03. ❪UN EMBUTIDO GALACTICO❫
͙۪۪̥˚┊❛ S E M P I T E R N O ❜┊˚ ͙۪۪̥◌
🌿 ⋆。˚ presents to you chapter three ▶❝ a galactic sausage ❞ ▬▬ 𝗮 𝗽𝗲𝗿𝗰𝘆 𝗷𝗮𝗰𝗸𝘀𝗼𝗻 𝗳𝗮𝗻𝗳𝗶𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻 🔱 © 𝗐𝗋𝗂𝗍𝗍𝖾𝗇 𝖻𝗒 𝖻𝖺𝗋𝖻𝗌 ✨
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UNA NEGRA Y LÚGUBRE OSCURIDAD la envolvía, una masa tenebrosa que persistía sin dar tregua. El frío se insinuaba en sus extremidades, provocando un estremecimiento que se traducía en temblores en su posición.
¿Dónde se encontraba? Lo último que recordaba era haberse sumido en el sueño tras aquella conversación con el hijo de Poseidón.
—¿Hola?
Su voz resonó en la negrura, el eco perdido en el vacío, mientras su corazón acelerado se erigía como el único sonido audible. La incertidumbre la envolvía, sin entender qué sucedía ni dónde estaba.
Justo cuando sus miedos amenazaban con nublar su mente, la escena a su alrededor experimentó un cambio. La oscuridad fue disipada por una tenue luz frente a ella, y Victoire se encontró dentro de una cueva, donde el techo se cernía amenazadoramente, como si pretendiera aplastarla.
Sin embargo, lo que la desconcertó no fue la presión del techo, sino el sonido de cadenas y unos leves gemidos más allá de donde estaba. Victoire desvió la mirada, entrecerrando los ojos para adaptarse a la escasa luz, y soltó un jadeo consternado. Intentó avanzar, pero horrorizada vio que sus piernas parecían no responder.
—Annie —gimoteó Victoire al descubrir a la chica. Sus ojos se cristalizaron al verla arrodillada bajo el peso de una masa oscura, un enorme montón de rocas que la aprisionaba. Annabeth parecía agotada hasta el límite, las piernas temblándole con tal intensidad que Tori temía que su cuerpo cediera en cualquier momento—. ¡Annie!
Pero Annabeth no respondía a sus llamados.
—¿Cómo sigue nuestra invitada mortal? — retumbó una voz masculina que ella nunca había oído en su vida. Era grave, como el sonido de un bajo, tan potente que hacía vibrar el suelo.
Victoire se estremeció. Aquella voz no le gustaba nada.
A punto de gritar más fuerte para que Annabeth la escuchara, una figura emergió de las tinieblas, corriendo hacia su amiga para arrodillarse a su lado. Luego, volviéndose hacia la voz, dijo:
—Se le están acabando las fuerzas. Hemos de darnos prisa.
El corazón de Victoire se apretó al verlo. Había intentado convencerse de que los demás decían la verdad sobre él, pero los recuerdos de su pasado juntos no le permitían asimilar que el mismo chico que juró protegerlas por años fuera capaz de poner a Annabeth en una situación así y querer destruir a los dioses. A su hogar.
Una carcajada resonó por la cueva y una mano rechoncha, perteneciente a alguien que Victoire no lograba ver completamente, empujó a una chica hacia la luz. Era Artemisa, con las manos y los pies atados con cadenas de bronce celestial. Tenía su vestido plateado hecho jirones, y la cara y los brazos llenos de cortes. Sangraba icor, la sangre dorada de los dioses.
—Ya has oído al chico —decía la voz de las tinieblas—. ¡Decídete!
Los ojos de Artemisa destellaron de cólera, pero al observar a Annabeth, su ira se transformó en angustia e indignación.
—¿Cómo te atreves a torturar así a una doncella? —preguntó con un sollozo.
—Morirá muy pronto —dijo Luke—. Pero tú puedes salvarla.
Annabeth soltó un débil gemido de protesta, y Victoire sintió cómo su corazón se retorcía de dolor por no poder ayudarla.
—Desátame las manos —pidió Artemisa.
Victoire observó cómo Luke sacaba su espada y cortaba los grilletes de la diosa de un solo golpe. Una vez liberada, Artemisa corrió hacia Annabeth y cargó sobre sus hombros la masa oscura. En el acto, Annabeth se desplomó en el suelo, y Victoire soltó un sollozo al verla tan débil y temblando.
El hombre de las tinieblas se echó a reír entre dientes.
—Eres tan previsible como fácil de vencer, Artemisa.
—Me tomaste por sorpresa —dijo ella, tensándose bajo su carga—. No volverá a suceder.
—Desde luego que no —replicó él—. ¡Te hemos retirado de circulación para siempre! Sabía que no podrías resistir la tentación de ayudar a una joven doncella. Es tu única especialidad, al fin y al cabo, querida.
Artemisa profirió un quejido.
—Tú no conoces la compasión, maldito puerco.
—En eso —respondió el hombre— estamos de acuerdo. Luke, ya puedes matar a la chica.
—¡No! —gritaron tanto Artemisa como Victoire, pero solo la primera fue capaz de ser oída por ellos.
Victoire se volvió para mirar a Luke, angustiada, el chico titubeaba.
—Aún puede sernos útil, señor. Como cebo.
—¡Bah! ¿Lo crees de verdad?
—Sí, General —aseguró Luke—. Vendrán a buscarla. Estoy seguro.
El hombre de las tinieblas hizo una pausa.
—En ese caso, las dracaenae pueden encargarse de vigilarla. Suponiendo que no muera de sus heridas, puedes mantenerla viva hasta el solsticio de invierno. Después, si nuestro sacrificio sale como hemos previsto, su vida será insignificante. Las vidas de todos los mortales serán insignificantes.
Luke recogió el cuerpo desfallecido de Annabeth y comenzó a caminar hacia donde estaba Victoire. Esta era su única oportunidad.
Esperó a que Luke pasara junto a su hombro y lo llamó con llena de esperanza.
—Luke.
El rubio se quedó estático en su lugar y desvió su mirada azul hacia ella, abriendo los ojos como platos.
—¿Vic?
Pero entonces la oscuridad volvió a envolverla, y la figura de Luke y Annabeth se desvaneció frente a sus ojos.
Victoire gritó mientras la negrura la tragaba. El frío volvió a abrazarla, pero esta vez no era solo por el ambiente gélido, sino por la incertidumbre que la rodeaba.
Sin embargo, una chispa de determinación se encendió en su interior. No podía permitir que Annabeth sufriera, y estaba dispuesta a luchar contra lo que fuera que la aprisionaba.
Incluso si se trataba de Luke.
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Victoire no pudo conciliar el sueño tras esa visión persistente de Annabeth inconsciente en los brazos de Luke. La imagen, junto con la mirada afligida de Luke, persistía en su mente, sumergiéndola en una inquietud que no podía deshacerse fácilmente.
—¿Tori? ¿Te encuentras bien? Estás pálida desde que despertaste —le preguntó Thalía cuando la vio.
Estaban al pie de la colina mestiza, junto a una furgoneta lista para llevarlos en su búsqueda. Ambas chicas y Grover esperaban a las cazadoras. Decidieron partir al alba, siguiendo la insistencia de Zoë de no perder tiempo. Sin embargo, esta última aún no había llegado con sus compañeras.
—Sí, solo no dormí muy bien.
Prefirió no compartir su sueño con los demás, no quería agregar más presión. Sin embargo, Thalía conocía bien a Victoire y sabía que algo la inquietaba. Antes de poder preguntar, dos figuras descendieron de la colina y se colocaron frente a ellos.
—Debemos irnos —dijo Zoë con el entrecejo fruncido.
—Espera, ¿dónde está Febe? —preguntó Victoire al notar su ausencia.
—En cama. Esos hermanos Stoll le hicieron una travesura —masculló Zoë con enfado—. ¿Recuerdas la camiseta del tour de Artemisa? Pues estaba rociada de sangre de centauro.
La expresión de Victoire se torció al escuchar eso. Todos sabían que la sangre de centauro era como un ácido.
—¿Está bien?
—Lo estará, pero debe permanecer en cama varias semanas con urticaria.
—¿Entonces llevarás a otra cazadora? —preguntó Thalía acercándose. Zoë negó.
—No hay tiempo para elegir a nadie más, hemos de salir ya.
—Pero la profecía decía...
—¿Quieren encontrar a su amiga o no? —espetó Zoë, haciendo que Thalía refunfuñara—. Entonces, suban ya.
Victoire dejó escapar un bufido frustrado. Percy podría haberse unido a ellos si lo hubiera encontrado antes de partir. Tras desayunar con Nico di Angelo, Victoire había buscado al hijo de Poseidón en su cabaña con la intención de hablar antes de la partida, deseando asegurarle que no regresaría sin Annabeth. Sin embargo, la puerta de Percy permaneció cerrada, forzándola a regresar a su propia cabaña para recoger su mochila y unirse al grupo en la colina.
—Espera un segundo, ¿tú conducirás? —espetó Thalía, incrédula al ver que Zoë tomaba el volante.
—Sí, tengo más años de experiencia que ustedes.
Con estas palabras, Zoë se elevó con agilidad al asiento del conductor, ajustó su cinturón de seguridad y encendió el motor. La furgoneta se puso en marcha, dejando lentamente el campamento atrás.
El viaje hacia la ciudad transcurrió en un silencio incómodo que nadie parecía dispuesto a romper. Victoire sabía que Thalía no iniciarla una conversación con las cazadoras por propia voluntad, y estas, sobre todo Zoë, harían lo mismo. Grover no dejaba de mover las manos en su regazo, al igual que Tori, se sentía incómoda.
Victoire suspiró, cansada, y fue la primera en romper la tensión después de un par de horas.
—Bianca, ¿cómo te sientes por ir a tu primera misión? —preguntó a la cazadora novata.
Sin embargo, la chica se removió nerviosa en el asiento del copiloto y respondió con un simple:
—Bien.
Incapaz de dejar que el silencio volviera a apoderarse, continuó:
—Es genial. Yo, en mi primera misión, estaba aterrada. Debía robarle a una arpía el cinturón de Hipólita y devolverlo a Temiscira.
Grover rió:
—Recuerdo ese día. Saliste pálida de la Casa Grande tras escuchar al oráculo. Luke tuvo que llevarte a comer chocolate al comedor para que el color regresara a tu rostro.
Victoire se rió al recordarlo.
—Sí, creo que nunca había amado tanto el chocolate como aquel día —dijo con una sonrisa—. De todas formas, cuando partí del campamento, los nervios se desvanecieron al enfrentarme a unos perros del infierno en el aeropuerto de la ciudad. Pude llevar a cabo la misión con éxito. Eso sí, no sabes lo costoso que es enviar un paquete de aquí a la isla de las Amazonas, aunque Hermes me hizo un descuento bastante decente.
—Solo porque eres tú —refutó Grover con cierta burla, lo que provocó un fruncimiento de ceño de Tori.
—¿A qué te refieres?
Grover se removió en su lugar como si hubiera revelado algo que no debía y exclamó mirando por la ventana con cierto alivio:
—¡Eh, llegamos a la ciudad!
Sin embargo, el trayecto en carretera no se detuvo ahí; continuaron sin pausas hasta llegar a Maryland, pasando de largo por Nueva Jersey. Una vez allí, Zoë dejó de manejar como una posesa, y eso solo porque Thalía había empezado a discutir con ella. Se detuvieron en una zona de descanso para estirar las piernas y comprar algo de comida.
—Al fin, conduces como una bestia, Belladona —refunfuñó Thalía, bajando de la furgoneta.
—Mira quién habla, ¿recuerdo el viaje de Maine hasta el campamento? —masculló Zoë mientras ambas chicas entraban en una tienda de comestibles, con Bianca siguiéndolas por detrás.
Victoire suspiró y meneó la cabeza de lado a lado mientras las veía desaparecer por la puerta de cristal. No llevaban ni un día completo de viaje, y ambas chicas estaban a punto de echar chispas.
A ese ritmo, Tori, Grover y Bianca necesitarían tapones para los oídos para no escuchar sus discusiones. Tori miró hacia un lado y vio a Grover extendiendo un mapa sobre el suelo.
—¿Qué haces? —le preguntó a la castaña cuando el chico cabra dejó caer un manojo de bellotas sobre el mapa. Luego sacó sus flautas del bolsillo.
—Un conjuro de rastreo, quiero verificar si vamos por el camino correcto —dijo, comenzando a tocar una suave melodía que Victoire nunca antes le había oído tocar. Ambos permanecieron con la mirada fija en el mapa mientras Grover continuaba tocando sus flautas. Y justo cuando Tori empezaba a pensar que tal vez Grover estaba equivocado, las bellotas comenzaron a temblar. Victoire abrió la boca, sorprendida, cuando estas se movieron lentamente por el mapa y se detuvieron sobre un lugar.
—Washington, ahí es donde debemos ir —indicó Grover, mirando las bellotas.
—Eso fue impresionante, Grover —halagó Victoire, muy impresionada.
—Gracias, Tori —agradeció él, sonrojado, para luego guardar las bellotas nuevamente en su mochila junto con el mapa que había utilizado.
—Vamos, hay que decirles a las demás que debemos ir a Washington.
Ambos entraron a la tienda y avanzaron hasta la caja registradora, donde las tres chicas estaban pagando lo que habían tomado. Allí, Grover les contó lo que su conjuro de rastreo le había mostrado y tomó las latas de soda que Thalía le señaló para salir de la tienda los cinco.
—¿Estás seguro, Grover? —cuestionó Thalía.
—Eh... lo bastante seguro. Al noventa y nueve por ciento. Bueno, el ochenta y cinco.
—No seas tan inseguro de ti mismo, Grover. Yo misma vi cómo las bellotas señalaban Washington —aseguró Victoire dándole ánimos a su amigo, quien le sonrió agradecido por su confianza.
—Espera, ¿lo has hecho con unas simples bellotas? —preguntó Bianca con incredulidad.
Grover pareció ofendido por su pregunta.
—Es un conjuro de rastreo consagrado por la tradición. Y bueno, estoy bastante seguro de haberlo hecho bien.
Victoire suspiró y negó con la cabeza. Grover podía ser muy inseguro de sí mismo.
—Es un conjuro de rastreo consagrado por la tradición. Y bueno, estoy bastante seguro de haberlo hecho bien.
Victoire suspiró y negó vagamente con la cabeza. Grover podía ser muy inseguro de si mismo.
——Washington está a unos cien kilómetros —dijo Bianca—. Nico y yo...—se cortó y frunció el ceño—. Vivíamos allí. ¡Qué... qué extraño! Se me había olvidado.
—Esto no me gusta —murmuró Zoë mirando la carretera—. Deberíamos dirigirnos directamente al oeste. La profecía decía al oeste.
—Como si tu destreza para seguir el rastro fuese mejor, ¿no? —refunfuñó Thalia en protesta.
Zoë dio un paso hacia ella con el gesto serio.
—¿Cómo osas poner en duda mi destreza, bellaca? ¡No tienes ni idea de lo que es ser una cazadora!
—¿Bellaca? ¿Me llamas bellaca? ¿Qué narices significa eso?
—Eh, paren —espetó Victoire previendo una nueva discusión entre ambas—, no empiecen de nuevo, por favor.
—Victoire y Grover tienen razón —concordó Bianca—, Washington es nuestra mejor alternativa.
Zoë no parecía convencida, pero asintió a regañadientes.
—Muy bien. En marcha.
Los cinco se encaminaron hacia la furgoneta.
—Vas a conseguir que nos detengan por empeñarte en conducir —rezongó Thalia cruzándose de brazos—. Yo aparento más que tú los dieciséis.
—Quizá —respondió Zoë—. Pero yo llevo conduciendo automóviles desde que los inventaron. Vamos.
Si no fuera porque Victoire sabía que la chica era inmortal y mayor, pensaría que estaba bromeando.
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—Es ahí —señaló Grover un gran edificio frente al National Mall. Habían llegado a Washington tras un par de horas más de viaje en carretera, un trayecto marcado por las intensas discusiones entre Zoë y Thalía, quienes parecían no soportarse. Las palabras afiladas de ambas chicas resonaban en los oídos de Victoire, desafiándola a mantener su paciencia.
Thalía, a su lado, asintió al ver el edificio, y los cinco continuaron su camino, buscando refugio de la fría brisa. Agradecía enormemente los pantalones térmicos que su madre le había obsequiado en su estadía en el Olimpo, protegiéndola del viento helado que azotaba sus rostros mientras caminaban.
Finalmente, se detuvieron frente a un imponente edificio con un letrero que rezaba: "Museo Nacional de Aire y Espacio". Victoire lo reconoció como el Instituto Smithsoniano, y una punzada en el corazón la atravesó. A los cinco años, su padre la había llevado a Washington, exactamente a ese museo, ya que el director de este le había solicitado revisar cierta documentación de uno de los aviones que exhibirían próximamente.
Y quizás te preguntes, ¿por qué le pedirían a su padre tal cosa? La respuesta era sencilla. Frederic Laurent, su padre, había sido un destacado aviador militar. Había pasado muchísimos años entrenando en distintas bases, que rápidamente supero a sus compañeros y obtuvo su primera misión, donde regresó victorioso. La mayor parte de su tiempo la pasaba en el cielo, y Tori podía recordar a la perfección la emoción con la que que su padre le contaba sus anécdotas militares.
Ella estaba segura de que si no hubiera sido por aquel accidente que cambio el rumbo de su vida, sus servicios nunca hubieran sido desestimados por el ejército y su padre aún seguiría alistado y en servicio.
Pero el destino era cruel y despiadado. Y su padre ya no estaba con ella.
—¿Te encuentras bien? —la pregunta de Thalía la trajo de vuelta al presente. Victoire se había quedado parada frente a la puerta sumida en sus recuerdos. Tragó saliva y asintió en su dirección, ocultando aquel dolor punzante en su pecho que sentía cada vez que pensaba en su padre.
—Todo bien —aseguró ella. Aquel no era momento de anhelar aquellos tiempos. Tenía una misión que cumplir y no podía bajar la guardia.
—Bueno, esta abierto —indicó Thalía al tantear la puerta y los cinco se deslizaron dentro.
Victoire sintió un pinchazo al ver el lugar. Sin duda habían hecho mejoras desde la última vez que había pisado aquel museo. Si tan solo su padre pudiera verlo. Si tan solo él estuviera con ella...
No, debía detenerse ahi. Tenía que dejarlo ir.
—Muy bien, Sátiro —dijo Zoë mirando con el gesto serio el museo que se extendía frente a ellos—, tu nos trajiste aquí, así que...guíanos —ordenó Zoë.
—Oye, no le hables...
—Por aquí —cortó Grover a Thalía antes de que empezarán otra discusión con Zoë—. Detecto un intenso olor a monstruo, seguramente es el que Artemisa estaba rastreando.
Y las cuatro comenzaron a seguirlo.
Durante todo el trayecto por el museo Victoire se mantuvo alerta. Si bien aquel lugar despertaba recuerdos bonitos que había vivido junto a su padre, mediante iban recorriendo los pasillos, una mala sensación se abrió paso dentro de ella. Como si algo muy malo los estuviera esperando ahí dentro y no fueran capaces de prevenirlo.
A pesar de eso, siguieron a Grover por varias secciones del museo hasta la parte principal, donde una sala gigantesca llena de cohetes y aviones colgaban del techo. Por todo el perímetro discurrían tres galerías elevadas que permitían observar las piezas expuestas desde distintos niveles. No había mucha gente. Sólo algunas familias y un par de grupos de niños, seguramente de excursión escolar.
Los cinco subieron por la rampa hasta la galería más alta, donde Grover comenzó a tener dudas sobre el rastro que estaba siguiendo.
—No, esperen —giro sobre si mismo y olfateo el aire. Volteo a verlas con un gesto avergonzado—, creo que era abajo.
Entonces los cinco regresaron por dónde habían venido y al llegar a la rampa, Thalía fue expulsada hacia atrás cayendo sobre una cápsula de Apolo.
Victoire jadeo sorprendida e hizo el ademán de sacar su espada cuando sus ojos chocaron con los verdes de Percy. Una corriente eléctrica la recorrió, pero antes de que el chico pudiera recuperar el equilibrio por completo, Zoë y Bianca ya lo estaban apuntando con sus flechas.
Cuando Zoë finalmente lo reconoció, no pareció muy deseosa de bajar el arco.
— ¡Tú! ¿Cómo osas presentarte aquí? —gruñó ella.
—¡Percy! —exclamó Grover, Feliz—. ¡Gracias a los dioses!
Pero Zoë le lanzó una mirada tan fulminante, que él se sonrojó avergonzado.
—Bueno... eh... cielos, se supone que no deberías estar aquí.
Sin embargo, antes de que Victoire pudiera decir algo para aligerar el ambiente tenso que se había formado, Percy hablo:
—Luke —dijo, tratando de recobrar el aliento—. Está aquí.
Una corriente helada caló a Victoire hasta los huesos al oír tal afirmación. Ella no estaba preparada, mentalmente hablando, para enfrentar cara a cara al que había sido su mejor amigo. No todavía. Seguramente Percy se había confundido con alguien más.
—¿Dónde? —preguntó Thalía, la cólera se había esfumado de sus ojos azules.
Percy rápidamente les contó lo que había visto en el Museo de historia natural: la escena entre el doctor Espino, Luke y un tal General. Les contó como esté se había regocijado al saber que habían caído en su trampa; al oir aquello, Victoire se tenso y comenzó a escrutar a su alrededor con ojo crítico, buscando posibles espías enemigos que pudieran revelar su ubicación exacta.
—¿El General está aquí? —Zoë se escuchaba consternada, por lo que Victoire volteo a verla intrigada. ¿Acaso había algo que no estaba contandoles?—. Imposible. Mientes —refutó la cazadora hacia Percy, como si la sola idea de que lo decía fuera horrible.
Victoire se inclinó hacia Grover con curiosidad y le preguntó:
—¿Sabes quien es ese General?
Pero al igual que ella, Grover se encogió de hombros y negó.
—¿Por qué iba a mentir? —replicó Percy hacia zoë—. Escucha, no tenemos tiempo. Hay guerreros esqueletos...
El miedo reaccionó antes que su mente y Victoire retrocedió dos pasos en su lugar, pálida como la cera y con gesto desconcertado.
—¿Qué has dicho?
Nuevamente los recuerdos intentaban abrirse paso en su mente. Percy frunció el cejo, extrañado al ver su gesto asustado, y dijo:
—Dije guerreros esqueletos, literal salieron de la tierra.
Victoire contuvo el aliento y desvío su mirada hacia otra parte. No podía dejar que su pasado afectará su misión, de lo contrario, su valor flanquearia y sería un estorbo para los demás. Empujó fuertemente hacia lo más recóndito de su mente los recuerdos y se giró hacia el chico con determinación—. ¿Cuántos son?
—Doce —respondió él viéndola un tanto preocupado, no había pasado en alto la reacción de Victoire ante la mención de los esqueletos—. Y hay algo más todavía: ese tipo, el General, ha dicho que había enviado a un «compañero de juegos» para distraernos. Un monstruo.
Victoire, Thalia y Grover se miraron pero fue la castaña quien se dirigió a Percy.
—Estábamos siguiéndole el rastro a Artemisa —le contó.
— Casi habría jurado que conducía aquí —agregó Grover—. Hay un intenso olor a monstruo. Debió de detenerse por aquí cuando buscaba a esa bestia misteriosa.
—Pero aún no hemos encontrado nada —concluyó ella.
—Zoë —dijo Bianca, nerviosa—. Si es el General...
—¡No puede ser! —espetó Zoë con fuerza—. Percy habrá visto un mensaje Iris o alguna clase de ilusión.
—Las ilusiones no resquebrajan un suelo de mármol —protestó Percy.
Zoë respiró hondo, tratando de serenarse. Ninguno ahí entendía porque la cazadora tomaba el tema tan personal. Casi parecía que conocía al general en persona y que este no fuera alguien grato de volver a ver.
Y pese a que tenían curiosidad por preguntar al respecto, debían salir de ahí lo más rápido posible. Aquel no era momento de indagar sobre el tema.
—Si eso de los guerreros-esqueleto es cierto — dijo por fin Zoë—, no hay tiempo para discutir. Son los peores, los más horribles.
—Estoy de acuerdo contigo, debemos ir ahora mismo —concordó Tori.
—Buena idea — dijo Percy asintiendo.
—No me refería a ti, chico —replico Zoë —. Tú no tomas parte en esta búsqueda.
—¡Eh, que estoy haciendo lo posible para salvarlos!
—No deberías haber venido, Percy —dijo Thalia gravemente.
Por el gesto de Percy, Victoire supo que le había dolido el hecho de que Thalia no lo apoyara. A fin de cuentas, ambos querían lo mismo.... Rescatar a Annabeth.
Victoire observó a ambas chicas, quienes en ese momento parecían haberse olvidado de su rivalidad para estar finalmente de acuerdo en algo, y aunque se aliviaba de no oírlas discutir por un miembro, sintió un malestar en su interior al percatarse que ambas, en silencio, parecían estar pensando en lo mismo: Percy no formaba parte de la misión.
Y si bien era cierto, el simple hecho de imaginar dejar a Percy atrás le hizo sentir un nudo en el pecho.
—No estarán pensando dejarlo aquí por su cuenta, ¿Cierto? —refutó Victoire con una ceja alzada. Ninguna respondió, a lo que Tori frunció el ceño—. Porque en ese caso tendrán que dejarme atrás a mi también.
Percy volteo a verla muy sorprendido, al igual que Thalía y Grover. Ni siquiera ella misma comprendía como es que esas palabras habían salido de su boca con tanta determinación. Apenas y conocía a Percy Jackson. No podía arriesgar toda una misión por él, de está dependía si podía volver al campamento o no.
Pero de nuevo, el simple pensamiento de dejarlo atrás con aquellos monstruos se le hacía algo irreal. Algo injusto. Algo imposible. No, definitivamente ella nunca sería capaz de dejar a uno de los suyos atrás.
Aún si eso significaba ir en contra de sus compañeros.
—Venga Victoire, no estarás hablando enserio —dijo Zoë con incredulidad.
Pero Victoire se cruzó de brazos y miró con determinación a la chica. No sabía cómo explicarlo, pero había algo, como un fuerza desconocida dentro de ella, que no le permitía ni siquiera pensar en la posibilidad de dejarlo atrás.
—Hablo muy enserio, Zoë.
—Venga —intervino Thalía—. Volvamos a la furgoneta todos.
—Esa decisión no te corresponde a ti —replicó Zoë hacia ella, a lo que Thalia la miró ceñuda.
Pero antes de que pudiera responderle, Victoire encaró a la cazadora.
—Te tengo en gran estima, Zoë, pero tú no eres la única que manda aquí. Somos un equipo, las decisiones deben tomarse en equipo. La misión es de las cazadoras, cierto, pero nuestras vidas no.
—La estima es mutua, Victoire, pero cuando se trata de chicos nunca has logrado mostrar sensatez. ¿A dónde te llevo el último que defendiste, eh?
Zoë había tocado una fibra sensible en ella y Percy pudo percibirlo. Desde el primer día que la vio -osea anoche-, no la había visto con esa mirada tan oscura que tenía ahora que Zoë había dicho lo que dijo. Estaba seguro que en cualquier momento Tori se acercaría a la cazadora para abofetearla, o darle un puñetazo, más todos se quedaron helados al oir un rugido tan atronador, que pareciese que había despegado uno de los cohetes del museo.
Abajo, varias personas gritaron. Y un niño pequeño chilló entusiasmado:
—¡Kitty!
Definitivamente no se trataba de una persona disfrazada con una botarga de Hello Kitty, pero aquello tampoco era para nada un gatito; gatito sería Silvestre o Tom, de esas caricaturas que veía de niña, pero aquella cosa estaba lo más alejada de la realidad.
La cosa enorme saltó rampa arriba y Victoire sintió como el suelo bajo sus pies retumbaba. Aquel monstruo era del tamaño de un camión de mercancías, con uñas plateadas y un resplandeciente pelaje dorado. Victoire solo había visto a dicho monstruo en los libros del campamento, pero verlo en persona era mucho mas impresionante.
Y aterrador.
—El León de Nemea —dijo Thalia, empalideciendo—. No se muevan.
El león rugió con tal fuerza que un escalofríos recorrió a Victoire de pies a cabeza. Sus colmillos relucían como el acero inoxidable.
—Cuando dé la señal —indicó Zoë—. Intenten distraerlo.
—¿Hasta cuándo? —preguntó Grover.
—Hasta que se me ocurra una manera de matarlo ¡Ya!
Para sorpresa de Percy, quien nunca había visto a la castaña combatir contra un monstruo, la vio correr a una velocidad que sobrepasaba las habilidades de un mestizo ordinario. En cuestión de segundos la castaña estaba a un costado del león blandiendo su espada en mano.
—¡Aquí, gatito! —vociferó. Y rodó a tiempo hacia la izquierda esquivando un zarpazo. Lanzó un tajo a la pata del león, más éste solo hizo chispas al chocar contra el metal.
Varias flechas silbaron y Grover se puso a gorjear un agudo pío-pío con sus flautas. Mientras tanto Zoë y Bianca treparon por la cápsula de Apolo y le dispararon flechas incendiarias al monstruo, pero todas se partían contra su pelaje metálico sin hacerle nada. Victoire esquivó otro zarpazo pero el león le asestó un golpe a la cápsula donde las cazadoras estaban y estás salieron despedidas.
Grover cambió de tercio y se puso a tocar una melodía frenética, haciendo que el león se volviera hacia él, pero Thalia se interpuso en su camino con la Égida y la fiera retrocedió rugiendo.
—¡Atrás! —gritó Thalia—. ¡Atrás!
El león gruñó y dio un zarpazo al aire, pero continuó retrocediendo como si el escudo fuera un fuego abrasador.
Por un momento Victoire creyó que Thalía lo tenía todo controlado, pero entonces el león empezó a tensar sus músculos e inclinarse hacia atrás.
Iba a atacar.
Al parecer Percy pensó lo mismo que ella, porque no dudo ni un segundo en llamar la atención del león.
—¡¡Eeeh!! —gritó con todas sus fuerzas.
Y arremetió contra la bestia. Le dio un mandoble en el flanco con su espada, un golpe que debería haberlo hecho picadillo, pero la hoja se estrelló contra su pelaje con un ruido metálico y sólo le arrancó un puñado de chispas. El león le dio un zarpazo y le desgarró un buen trozo de su abrigo.
Percy retrocedió contra la barandilla. El león levantó su otra pata para repetir el ataque, más no llegó a tocar ni un cabello de Percy cuando un látigo de metal detuvo su ataque y le hizo perder el equilibrio, doblando su pata hacia la otra, formando una x entre ambas.
—¡Salta! —le gritó Victoire a Percy, quien se giró a verla incrédulo. Se encontraba a un costado del león, jalando el látigo para retener al monstruo.
—¿¡Qué?!
—¡Solo hazlo!
Titubeó antes de hacerlo, pero al final saltó sobre la barandilla y le rezó a los dioses para que el golpe no fuera mortal. No obstante, ahogó un jadeo cuando una fuerza invisible lo sostuvo lo suficiente para llegar a la ala de un avión plateado. Percy se incorporó con cuidado en esta y se giró hacia la castaña, quien tenía su mirada y una mano alzada hacia él.
¿Cómo había hecho eso? No tenía ni la más remota idea, más no tuvo tiempo de cuestionar nada cuando advirtió algo.
—¡Cuidado! —vociferó él justo cuando el león se liberaba del látigo y se lanzaba sobre ella dando un mordisco. Victoire brincó hacia la derecha, giró sobre sí misma y echo a correr, brincando la barandilla y aterrizando junto a Percy.
En eso una flecha paso silbando junto a ambos y vieron que el león se había lanzado hacia ellos, aterrizando sobre el avión. Los cables que lo sostenían empezaron a gemir. No podría sostenerlos por mucho tiempo.
La fiera se abalanzó sobre ellos, así que sin pensarlo mucho Percy tomó la mano de la castaña y la arrastró con él hacia la siguiente pieza; un extraño artilugio espacial con aspas de helicóptero. Levantaron la vista y vieron al león rugiendo con las fauces abiertas.
Tenía la lengua y la garganta rojas.
Ambos voltearon a verse y por la mirada del otro supieron que pensaron lo mismo: Ése es el blanco.
—Haz que abra la boca, las cazadoras y yo nos haremos cargo —le dijo a Percy cuando ambos aterrizaron sobre la siguiente pieza expuesta en la planta baja. Un globo terráqueo.
El León de Nemea dio un rugido e intentó mantener el equilibrio sobre la nave espacial, pero pesaba demasiado.
—¿Cómo lo haras? No puedes acercarte con la espada.
Victoire le sonrió, lo que provocó en Percy una descarga eléctrica por todo el cuerpo que casi lo hizo olvidarse del peligro en el que estaban metidos. Y acto seguido, la espada de Victoire regreso a su cadera en forma de cinturón y le mostró el brazalete dorado de su muñeca.
Percy abrió la boca con incredulidad, dispuesto a preguntarle cómo demonios vencería al león con un brazalete, cuando esté emitió un brillo leve y creció hasta convertirse en un hermoso arco de bronce que cualquier hijo de Apolo desearía poseer.
Percy cerro la boca y asintió.
—Te cubro.
Entonces Victoire saltó del globo y aterrizó en el suelo con más fuerza de lo que esperaba, mas no había tiempo de cuestionarse porque la habilidad otorgada por la bendición de Zeus había flanqueado y echo a correr para buscar a las cazadoras.
Fue entonces que uno de los cables se partió, y mientras la nave empezaba a balancearse como un péndulo, el león cayó de un salto sobre el Polo Norte.
—¡Grover! —Grito Percy—. ¡Despeja la zona!
Varios grupos de niños corrían dando gritos de pánico. Grover trató de reunirlos en un rincón, lejos del monstruo. El otro cable de la nave se partió entonces y ésta se desplomó al suelo con gran estruendo.
Thalia saltó desde la barandilla de la segunda planta y cayó al otro lado del globo terráqueo. El león los miró desde el Polo Norte, tratando de decidir a cuál de los dos destrozaba primero.
Victoire llegó junto con Zoë y Bianca y rápidamente les informó que el punto débil estaba en la boca, por lo que tres se asomaron por la barandilla, con los arcos listos, pero tenían que moverse continuamente para buscar un buen ángulo.
—¡No tenemos un disparo claro! —Gritó Zoë—.¡Hacedle abrir la boca otra vez!
El león gruñó desde lo alto del globo terráqueo.
Desde ahí Victoire vio como Thalía lo electrocutaba con la punta de su lanza al mismo tiempo que Percy se echaba a correr hacia la tienda de regalos.
—¡No es momento para souvenirs, chico! —le gritó Zoë, más Percy la ignoró y entro a la tienda derribando montones de camisetas
Victoire disparó hacia el león justo cuando esté iba golpear a Thalía, y gracias a la velocidad de la flecha desvío la dirección de sus garras por los pelos. Las tres continuaron disparando, intentando darle en el hocico, más el león se cuidaba mucho de no abrir la boca en exceso. Trataba de darle un mordisco a Thalia o de arañarla con sus garras, pero mantenía los ojos apenas entreabiertos para
protegerse.
Thalia lo hostigó con su lanza y retrocedió enseguida. El león la estaba arrinconando.
—¡Percy —gritó ella—, si piensas hacer algo...!
El monstruo dio un rugido y la barrió de un zarpazo inesperado como si fuese un muñeco, mandándola por los aires contra un cohete de la serie Titán.
—¡Lía! —gritó Victoire desde lo alto al no verla moverse, y a nada estuvo de correr hacia ella, cuando Percy salió de la tienda.
—¡Eh, tú! — grito él.
Victoire lo miro incrédula al verlo arrojarle su espada al león como si fuera un puñal. ¿Acaso no veía que ni sus flechas lograban lastimarlo? ¿En qué estaba pensando Percy al hacer eso? Y como era de esperar, la espada rebotó sobre su pelaje, más la atención del felino ahora estaba sobre Percy.
Algo dentro de ella se alarmó al verlo lanzarse al ataque si un arma en mano. Únicamente con unos paquetes de comida en mano.
—¡Percy!
El león se dispuso a saltar sobre él cuando abrió los ojos de par en par y empezó a sufrir arcadas, como un gato atragantado con una bola de pelo. Percy le había embutido la bolsa de comida a la boca.
—¡Vi, Zoë, prepárense! —gritó él.
E ignorando la sorpresa, y la sensación cálida en la boca del estomago que sintió al oír como el pelinegro la había llamado, tenso la cuerda de su arco y apunto a su objetivo junto con Zoë.
—¡Hora del aperitivo! —chilló Percy y el león cometió el error de soltarle un rugido, así que le lanzó otro bocado de fresa espacial al gaznate.
Antes de que el león dejara de sufrir arcadas, Percy le colo otros dos sabores distintos de helado y una ración de espaguetis liofilizados.
Los ojos del león se le salieron de las órbitas. Abrió la boca del todo y se alzó sobre sus patas traseras, tratando de evitarlo.
—¡Ahora! —grito Percy.
Y tal como los mismísimos dioses del sol y la luna le enseñaron, Victoire disparo a diestra y siniestra tres flechas seguidas junto a otras tres por parte de Zoe.
La bestia se retorció enloquecida, dio una vuelta sobre si misma, cayó hacia atrás y se quedó inmóvil.
Las alarmas aullaron por doquier en el museo; la gente salía en manada por las puertas de emergencia y los guardias de seguridad corrían de un lado para otro, muertos de pánico, aunque sin entender
qué sucedía.
Desde arriba Victoire vio como Grover ayudaba a Thalía a levantarse.
—Vamos —dijo Zoë, y ella y Bianca saltaron desde la galería hasta aterrizar junto a Percy. Ambas voltearon a verla, esperando que Victoire también saltará. Sin embargo Victoire agitó su espada y la enrolló en su forma de látigo en el barandal para luego brincar y llegar hasta ellos sin temor a que sus habilidades fallaran de nuevo como hace momentos atras.
—Interesante... estrategia —le dijo Zoë a Percy.
—Bueno, ha funcionado.
No se lo discutió. El león había empezado a derretirse, como sucede a veces con los monstruos muertos, hasta que finalmente no quedó nada en el suelo salvo su reluciente pelaje, reducido al tamaño de un león normal.
—Agárrala —le dijo Zöe a Percy, quien se le quedó mirando.
—¿La piel del león? ¿No será una violación de los derechos de los animales o algo así?
Victoire reprimió una carcajada. ¿Era normal encontrarlo tierno tras una batalla con un felino mecánico?
—Es un botín de guerra —contestó Zoë muy solemne —. Os lo habéis ganado con todo derecho.
— Pero lo has matado tú.
Ella meneo la cabeza, casi sonriendo.
—Si la fiera ha caído, ha sido por vuestro sándwich espacial. A cada cual lo suyo, Percy Jackson. Quedaos con el pellejo.
Percy tomo la piel del suelo y mientras la contemplaba está fue transformándose hasta convertirse en un abrigo largo marrón dorado.
—No es que sea mi estilo exactamente —murmuró Percy.
—Yo creo que te quedaría bien—comentó Tori.
Pero cuando Percy volteo a verla con una pequeña sonrisa en labios, una fuerte punzada en su costado izquierdo hizo que un jadeo brotará de sus labios y se doblará de dolor.
—¡Vi! —escuchó gritar a Percy mientras sacaba la daga incrustada en su piel y la dejaba caer al suelo. La sangre, caliente y espesa, comenzó a brotar de la herida, manchando su camiseta naranja en cuestión de segundos.
—Esta aquí —alcanzó a murmurar antes de caer de rodillas.
Percy, Thalía y Grover corrieron hacia ella mientras que Zoë y Bianca tensaron sus arcos, buscando al responsable; la primera cazadora solo alcanzó a distinguir una figura femenina desaparecer en la oscuridad de un pasillo antes de quedar completamente solos en el museo.
Zoë frunció el ceño, preocupada, y se dirigió a dónde la castaña estaba semi inconsciente. Arqueo una ceja, intrigada, al ver cómo el hijo de Poseidon era quien sostenía en su regazo a su amiga, mientras su mano rodeaba la ensangrentada de Tori.
—Esta helada —comentó Percy volteando a verla con preocupación.
Y era cierto, Victoire comenzaba a ponerse cada vez más pálida. La castaña volteo a verla y entre abrió los labios manchados de rojo.
—Fue ella... ¿No es cierto?
Zoë asintió, con el semblante serio.
—Lo sabía —y entonces cayo inconsciente.
—¿¡Victoire!? ¡Victoire! ... ¿A qué se refiere con ella? ¿Quién la atacó, Zoë? —cuestionó Percy, más la cazadora no se inmutó ante su tono de voz.
—Este no es el momento para responder esas incógnitas.
—Tenemos que salir de aquí, en la furgoneta tenemos néctar y ambrosía —dijo Grover mirando con suma preocupación a la chica—, además los guardias de seguridad no van a seguir alelados toda la vida.
—Los guardias de seguridad no son lo peor —dijo Zöe—. Mirad.
A través de las puertas de cristal del museo, vieron a un grupo de hombres cruzando el césped de la entrada. Hombres grises con uniforme de camuflaje.
— Váyanse —dijo Percy soltando la mano de Victoire y colocándola con sumo cuidando sobre el suelo para luego incorporarse—. Me persiguen a mí. Yo los distraeré. Saquen a Victoire de aquí, necesita atención urgente en esa herida.
—No —espetó Zöe—. Vamos juntos.
—Pero dijiste...
—Ahora formas parte de esta búsqueda —repuso a regañadientes—. No es que me guste, pero el destino no puede modificarse. Tú eres el sexto miembro del grupo. Y no dejamos a nadie atrás. Rápido, debemos movernos antes de que el veneno llegué a su corazón —indicó Zoë tomando la daga del suelo.
La reconoció en seguida, más prefirió no comentar nada por el momento.
Al fin y al cabo, no le correspondía a ella revelar la identidad de la diosa que perseguía a Tori.
Percy, Thalía, Grover, incluso Bianca, se alarmaron al oír aquello. Por lo que Percy cargo a Victoire en brazos y los cinco salieron corrieron hacia la puerta trasera del lugar.
—Resiste Vi —murmuró Percy hacia la castaña—. Resiste
Más está no podía oírlo aunque quisiera.
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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️
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