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01. ❪UNA PARTIDA NO TAN AMISTOSA❫

͙۪۪̥˚┊❛ S E M P I T E R N O ❜┊˚ ͙۪۪̥◌
🌿 ⋆。˚ presents to you chapter one ▶❝ A not so friendly game ❞ ▬▬ 𝗮 𝗽𝗲𝗿𝗰𝘆 𝗷𝗮𝗰𝗸𝘀𝗼𝗻  𝗳𝗮𝗻𝗳𝗶𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻 🔱 © 𝗐𝗋𝗂𝗍𝗍𝖾𝗇 𝖻𝗒 𝖻𝖺𝗋𝖻𝗌 ✨

 

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EL CAMPAMENTO MESTIZO se erigió como el único refugio que Victoire consideró su hogar después de haber perdido el suyo a manos de los monstruos. A la temprana edad de siete años, sufrió la pérdida de la única persona que tenía en el mundo mortal. A los ocho, escapó del sombrío orfanato donde el gobierno estadounidense la había instalado y se sumergió en una vida llena de huidas y combates constantes, una lucha implacable por su supervivencia que perduró durante tres años.

Para una mestiza como ella, sobrevivir en el mundo de los mortales era una hazaña sobrenatural. Los monstruos acechaban en cada esquina de su existencia. La simple tarea de conseguir alimento se convertía en un acto desafiante si no tenías con qué pagarlo, y dormir ocho horas seguidas se volvía un lujo lejano mientras permanecías en constante alerta, vigilando los oscuros rincones en busca de cualquier posible amenaza.

Sin embargo, nada superaba el hecho de que, sin el resguardo de una formidable arma de bronce, un mestizo estaba condenado a una muerte segura.

En ese aspecto, Victoire no enfrentó problema alguno.

El día de su séptimo cumpleaños, su padre le entregó como regalo un cinturón de bronce que había pertenecido a su madre, según le dijo él. En ese entonces, Victoire no comprendió la verdadera naturaleza de aquel obsequio, ni sabía que en sus manos sostenía un legado divino que la ayudaría a enfrentar diversos obstáculos en el futuro. El misterio del cinturón solo se develó horas después, cuando unas empusas atacaron su humilde morada y su padre, en una urgencia apresurada por salvar el único tesoro que tenía, reveló su esencia divina a su atónita hija.

―Eres mitad humana y mitad diosa. Eres una semidiosa, Tori —le dijo con gravedad.

Sin embargo, en aquel entonces, Victoire solo tenía siete años y nunca había empuñado un arma en su vida.

Ante la urgente insistencia de su padre para que huyera, Tori obedeció, aterrada, lo más rápido que sus pequeñas piernas le permitieron, dejando atrás a su progenitor con la promesa de volver a verse cuando él despistara a los monstruos de su hogar.

Dicha promesa murió en el corazón de Marc Laurent aquel día, dejando sola a su hija en un mundo donde la naturaleza humana no era tan diferente a la raza de los monstruos.

No obstante, con el tiempo, y con la ayuda de otro semidiós que conoció en su travesía solitaria para sobrevivir, descubrió como activar el legado divino que su madre le había dejado después de nacer. A través de un acto de pura voluntad, reveló una espada que duplicaba el tamaño de su brazo, con la capacidad de desplegarse como un látigo sin perder su filo, si ella así lo deseaba.

Cabe mencionar que Victoire se enamoró al instante de su arma, pero solo años después, a los doce años para ser más precisos, cuando ya se encontraba viviendo en la seguridad del Campamento Mestizo, logró comprender el arte de empuñarla con destreza y valentía.

Este recuerdo estaba grabado en su mente como si hubiera sido ayer, aunque habían pasado años desde aquel momento.

—¿Nerviosa?

Victoire desvió su mirada del campo de fresas que apenas se vislumbraba en la noche y apartó los recuerdos de su mente para observar al dios rubio detrás de ella. Apolo se encontraba recargado contra un árbol, y la nieve que cubría sus hojas comenzaba a derretirse bajo la cálida presencia del Dios del sol.

Apolo había accedido a traerla de vuelta al mundo mortal en cuanto Zeus lo dictó. Victoire no podía negar que se sonrojó ligeramente cuando el dios del sol se ofreció como voluntario, a pesar de que se llevaban de maravilla.

—Han pasado cuatro años, se siente extraño estar de vuelta después de todo este tiempo.

Una brisa helada golpeó su rostro, haciendo que varias hebras de su cabello castaño se movieran y cubrieran su visión. Victoire alzó su mano con gracia para apartar los mechones y los colocó delicadamente detrás de su oreja. Luego, volvió su mirada hacia el campamento que se extendía por debajo de la colina, invitándola a regresar.

—Quirón te está esperando —le dijo Apolo—. Se le pidió que no dijera nada de tu regreso hasta que estuvieras aquí.

—Mejor así —concordó ella y desvió su rostro nuevamente hacia el rubio. Se preguntaba cómo tomarían los campistas la noticia de su regreso después de creerla muerta todos estos años—. Señor Apolo...

—No me digas señor, Tori, ni que fuera mi padre —bromeó el dios con una sonrisa abierta—. Además, llevas viviendo con los dioses varios años, ya hay confianza entre nosotros —Victoire también sonrió y se corrigió:

—Apolo, ¿cómo crees que tomarán la noticia los demás?

La sonrisa de Apolo se suavizó.

—Seguramente se preguntarán el motivo por el cual te ocultamos todo este tiempo.

—¿Y cuál es ese motivo? —cuestionó ella.

—Tu protección.

—Ya, claro —ironizó ella.

—Tori, sé que tienes dudas sobre los verdaderos motivos que teníamos para retenerte en el Olimpo —dijo Apolo con una sonrisa suave—, pero, a veces, el saber demasiado es un riesgo para uno mismo.

—Lo... lo sé —confesó ella—. ¿Así que nadie sabe lo que hice?

Apolo negó.

—Solo tu sabes lo que paso ese día, Tori. Así que solo tú decides si contarlo o no —respondió.

—Ni siquiera yo sé qué pasó ese día, no lo recuerdo —murmuró Victoire, bajando el rostro hacia la nieve que se aglomeraba bajo sus pies.

—Me hubiera gustado ayudarte —confesó el dios—, pero mis habilidades médicas no lograron nada la última vez que lo intente.

Y a pesar de que Apolo estaba siendo atento con ella, Tori sabía lo frustrante que había sido aquello para el Dios.

—Lo sé, y agradezco que intentaras ayudarme.

—Lo harás tarde o temprano, Tori —aseguró él—. La amnesia tiene muchas formas de ser vencida.

Victoire asintió, creyendo en sus palabras.

—Será difícil explicar cómo es que aún me conservó de catorce años—bromeó ella, aunque no le dio demasiada importancia y luego se giró hacia él—. Gracias por traerme.

—No hay de qué, solecito. Espero verte pronto —y tras un guiño de ojo, Apolo se adentró en el bosque y desapareció en un brillo dorado.

Victoria suspiró profundamente y reunió valor antes de descender la colina hacia el campamento. Cruzó la barrera protectora que rodeaba el lugar y una sonrisa iluminó su rostro al divisar el Vellocino de Oro reluciendo sobre una de las ramas del pino que alguna vez había sido Thalía. Peleo, el dragón que custodiaba el vellocino, levantó la cabeza al sentir la aproximación de alguien, pero pronto la bajó y la ignoró cuando Victoire pasó junto a él.

A medida que avanzaba, se dio cuenta de que no había campistas a la vista en los alrededores. Al subir al porche de la Casa Grande, notó que las luces estaban apagadas y que la mesa donde el señor D y Quirón solían jugar al pinochle estaba desierta.

—¿Dónde está todo el mundo? —se preguntó en voz baja. Entonces, escuchó gritos en la distancia que provenían del bosque.

Victoire descendió los escalones con su mochila al hombro y comenzó a seguir el sonido de los vitores. Pronto llegó al bosque, donde el campamento celebraba varios eventos, y no tardó en vislumbrar la figura inconfundible de Quirón. Cuando él la vio acercarse, abrió los brazos para recibirla con un abrazo y una sonrisa que parecía alcanzar sus orejas.

—Cuando me dijeron que estabas viva y que regresarías al campamento, pensé que era alguna especie de broma —dijo Quirón—. Pero estoy tan contento de verte viva, Tori. Bienvenida de nuevo al campamento.

—Estoy tan feliz de estar de vuelta en casa —confesó ella—. Te extrañé mucho, Quirón.

—Y yo a ti, pequeña. Pero, ¿no se suponía que llegarías temprano?

—Apolo hizo varias paradas en el camino —explicó. No mencionó que habían hecho una parada en la ciudad para comer unas hamburguesas..

Más gritos resonaron a lo lejos, y Victoire frunció el ceño al observar una mesa cubierta de cascos y armas dispersas.

— ¿Están celebrando una partida de "Captura la Bandera" en esta época del año, cuando apenas hay campistas?

—Las Cazadoras están aquí —reveló Quirón, lo que hizo que una sonrisa se dibujara en el rostro de Tori mientras todo cobraba sentido.

—Claro, la vieja tradición de una partida amistosa —dijo ella, aunque "partida amistosa" no parecía ser la descripción más adecuada para el encuentro—. ¿Cuántos son?

—Quince campistas y trece Cazadoras —respondió él.

—¿Algunas de las Cabañas se unieron a ellas?

—¿Cuándo ha sucedido eso? —respondió Quirón con un toque de ironía.

—Yo lo hice, una vez —contestó ella, quitándose la mochila de la espalda y colocándola sobre la mesa—. ¿Qué mejor forma de regresar que haciendo lo mismo?

—¿Estás segura? —preguntó Quirón, mostrando indecisión—. ¿No preferirías descansar?

—Descansé lo suficiente en el Olimpo. Además, soy hija de Nike; necesito algo de competencia en mi vida.

Al escuchar eso, Quirón sonrió con benevolencia y asintió.

—Bien, conoces las reglas.

—Por supuesto, ¿cuándo he quebrantado alguna? —preguntó ella mientras tomaba un casco de bronce con un penacho de plumas rojas en la parte superior y se dirigía hacia el bosque.

Antes de adentrarse entre los árboles, alcanzó a escuchar a Quirón gritar:

—¡Usar el equipo completo es parte de las reglas!

Con una sonrisa juguetona en los labios, Victoire se adentró aún más en la oscuridad del bosque.

Durante su estancia en el Olimpo, Victoire había compartido momentos con las Cazadoras de Artemisa cuando estas acompañaban a su señora; y aunque se suponía que nadie externo al Olimpo debía conocer su paradero, las Cazadoras habían descubierto su presencia ahi por accidente. Y por accidente hablamos de cuando Apolo intentó coquetear con una de ellas frente al templo de Nike, y una flecha plateada aterrizó cerca de la cabeza de Tori mientras esta abría la puerta para dirigirse a su entrenamiento con Ares. Por supuesto, Artemisa les prohibió enérgicamente a sus Cazadoras mencionar la presencia de Victoire en el Olimpo, y hasta la fecha habían mantenido su palabra.

Así que, durante ese tiempo, Victoire confirmó dos cosas sobre las cazadoras: que realmente detestaban a los hombres tanto como ella detestaba el maní debido a su alergia, y que Zoë Belladona, la lugarteniente de Artemisa, no era tan detestable como Tori y Thalía solían pensar.

Aunque había tenido un desencuentro inicial con Zoë, Victoire no era una persona rencorosa y, al ver nuevamente a las Cazadoras en el campamento mestizo unos años atrás, las saludó cordialmente. Incluso se unió a su equipo cuando jugaron al "Captura la Bandera". En resumen, Tori y las Cazadoras tenían una buena relación, aunque ellas no aprobaban las amistades masculinas de la castaña.

Así que, después de pasar tanto tiempo con ellas, discutiendo estrategias, planes y otros temas, a Victoire no le resultó difícil deducir el plan que Zoë tenía para esta partida. Al observar las posiciones que las Cazadoras ocupaban en ese momento, confirmó su teoría: estaban jugando para distraer al enemigo.

Desde su posición, podía ver los penachos azules del equipo contrario, especialmente un grupo en particular que se había posicionado en el Puño de Zeus, donde habían colocado su bandera de manera visible, de acuerdo con las reglas, pero también de manera difícil de alcanzar.

Victoire observó cómo varias Cazadoras luchaban contra los campistas, avanzando por el campo como depredadoras ágiles. Luego, giró su mirada hacia la bandera plateada y frunció el ceño al ver que solo una Cazadora estaba allí. Lo que realmente la desconcertó no fue eso, sino la postura de la chica y la forma en que sostenía el arco. Las Cazadoras eran diestras con el arma, pero la Cazadora que estaba en ese punto apenas lograba mantener la flecha firme.

No le sorprendió en absoluto cuando un campista logró derribarla y tomó la bandera plateada con facilidad.

Victoire rápidamente sacudió el brazalete de su muñeca derecha, que se transformó automáticamente en un arco de bronce que había conseguido unos años antes de su llegada al campamento y que nunca pudo desprenderse.

Era hora de entrar en acción.

Tensó la cuerda y apuntó hacia su objetivo, un campista que creía que tenía la victoria asegurada.

—No tan rápido —susurró Tori.

Victoire disparó, sin saber que este acto marcaría el comienzo de su destino.


  
        
                        
                        
                        
                        
                              
                        
                        
                        
                        
                  
                        
                  
           
                        
                        
                        
                        
                  
                  

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Si había algo que Percy Jackson no soportaba durante un juego de Captura la Bandera, era quedarse quieto sin hacer nada.

Sí, había aceptado liderar el grupo de defensa, aunque "aceptar" no era la palabra adecuada; Thalía prácticamente no le había dejado otra opción. Pero con cada segundo que pasaba, Percy sentía la urgencia de entrar en acción. Observaba cómo sus compañeros campistas caían uno tras otro ante los ataques de las Cazadoras de Artemisa. Incluso en ese momento, Thalía estaba a punto de sucumbir ante uno de los embates.

Finalmente, no pudo resistir más y se volvió hacia Charles Beckendorf, hijo de Hefesto, quien estaba a su lado.

—¿Pueden mantener la posición solos? —le preguntó, y Charles soltó un bufido.

—Por supuesto.

—Entonces, voy a buscar la bandera —declaró Percy con determinación.

Los hermanos Stoll, de la cabaña once, y Nico Di Angelo lanzaron vítores de ánimo mientras Percy se lanzaba hacia la acción. Corrió a toda velocidad, sintiéndose eufórico al finalmente poder participar. Saltó sobre el arroyo y cruzó la línea divisoria enemiga en cuestión de segundos.

Rápidamente localizó la bandera plateada no muy lejos de su posición. La cazadora de guardia ni siquiera se dio cuenta de que Percy se acercaba hasta que ya era demasiado tarde. Los ruidos de la batalla resonaban a su alrededor, y la cazadora se giró en el último momento, pero Percy no dudó en atacar cuando sus ojos se abrieron de par en par. La cazadora cayó en la nieve fría.

—¡Lo siento! —gritó Percy a Bianca Di Angelo mientras arrancaba la bandera de seda plateada del árbol y luego se lanzaba a correr de regreso hacia el arroyo.

Sin embargo, no pudo avanzar más de diez metros cuando una flecha dorada se interpuso entre sus tobillos y se enredó en el árbol cercano. Percy cayó de bruces en la nieve antes de poder comprender la trampa.

—¡Percy! —gritó Thalía desde la izquierda al verlo—. ¿Qué diablos estás haciendo?

Antes de que Thalía pudiera alcanzarlo, una flecha estalló a sus pies, liberando una nube de humo amarillo que envolvió a su equipo. Todos empezaron a toser y a retorcerse debido a las náuseas causadas por el gas sulfuroso.

—¡No es justo! —jadeó Thalía—. ¡Las flechas pestilentes son trampas antideportivas!

Percy se levantó nuevamente, decidido a continuar su carrera hacia el arroyo. Estaba a solo unos metros de llegar, podía sentir el dulce sabor de la victoria en los labios, pero entonces alguien saltó desde lo alto de un árbol y lo derribó bruscamente de nuevo en la nieve.

Percy soltó un quejido de dolor, pero se puso en pie rápidamente, su espada en mano y los ojos fijos en su atacante. Miró a la cazadora y notó con sorpresa que llevaba un penacho de plumas rojas, algo que las cazadoras habían descartado en usar, y que no vestía la chamarra plateada característica de sus oponentes de esa noche. Era evidente que esta chica no era una de ellas, pero su identidad estaba oculta bajo el casco de bronce y la oscuridad de la noche.

Frunció el ceño, tratando de identificarla mientras sostenía su espada con firmeza en una mano y la bandera plateada que lo llevarían a la victoria en la otra. La chica misteriosa desabrochó el seguro de su cinturón dorado, que se transformó en un pestañeo en una espada desconocida para él. Era un arma impresionante que capturó su atención, cabe aclarar.

Sin embargo, antes de que pudiera formular una pregunta, la chica se abalanzó sobre él. Percy dio un ágil salto hacia la izquierda, esquivando el filo del arma, pero la velocidad y agresividad de su oponente lo tomaron por sorpresa. Rápidamente, se vio inmerso en un combate cuerpo a cuerpo, el choque de sus espadas llenando el aire.

Ambos luchaban sin dar un paso atrás, sus movimientos precisos y coordinados. El metal chocaba contra el metal en un duelo en el que ninguno de los dos mostraba signos de ceder. Percy atacó con ferocidad, pero la chica misteriosa esquivó sus golpes y contraatacó con agilidad.

La tensión en el aire era palpable mientras sus espadas se encontraban en un enfrentamiento constante. Percy, impulsado por la necesidad de proteger la bandera, no podía permitirse retroceder. Finalmente, trató de ejecutar un tajo directo al pecho de la chica, pero esta se agachó rápidamente y realizó un giro sorprendente, golpeando la pantorrilla de Percy con su pierna.

La destreza de su oponente lo hizo caer hacia atrás, pero no se rindió.

—¿Es todo lo que tienes? —se burló la chica mientras Percy se levantaba. El sonido de su voz envió una corriente eléctrica a través de él, pero eso no lo detuvo.

A pesar del enfrentamiento, la incógnita sobre la identidad de la chica persistía, oculta tras su casco de bronce en la oscuridad de la noche.

En un movimiento rápido, Percy pateo la nieve debajo de él, creando una distracción entre él y la chica, y la barrió con su pierna derecha haciendo que cayera en la nieve. Se levantó con agilidad, levantando su espada y preparándose para continuar la lucha, cuando escuchó gritos a lo lejos. Beckendorf y Nico se acercaban corriendo hacia él.

En un primer momento, pensó que venían a ayudarlo en la pelea, pero pronto se dio cuenta de que perseguían a alguien. Zoë Belladona volaba hacia él con una agilidad asombrosa, igual a un chimpancé, esquivando a todos los campistas que se interponían en su camino y sosteniendo la bandera plateada en alto.

—¡No! —gritó Percy y echo a correr hacia ella con la bandera en la mano, pero un látigo de metal se enredó en su tobillo y lo hizo caer de bruces a pocos metros del arroyo.

Zoë cruzó el arroyo con un salto ágil y se abalanzó sobre él, asegurándose de que no pudiera escapar. Las cazadoras estallaron en vítores mientras los campistas se acercaban al arroyo para presenciar la victoria de las Cazadoras de Artemisa.

Quirón emergió de la espesura con un ceño fruncido, cargando a los hermanos Stoll, quienes parecían haber recibido golpes contundentes en la cabeza. Connor Stoll llevaba dos flechas en su casco, que sobresalían como un par de antenas.

— ¡Las cazadoras ganan! —anunció Quirón sin mostrar demasiado entusiasmo. Luego, entre dientes, agregó: —Por quincuagésima sexta vez consecutiva.

Percy se levantó con evidente molestia y arrojó su casco en la nieve, buscando con la mirada a la responsable de la derrota del campamento. La chica estaba rodeada por las cazadoras, que parecían encantadas de verla. Sin embargo, Percy apenas dio un par de pasos hacia ella cuando se desató el caos.

—¡Perseus Jackson! —vociferó Thalia, acercándose.

El aire olía a huevos podridos, y la ira emanaba de Thalia, causando chispas en su armadura. Todos retrocedieron ante la visión de su escudo, la Égida. Percy tuvo que reunir toda su fuerza de voluntad para no encogerse también.

—¡En nombre de todos los dioses, ¿en qué estabas pensando?! —gritó Thalia.

Percy apretó los puños. Ya había tenido suficiente aquel día malo y no necesitaba más problemas.

—¡He capturado la bandera, Thalia! —gritó mientras agitaba la bandera ante su rostro—. Vi una oportunidad y la aproveché.

—¡Yo ya había llegado a su base! —exclamó Thalia con voz alta—. Pero su bandera había desaparecido. Si no te hubieras entrometido, habríamos ganado.

—¡Había demasiadas cazadoras cerca de ti!

—Ah, ¿así que es mi culpa?

—Yo no he dicho eso.

—¡Argggg! —Thalia lo empujó con tal fuerza que Percy recibió una descarga tan intensa que lo lanzó tres metros más allá, directamente al centro del arroyo.

Varios campistas ahogaron gritos de sorpresa, y un par de cazadoras apenas lograron contener la risa.

— ¡Perdona! —se disculpó Thalia, pálida—. No pretendía...

Pero antes de que pudiera terminar su disculpa, una ola del arroyo se estrelló en el rostro de Thalia, empapándola de pies a cabeza.

—Ya —refunfuñó Percy mientras se ponía de pie—. Yo tampoco quería...

Thalia jadeó de rabia y blandió su lanza, preparándose para arremeter contra él, cuando un látigo de metal se enrolló alrededor de la lanza y se la arrebató de las manos.

—¡Suficiente! —gritó una voz femenina detrás de ellos—. ¿Cómo esperan ganar si se comportan como dos críos pequeños?

Tanto Percy como Thalía, junto con todo el campamento, se giraron para ver a la misteriosa chica.

—¿Quién demonios te crees para quitarme mi lanza? —masculló Thalía enojada. Se encaminó hacia ella, decidida a enfrentarla o quizás golpearla, o tal vez ambas, cuando la chica dio un paso al frente, alejándose de la protección que las cazadoras habían formado a su alrededor, y alzó la cabeza con determinación.

—Sabes muy bien, Lía, que no te tengo miedo.

Percy observó cómo Thalía se detenía en seco y palidecía.

—¿To... Tori? —murmuró incrédula, pero Percy escuchó claramente.

Tori...

Ese nombre le sonaba de algo. ¿No era ese el apodo que Annabeth y Luke usaban para recordar a su difunta amiga de la infancia? La que había muerto en una misión junto con su compañero.

No, eso sería demasiado descabellado incluso para los dioses, debió haber oído mal... ¿no?

Confundido, Percy observó cómo la chica se reía y se quitaba el casco de penachos rojos, dejando que su larga cabellera castaña cayera sobre sus hombros esbeltos.

Finalmente, Percy pudo ver su rostro. Se trataba de una chica de su edad que nunca antes había visto. Y créanme, si la hubiera visto antes, Percy jamás habría olvidado su rostro: una nariz respingona, labios delgados de un rosado natural, cejas arqueadas y definidas, cabello castaño, largo y ondulado, y unas espesas pestañas oscuras que enmarcaban unos cautivadores ojos color café. Cero maquillaje en aquella piel de porcelana.

Y cuando ella sonrió a Thalía, Percy sintió cómo le faltaba el aire. Su sonrisa... por los dioses, era como si estuviera viendo perlas brillantes en lugar de dientes.

La chica era hermosa. Muy hermosa. Sin embargo, Percy no pudo evitar mirarla con recelo al notar que estaba rodeada de cazadoras.

—Hola, Lía —saludó la chica, aún sonriente. Thalía, por otro lado, seguía en estado de shock.

—¡Tori!

Percy se volvió y vio a su mejor amigo, Grover, salir de entre un grupo de campistas para correr en dirección a la castaña. Ella sonrió aún más ampliamente y envolvió a su amigo mitad cabra en un cálido abrazo.

—¡Grover!

—¡Por los dioses! ¡Estás viva! —exclamó Thalía, recuperándose de su sorpresa y arrojándose sobre ella. La castaña rió a carcajadas, aunque retrocedió un paso al oler el gas impregnado en la ropa empapada de Thalía.

—¡Lía! ¡Apestas!

Sin embargo, Thalía no refunfuñó ni se ofendió por el comentario; más bien, se abalanzó sobre ella con una sonrisa malvada y la envolvió entre sus brazos bajo las quejas de la castaña, quien, a pesar de aguantar las arcadas, le devolvió el gesto con alegría.

Percy no era el único desconcertado en ese momento. Algunos campistas observaban al trío sin entender lo que estaba sucediendo. Sin embargo, los campistas más antiguos seguían mirando a la chica como si fuera un fantasma.

—No puedo creer que seas tú —habló Grover, mirando a la castaña de arriba a abajo, perplejo, con los ojos nublados por lágrimas que amenazaban con brotar en cualquier momento—, ¿cómo es posible? Los dioses dijeron que...

—Que habías muerto —agregó rápidamente Thalía, sin darle tiempo a la castaña para responder a su amigo—, que saliste de misión y que no... que tú no... —su voz se entrecortó, mostrando la dificultad para terminar esa oración.

—Lo sé, pero estoy bien —respondió ella—. Es una larga historia que luego les contaré. Pero ahora estoy aquí. Estoy de regreso.

Ambos chicos sonrieron con felicidad y la abrazaron de nuevo.

Fue entonces que sus ojos cafés se posaron en él, y a Percy le faltó poco para perder el equilibrio en ese mismo lugar. Sus ojos no eran llamativos como los de Annabeth o Thalía, pero le transmitieron a Percy una tranquilidad tan profunda que parecía que le decían que jamás podría olvidarlos.

Percy tragó saliva cuando la castaña se separó de sus amigos y se acercó a él, sin apartar la mirada de la suya.

—Tú debes ser Percy Jackson, escuché mucho sobre ti en el Olimpo. Sobre todo de tu padre.

—¿En serio? —preguntó él, un tanto receloso. No había olvidado tan fácilmente que gracias a ella habían perdido contra las cazadoras.

—Sí, Poseidón alardeó mucho sobre tu destreza con la espada, aunque debo diferir con él; Creí que me darías más pelea.

—Y yo creí que ningún campista sería capaz de traicionar al campamento —acusó Percy.

Ella sonrió aún más, lo que hizo que Percy se pusiera nervioso.

—Yo no traicioné a nadie. Solo ayudé a unas amigas en desventaja; ustedes eran quince, ellas trece. ¿Acaso eso era justo?

Percy no supo qué decir ante eso, pero Thalía sí lo hizo.

—Espera un segundo, ¿eres amiga... de ellas? —preguntó Thalía, incrédula, señalando a Zoë y a las cazadoras.

—Ay, Lía —rió ella—, ¿no seguirás molesta con Zoë por lo de hace años, verdad?

Sin embargo, Thalía no respondió nada y miró mal a las cazadoras que se habían agrupado detrás de su líder, mirando ceñudas a los demás campistas.

—Supongo que eso responde mi pregunta —dijo ella, suspirando, y luego se giró nuevamente hacia Percy—. Por cierto, soy Victoire, Victoire Lau...

—Laurent, lo sé —aseguró él—. También he escuchado sobre ti.

—Espero que sean cosas buenas.

—Pues...

Sin embargo, Percy no pudo terminar lo que iba a decir cuando vio que alguien, o más bien algo, se acercaba a ellos.

Victoire giró en su lugar, desconcertada al ver el gesto pálido del pelinegro, y jadeó atónita al ver lo mismo que él; una turbia niebla verdosa impedía ver de qué se trataba exactamente, pero cuando se acercaron un poco más, todos los presentes —campistas y cazadoras por igual— ahogaron un grito.

—No es posible —murmuró Quirón, a quien Percy nunca lo había visto tan impresionado—. Jamás había salido del desván. Jamás.

Victoire dio un paso atrás por inercia, llamando la atención de Percy junto a ella. La castaña estaba pálida y veía al oráculo con cierto temor, cosa que no sorprendió mucho a Percy. La momia no tenía el mejor aspecto de todos, incluso había algunos que tenían pesadillas con ella, o eso había oído.

La momia apergaminada que encarnaba al Oráculo de Delfos avanzó arrastrando los pies hasta situarse en el centro del grupo, donde una niebla culebreaba en torno a sus pies, confiriéndole a la nieve un repulsivo tono verdoso.

Nadie se atrevió a mover ni una ceja. Entonces su voz siseó en el interior de las cabezas de todos.

«Soy el espíritu de Delfos —dijo la voz—. Portavoz de las profecías de Apolo Febo, que mató a la poderosa Pitón.»

El Oráculo observó a Percy con sus ojos muertos. Luego se volvió hacia Zoë Belladona.

«Acércate, tú que buscas, y pregunta.»

Zoë tragó saliva.

—¿Qué debo hacer para ayudar a mi diosa?

La boca del Oráculo se abrió y dejó escapar un hilo de niebla verde. Victoire se estremeció en su lugar al sentir que los recuerdos de su pasado amenazaban con nublar su mente. Apretó con fuerza su puño, lastimándose en el proceso con sus uñas, y se recordó el verdadero motivo por el cual estaba ahí. Tragó saliva y observó con los nervios en punta la vaga imagen de una montaña que el oráculo les mostraba. Pero al observar de cerca, notó que en la áspera cima se encontraba una chica, quien era la mismísima diosa Artemisa, cargada de cadenas y sujeta a las rocas con grilletes. Permanecía de rodillas con las manos alzadas, como defendiéndose de un atacante, y parecía sufrir un gran dolor.

El Oráculo habló:

Seis buscarán en el oeste a la diosa encadenada.
Uno se perderá en la tierra sin lluvia,
el azote del Olimpo muestra la senda,
campistas y cazadoras prevalecen unidos,
a la maldición del titán uno resistirá con
la bendición de la que protege,
uno perecerá por mano paterna,
Y con ellos, la hija de la leal al rey hallará
la verdad que se le ha ocultado todo este tiempo.

Al oír lo último, Victoire frunció el ceño y volteó a ver a Quirón intrigada, pero éste parecía reacio a mirarla, como si él supiera el significado de lo que el oráculo quiso decir con eso último y no quisiera que ella lo supiera. Un sabor agrio se instaló en su boca.


En medio de un silencio sepulcral, la niebla verde se replegó, retorciéndose como una serpiente, y desapareció por la boca de la momia. El Oráculo se sentó en una roca y se quedó tan inmóvil como en el desván donde vivía, como si fuera a quedarse junto al arroyo durante cien años.

—Genial, creí que tendría más tiempo —masculló Victoire con cierto fastidio. Sin embargo, Percy no había pasado por alto el gesto de miedo que había visto en ella cuando la momia apareció—. Quirón, creo que lo mejor será llevarla de regreso.

—Tienes razón —concordó él—. Percy, Grover, lleven al Oráculo de regreso al desván. Sin protestas —indicó Quirón al ver que ambos jóvenes iban a replicar al respecto.

Percy lanzó una última mirada a Victoire antes de seguir a Grover y tomar a la momia en brazos.

—Bien, creo que lo mejor será analizar la profecía —comentó Quirón hacia el señor D cuando ambos chicos se marcharon. Sin embargo, el dios del vino asintió sin darle mucha importancia al asunto y se marchó hacia la casa grande, diciendo que los vería ahí. Quirón suspiró, agotado, y se giró hacia ella y Thalía—. Reúnan a los líderes de las cabañas, debemos hacer una junta. Tú también ven, Victoire, presiento que esto te incumbe más de lo que me gustaría.

—Y tienes razón —afirmó ella—, no regresé solo porque sí. Pero primero buscaré a Annabeth. Por cierto, ¿dónde está? Creí que estaría aquí compitiendo contra las cazadoras.

No obstante, un mal presentimiento creció en su interior al ver cómo Thalía y Quirón compartían una mirada de complicidad y tristeza. Victoire tragó saliva y miró con miedo al centauro, quien buscaba las palabras correctas para darle la noticia.

Más no había palabras correctas para aquello.

—Tori... Annabeth desapareció hace un par de días.
   

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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️

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