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extra iv: el sacrificio ⁴

🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ Chapter extra: part four

the sacrifice ❞ 𓂅̇⭒

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Llegamos al pasillo que ya estaba en fuego. Las llamas lamían el papel de las paredes y la alfombra humeaba. La puerta de la habitación de Hal había salido volando de su marco y el fuego salía en avalancha, vaporizándolo todo a su paso.

Alcanzamos las escaleras y el humo era tan espeso que no podía ver más allá de mis narices. Nos contorsionamos y tosimos, con el calor haciéndome cerrar los ojos y taponándome los pulmones. Llegamos a la base de las escaleras, y comenzaba a creer que íbamos a llegar a las escaleras, cuando la leucrota me derrumbó haciendo chocar mi pecho contra el suelo.

Tenía que ser la que nos había seguido por el panel. Debía de haber estado demasiado lejos de la explosión para sobrevivir al impacto inicial y había escapado de alguna manera de la habitación, aunque no parecía estar disfrutando de la experiencia. Su piel roja se había convertido en negra. Sus orejas puntiagudas estaban en llamas y uno de sus ojos rojos lo tenía cerrado.

-¡Luke! -grito Victoire.

Thalia había agarrado su lanza y juntas embistieron al Leucrota justo en sus costillas. Pero aquello sólo incordió al monstruo.

Dirigió sus mandíbulas huesudas hacia ellas, manteniendo una pezuña en mi pecho. No me podía mover, y sabía que la bestia podría aplastarme el pecho en cuanto quisiera.

Me picaban los ojos del humo. A penas podía respirar. Vi a Thalía poner a Victoire detrás suyo mientras intentaba hacer retroceder el animal con la lanza de nuevo. Y entonces, un brillo metálico me deslumbró: el brazalete de plata.

Algo finalmente encajó en mi mente: la historia de la cabra Amaltea, que nos había llevado allí. Thalía había estado destinada a encontrar aquél tesoros.

Pertenecía a la hija de Zeus.

-Thalía -tosí-. ¡El escudo! ¿Cómo se llamaba?

-¿Qué escudo? -gritó.

-¡El escudo de Zeus! -y de repente lo recordé-. ¡Égida! ¡Thalía, el brazalete tiene una contraseña!

Era una suposición desesperada. Gracias a los dioses, o gracias a la suerte que es ciega, Thalía lo entendió. Dio un golpecito a su brazalete y esta vez gritó:

-¡ÉGIDA!

Al instante el brazalete se expandió, convirtiéndose en un disco de bronce, un escudo con unos diseños intrincados alrededor del borde. En el centro, bañado en metal como una máscara mortuoria, había una cara tan horrible que de haber podido, habría salido corriendo del miedo.

Aparté la vista, pero el recuerdo me ardía en la cabeza, el pelo de serpientes, unos ojos brillantes y una boca con unos colmillos afilados.

Thalía dirigió el escudo hacia la leucrota. El monstruo gritó como un cachorrito y retrocedió, liberándome del peso de sus pezuñas. A través del humor, vi cómo la
aterrorizada leucrota salía corriendo directa hacia las cortinas más cercanas, que se convirtieron en aquellos tentáculos y engulleron el monstruo.

El monstruo comenzó a humear. Comenzó a gritar:

-¡Ayuda! -en una docena de voces distintas, probablemente las voces de sus víctimas pasadas, hasta que finalmente se desintegró entre los tentáculos.

Me habría quedado allí de pie, horrorizado hasta que el techo se hubiera caído encima de
mí, pero Victoire me agarró del brazo y gritó:

-¡Luke, debemos salir aquí!

La tomé de la mano y corrimos hasta la puerta principal. Me preguntaba cómo podríamos abrirla, cuando la avalancha de fuego bajó por la escalera y nos atrapó.

El edificio entero explotó.

No recuerdo cómo salimos. Sólo puedo suponer que la onda expansiva sacó la puerta del Marco y a nosotros con ella.

Lo próximo que recuerdo es estar tumbados en la rotonda, tosiendo y respirando fuertemente mientras una torre de fuego ascendía hacia el cielo nocturno.

Me ardía la garganta. Mis ojos se sentían como si hubieran sido salpicados con acido. Busqué a Victoire y Thalía con la mirada pero en cambio me encontré a mí mismo mirando fijamente la cara de Medusa. Grité y de alguna manera, encontré las fuerzas suficientes como para levantarme y salir corriendo.

No me detuve hasta que no estuve detrás de la estatua de Robert E Lee.

Sí, ya lo sé. Ahora mismo suena a broma, pero es un milagro que no tuviera un ataque al corazón o que me atropellara un coche.

Finalmente, Victoire y Thalía me alcanzaron, con su lanza en su forma original y su escudo convertido en brazalete de nuevo.

Los tres observamos la mansión arder. Los ladrillos se derrumbaron. Las cortinas negras se convirtieron en lenguas de fuego. El techo se hundió y el humo ascendió por el cielo.

Victoire oculto su rostro en mi camiseta sucia. Al instante sentí como está se humedecía debido a sus lágrimas. Thalía, en cambio, soltó un sollozo. Una lágrima caía por su mejilla.

-Se sacrificó a sí mismo -dijo-. ¿Por qué nos ha salvado?

Abracé mi mochila. Notaba el diario y la daga en su interior, los únicos restos de la vida de Halcyon Green.

Me dolía el pecho, como si la leucrota siguiera encima. Había criticado a Hal de ser un cobarde, pero al final, había sido más valiente que yo.

Los dioses le habían maldecido. Se había pasado gran parte de su vida encerrado con monstruos. Habría sido más fácil para él dejar que nos mataran los monstruos como a todos los anteriores semidioses. Pero aún así, había optado por ser un héroe.

Me sentí culpable de no haber podido salvar al anciano. Me habría gustado hablar más con él. ¿Qué había visto en mi futuro que tanto le asustaba? ¿Acaso estaba relacionado con el futuro que vio para Victoire?

Tus elecciones cambiarán el mundo, me había advertido.

No me gustaba cómo sonaba aquello.

El sonido de las sirenas me devolvió a la realidad. Al ser menores fugados, Vic, Thalía y yo habíamos aprendido a desconfiar de la policía y de cualquiera con autoridad. Sobretodo Victoire, quien había huido de la policía y el orfanato hace dos años.

Los mortales querrían preguntarnos, o quizá ponernos en un reformatorio o una cárcel para menores. No podíamos dejar que aquello pasara.

-Vamos -le dije a ambas.

Corrimos por las calles de Richmond hasta que encontramos un parquecito. Nos limpiamos en la fuente lo mejor que pudimos. Nos tumbamos en la hierba hasta que fue de noche completamente.

No hablamos de lo que había pasado. Ninguno tenía la fuerza para hacerlo.

Deambulamos por entre vecindarios y polígonos industriales. No teníamos ningún plan, ni ninguna cabra brillante a la que seguir. Estábamos cansados, pero ninguno de nosotros parecía querer dormir o detenerse.

Quería alejarme todo lo posible de aquella mansión en llamas.

O era la primera vez que habíamos escapado con vida por los pelos, pero nunca lo habíamos hecho gracias al sacrificio de otro semidiós. No podía llegar a comprenderlo.

"Prométemelo" había escrito Halcyon Green.

"Lo prometo, Hal" pensé. "Aprenderé de tus errores. Si los dioses me tratan igual de mal,
Contraatacaré."

Vale, sé que suena un poco alocado, pero me sentía enfadado y asqueado. Si eso hacía enfadar a los peces gordos de arriba, en el monte Olimpo, pues vale. Podían bajar y decírmelo en la cara.

Nos detuvimos para descansar en un viejo almacén. A la luz de la luna, podía ver la
Pintura en la pared de ladrillos del edificio: METALÚRGICA DE RICHMOND. Casi todas
Las ventanas estaban rotas.

Thalía tembló:

-Podíamos ir hasta nuestro viejo campamento -sugirió-. Cerca del río James. Tenemos muchos suministros allí metidos.

Asentí, indiferente. Nos llevaría al menos un día entero llegar hasta allí, pero era un plan tan bueno como otro cualquiera.

Partí mi sándwich de jamón con Victoire y Thalía. Comimos en silencio. La comida sabía a cartón. Me tragué el último mordisco cuando oí un sonido metálico de un callejón cercano.

Mis orejas pitaron. No estábamos solos.

-Alguien se acerca -dije-. Y no es un mortal cualquiera.

Thalía se tensó y Victoire, a mi lado, tembló.

-¿Cómo puedes estar seguro?

No sabía la respuesta, pero me puse de pie. Saqué la daga de Hal, más que nada por el brillo del bronce celestial y puse a Victoire detrás de mi. Thalía agarró su lanza y abrió la Égida. Esta vez no miré directamente la cara de Medusa, pero su presencia seguía provocándome escalofríos.

No sabía si aquél escudo era la Égida, o una réplica hecha para héroes, pero de todas formas, irradiaba poder.

Entendí porqué Amaltea quería que Thalía lo reclamara.

Nos arrastramos por la pared del almacén. Nos giramos por un callejón oscuro sin salida que terminaba en una pared que conectaba con un montacargas de uno de los almacenes.

Señalé al montacargas. Thalía frunció el ceño.

Me susurró:

-¿Estás seguro?

Asentí.

-Hay algo ahí. Lo noto.

-Tiene razón -musitó Victoire detrás mío.

Y entonces hubo un gran sonido hueco. Una lámina de plomo ondulado cayó contra e suelo. Había algo o alguien debajo.

Nos acercamos a tientas hasta el montacargas hasta que estuvimos de pie ante la pieza de metal.

Thalía preparó su lanza. Le hice señas para que esperara. Quise acercarme a la plancha, pero Victoire me sostuvo del brazo con fuerza.

Volteé a verla y le sonreí para tranquilizarla.

«Esta bien» forme con mis labios, y ella me entendió. Inspiró profundo y me soltó.

Llegué hasta la plancha e hice con los dedos: uno, dos, tres.

En cuanto levanté la plancha de metal, algo voló hasta mí, un borrón de franela y mechones rubios. Un martillo pasó volando por delante de mi cara. Las cosas podrían haber ido muy mal. Por fortuna, mis reflejos eran buenos después de muchos años luchando.

Grité:

-¡Guau! -y agarré el martillo y después la muñeca de la niña pequeña.

-¡No más monstruos! -gritó, pegándome patadas en las piernas-. ¡Larguense!

-¡Tranquila! -intenté agarrarla, pero era como intentar sujetar un gato pardo.

Thalía estaba demasiado atónita para reaccionar. Aún tenía su lanza y su escudo preparados para luchar.

-Thalía -dije-, aparta tu escudo. ¡La estás asustando!

Thalía reaccionó. Tocó su escudo y volvió a ser un brazalete. Dejó caer la lanza. Vi a Victoire acercarse con una sonrisa detrás de ella.

-¡Genial, otra niña! -exclamó y se acercó más a nosotros-. Tranquila, no te vamos a hacer daño. Soy Victoire. Ella es Thalia y este es Luke.

-¡Monstruos! -repitió la niña.

-No -le prometí. La pobrecita no se defendía demasiado bien, pero estaba temblando como una histérica, aterrorizada de nosotros-. Pero sabemos de monstruos -dije-. También luchamos contra ellos.

La agarré, más para reconfortarla que para detenerla. Poco a poco dejó de pegarme patadas. Estaba fría. Su cuerpo era muy delgado bajo su pijama de franela. Me pregunté cuánto llevaba aquella niña pequeña sin comer.

Era incluso más pequeña que yo cuando huí de casa. Y sin duda era más pequeña que Victoire.

A pesar de su miedo, me miró a los ojos. Eran grises, bonitos e inteligentes. Una semidiosa, sin lugar a dudas. Tuve la misma sensación de cuando conocí a Victoire, de que era poderosa, o lo sería, si sobrevivía.

-¿Son como yo? -preguntó, recelosa, pero también sonaba esperanzada.

-Sí -le prometí-. Somos...-vacilé, no estaba seguro de que entendiera lo que era, o si quiera si había oído hablar alguna vez de los semidioses. No quería asustarla aún más-.
Bueno es difícil de explicar, pero combatimos a los monstruos.

-Luke y Thalía son muy buenos con eso -dijo Vic.

- Dime, ¿dónde está tu familia pequeña? -le preguntó Thalía.

La expresión de la niña pequeña se endureció. Su barbilla tembló.

-Mi familia me odia. No me quieren. Me he escapado.

Sentí cómo se me rompía el corazón en pedazos: había tanto dolor en su voz... un dolor familiar.

Miré a Thalía y luego a Victoire. Y en silencio, tomamos una decisión justo allí. Cuidaríamos de aquella niña. Después de lo que había pasado con Halcyon Green... bueno, parecía cosa del destino.

Habíamos visto morir a un semidiós por nosotros. Y ahora nos encontrábamos con aquella niña pequeña, parecía como si fuera una segunda oportunidad.

Thalía se arrodilló al lado de Victoire. Puso su mano en el hombro de la niña:

-¿Cómo te llamas, pequeña?

-Annabeth.

No pude evitar sonreír. Nunca había oído aquel nombre antes, pero era bonito y le pegaba.

-Bonito nombre -le dije-. Mira lo que te voy a decir, Annabeth. Eres fiera y una luchadora como tú nos sería útil.

Sus ojos se abrieron de par en par.

-¿De verdad?

-Oh, sí -dije de todo corazón. Entonces un pensamiento repentino me iluminó. Busqué la daga de Hal y la saqué de mi mochila.

Protegerá a su dueño, había dicho Hal. La había obtenido de la niña pequeña a la que había salvado, ahora el destino nos había dado la oportunidad de salvar a otra niña pequeña.

Había pensando en dársela a Victoire, pero ella ya tenía su espada y aquel brazalete-arco que no podía quitarse.

Annabeth merecía más que ella aquella daga.

-¿Qué te parece tener un arma que mate a esos monstruos? -le pregunté-. Esto es bronce celestial, funciona mucho mejor que un martillo.

Annabeth cogió la daga y la estudió, sobrecogida.

Ya lo sé... tenía como mucho siete años. ¿En qué estaba pensando dándole un arma? Pero es una semidiosa, tenemos que defendernos nosotros solos. Cuando yo tenía nueve años, había luchado por mi vida una docena de veces.

Annabeth sabría usar esa arma. Incluso aprendería junto a Victoire a combatir monstruos.

-Los cuchillos solo son para los más bravos y rápidos luchadores -le dije. Mi voz se quebró al recordar a Hal Green y cómo había muerto para salvarnos. Sentí a Victoire apretar mi brazo, en señal de apoyo.

Cómo dije, ella me conocía muy bien.

-No tienen el alcance o el poder de una espada, pero son fáciles de manejar y pueden encontrar puntos débiles en las armaduras enemigas. Se necesita un guerrero inteligente para un cuchillo y tengo da la sensación de que tú eres muy lista.

Annabeth me sonrío y durante un instante, todos mis problemas se disiparon. Me sentí como si estuviera haciendo la segunda cosa bien en toda mi vida. La primera fue haber salvado a Vic de la policía.

Me juré a mí mismo que nunca dejaría que a aquella niña le pasara nada. Así como se lo había jurado a Vic años atras.

-¡Soy lista! -dijo.

Thalía río y le alborotó el pelo a Annabeth. Victoire ensanchó una enorme sonrisa, que contagió a Annabeth. Y así, conseguimos una nueva compañera.

-Será mejor que nos movamos, Annabeth -dijo Thalía-. Tenemos un lugar seguro en el Río James. Te conseguiremos ropa y comida.

La sonrisa de Annabeth desapareció. Durante un instante, volvió a tener aquella mirada salvaje en sus ojos.

-¿No irán a devolverme a mi familia, verdad? ¿Me lo prometen?

Tragué saliva. Annabeth era muy joven, pero había aprendido una dura lección, igual que lo habíamos hecho Thalía, Victoire y yo.

Nuestros padres, en el caso mío y de Thalia, nos habían fallado. Los dioses eran severos, crueles y distantes. Los semidioses sólo nos tenemos los unos a los otros.

Puse mi mano sobre el hombro de Annabeth:

-Ahora formas parte de nuestra familia. Y te prometo que no te voy a fallar como lo hicieron nuestras familias. ¿Trato hecho?

Pero ella me miró recelosa.

-Luke nunca rompe una promesa -acotó Vic -. Es él mejor de todos cumpliendo con su palabra.

Y entonces Annabeth pareció creerle.

-Trato hecho -dijo, alegremente, enfundando su nueva daga.

Thalía recogió su lanza. Me sonrió.

-Ahora, vámonos. ¡No podemos estar parados durante mucho tiempo!

Y aquí estoy de guardia, escribiendo en el diario de Halcyon Green, ahora mi diario...

Estamos acampados en los bosques al sur de Richmond. Mañana, llegaremos al río James y nos abasteceremos de suministros. Después de eso... no lo sé.

No dejo de pensar en las predicciones de Hal Green. Una sensación me oprime el pecho. Hay algo oscuro en mi futuro. Puede que quede mucho, pero parece una tormenta en el horizonte, cargando el aire de energía.

Espero que tenga la fuerza suficiente como para proteger a mis amigas.

Mientras miro a Victoire, Annabeth y a Thalía dormir, me asombro de lo tranquilas que parecen sus caras. Si voy a ser el jefe de esta pandilla, tengo que hacerme valer. Ninguno de nosotros ha tenido suerte con sus padres.

Tengo que ser mejor que eso. Puede que solo tenga Catorce, pero eso no me sirve como excusa. Tengo que mantener a mi familia unida.

Miro hacia el norte. Me imagino lo que debe de haber de aquí hasta la casa de mi madre en Westport, Connecticut. Me pregunto qué estará haciendo mi madre justo ahora. Estaba fuera de sí cuando me marché... Pero no me puedo sentir culpable ahora mismo por dejarla.

Si alguna vez me encontraba con mi padre, íbamos a tener una larga conversación sobre ella.

Por ahora, solo quiero sobrevivir al día a día.

Escribiré en este diario mientras pueda, aunque dudo que nadie lo lea nunca. A no ser que Victoire lo haga en unos años, si le llegó a dejar el diario para ella.

Oh, Thalía comienza a moverse. Le toca hacer guardia a ella. Guau, me duelen las manos. No he escrito tanto en mi vida. Será mejor que me duerma, esperando que no haya sueños.

Me despido por ahora,

Luke Castellan.


















▃▃▃▃▃▃▃▃ 📖▃▃▃▃▃▃▃▃


















Cerré el diario.

No sé el momento exacto en el que comencé a llorar pero ahora podía sentir las lágrimas calientes deslizandose por toda mi cara.

Habían pasado años desde la muerte de Halcyon Green. Diez años desde que aquel anciano hijo de Apolo, maldecido por su propio padre y los dioses, sacrificó su vida por nosotros.

Tenía solo diez años cuando presencie su muerte.

Tenía solo diez años cuando quedamos encerrados en aquella escalofriante mansión.

Diez años cuando casi morimos calcinados en aquel lugar.

Y hasta ahora las palabras de Halcyon cobraban sentido para mí.

«Serás traicionada por aquel que dice amarte» había dicho. Y vaya que fue asi; Keegan Grayson había sido aquel traidor que Hal vio en mi futuro.

«Años apartada de tu familia»

Cuatro años, para ser más exactos.

«Un manto oscuro sobre tus hombros debido a la culpa»

Dejar a Annabeth y a Luke años atrás había sido lo más difícil para mí y eso trajo sus efectos. No estoy orgullosa de decirlo en voz alta, pero a nada estuve de sucumbir a esos pensamientos oscuros que me rodearon cuando viví en el Olimpo.

Creía que había matado a mi novio.

Creía que era una monstruo.

Había abandona a la única familia que tenía.

Y estaba atrapada en el lugar más protegido del jodido mundo sin contacto con los del exterior.

De no ser Apolo, irónico, no estaría contándoles esto.

Por más increíble que parezca, él fue un grandioso amigo y soporte durante mi estadía en el Olimpo. Si, coqueteaba conmigo, pero eso es algo que hacía de forma natural. Era parte de él.

Pero fue gracias a él a que no sucumbí a la culpa y al remordimiento que me carcomia por dentro.

Gracias a él, estaba viva.

«Una amenaza contra tu vida» había dicho Hal. Y la amenaza de Némesis había cumplido con su predicción.

«Y una responsabilidad tan grande que podría afectar todo»

Mi profecía.

La profecía por la cual mi madre me había concebido.

Ser la guardiana de la persona que salvaría al mundo había sido la mayor responsabilidad que había tenido nunca.

«Tienes un camino difícil que recorrer Victoire, pero no estarás sola. Tu familia será la clave»

Luke fue esa clave.

Su sacrificio fue lo que salvó al Olimpo.

Halcyon sabía lo que Luke haría, estaba segura de eso ahora. Por eso se había asustado tanto al ver su futuro hace diez años atrás.

Él lo había visto descarrilarse.

Él había visto todo lo que haría.

La destrucción.

La traición.

Las muertes....

Halcyon había visto el oscuro y trágico futuro de Luke Castellan e intento ayudarlo contándole sus propios errores.

El único problema fue que Luke no supo interpretar correctamente el consejo de aquel anciano.

Y ahora estaba muerto.

Sabía que debía dejar las cosas ahí.

Que debía cerrar el diario con su broche y guárdalo en lo más profundo de mi baúl para no volver a abrirlo nunca.

Pero fuí débil.

Masoquista.

Y seguí leyéndolo.

Leí cada entrada que Luke había escrito desde que aquel día.

Leí cada pensamiento que tuvo durante nuestra travesía para sobrevivir en el mundo humano.

Leí cada cosa que tuvo que hacer o pasar para mantenernos unidos y con vida.

Leí cada recuerdo que tenía conmigo.

Con Thalía.

Con Annabeth.

Y hasta Grover.

Y entonces, llegue a esa fecha en especifico.

El día en el que por poco toda mi familia, pero en especial Luke, casi moría por mi culpa.

El día donde mi única habilidad buena, en ese entonces, fue la cuerda en las gargantas de mis amigos.

El día en el que mi voz se convirtió en el Verdugo de sus almas.


















▃▃▃▃▃▃▃▃ 📖 ▃▃▃▃▃▃▃▃


















No sé cómo empezar a contar lo que paso hoy.

En estos momentos mis amigos se encuentran dormidos tras un día tan ajetreado y agotador.

Habíamos estado varias veces cerca del borde de la muerte. Sintiendo el filo en nuestras nucas. No era algo nuevo siendo semidioses. El peligro nos acechaba todos los días.

Pero hoy.... ¡Por los dioses! Hoy realmente creí que iríamos al inframundo.

No hay nadie a quien culpar por lo ocurrido.

A cualquier semidios le pudo haber pasado lo mismo.

Pero lamentablemente Victoire no pensaba igual que nosotros. Por más veces que Thalía, Annabeth, Grover y yo le decíamos que no había sido su culpa, ella no dejaba de sentirse de ese modo. Culpable. Incluso ahora, bajo la seguridad de esté almacén abandonado que habíamos tomado como refugio temporal mientras continuamos nuestra travesía para llegar al campamento mestizo que Grover nos dijó, ella se encontraba apartada de nosotros.

Quiero acercarme a ella.

Quiero rodearla entre mis brazos y decirle que todo está bien.

Que todos estamos bien.

Pero tengo miedo de verla quebrandose entre mis brazos como hace horas atrás, cuando perdí el conocimiento tras haber escapado de la muerte.

Las imágenes de lo ocurrido se repiten en mi cabeza una y otra vez.

Como un recordatorio de lo cerca que estuvimos de morir. Que estuve de morir.

Y pensar que estabamos teniendo un grandioso día.

Todo comenzó cuando nos encontramos caminando por las calles de Manhattan. No nos faltaba mucho para llegar a Long island, donde según Grover, se encontraba aquel campamento seguro para chicos como nosotros.

Como sabía que solo estabamos a unos días de perder nuestra libertad, porque seamos sinceros, en el campamento tendríamos que seguir reglas, propuse tener un último día lleno de entretenimiento.

Las dos pequeñas del grupo se mostraron entusiasmadas al oir mi idea. Central park era tan grande y tenía tantas actividades o lugares que ver que sin duda nos brindaría lo que buscaba.

Todos estamos entusiasmos.

Todos menos Thalia, quien desde hace un par de días se encontraba inquieta por llegar al campamento.

Thalia me tomo del brazo, y me apartó un poco de los demás, que hablaban entusiasmados sobre el grandioso día que tendríamos como familia.

-¿Enserio crees que es buena idea hacer todos esos recorridos turísticos con monstruos rondando por doquier? -me preguntó.

Pensé en su pregunta. Si bien tenía razón, los monstruos eran cada vez más frecuentes mediante nos íbamos acercamos a Long Island, también era cierto que necesitamos divertirnos un poco.

Llevábamos huyendo muchísimos años. Y estábamos a nada de llegar a un lugar seguro y del cual no podríamos salir hasta vete saber cuando.

Asentí en su dirección y me volví hacia las chicas y Grover.

-Miralos -le dije-. Están entusiasmos. Necesitan divertirse un poco. Yo necesito divertirme un poco. ¿Tu no?

Thalia lo pensó. Casi podía ver su cerebro trabajando en una respuesta. Finalmente, y tras un par de minutos en silencio, asintió.

-De acuerdo, pero mañana temprano continuamos nuestro recorrido hasta el campamento. Tengo el presentimiento de que debemos llegar cuanto antes.

No le discutí. No era lo bastante suicida para hacerlo.

-Trato.

Ambos nos volvimos hacia los demás y exclamé.

-¿Quién quiere tomar el metro?

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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟑

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