Extra i: el diario de luke
🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ chapter extra; part one
❝Luke’s diary ❞
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Hola, soy Tori.
Seguramente te estás preguntando porque te estoy hablando yo, y no la Musa Clio, quien muy generosamente se ofreció a contarles la historia de como salvamos al Olimpo. Aunque, aquí entre nos, sospecho que Apolo tuvo algo que ver en eso. Él y sus encantos divinos siempre consiguen lo quieren.
En fin, está mañana recibí un mensaje del aludido diciendo que Clio estaría ocupada contando otra historia. Y por ende yo tendría que hacerme cargo de contarles este extra importante. O por lo menos eso fue lo que dijo, ya que pasó después de la guerra contra mi tío bisabuelo del mal, Cronos.
Oh si, como lo oyen. El malvado Titán que hace dos semanas quiso matarme a mí, a mi novio, a mis amigos y prácticamente a todo el mundo, es mi tío bisabuelo. Es todo un rollo de explicar: Océano es abuelo de mi madre Nike, y hermano de Cronos, así que lamentable estoy aparentada con aquel pedazo de mierda. Como casi todo el mundo.
Lo siento, me estoy desviando, culpo por ello a mi TDAH.
En fin, ¿En que estaba? Ah si. Lo que paso después de la guerra.
Cómo bien saben, el Olimpo y el campamento se salvaron. Los dioses cumplían con su palabra, aunque cueste de creer. No había día donde un mestizo no fuera reconocido por su madre o padre divino. Y no solo los campistas que ya tenían tiempo viviendo aqui, sino también los recién llegados; nuevos mestizos llegaban cada día. El campamento estaba más lleno que nunca. No dábamos abasto. Si, bastante trabajo, lo sé.
La zona de las cabañas se expandía con cada nueva cabaña que Annabeth diseñaba y ya nos estamos viendo cortos de espacios. Si seguimos así, tendremos que abrir otra zona de cabañas. Palabras de Quiron, no mías.
Los sátiros y los espíritus de la naturaleza también estaban llenos de trabajos y misiones, ya sea buscando nuevos mestizos por el país o esparciendo el mensaje de que el Dios Pan había muerto y ahora ellos debían hacerse cargo de revivir la naturaleza.
Recuerdo que Grover estuvo como loco dando órdenes de allá para acá las primeras semanas. Hasta yo comenzaba a tenerle miedo.
Las cosas iban de maravilla. Enserio que si. Se los juro.
Pero había un solo problema: yo aún no lograba sentirme del todo bien.
No les mentiré, aunque nunca pude hacerlo de todos modos. La muerte de todos mis amigos fallecidos en la guerra me había afectado más de lo que imaginaba. No había día donde no buscará a Silena entre sus hermanos.
No había día donde pasará por la forja y creyera vislumbrar a Beck en una de las mesas de trabajo. Construyendo algo increíble, como todo hijo de Hefesto.
No había día donde no recordará las constantes discusiones entre Michael y Clarisse. Ella no lo dice, pero estoy casi segura de que también lo extraña.
No había día donde no me dolieran sus muerte.
Aunque siempre procuré que nadie lo notará.
No me gusta la idea de que todos sepan que estoy quebrada por dentro. Que soy débil. Lo pensaban en un inicio, cuando recién llegue al campamento, y no quiero volver a pasar por eso; a ese sentimiento de impotencia por no ser fuerte.
Además, todos sufrieron de maneras distintas con la guerra. Todos perdimos algo o alguien por culpa de Cronos. Y cada quien llevaba el luto cómo podia.
Pues bien, mi modo era guardando todo el dolor en mi interior e intentar disimularlo ayudando a los demás.
Creí que nadie lo notaria. Pasaba todos los días ayudando a los nuevos campistas a adaptarse a su nueva vida en el campamento; Ayudaba a Emma en su practica con la magia ahora que sabía quién era su madre; Dirigía algunos entrenamientos de espada o arco, y a la vez yo entrenaba junto con mis amigos.
Sin que contar que pasaba mis tiempos libres con Percy.
Ok, eso último no es del todo cierto. La verdad es que Percy y yo pasábamos todo el tiempo juntos, incluso mientras hacíamos nuestros deberes. Sabíamos que el fin del verano estaba a la vuelta de la esquina y queríamos pasar todo el tiempo posible juntos antes de que él tuviera que irse a la ciudad para un nuevo año escolar.
De nuevo me desvíe, una disculpa.
Creia que nadie notaría como me sentía realmente. Según yo era buena ocultandolo. No parecía que nadie sospechara nada. Así que creí que sabía ocultar lo que sentía bastante bien.
Bueno... ese fue mi primer error: creer.
¿Qué quien lo noto? Pues nada más ni nada menos que mi fabuloso novio; a veces me sorprende lo bien que me conoce Percy. Cualquiera pensaría que es demasiado distraído para notar ciertas actitudes o gestos, y en parte si lo es. Pero eso no quiere decir que veces me deje sorprendida.
Cómo decía, él sabía que por las noches no podía dormir debido a que las pesadillas se hacían presentes, y cada vez eran más constantes, nítidas y reales, por lo que terminaba buscando refugio en su cabaña y con la excusa de que quería estar con él. Lo cual no era del todo mentira.
Siempre eran las mismas pesadillas: Lee interponiendose entre aquel gigante y yo; El princesa Andrómeda explotando con Beck en la proa; Silena muriendo en mis brazos. El rostro de Michael desvaneciendose entre los escombros del puente.
Pero la que siempre terminaba destrozandome por la culpa, y despertándome en las madrugadas entre llantos y jadeos, era la muerte de Luke.
Lo sé, lo sé, seguramente a muchos de ustedes les parece absurdo que haya sufrido tanto por alguien que me traicionó e intentó matar en varias ocasiones. A Percy también le costó bastante entenderlo y perdonarlo. Pero ahora, y tras muchas platicas entre ambos, él entiende un poco mi dolor. Solo un poco. Porque el hecho de que Luke hubiera tenido sentimientos románticos hacia mí no le gustaba ni un poquito. En lo absoluto.
A veces me siento tan estúpida por no haberlo notado. Quiero decir, las señales siempre estuvieron ahí, o por lo menos eso fue lo que me dijo Grover. Y sin embargo yo nunca las noté. Estaba más ocupada entrenando y tratando de ganarme mi lugar entre los campistas, que no le preste atención a esos detalles diferentes hacia mi. Además, estaba bastante distraída con mis sentimientos hacia mi ex novio.
Aquel estúpido de mierda que me engañó por años e intentó asesinar en una ocasión.
Ahora que lo pienso, ¿Qué tiene todo el mundo con querer asesinarme? Keegan, Némesis, Hecate, Luke, Cronos. Incluso aquella empusa, Kelli, tenía unas tremendas ganas de clavarme sus garras en el pecho.
Lástima que yo le clave mi espada primero. ¡Ja!
Nuevamente me desvíe. ¿En qué estaba?...
Fue Percy quien notó que a pesar de las sonrisas que dibujaba a diario en mi rostro, y mis esfuerzos en cada entrenamiento o actividad que teníamos por delante, yo no estaba bien.
Seguramente notaba como mi mirada viajaba de forma automática por todos los campistas a la hora de la fogata, buscando a los fantasmas de mis amigos entre sus hermanos o hermanas.
Seguramente notaba como mis ojos brillaban con anhelo cada vez que miraba las estrellas en el firmamento oscuro, como si cada uno de ellos fuera ahora una estrella que me acompañaba en las horas más oscuras. Cada vez que la tristeza amenazaba con tirarme abajo.
O tal vez no era tan buena mintiendo respecto a como me sentía. Si, puede ser eso.
No obstante, y si bien estaba mintiendo a todo el mundo, Percy nunca se molestó conmigo. Es más, siempre intentó ayudarme a llenar aquel vacío que sentía por dentro.
Casi lo logró. La verdad es que su presencia en mi vida. Sus besos, sus abrazos, prácticamente todo él, me hacía sentir mejor. Me hacía sentir que no todo había sido tan malo.
Quiero decir, finalmente estábamos juntos de forma oficial. Y eso me alegraba de una forma que… Dioses, no puedo explicarlo. Junto a él me sentía tan viva. Completa.
Pero aún así, y lamentablemente, había un cachito dentro de mi que no dejaba ir a Luke. No se confundan. Yo a Luke lo quería, muchísimo. Lo amaba. Pero no de la misma forma que él me amaba a mi.
No señor.
Él siempre cuido de mi. Se volvió mi familia después de que perdí a mi padre a la corta edad de siete años. Arriesgaba su vida tantas veces para protegerme cuando éramos niños, que llegó un momento que creí que era solo un estorbo para él. Salía herido en varios confrontamientos con los monstruos, y yo lo único que sabía hacer en ese tiempo era llorar, estar asustada y cantarle para hacerlo sentirlo mejor.
Era una carga para un niño de once años. Una responsabilidad demasiado pesada para él. Y aún así él nunca me abandonó. Nunca demostró algún gesto de desprecio hacia mi persona. Nunca demostró rechazo hacia mi; la cantidad de monstruos que nos perseguían en aquel entonces era impresionante, y para un niño de once, el tener que cuidar de una niña tres años menor que él, era un trabajo tremendo.
Y saber eso solo me hacía sentir peor, porque él hizo de todo para mantenerme segura y protegida. Arriesgaba su vida cada día con tal de tener un lugar seguro para pasar la noche o obtener algo de comer. Y yo... Yo no pude regresarle el favor nunca. No pude salvarlo en el Olimpo, ni aún cuando tenia la capacidad para hacerlo.
Así que me sentía de la mierda.
Sin embargo, todo cambio cuando Quirón se me acercó en el pabellón durante un desayuno y me pidió ir a la Casa Grande.
Me encontraba sentada en la mesa de Poseidon junto a Percy, cosa que sabía que Quirón no le gustaba pero no comentaba nada por el momento, cuando el centauro me llamo.
—Tori, ¿Puedo verte en la Casa Grande cuando termines de comer? —me preguntó.
—Claro, Quirón —le respondí de lo más tranquila. Pero cuando esté se hubo marchado, me gire a ver a Percy con los ojos abiertos del pánico—. ¿Crees que supo que fui yo quien le puso tinta azul al jabón de los Stoll?
Percy apretó los labios y desvío la mirada hacia el centauro, que se alejaba cada vez más con dirección a la casa grande. Luego me volteó a ver como si esa fuera la última vez que me vería con vida.
—Fuiste la mejor novia del mundo —me dijo el muy idiota.
Y yo, como toda novia cariñosa que soy, le di una colleja antes de darle un corto beso en los labios y levantarme de la mesa para seguir los pasos del director de actividades.
Estaba nerviosa. Nunca había sido llamada a la casa grande por una broma y no quería manchar mi expediente. Aunque estos no existieran en el campamento.
Debo aclarar que lo de la tinta azul en el jabón fue una broma de venganza contra los líderes de la cabaña once. Estos me habían hecho una travesura hace una semana y yo tenía que regresarles la jugada de algún modo; créanme, tener la piel azul como un pitufo no era nada comparado a tener el cabello naranja neón por una semana, ¿No?O sea, ¡mi cabeza parecía un maldito letrero brillante! Si, como esos que tienen los casinos de las Vegas
No fue divertido. Para nada.
Pero la cosa con las bromas pesadas es que Quirón siempre reprendia a los responsables. Y creía que consideraba la piel de pitufo como una. Nerviosa por el castigo que me esperaba, subí los escalones del pórtico y me encontré a Quirón ahí esperando.
Mis nervios actuaron por si mismos.
—Te juro que yo no tuve nada que ver con pitufo gruñón y pitufo tontin.
Quirón enarco una ceja y me miró como si me hubiera crecido un cuerno en medio de la frente. Ahí supe que la había cagado.
—No te pedí que vinieras por la piel azul de los Stoll, Tori. Sé que fuiste tu desde hace dos días.
—Ah —me sentí estúpida—. Entonces… ¿No estoy castigada?
—Oh claro que lo estás —afirmó él—, ayudaras a los hijos de Deméter a desyerbar el techo de su cabaña, incluido el árbol.
No me queje, la verdad es que había castigos peores que ese.
—De acuerdo —acepte—. Así que, si no me llamabas para eso, entonces…
—Anoche estuve limpiando el desván. Ahora que el oráculo ya no lo usa, y Rachel tiene su cueva, podemos utilizarlo como almacén general. Encontré unas cosas que… creía que querrías echarles un vistazo.
Señaló una caja sobre la mesa de té. La mire curiosa y luego a la caja. Lentamente me acerque a ella y la abrí para ver su interior.
Les juro que en ese momento sentí que mi corazón se paralizaba por un minuto entero. No podía apartar mi mirada de cada objeto ahí dentro. Los observaba con un sentimiento punzante en el pecho. Y estoy segura que Quirón lo noto.
Pues en aquella caja estaban las cosas que Luke había dejado atrás cuando se escapó del campamento.
Trague el nudo que sentía en la garganta y me volví hacia Quirón.
—Gracias.
Fue todo lo que pude decir. Tomé la caja y salí rápidamente hacia mi cabaña. Supongo que Quirón imaginó que necesitaría mi tiempo para descubrir todo lo que la caja contenía, porque que no me mandó a llamar cuando el entrenamiento de tiro comenzó.
Nada más llegar a mi cabaña, cerré la puerta y me senté en mi cama.
No les miento, me quedé viendo la caja como por tres minutos enteros. Con el corazón hecho un puño y una extraña sensación en el cuerpo.
No dejaba de pensar en que cosas me encontraría ahí dentro. ¿Luke había dejado siquiera algo importante? ¿Algo de valor? Estaba nerviosa. Nerviosa y asustada.
Porque también cabía la posibilidad de encontrar algo que me demostrará lo mal que había estado todo este tiempo para llegar a hacer lo que hizo.
Cuando se cumplió el minuto cuatro, comencé a sacar sus cosas: Un libro de mitología griega desgastado, el cual Luke había tomado prestado de una biblioteca pública cuando estuvimos huyendo en New Jersey.
Una pelota de baseball algo descosida, la cual solíamos lanzarnos para pasar el rato en las guaridas que construiamos para escondernos de los monstruos.
Un paquete de goma de mascar, el cual ya estaba rancio de tantos años guardado ahí. Lo tiré al cesto de basura junto a mi escritorio. Lo siguiente que saqué sin duda me hizo aguantar la respiración. Se trataba de su cortavientos verde que llevaba a todos lados. No importaba el clima que hubiera, él siempre la llevaba con él. No había día en aquellos tiempos que no la usará. No hasta que llegamos al campamento.
Así que sin poder evitarlo, la acerqué a mi rostro y un rastro de su colonia masculina entro por mis fosas nasales.
Esta vez no pude contener las lágrimas. Estás descendieron por mis mejillas como una cascada ardiente de dolor. Me abrace a su chaqueta como si está fuera el último pedazo de su alma. Cómo si, de un momento a otro, él la estuviera usando y me rodeaba con sus brazos para consolarme. Como salía hacerlo.
Pero él no estaba ahí.
Y nunca más estaría a mi lado.
Y me dolía.
No me importó que estuviéramos a finales de agosto, me coloqué la rompevientos y seguí sacando cosas de la caja. Había un montón de papeles con apuntes. Tareas que nunca terminó y que nunca le entregó a Quirón. Revistas de carros y motores. También había otro tipo de revistas que prefiero no mencionar o recordar.
Y entonces, lo encontré. Mis manos temblaron cuando saque el viejo cuaderno de cuero verde. Y sabía que era viejo porque había conocido al antiguo dueño de este. Sabía que Luke lo tenía, más nunca lo había visto abriéndolo. Siempre se seccionaba de que estuviera en su mochila. Cómo si no quisiera separarse de el. Cosa que entendía.
La curiosidad me golpeó. Y tan pronto como mis dedos estuvieron en el broche que cerraba el cuaderno, me detuve.
¿Debía abrirlo? Luke nunca dejo que tocará aquel cuaderno; podía tomar todo lo demás de él, si quería, pero no ese cuaderno.
¿Era correcto hacerlo? Quiero decir, ya no estaba. ¿No?
Me debati conmigo misma un buen rato, pero al final la curiosidad pudo conmigo y lo abrí.
Si, sin duda era el diario de Hal. Estaba lleno de notas y apuntes personales de aquel hijo de Apolo que habíamos conocido hace tantos años atras. Seguí pasando las hojas, hasta que me detuve en la página donde la letra era diferente.
Conocía aquella letra.
Era la letra de Luke.
A partir de esa página, era el diario de Luke.
No podía creerlo. Si apenas y escribía los reportes que Quirón le pedía. No me imaginaba a Luke Castellan con un diario.
Pero ahí estaba.
Y yo me dispuse a leerlo sabiendo que podría dejarme peor de como estaba.
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Me llamo Luke.
En realidad, no sé si seré capaz de mantener este diario. Mi vida es bastante alocada. Pero le he prometido a un anciano que lo intentaría. Después de lo que ha pasado hoy… bueno, se lo debo.
Mis manos me tiemblan mientras estoy aquí sentado haciendo mi guardia. No me puedo quitarme las horribles imágenes de la cabeza.
Dudo mucho que sea el unico.
Tengo unas pocas horas antes de que las chicas se despierten. Quizá si puedo escribir la historia, pueda quitármelo de la cabeza.
Será mejor que comience con la cabra mágica.
Durante tres días, Thalia, Victoire y yo perseguimos esa cabra por toda Virginia. No estoy seguro por qué exactamente. En mi opinión, la cabra no parecía especial, pero Thalía estaba más inquieta de lo normal. Estaba convencida de que la cabra era algún tipo de señal de su padre, Zeus.
Sí, su padre es un dios griego. Al igual que la madre de Vic. También lo es el mío. Somos semidioses.
Si crees que eso suena guay, piénsatelo de nuevo. Los semidioses son imanes de monstruos. Todas esas horribilidades de la Grecia antigua como las furias, las harpías o las gorgonas siguen existiendo, y pueden percibir a los héroes como nosotros a millas de distancia. Por eso, Thalía, Vic y yo pasamos gran parte de nuestras vidas corriendo por nuestras vidas.
Nuestros súper-poderosos padres ni siquiera nos hablan y mucho menos nos ayudan. Es más, Vic ni siquiera sabía quién era su madre, lo único que tenía de ella era su cinturón espada, la cual apenas y sabía usar. ¿Por qué nuestros padres pasaban de nosotros? Sí intentara explicarlo, llenaría un diario entero, por lo que proseguire con mi historia.
De todos modos, esta cabra habría ido apareciendo al azar, siempre alejada de nosotros; siempre que intentábamos acercarnos, la cabra se desvanecía y aparecía más lejos, como si nos estuviera llevando hacia algún lugar.
Por mí, la habríamos dejado ir, pero Thalía no sabía cómo explicar que estaba convencida de que era importante. Y si Thalia creía eso, entonces Vic también.
Habíamos vivido tantas aventuras juntos que había aprendido a confiar en su juicio.
Por lo que seguimos a la cabra.
De madrugada, llegamos a Richmond. Recorrimos un estrecho puente que cruzaba un tranquilo río cuyas aguas tenían un tono verdoso, pasaron unos parques boscosos y unos cementerios de la Guerra Civil.
Mientras nos acercamos al centro de la ciudad, nos dejamos llevar por entre unos adormilados vecindarios de casas de tejados rojos con vallas muy juntas, con porches blancos y pequeños jardines. Me imaginé todas aquellas familias normales viviendo en aquellas casas acogedoras. Me pregunté cómo sería tener un hogar, saber de dónde vendría mi próxima comida, sin tener que preocuparme por ser comido por monstruos cada día.
Había estado huyendo desde que solo tenía nueve años, hacía cinco años. A duras penas recordaba cómo era dormir en una cama de verdad.
Después de haber caminado una milla, mis pies comenzaban a sentirse como si se hubieran derretido en mis zapatos. Sostenía a Victoire de la mano, asegurandome que no se quedará atrás. Si no me dolieran tanto los pies, la llevaría sobre mi espalda.
Deseaba que pudiéramos encontrar un lugar para descansar, quizá conseguir algo de comida. En cambio de eso, encontramos la cabra.
La calle por la que íbamos se abrió a un gran parque circular. Unas majestuosas mansiones de tejados rojos encaraban una rotonda. En el medio del círculo, en lo alto de un pedestal de mármol blanco de siete metros, había un tipo de bronce sentado en un caballo.
Pastando en la base del monumento estaba la cabra.
—¡Escondanse! —Thalía nos arrastró detrás de una hilera de arbustos.
—Es sólo una cabra —dije por milésima vez—. ¿Por qué…?
Vic me dio un codazo
—Es especial, ¿No lo ves? —me dijo. La mire extrañado. Pero antes de que pudiera preguntarle cómo sabía eso. Thalia hablo.
—Es uno de los animales sagrados de mi padre. Su nombre es Amaltea.
Nunca antes había mencionado el nombre de la cabra. Me pregunté por qué estaba tan nerviosa. Thalía no le tenía miedo a muchas cosas. Sólo tenía doce, dos años más pequeña que yo, pero si la vieras bajando por la calle, te apartarías de su camino.
Vestía botas de cuero negro, tejanos negros y una chaqueta de cuero deshilachada con botones punks. Su cabello era oscuro y lo tenía recortado como si unos animales se lo hubieran arrancado a zarpazos. Sus intensos ojos azules te taladraban como si estuviera considerando la mejor forma de pegarte una paliza.
Eran tan diferente a Victoire.
Ella, con su largo cabello café oscuro suelto y sujeto al frente por dos broches de color azul claro. Sus ojos como dos granos de cacao rodeados de unas espesas pestañas oscuras. Estos lo único que te trasmitian era paz e inocencia, a pesar de todas las cosas monstruosas que habíamos visto en esos años juntos. Con sus mejillas redondas y rosadas debido al cansancio. Vestía unos pantalones caqui que le llegaban un poco más arriba del talón y una chamarra, algo grande para su tamaño, de color azul. Eso sin contar sus tenis blancos que tenía todos rayados de pequeños garabatos que ella, Thalía y yo le hicimos.
Ambas chicas eran tan diferentes. Victoire era toda dulzura e inocencia, mientras que Thalía era muerte y destrucción. Y si esa cabra era algo que le asustaba, tenía que tomármelo en serio.
—¿Has visto esta cabra antes? —pregunté.
Asintió de mala gana.
—En los Ángeles, la noche en la que huí. Amaltea me guió fuera de la ciudad. Y después, la noche que Vic, tu yo nos conocimos… me guió hasta ustedes.
Me quedé mirando a Thalía. Todo lo que yo sabía era que nuestro encuentro había sido accidental. Nos chocamos el uno con el otro en la cueva de un dragón fuera de Charleston y nos unimos para mantenernos con vida. Victoire se puso muy contenta al saber que habría otra chica con nosotros.
Pero Thalía nunca había mencionado ninguna cabra. Igual que con su antigua vida en Los Ángeles, a Thalía no le gustaba hablar de ello. Yo la respetaba demasiado como para entrometerme. Sabía que su madre se había enamorado de Zeus. Al cabo del tiempo, Zeus se había marchado, como todos los dioses acababan haciendo. Su madre se lo había tomado mal, bebiendo y haciendo cosas alocadas (no sé los detalles) hasta que al final Thalía había decidido huir.
En otras palabras, su pasado era muy parecido al mío. Tal vez la única que no había tenido una vida dura antes de perder a su padre habia sido Victoire, lo cual explicaba lo dulce y amable que era con nosotros.
Thalía respiraba entrecortadamente.
—Luke, cuando Amaltea aparece, algo importante está a punto de suceder… algo peligroso. Es como una advertencia de Zeus, o una guía.
—¿A dónde? —le preguntó Victoire.
—No lo sé… pero miren —Thalía señaló al otro lado de la calle—. Esta vez no ha desaparecido. Debemos estar cerca de lo que sea que nos lleva.
Thalía tenía razón. La cabra estaba allí de pie, a menos de cien metros mordisqueando con gracia la hierba de la base del monumento. No era ningún experto en animales de corral, pero Amaltea parecía extraña ahora que estaban más cerca. Tenía unos cuernos curvos como un carnero, pero las ubres hinchadas de una hembra. Y su lanudo pelaje gris… ¿estaba brillando? Unos mechones de luz parecían ceñirse a su alrededor como una nube de neón, haciéndola parecer borrosa y fantasmagórica.
Un par de coches daban vueltas por la rotonda, pero nadie parecía darse cuenta de la cabra radioactiva.
Aquello no me sorprendió. Había algún tipo de camuflaje mágico que mantenía a los mortales de ver las verdaderas apariencias de los monstruos y de los dioses.
Las chicas y yo no estábamos seguro de cómo se llamaba aquella fuerza o cómo funcionaba, pero era muy poderosa. Los mortales podían ver aquella cabra como un perro callejero, o simplemente no verla.
Thalía me agarró por la muñeca.
—Vamos. Quiero intentar hablar con ella.
—Primero nos escondemos de la cabra —dije—. ¿Ahora quieres hablarle?
—No seas gruñón Luke —me dijo Victoire con una sonrisa burlona en el rostro. Entorne los ojos en su dirección y le pique una costilla con el dedo. En automático una risita brotó de sus labios.
Thalía terminó arrastrandonos fuera de los arbustos y nos empujó por la calle. No protesté, ni tampoco solté la mano de Victoire. Cuando a Thalía se le mete una idea en la cabeza, no puedes hacer otra cosa que seguirle la corriente. Siempre acababa consiguiéndolo.
Además, no podía dejarla ir sin mí. Si Thalía iba con esa cabra, Victoire la seguiría sin dudarlo, y por ende, yo también.
Thalía nos había salvado la vida una docena de veces. Ella es solo mi amiga. Tiempo atrás, me había hecho amigo de mortales, pero cada vez que les decía la verdad sobre mí, no me entendían. Les confesaba que era hijo de Hermes, el tipo inmortal que hacía de mensajero con sandalias aladas.
Les explicaba que los monstruos y los dioses griegos eran reales y que seguían vivos en el mundo moderno.
Mis amigos mortales decían: “¡Eso es muy guay! ¡Ojalá yo fuera un semidiós!” como si fuera algún tipo de juego.
Siempre me acababa yendo.
Pero entonces Victoire llegó a mi vida, y me entendió. Por más veces que ella les había dicho a los otros niños del orfanato, donde estuvo todo un año, como había muerto su padre, estos se burlaban de ella. La tomaban como loca. Nunca le creyeron.
Luego llegó Thalía a nuestras vidas, y ella también nos entendió. Ella era como nosotros. Y ahora que la habíamos encontrado, y que Victoire se había encariñado tanto con ella, yo estaba decidido a permanecer juntos.
Si quería perseguir aquella cabra mágica que brillaba, entonces lo haríamos, aunque tuviera un mal presentimiento.
Nos acercamos a la estatua. La cabra no nos prestó atención. Pastó un poco de hierba, entonces se rascó los cuernos contra la base de mármol del monumento. Una placa de bronce rezaba: Robert E. Lee.
No sabía mucho sobre historia, pero estaba seguro de que Lee había sido un general que perdió una guerra.
Aquello no debía ser un buen augurio.
Thalía se arrodilló cerca de la cabra.
–¿Amaltea?
La cabra se giró. Tenía unos tristes ojos ámbar y un collar de bronce alrededor de su cuello. Una difusa luz blanca brillaba alrededor de su cuerpo, pero lo que realmente me llamó la atención fueron sus ubres. Cada tetilla estaba etiquetada con letras griegas como si fueran tatuajes. Podía leer un poco de griego antiguo, algún tipo de don natural para los Semidioses, supongo.
Las tetillas decían: Néctar, Leche, Agua, Pepsi, Hielo y Mountain Dew sin azúcar. O quizá lo leí mal, o al menos eso esperé.
Thalía miró a los ojos de la cabra.
–Amaltea, ¿qué quieres que haga? ¿Te ha enviado mi padre?
La cabra me miró. Parecía estar ofendida, como si fuera intruso en una conversación privada. Aquello me ofendió a mi. La presencia de Victoire a mi lado no parecía molestarle.
Di un paso tras, resistiéndome a empuñar mi arma. Oh, por cierto, mi arma era un palo de golf. Sí, se pueden reír. Tenía una espada hecha de bronce celestial, que es mortal para los monstruos, pero la espada se fundió con el ácido (una larga historia).
Ahora todo lo que tengo era un hierro del nueve que cargaba en la espalda. No demasiado épico, que digamos. A veces usaba la espada de Victoire, pero está se sentía rara cuando la tomaba. Cómo si está presintiera que no era yo su dueño. Evitaba usarla lo más posible.
Así que, si la cabra cargaba contra nosotros, íbamos a estar en problemas.
Me aclaré la garganta.
—Eh… Thalía, ¿estás segura de que esta cabra es de tu padre?
—Es inmortal —dijo Thalía—. Cuando Zeus era un bebé, su madre Rea le escondió en una cueva…
—¿Por padre? Ese feo titán que se comió a sus hijos ¿No? Cronos —dijo Vic.
Yo había oído esa historia en algún lugar, de cómo el antiguo rey titán se había tragado a sus propios hijos.
Thalía asintió.
–Por lo tanto esta cabra, Amaltea, cuidó del bebé Zeus en su cuna. Ella le amamantó.
–¿Con Mountain Dew sin azúcar? –pregunté.
Thalía y Victoire fruncieron el ceño al mirarme.
—¿Qué?
—Lean las ubres —les dije—. La cabra tiene cinco sabores además de un dispensador de hielo.
—Beeeeeeee —baló Amaltea.
Thalía le dio golpecitos en la cabeza de la cabra.
—Está bien. No ha querido insultarte. ¿Por qué nos has guiado aquí, Amaltea? ¿Dónde me quieres llevar?
La cabra golpeó sus cuernos contra el monumento. De arriba vino el sonido de un chasquido metálico. Miré hacia arriba y vi al General Lee de bronce mover su brazo derecho.
Victoire se escondí detrás de mi. Los tres ya nos habíamos encontrado con varias estatuas mágicas que se movían. Se llamaban autómatas y siempre eran malas noticias. No me sentía demasiado emocionado por golpear a Robert E Lee con un hierro del nueve.
Afortunadamente, la estatua no atacó. Simplemente señaló a través de la calle. Le lancé una mirada nerviosa a Thalía.
—¿De qué va esto?
Thalía señaló con la cabeza hacia la dirección en la que señalaba la estatua.
Al otro lado de la rotonda había una mansión de ladrillos rojos enterrada en hiedra. A un lado, unos grandes robles rodeados con heno. Las ventanas de la casa estaban cerradas y eran oscuras. Unas blancas columnas torcidas sujetaban un porche en la puerta principal. La puerta estaba pintada de un color negro carbón. Incluso en aquella mañana soleada, el lugar parecía aterrador y lúgubre, como si fuera la casa encantada de Lo que el viento se llevó.
Me sentí la boca seca y vislumbre como Victoire abría mucho los ojos.
—¿Amaltea quiere que vayamos ahí? —preguntó ella.
—Beeeeeeeee. —Amaltea movió su cabeza como si estuviera asintiendo.
Thalía tocó los cuernos curvos de la cabra.
—Gracias, Amaltea… Yo… yo confío en ti.
No estaba seguro de por qué, considerando lo asustada que parecía Thalía.
La cabra me molestaba, y no sólo porque dispensara productos de Pepsi. Había oído algo sobre la cabra de Zeus, algo sobre aquella piel brillante… De repente una niebla apareció alrededor de Amaltea y se la tragó. Una tormenta en miniatura la engulló. Un relámpago retumbó en la tormenta. Cuando la niebla de hubo disuelto, la cabra se había ido.
Ni siquiera había podido probar el dispensador de hielo.
Miré hacia la casa destartalada. Los árboles mohosos a cada lado parecían garras, esperando a atraparnos.
—¿Estás segura sobre esto? —pregunté a Thalía.
Se giró hacia nosotros.
—Amaltea me lleva hacia cosas buenas. La última vez que apareció, me llevó hasta ustedes. Confío en ella.
—Y yo confío en ti, Lía —soltó Victoire—. Si Amaltea quiere que vayas ahí, entonces iremos contigo, ¿Verdad Luke?
Entonces puso sus ojos de corderito a los cuales no podía resistirme. Era un imbécil por ello. Vic podia hacer cualquier travesura, como pintarme las cejas de verde o las uñas de rosa palo, reírse fuertemente de mi, luego mirarme con remordimiento, unas palabras amables hacia mi, y yo no me enojaría con ella.
Es más, con esa mirada de cordero lastimado, podía hacer conmigo todo lo que quisiera.
Con Thalía me pasaba algo similar, aunque también se debía a que la chica irradiaba temor y respeto. Aún así no podía dejar de preguntarme si en Charleston, ¿la cabra le había guiado hacia nosotros o hacia la cueva del dragón?
Resoplé.
–Vale. Mansión tétrica, allá vamos.
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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟑
¡HELLO PEOPLE! ¡HE VUELTO! AAAAAHHHH
Estoy emocionada con estos extras del diario de Luke, pues veremos un poco de la relacion que tenían él y Tori, y una faceta muy diferente de como la vieron en Sempiterno.
Recuerden que Tori no solía ser como se mostró en todo el libro. Antes era insegura y temerosa, así que será algo distinto verla así jajaja
En fin, muchas gracias por todo el apoyo que le siguen dando la historia. Y por la paciencia que están teniendo para el siguiente (el cual ya está en proceso de escritura, o si)
Espero les guste leer estos extras.
Los amo ✨💕
BARBS JACKSON
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