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彡🕯️EP. 13

⇢ ˗ˏˋ 🪞┋CAPÍTULO TRECE ⊹.˚
« corazones intrépidos »

ELOISE NO HABÍA ESTADO SEGURA de si seguirían allí los restos de la construcción, pero tuvo suerte. Aunque mucho más hundida que antes, la estructura seguía manteniéndose en pie, sosteniendo parte del techo, ya casi invisible bajo la vegetación.

Entró, sintiendo la ropa empapada pegada al cuerpo, aunque no sentía frío, ni le resultaba incómodo. Andreas la alcanzó en el último momento y giraron pegados a la pared de piedra húmeda, riendo. No supo cómo o cuándo se detuvieron, simplemente de pronto estaban allí, así, sonriendo y mirándose desde muy cerca, Andreas la retenía contra la pared, entre sus brazos.

Poco a poco perdieron las sonrisas. «Debería tener frío», pensó Eloise. Debería estar incómoda con aquella ropa mojada; debería estar tiritando, desear volver cuanto antes y meterse en una tina de agua casi hirviendo, pero no era así. De hecho, sentía calor, cada vez más, una sensación firme y agradable que no dejaba de crecer. Hasta temió, con repentino pánico, que llegara un momento en que no pudiese contenerla bajo la piel y ardiese toda ella con aquella pasión intensa que la devoraba.

Por suerte, él hizo que dejara de pensar en ello. En ello y en todo.
Andreas se inclinó y atrapó su boca en un beso intenso y posesivo, que la tomó por sorpresa y la llenó de alegría. ¡La estaba besando! ¡Su beso, ese primer beso en el que había pensado tantas veces de jovencita, y que ya había llegado a pensar que no llegaría nunca! ¡Estaba ocurriendo!

¿Y desde cuándo ella lo deseaba con tanta fuerza? De él, solo de él. Más, cada vez más. Más íntimo, más fuerte, más apasionado... El tiempo seguía mostrándose extraño y esquivo, alargándose y acelerándose de modo incontrolable.

¿Cuánto permanecieron así? Una maravillosa eternidad, para el caso, un espacio sin espacios en el que su alma se diluyó y entremezcló con la de Andreas. Luego, sus labios se separaron apenas, lo justo para que sus ojos pudieran mirarse de cerca, sorprendidos.

—Eres una loca —susurró de pronto él. ¡Cómo le gustaba la palabra!—. ¿Por qué tuviste que vestirte así?

—¿Qué?

Eloise se sintió desconcertada. ¿Se refería a su vestido? Era uno de los que guardaba allí, en su habitación de Aubrey Hall. Formaba parte de una colección muy particular, compuesta por su ropa preferida: la que le gustaba y quería conservar, pero que no podía ponerse ya en Londres, porque no estaría bien visto.

La matronas de sociedad aseguraban siempre que si una muchacha repetía vestido en una temporada estaba lanzando un mensaje claro de que había problemas económicos en su familia, y, por lo tanto, o era muy hermosa o no tendría ninguna oportunidad. Y si repetía vestido en distintas temporadas, de que además esperaba que los demás fueran tontos. Pero no era a eso a lo que se refería Andreas.

—Ese traje de hombre. —Le oyó añadir. Parecía preocupado—. ¿Cómo se te ocurre? ¿Y colarte de semejante forma en Brooks's?

Ella frunció el ceño. —Pensaba que ese tema estaba ya olvidado.

—¿Sí? Espera a que tu hermano te ponga las manos encima. Entonces verás si está olvidado.

—Yo me encargaré de él, si no te importa. ¿Y qué querías que hiciera? ¿De qué otra forma hubiera podido colarme en un evento en el que, se suponía, iban a darme un premio a mí? ¿Acaso crees que todo ese grupo de misóginos convencidos de su propia importancia hubiesen invitado a Hendrix de saber que era una mujer?

—No, no lo hubieran hecho. Y supongo que todo gira alrededor de eso, ¿verdad? Querías tu reconocimiento. —Ella no supo si era una pregunta, en realidad. No supo qué replicar—. Dime una cosa: ¿ibas a contarlo? ¿Ese era tu plan, subir al estrado y arrancarte la peluca, mostrar tu melena y gritarle al mundo que una mujer está tan capacitada como cualquier hombre para escribir artículos en un periódico?

—¡No!

Pero, en su interior, sabía que eso era lo que hubiese querido. ¡Estaba tan cansada de tanta infamia! Deseaba gritar a todos aquellos idiotas acuartelados en su club, su santuario a la supremacía masculina, que no eran más que eso, idiotas necesitados de sentirse superiores al precio que fuera, incluso al coste de sacrificar a madres, esposas e hijas.

Le dolían los dedos por tanto contener las ganas de sacudirlos con fuerza, para que espabilasen de una vez y dejasen de poner todas aquellas trabas que tanto la indignaban y la humillaban. Era una mujer, sí, pero podía comerse el mundo entero, igual que cualquier hombre.

—¡Ojalá! —exclamó, al cabo de unos segundos. Él había esperado con paciencia—. ¡Ojalá hubiese sido capaz, ojalá no tuviera conciencia ni remordimientos, ni me importase nadie más que yo misma! —Jadeó—. Pero semejante escándalo hubiera perjudicado a mi familia y a mi hermano, más que a nadie. Así que, no, no iba a delatarme.

—¿Entonces?

—¿Qué quieres que te diga? No sé qué quería. Ver sus caras, supongo. Sentir los aplausos. Saber que, pese a todo, reconocen mi labor de estos últimos años.

—Oh, Eloise... —Andreas alzó una mano y le acarició una mejilla con los nudillos—. Podía haberse producido un desastre terrible.

Sí, eso era cierto. Eloise tragó saliva, incómoda. Como no tenía defensa, decidió contraatacar:

—Pues tú también eres un loco. ¿Por qué tuviste que decir que eras Hendrix? ¡Y sabiendo que todo era una trampa!

—No me quedó más remedio.

Su mirada le dijo que hubiera hecho cualquier cosa, incluso lanzarse a un volcán con los brazos extendidos, con tal de ayudarla.

«¿Ah, sí?».

Lo miró con intensidad.

—A mí tampoco.

Las aletas de la nariz de Andreas temblaron, y asintió.

—Lo sé.

Se inclinó sobre ella, esta vez poco a poco, como dándole tiempo a retirar los labios de así desearlo. No lo hizo, y volvieron a besarse. Antes, el chispazo que los había unido, con las risas y la sorpresa, había sido cálido e intenso, pero también inestable. Ninguno de los dos entendía cómo había empezado ni esperaba que llegase a ninguna parte. No pensaban, sin más.

Pero esa segunda vez, el beso fue dado y aceptado a conciencia. Era como si hubiesen iniciado un camino oscuro y resbaladizo, plenamente conscientes de su peligro, pero decididos a recorrerlo. El calor del contacto se extendió por las venas de Eloise como una marea densa y excitante. No protestó cuando él la arrinconó más todavía contra la pared, apremiante, profundizando el beso con todas sus fuerzas y haciendo que sintiera con firmeza la potencia de su erección. Tampoco cuando sintió que empezaba a subirle las faldas, ni cuando las manos del hombre acariciaron sus muslos desnudos.

¡Sí, sí, sí! Estaba dispuesta a todo. Lo deseaba todo, y allí mismo, rodeados y mecidos por la tormenta. Pero, de pronto, él la detuvo. Lo sintió temblar, estremecido por completo.

—No podemos.

—¿Qué? —replicó aturdida, y la ausencia de lo que no había tenido pero había estado a punto de ser la sacudió con fuerza—. ¡No! ¡No puedes parar! —Pero ya lo había hecho. No entendía nada—. ¿Por qué?

—¿Tengo que decirlo? Tu hermano me mataría. Y tu madre, aunque encantadora, ella me da más miedo aún.

Eloise lanzó una carcajada. —¿Tienes miedo de mi madre? No me lo puedo creer.

—No te rías. Miedo es poco, y tengo razón al sentirlo.

—Pero quieres.

No hubo necesidad de que especificase más. Él asintió.

—Sí. Quiero. Demonios, claro que quiero. —Movió apenas las caderas, para hacer que sintiera con toda claridad el duro bulto de su entrepierna—. Te deseo de un modo que jamás he sentido con nadie. Me duele todo el cuerpo por el esfuerzo que hago para contenerme.

—Yo también. —Andreas sonrió—. Habrá que hacer algo al respecto, entonces. —Él se quedó inmóvil, con gesto hosco—. ¿Andreas? —Nada, no reaccionaba—. Andreas, ¿qué ocurre? ¿He dicho algo que no te haya gustado?

Él se apartó con un paso hacia atrás, y la soltó. Las faldas cayeron y por primera vez sí encontró húmedo y desagradable su contacto.

—Será mejor que volvamos. Te vas a quedar helada.

—¿Qué ocurre? ¿Qué pasa? ¿Acaso te he molestado en algo?

Él hizo una mueca, como renuente a continuar hablando, pero se obligó a ello.

—Creo que vas... que vamos un poco rápido. Estás insinuando que te corteje y... la verdad, no entraba en mis planes buscar ya esposa. No sé si quiero hacerlo, y menos por lo que quizá solo sea un espejismo.

—¿Un espejismo?

—Sí. Esta situación, que nos ha acercado tanto que ha hecho que confundamos los sentimientos. Somos jóvenes, eres hermosa... Claro que te deseo. Pero si vamos a hablar de cortejos, te recuerdo que tengo poco tiempo para hacer lo que de verdad deseo hacer: escribir para un periódico. Ya he comprometido mi futuro, no deseo limitar también el poco que me queda.

Parecía tan incómodo por la idea, por la posibilidad de tener que comprometerse con ella, que Eloise sintió que el calor y la excitación remitían, y el espacio lo ocupaba un conato de enfado. Pues vaya. Encontraba por fin un hombre que le parecía de verdad interesante, y resultaba que era él quien juzgaba molesta la idea de tener que cargar con ella.

Pues ningún hombre iba a tener que cargar con Eloise Bridgerton, jamás. «Ya has tenido tu primer beso», se dijo. «Poco importa si es también el último».

—Lo lamento —dijo, con un encogimiento de hombros—. No me refería a eso, solo a que podríamos plantearnos una relación... diferente.

—¿Diferente?

—Sí, me refería a que fuésemos amantes. —Casi se rio cuando le vio abrir los ojos como platos—. No quiero cortejos. Yo no voy a casarme.

—¿Qué? ¿Por qué?

«Porque eres tonto», pensó ella, pero no lo dijo.

—Porque quiero seguir siendo libre. Quiero escribir, como tú.

—¿Y eso qué tiene que ver? Yo también quiero escribir, pero no por eso voy a convertirme en un monje.

—Por supuesto. Ni yo. Me buscaré un amante. —Se irguió, separándose de la pared, y se abrazó. Definitivamente, había empezado a tiritar—. Pero no serás tú, Andreas Gysforth. Acabo de descubrir que no me gustas tanto como para eso. De hecho, no me gustas nada.

—Eloise...

Le dio igual lo que pudiera querer decirle. Ella salió dando tumbos de las ruinas y caminó rápido hacia Aubrey Hall. Oyó sus pasos detrás, la seguía, pero no intentó volver a hablar. Mejor. Bastante tenía con mantenerse firme.

Por suerte, llovió mucho, lo suficiente como para disimular sus lágrimas y, al entrar en la casa, subió corriendo a su habitación y cerró con llave.

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