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00. ❪UN JURAMENTO❫

͙۪۪̥˚┊❛ S E M P I T E R N O ❜┊˚ ͙۪۪̥◌
🌿 ⋆。˚ presents to you the prologue ▶❝ the oath ❞ ▬▬ 𝗮 𝗽𝗲𝗿𝗰𝘆 𝗷𝗮𝗰𝗸𝘀𝗼𝗻  𝗳𝗮𝗻𝗳𝗶𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻 🔱 © 𝗐𝗋𝗂𝗍𝗍𝖾𝗇 𝖻𝗒 𝖻𝖺𝗋𝖻𝗌 ✨

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A SUS CATORCE AÑOS, Victoire había tenido el privilegio de encontrarse ante los dioses en tres ocasiones. La primera vez fue durante una emocionante excursión en el solsticio de invierno, cuando ella y otros campistas experimentados del Campamento Mestizo fueron seleccionados para visitar el majestuoso hogar de los dioses. La segunda ocasión ocurrió después de completar su segunda misión asignada por el Oráculo de Delfos, una tarea que se esperaba que cumpliera con éxito, como correspondía a una hija de Nike, la diosa de la Victoria.

Tanto Zeus, el todopoderoso señor de los cielos, como su madre, la leal seguidora de Zeus y diosa guerrera, la felicitaron efusivamente por su valiente y exitosa encomienda.

Sin embargo, en esta tercera ocasión, Victoire se encontraba en el impresionante Salón de los Tronos, frente a doce pares de ojos divinos, sintiendo cómo sus piernas amenazaban con fallarle. A diferencia de las ocasiones anteriores, no estaba allí con sus compañeros campistas ni para recibir felicitaciones. Por el contrario, aguardaba el veredicto que los dioses impondrían en su contra.

—¡Es suficiente! —vociferó el señor del Olimpo con una voz tan poderosa que hizo temblar a Victoire en su lugar.

Ella buscó desesperadamente los ojos claros de su madre, quien, a pesar de no tener un trono en la sala, se mantenía de pie junto al trono más grande, situado en el centro de la disposición en forma de U. Nike no solo era conocida como la diosa de la Victoria, sino que también era una leal seguidora de Zeus, el Rey de los dioses, y su más fiel guerrera en la batalla. Por ende, Zeus apreciaba a Victoire debido a la estima que le tenía a su madre.

Y eso, naturalmente, le había traído ciertos privilegios que no comprendía del todo.

Zeus, quien había logrado silenciar a todos los demás dioses presentes en la majestuosa sala, consiguiendo que detuvieran sus conversaciones y prestaran atención a su gesto, como si estuviera a punto de empuñar su arma maestra.

Victoire observó con cautela cómo Ares bufaba y regresaba a su trono con una expresión de desinterés. Atenea, por otro lado, miraba a su padre con evidente desaprobación, claramente en desacuerdo con su decisión que iba a tomar. Apolo, en cambio, parecía disfrutar de la situación y le lanzó una sonrisa a Tori, quien apartó rápidamente la mirada, sintiendo cómo sus mejillas se encendían. No podía negar que el atractivo del dios la hacía sentir cohibida.

Sin embargo, entre todos los presentes, había una diosa cuyos ojos parecían dagas dispuestas a apuñalarla una y otra vez en todo su cuerpo. El odio que emanaba de sus orbes oscuros, idénticos a los de Keegan, era tan intenso que Victoire sintió el impulso de huir de allí tan rápido como pudiera. Y créanme, era rápida; no quería estar allí. De hecho, no entendía cómo había llegado allí. Según todos los cálculos, debería estar muerta. Su alma debería estar descomponiéndose en el Hades.

Pero no era así. Estaba viva y esperaba frente a los dioses un veredicto. La culpa que sentía en ese momento era abrumadora, y apenas sabía cómo mantenerse en pie.

Sus ojos comenzaron a picar, una señal de que estaba a punto de derramar lágrimas de nuevo, pero hizo uso de toda su fuerza de voluntad para contenerlas. Debía ser fuerte. Debía aceptar lo que fuera que viniera a continuación.

―Victoire ―la llamó Zeus. Esta bajo la cabeza y apoyó mejor su peso en su rodilla. Llevaba mucho tiempo arrodillada, pero no iba a soltar queja alguna―, estás hoy aquí presente porque la diosa Némesis pide que seas castigada por tus actos. Tus decisiones en esta última misión no fueron las más acertadas, por lo...

―¿¡Acertadas!? ―bramó la diosa Némesis en cólera―. ¡Por su culpa mi hijo está muerto! ¡Ella lo mató con su propia espada! ¡Su sangre mancha sus asquerosas ma...

―¡Silencio! ―vociferó Zeus poniéndose de pie. Tal vez fue su imaginación, o no, pero la gran figura de Zeus había aumentado de tamaño al levantarse. Victoire tragó saliva y apartó la mirada de él―. Si sigues interrumpiendo, Némesis, serás expulsada de la sala y la chica será libre de irse.

La diosa de la venganza apretó los dientes con enfado, pero no volvió a emitir ninguna palabra. Bajó la cabeza.

―Bien, antes de dictar la decisión final, ¿tienes algo que decir, Victoire, sobre lo que hiciste?

Victoire respiró profundo a pesar de que sentía un gran nudo en la garganta y levantó la mirada. Tenía tantas cosas que decir respecto a lo sucedido en su última misión: como por ejemplo que ella no se acordaba cómo habían terminado así las cosas. Cómo que no entendía cómo la situación se salió de control y terminó con la sangre de Keegan en sus manos. Que la culpa la llevaría con ella como un recuerdo inolvidable de lo que hizo. Que la carga de sus acciones sería un recordatorio de la atrocidad que había cometido. Que era un monstruo.

Pero lo único que salió de sus labios fue un...

Lo lamento tanto...

Una suave ráfaga meció los mechones sueltos al costado de su pómulo, y al girar el rostro hacia atrás, vislumbró una flecha dorada incrustada en la pared de mármol blanco, mientras en el suelo, bajo esta, yacía una daga con un mango de piel de serpiente.

―¡Nike! ―bramó Zeus cuando la diosa se abalanzó sobre Némesis con su espada en mano. Su madre acorraló a la diosa de la venganza contra la pared, con el filo de su arma apuntando a su garganta.

―¡¿Cómo te atreves a atacar a mi hija delante de mí?! ―vociferó su madre con los ojos centelleando de furia―. ¡Cobarde! ¡Atacar a una niña desarmada!

Pero la diosa acorralada no mostró ni un atisbo de arrepentimiento, lo único que lamentaba era haber fallado en su cometido.

Matarla.

Victoire sentía que en cualquier momento su corazón abandonaría su pecho. Si no hubiera sido por Apolo, que actuó con celeridad, estaría desangrándose en ese mismo momento en el suelo del salón. Estaría muerta; varios dioses se levantaron con la intención de intervenir entre ambas diosas, ya que la violencia física estaba prohibida en el salón de los tronos, pero no fue necesario tomar medidas, pues su madre soltó bruscamente a Némesis y dio un paso atrás.

―No seré yo quien derrame sangre en este sagrado salón e infrinja las leyes de mi señor ―masculló y se giró hacia Zeus―. Mi más sinceras disculpas, mi señor ―y volvió a tomar su lugar junto al trono de este. Sin embargo, su mirada mortífera no se despegó de la diosa.

El señor del Olimpo, por su parte, estaba colérico. El cielo sobre sus cabezas se cubrió de nubes grisáceas, ocultando por completo las hermosas constelaciones doradas. El sonido ensordecedor de los truenos hizo que Victoire pegara un brinco y se estremeciera en su lugar.

―Has cruzado la línea, Némesis —espetó Zeus con voz gélida—. Quedas expulsada de esta reunión y tu petición será ignorada. Victoire regresará al Campamento Mestizo sin castigo alguno.

―¡No! ¡Merece morir por lo que hizo! —vociferó Némesis en cólera—. ¿¡Acaso no recuerdas lo que pasó con tu hija!? ¡Ella estuvo ahí! ¡Tu hija sacrificó su vida por... —señaló a Victoire—, por ella, tu hija está muerta, al igual que el mio.

―¡No hables de lo que no sabes! Mi hija sacrificó su vida como una heroína. Luchó para salvar a sus compañeros.

―Y ella mató al suyo —masculló Némesis señalando a Victoire—. ¿En serio la dejarás ir así, nada más?

Pero ni Zeus ni ningún otro dios respondió a su pregunta. La respuesta era bastante clara. Némesis rió con sorna, y viendo que el Rey no haría nada al respecto, lanzó una mirada mortífera a Victoire y dio un paso hacia ella.

Victoire no se movió de su lugar.

―Disfruta de la protección que tienes aquí en el Olimpo, Victoire Laurent, porque no durará mucho. Me vengaré, juro por el río Estigia que me vengaré por lo que hiciste.

Afrodita jadeó escandalizada. Atenea abrió los ojos atónita ante su atrevimiento. Artemisa contuvo la respiración mientras que la sonrisa de su mellizo se desvanecía de su hermoso rostro. Hermes frunció el ceño con molestia mientras que Hefesto apretaba los puños con fuerza. Hera, la diosa del matrimonio, inspiró y miró con gesto preocupante a su esposo, quien había aumentado su tamaño y se alzaba sobre su trono con el rostro deformado por la ira.

―¡¿CÓMO TE ATREVES A... ?! —pero Némesis solo sonrió con altivez y desapareció envuelta en un humo negro segundos antes de que Nike pudiera abalanzarse sobre ella.

Victoire no fue consciente del estruendo a su alrededor. Sus piernas perdieron fuerza, haciendo que su rodilla no pudiera sostener más su peso y cayera al suelo. Todo a su alrededor giraba en una danza lenta y sombría, y podía sentir la bilis subiendo por su garganta. La diosa de la venganza había pronunciado uno de los juramentos más poderosos del mundo solo para vengarse de ella.

No había escapatoria.

Estaba condenada.

Estaba maldita a sufrir lo que sea que la diosa némesis tuviera planeado para ella.

―Victoire...

Sin embargo no fue consciente de que Zeus le hablaba hasta que el dios de los cielos disminuyó su tamaño para posarse frente a ella. Su mirada azul y tormentosa, como una noche relampagueante, la miraban con profunda seriedad.

―Estarás bien. Ni tu madre, ni ninguno de nosotros permitiremos que ese juramento se cumpla —aseguró él con tono severo, aunque la sorpresa aún perduraba en Victoire. Desvió su mirada marrón de él hacia los demás dioses, y cada uno asentía con determinación ante las palabras de Zeus—. A partir de hoy te quedarás en el Olimpo con tu madre, no volverás al Campamento Mestizo ni te comunicarás con tus amigos. Para ellos, será como si hubieras muerto en tu misión. Nadie, ni semidiós ni monstruo, debe saber que estás aquí. ¿Entendido?

Victoire frunció el ceño, desconcertada. ¿Por qué se molestaban en proteger a una simple mestiza como ella? Ninguno de los dioses se preocupaba realmente por sus hijos, como los mestizos no reclamados del Campamento podían confirmar. Victoire era una simple mestiza, hija de Nike, ¿qué tenía de especial ella? ¿Por qué se tomarían la molestia de protegerla de esa forma tan seria?

Por supuesto, no iba a recibir ninguna respuesta a sus incógnitas en ese momento.

Y tampoco las obtendría hasta años después.

—Sí, señor —respondió ella.

La aceptación de su destino había comenzado a hundirse en su corazón, y una mezcla de emociones la invadió. Sentía gratitud por la protección que le ofrecían, pero también una profunda incertidumbre sobre el real motivo detrás de esta atención inusual. ¿Qué destino le aguardaba en el Olimpo? ¿Cómo sería su vida viviendo junto a los dioses? Sabía que debía sentirse halaga, no cualquiera tenía la oportunidad de vivir entre los doce grandes, aprender de ellos, ver su día a día con sus propios ojos y no detrás de los relatos, pero Victoire no podía sentir otra cosa que no fuera pesar.

No volvería campamento.

No volvería con sus amigos.

«Oh dioses, Luke...» pensó en su mejor amigo, quien seguramente quedaría destrozado cuando el señor D diera la noticia de su "muerte" durante la cena, en el pabellón del campamento.

Esa noche, mientras se acurrucaba en su nueva habitación divina en el templo de su madre, mirando por la ventana las estrellas que habían reaparecido en el cielo, Victoire sintió una extraña sensación en el pecho. Era como si estuviera en medio de un cuento de hadas retorcido, donde las respuestas se ocultaban en las sombras y el futuro se extendía ante ella como un misterio insondable. Por primera vez, la antigua sensación de seguridad del Campamento Mestizo se desvanecía, reemplazada por la incertidumbre y la inquietud.

Sin embargo, algo en su interior le decía que, pese a la oscuridad que la rodeaba, había sido elegida para algo más grande de lo que jamás había imaginado.

Y no estaba segura de querer eso.

En la absoluto.

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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️

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