02. ❪LA RAZÓN DE SU REGRESO❫
͙۪۪̥˚┊❛ S E M P I T E R N O ❜┊˚ ͙۪۪̥◌
🌿 ⋆。˚ presents to you chapter two▶❝ the reason for her return ❞ ▬▬ 𝗮 𝗽𝗲𝗿𝗰𝘆 𝗷𝗮𝗰𝗸𝘀𝗼𝗻 𝗳𝗮𝗻𝗳𝗶𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻 🔱 © 𝗐𝗋𝗂𝗍𝗍𝖾𝗇 𝖻𝗒 𝖻𝖺𝗋𝖻𝗌 ✨
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DESDE EL PRIMER DÍA en que Victoire conoció a Annabeth Chase, hace ya siete años atrás, un fuerte impulso de protegerla como si fuera su hermana menor creció dentro de ella, llenándola de un cariño profundo y sincero. Pronto, ambas chicas se volvieron inseparables, como si un vínculo invisible las hubiera unido desde el momento en que se cruzaron por primera vez.
Quizás, parte de esa unión se debía al hecho de que una era hija de Atenea y la otra hija de Nike. Según los antiguos relatos, ambas diosas habían compartido la infancia en Atenas, lo que había forjado una gran relación entre ellas. Ese legado divino parecía haberse transmitido a sus hijas, generando una amistad que trascendía la mortalidad.
Pero, más allá de la herencia divina, fue el hecho de que Victoire se vio reflejada en Annabeth lo que fortaleció su vínculo. Años atrás, ambas habían enfrentado la soledad y el miedo de estar solas en un mundo desconocido. En ese momento, se prometieron mutuamente que nunca dejarían atrás a la otra.
Sin embargo, esa hermandad se vio brutalmente interrumpida cuando Victoire fue sentenciada a quedarse en el Olimpo por su propia seguridad. Y dejar atrás a Annabeth, quien creía que había muerto en una misión, fue un peso que Victoire cargó durante cuatro años. La culpa y el remordimiento la atormentaban cada día que pasaba, ya que había incumplido la promesa que le hizo a su amiga de no abandonarla nunca.
Sí, era cierto que Annabeth todavía contaba con la amistad de Luke, el mejor amigo de Victoire. Sin embargo, cuando Tori se enteró por boca de su madre dónde estaba la lealtad de su mejor amigo, la culpa dentro de ella aumentó a tal grado que Tori terminó lastimándose para disminuir el dolor que sentía por dentro.
Recordar esos oscuros días y su propia debilidad no era algo que Victoire disfrutara. Aquella época había sido un torbellino de emociones negativas que la habían llevado al límite de su resistencia. Solo la intervención de un dios logró ayudarla a encontrar la fuerza para superarlo.
Ahora, de vuelta en el campamento, con vida y sanidad mental, la ausencia de Annabeth le recordaba la promesa rota y la culpa que la perseguía.
—Fue Luke, ¿No es cierto? Él dio la orden del ataque —inquirió Victoire a Thalía, su voz cargada de aprehensión, temerosa de que la verdad fuera tan devastadora como la sospecha.
Ambas se encontraban solas en la cabaña uno, correspondiente al padre de Thalía. La pelinegra se había dado un rápido baño para liberarse del olor persistente de las flechas de las cazadoras, mientras que Victoire había pasado por la enfermería para que un hijo de Apolo le curara la mano herida.
Ahora, reunidas en la cabaña uno, Victoire había dejado su mochila sobre la única cama en la cabaña. Gracias a la bendición de Zeus, podía quedarse allí como en los viejos tiempos, pero ahora compartiendo el espacio con Thalía. A pesar de llevar poco consigo, no pudo evitar sentir cierta nostalgia al regresar a ese lugar.
Ambas se preparaban para volver a la Casa Grande, donde el consejo de líderes se reuniría para analizar la profecía que el oráculo había entregado a Zoë. La sombra del pasado y la incertidumbre del futuro se cernían sobre ellas.
Thalía hizo una mueca antes de responder.
—La mantícora no lo mencionó, pero Percy está muy seguro de que fue él quien ordenó el ataque.
—¿Y tú piensas lo mismo? —le preguntó Victoire, pero Thalía guardó silencio y desvió la mirada hacia un punto vacío en la habitación.
El silencio de Thalía habló con más elocuencia que las palabras. No era necesario que respondiera; su mirada perdida en la distancia lo decía todo.
Victoire, al igual que Thalía, aún no lograba asimilar todo lo que había hecho Luke en los últimos dos años. Los cuatro, Annabeth, Luke, Thalía y ella, habían estado juntos antes de llegar al campamento, peleando y sobreviviendo a los peores monstruos que alguna vez habían imaginado.
Su unión se había forjado durante su peligroso viaje hacia el campamento. Grover, un sátiro guardián, había aparecido en sus vidas buscando a la hija de Zeus, pero ni Thalia ni Grover estaban dispuestos a dejar atrás a los demás. Así que los cuatro, junto al sátiro, habían viajado juntos con la esperanza de encontrar un lugar donde estar a salvo de los monstruos.
Sin embargo, no todos lograron llegar con vida al campamento. La sombra del sacrificio de Thalía todavía pesaba sobre ellos, recordándoles la pérdida y el precio que habían pagado en el camino hacia la seguridad.
Victoire debía admitirlo: las primeras semanas en el campamento después de aquel fatídico día fueron extremadamente difíciles para ella. Las pesadillas la asediaban cada vez que cerraba los ojos, y en el día tampoco encontraba mucho alivio.
Durante los entrenamientos, su mente se negaba a darle tregua. Podía estar practicando con su arco, disparando flechas hacia uno de los muñecos de práctica, pero en cuestión de segundos, su mente la transportaba de regreso al día de la tragedia. Veía a Thalía caer al suelo, víctima de uno de los monstruos que los atacaron aquella vez, mientras una de sus flechas pasaba junto a este. Era un cruel recordatorio de su incapacidad para salvar a su amiga aquel día.
Un recordatorio de lo inútil que había sido.
Los otros campistas que se encontraban a la redonda de ella durante esos momentos se alarmaban al escuchar sus gritos y ver sus lágrimas caer hacia la nada. Y a pesar de los intentos de otros por convencerla de que no había nada allí, que Thalia no estaba ahí, Victoire no podía dejar de revivir la escena una y otra vez en su cabeza.
En ese momento, parecía que nunca podría superar su pérdida, pero Luke se convirtió en el ancla que nunca imaginó que necesitaría. Pasó noches enteras velando sus sueños para protegerla de las pesadillas hasta que estas finalmente se desvanecieron. Luke también la defendió cuando se sintió vulnerable ante las burlas de otros campistas que pensaban que estaba quebrada por la pérdida, que ya no podría ser normal ni luchar contra los monstruos. Y e que en el campamento, un mestizo incapaz de combatir, era considerado inútil e inservible.
Además, el hecho de que su madre, Nike, todavía no la hubiera reclamado tampoco ayudaba a su situación. Luke detuvo cualquier intento de burla hacia ella, ganándose el respeto de los demás campistas con su habilidad sobresaliente en el combate. Estuvo ahí para Victoire cada vez que sintió que caía en un abismo oscuro y sin fondo.
Luke, junto con Annabeth, Grover y algunos campistas solidarios, fueron los primeros en creer que ella se convertiría en una mestiza excepcional y valiente.
Y lo demostró con el tiempo.
Sin embargo, las cosas habían cambiado nuevamente: Luke había traicionado el lugar que Victoire consideraba su hogar. Annabeth había desaparecido por aquel acantilado. Y la sensación de pérdida y confusión la invadía una vez más en su vida.
Victoire dejó escapar un profundo suspiro. A pesar de todas las dificultades y el caos reciente, al menos tenía de vuelta a Thalía, lo cual era un pequeño consuelo.
Mientras caminaban juntas hacia la Casa Grande, Thalía se encargó de poner al corriente a Victoire sobre los acontecimientos. Le relató cómo Annabeth había salvado a ella y a Percy de una muerte segura. Juntos habían ido a buscar a Grover, que tenía una conexión telepática con Percy y había pedido ayuda. Viajaron con Sally Jackson, la madre de Percy, hasta Westover Hall, un colegio militar en Maine, donde encontraron al sátiro junto con otros dos mestizos, Nico y Bianca Di Angelo.
Sin embargo, las complicaciones no tardaron en surgir. En un enfrentamiento cerca de un acantilado, se vieron atrapados combatiendo a una mantícora. Las cazadoras se unieron a la lucha, y un tal Dr. Espino, cuyo nombre sacó una risa a Victoire, intentó matar a los semidioses. Annabeth se lanzó sobre él, desafiando las flechas de las cazadoras, y ambos desaparecieron por el acantilado.
El resto era historia conocida. Apolo los trajo de vuelta al campamento por petición de Artemisa, quien había salido a cazar sola y había dejado a sus cazadoras atrás. Victoire imaginó la impotencia que debía sentir Zoë al no poder ayudar a su señora, quien estaba desaparecida.
Finalmente, ambas chicas llegaron a la Casa Grande y se dirigieron a la sala de juegos, el lugar designado para las reuniones. Sin embargo, notaron que faltaban Percy y Grover.
—Voy a buscar a esos dos —murmuró Thalía, dejando a Victoire con los otros líderes.
De repente, una voz chillona la sacó de sus pensamientos, y pronto se vio envuelta en unos brazos cálidos, un aroma a perfume de diseñador y varias lágrimas.
—Hola, Lena —saludó Victoire al girar sobre su propio eje para enfrentar a la chica.
Silena Beauregard era, sin duda, la mestiza más hermosa que Victoire había conocido jamás. No podía esperar menos viniendo de una hija de Afrodita. Su largo cabello negro y sedoso estaba recogido en una coleta alta, dejando ver sus elegantes aretes de perlas. Sus ojos azules como zafiros empañados por las lágrimas la recorrieron de pies a cabeza mientras sonreía abiertamente, mostrando unos dientes perfectos y blancos.
—¡No puedo creer que todo esté tiempo estuviste viva y no nos dijiste nada!—sollozó Silena, sin embargo su mirada era tan dulce y suave, que Tori supo que no estaba molesta con ella. Al contrario—. Da igual, tus motivos habrás tenido; ¡estoy tan feliz de tenerte de vuelta!
—Pasó varios días llorando después de que el señor D anunciará tu "muerte" —agregó Charles Beckendorf, líder de la cabaña nueve, al otro lado de la mesa de ping pong. Silena rodó los ojos con burla y se giró hacia él con una sonrisa.
—Tú también lloraste, Charlie. Incluso llamaste a Quirón 'Pony inútil' cuando este dijo que no pudieron recuperar su cuerpo de las autoridades locales de Albuquerque —comentó Silena con un toque de sarcasmo, mientras se dirigía al líder de la cabaña nueve.
Victoire observó la interacción con curiosidad, preguntándose cómo habían evolucionado su relacion a lo largo del tiempo. Antes, ninguno de los dos le daba la hora al otro. Pero ahora, incluso podía sentir la reciente cercanía que tenían ambos chicos.
Dispuesta a averiguar lo que pasaba, Tori abrió la boca, lista para preguntarle a la pelinegra sobre eso, cuando otra voz la interumpio.
—Hablo en serio, aquella momia pesaba más que Gabe tras una partida de póker y dos six de cerveza —replicó Percy hacia Thalia, mientras ambos junto a Grover ingresaban a la sala.
Diez minutos más tarde, todos estaban alrededor de la mesa de ping pong, con bolsas de nachos y galletas saladas dispersas por la mesa junto con sodas Coca-Cola Light. El señor D tuvo que transformar las bebidas, después de un intento fallido de ofrecer vino, tras una reprimenda de Quirón.
En un extremo de la mesa se sentaron el señor D y Quirón, con Zoë y Bianca di Angelo ocupando el otro extremo. Thalía, Grover y Percy se situaron en el lado derecho, mientras que los demás líderes, Charles, Silena y los hermanos Stoll, se ubicaron en el lado izquierdo.
Por parte de la cabaña de Ares, no había ningún representante presente, ya que todos se habían lesionado durante la captura de la bandera, cortesía de las cazadoras, y descansaban en la enfermería. Victoire sintió un alivio al saber que Clarisse LaRue no estaba en el campamento; siempre buscaba la oportunidad de molestarla, y lo último que deseaba Tori en ese momento era una confrontación con ella.
Por último, pero no menos importante, estaban los gemelos Pollux y Castor de la cabaña doce. La expresión desconcertada de Victoire se hizo evidente al notar la ausencia de su hermana menor, quien, según recordaba, era la veterana y líder de la cabaña doce.
Charles, quien había notado su gesto desconcertado, movió los labios de forma que ella entendió "con Clarisse". Ahora tenía sentido su ausencia.
La única que se mantuvo apartada de todos fue Victoire, quien se encontraba sentada en el alféizar de la ventana, a pesar de la petición de Quirón para que tomara asiento en la mesa.
—No soy líder de ninguna cabaña —le había dicho ella, reafirmando su posición. Al final, logró quedarse donde estaba, observando a los demás con sus ojos marrones cargados de reflexión.
Después de unos cuantos minutos de silencio, Zoë tomó la iniciativa y abrió la reunión con una nota positiva:
—Esto no tiene sentido.
—¡Nachos! —exclamó Grover, comenzando a agarrar galletitas y pelotas de ping pong para untarlas con salsa, rompiendo momentáneamente el silencio.
—No hay tiempo para charlas —prosiguió Zoë con seriedad—. Nuestra diosa nos necesita. Las cazadoras debemos partir de inmediato.
—¿Adónde? —preguntó Quirón, con un tono de preocupación evidente en su voz.
—¡Al oeste! —respondió Bianca con determinación—.Ya has oído la profecía: "Seis buscarán en el oeste a la diosa encadenada." Podemos elegir a seis cazadoras y ponernos en marcha.
La forma en que se dirigía a Quirón llamó la atención de Victoire, quien arqueó una ceja, sorprendida por su seguridad, pues nunca la había visto con el grupo de las cazadoras. Victoire escrutó a Bianca con la mirada, tratando de entender su lugar en todo esto.
—Sí —asintió Zoë—. ¡La han tomado como rehén! Debemos dar con ella y liberarla.
—Se te olvida algo, como de costumbre -intervino Thalía con su característico sarcasmo—. "Campistas y cazadoras prevalecen unidos". Se supone que tenemos que hacerlo juntos.
—¡No! —exclamó Zoë con firmeza—. Las cazadoras no han menester vuestra ayuda.
—No "necesitan", querrás decir —refunfuñó Thalía con una sonrisa burlona—. Lo de "menester" no se oye desde hace siglos. A ver si te pones al día.
Zoë vaciló, como si estuviera procesando la palabra correcta.
—No precisamos vuestro auxilio —corrigió al final.
Thalía puso los ojos en blanco, evidentemente frustrada.
—Olvídalo.
—Me temo que la profecía dice que sí necesitan nuestra ayuda —terció Quirón—. Campistas y cazadoras deberán colaborar.
—¿Seguro? —El señor D, con su inconfundible sarcasmo, musitó mientras removía su Coca Diet como si fuera un refinado bouquet—. "Uno se perderá. Uno perecerá." Suena más bien desagradable ¿no? ¿Y si fracasan justamente por tratar de colaborar?
—Señor D —dijo Quirón suspirando con un gesto que denotaba su paciencia infinita—, con el debido respeto, ¿de qué lado está usted?
Dioniso arqueó las cejas.
—Perdón, mi querido centauro. Sólo trataba de ser útil.
Thalía intervino con firmeza, insistiendo en la necesidad de colaborar a pesar de las dificultades.
—Se supone que hemos de actuar juntos. A mí tampoco me gusta, Zoë, pero ya sabes cómo son las profecías. ¿Pretendes desafiar al Oráculo?
Zoë hizo una mueca desdeñosa al saber que Thalía tenía razón.
—No podemos retrasarnos —advirtió Quirón—. Hoy es domingo. El próximo viernes, veintiuno de diciembre, es el solsticio de invierno.
Dionisio, con su característico sarcasmo, comentó de manera poco entusiasta:
—¡Uf, qué alegría! Otra de esas aburridísimas reuniones anuales.
Victoire finalmente rompió su silencio.
—El año pasado no pareció estar muy aburrido, señor D —recordó ella con una sonrisa divertida.
El dios del vino soltó una carcajada, sabiendo perfectamente de que hablaba la muchacha, y se giró hacia ella con complicidad.
—Oh, sin duda extrañaré ver cómo intentas no sonrojarte con los cumplidos de Apol...
—¿Podemos volver a lo importante? —replicó Zoë con impaciencia. El señor D la fulminó con la mirada y regresó su atención a su revista—, Artemisa debe asistir al solsticio. Ella ha sido una de las voces que más han insistido dentro del consejo en la necesidad de actuar contra los secuaces de Cronos. Si no asiste, los dioses no decidirán nada. Perderemos otro año en los preparativos para la guerra.
—¿Insinúas, joven doncella, que a los dioses les cuesta actuar unidos? —preguntó el señor D bajando nuevamente su revista.
—Sí, señor Dioniso.
Él solo asintió.
—Era solo para asegurarme. Tienes razón, claro. Continuen.
—No puedo sino coincidir con Zoë —prosiguió Quirón—. La presencia de Artemisa en el Consejo de Invierno es crucial. Sólo tenemos una semana para encontrarla. Y lo que es más importante seguramente: También para encontrar al monstruo que ella quería cazar. Ahora tenemos que decidir quién participa en la búsqueda.
Percy finalmente rompió su silencio, proponiendo una idea equitativa.
—Tres y tres —Todos voltearon a verlo—. Se supone que deben ser seis. Tres cazadoras y tres del Campamento Mestizo. Es lo justo —razonó algo cohibido por tener todas las miradas en él.
Thalía y Zoë intercambiaron miradas, considerando la propuesta.
—Bueno —dijo Thalía—. Tiene sentido.
Aunque Zoë, renuente, soltó un gruñido.
—Yo preferiría llevarme a todas las cazadoras. Hemos de contar con una fuerza numerosa.
Victoire, desde su posición junto a la ventana, aportó una perspectiva valiosa.
—Piénsalo bien, Zoë. Para seguir las huellas de la diosa se necesita un grupo pequeño que pueda moverse deprisa.
—Victoire tiene razón —concordó Quirón—. Es indudable que Artemisa detecto el rastro de ese extraño monstruo a medida que se iba desplazando hacia el oeste. Ustedes deberán hacer lo mismo. La profecía lo dice bien claro: "El azote del Olimpo muestra la senda." ¿Qué les diría su señora? "Demasiadas cazadoras borran el rastro." Un grupo reducido es lo
ideal.
Zoë tomó una pala de ping pong y la estudió, como si considerara a quién arrear primero en su desacuerdo con la decisión.
—Ese monstruo, el azote del Olimpo... Llevo muchos años cazando junto a la señora Artemisa y, sin embargo, no sé de qué bestia podría tratarse. —Zoë compartió su desconcierto con una pizca de nostalgia en su voz, recordando sus muchas cacerías al lado de la diosa.
Todos los ojos se dirigieron hacia Dioniso, la única divinidad presente en la reunión, en busca de respuestas. El dios del vino, inicialmente absorto en su revista, notó que lo observaban y levantó la vista.
—A mí no me miren. Yo soy un dios joven, ¿recuerdan? No estoy al corriente de todos los monstruos antiguos y de esos titanes mohosos. Además, son nefastos como tema de conversación en un cóctel —se excusó, volviendo a su revista.
Percy buscó ayuda en Quirón, buscando una respuesta entre la sabiduría del centauro.
—Quirón —le preguntó—, ¿tienes alguna idea?
Quirón frunció el ceño, ponderando las opciones.
—Tengo muchas ideas, pero ninguna agradable. Y ninguna acaba de tener sentido tampoco. Tifón, por ejemplo, podría encajar en esa descripción. Fue un verdadero azote del Olimpo.
Victoire, alzando su melena castaña y larga, apartándola de su hombro con un gesto elegante, se sumó a la conversación.
—¿Qué hay del monstruo marino Ceto? —inquirió con curiosidad.
Percy frunció el ceño al encontrarse mirando absorto como la cabellera de la chica se mecia detrás de ella de forma suave y sedosa.
—Podría ser, pero si uno de ellos hubiese despertado, lo sabríamos. Son monstruos del océano del tamaño de un rascacielos. Tu padre Poseidón ya habría dado la alarma —concluyó, dirigiendo su mirada hacia Percy—. Me temo que ese monstruo sea más escurridizo. Tal vez más poderoso también.
Zoë dio una expresión de asentimiento, reconociendo la lógica detrás del argumento de Victoire.
—Podría ser, pero si uno de ellos hubiese despertado, lo sabríamos. Son monstruos del océano del tamaño de un rascacielos. Tu padre Poseidón ya habría dado la alarma —concluyó, su mirada se centró en Percy—. Me temo que ese monstruo sea más escurridizo. Tal vez más poderoso también.
El misterio se acentuó, y todos compartieron su inquietud por la amenaza desconocida.
—Ése es uno de los peligros que corren —intervino Connor Stoll—. Da la impresión de que al menos dos de esos seis morirán.
—"Uno se perderá en la tierra sin lluvia" —añadió Beckendorf, contribuyendo con su perspicaz observación—. En su lugar, yo me mantendría alejado del desierto.
El murmullo de aprobación se propagó entre los presentes, pero una pregunta persistía sin respuesta.
—Y eso otro —terció Silena—: "a la maldición del titán uno resistirá con la bendición de la que cuida". ¿Qué podría significar?
Victoire, con su mente perspicaz, se esforzó por descifrar el enigma, pero ninguna idea concreta surgió en su mente, dejando la profecía envuelta en un halo de misterio que necesitaban desvelar.
—"Uno perecerá por mano paterna" —dijo Grover sin parar de engullir nachos y pelotas de ping pong—, ¿Cómo va a ser eso posible? ¿Qué padre sería capaz de tal cosa?
Se desató un espeso silencio en la habitación, todos compartían la respuesta a esa incógnita, mas ninguno se animaba a comentarlo en voz alta, incluida Victoire.
—Habrá muertes —sentenció Quirón con solemnidad—. Eso lo sabemos.
El sarcástico comentario de Dioniso rompió momentáneamente la tensión en la sala.
—¡Fantástico! —exclamó Dioniso de repente. Todos lo miraron. Él levantó la vista de las páginas de la Revista de Catadores con aire inocente—. Es que hay un nuevo lanzamiento de pinot noir. No me hagan caso.
Pero la gravedad de la situación pronto volvió a la conversación.
—Percy tiene razón —prosiguió Silena Beauregard—. Deberían ir tres campistas.
Zoë, siempre franca, desafió la sugerencia de Silena con sarcasmo.
—Ya veo —dijo Zoë—. Y supongo que tú vas a ofrecerte como voluntaria.
La respuesta de Silena fue contundente, y se sonrojó con vergüenza.
—Yo con las cazadoras no voy a ninguna parte. ¡A mí no me mires!
—¿Una hija de Afrodita que no desea que la miren? —Se mofó Zoë—, ¿Qué diría vuestra madre?
Silena hizo ademán de levantarse enojada, antes de ser detenida por los hermanos Stoll que la hicieron volver a su asiento
—Basta ya —dijo Beckendorf, que era corpulento y tenía una voz resonante. A pesar de su usual silencio, su intervención captó la atención de todos—. Empecemos por las cazadoras. ¿Quiénes serán las tres?
Zoë se puso de pie con decisión.
—Yo iré, por supuesto, y llevaré a Febe. Es nuestra mejor rastreadora.
—¿Esa chica grandota, la que disfruta dando porrazos con la cabeza? —preguntó Travis Stoll con cautela. Zoë asintió.
—¿La que me clavó dos flechas en el casco? —preguntó Travis Stoll con cautela.
—Sí, esa misma —confirmó Zoë, sin comprender bien el tono de sus voces—. ¿Por qué?
—No, por nada —dijo Travis—. Es que tenemos una camiseta en el almacén para ella —Sacó una camiseta plateada donde se leía: "Artemisa, diosa de la luna-Tour de Caza de otoño 2002", y a continuación una larga lista de parques naturales—. Es un artículo de coleccionista. Le gustó mucho cuando la vio, ¿Quieres dársela tú?
Victoire, conociendo a los traviesos hermanos Stoll, anticipó su trampa; sabía que no se quedarían de brazos cruzados ante la cazadora que los había apaleado.
Pero Zoë no tenía la misma experiencia con ellos y decidió guardar la camiseta antes seguir adelante con la elección sin entrar en detalles.
—Como iba diciendo, me llevaré a Febe conmigo. Y me gustaría que Bianca viniese también.
La sorprendente petición dejó a Bianca perpleja.
—¿Yo? Pero... si soy nueva. No serviría para nada.
Zoë reafirmó su confianza en Bianca.
—Lo harás muy bien. No hay senda más provechosa para probarse a sí misma.
Bianca no replicó más sobre el tema.
—Bien, ahora solo queda elegir a los dos campistas —dijo Quirón.
—¿Dos? —cuestionó Percy, visiblemente desconcertado.
—Todos parecen haber olvidado una parte crucial de la profecía: "Y con ellos la hija leal al rey hallará la verdad que se le ha ocultado todo este tiempo" —dijo Zoë, enfatizando la mención al "rey."
—¿El Rey? —preguntó Percy con asombro—. ¿Hay un rey en el país, siquiera?
—Como bien señala Zoë, Zeus es conocido como el Rey de los dioses, y hay una diosa menor que siempre le ha sido leal, por eso se le considera la general de batalla de Zeus —agregó Quirón.
Victoire no necesitó girarse para sentir todas las miradas posadas en ella, en especial la mirada verde de Percy. La inclusión de su participación en la profecía no la tomó por sorpresa; después de todo, había regresado al campamento con la misión de encontrar a la diosa Artemisa.
Sin embargo, los demás sí parecían sorprendidos.
—¿Acaso ninguno sabía que ella formaba parte de todo esto? —preguntó el señor D al percatarse del silencio que se había formado alrededor de la mesa. Todos voltearon a verlo—, si por eso pudo regresar al campamento. Si no cumple con esta misión, deberá regresar otros años más al Olimpo —soltó él como si fuera lo más gracioso del mundo.
Victoire soltó un suspiro y descendió con gracia del alféizar de la ventana. Con pasos decididos, se aproximó a la mesa y apoyó su peso en el respaldo de la silla más cercana, la que pertenecía a Percy. Este permaneció inmóvil, sintiendo un suave cosquilleo en su hombro mientras el largo cabello de Victoire se deslizaba con elegancia a lo largo de su piel.
Todos los presentes tenían sus ojos fijos en ella, excepto Percy, quien hacía todo lo posible por reprimir el impulso de alzar la mano y rozar el cabello castaño que desprendía un sutil aroma a vainilla, el cual comenzaba a cautivarlo.
—El señor D tiene razón —afirmó Tori—. Zeus me ha otorgado el permiso de regresar si cumplía con esta misión.
—Pero esta misión está destinada a las Cazadoras —protestó Zoë.
—Y no tengo intenciones de arrebatarles el mérito. No obstante, debo formar parte de ella, les guste o no.
—¿Estás bromeando? -espetó Zoë y luego le dedicó una sonrisa a la castaña—. Trabajar contigo será toda una experiencia. Con gusto te damos la bienvenida en nuestro grupo.
Desde su posición, Percy observó cómo los hombros de Victoire se relajaron y ella respondió con una cálida sonrisa a Zoë.
Aquella sonrisa le recordó a Annabeth y pronto sus mejillas se tiñeron de rojo ante tal pensamiento.
—Bien, ¿y los otros dos? —preguntó Quirón.
—¡Yo! —Grover se puso en pie tan bruscamente que chocó con la mesa. Se sacudió del regazo las migas de las galletas y los restos de las pelotas de ping pong—. ¡Estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para ayudar a Annabeth!
Zoë arrugó la nariz con algo de disgusto.
—Creo que no, sátiro. Tú ni siquiera eres un mestizo.
—Pero es un campista —terció Thalia—. Posee el instinto de un sátiro y también la magia de los bosques. ¿Sabes tocar una canción de rastreo, Grover?
—¡Por supuesto!
Zoë vaciló, pero al final aceptó.
— ¿Y el tercer campista?
—Ire yo —espetó Thalia, levantándose de su lugar para mirar desafiante a cualquier objeción por anticipado. A Percy no pareció importarle su gesto.
—Eh, eh, alto ahí —protestó él—. Yo también quiero ir.
Todos guardaron silencio.
—¡Oh! —Exclamó Grover, advirtiendo de pronto el problema—. ¡Claro! Se me había olvidado. Percy tiene que ir. Yo no pretendía... Me quedaré aquí. Percy irá en mi lugar.
—No puede —refunfuñó Zoë—. Es un chico. No voy a permitir que mis cazadoras viajen con un chico
—Has viajado hasta aquí conmigo —le recordó él.
—Eso fue una situación de emergencia, por un corto trayecto y siguiendo instrucciones de la diosa. Pero no voy a cruzar el país desafiando multitud de peligros en compañía de un chico.
—¿Y Grover? —preguntó él señalando al sátiro.
Ella meneó la cabeza.
—Él no cuenta. Es un sátiro. Técnicamente, no es un chico.
—¡Eh, eh! —protestó Grover.
—Tengo que ir —insistió Percy—. Debo participar en esta búsqueda.
—¿Por qué? —replicó Zoë—. ¿Por vuestra estimada Annabeth?
Al escuchar eso, Victoire dirigió su mirada hacia abajo, donde Percy estaba sentado, y notó un ligero rubor en sus mejillas.
Abrió los ojos asombrada. ¿Acaso él y Annabeth...?
—¡No! Quiero decir... en parte sí. Sencillamente, siento que debo ir.
Pero a pesar de su insistencia, nadie parecía querer salir en su defensa, lo cual sorprendió a Victoire. Percy Jackson era uno de los semidioses más fuertes del Campamento. ¿Por qué nadie lo apoyaba?
—Tal vez no sea mala idea que él vaya —intervino Tori al notar que nadie hablaba—. Percy es uno de los semidioses más fuertes que hay, y no lo digo solo yo, varios allá arriba lo afirman aunque demuestren lo contrario —dijo señalando al cielo—. No vendría mal su ayuda en esta misión, ¿no creen?
Su comentario sorprendió a varios, incluyendo a Percy, quien le sonrió agradecido por el apoyo. Sin embargo, Victoire le guiñó un ojo y Percy se sonrojó hasta las orejas. Thalia, en cambio, la miró con cierto reproche. Zoë negó.
—No —insistió Zoë—. Me llevaré a un sátiro si es necesario, pero no a un héroe varón.
Quirón soltó un suspiro.
—La búsqueda se emprende por Artemisa. Las cazadoras tienen derecho a aprobar o vetar a sus acompañantes.
Victoire soltó un suspiro y volvió a posar sus ojos en Percy, aunque él se mostraba reacio a mirar a cualquier persona en esa sala. Había intentado ayudarlo, tal como años atrás la habían ayudado a ella, pero Quirón tenía razón.
La misión pertenecía a las cazadoras.
—Que así sea —concluyó Quirón—. Victoire, Thalia y Grover acompañarán a Zoë, Bianca y Febe. Partirán al amanecer. Que los dioses —miró a Dionisio— incluidos los presentes, espero, los guíen.
Cuando Quirón terminó de hablar, Percy se levantó de su silla y abandonó la sala con un gesto de evidente molestia.
—Ya se le pasará —se dirigió Quirón a Victoire, quien seguía con la mirada am hijo de Poseídon mientras los demás campistas se levantaban de sus asientos enfrascados en diversas conversaciones entre ellos.
No podía negar que un sabor amargo había aparecido en su boca al verlo tan desanimado.
—Lo sé, pero también lo entiendo, ¿sabes? Hace años estuve en una situación similar, donde parecía que nadie me apoyaba excepto...
No necesitó terminar la frase. Quirón sabía a quién se refería Tori.
—Tal vez puedas hablar con él —la animó el —,después de todo, ambos comparten algo en común.
—¿Qué es...? —preguntó ella.
—Annabeth.
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Victoire encontró a Percy en el lugar más apartado de la playa. Y si era honesta consigo misma, tampoco se sorprendió mucho al encontrarlo ahí. ¿Un hijo de poseídon buscando Refugio cerca del mar? No podía ser más obvió.
Sin embargo, Percy no se percató de su presencia hasta que ella le hablo.
—No ganas nada enojandote —dijo al verlo lanzar una piedra con fuerza al mar.
Percy se sobresalto al escucharla detrás de él. Había buscado la soledad desde que terminó la reunión y no le apetecía ver a nadie en esos momentos. Sin embargo la chica lo había apoyado cuando nadie más lo hizo, por lo que en lugar de mandarla de regreso por dónde vino, le respondió:
—Lo sé, pero eso no quita el hecho de que tendré que quedarme aquí sin poder hacer nada para ayudar —espetó él para luego sentarse sobre la arena con gesto molesto.
Percy escuchó como Victoire soltaba un gran suspiró antes de dejarse caer a su lado. Percy le lanzó una mirada de reojo y vio como sus delgados dedos jugaban con la arena debajo de ellos. Si bien estaban en invierno y el campamento estaba cubierto mayormente por una capa blanca de nieve, el campo mágico que protegía el lugar permitía que solo en ciertas zonas pudiera nevar. La playa y el campo de fresas eran los únicos lugares donde el blanco no predominaba.
—Sé lo difícil que es cuando sientes que nadie te apoya —habló Victoire rompiendo el silencio entre ambos.
—¿Enserio? —le preguntó Percy incrédulo.
Había oído tanto sobre ella durante su primer año en el campamento, que se sorprendió oir aquello; según le habían dicho, Victoire era una de las semidiosas más ágiles, y fuertes que tenían. Incluso Clarisse LaRue, una chica que tenía una enemistad con Percy, comentó que la castaña era determinada a la hora de pelear. Que nunca bajaba la cabeza cuando un combate se presentaba. Y Will Solace, hijo de Apolo y encargado de la enfermería del campamento, había confirmado aquello diciendo que la chica era tan competitiva, que terminaba varias veces en la enfermería por agotamiento excesivo.
No obstante, todos le habían dicho que la castaña era la persona más leal al campamento y siempre se mostraba dispuesta a ayudar a quien sea.
Así que no podía imaginar a nadie no apoyándola.
Victoire asintió y desvío su mirada hacia los orbes verdes mar de él.
—Cuando llegué aquí no era ni la mitad de la mestiza que soy ahora —dijo—. Apenas y lograba sostener un arco decentemente.
—Pero, ¿tú no usas una espada? —inquirió Percy al recordar el combate de hace unas horas.
—¿Acaso no sabes que la diosa Nike es diestra con todas las armas? Heredé eso de mi madre. Si me lo propongo, puedo aprender a dominar cualquier tipo de arma. Pero eso lo descubrí mucho después de mi llegada aquí.
—Llegaste al campamento con Annabeth y... Luke, ¿verdad? —Victoire asintió—, ¿tú y Luke eran amigos? —se atrevió a preguntar Percy, recordando la mirada del rubio cuando hablaba de la castaña.
—Sí, es... Era mi mejor amigo. Fue él quien me salvó de la policía cuando tenía ocho años. Había huido del orfanato donde estaba y la madre superior mandó a buscarme. Luke tenía once en ese entonces y me ayudó a esconderme. A partir de ese día, viajamos solos durante tres años, siempre cuidándonos mutuamente, aunque Luke se llevaba la mayor parte del trabajo en los enfrentamientos con monstruos. Yo no era muy buena que digamos en ese entonces y tenía miedo la mayor parte del tiempo. Después conocimos a Thalía y se unió a nosotros. Luego a Annabeth. Los cuatro formamos nuestra pequeña familia.
—Eso suena... hermoso —dijo Percy con cierto esfuerzo, ya que le costaba hablar positivamente sobre el hijo de Hermes.
—Y lo fue —aseguró Tori con una sonrisa melancólica en el rostro—. Hasta que Thalía se sacrificó para que nosotros llegáramos a salvo.
—Sé la historia —se apresuró a decir él—, Annabeth me la contó.
—¿También te contó que fui incapaz de dispararle al monstruo que acabó con ella?
Percy negó, sorprendido. Claramente, Annabeth no le había contado eso.
Victoire suspiró.
—Renía un tiro limpio, pude haberla salvado, pero dejé que el miedo me paralizara. No podía soltar la flecha; me aterraba la idea de herir a Thalía, ya que no tenía mucha práctica con el arco. —Se encogió de hombros—. No pude hacerlo. Pero ella murió de todos modos, y no pude hacer nada para evitarlo.
—Pero no fue tu culpa —replicó él—. Todos pueden sentir miedo en un momento como ese.
Ella asintió, cabizbaja.
—Tiempo después lo entendí —aseguró ella—, pero las primeras semanas después de eso fueron muy difíciles para mí. Todos se burlaban de mí porque lloraba durante los entrenamientos o mientras dormía. Gritaba y llamaba a Thalía todo el tiempo. Me culpaba por lo que había sucedido.
—Pero ¿lo superaste, verdad? —preguntó Percy, buscando su mirada, ya que la castaña mantenía sus ojos en la arena debajo de ellos. Victoire asintió y levantó la mirada hacia él, enviándole una corriente cálida a través de su cuerpo a Percy cuando vio un ligero brillo en sus ojos.
—Lo hice gracias a Luke —confesó ella, y Percy la miro atónito. Tori se rió suavemente al ver su expresión—. Ay, Percy, Luke no siempre fue... —pero su voz se trabó con cierto dolor—, él realmente era bueno. Me ayudó cuando nadie quiso hacerlo. Él, Grover, Annabeth y algunos otros chicos fueron los únicos que creyeron en mí cuando todos pensaban que sería la semidiosa más inútil del campamento. Todos pensaban que estaba quebrada y que jamás me recuperaría.
—¿Ah, sí?
—Sí.
—Pero... terminaste volviéndote la mejor —señaló él, a lo que Tori asintió.
—Me propuse seguir adelante por Thalía. Aprendí a manejar cualquier arma para proteger a mis seres queridos, lo que al final me sorprendió porque se me dio con facilidad. Dominé mis habilidades para no volver a dejar que el miedo me paralizara. Y demostré mi valor y mi fuerza durante una competencia en el muro de escalada. Las casas compitieron entre sí para clasificar en un combate final. Quedé como finalista contra un hijo de Ares que me doblaba el tamaño.
—¿Ganaste?
—Lo hice —afirmó ella con orgullo—. Justo cuando Quirón me colocó una corona de laurel, mi madre me reconoció. Una vez que todo el campamento supo que era la hija de Nike, la diosa de la Victoria, las burlas se detuvieron y gané el respeto de cada campista. Pero no lo hubiera logrado sin el apoyo de mis amigos.
»Así que te entiendo, Percy. Entiendo el sentimiento de no sentirte apoyado por nadie, excepto por tus amigos, claro, pero especialmente ahora que Annabeth no está aquí para hacerlo. Grover me ha contado todo lo que han pasado juntos.
Percy asintió cabizbajo.
—De no ser por ella, no hubiera sobrevivido mi primer año aquí.
—La encontraremos —aseguró Victoire, apoyando su mano en el hombro de Percy, quien hizo todo lo posible por no apartarse cuando una corriente eléctrica lo recorrió—. Lo prometo.
Sin embargo, esa promesa no hizo sentir mejor a Percy. Entonces, Victoire preguntó lo que había sospechado desde hace unas horas.
—¿Tú y Annabeth son...?
—¿Qué? —preguntó Percy, girando rápidamente la cabeza hacia ella—, ¡No! No, solo somos amigos —respondió él, aunque algo dentro de él no estaba seguro de eso.
—Oh, creí que estaban saliendo.
—¿Por... Por qué pensaste eso? _preguntó Percy, intentando ocultar sus nervios.
—No cualquiera es tan persistente al querer salir en su búsqueda. De Grover y Thalía lo entiendo, la conocen desde que tenía siete años, pero tú.... —Victoire sonrió levemente y desvió la mirada al mar—, te preocupas por ella, ¿verdad?
—Claro que sí, hemos pasado por mucho, nuestra amistad se fortaleció en estos dos años. Al igual que con Grover.
—Pero... ¿te gusta?
Su pregunta lo dejó helado. La verdad era que Percy no sabía lo que Annabeth era para él. ¿Le gustaba? ¿O solo sentía amistad por ella? No lo sabía. Apenas tenía catorce años y el tema del amor era algo tan complicado para él en esos momentos que nunca se había detenido a reflexionar sobre lo que Annabeth significaba para él.
—No lo sé —respondió después de unos minutos en silencio. Había sido honesto con alguien que apenas había conocido, ni siquiera con Grover había tenido esa conversación.
Sin embargo, sintió cómo un peso salía de su espalda.
Victoire asintió desde su lugar y después de unos segundos, se levantó para sacudirse la arena de sus ropas y mirar una última vez a Percy.
—Sé que apenas nos conocemos, pero Thalía y Grover dicen que eres una buena persona, y si Annabeth estuviera aquí, estoy segura de que diría lo mismo... Así que cuando descubras lo que realmente sientes, dímelo, y con mucho gusto te ayudaré con Annie.
El corazón de Percy saltó dentro de su pecho al verla sonreír de esa manera, de una forma tan genuina y amable que rara vez había visto en alguien.
Percy asintió levemente.
—Bien, te veo en la cena.
Victoire se marchó en dirección a las cabañas, mientras Percy se quedó allí, observándola alejarse entre los árboles, con una sensación cálida en el pecho que nunca antes había sentido.
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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️
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