grayson, un hijo de Némesis.

—Espera, espera... ¿A Luke le gustaba Vi? —preguntó Percy atónito. Grover asintió.

—Me lo confesó unos  días antes de que se fuera a la misión que su padre le encomendó; Todo semidiós está consciente de que no es una garantía regresar con vida, por lo que Luke me hizo prometerle que sí algo le llegaba a suceder, yo la cuidaría por él. También me pidió que vigilará a Keegan, pero el chico realmente era amable y atento con ella.

Percy frunció el ceño. No sabía porque, pero al oir aquello le causo un sentimiento de molestia en la boca del estómago. Sin embargo, ignoró aquello e intento identificar a algún chico del campamento con aquel nombre, más no recordaba a nadie cuyo nombre fuera ese.

—¿Qué... Qué pasó con Keegan? No está en el campamento, ¿Verdad?

Grover tragó saliva y negó con la cabeza. Ya no había ningún atisbo de sonrisa en su rostro.

—Cuando Victoire se fue de misión, Keegan fue su compañero. Él... No sobrevivió. Hermes los encontró en un museo en Albuquerque, Victoire estaba herida de gravedad pero Keegan... — negó con la cabezas—. Ya había muerto. Se llevó a Victoire con él al Olimpo y nadie volvió a saber de ella en cuatro años.

Percy no sabía que decir al respecto. Estaba sorprendido. La castaña había sufrido más de lo que aparentaban. Había perdido a su novio durante una misión en donde al parecer ella no pudo salvarlo. Había perdido la comunicación con sus amigos durante cuatro años por estar en el Olimpo -cosa que Percy todavía no entendía del todo- y a pesar de todo eso, Victoire todavía les regalaba sonrisas a los demás durante está búsqueda. Peleaba para protegerlos sin importar el riesgo. Estuvo a nada de morir en Washington, se había lastimado durante el ataque del gigante por ellos, y Bianca había desaparecido.

Y a pesar de todo eso, Percy vio como Victoire había dejado su dolor de lado para consolar a Zoë y cuidar de ellos.

Grover tenía razón. Victoire era sumamente leal a las personas que se ganaban su confianza.

Pero, ¿Qué tan bueno era eso?

Tampoco podía decir nada, él era igual.

     
                              
                        
                        
                        
                  
                              
                        
                        
                        
                        
                  
                              
                              
                        
                        
                  
                        
                        
                  
                  
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A la entrada de un cañón el depósito de gasolina se terminó, cosa que no les importó mucho porque la carretera terminaba allí. Thalía fue la primera en bajar, cerrando de golpe la puerta tan fuerte que despertó a Victoire de golpe.

—Tranquila, todo está bien —le dijo Percy al ver qué la castaña hizo el ademán de sacar su espada.

Sin embargo, en el acto, se reventó un neumático.

—Estupendo. ¿Qué más? —exclamó Thalía.

Los demás bajaron y empezaron a analizar su siguiente movimiento. No había mucho que ver ahí.
Desierto en todas direcciones y, aquí y allá, algún grupito de montañas peladas y estériles. El cañón era lo único interesante. El río en sí mismo no era gran cosa: parecía tener unos quince metros de anchura y unos cuantos rápidos, pero había abierto una garganta muy profunda en mitad del desierto. Los riscos se precipitaban vertiginosamente a sus pies.

—Hay un camino —señaló Grover—. Podemos bajar al río.

Victoire estiró el cuello para ver a qué se refería y vislumbro por fin un saliente diminuto que bajaba serpenteando.

—Eso es un camino de cabras —dijo Percy.

—¿Y qué? —preguntó él.

—Que los demás no somos cabras.

—Podemos hacerlo. Me parece a mí.

Sin embargo Victoire vislumbró como Thalia se ponía pálida. Sin duda aquel camino no era del agradó de la chica por su temor a las alturas.

—Mejor vayamos por otro camino —sugirió Victoire.

—Si, Creo que deberíamos ir corriente arriba —concordó Percy sorprendiendo a ambas chicas. Al parecer si se había acordado de Thalía.

—Pero... —protestó Grover.

—Vamos. Una caminata no nos vendrá mal.

Siguieron el curso del río durante un kilómetro y llegaron a una pendiente por la que era mucho más fácil bajar. En la orilla había un centro de alquiler de canoas, cerrado en aquella época del año. No obstante, Percy dejó un puñado de dracmas de oro en el mostrador con una nota que ponía: «Te debo dos canoas, amigo.»

—Tenemos que ir corriente arriba —indicó Zoë, quien era la primera vez que hablaba desde que salieron de la chatarrería—. Los rápidos son muy violentos.

—Eso déjamelo a mí —le respondió Percy mientras transportaban las canoas al agua. Victoire lo ayudo.

—¿Seguro puedes hacerlo? —le preguntó.

Percy meneo la cabeza pero terminó asintiendo.

—El agua es mi habilidad, puedo hacerlo.

Pero al final Percy no tuvo que controlar las corrientes. En cuanto el hijo de poseídon subió a la canoa, Victoire vio a la primera náyade acercándose al bote donde Percy y Zoë estaban. A los segundos apareció otra y ambas le sonrieron a Percy.

Victoire rodó los ojos con diversión.

—Vamos Aquaman, después puedes coquetear con ellas. Tenemos una búsqueda que seguir —le dijo Victoire alzando la voz para que esté la escuchará. Thalía se rió delante de ella mientras que Grover los miraba divertido.

Percy, por otro lado, volteo a ver a las náyades ruborizado por el comentario de la castaña, y usando sus habilidades como hijo de poseídon, les hablo:

«Vamos río arriba —les dijo—. ¿Podrían...?»

Pero ni siquiera lo dejaron terminar la frase. Cada una eligió una canoa y empezaron a empujarlos por el río. Salieron a tal velocidad que Grover se cayó dentro de su canoa y quedó con las pezuñas al
aire. Victoire soltó una enorme carcajada que incluso contagió a Percy.

—Venga Grover, esa no es buena forma de disfrutar el paseo —le dijo ella para tomarlo del brazo y ayudarlo a incorporarse.

Victoire estiró su mano para tocar el agua y sintió una sensación agradable al contacto tibia de está. Alzo la mirada, encontrándose con los orbes verdes de Percy en la otra canoa. Éste le sonrió y ella le regresó el gesto para luego volver a mirar al frente.

El viaje por el río resultó ser de lo más agradable para ella, pero como siempre, nada duraba para siempre. Lo que tal vez fue un viaje de media hora, paso volando y pronto la velocidad de la canoa fue disminuyendo rápidamente debido a que más adelante el río estaba bloqueado.

—¡Uau! —exclamó Victoire mirando un dique tan grande como un estadio de fútbol, éste se alzada ante ellos y era lo que les cerraba el paso río arriba.

—¡La presa Hoover! —exclamó Thalia—. ¡Qué pasada!

Se quedaron boquiabiertos contemplando aquel muro curvado de hormigón que surgía de pronto entre las dos paredes del cañón. Había personas en lo alto del dique; se veían tan diminutas como
moscas.

—Doscientos metros de altura —dijo Percy en voz alta llamando la atención de Victoire—. Construída en los años treinta.

—Treinta y cinco mil kilómetros cúbicos de agua —añadió Thalia.

Grover suspiró.

—El mayor proyecto constructivo de Estados Unidos.

Zoë los miró perpleja, mientras que Victoire pronto comprendió de lo que hablaban. Una sonrisa decaída se dibujo en su rostro.

—¿Cómo saben todo eso? —preguntó Zoë.

—Annabeth —le respondió Victoire—. A ella le gusta la arquitectura.

Desde pequeña la arquitectura había sido un tema de fascinación para la rubia, y a Victoire le causo mucho sentimiento saber que no había cambiado eso en cuatro años.

—Se volvía loca con estas cosas —concordó Thalia.

—Se pasaba todo el rato recitando datos —agregó Grover, sorbiéndose la nariz—. Una verdadera lata.

—Ojalá estuviese aquí —murmuro Percy.

Los demás asintieron. Zoë seguía mirándolos extrañada, pero a Victoire le importó muy poco.  Parecía una crueldad del destino que hubieran llegado a la presa Hoover, uno de los monumentos favoritos de Annabeth, y que ella no estuviera allí para verla.

—Tenemos que subir —dijo Percy—. Aunque sólo sea por ella. Para poder decir que hemos estado aquí.

—Tú estás loco —replicó Zoë—. Aunque... también es verdad que allí está la carretera —añadió señalando un enorme aparcamiento junto al dique—. Y las visitas guiadas.

Terminaron caminando casi una hora para hallar un camino que los llevará a la carretera. Salieron al este del río y luego retrocedieron hacia el dique. Ahí arriba hacia frío y soplaba mucho viento, por lo que Victoire terminó cubriéndose nuevamente con su chamarra y con varios mechones de su cabello en el rostro, más no le importó. Amaba la sensación del viento en su rostro.

Respiró profundamente, dejando que el aire limpio entrara a sus pulmones y la embargara una sensación tranquilizante.

—¿Están cerca? —escuchó preguntar a Percy.

Victoire giró en su lugar para observar a Grover olfateando el viento. El meneó la cabeza.

—Quizá no tanto. Con el viento que hay aquí y el desierto alrededor, es probable que el olor se transmita desde muy lejos. Pero viene de  varias direcciones, lo cual no me gusta.

Aquello tampoco le gustó a ella. Ya estaban a miércoles, a tan sólo dos días para el solsticio de invierno y aún les quedaba mucho camino por
delante. Lo que menos deseaba era tener que enfrentarse a más monstruos.

—Había un bar en el centro turístico —dijo Thalia llamando la atención de todos.

—¿Tú ya has estado aquí? —le preguntó Percy.

—Una vez. Para ver a los guardianes —respondió ella señalando a un lado del dique. Excavada en el flanco de la roca, había una pequeña plaza con dos grandes esculturas de bronce. Se parecían a la estatua de los
Oscar, pero con alas—. Consagraron esos guardianes a Zeus cuando fue construido el embalse —añadió—. Un regalo de Atenea.

Victoire observó como los turistas se agolpaban a su alrededor y parecía contemplar los pies de las estatuas.

—¿Qué hacen? —pregunto ella, extrañada.

—Les frotan los dedos —explicó Thalia—. Dicen que trae suerte.

—¿Por qué?

Ella meneó la cabeza.

—Los mortales se inventan cosas absurdas. No saben que las estatuas están consagradas a Zeus, pero intuyen que hay en ellas algo especial.

—Cuando estuviste aquí, ¿te hablaron o algo así? —le preguntó Percy.

No obstante la expresión de Thalía se endureció.

—No —respondió—. En absoluto. Son dos estatuas de metal, nada más.

—Busquemos esa condenada taberna —concluyó Zoë, malhumorada—y echemos un bocado mientras podamos.

Grover sonrió.

—¿De qué te ríes? —le preguntó Zoë.

—No, de nada —respondió él, aguantándose la risa—. Me zamparía unas condenadas patatas fritas.

Incluso Thalia sonrió.

—Y yo he de ir al baño, maldición.

Victoire miro divertida a sus amigos, se encontraban tan tensos y cansados que aquello la tomó por sorpresa. Zoë los miraba perpleja.

—¿Qué les pasa?

—Voy a refrescarme el gaznate en esa taberna —dijo Grover.

Esta vez Victoire no pudo contenerse y junto con Percy estallaron en una carcajada que dejó más perpleja a la cazadora.

—¡Muuuuuu!

Victoire dejó de reírse para mirar extrañada a su alrededor. ¿Acaso eso había sido... Una vaca?

—¿Era una vaca lo que acabo de oír? —preguntó Grover.

—¿Una condenada vaca? —dijo Thalia riendo.

—No —insistió Grover—, hablo en serio.

Zoë aguzó el oído.

—No oigo nada.

Victoire desvío la mirada a Percy para ver si el chico había oído lo mismo, pero ya no había ningún atisbo de diversión en su rostro, más bien parecía consternado.

—¿Te encuentras bien, Percy?

—Sí. Adelantense ustedes. Yo voy enseguida.

—¿Qué pasa? —me preguntó Grover.

—Nada. Necesito un minuto para pensar.

Los cuatro vacilaron pero comenzaron a alejarse hacia el centro turístico, sin embargo Victoire no se encontraba tranquila dejando al pelinegro ahí solo. No sabría decir porque, pues estaba consciente de que Percy podía cuidarse, sin embargo sentía la necesidad de dar media vuelta e ir a cuidarle las espaldas.

Victoire realmente comenzaba a cuestionarse que diablos le pasaba con el chico ¿Por qué sentía la necesidad de estar a su lado y ayudarlo? ¿Por qué sentía tanta confianza cerca suyo? Desde que la búsqueda comenzó y dejaron el campamento, Victoire había actuado siempre por instinto. Lo había protegido como si su vida fuera algo sumamente importante para ella. Lo buscaba con la mirada para seccionarse de que él estuviera ahí.

No lo entendía, pero tampoco le disgustaba. Incluso su madre una vez le había dicho lo siguiente:

«Siempre sigue tus instintos, Tori, podrías llevarte una gran sorpresa al hacerlo»

Se detuvo en seco y los demás se giraron a verla.

—Yo lo esperaré, los alcanzamos luego —aseguró ella dando media vuelta para regresar por sus mismos pasos hasta el pelinegro, más al llegar no lo encontró ahí, sino cerca del lado norte del dique, junto a la barandilla.

—¿Seguro de que estás bien? —le preguntó ella por detrás. Percy se sobresalto en su lugar y se giró a verla tras darle una última mirada al lago detrás de ellos.

—Creí que habías ido con los demás.

Victoire se encogió de hombros y apoyó los codos en la barandilla.

—Supongo que no me quedé tranquila sabiendo que algo te pasaba, lucias muy consternado.

—Estoy bien —aseguró Percy—. Es solo que han pasado muchas cosas seguidas que... Estoy cansado.

Victoire lo comprendió, sin embargo estaba segura de que algo más le sucedía al pelinegro, más no llegó a preguntarle nada cuando el viento sopló tan fuerte que Victoire cerro los ojos disfrutando de la sensación.

—Solo para que quedé claro, no estaba coqueteando con esas náyades —aseguró Percy de pronto. Se había apoyado en la barandilla, junto a ella, con solo unos escasos centímetros de separación entre sus codos.

Una carcajada brotó de los labios de Victoire y no pudo evitar mirar a Percy con un deje burlón.

—Claro, como tú digas —dijo ella.

—Hablo en serio —aseguró él—, ni siquiera coqueteo de ese modo.

Al oir aquello Victoire alzo una ceja.

—¿Asi qué tienes un método de coqueteó, Aquaman? —preguntó con una sonrisa que mostraba todos sus dientes.

Y ahí estaba esa sensación cosquilleante en la boca de su estómago. Percy no entendía que diablos le estaba sucediendo, pero no podía negar que aquella sensación cálida dentro de él le causaba un placer que muy pocas veces había sentido. Actuó sin pensarlo, no supo cómo es que sus manos actuaron antes que su cerebro, pero de pronto se encontró muy cerca de Victoire, quien se quedó congelada en su lugar al sentir los dedos de Percy cerca de su pómulo izquierdo; Éste había tomado uno de los mechones rebeldes que habían volado sobre su rostro para colocarlos detrás de su oreja, de modo que sus ojos y los de él chocaron, quedando bastante cerca el uno al otro.

—¿Eso responde tu pregunta, Wonder woman? —soltó Percy. Incluso él estaba sorprendido consigo mismo por su gesto.

Victoire apretó los labios para reprimir una sonrisa nerviosa y dio un paso atrás, rompiendo la extraña atmósfera que se había creado entre ambos. Su corazón parecía danzar al ritmo más loco y acelerado que Victoire podría imaginarse. Carraspeo, un tanto nerviosa por aquel acercamiento entre ambos, y miró a Percy con una ceja alzada.

—¿Wonder woman?

Percy se encogió de hombros.

—Tienes una espada-latigo, el apodo te queda perfecto.

Pero Victoire no tuvo tiempo de replicar nada al respecto cuando por el extremo este de la carretera visualizo a dos hombres con uniformes de camuflaje.

—Estan aquí —dijo ella palideciendo. Percy giró el rostro hacia donde ella observaba y vio lo mismo que ella.

Los Guerrero-esqueleto pasaron junto a un grupo de críos y los apartaron de un empujón. Un chico protestó y uno de los tipos se volvió hacia él, con la cara convertida por un instante en una calavera.

—¡Aaaah! —gritó el chico. Todo el grupo retrocedió.

—Corramos —dijo Percy.

Tomó la mano de la castaña y ambos salieron corriendo hacia el centro turístico, más no pudieron continuar su camino cuando una furgoneta negra viró y se detuvo bruscamente en medio de la carretera, casi llevándose por delante a
un grupo de ancianos.

Las puertas se abrieron de golpe y bajaron varios esqueletos más. Se encontraban rodeados.

—¡Por aquí! —dijo Victoire jalando al chico escaleras abajo para cruzar la entrada del museo. El guardia
de seguridad del detector de metales intento detenerlos, pero ninguno se detuvo. Echaron a correr y cruzaron la exposición como un rayo hasta camuflajearse entre un grupo de turistas

—¡Alto! —gritó el guardia detrás de ellos.

Era imposible ocultarse ahí, por lo que se colaron en el último momento en el ascensor junto a un grupo de turistas y soltaron un suspiro cuando las puertas se cerraron detrás de ellos.

—A continuación vamos a descender doscientos metros —anunció alegremente la guía del grupo. Era una guarda forestal, con gafas de sol y el pelo negro recogido en una coleta. Ni siquiera reparo en los dos intrusos que no formaban parte del grupo—. No se preocupen, damas y caballeros —prosiguió con una sonrisa—, este ascensor casi nunca se estropea.

—¿Esto no va al bar? —preguntó Percy.

Varios turistas reprimieron una risita. La guía los volteó a ver. Hubo algo en su mirada que estremeció a Victoire, por lo que sin darse cuenta le dio un ligero apretón de manos a Percy. En todo el trayecto no se habían separado.

—Va a las turbinas, joven —dijo la guía—. ¿No ha escuchado arriba mi fascinante presentación?

—Ah... sí, claro. ¿No habrá otra salida allá abajo?

—No hay ninguna salida —terció un turista que tenía detrás—. La única salida es el otro ascensor.

Las puertas se volvieron a abrir.

—Sigan adelante, amigos —les conminó la mujer—. Al final del pasillo hay otra guía esperándolos —ambos chicos no tenían más opción que seguir a los demás, sin embargo antes de que las puertas se cerrarán, la mujer le hablo a Percy—. Por cierto, joven. Siempre hay una salida para los que tienen la inteligencia de encontrarla.  ¿No es así, jovencita?

Se había quitado los lentes oscuros y Victoire pudo contemplar aquellos ojos grises que había visto en varias ocasiones. Las puertas se cerraron, dejándolos allí solos. Victoria se encontraba estupefacta.

¿Por qué diablos se enconteaba Atenea ahí?

Más no tuvo tiempo de soltar la pregunta en voz alta cuando el sonido de los dientes de esqueleto rechinando y entrechocando entre si les llegó junto con el timbre de las puertas del otro elevador.

Ambos volvieron a echar a correr tras el grupo de turistas por un túnel excavado en la roca viva. Éste parecia interminable, pero pronto desembocaron en una galería en forma de TJ que dominaba una inmensa sala de máquinas. A unos quince metros más abajo había grandes turbinas en marcha.

Se abrieron paso entre la gente con todo el disimulo que pudieron, como sí unos zombies no estuvieran detrás de ellos. Al otro extremo de la galería Percy vislumbro un vestíbulo, y jalando a la castaña con él, se acercaron lo más rápido que pudieron para ocultarse ahí dentro.

Ambas chicos tenían su mano libre empuñando sus respectivas armas y con la vista enfrente para no perder de vista el corredor. Victoire sentía los nervios a flor de piel. Tal vez era porque no tenía buenos recuerdos de aquellos esqueletos, o tal vez porque el espacio que la separaba del cuerpo de Percy era casi inexistente.

Sea cual sea la razón, actuó con rapidez al escuchar un resoplido a sus espaldas. A los segundos ambos tenían sus espadas en mano y lanzaron un tajo a ciegas sin percatarse de que no se trataba de ningún monstruo.

Una chica dio un chillido y dejó caer su pañuelo.

—¡Dios mío! —gritó—. ¿Es que matan a todo el mundo que se suena la nariz?

Victoire se encontraba tan estupefacta que ni siquiera reparo en que sus espadas la habían traspasado.

—¡Eres mortal! —exclamó Percy.

Ella lo miró perpleja.

—¿Y eso qué significa? ¡Claro que soy mortal! ¿Cómo han podido pasar el control de seguridad con esas espadas?

—No he pasado el control...

—¿Puedes ver las espadas? —cuestionó Victoire interrumpiendo a Percy.

La chica puso los ojos en blanco. Estos eran verdes, similares a los de Percy pero no tan bonitos. Tenía el pelo rizado de un color castaño rojizo, aunque más rojizo que castaño, y la nariz también roja, como si estuviese resfriada. Llevaba una sudadera granate de Harvard y unos vaqueros llenos de manchas de rotulador y agujeritos, como si hubiera dedicado su tiempo libre a perforárselos con un tenedor.

—Una de dos: o son espadas, o son los cepillos de dientes más grandes del mundo —dijo—. ¿Y cómo es que no me han hecho ningún daño? Bueno, no es que me queje en realidad. No deseo ser rebanada a tan corta edad.  ¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué lucen tan asustados? Y... ¿qué llevas puesto? ¿Es una piel de león?

Victoire muy pocas veces se irritaba, pero la chica hacia tantas preguntas y tan deprisa que la saco de quicio. Chasqueo los dedos frente a sus ojos y la miró con determinación.

—No ves una espada —le dijo a la chica—. Es sólo un bolígrafo y un cinturón.

Victoire había aprendido a manipular la niebla años atrás, por lo que la desconcertó cuando la chica parpadeo y volteo a verla, incrédula.

—Qué va. Esas son espadas. Vaya chicos más raros...

—¿Y tú quién eres?—espeto Percy. Ella resopló, indignada.

—Rachel Elizabeth Daré. Y ahora, ¿Van a responderme o llamo a gritos a seguridad?

—¡No!— dijo Percy—. Es que... Tenemos un poco de prisa. ¡Estamos metido en un aprieto!

—¿Tienen prisa o tienen problemas?

—Ambas —dijo Victoire.

Entonces la chica miro por encima de ellos y abrió los ojos de par en par.

—¡El lavabo!

—¿Qué?

—¡El lavabo! ¡Detrás de mí!

Victoire ni siquiera supo porque le hicieron caso, pero ambos terminaron dentro del baño de mujeres y dejaron a la chica fuera. Desde ahí escucharon los chirridos y los siseos de los esqueletos a medida que se acercaban. Victoire empuño con fuerza a su espada, lista por si los esqueletos entraban al baño.

—¡Dios mío! ¿Han visto a esa pareja? ¡Ya era hora de que llegaran! ¡Han estado a punto de matarme! —ambas se voltearon a ver con los ojos abiertos de par en par—.  Tenían unas espadas, por el amor de Dios. ¿Ustedes han permitido que entren unos loco con unas espadas en un monumento como éste? ¡Qué escándalo! Han salido corriendo hacia esos chismes, turbinas o como se llamen. Creo que han saltado. O tal vez se han caído.

Victoire reprimió una carcajada cuando escucharon a los esqueletos chirriar excitados, y a continuación se
alejaron. Rachel abrió la puerta.

—Vía libre. Pero más les vale que se den prisa.

Parecía asustada y tenía la frente perlada de sudor.
Victoire se asomó tras Percy y vio a los tres guerreros correr hacia la otra punta de la galería, dejando el camino hacia el ascensor momentáneamente
despejado.

—Te debemos una —le dijo Percy saliendo del baño.

—¿Qué son esas cosas? —preguntó—. Parecen...

—¿Esqueletos?

Ella asintió.

—Hazte un favor a ti misma —le dijo Tori—. Olvídalo. Y olvida que nos has visto.

—¿Olvidar que han intentado matarme?

—Sí. Eso también —dijo ella.

—Pero... ¿Quienes son?

—Victoire Laurent.

—Percy... —Y entonces vio que los guerreros habían llegado a la otra punta y ya daban la vuelta—. ¡Nos largamos!

—¿Qué clase de nombre es «Percy nos largamos»?

Pero ambos ya se encontraban corriendo hacia la salida.

     
                              
                        
                        
                  
                              
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                              
                        
                  
                  
                        
                  
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El bar estaba lleno de chicos que disfrutaban de la mejor parte de la excursión, o sea, el menú infantil. Victoire se lamento tanto no poder ser como ellos, porque cuando paso junto a la barra de comida, el olor exquisito de esta hizo rugir su estómago como un rinoceronte.

—¡Tenemos que irnos! —Jadeó Percy cuando los dos llegaron junto con los demas—. ¡Ahora mismo!

—Pero si acaban de servirnos nuestros burritos —se quejó Thalia.

Sin embargo Zoë se puso en pie, mascullando una maldición en griego antiguo que Victoire no logró comprender.

—¡Tiene razón! Miren.

El bar tenía grandes ventanales en los cuatro lados, los cuales les ofrecía una excelente vista panorámica del ejército de guerreros-esqueleto que habían venido a matarlos; había dos al este, bloqueando el paso hacia Arizona y tres más al Oeste, cubriendo la salida hacia Nevada.  Todos armadas con porras y pistolas. Pero el mayor problema de los cinco se encontraba a tan solo unos metros.

Los tres que habían perseguido a Victoire y Percy en la sala de turbinas aparecieron por las escaleras.

—¡Al ascensor! —gritó Grover.

Se disponian a correr hacia allí cuando se abrieron las puertas y salieron tres guerreros más. No había escape, se encontraban rodeados.

En eso Grover tuvo una brillante y alocada idea, propia de él.

—¡Guerra de burritos! —chilló, y le lanzó su burrito de guacamole gigante al esqueleto más cercano.

Victoire había combatido monstruos más veces de las que le gustaría contar, y nunca, ni en sus más locos sueños, creyó que un burrito estaría en la lista de proyectiles más mortiferos; La comida de Grover golpeó al esqueleto y le arrancó la calavera de cuajo.

¿Qué verían exactamente los mortales? Victoire no estaba segura, pero todos se pusieron como locos y empezaron a lanzarse los burritos, las patatas fritas y los vasos de refresco en medio de un griterío infernal.

Los guerreros-esqueleto intentaban apuntar con sus pistolas, pero era inútil. Los burritos y las bebidas volaban por todas partes. En medio de todo aquel caos, Thalía y Percy le hicieron un placaje a los dos
esqueletos de las escaleras y los mandaron directos a la mesa de condimentos. Los cinco bajaron los peldaños de tres en tres mientras las raciones de guacamole volaban por encima de sus cabezas.

—¿Y ahora qué? —preguntó Grover cuando salieron al exterior.

Pero ninguno sabía que hacer. Los guerreros apostados en la carretera se acercaban a ellos por ambos lados. Corrieron hacia la plaza de las estatuas de bronce y se dieron cuenta demasiado tarde de que los tenían acorralados contra la roca.

Los esqueletos avanzaron formando una media luna. Sus compañeros venían desde el bar; uno de ellos todavía se estaba colocando la calavera sobre los hombros al salir, y otro venía cubierto de ketchup y mostaza. Y había dos más con burritos incrustados entre las costillas. Ninguno parecía muy contento, porque sacaron sus porras y avanzaron hacia ellos dispuestos a matarlos.

—Cinco contra once —masculló Zoë—. Y ellos no mueren.

—Debe haber una forma de mandarlos al tártaro —espetó Victoire con su espada-latigo en mano.

—Ha sido fantástico compartir esta aventura con ustedes —dijo Grover con voz temblorosa.

—¡No digas eso, Grover! No pienso perder a nadie más —espetó Victoire exaltada para sorpresa de todos.

—¿A qué te refieres? —preguntó Thalía pero la castaña se mordió el labio al sentir que sus ojos se cristalizaban. Nuevamente los recuerdos hacían el intento de nublar su mente.

—Nada...

Los esqueletos continuaron avanzando y en eso Percy soltó un comentario que desconcertó a todos.

—Uau. Tienen los dedos relucientes.

—¡Percy! —me reprendió Thalia—. Déjate de tonterías.

Pero el chico seguía viendo los enormes dedos de bronce. Victoire se giró a verlo con curiosidad. ¿Por qué estaba tan enfocado en los gigantes que en los esqueletos frente a ellos?

—Thalia —dijo él de repente—. Rézale a tu padre.

Ella le lanzó una mirada furiosa.

—Nunca responde.

Entonces Percy giró a ver a Victoire.

—La mujer del ascensor —le murmuró y Victoire entendió a qué se refería.

—Inténtalo Lía, solo por esta vez —le pidió Tori.

— Pídele ayuda. Creo que estas estatuas pueden darnos suerte —agregó Percy.

Seis esqueletos los encañonaron. Los otros cinco se acercaban con sus porras. Quince metros. Diez.

—¡Vamos, hazlo! —le apremio él.

—¡No! —insistió Thalia—. No me va a responder.

—¿Cómo puedes estar tan segura? —le preguntó Victoire.

—¡Porque ya lo he intentado y nunca lo hace!

—Esta vez es distinto —replicó Percy.

—¿Quién lo dice?

Percy titubeó.

—Atenea, creo.

Thalía volteo a verla para confirmar aquello, porque para ese punto creía que Percy estaba loco. Victoire asintió.

—Prueba —suplicó Grover.

Thalia cerró los ojos y empezó a mover los labios en una plegaria silenciosa. Victoire por su parte le rezó a su madre una plegaria para salir vivos de ahí si llegaban a combatir aquellos guerreros.

Más nada sucedió. Los esqueletos estrecharon el cerco. Percy blandió su espada. Thalia alzó su escudo. Zoë apartó a Grover de un empujón y apuntó con su arco a la cabeza de un esqueleto. Victoire sacudió su espada para que está se desprendiera en el látigo.

Y justo cuando iba a lanzar un tajo con su látigo para hacerlos retroceder, una sombra se cernió sobre ellos. Los esqueletos levantaron la vista demasiado tarde. Hubo un destello de bronce y los cinco que se aproximaban con sus porras fueron barridos de un solo golpe.

Los otros esqueletos abrieron fuego. Victoire jadeo atónita cuando Percy se colocó enfrente de ella con su piel de león como escudo, más no hizo falta esté; los ángeles de bronce se adelantaron y desplegaron sus alas haciendo que las balas resonaron en la superficie bronce. Segundos después los angeles se lanzaron sobre los esqueletos, que salieron despedidos hasta el otro lado de la carretera.

—¡Chico, qué agradable resulta caminar! —dijo el primer ángel con la voz metálica y oxidada.

—¿Has visto cómo tengo los pies? —dijo el otro—. Sagrado Zeus, ¿en qué estarían pensando todos esos turistas?

Aquellos dos ángeles habían dejado pasmados a Victoire, pero no podía preocuparse por eso en aquellos momentos. No cuando los esqueletos habían logrado reunir sus piezas y ya se incorporaban de nuevo, buscando a tientas sus armas con dedos esqueléticos.

—¡Peligro! —exclamó Percy.

—¡Saquenos de aquí! —chilló Thalia.

Los dos ángeles bajaron la vista hacia ella.

—¿La cría de Zeus?

—¡Sí!

—¿Cómo se piden las cosas, señorita hija de Zeus? —dijo uno de ellos.

—¡Por favor!

Los ángeles se miraron y se encogieron de hombros.

—Podríamos aprovechar para estirar los músculos.

Y antes de que pudieran darse cuenta, uno de ellos tomó a Percy, Thalía y Victoire, mientras que el otro a Zoë y a Grover. Ambos se elevaron sobre la presa y el río mientras que entre las montañas reverberaba un eco de disparos.

Dejaron atrás a los guerreros-esqueletos hasta que estos se convirtieron en manchitas diminutas en la lejanía.
     
                        
                        
                  

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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️

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