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彡🕯️EP. 15

⇢ ˗ˏˋ 🪞┋CAPÍTULO QUINCE ⊹.˚
« corriendo detrás de ti »

ELOISE ENTRÓ EN SU DORMITORIO y caminó a oscuras hasta detenerse en el centro. Qué desastre, en qué problema había metido a todo el mundo por su soberbia y su presunción. Porque, allí, en la negrura de una noche de tormenta, no podía engañarse a sí misma. No había creado a Hendrix para limpiar el mal del mundo, lo había creado para disfrutar ella, para escribir, que era lo que más le apasionaba en la vida.

Ahora, Anthony y Andreas iban a tener que pagar por ello.

—No. No. No.

No podía permitirlo. Y la única forma de salvarlos era entregarse ella antes. Debía volver a Londres, y sin que Andreas se enterase, porque no se lo permitiría.

Rápidamente, se vistió, se sujetó el cabello en un moño sencillo con unas horquillas y se puso un abrigo. Era de buen paño, pero si tenía que viajar a Londres a caballo a esas horas y con ese tiempo, necesitaría algo más. Cogió una manta para taparse bien, sombrero y bufanda de lana y dos pares de guantes.

Luego, fue a por la lámpara que había dejado sobre la mesa, junto a la ventana. Al hacerlo, vio algo abajo, a través de los cristales empañados por la tormenta. Fue un movimiento más que otra cosa, algo que le dejó la impresión de forcejeo. Había alguien fuera. Pero ¿quién? El corazón le dio un vuelco y el miedo la inundó.

—¡Andreas! —gritó, corriendo hacia la escalera. Descartada la idea de irse en sigilo. Quería alertarlo, tenían que irse, y juntos, de inmediato—. ¡Andreas! ¡Tenemos que...!

Eloise se detuvo de golpe en mitad de la larga línea de peldaños. Al pie, como esperándola, había un desconocido. Ella lo miró aterrada; él, con ligera curiosidad.

—¿Quién es usted? —le preguntó ella. El hombre curvó los labios en una sonrisa.

—La cuestión, en todo caso, es quién es usted —dijo. Su voz tenía una suavidad extraña—. Baje, por favor, señorita Bridgerton. Tenemos que hablar.

Ella tardó un par de segundos en reaccionar. Bajó, tensa, pero mantuvo la distancia.

—¿Dónde está Andreas?

—Me temo que el señor Gysforth está en una posición complicada, por eso iba a buscarla. Es un hombre muy testarudo. Por más que intento darle una oportunidad, afirma ser John Hendrix. Supongo que quiere protegerla. —Se llevó una mano al corazón—. Lo entiendo. Pero ambos sabemos que no puede hacerlo. Ha llegado el momento de confesar y aliviar el peso del alma, milady.

Eloise sintió un escalofrío.

—Eso no...

—Venga conmigo, por favor.

El hombre se dirigió a la puerta, salió al exterior y fue hacia el río. Aturdida, Eloise fue detrás. En esos momentos llovía con menos intensidad, pero hacía frío y la sensación de humedad resultaba abrumadora. No tardó en tener el pelo húmedo y el moño empezó a deshacerse. Los tacones de los botines se le clavaban en la tierra convertida en barro.

En la orilla, cerca del muelle, Eloise distinguió varias figuras iluminadas por unas lámparas. Tres hombres. No, cuatro. Uno estaba de rodillas y lo tenían maniatado y sujeto entre dos, con la cabeza sumergida en el agua. El desconocido y ella estaban ya muy cerca cuando lo liberaron lo suficiente como para que pudiera incorporarse a coger aire.

Era Andreas.

—¡Andreas! —exclamó horrorizada, y trató de correr hacia él, pero el hombre que la había guiado la sujetó por un brazo. Era muy fuerte.

—No, por favor. No se acerque. Como le digo, el señor Gysforth está así por ser muy testarudo. Me pregunto si usted también lo será.

—¡Eloise! —Lo oyó gritar a él, medio ahogado—. ¡Vete! ¡No digas nada y vete! ¡Ve al pueblo! Consigue un caballo y...

El desconocido hizo un gesto y sus hombres volvieron a sumergir la cabeza de Andreas. Eloise sintió que algo se desgarraba en su interior.

—¡No! ¡No, por favor! ¡Suéltenlo!

—No podemos. Hemos venido a por John Hendrix, y no voy a irme sin él. Y el señor Gysforth insiste en que lo es. ¿Acaso tiene usted algo que decir al respecto? —Eloise le mantuvo la mirada, horrorizada. Aquel hombre sabía que era ella. Estaba forzándola a confesar—. La escucho, milady.

—Haga que lo saquen.

—No. Si es John Hendrix, ya ha tenido su último aliento. —Los segundos pasaban. Eloise sentía el corazón desbocado—. ¿Va a dejarlo morir? ¿De verdad?

—Sáquelo.

—Ya le he dicho que...

—Yo soy John Hendrix.

Su voz sonó más firme de lo esperado. Bien. El hombre la miró un momento, con ligera satisfacción e hizo un gesto. Sus secuaces sacaron la cabeza de Andreas del agua. Eloise jadeó de puro alivio. Ahora la matarían a ella, pero no le importaba. Al menos, Andreas estaba a salvo.

—Un placer conocerlo, señor Hendrix —dijo el hombre, con una sonrisa—. Llevo mucho tiempo buscándolo. Permítame decirle, antes de nada, que admiro mucho su estilo. —Ella lo miró aturdida. ¿En serio iba a felicitarla por lo bien que escribía antes de matarla por hacerlo?—. Su pluma es un arma muy peligrosa.

—Gracias, supongo. ¿Qué va a hacer?

Él tardó un par de largos segundos en replicar. —Hable con su hermano, milady. Dígale que el «Rey en la noche» acepta su propuesta.

—¿Qué? —La oferta. Anthony, vendiendo su alma al diablo—. ¡No! ¡No metan a Anthony en esto!

—Milady, tiene suerte de contar con él o estaría ya en la orilla, con el señor Gysforth. Los dos muertos, cualquier día de estos, flotando en el río. O quizá nunca se volviera a saber de ustedes. El Támesis a veces es muy traicionero. No se imagina la de cuerpos que nunca devuelve.

Ella entrecerró los ojos.

—Monstruo. No se saldrán con la suya.

—¿No? Supongo que no. —Miró hacia la orilla, donde Andreas estaba recuperando el aliento—. No dudo de que me espera un final mucho menos piadoso que este. Pero, por el momento, el poder de hacer justicia no está en sus manos, milady, y este asunto termina aquí y ahora.

—¿Es usted el «Rey en la noche»?

—No. Me concede demasiada importancia. Solo soy uno de sus instrumentos.

—Ya veo. No sé si...

—No volverá a escribir sobre el «Rey en la noche» —la interrumpió él, frío y cortante como el filo de un cuchillo—. Ni ahora ni nunca, con ningún seudónimo, o haré que lo lamente. Y, esta vez, sabríamos dónde mirar desde el principio, señorita Bridgerton. Le aconsejo que no provoque más nuestra ira. —Se acercó tanto que pensó que iba a besarla, aunque se negó a retroceder. Por los ojos del hombre pasó un destello de admiración—. Solo va a recibir una advertencia.

Ella decidió no replicar. El hombre esperó unos momentos más, hizo un gesto a sus hombres, y se alejaron. No tardaron en perderse entre las sombras, como si nunca hubieran existido.

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ღ𝒥ennymorningstarღ

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