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彡🕯️EP. 9

⇢ ˗ˏˋ 🪞┋CAPÍTULO NUEVE ⊹.˚
« el roble durmiente »

ANDREAS SE DESPERTÓ temprano. Por lo general, solía levantarse poco antes del amanecer para hacer algo de ejercicio antes de dirigirse al periódico, y el hecho de acostarse más tarde no cambió esa costumbre. A su pesar, abrió los ojos y su mente se olvidó de inmediato del sueño que estaba teniendo, y se despejó tan rápido como siempre.

La habitación, totalmente desconocida, lo sorprendió, y tardó unos segundos en recordar dónde estaba. En la casa familiar de lord Bridgerton, claro. Aubrey Hall. Con Eloise Bridgerton, que debía seguir dormida en algún lado, en esa habitación con un escritorio atestado de pequeños párrafos llenos de ilusión.

Se levantó, se arregló y bajó, procurando no hacer ningún ruido.

Pese a la luna llena, en su paseo de la noche anterior apenas había conseguido distinguir los alrededores de la casa, y sentía curiosidad por verlo todo bien. La señorita Bridgerton no había sido muy generosa en detalles durante el viaje, pero sí lo suficiente como para despertar su interés.

Amanecía cuando salió de la casa, y no pudo ni dar dos pasos antes de detenerse, fascinado. La luz del sol le iba revelando un mundo tan hermoso que resultaba casi sobrecogedor, como si fuera imposible asimilar tanta belleza. En esa zona, el río dibujaba una larga curva que cortaba un bosque de chopos negros cubiertos de musgo que parecía territorio de leyendas y magias antiguas. Solo se oía el rumor del río y, de vez en cuando, el leve susurro de la brisa, que parecía acudir en respuesta.

Andreas inspiró profundamente, llenándose de aquel aire tan limpio y puro, y, tras dudar un momento sobre adónde dirigirse, decidió acercarse al árbol que embelleció el lugar. Estaba en el jardín trasero, de modo que rodeó el edificio siguiendo un camino de losetas blancas.

El bosque era hermoso, y el río, y todo aquel paisaje maravilloso que la propia naturaleza había creado en una labor de largos milenios. Pero, en el jardín de Aubrey Hall, se percibía la impronta sensible y vivaz del ser humano. Todo allí estaba cuidado con esmero: los parterres de flores, la pequeña fuente a un lado, los banquitos dispersos por la zona, flanqueados por frondosas madreselvas y por rosales silvestres cuajados de escaramujos...

Todo ello formaba una especie de entorno de cuento de hadas alrededor del gran roble de aspecto antiguo, cuyas largas ramas se extendían a lo largo de metros. Andreas caminó por la hierba hacia él, y no tardó en divisar un par de columpios colgando de algunas de las más firmes. Sonrió. Por supuesto, los Bridgerton eran una familia numerosa desde tiempos del fallecido Lord Bridgerton, y tanto el nuevo vizconde como sus otros hermanos tenían hijos, seguro que todos esos pequeños disfrutaban mucho de aquel lugar.

A los pies del árbol había una estela de granito dorado. «Un lugar fuera del tiempo y a un paso de la magia», podía leerse en ella, escrito con letras de piedra negra, probablemente obsidiana.

—Era algo que solía decir mi padre, sobre este sitio. —Oyó. Andreas se giró y vio a Eloise en los límites del camino de losetas. Llevaba un vestido de mañana, muy sencillo, en un suave tono gris. El recogido informal, con rizos sueltos, la hacía ver encantadora—. Él decía que el abuelo construyó esta casa para mi abuela. Cuando se quedó viudo, lo abandonó todo y vino a vivir aquí sus últimos años. Mi padre también fue enterrado aquí, juntó a ellos, por  petición propia en el testamento que dejó. Bajo esa losa, en las raíces del árbol, están sus tumbas, y por eso apodamos al árbol «el roble durmiente», así, por ellos. —Sonrió con tristeza—. Duermen.

—Los echa de menos.

Ella pareció dudar. —Si le digo la verdad, no lo sé. —Caminó hasta quedar a su lado, y miró la lápida—. Por supuesto que, a mi padre lo echo de menos cada día, y su perdida fue un suceso irreparable para nuestra familia. Pero a mi abuela apenas la recuerdo, yo era muy pequeña cuando murió. A mi abuelo sí, pero no tuve mucha opción de pasar demasiado tiempo en su compañía. —Una sombra oscureció aquellos ojos maravillosos, y Andreas lo comprendió al oír que añadía, en un susurro—: Creo que, si lo pienso bien, solo tengo reproches.

—¿Y eso?

—Solía traer a Anthony aquí, y pasaban largas temporadas juntos, pero supongo que las niñas no le inspirábamos el mismo interés. Papá era alguien con una personalidad más flexible, pero el abuelo no veía con buenos ojos que fuera tan permisivo con sus hijas, y casi siempre terminó cediendo a sus reproches para evitar conflictos.

Andreas la miró comprensivo. —¿Lo lamenta?

—Sí. Me hubiera gustado que también me trajesen a mí. Daphne ya era más mayor y sus intereses siempre se encontraban más en Londres que en casa, Francesca era muy pequeña por aquel entonces, no se daba cuenta de nada, y Hyacinth ni siquiera había nacido aún, pero... —Se encogió de hombros—. Anthony se veía mucho más feliz, diferente, cuando regresaba. Y me hablaba de este sitio, de las cosas del bosque que le habían enseñado mi padre y mi abuelo, y yo me moría de envidia, porque me quedaba sola en una casa rodeada de sirvientes estirados que me seguían a todas partes para vigilar que no hiciera algún desastre. Pero nunca se lo dije, a ninguno de ellos, por supuesto.

—Entiendo.

—¿Sabe? Siempre he querido escribir, pero creo que fue esa la única etapa de mi vida en la que he deseado haber nacido hombre. Seguro que entonces hubiesen compartido este paraíso conmigo.

—Pues yo me alegro de que no sea un hombre —replicó Andreas, antes de pensar realmente en lo que estaba diciendo. Ella lo miró sorprendida; luego hizo un mohín sumamente coqueto.

—Me había dado la impresión de que yo no le gustaba.

—Ni pizca. —Andreas sonrió y ella le devolvió el gesto—. Lamento lo ocurrido, todo, a veces me he comportado como un bruto. Y le agradezco que me ofreciese este escondite y que viniera conmigo, aunque ambos sabemos que supone un riesgo enorme para su reputación. Ha sido muy amable de su parte.

—Es muy posible que usted me salvara la vida. Pienso que, como poco, estamos en paz. —Lanzó una risita suave entre dientes—. Aunque creo que mi madre le diría que, en una dama, es más importante la reputación que la vida.

Él se echó a reír. —Admiro mucho a lady Bridgerton, es una gran dama, pero raramente estoy de acuerdo con ella.

—Me pasa igual. —Eloise hizo un gesto hacia la casa—. ¿Ha desayunado ya, señor Gysforth?

—No. Reconozco que me he levantado hace nada.

—Yo también. Me desperté y no podía volverme a dormir. Y eso que, anoche, estábamos agotados.

—Cierto. Pero este sitio es especial. He dormido de maravilla.

—Y yo. Pues no sé si se dio cuenta, con mi cena improvisada, pero lamento comunicarle que no sé nada de qué hacer y cómo en una cocina. Si quiere que le queme un poco de pan con huevos abrasados...

—Mmm... —Arqueó ambas cejas—. No, gracias. Prefiero aprovechar la ocasión para mostrarle una de mis mejores habilidades. Con un par de huevos, unos tomates, algo de panceta y poca cosa más, voy a hacerle un desayuno que no olvidará nunca.

Ella se echó a reír. —¿En serio? ¡Sabe cocinar! Perfecto, todavía es posible que sobrevivamos a esta aventura. —Empezaron a caminar juntos hacia el edificio—. Luego le enseñaré la casa y los alrededores, si quiere.

—Sería estupendo, gracias. —Miró a un lado y al otro, primero al río, luego al bosque, pasando por aquella casa señorial que los enlazaba—. Ya que tengo que estar escondido unos días, me alegro mucho de que haya sido en un lugar tan hermoso como este.

—Gracias. ¿Cuándo cree que deberíamos ir al pueblo?

—Eh... no sé. —¿Se planteaba ir ella misma? Seguro que lo había entendido mal. Si la reconocían, se montaría un escándalo considerable—. Sir Arian dijo que esperásemos un par de día, incluso más. Que no nos arriesgásemos.

—Lo sé. Pero me gustaría tranquilizar cuanto antes a Anthony. Estará muerto de preocupación.

—Sí, por supuesto. Iré pasado mañana, como muy tarde.

—Perfecto. Sé que él suele contratar a un muchacho para enviar mensajes a Londres. Podemos buscarlo.

Definitivamente, se estaba apuntando a la excursión. Andreas la miró con una ceja alzada.

—¿Piensa venir? ¿No la conocen a usted allí?

—No. No he ido desde niña. Creo que tenía diez años la última vez que fui. Dudo que me recuerden... —Giró los ojos en las órbitas, según su gesto habitual—. Ni siquiera por mis ojos.

Él sonrió, pero siguió indeciso.

—Aun así... Quizá debería ir solo.

—¿Y eso? ¿Quiere quedarse con toda la diversión? Ni hablar. Iremos los dos. Si tiene miedo, diremos que somos un matrimonio... —Se lo pensó un segundo—. Los Fanning, esos seremos. Harold y Florence Fanning. Usted trabaja para Anthony y nos ha cedido la casa para... —se ruborizó, pero lo dijo— para nuestra luna de miel.

Andreas la miró asombrado. —No sé, milady...

—Nada de milady, Florence Fanning no es noble. Y deberíamos tutearnos. Soy Florie para ti, de hecho, desde aquella tarde de otoño en que entraste en la sombrerería de mi padre porque el viento se había llevado tu sombrero. Tenías una reunión de negocios muy importante, necesitabas de inmediato otro. Y nos enamoramos nada más vernos. —Andreas pensó que si seguía mirándola con tal intensidad, se ahogaría en aquellos ojos maravillosos. Qué hermosa historia, la de los Fanning. Qué enamorados estaban. Cómo los envidiaba en esos momentos. Eloise sonrió—. Fue cosa del destino, ambos lo decimos a menudo.

—Así es —musitó él, fascinado—. Del destino...

Eloise sonrió. —Vamos, inténtalo estos días, Harold —dijo, con amabilidad—. Una vez que empieces, no será tan difícil.

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