彡🕯️EP. 14
⇢ ˗ˏˋ 🪞┋CAPÍTULO CATORCE ⊹.˚
« ante el peligro, la valentía emerge »
LA TORMENTA NO SOLO NO CEDIÓ, sino que aumentó de intensidad a lo largo del día. Andreas preparó primero el almuerzo, luego el té y luego la cena, y hasta los subió en bandejas que dejó junto a la puerta de Eloise. En todos los casos, llamó con los nudillos, suavemente.
—Deberías comer algo. —Silencio helado—. Lo dejo aquí. No seas niña, come.
No sirvió de nada. En todos los casos tuvo que retirar las bandejas con la comida intacta y fría. Pero, a pesar de todo, estaba seguro de haber hecho bien. Alentar aquella relación, tal como estaban las cosas, solo podía llevar a que Eloise terminase con el corazón roto.
Como el entorno era paradisiaco, el tiempo había sido excelente y estaban ellos solos, tendían a olvidar el peligro que corrían. El que corría Andreas, en concreto, puesto que el tal «Rey en la noche» debía seguir pensando que él era Hendrix. Si lo encontraba, lo mataría. No se le ocurría ninguna otra alternativa a semejante circunstancia: lo mataría. Mejor que Eloise lo odiase, así no sufriría por ello.
Pero lamentaba tanto estar así... El día, a diferencia de los anteriores, pasó lento y aburrido. En los ratos en los que no preparaba una comida que nadie quería, Andreas se dedicó a mirar la lluvia a través de la ventana. Incluso cuando llegó la noche y ya no veía nada, excepto las gruesas gotas que cruzaban el cristal, siguió allí inmóvil. En algún momento, se quedó dormido...
Unos fuertes golpes lo despertaron.
—¡Señor Gysforth! ¡Milady!
Aturdido, Andreas se puso en pie. ¿Qué ocurría? Mientras se dirigía a la puerta, reconoció por fin la voz de Todd. Al abrir, lo encontró allí, empapado bajo la tormenta, con un bulto aferrado bajo el brazo.
—Demonios, Todd. Pasa. ¿Por qué no te quedaste a dormir en Londres?
—Quería... quería llegar cuanto antes —replicó el chico, tiritando.
—Ven junto al fuego. Voy a prepararte un vaso de leche caliente.
—Prefiero un whisky, si no le importa. Aunque sea bajito, tengo mis años. —Andreas rio mientras lo acompañaba hasta un butacón frente a la chimenea. Todd se quitó el sombrero, empapado, y lo dejó junto al fuego. Se agachó para acercar las manos a las llamas, resoplando. Él se dirigió hacia el mueble de las bebidas—. No puedo quedarme mucho, solo me he detenido para entregarles el paquete y decirles que he hablado con lord Bridgerton. Ha leído su carta y les envía esto.
Se incorporó para mostrar lo que llevaba aferrado: un paquete bien envuelto en cuero impermeabilizado. Para mayor seguridad, lo había llevado por debajo del abrigo. Andreas clavó los ojos en él.
—Yo lo cogeré —dijo una voz femenina a su espalda. Eloise había salido de su dormitorio por fin y se encontraba al pie de las escaleras, con una bata de encaje que Andreas deseó poder arrancarle del cuerpo. Llevaba el cabello suelto sobre los hombros. ¡Demonios, qué hermosa estaba! ¿Así cómo iba a cumplir su promesa de mantenerla alejada para que sufriese el menor daño posible? Caminó lentamente hacia Todd—. Gracias, Todd. Jamás olvidaré este servicio.
—Ha sido un placer, milady. —El muchacho le entregó el paquete y Eloise caminó con él hasta sentarse en un butacón frente al fuego. Todd la estudió algo ansioso—. Espero que no le importe que use el tratamiento. Milord me puso al tanto de la situación. Puede estar tranquila, señorita Bridgerton, su secreto está a salvo conmigo.
—Gracias, Todd. Está bien, no te preocupes. Florence Fanning no existe, nunca ha existido. Yo soy la señorita Eloise Bridgerton.
Andreas apretó los labios. ¿Podía doler más que asesinasen así a un personaje que ni siquiera había llegado a vivir un día entero? Él, por lo menos, echaría mucho de menos a Florie. A los Fanning y su bonita historia de amor.
—¿Has notado algo durante el viaje? —preguntó, adusto, sobre todo por dejar de darle vueltas a aquello.
Todd lo miró directamente. No hubo necesidad de más aclaraciones.
—Creo que en Londres me seguían. Di unas cuantas vueltas y me parece que logré despistarlos, pero estoy casi seguro de que estaban vigilando Bridgerton House.
—Dios mío... —susurró ella.
—Era de esperar —dijo Andreas, queriendo consolarla, pese a la frialdad con la que le devolvió la mirada. ¿Cómo era posible que alguien que había sentido tan cerca pareciera ahora tan distante? Se había abierto un abismo inmenso entre ellos. «No me importa», se dijo. Por ella, soportaría cualquier cosa. Incluso su odio—. No te preocupes. Lord Bridgerton sabrá cómo llevar esta situación. —Durante unos segundos se sostuvieron la mirada y él se sintió extrañamente turbado—. ¿No vas a abrir el paquete?
—Sí, por supuesto. —Eloise apartó el envoltorio. Su contenido resultó ser un número de The Times—. Mmm...
—Hay una carta dentro —le dijo Todd a Eloise—. Pero milord insistió en que leyesen primero el periódico. —Ella asintió. Todd volvió a coger el sombrero, que apenas había empezado a secarse—. Y, con esto, espero que me disculpen, pero debo irme. Quiero llegar cuanto antes a casa. Mi padre estará preocupado.
—Lógico. —Andreas le palmeó amistosamente la espalda—. Muchas gracias, Todd. Tiene que haber sido duro ir y volver tan rápido.
—Oh, en realidad ha sido un placer, incluso pese a la lluvia. —Se encogió de hombros, como disculpándose—. Disfruto mucho cabalgando. Además, lord Bridgerton siempre es muy generoso. Estoy contento, no se preocupe por eso.
—Me alegro. —Señaló hacia la salida—. Te acompaño hasta la puerta. —Cuando volvió, después de haber asegurado la cerradura, encontró a Eloise todavía inmóvil. Andreas titubeó—. ¿No vas a abrirlo? —insistió. Dado que ella siguió sin hablar, añadió—: ¿Quieres que te deje sola?
—No. No, por favor. —Eloise se frotó la sien izquierda con la mano; en la otra, sostenía el periódico doblado—. Perdona, no me... no estoy acostumbrada a sentirme así. Pero quiero que sepas que me consta que no tienes culpa alguna. Nadie está obligado a sentir nada por nadie. Y, al menos, esta mañana fuiste honorable, no... aprovechando la ocasión.
—Eloise...
—No importa, no volveremos a hablar de esto. Se me pasará.
«Oh, Dios mío», pensó él, con el corazón encogido, pero se limitó a asentir.
—Veamos qué envía tu hermano.
Eloise extendió el periódico y cogió al vuelo el sobre que estuvo a punto de caerse, en el que solo ponía «Eloise». En un primer momento, ninguno de los dos le concedió demasiada atención, porque ante sus ojos, a toda portada, pudieron leer dos titulares destacados:
«DESVELADO EL MISTERIO DE JOHN HENDRIX» y «MUERE EN EXTRAÑAS CIRCUNSTANCIAS EL MARQUÉS DE PEMBERTON».
—Pero ¿qué demonios? —exclamó Andreas, y le arrebató el periódico.
Leyó en voz alta la noticia sobre la muerte de su tío, sintiéndose casi enfermo, con ganas de vomitar. El artículo no proporcionaba demasiados detalles. Al parecer, el marqués había salido con sus perros, a primera hora de la mañana, en su paseo diario, y no había vuelto para la hora habitual. Los criados esperaron un tiempo prudencial antes de alarmarse y avisar a las autoridades.
El cuerpo del marqués de Pemberton había sido encontrado horas después por la patrulla de búsqueda que se había organizado. Estaba flotando en el río que pasaba por Pemberton Park y todo parecía indicar que lo habían ahogado. No había habido testigos, ni habían encontrado más pistas que las huellas de botas de varios hombres en el barro. Nadie sabía nada.
«Me están buscando», pensó Andreas. Y habían tenido la audacia de asesinar a un marqués para intentar sacarle información. ¡Por Dios! Estaba claro que era gente que no tenía miedo por nada, ni límites. ¿En qué basarían sus fuerzas? Algo debían tener, para ser tan osados.
—Ha sido él —dijo Eloise, con desmayo, en un susurro—. El «Rey en la noche». Va a matarme.
—¿Qué? ¡No! —Andreas se agachó junto a su sillón y le cogió una mano—. No, Eloise. Por encima de mi cadáver. No te asustes. Yo te protegeré.
Ella agitó la cabeza. —¡Me siento tan tonta! Debí ser más cauta. Más sensata.
—Fuiste valiente. Hiciste lo que yo hubiera querido hacer, pero no me atreví, esa es la verdad. Eres admirable, Eloise, y si nuestra sociedad tiene una oportunidad de mejora, es gracias a gente como tú. No lo olvides nunca.
Eloise sonrió apenas. —Gracias. —Extendió la mano para recuperar el periódico—. ¿Quieres que lea yo la otra en voz alta?
—Sí, por favor —la animó. Eso la ayudaría a superar el miedo. O eso esperaba, porque también estaría relacionado con aquel canalla.
Efectivamente, en ella se hablaba de lo sucedido el día de la entrega de premios, con la intervención de Andreas Gysforth asegurando que Hightower había sido asesinado. Parecía tener algún tipo de asociación con un tal Tiffler, un desconocido hasta ese momento. Algunos testigos habían declarado que cabía la posibilidad de que fuera una mujer, pero los encargados de Brooks's lo habían negado rotundamente.
Un par de días después de los hechos, el tal Tiffler fue visto bebiendo demasiado en una taberna de Whitechapel. Allí, confesó ser John Hendrix y alardeó de sus logros. Según testigos, cuando abandonó el local, varios hombres lo siguieron. Su cuerpo fue descubierto al día siguiente, flotando en el Támesis. Había muerto por una fuerte paliza. Tuvieron que reconocerlo por la ropa, algo que resultó sencillo, porque llevaba el chaleco del revés para evitar que se viera una mancha, tal como explicó también en la taberna, durante su discurso.
En todo caso, el asunto podía haber quedado como un intento más de confundir a la gente de no ser porque, en la habitación miserable que Tiffler tenía en un mal barrio, encontraron numerosos borradores de los artículos de John Hendrix, con lo que no quedó duda: era él. Y lo habían matado.
—Esto es... terrible —dijo ella, al terminar la lectura—. ¿Quién sería ese Tiffler? ¿Y qué significa eso de que había borradores de los artículos en su habitación? Eso es imposible...
Andreas señaló el sobre que Eloise había dejado sobre la mesita.
—Seguro que tu hermano lo explica en su carta. —Eloise asintió, lo cogió y lo abrió—. Si quieres leerla a solas...
—No, no hace falta. Dudo de que me sermonee ahora. Me llamará loca, como has hecho tú ya muchas veces, pero para reñirme esperará a tenerme a salvo y frente a él —suspiró, resignada a ello—. Lo leeré en voz alta.
Sacó un par de hojas de papel y empezó:
Querida Eloise:
Espero que estés bien. Yo tengo el corazón en vilo con todo este asunto, pero voy a dejar los muchos reproches que te tengo reservados para un momento mejor. Ahora lo único que importa es que estés a salvo y que se solucione todo esto cuanto antes.
Fue buena idea que eligieses Aubrey Hall como escondite. Reconozco que lo pensé, fue una de las posibilidades que se me pasaron por la cabeza cuando sir Arian me contó cómo estaban las cosas, pero preferí no arriesgarme a intentar ponerme yo en contacto, por si me vigilaban. He escrito ya a los guardeses para que no aparezcan por ahí hasta el mes que viene.
Por supuesto, les he dicho que voy a ir con mis amigos, como he hecho otras veces. No he querido contar nada a nadie, ni siquiera enviarte a Katya, por si acaso, pero confío en tu madurez para que sepas manejar la situación. He mandado a Bath a Daphne, Francesca, Hyacinth y a Kate, las acompañaron Madre y lady Dangbury. Creo que con eso será suficiente para mantenerlas a salvo, aunque sir Arian ha contratado a un par de hombres para vigilarlas con discreción. A ti iremos a buscarte en unos días, cuando me asegure de que todo se ha tranquilizado.
Mientras, por favor, permanece encerrada en la casa. Todd me ha dicho que estabas en el pueblo cuando Gysforth lo contrató, que simulabais ser un matrimonio. ¿Cómo se te ocurre? ¿No te das cuenta del riesgo que corres? Y no me refiero solo a los hombres de ese submundo a los que tanto has soliviantado.
Si alguien descubriera que estás ahí, en esas condiciones, con un hombre que no es tu marido, no dejaría de hablarse de la escandalosa aventura de la señorita Eloise Bridgerton hasta el final de los tiempos. Sería tu fin. Bueno, no, no lo sería porque yo obligaría a Gysforth a casarse contigo fuera como fuese...
¡Ah, sabes que no es cierto, no sé para qué digo nada! Jamás te obligaré a casarte si no lo deseas, te hice una promesa y pienso cumplirla pese a todo. Quédate ahí y no salgas. Preferiría que Gysforth se fuera a la posada del pueblo, o a cualquier otra parte, porque no me gusta la idea de que esté ahí contigo, pero pienso es que mejor dejar las cosas tal cual. Al menos, él te procurará alguna protección.
Confío en él y, sobre todo, confío en ti. No mencionaré más el tema.
Si ocurriera algo, cualquier cosa, ve al pueblo y habla con Todd. Tiene instrucciones para mantener preparados un par de caballos en todo momento. Con ellos pueden huir y esconderse en otro lado, y el procedimiento sería el mismo: tendrías que avisarme cuanto antes, pero sin arriesgarte. Ahora mismo, mi tranquilidad no importa, solo tu seguridad.
Te iba a enviar el periódico para que vieras lo que hemos hecho sir Arian y yo para solucionar el tema, pero me quedé atónito al ver la noticia del tío de Gysforth. Es importante que la lea. Imagino que también sospechará que ha sido cosa de ese «Rey en la noche», y las razones de hacer algo así. Que tenga mucho cuidado.
Y, como te decía, lo que hemos hecho sir Arian y yo... Vas a tener que disculparme, pero revisamos tu habitación y utilizamos tus borradores para organizar la de John Hendrix en Whitechapel. Por si alguien recordaba a Tiffler, Katya lo encarnó en esa taberna, necesitábamos ese aire femenino que ninguno de nosotros podía aportar. Yo, que estaba allí, también disfrazado, con sir Arian, tengo que reconocer que lo hizo de un modo soberbio. Claro que sir Arian se preocupó mucho de prepararla bien.
Usamos luego un cadáver que sir Arian consiguió en un hospital, el de un hombre pequeño, de envergadura semejante a la de Katya, muerto en una pelea de boxeo clandestina. Las hay, aunque no lo creas, sin norma un límite, con resultados espantosos como ese.
También he hecho una propuesta al «Rey en la noche» para solucionar este asunto, espero que la acepte. De ser el caso, Gysforth y tú quedan libres, aunque no deberían volver a escribir del tema de «Bajolondres», jamás. Ya veremos. Sir Arian y yo mantenemos todos nuestros contactos alerta, y supongo que tendremos noticias pronto. De momento, permanezcan escondidos. Sean cautos. Sabes que, si se descubre que estás ahí sola con él, tu reputación no se recuperará nunca, y me temo que Madre tampoco.
Vale, lo sé, dije que no iba a volver a mencionarlo. Te mando todo mi afecto. Estoy deseando darte un abrazo.
Tú hermano, que te quiere,
Anthony
Tras terminar la lectura, se hizo un silencio profundo. Eloise miró a Andreas.
—¿Qué piensas?
Él agitó la cabeza. —Que tu hermano va a vender su alma al diablo por nosotros. —Eloise había iniciado todo y Andreas se había puesto en primera línea de fuego al actuar de tal modo aquella noche. Por lo que sabía del «Rey en la noche», tenía buena memoria y era perseverante hasta el fin. Si lord Bridgerton negociaba con él, sería pagando mucho, y quedaría en una posición muy vulnerable—. El asunto no se va a resolver tan fácil.
—Yo también lo creo. —Dejó pasar un par de segundos de silencio antes de añadir—: No puedo permitir que Anthony haga acuerdos con ese hombre, Andreas.
—Lo sé. Lo entiendo.
—Por la mañana, en cuanto claree, volveré a Londres. —Se puso en pie, con la carta en la mano—. Soy una mujer adulta que tiene que asumir las consecuencias de sus actos.
Andreas agitó la cabeza. —Todos tendremos que hacerlo. Está claro que huir no es la solución.
—No. —Se dirigió a la escalera, pero se detuvo en el primer peldaño para mirarlo, y sus pupilas parecieron quedar clavadas entre sí, atrapando mentes y corazones. Andreas sintió que algo muy fuerte crecía en su interior—. Pero no me arrepiento de haber venido, de haber tenido la oportunidad de conocerte de este modo, Andreas Gysforth, y quiero que sepas que, si te pasa algo, no me lo perdonaré nunca. —Él parpadeó, conmovido—. Siento haber estado enfadada. No tengo derecho a ello, pero creí que avanzábamos en un sentido y me dolió cuando vi que me equivocaba...
—No pasa nada.
—No. Pero de verdad que pienso que, de haber sido las cosas de otro modo, tú y yo hubiésemos podido... Bueno, no sé. —Inclinó la cabeza—. Supongo que da lo mismo.
Empezó a subir. Andreas se quedó allí unos segundos y luego se sentó frente al fuego, consternado por todo lo ocurrido. Sobre la mesita estaba el periódico, abierto por la portada, y sus pupilas se clavaron en el titular de su tío:
«MUERE EN EXTRAÑAS CIRCUNSTANCIAS EL MARQUÉS DE PEMBERTON».
Él era ahora el marqués de Pemberton. Los días de The Times habían terminado. No, era más que eso: su carrera como periodista había sido absolutamente ridícula. Ya no podría escribir y lo buscaban para matarlo por algo que no había escrito.
—Demonios... —susurró, frotándose el rostro con ambas manos. Si se dejara llevar subiría para estar con Eloise esa última noche. Le haría el amor hasta el alba y luego la llevaría con su hermano y trataría de organizar un encuentro con...
Un ruido lo sobresaltó. Andreas alzó la cabeza.
—¿Eloise? —preguntó.
Nada.
Además, el sonido había venido de otro lado, quizá de la cocina. Podía haberse caído algo, pero...
Al ver surgir al desconocido de las sombras del fondo de la sala, se puso en pie de un salto. Al fondo, distinguió las formas de dos más. Su primer impulso fue preguntar quiénes eran, pero lo encontró absurdo. Estaba claro: Todd no había llegado a despistarlos, solo habían decidido seguirlo en la distancia, por si de ese modo podían localizarlos a Eloise y a él.
El que se había adelantado, exponiéndose a la luz de la chimenea, tenía el aire peligroso de los hombres acostumbrados a cobrar por matar a otros. Andreas y el matón se miraron durante largos segundos. Por fin, dijo lo único que podía decir:
—Sí, yo soy John Hendrix. Vamos fuera. No quiero que ella se entere.
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