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𝟢𝟦. 𝗎𝗇 𝖺𝗍𝖺𝗊𝗎𝖾 𝗉𝗈𝗋𝖼𝗂𝗇𝗈

͙۪۪̥˚┊❛ S E M P I T E R N O ❜┊˚ ͙۪۪̥◌
🌿 ⋆。˚ presents to you chapter four▶❝ a pig attack ❞ ▬▬ 𝗮 𝗽𝗲𝗿𝗰𝘆 𝗷𝗮𝗰𝗸𝘀𝗼𝗻 𝗳𝗮𝗻𝗳𝗶𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻 🔱 © 𝗐𝗋𝗂𝗍𝗍𝖾𝗇 𝖻𝗒 𝖻𝖺𝗋𝖻𝗌 ✨

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—¿¡Victoire!? ¡Victoire!

El eco del grito de Percy resonaba en su memoria cuando Tori abrió los ojos, cegada por una luz blanca. Parpadeó varias veces antes de darse cuenta de que se encontraba en una habitación completamente blanca, sin ventanas ni puertas. Se incorporó rápidamente del sillón donde estaba recostada, notando que la herida en su costado había desaparecido, al igual que la sangre en su ropa.

—¿Pero qué...?

—Cuando dije que esperaba verte pronto, no me refería a tan pronto, solecito.

Victoire giró en redondo al escuchar la voz del dios. De pronto, Apolo estaba parado frente a ella, sonriéndole abiertamente. Sin embargo, Victoire notó un deje de preocupación en su mirada; su sonrisa no abarcaba completamente su rostro como en otras ocasiones.

—¿Dónde están los demás? —preguntó ella, preocupada de que no hubiera sido la única en salir herida. La sonrisa de Apolo se suavizó y dio un paso más cerca de ella.

—Ahora mismo están huyendo de esos guerreros esqueletos.

—¿Los... abandoné? —inquirió ella, palideciendo.

Apolo negó con la cabeza.

—Tu cuerpo está con ellos. Solo estás inconsciente mientras hablamos.

—Debo regresar, debo ayudarlos. Esos esqueletos... —dijo apresuradamente, mirando a su alrededor en busca de una salida, pero solo encontró una blancura infinita.

Apolo, sintiendo su desesperación, la tomó de los hombros y la obligó a mirarlo para transmitirle paz.

—Y lo harás. Te mandaré de vuelta enseguida, pero primero debo advertirte: Némesis sabe que te fuiste del Olimpo. Iba en camino a advertirte, pero ella llegó antes que yo. Lo lamento, solecito.

Victoire negó suavemente y colocó su mano sobre la de él.

—No es tu culpa. Sabía que esto podía pasar en el momento en el que decidí volver -aseguró ella con un escalofrío. Había estado consciente de que desde el momento en que dejara la seguridad del Olimpo, la diosa que había jurado venganza estaría pisándole los talones.

Pero Tori había mantenido la ligera esperanza de que tardaría un poco más en cumplir su juramento.

Qué estúpida e inocente fue al pensar eso.

—Debes estar más alerta, Victoire, porque no podré volver a intervenir. Curé la herida y extraje todo el veneno de tu cuerpo, pero te sentirás un poco débil las próximas horas. No te extralimites —pidió Apolo. Ella tragó saliva y asintió; sabía que la cosa era seria cuando Apolo usaba su nombre completo y no el apodo cariñoso que le había puesto años atrás.

—Lo prometo —aseguró ella.

—Confío en ti, Tori. Cuídate y salva a mi hermana.

Con un chasquido de dedos, la oscuridad la envolvió nuevamente.










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—¿Qué pasa? ¿Por qué no despierta? —preguntó Thalía, su voz cargada de ansiedad mientras sus ojos azules no se apartaban del pálido rostro de su amiga. Victoire yacía inconsciente, recostada contra el pecho de Percy, quien la sostenía con firmeza, cuidando de que su cuerpo no se sacudiera con los frenéticos movimientos de la furgoneta.

Habían huido del museo por un estrecho margen, dejando atrás a los guerreros esqueléticos y cualquier otra amenaza que les pisaba los talones. Zoë había tomado el volante y ahora conducía con una determinación feroz, el motor rugiendo mientras la furgoneta se lanzaba por las calles de Washington.

—No lo sé —respondió Grover con temblorosa mientras sostenía una pequeña botella de néctar en la mano—. Esto debería haber funcionado. La ambrosía y el néctar tendrían que haber hecho efecto ya.

—Es el veneno —afirmó Zoë desde el asiento del conductor, sin apartar la vista de la carretera. Su tono seco no escondía la preocupación que se reflejaba en la rigidez de sus hombros—. No sé qué tipo de veneno es, pero si sigue así de pálida incluso con la ambrosía, no es nada bueno.

—Tenemos que llevarla al campamento —apresuró Percy con voz cargada de desesperación. Sus brazos rodeaban a Victoire como si con su calor pudiera devolverle algo de vida. Su piel estaba helada, cada vez más fría contra él—. Los hijos de Apolo o Quirón podrán ayudarla.

—Estamos a cientos de kilómetros, Jackson —replicó Zoë, apretando el volante con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos—. Aunque girara ahora mismo, no llegaría con vida.

—¡Pues algo tenemos que hacer! —exclamó Percy, la exasperación teñida en cada palabra. Su grito resonó en el interior del vehículo, haciendo que todos, excepto Zoë, se sobresaltaran.

La cazadora lo miró brevemente por el retrovisor. Percy, con la mandíbula apretada y los ojos verdes como un mar embravecido, mantenía sujeta a Victoire con una devoción que no pasó desapercibida para Zoë. Había algo en su expresión, un destello de preocupación que trascendía el compañerismo habitual. Una conexión que parecía estar emergiendo, algo que Zoë no pudo ignorar; como si el simple pensamiento de que Tori pudiera morir, le afectará a Percy de formas inexplicables.

Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos abruptamente cuando un destello dorado llenó el interior de la furgoneta, reflejándose en el espejo retrovisor. Zoë giró el volante con brusquedad para recuperar el control del vehículo, el rechinar de las llantas cortando el silencio como un grito.

—¿Qué está pasando? —preguntó Bianca desde el asiento del copiloto, con los ojos abiertos de par en par mientras el cuerpo de Victoire comenzaba a emitir una luz cegadora.

El resplandor dorado creció con una intensidad que obligó a todos a cubrirse los ojos. Era como si el mismo sol se hubiera manifestado dentro de la furgoneta. Pero tan repentinamente como apareció, la luz se desvaneció, dejando tras de sí un aire cargado de asombro y un silencio casi reverente.

Victoire abrió los ojos de golpe, inhalando profundamente como si acabara de regresar de las profundidades del océano. Frente a ella, los ojos verdes de Percy la miraban fijamente, estupefactos, como si acabara de presenciar un milagro.

—¿Tori...? —murmuró él, su voz apenas era audible.

Ella parpadeó lentamente, todavía aturdida, pero la calidez que regresaba a sus mejillas fue suficiente para que Percy sintiera que, tal vez, el destino no estaba en su contra esta vez.

—¿Victoire? —inquirió Percy, su voz temblando entre desconcierto y preocupación mientras sus ojos verdes escudriñaban el rostro de la castaña. La escena de segundos atrás aún lo mantenía perplejo, pero buscaba con urgencia un atisbo de reconocimiento en su mirada.

—Hey —murmuró ella, su voz rasposa pero tranquila.

La tensión en el rostro de Percy se desvaneció al instante. Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa de alivio mientras la rodeaba con sus brazos, casi instintivamente.

—Hey —respondió en un susurro, apretándola suavemente contra su pecho, como si temiera que el momento se deshiciera.

Fue entonces cuando Victoire se dio cuenta de lo cerca que estaba de él. Su rostro apenas a unos centímetros del suyo, el calor de su aliento rozándole la piel. Un leve rubor comenzó a teñir sus pálidas mejillas, y, visiblemente incómoda, se incorporó con cuidado. Deslizándose de las piernas de Percy, tomó asiento junto a él, aunque el peso de su proximidad aún parecía flotar en el aire.

Grover se inclinó hacia ella con preocupación reflejada en sus ojos.

—Des... despacio. Tu herida podría abrirse si...

Las palabras del sátiro se quedaron suspendidas cuando Victoire levantó su camiseta para observar su costado. Un murmullo colectivo de asombro recorrió la furgoneta. Donde debería haber una herida profunda, no había nada. La piel estaba completamente lisa, como si nunca hubiera sido cortada. Incluso una cicatriz parecía demasiado pedir. El único rastro del ataque era la sangre seca que manchaba su ropa.

—¿Qué... qué significa esto? —balbuceó Grover, pasmado—. La ambrosía nunca ha funcionado así.

—No fue la ambrosía —corrigió Victoire mientras bajaba la camiseta de nuevo. Su voz era tranquila, pero en su rostro había una sombra de algo más profundo—. Apolo me curó.

—¿Apolo? —repitió Thalía, incrédula, sus ojos azules chispeando entre confusión y sorpresa—. ¿Pero en qué momento...?

Su pregunta quedó interrumpida por un sonido inconfundible. El zumbido pesado de hélices cortando el aire alcanzó sus oídos, creciendo en intensidad. La atmósfera en la furgoneta cambió de inmediato, la calma momentánea fue sustituida por una alerta palpable.

Victoire se inclinó hacia Percy para mirar por la ventana, y él la imitó. Lo que vieron hizo que el color abandonara el rostro del hijo de Poseidón. Su mirada se dirigió de inmediato a Zoë.

—Debemos acelerar, Zoë.

—¿Por qué? —preguntó ella con un ceño fruncido, aunque sus manos ya se tensaban en el volante, listas para cualquier maniobra.

Estaban cruzando el río Potomac cuando el helicóptero apareció en el horizonte. Era un modelo militar negro, reluciente y amenazador, idéntico al que habían visto en Westover Hall. La aeronave no dejaba lugar a dudas; venía directo hacia ellos.

—Han identificado la furgoneta —dijo Percy con firmeza—. Tenemos que abandonarla.

Zoë no esperó a discutir. Giró el volante bruscamente, tomando una curva cerrada que hizo que todos se tambalearan. Victoire, atrapada por el movimiento repentino, cayó hacia Percy. Él reaccionó al instante, sujetándola por los hombros antes de que su cabeza pudiera golpear el cristal.

—Gracias —murmuró ella, separándose rápidamente y acomodándose de nuevo, aunque evitó mirarlo directamente.

Percy, por su parte, trató de ignorar el cosquilleo que había sentido al tenerla tan cerca, enfocándose en el peligro inmediato.

—Quizá los militares lo derriben —aventuró Grover, esperanzado.

—No lo harán —replicó Percy, su voz grave—. Deben pensar que es uno de los suyos. ¿Cómo logra el General utilizar mortales de esta manera?

—Son mercenarios —respondió Zoë, con un tono de amargura que parecía cortar el aire—. Es repulsivo, pero muchos mortales están dispuestos a luchar por cualquier causa mientras se les pague bien.

—¿Pero no ven para quién trabajan? —preguntó Percy, incrédulo—. ¿No se dan cuenta de los monstruos que los rodean?

—Eso no les importa —intervino Victoire, con un deje de desdén en su voz—. Para algunos mortales, lo único que importa es el dinero. La niebla puede nublar su vista, pero no su codicia.

Zoë asintió, su expresión sombría.

—A veces, Percy, los mortales pueden ser más horribles que los propios monstruos.

El helicóptero continuaba su implacable avance, sus hélices resonando como un aviso constante de peligro. Thalía cerró los ojos con frustración y lanzó un murmullo hacia el cielo.

—Eh, papá. Un rayo nos iría de perlas ahora mismo. Por favor.

Pero las nubes grises que cubrían el cielo permanecieron indiferentes, cargadas de aguanieve, sin mostrar el menor indicio de una tormenta. Ni un trueno, ni una chispa.

—¡Allí! —gritó Bianca de improviso, señalando hacia su izquierda—. ¡En ese aparcamiento!

—Quedaremos acorralados —protestó Zoë, sin apartar las manos del volante.

—Confía en mí —insistió Bianca, firme.

Aunque con duda evidente, Zoë obedeció. Giró bruscamente, cruzando dos carriles de tráfico mientras el chirrido de las ruedas resonaba contra el asfalto, y se dirigió hacia el aparcamiento de un centro comercial que descansaba al sur del río.

—Por aquí —indicó Bianca al abrir la puerta de la furgoneta y bajar rápidamente.

Los demás la siguieron al instante. Thalía, Percy, Grover y Zoë salieron corriendo tras ella. Sin embargo, Victoire apenas puso un pie fuera cuando sus piernas flaquearon, y el mundo pareció inclinarse a su alrededor. Si no fuera por los reflejos de Percy, que la sostuvo con firmeza, habría caído de bruces al suelo.

—Venga, déjame ayudarte —dijo Percy con suavidad, mientras deslizaba su brazo bajo el de ella y rodeaba su cintura para darle apoyo.

Victoire intentó mantenerse erguida, luchando contra el calor que se extendía por su rostro al sentir la cercanía del chico. Se obligó a apoyarse lo menos posible en él, pero, aún así, agradeció el gesto.

—Gracias —susurró, evitando mirarlo directamente.

—De nada —respondió Percy mientras avanzaban juntos, sus pasos sincronizados de forma natural.

Guiados por Bianca, los seis descendieron por unas escaleras estrechas que llevaban a un lugar que resultó ser una boca del metro.

—Es una estación de metro —informó Bianca con seguridad—. Debemos ir hacia el sur. A Alexandria.

—Cualquier dirección que nos aleje de aquí sirve —concordó Thalía, lanzando miradas nerviosas hacia atrás.

Thalía y Grover se adelantaron para comprar los billetes mientras los demás esperaban, vigilando el entorno por si los seguían. Minutos después, abordaron un tren con dirección sur, dejando atrás la capital.

Cuando el tren emergió al exterior, todos pudieron ver cómo el helicóptero volaba en círculos sobre el aparcamiento que habían dejado atrás. No los seguía.

—Suerte que te acordaste del metro, Bianca —comentó Grover con alivio, intentando aliviar la tensión del momento.

—Sí, bueno... —dijo Bianca, encogiéndose de hombros—. Me fijé en esta estación cuando pasamos por aquí el verano pasado. Recuerdo que me llamó la atención porque no existía cuando Nico y yo vivíamos en Washington.

Las palabras de Bianca hicieron que tanto Victoire como los demás fruncieran el ceño, intrigados.

—¿Nueva, dices? —preguntó Victoire con incredulidad.

—Esa estación parecía bastante vieja —añadió Grover, rascándose una oreja.

Bianca asintió, aunque su expresión era ambigua.

—Quizá, pero cuando vivíamos aquí, el metro simplemente no existía.

El comentario provocó un silencio extraño. Thalía se incorporó en su asiento, alertada. Victoire, por su parte, miraba fijamente a Bianca, tratando de encontrar una explicación.

—Espera un momento... ¿Estás diciendo que no había ninguna línea de metro en ese entonces? —preguntó Thalía, con tono serio.

—Exacto —asintió Bianca, sin titubear.

Era una afirmación imposible. El sistema de metro de Washington tenía décadas, y no podía ser algo reciente. Un aire de desconcierto se instaló entre el grupo.

—Bianca —comenzó Zoë, con un tono que mezclaba cautela y sospecha—, ¿cuánto tiempo ha...?

No llegó a terminar su pregunta. El ruido de las hélices volvió a intensificarse, y todos levantaron la cabeza al escuchar el sonido familiar del helicóptero acercándose de nuevo.

—Tenemos que cambiar de tren —ordenó Percy con rapidez—. En la próxima estación.

Durante la siguiente media hora, hicieron dos cambios de tren en un intento desesperado por despistar al helicóptero. En cada cambio, Percy se ofreció a ayudar a Victoire a caminar, asegurándose de que no se quedara atrás. Ella ya empezaba a recuperar algo de fuerza, pero su debilidad persistía. Nadie se quejó por las constantes desviaciones de ruta; su único objetivo era huir del peligro.

Finalmente, lograron despistar al helicóptero, pero su alivio fue breve. Cuando bajaron del último tren, se encontraron en el final de la línea, en una zona industrial desolada.

Delante de ellos solo había hangares abandonados, raíles cubiertos de óxido y nieve. Montañas de nieve.

—¿Y ahora qué? —murmuró Grover, con los hombros caídos mientras observaba el paisaje estéril.

Avanzaron entre los vagones de carga estacionados, con la esperanza de encontrar otro tren que los sacara de allí. Sin embargo, cada paso solo les revelaba más filas de vagones inmóviles, muchos cubiertos de nieve, como si no hubieran sido usados en años.

Al cabo de un rato caminando entre la desolación y el frío, el grupo divisó una figura solitaria junto a un cubo de basura. Un vagabundo estaba allí, calentándose junto a un fuego improvisado. Al notar su presencia, se giró hacia ellos y, con una sonrisa desdentada, les hizo un gesto amistoso.

—¿Necesitan calentarse? ¡Acérquense!

El viento helado cortaba como cuchillas, y el frío era tan intenso que ninguno dudó demasiado. Sin mediar palabra, se acercaron y se acomodaron junto al calor del fuego.

—Esto es... ge-ge-ge...nial —tartamudeó Thalia, sus dientes castañeteando con fuerza.

—Tengo las pezuñas heladas —se quejó Grover, encogiéndose mientras acercaba las manos al calor.

—Pies —corrigió Percy en voz baja, dándole un codazo para disimular frente al vagabundo.

Bianca, que parecía absorta en sus propios pensamientos, miró hacia Zoë antes de hablar.

—Quizá deberíamos ponernos en contacto con el campamento —sugirió, aunque su tono era dubitativo.

Zoë negó con la cabeza, su expresión decidida.

—Ellos ya no pueden ayudarnos. Esta búsqueda es nuestra responsabilidad, y debemos concluirla por nuestros propios medios.

Victoire, que temblaba levemente, sintió el frío calar hasta sus huesos. De reojo, vio cómo Percy se movía discretamente para quedar más cerca de ella, como si su sola presencia pudiera ofrecerle algo de calor. Aunque ya se sentía bien —había logrado caminar el último tramo sin problemas—, Percy insistía en mantenerse cerca, atento a cualquier signo de debilidad.

La atención de Victoire se desvió por un momento. No pudo evitar notar lo caballeroso que Percy estaba siendo. Jamás habría imaginado que el famoso hijo de Poseidón pudiera ser tan atento con alguien que apenas conocía. La cercanía entre ellos era tal que Victoire percibió un leve aroma salado que parecía emanar de él, como si el mar lo siguiera a donde fuera.

—¿Saben? —interrumpió el vagabundo, atrayendo las miradas del grupo—. Uno nunca se queda del todo sin amigos.

Su rostro mugriento, enmarcado por una barba descuidada, contrastaba con la bondad que irradiaban sus ojos. Parecía hablar con una certeza profunda, como si esas palabras cargaran un significado más allá del momento.

—¿Necesitan un tren que vaya hacia el oeste?

La pregunta desconcertó a los seis. Victoire fue la primera en responder, con una ligera sonrisa.

—Sí, señor. ¿Sabe usted de alguno?

Para sorpresa de todos, el vagabundo alzó una mano y señaló hacia un tren de carga cercano. Era un tren reluciente, completamente libre de nieve, como si acabara de llegar. Estaba diseñado para transportar automóviles, con mallas de acero cubriendo las tres plataformas llenas de vehículos. A un lado del tren se podía leer en letras claras: Línea del Sol Oeste.

—Ése... nos viene perfecto —dijo Thalia, impresionada—. Gracias, eh...

El grupo se volvió para agradecerle al vagabundo, pero él ya no estaba allí. Donde antes ardía el fuego, ahora solo quedaba un cubo de basura vacío y frío, como si nunca hubiera existido.

Victoire frunció el ceño, sus sospechas despertándose al instante. Aunque no dijo nada, tenía la impresión de que cierto dios no estaba cumpliendo con su palabra de no intervenir. Aun así, decidió guardar silencio, optando por seguir a los demás mientras avanzaban hacia el tren.





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El tren llevaba en movimiento poco más de una hora, y la suerte parecía estar de su lado. Esta vez no hubo discusiones sobre quién conduciría, ya que cada uno eligió un auto para refugiarse del frío.

Victoire, sin pensarlo demasiado, tomó asiento en un Mustang negro. Había algo en ese auto que la atraía. Su padre siempre había soñado con conducir uno, y ahora que ella se encontraba sobre el asiento de cuero del conductor, sintió una ola de añoranza que le apretó el pecho.

Lo extrañaba.

Habian pasado once años desde que lo perdió, y su ausencia había dejado un vacío que nada ni nadie parecía capaz de llenar. Sin poder evitarlo, una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla. Con un gesto rápido, la limpió y reclinó el asiento para intentar descansar, aunque sabía que no lograría dormir. No podía permitirse bajar la guardia en medio de una misión como esa.

Además, temía soñar.

Soñar con Luke, con todo lo que él representaba. Ese pensamiento la mantenía en una constante tensión, un conflicto interno del que no podía escapar.

—¿Puedo tomar asiento? —la voz de Percy la sacó de sus pensamientos.

Victoire se sobresaltó ligeramente y miró al chico, que había abierto la puerta del copiloto. Percy esperaba pacientemente su respuesta, y ella asintió mientras se incorporaba en su asiento. Él cerró la puerta detrás de sí y se acomodó.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Percy con suavidad.

—Mejor. Ya no me siento débil.

Percy sonrió.

—Creo que las palabras "débil" y "Victoire" no deberían estar en la misma frase —bromeó, provocando que la castaña soltara una risa suave.

Su risa lo hizo sonreír más ampliamente.

—Hablo en serio. Lo que hiciste contra el León fue impresionante. ¿Cómo es que eres tan veloz?

Victoire rió de nuevo, aunque esta vez con cierto aire de modestia.

—Habilidades de Nike. Soy más rápida que un mestizo promedio.

Percy chasqueó la lengua, claramente impresionado.

—Ser hijo de Nike no suena nada mal. Tenías razón cuando dijiste que podías dominar cualquier arma. Sólo había visto a los hijos de Apolo y a las cazadoras disparar con esa precisión.

Halagada, Victoire apartó la mirada, fijándola en el volante para ocultar el rubor que empezaba a teñir sus mejillas.

—Por algo mi madre es General del ejército de Zeus. Se respetan mutuamente, y ella es muy leal a su señor, creo que en eso nos parecemos.

Percy la observó con interés, esperando que continuara. Victoire suspiró antes de explicarse.

—Cuando alguien se gana mi respeto, es muy difícil que lo pierda. Y tú, Percy Jackson, lo ganaste hace dos años en el Olimpo.

Percy arqueó las cejas, sorprendido.

—¿Yo? ¿Cómo?

—¿No lo recuerdas? —preguntó Victoire con una sonrisa burlona—. Cuando te dirigiste primero a tu padre y no al "Señor de la Casa".

La burla en su tono era evidente, y Percy no pudo evitar reírse entre avergonzado y divertido.

—¿Cómo...? ¿Tú estabas allí?

—Sí. Aunque no lo creas, le tengo estima a tu padre, pero siempre he estado más unida a Zeus —dijo Victoire, provocando que Percy abriera los ojos en sorpresa. La idea de Zeus unido a alguien que no fuera él mismo le resultaba difícil de imaginar.

Victoire continuó:

—Ese día estaba en el salón con ellos, intentando evitar una guerra entre ambos. Pero en cuanto entraste, tuve que ocultarme. No podía dejar que nadie del campamento me viera. Era una regla de mi estancia en el Olimpo.

—¿Por qué? —preguntó Percy con cautela, percibiendo cómo la castaña se tensaba al instante.

Se sintió como un tonto ahí mismo, no había soltado aquella pregunta con el propósito de incomodarla, sino porque no entendía como la chica pudo pasar cuatro años en el Olimpo sin contacto alguno con el exterior.

Había escuchado que estuvo al borde de la muerte, y que los dioses cuidaban de ella, ¿pero estar en un estado crítico por cuatro años? Algo no encajaba, sobre todo cuando habían dicho que tenía catorce cuando se fue, y seguía conservando la misma edad.

Ella desvió la mirada y suspiró profundamente.

—No quiero hablar de eso ahora, Percy.

Él asintió, entendiendo que había tocado un tema delicado.

—Gracias por salvarme en el museo —dijo finalmente, cambiando el tema.

—Tú habrías hecho lo mismo por mí, ¿o me equivoco?

—No, no te equivocas —respondió Percy rápidamente, más rápido de lo que pretendía.

Esa respuesta lo dejó pensativo. ¿Realmente lo habría hecho? Arriesgarse por alguien que apenas conocía... Pero la respuesta se formó sola en su mente: sí, lo habría hecho.

Había algo en Victoire que le inspiraba confianza, una sensación de calma y seguridad que sólo había sentido con sus amigos más cercanos, lo cual era entendible teniendo en cuenta las aventuras que habían tenido en años posteriores.

Pero Victoire....

No entendía lo que le pasaba con ella. Algo dentro de él le decía que confiara en ella.

Que luchará junto a ella.

Que la conociera.

Ni siquiera con Thalía sentía aquello, entonces, ¿Por qué con Victoire si?

No obstante había una pequeña parte de él, esa parte racional que había confiando en Luke hace dos años, que no lo dejaba confiar plenamente en la chica; Victoire había sido la mejor amiga de Luke, y que Percy supiera, solo habían dejado de hablar porque ella se había ido.

¿Sería ella capaz de enfrentar y luchar con el chico que consideraba su mejor amigo si se daba la ocasión o la necesidad? Esa misma duda tenía con Thalía, más cuando él le pregunto a la hija de Zeus al respecto, ella lo echó de su auto molesta.

No obstante, tenía que preguntarle la mismo a la castaña o no podría estar tranquilo.

—Yo... —Percy tragó saliva antes de hablar—. Quiero preguntarte algo, pero no quiero que te molestes.

Victoire alzó una ceja, curiosa.

—Depende de lo que digas, ¿no?

Percy respiró hondo y se armó de valor.

—Estoy seguro de que nos encontraremos con Luke en algún punto de esta búsqueda —dijo con cautela, notando cómo Victoire se tensaba ante la mención del rubio—. Y sé que él era tu mejor amigo, pero... ¿estás segura de que podrás...?

—Para, por favor —pidió ella, su voz apenas un susurro mientras bajaba la mirada. Inspiró hondo antes de volver a alzar la vista—. Sé a dónde quieres llegar. Y haré lo que deba hacer.

Percy frunció el ceño.

—¿Incluso si debes enfrentarlo?

La pregunta escapó de sus labios antes de que pudiera detenerse, y al instante se arrepintió al ver el brillo enrojecido en los ojos de Victoire.

—Como dije, haré lo que tenga que hacer.

Percy no insistió más. Por ahora, tendría que confiar en ella.









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El día apenas comenzaba cuando llegaron a los alrededores de un pequeño pueblo de esquí, enclavado entre las montañas, con un gran cartel que les daba la bienvenida: «Bienvenido a Cloudcroft, Nuevo México.»

El aire era helado y algo enrarecido, propio de la altitud. Los tejados de las casas y locales estaban cubiertos de nieve, mientras que montones de nieve sucia se acumulaban en los bordes de las calles. Altos pinos se alzaban alrededor del valle, proyectando sombras oscuras pese al cielo despejado y soleado.

A pesar de su abrigo y los pantalones térmicos, Victoire no lograba quitarse el frío de encima mientras caminaban hacia Main Street, que quedaba a un kilómetro de las vías del tren.

Ella iba junto a Thalia, detrás de las cazadoras, mientras Percy y Grover cerraban la formación. No se detuvieron hasta llegar al centro del pueblo, que parecía salido de una postal. Allí se alineaban una escuela, varias tiendas para turistas, una cafetería, unas pocas cabañas de esquí y una tienda de comestibles.

—Estupendo —comentó Thalia, con un dejo de sarcasmo mientras observaba el lugar—. Sin estación de autobuses, taxis ni alquiler de coches. No hay salida.

—¡Hay una cafetería! —exclamó Grover, con un entusiasmo que rompió el ambiente tenso.

—Sí —concordó Zoë—. Un café no vendría mal.

—Y unos pasteles —añadió Grover, sus ojos iluminándose con el pensamiento—. Y papel de cera.

Thalia suspiró, y Victoire no pudo evitar sonreír al ver el brillo soñador en el rostro del sátiro.

—De acuerdo. ¿Qué tal si van ustedes dos por algo de desayuno? —propuso Thalia, señalando a Zoë y Grover—. Percy, Victoire y Bianca, vayan a la tienda de comestibles a ver si alguien puede ayudarnos con una salida. Yo echaré un vistazo para asegurarme de que no hay monstruos cerca.

Nadie discutió el plan. Se dieron media hora como tiempo límite para reunirse en el porche de la tienda y se separaron.

Victoire pronto notó que Bianca parecía incómoda caminando entre ella y Percy. Aunque la castaña intentó pensar en algo para romper el hielo, no se le ocurrió nada que pudiera relajar a la más joven.

Al entrar en la tienda de comestibles, se toparon con la cruda realidad de Cloudcroft. A través de una breve charla con el encargado, aprendieron algunas cosas interesantes: la temporada de esquí estaba en peligro por la falta de nieve, la tienda ofrecía ratas de goma a un dólar la pieza, y salir del pueblo sin un coche era prácticamente imposible.

—Pueden pedir un taxi de Alamogordo —dijo el encargado con un gesto de duda—. Queda al pie de la montaña, pero tardará al menos una hora en llegar. Y les costará varios cientos de pavos.

Percy no pareció sorprendido por la respuesta, aunque dejó escapar un suspiro frustrado. Finalmente, decidió comprarle al hombre una rata de goma como agradecimiento por su ayuda.

Cuando salieron, Bianca miró el juguete con curiosidad.

—¿Por qué compraste eso?

—No sé, me pareció simpática —respondió Percy, encogiéndose de hombros.

Victoire tuvo que reprimir una risa mientras los tres se dirigían al porche de la tienda para esperar al resto del grupo.

El silencio entre los tres se había vuelto tan espeso que parecía tangible. Victoire evitaba cruzar miradas con Percy, consciente de la ligera tensión que había surgido entre ellos tras la conversación de anoche. No estaba molesta ni ofendida por su pregunta, pero sí había dejado un rastro de incomodidad que no lograba disipar.

Finalmente, incapaz de soportarlo más, cortó el ambiente:

—Iré a buscar a Thalía.

No esperó respuesta. Antes de que Percy o Bianca pudieran objetar, Victoire se echó a correr por la calle principal del pueblo. Pronto desapareció al doblar una esquina, buscando un poco de espacio y soledad.

Con cada paso, sentía cómo el aire frío le quemaba los pulmones, pero no se detuvo. Tenía demasiados pensamientos revoloteando en su cabeza, y necesitaba claridad. Luke Castellan era el más persistente de todos ellos.

Percy había sembrado dudas en su mente, preguntas que hasta ahora no se había permitido formular.

¿Sería capaz de luchar contra él? ¿De enfrentarse a alguien que era más que un amigo para ella?

Luke no era solo su antiguo compañero de aventuras, su confidente o su aliado. Luke era, en muchos sentidos, su hogar.

Su familia.
Su mejor amigo.
Su alma gemela.

Pero incluso con ese vínculo tan profundo, Victoire sabía que había algo más importante: proteger lo que era correcto. Proteger el Olimpo y el campamento mestizo.

Había pasado cuatro años viviendo entre los dioses, observando de cerca sus defectos y virtudes, y por más que Zeus le pareciera imponente y distante, consideraba el Olimpo un hogar tanto como el campamento mestizo.

Si Cronos ganaba, todo eso desaparecería.

No podía permitirlo. El campamento era más que un lugar, era un refugio para los suyos, para chicos y chicas que como ella habían crecido entre dos mundos, siempre en peligro. Pero Victoire sabía que una guerra era inminente y, con ella, llegaría una verdad incómoda: el campamento sería uno de los primeros objetivos de Cronos.

Los semidioses eran las armas más valiosas de los dioses. Sin ellos, los dioses estarían prácticamente indefensos. Si Luke lograba convencer a suficientes mestizos de unirse a su causa, la balanza se inclinaría peligrosamente en favor de Cronos.

Victoire no podía permitirlo.

Pero para detenerlo, debía enfrentarse a él. A Luke. A su alma gemela.

Ese pensamiento la desgarraba.

La última vez que se había encontrado en una situación similar, había terminado con sangre en sus manos. Sangre mestiza. Y aunque desconocía el motivo por el que lo había hecho, el peso de aquella decisión aún la perseguía.

¿Cómo podría Percy confiar en alguien que llevaba un pasado así a cuestas?

Victoire se detuvo de golpe. Había llegado a un tramo olvidado de vía férrea, medio enterrado en la nieve. Miró a su alrededor, esperando hallar algo que pudiera ayudarles a salir del pueblo, pero no encontró nada más que el eco del encargado de la tienda resonando en su mente: no había estación de trenes ni de autobuses.

La única opción era caminar cientos de kilómetros hasta encontrar un servicio de coches. Y, para colmo, no tenían el dinero suficiente para rentar uno si es que lograban llegar.

Victoire exhaló un suspiro pesado.

Varados en medio de Nuevo México. Congelados. Sin un plan. Excelente.

Victoire soltó un bufido frustrado y se dio media vuelta, decidida a regresar con los demás, cuando el suelo tembló bajo sus pies.

—¡OINK!

Frunció el ceño. ¿Había oído... un cerdo?

No tuvo mucho tiempo para procesarlo. La respuesta llegó un segundo después, y lo hacía a toda velocidad detrás de Percy y Thalía.

—¡Vi, corre! —gritó Percy.

Sin dudar, Victoire echó a correr tras ellos. Sus botas resbalaban en la nieve mientras un enorme jabalí cargaba detrás de ellos, derribando todo a su paso.

—¡¿Qué rayos es esa cosa?! —gritó Victoire para hacerse oír entre el estruendo.

—¡Es un jabalí, Vi! —respondió Percy, jadeante.

Victoire puso los ojos en blanco mientras seguía corriendo. Gracias, genio. Por un momento, consideró girarse y darle una colleja, pero rápidamente lo descartó. Razones:
a) Había un Pumba colérico gigante pisándoles los talones.
b) Estaba demasiado perpleja como para arriesgarse a tropezar.

El jabalí resoplaba furiosamente mientras resbalaba y patinaba por la pendiente; sus pezuñas claramente no estaban diseñadas para ese terreno. A pesar de eso, avanzaba, destruyendo pinos y aplastando rocas.

Percy distinguió algo a la distancia: un túnel que desembocaba en un viejo puente de caballetes que cruzaba un desfiladero.

—¡Síganme! —gritó.

Thalía redujo la velocidad, pero no hizo preguntas. Percy y Victoire prácticamente la arrastraron hacia la dirección que él había señalado, aunque ella refunfuñaba por lo bajo.

A sus espaldas, el tanque porcino seguía embistiendo todo a su paso. Cada vez estaba más cerca. ¿Qué clase de maldición griega les seguía metiendo en estas situaciones? Victoire pensó que ya había sido suficiente con el león y Talos, pero el universo claramente tenía otros planes.

Finalmente llegaron al otro lado del túnel, donde el puente de madera se alzaba precariamente sobre el desfiladero. Al ver la caída, Thalía palideció y se detuvo en seco.

—¡No! —gritó con los ojos desorbitados.

El barranco era profundo, con unos veinte metros de caída libre. Las tablas del puente crujían con cada ráfaga de viento, y abajo, la nieve se extendía como un manto mortal.

—¡Vamos! —instó Percy—. Seguramente aguantará nuestro peso.

—¡No puedo! —respondió Thalía, inmóvil, temblando.

Fue entonces cuando Victoire cayó en cuenta de algo crucial: Thalía tenía miedo a las alturas.

El jabalí estaba a punto de salir del túnel. No tenían tiempo para discusiones ni para titubeos. Victoire hizo lo único que se le ocurrió.

—Lo siento —musitó.

Antes de que Percy o Thalía pudieran reaccionar, les hizo un placaje y los tres rodaron juntos, alejándose del puente y deslizándose por la ladera nevada.

Por instinto, Thalía sacó la Égida y, de algún modo, consiguieron montarse sobre el escudo como si fuera una tabla de snowboard. Fue una maniobra torpe, incómoda, y claramente improvisada. La Égida era demasiado pequeña para tres personas, lo que obligó a Victoire a quedar casi encima de Percy, quien la sujetó por la cintura para evitar que se cayera.

Mientras tanto, el jabalí tuvo menos suerte. El animal intentó frenar, pero sus diez toneladas de furia no pudieron girar a tiempo. Avanzó directo hacia el puente, que crujió bajo su peso antes de desmoronarse por completo.

Con un chillido estridente, el jabalí cayó por el barranco. El impacto resonó con un estruendo ensordecedor cuando aterrizó en un ventisquero. Por unos segundos, todo quedó en silencio

Se detuvieron derrapando, jadeantes y con el cuerpo adolorido. La nieve les había amortiguado la caída, pero no evitó los raspones y cortes. Percy tenía los brazos y el rostro cubiertos de pequeños arañazos, mientras que Thalía, con el cabello lleno de agujas de pino y el rostro ligeramente verde, parecía haber salido mejor parada de los tres.

Victoire, por su parte, se levantó con dificultad, notando un líquido cálido y pegajoso escurriendo por sus dedos. Al mirar, se quedó helada: sangre. Manchas rojas comenzaban a teñir la nieve bajo sus pies.

Sin importarle el frío, se quitó el abrigo con manos temblorosas para inspeccionar su brazo. Un profundo corte recorría desde su muñeca hasta la mitad del antebrazo. El dolor era intenso, y la sangre brotaba a borbotones, empapando su piel y la nieve a su alrededor. Intentó presionar la herida con la mano para detener el sangrado, pero al hacerlo, una punzada de dolor la obligó a soltarla.

Grave error. Ahora ambas manos estaban cubiertas de carmesí, y con ello vinieron las imágenes:

Un jardín oscuro bajo la luz de la luna.

Un edificio con cúpula colorida envuelto en llamas.

Una hidra rugiendo con furia a unos metros de ella.

Una figura borrosa interponiéndose.

Un grito desesperado: —¡No, Keegan!

Esqueletos-guerreros surgiendo de la tierra como zombie.

Manos manchadas de sangre.

Sollozos contra un pecho sin vida.

Victoire retrocedió, jadeante, mientras las imágenes se arremolinaban en su mente. Su reacción llamó la atención de Percy, que se giró al verla. Su mirada se posó en la nieve roja a sus pies, y en un instante, se levantó para acercarse.

—Vi... —empezó, preocupado.

Victoire retrocedió de nuevo, tallando la sangre de sus manos con desesperación, como si intentara borrarla a toda costa.

—¡Victoire! —Percy trató de llamar su atención, pero ella no le escuchaba, su pánico crecía a cada segundo. En su intento frenético por limpiarse, terminó lastimándose aún más, dejando nuevos rasguños en su piel.

Percy acortó la distancia con rapidez, tomó sus manos con firmeza y las detuvo. Victoire levantó la mirada hacia él, sus ojos llenos de lágrimas.

—Te estás lastimando más —le dijo con calma, señalando los arañazos que ella misma se había hecho—. Déjame ayudarte.

Un sollozo escapó de los labios de Victoire. Alarmado, Percy buscó una botella de agua y un trozo de ambrosía en su mochila. Le ofreció el trozo, ella lo tomó con manos temblorosas y lo mordió. El efecto fue casi inmediato: la hemorragia disminuyó, y Percy aprovechó para limpiar con cuidado la sangre con el agua hasta que el brazo quedó libre de manchas rojas.

Victoire soltó un suspiro aliviado al no ver más el carmesí. Levantó la mirada hacia Percy y, con una sonrisa tímida, susurró:

—Gracias.

—De nada —respondió Percy, devolviéndole la sonrisa mientras limpiaba una lágrima que resbalaba por su mejilla.

El momento fue interrumpido por un carraspeo. Thalía los observaba con una ceja alzada, el color ya había regresado a su rostro. Al percatarse de la proximidad entre ellos, Victoire dio un paso atrás por instinto y buscó una venda en su mochila para cubrir la herida.

Cerca de ellos, el jabalí seguía forcejeando en la nieve. Su enorme cuerpo estaba atascado, aunque no parecía herido. Mientras se vendaba el brazo, Victoire escuchó a Percy dirigirse a Thalía:

—¿Te dan miedo las alturas?

—No seas idiota—bufó Thalía, poniendo los ojos en blanco.

—Eso explica lo del autobús de Apolo y por qué no querías hablar de ello.

Victoire resopló, negando con la cabeza. Esos dos a veces parecían críos provocándose entre sí.

Thalía lo fulminó con la mirada.

—Te juro que si se lo cuentas a alguien...

—No, no —dijo él—. Pero es increíble. O sea... la hija de Zeus, el señor de los cielos, ¿tiene miedo a las alturas?

Thalía apretó los dientes, y Victoire, al notar que estaba a punto de derribarlo, intervino.

—Ya basta, Percy. Todo el mundo le teme a algo.

—Claro —respondió él—, pero hay que admitir que es irónico.

Thalia estaba a punto de derribarlo en la nieve cuando la voz de Grover sonó por encima de sus cabezas:

—¡Eeeeeoooo!

Victoire no pudo evitar soltar una carcajada. ¿Acaso Grover estaba imitando a un cantante de rock?

Decidió seguirle el juego:

—¡Eeeeeoooo!

Desde ahí alcanzó a escuchar una carcajada por parte de Grover, y en cuestión de minutos Zoë, Bianca y él se unieron a ellos. Se quedaron todos mirando al jabalí, que seguía forcejando en la nieve.

—Puede alguien decirme, ¿De dónde salió eso? —preguntó Victoire, incrédula, mirando al Pumba gigante.

Percy, con una sonrisa burlona, se giro hacia ella:

—Mira Vi, para este punto ya deberías saber que cuando un papá jabalí y una mamá jabalí se aman, suelen...

—¡Oh, por los dioses, cállate, Aquaman! —replicó Victoire, sonrojada.

Percy soltó una carcajada, aunque pronto su expresión cambió cuando cayó en cuenta de como lo había llamado.

Más no alcanzó a decir nada cuando Bianca empezó a narrar lo que había ocurrido en el pueblo. Victoire escuchó con atención, palideciendo al escuchar sobre los esqueletos guerreros y cómo el jabalí había aparecido para salvarlos.

Cuando terminó de contarle todo, la castaña pestañeo rápidamente y se giró a ver al cerdo.

—Así que Pumba nos salvó, de cierta forma —murmuró Victoire, mirando al animal.

Grover asintió, aunque parecía inquieto.

—Es una bendición del Salvaje.

Zoë confirmó las palabras del sátiro:

—Estoy de acuerdo, hemos de usarlo.

Thalía, irritada, no parecía convencida:

—Un momento —dijo Thalia, irritada—-. Explícame por qué estás tan seguro de que este cerdo es una bendición.

Grover miraba distraído hacia otro lado.

—Es nuestro vehículo hacia el oeste. ¿Tienes idea de lo rápido que puede desplazarse este bicho?

—¡Qué divertido! —dijo Percy—. Cowboys, pero montados en un cerdo.

Grover asintió y Victoire lo miro divertida.

—Tenemos que domesticarlo. Me gustaría disponer de más tiempo para echar un vistazo por aquí. Pero ya se ha ido.

—¿Quién? —pregunto Tori.

Grover no respondió directamente. En cambio, se acercó al jabalí y salto sobre su lomo. El animal ya empezaba a abrirse paso entre la nieve. Grover sacó su flauta y empezó a tocar una tonada mientras lanzaba una manzana frente al hocico del jabalí.

La manzana flotó en el aire y empezó a girar justo por encima del hocico del jabalí, que se puso como loco tratando de alcanzarla.

-Dirección asistida -murmuró Thalia-. Fantástico -Avanzó entre la nieve y se situó de un salto detrás de Grover.

Aún quedaba sitio de sobras para ellos. Zoë y Bianca caminaron hacia el jabalí pero Percy le habló a la primera.

-Una cosa -le dijo Percy a Zoë. Victoire se detuvo junto a ellos-. ¿Tú entiendes a qué se refiere Grover con lo de esa bendición salvaje?

-Desde luego -respondió ella-, ¿No lo has notado en el viento? Era muy fuerte... Creía que no volvería a sentir esa presencia.

-Espera, te refieres a.... - Zoë asintió hacia ella. Victoire soltó un jadeo de sorpresa.

-¿Qué presencia? -preguntó Percy desconcertado.

Zoë lo miró como si fuese idiota.

-El señor de la vida salvaje, por supuesto. Por un instante, cuando ha aparecido el jabalí, he sentido la presencia de Pan.

Y dicho eso se montó sobre el jabalí detrás de Bianca.

-Eso explica porque Grover colapso allá -dijo Victoire a lo que Percy estuvo de acuerdo con ella.

Ambos sabían que el mayor sueño de su amigo era encontrar a Pan. Ambos se acercaron al cerdo gigante, Percy, de un brincó se montó sobre el porcino y le extendió una mano a Victoire, quien a pesar de que podía subir por su cuenta, la tomó y dejo que él la ayudará. Se sentó en el espacio entre él y Zoë y se sujetó de los hombros de la cazadora.

Victoire agradeció a los dioses que le estuviera dando la espalda al chico, de no ser así hubiera visto como su rostro se sonrojaba cuando Percy paso sus brazos por su cintura para sujetarse como los demás.

El jabalí echo a correr, y pronto dejaron Cloudcroft atrás.

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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️

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