彡🕯️EP. 6
⇢ ˗ˏˋ 🪞┋CAPÍTULO SEIS ⊹.˚
« la verdad detrás del misterioso escritor »
ANDREAS TUVO ALGUNOS problemas a lo largo de la tarde, con retrasos continuos que alteraron todos sus planes. Por eso, para cuando llegó a Brooks's, quedaban apenas un par de minutos para el inicio del evento.
Se sorprendió al comprobar que se había formado en la puerta una pequeña cola de caballeros, mientras el portero, acompañado de otro empleado, comprobaba las invitaciones. Buscó con la vista a Lewis Hamilton, el dibujante al que había avisado del encargo, pero no logró localizarlo por ninguna parte.
—¡No imaginaba que se reuniría tanta gente! —Oyó decir a alguien. Él tampoco, y se sintió, a la par, envidioso y contento.
Estaba bien que se reconocieran los méritos a quienes estaban haciendo lo posible por hacer público lo que sucedía en la sombra del mundo; el problema era Hendrix, como siempre.
«Tienes que superarlo», se dijo. No podía sentirse así, era injusto. Ese hombre no tenía la culpa y, además, hacía un excelente trabajo. Se tenía merecido su éxito.
De no tener tan poco tiempo para disfrutar del suyo propio, del que pudiera conseguir... Su acuerdo con su tío implicaba que, en cuanto tuviese que hacerse cargo del título, dejaría por completo toda ilusión profesional. Tendría que ser el marqués de Pemberton el resto de su vida, y dedicarse a la vida ociosa, algo que odiaba, o como mucho, unirse al Parlamento, afrontando con él la tarea de intentar mejorar el país desde su posición privilegiada, algo no tan sencillo como pudiera parecer.
Lo cierto era que la política le resultaba tan aburrida como la vida ociosa, y mucho más frustrante.
—¡Es Hendrix! —Oyó de pronto—. ¡Es John Hendrix! ¡Ha venido!
La gente empezó a agitarse a su alrededor, todos con los ojos fijos en un individuo menudo y esbelto que se encontraba en las escaleras. Al parecer, había entregado su invitación, y habían oído su nombre. John Hendrix.
Las exclamaciones de sorpresa se fueron extendiendo en aquel oleaje, mientras se informaban unos a otros de que, finalmente, aquel tipo escurridizo estaba allí esa noche. Así que había ido, se había presentado, pese a los riesgos. «Cómo no», pensó Andreas. Debía resultar difícil renunciar a aquella muestra de reconocimiento público.
Observó con curiosidad al tipo, que tuvo que volverse a saludar desde el umbral de la entrada del club, dado el clamor que había levantado. La zona estaba bien iluminada, así que pudo hacerse una idea clara de su aspecto.
Parecía poca cosa, la verdad, no el hombre de acción, atlético y recio que había imaginado. De hecho, o mucho se equivocaba, o no era más que un muchacho, un crío con un bigotillo ridículo. ¿Cómo había conseguido infiltrarse por Whitechapel sin que le rompieran esa nariz tan delicada?
Entonces, John Hendrix giró el rostro hacia él y Andreas se topó con sus ojos.
Grandes. Inmensos. Redondos.
Inolvidables.
¿Eloise Bridgerton?
—No puede ser... —susurró Andreas. No, qué va. ¡Menuda tontería! Lo que pasaba era que aquella mujer se le había metido en la cabeza de tal modo que ya no podía por menos que verla incluso en una situación así, tan increíble. ¡La señorita Eloise Bridgerton allí, vestida de hombre y dispuesta a colarse en un sanctasanctórum masculino, un club de caballeros!
¡Demonios, qué absurdo!
Y, sin embargo, cuando las pupilas del tal Hendrix se toparon con las suyas, y vio cómo se sobresaltaba, no se sintió sorprendido.
Era ella. Por supuesto que era ella.
Claro, por eso su enfado por las crónicas sociales, y por eso aquella filípica sobre el sentido del periodismo. Ella se ocultaba bajo un nombre falso y ya se pensaba que ir de frente era fácil, y que estar empleado en un periódico implicaba escribir lo que a cada uno le daba la gana.
¡Ojalá!
¡Y ojalá se le hubiera ocurrido a él lo del seudónimo!, se reprochó por enésima vez, enfadado consigo mismo.
Hermosa y valiente, así era la señorita Bridgerton. Y una loca. ¿Cómo se le ocurría presentarse allí de ese modo? Empezó a avanzar en su dirección, sin saber muy bien qué iba a hacer una vez que la alcanzase, pero Eloise debió sospechar sus intenciones. Dio media vuelta y cruzó el umbral. ¡Ja! Si se pensaba que iba a poder escabullirse estaba muy equivocada. Andreas aceleró, apartando con más o menos educación a la gente de su camino.
Un brazo lo sujetó con firmeza por el hombro. —¿Eh? —Se giró, sorprendido, y se topó con el rostro serio de sir Arian Creepingbear. Un lord se lo había presentado cuando investigaban el paradero de su hermana—. ¿Sir Arian? ¿Qué demonios...?
—Gysforth —dijo el otro por todo saludo, y como medio de cortar las preguntas de Andreas para imponer las suyas, con apremio—: ¿Ha visto a lord Bridgerton? ¿Sabe si está por aquí, si iba a venir esta noche?
—No. ¿Por qué?
—Maldita sea... —Sir Arian oteó la multitud con preocupación—. Porque vamos a tener serios problemas.
—¿Algo que ver con la señorita Eloise Bridgerton?
Los ojos del investigador giraron hacia él con curiosidad.
—¿Por qué dice eso?
—Quizá porque acabo de verla subiendo esa escalera vestida de hombre, mientras todo el mundo afirmaba que se trataba de John Hendrix.
Sir Arian pareció muy contrariado. —Es usted muy perspicaz, amigo mío.
—No tiene demasiado mérito. Coincidimos ayer en una fiesta y tiene unos ojos... Bueno, inolvidables.
—Ya. —Sir Arian agitó la cabeza—. Sí, es ella. Metida en un buen problema, y todo por mi culpa. Lord Bridgerton va a matarme... —suspiró—. Voy a tener que contar con usted y con su discreción para ver si podemos salir más o menos incólumes de esta, Gysforth.
—No se preocupe, cuenta con ella.
—No lo digo solo por el escándalo que supondría que usted publicase algo así. Esto es mucho más grave.
—¿Qué ocurre?
Sir Arian tomó aliento antes de hablar. Ya con eso, Andreas supo que no le iba a gustar lo que venía a continuación.
—Hoy me he enterado de que todo esto es una farsa.
—No le entiendo...
—Oh, demonios, no me extraña. Creo que es mejor que empiece por el principio, le haré un resumen rápido. Hightower no sufrió una apoplejía, fue asesinado.
El corazón de Andreas dio un brinco en su pecho.
—¿Qué?
—Lo mataron, Gysforth. Lo sé con toda certeza, me lo ha confesado uno de los individuos que intervino en el crimen. Me extrañó saber que el ama de llaves de Hightower había hablado a algunas de sus vecinas de que había cobrado una pequeña herencia, justo después de morir su señor y dos días antes de que la atropellase un carruaje desbocado.
—Pobre mujer. Quizá el dinero se lo había dejado él.
—No. No hay constancia de herencia alguna, lo comprobé. Y como soy un hombre suspicaz, decidí investigar más a fondo el asunto. Desenterré el cuerpo de Hightower...
—¡¿Que hizo qué?!
—No es lo peor que he hecho en la vida, se lo aseguro. Me acompañó un médico amigo mío, y ambos pudimos constatar el estado del cuerpo. Tal como sospechaba, había muerto por los golpes recibidos en una paliza.
—Dios mío...
—Visto lo visto, hice correr el rumor de que pagaría bien por cualquier información; y uno de los participantes en el asalto a Hightower, un maleante de poca monta, se puso en contacto conmigo. Nos hemos reunido hace una hora, en Whitechapel.
—¿Y?
—Por lo que parece, entraron en casa de Hightower con la intención de conseguir que les dijese quién era Hendrix y dónde encontrarlo. Pero, por desgracia para él, Hightower no lo sabía. Cuando se les fue el asunto de las manos y lo mataron sin querer, hubo pánico, porque el famoso «Rey en la noche» no debe ser alguien dotado de mucha indulgencia que digamos.
—Me lo creo.
—Y yo. Estaban en un buen aprieto, y todo fue un tanto... caótico. Organizaron el entierro y pagaron al ama de llaves para que guardase silencio, pero no se sentían tranquilos, así que terminaron matándola también. Pero, por lo que me ha dicho ese hombre, a alguien se le ocurrió un nuevo plan: organizar un evento en nombre del fallecido, en el que se diera un premio importante a Hendrix. Eso, esperaban, lo forzaría a presentarse. A él o a su secretario, al que también han intentado atrapar, sin mayor éxito.
—Oh, maldición. —Andreas sintió un espasmo de miedo. Miró hacia el club—. Y es la señorita Bridgerton. Y ha venido.
—Así es. Y le aseguro que me siento frustrado y furioso, porque yo mismo le conseguí la documentación falsa a nombre de Hendrix que está usando en estos momentos. Era para su amigo, el que actúa como mensajero, pero ha sufrido un problema familiar y ella decidió presentarse directamente.
—Está loca. Y usted es un imprudente. ¿Cómo se le ocurre alentarla así? ¿Ayudarla en esa locura?
Sir Arian alzó ambas cejas, en absoluto impresionado por su indignación. —Yo aliento a todo el mundo a hacer lo que cada cual crea conveniente, señor Gysforth. Y las razones de su enfado me parecen poco... aceptables. Si la señorita Bridgerton fuera un hombre, usted no me estaría reprochando nada.
Andreas apretó los labios, pillado en falta. La cuestión de la igualdad femenina empezaba a tener impulso en Estados Unidos y bastante en Inglaterra, y nadie mejor que él para saber que la literatura era un campo en el que no importaban los géneros, solo el talento. Eloise Bridgerton no hubiese debido tener ningún obstáculo para realizarse como escritora, en el género que fuese. Y, pese a haberlo tenido, había logrado triunfar. Era admirable.
«Ella es John Hendrix», se dijo, asumiéndolo de verdad por primera vez. Aquella pluma ágil, culta y tremendamente irónica, tan agradable de leer y tan bien documentada, pertenecía a la señorita Eloise Bridgerton.
Pues no, no improvisaba ripios, precisamente...
—Tiene usted razón —reconoció—. Lo lamento, no debí ponerme así. Es solo que me angustia que pueda estar en peligro.
—No se preocupe, lo entiendo mejor de lo que cree. —Se inclinó ligeramente hacia él y bajó el tono—. Mire con disimulo hacia la izquierda.
Andreas obedeció. Ya era totalmente de noche, y las lámparas de gas iluminaban la amplia calle alejando un poco las sombras. Aparte de una mujer situada bajo una de las farolas, el grupo congregado frente a la entrada de Brooks's era la única vida que pudo distinguir en varios metros. Una pequeña multitud de hombres de la profesión que hablaban animadamente entre ellos. Reconoció muchos de los rostros, aunque no todos.
—¿Se refiere a la mujer?
—No. Esa es Katya. Es la doncella de la señorita Bridgerton. Una joven tan intrépida como su señora. —Algo en el tono le indicó que aquella joven no le resultaba indiferente, pero no era momento de ponerse a comentar inclinaciones románticas—. Luego me ocuparé de ella.
—Bien. —Siguió buscando. Iba a admitir su incapacidad para captar nada anormal cuando, en el último momento, sus ojos se fijaron en un coche estacionado cerca de la esquina. Un hombre permanecía de pie a su lado, los ojos fijos en la puerta donde había desaparecido Eloise, aunque según lo miraba hizo un gesto a alguien.
Andreas siguió la dirección y sus ojos se toparon con dos individuos mal encarados que se mantenían en un aparte. De no haber visto sus rostros hubiera creído que era dos periodistas más, por los trajes elegantes sin exceso, apropiados para un evento como el que se celebraba esa noche.
Pero, tras contemplarlos, pensó que hubieran encajado más en un combate de boxeo, en un callejón esperando a alguien para cobrar una deuda o entrando sigilosamente en una casa para dar una paliza a un viejo editor.
Matones, y de la peor calaña.
Estaban mirando hacia la entrada del club con expresiones pétreas. Por alguna razón, le provocaron un escalofrío.
—¿Qué quiere que haga? —preguntó.
Sir Arian sonrió. —No pide más detalles, va a la acción. Se nota que es usted americano.
—Soy londinense.
—Ya no. Pero volverá a serlo, si se esfuerza. —Señaló con la cabeza hacia el edificio—. Entre en Brooks's y saque de ahí a la señorita Bridgerton. No use la puerta trasera, me consta que también hay un tipo de vigía. Salgan por una ventana.
—¿Por una ventana? ¿Me lo dice en serio?
—Por completo. Nos reuniremos al otro lado. Hay un callejón junto a una librería...
—La conozco. Sé a qué se refiere. Nos esconderemos allí.
—Bien. Yo acercaré mi coche todo lo posible y me reuniré con ustedes. Con suerte, esta noche saldremos adelante sin más inconvenientes.
—¿Y mañana?
—Eso, señor Gysforth, aún está por verse.
—Vale. —Andreas miró al elegante edificio—. Por una ventana, ¿eh? Pues qué bien. Tenía pensado ser miembro de este club algún día.
—Considere la posibilidad de apuntarse a White's.
Andreas no pudo evitar una risa, pese a las circunstancias. Sir Arian se alejó sin más y él entró en Brooks's, gracias a la invitación del periódico, y siguió las indicaciones de un camarero para llegar a la sala donde ya se estaba celebrando el evento.
El director del Albion Daily, un periódico de reciente creación del que se decía que contaba con buenos fondos de importantes inversores, estaba haciendo las veces de presentador. Hablaba de Hightower, de sus muchos méritos a lo largo de sus más de treinta años de periodista, y de la colaboración estrecha con aquella nueva estrella que también homenajeaban esa noche.
—El joven mundo de la publicación periódica está de luto —dijo, para terminar—. Ha perdido a uno de sus nombres más respetados y admirados. Mas, aunque nos apene, debemos aceptarlo, porque todos sabemos que la vida es nacimiento y pérdida, pero también renovación. Y ese gran hombre que fue Hightower supo dar apoyo a una nueva generación de periodistas, entre ellos al hombre cuya labor hemos premiado y que hoy homenajeamos. Alguien tan enigmático y misterioso como aparentemente concienzudo en su trabajo. Poco podría decirles de él, y no tiene sentido perder el tiempo en algo así, porque este es un momento trascendental. —Hizo una ligera pausa, con una gran sonrisa—. Sin más, los dejo con el señor John Hendrix.
Aplausos. Al otro lado de la sala, la señorita Bridgerton se levantó de una de las mesas, saludando a diestro y siniestro y con intención de dirigirse al estrado. Se había quitado el abrigo. ¿Cómo no veían que era una mujer, y una auténtica belleza, además? Era solo cuestión de tiempo, seguro que estaban todos pensando que había algo raro en aquel individuo.
Andreas pensó con rapidez. Estaba demasiado lejos, no le daría tiempo a interceptarla, y al hacerlo solo lograría empezar un altercado.
Sin pensárselo dos veces, avanzó con zancadas largas y subió al estrado. —¡Buenas noches a todos! —Sonrió, ante el silencio repentino que se hizo a su alrededor. La señorita Bridgerton se había detenido y lo miraba consternada—. Está bien, lo admito. Yo soy John Hendrix.
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ღ𝒥ennymorningstarღ
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