
²² ━ 𝐓𝐇𝐄𝐘'𝐑𝐄 𝐆𝐎𝐈𝐍𝐆 𝐃𝐈𝐅𝐅𝐄𝐑𝐄𝐍𝐓
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CAPÍTULO VEINTIDÓS
𝘷𝘢𝘯 𝘢 𝘴𝘦𝘳 𝘥𝘫𝘧𝘦𝘳𝘦𝘯𝘵𝘦𝘴
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(POR FAVOR VOTA Y COMENTA)
MÉLODE SE MORDIÓ las uñas durante toda la mañana. Los últimos días en el Capitolio habían sido un verdadero quebradero de cabeza, una poderosa jaqueca que la consiguió desestabilizar física y mentalmente en todos los aspectos posibles. Por suerte consiguió salir indemne de su estancia en el Capitolio —si cabía la posibilidad de afirmarlo— ya que su cordura había amenazado con quebrarse a lo largo de su estancia.
Estaba deseando volver a casa, al cuatro, donde era feliz. En cuestión de unas pocas horas tomarían el tren de vuelta y pondrían fin a su estancia allí otro año más. Una estancia que resultó ser más caótica de lo que se tenía pensado. Como fuera, antes de marcharse, Mélode pensó en dejarse caer por el gran salón del Edificio de patrocinio para pasar unos momentos a solas. Por la mañana había despertado con Finnick a su lado, su mayor apoyo y tal vez —si se permitía la libertad— su salvador. El rubio le hizo el ofrecimiento de una cálida sonrisa y una última subida hasta la azotea, un último picnic antes de hacer las maletas y marcharse. Ella se negó agradeciendo el gesto, aunque no porque no lo deseara, todo lo contrario, sino porque sentía la necesidad de priorizar la calma que había sido quebrada a lo largo de aquellos últimos dias. Todo cuánto deseaba era estar un rato a solas, sin Librae, ni estilistas ni escoltas que controlaran su intercambio de platos con ojos circundantes. Tenía mucho en lo que pensar porque los últimos días habían sido una montaña rusa de emociones. Si bien su situación mejoró en gran medida, todavía seguía teniendo muy viva su conversación con el presidente Snow, la noche en la mansión de los Kastwell, y el miedo y la congoja que la retuvieron dentro de una oscura celda. Sólo recordarlo le provocaba que un horrible temblor le sacudiera el cuerpo.
No fueron días fáciles para nadie. Ni siquiera la persona más optimista y altiva hubiera podido encontrarle el lado positivo. Sin embargo, está vez se había esforzado por intentar cambiar las cosas y mejorar su situación. Lo había hecho, era una verdad que nadie podía cuestionar. Había hablado con Finnick y... Bueno, todavía no estaba muy segura del resultado de su conversación, pero resultó ser un cambio a mejor, al igual que con Librae, Syrus y Johanna, incluso para ella misma. Ya solo le quedaba volver a casa y arreglar las cosas con su familia. Y por supuesto, echar a patadas a Dorian, el gusano que tenía viviendo en su doma de la Aldea de los vencedores. Puede que la gente solo la tomara por una loca inestable con poco menos que su belleza como atributo, pero se sentía más cuerda, valiente y preparada que nunca. Era fuego.
De forma que acabó sobre un mullido sillón de terciopelo gris en el Edificio de patrocinio, con las uñas mordidas irreparables y la piel rosada carente de pigmento. Estaba sola, al menos lo mayormente sola que le permitían estar a una vencedora sin la extenuante presencia de los avox y agentes de la paz. La marcha de la gran parte de mentores ocasionó que el gran salón presentara un aspecto decadente y solitario, sólo interrumpido a veces por las pisadas de los sirvientes del Capitolio o la alegre melodía que sonaba por el sistema de megafonía. Había visto dando vueltas por el lugar a Haymicht Abernathy, cuyo éxito de sus tributos lo habían catapultado a ser el mentor más perseguido aquel año. El hombre cargaba en el semblante una expresión cansada, mustia, el tipo de sentimiento que experimentaba alguien haciendo su mejor esfuerzo por un logro personal, a la espera de saber si sus esfuerzos eran recompensados. Estaba sobrio y muy limpio, con un aspecto arreglado irreconocible, pero se le notaba a leguas que estaba loco por agarrar una botella y perderse lejos. Los mentores del dos también se dejaban caer de vez en cuando por el lugar, con la línea de la mandíbula torcida y su característico orgullo petulante apagado. Trataban de ser optimistas con sus tributos, tratando con todas sus fuerzas de que ninguno de los patrocinadores se percatara del nerviosismo y la inquietud que les generaba la edición de aquel año. El miedo que sentían por ver cómo unos tributos del Distrito doce les arrebataba la corona los inquietaba. Syrus y los mentores del once ofrecían visitas más esporádicas, como resultado de los discretos juegos que estaban llevando a cabo los dos últimos tributos de sus distritos.
Los últimos días a Mélode le hicieron demasiadas veces las mismas preguntas: «¿quién crees que ganará este año?». «¿Quién es tu favorito?». «¿A qué tributo apoyarías de poder enviar un paracaídas ahora mismo?». Mélode se encargaba de poblar su frente de arrugas y contestar en el tono más neutral del que era capaz: «supongo que aquel que tenga el suficiente valor para sobrevivir». Todos guardaban silencio con muecas de apatía y asentían con desgana, decepcionados por las escuetas respuestas que ella les daba. Mélode por su parte se encargaba de disfrutar de sus reacciones.
La pelirroja no sentía demasiada emoción por conocer quién sería el ganador de los Juegos, de hecho solía evitar verlos en la medida de lo posible. Suficientes quebraderos de cabeza tenía de por sí, como para añadir más tonterías a su interminable lista. Una lista, que por cierto, parecía menguar por momentos. Al menos sentía que las cosas estaban yendo mejor, de algún modo extraordinario. Pasó la mayor parte del tiempo pensando y pensando, atando cabos, trazando recorridos mentales y haciendo recuentos innecesarios de los incontables fallos que había cometido como Vencedora, hija y amiga. Finnick le había prestado su cuerda de hacer nudos para el estrés. A él lo ayudaba bastante a sobrellevar las situaciones angustiosas y pensar con más calma. Tal vez no ayudara a mejorar su condición de loca maniática, pero se concentró en su trozo de cuerda y pasó toda la hora siguiente haciendo y deshaciendo nudos hasta que Haymicht volvió para incordiarla.
—Hola, preciosa —articuló utilizando su habitual tono sarcástico, casi amargo ante la falta de alcohol. Vestía elegante, con la panza asomando bajo el traje de lino y terciopelo, y un aspecto muy pulcro.
—Hola, Haymicht —le respondió la contraria, enfocada en el movimiento de sus dedos sobre la cuerda. No sonrió ni intentó sonar agradable o divertida. Aquel hombre conocía demasiado bien su situación como para fingir sonrisas también con él. Era —por decirlo de una manera— una reunión de desdichados.
El mentor del distrito minero se sentó junto a su lado, resoplido en mano, y se frotó la cara con aspereza. Él y Mélode no compartían una gran amistad de años, sólo les unía el peso de las circunstancias y algún que otro debate verbal subido de tono. Pese a todo, era cierto que aquellos últimos días se habían unido un poco más. Al menos lo suficiente como para tolerar la presencia del otro sin necesidad de ladrarse mutuamente. Ella hacía nudos y él descansaba sobre el sillón mientras tomaba tragos pequeños de licor blanco. Los justos para mantenerse sobrio y soportar la situación. Mélode sintió la tentación de pedirle un trago, pero lo reconsideró rápidamente tras una pequeña charla con su yo interior.
—Así que tú y Finnick os marchais hoy, ¿no? —La pelirroja asintió sin levantar la mirada de la cuerda. Ni siquiera escondió el alivio que le producía volver al cuatro. El alivio de dejar atrás aquella perversa ciudad donde todos se dedicaban sonrisas y apuñaladas en la espalda.
—Te diría que he disfrutado mucho de nuestras pequeñas charlas privadas, pero lo cierto es que a veces solo me limitaba a fingir que te escuchaba. —Haymicht soltó una carcajada ronca y se palmeó la panza dando otro trago a la botella.
—Tranquila, preciosa, no te culpo. Hago exactamente lo mismo cuando estoy con Chaff, sólo que a él no parece importarle demasiado. Seguro que ahora mismo estará durmiendo borracho en algún rincón maloliente de este sitio. Dejo de prestarle atención en cuanto dejo de entenderle. —Se encogió de hombros con apatía y soltó una risa irónica, cansada.
Mélode aflojó uno de los extremos de la cuerda y deshizo un complicado nudo en cuestión de un pestañeo. Después le dirigió una mirada inquisidora y observó los ojos grises bajo la piel aceitunada.
—No me vengas con esas, Haymicht. Estoy segura de que te encantaría estar haciendo lo mismo, para variar. Seguro que ser un mentor responsable te está resultando una tortura.
—Por desgracia, suena exactamente a lo que haría yo de no ser por mis tributos. A veces no entiendo de donde saco las fuerzas para ser tan buen mentor —le dio un pequeño buche a la botella y se encogió de hombros—. Este año he tenido que hacer mi mejor esfuerzo, ¡no me machaques tanto! Dime qué al menos he conseguido ganarme tu respeto de pelirroja.
La vencedora le otorgó una larga mirada de escrutinio y asintió con vagancia. Con el reciente anuncio de los vigilantes en el aire de un banquete para los seis tributos supervivientes nadie lo dudaba. Por lo que había comprobado, el chico, Peeta Mellark, seguía estando muy débil y con fiebre muy alta. Katniss hacía todo lo posible en su mano —y aunque la mejoría era evidente— no bastaba para garantizar la supervivencia del chico. Todos en el Capitolio estaban expectantes esperando lo que decidiría Katniss. Asistir al banquete o enfrentarse a la posible muerte de su compañero de Distrito y amante. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Mélode trató de ser comprensiva por primera vez con el contrario. Suficientes esfuerzos estaba haciendo el mayor por sus dos jóvenes estrellas, que lo estaban llevando casi al riesgo de la abstinencia y la locura. De hecho, recordaba haberlo visto pasar noches enteras persuadiendo con mucha aztucia a los patrocinadores.
—Si te consuela, espero que alguno de tus chicos gane. Lo siento mucho por Syrus y los mentores del once, pero no tengo demasiadas ganas de ver de nuevo ganar a los tributos de Enobaria y Brutus.
Haymicht frunció el ceño y dejó la mirada perdida en algún lugar del gran salón. Después negó con la cabeza y se resistió a darle otro trago pequeño a la botella. A la pelirroja no se le escapó el detalle de que se le había oscurecido el rostro, tan lejano del humor de borracho que poseía.
—Esto ya no va de tributos ni de ganadores, preciosa. Eso hace mucho que dejó de importar.
¿Qué dejó de importar? ¿El qué exactamente? Mélode parpadeó confusa y la cuerda amenazó con escurrirse de entre las manos.
—¿A qué te refieres, Haymicht? Me parece que el alcohol empieza a pasarte malas jugadas. Deberías replantearte seriamente soltar esa botella. —Volvió a poner sus dedos en juego y trazó líneas torpes sobre la cuerda. Tenía las manos enrojecidas y llenas de rozaduras.
—Creo que estos juegos serán diferentes. Tal vez marquen un antes y un después en Panem, algo para lo que seguramente no estemos preparados. —Dio un último trago a la botella y la depositó junto al suelo.
Preparados. Unos juegos diferentes. Mélode no ponía en juicio el razonamiento de Haymicht, a pesar de lo extremas que parecieron sonar sus palabras. El eco de viejas y oscuras conversaciones. Recordó el día de la muerte de la pequeña Rue, el posterior funeral y la canción que Katniss le dedicó. Recordó la furia y la impotencia que se adueñaron de los vencedores, incluso de ella misma. Sin embargo, el país no estaba preparado para una revolución. ¿Cómo podrían luchar? El Distrito 13 fue borrado del mapa hacía setenta y cuatro años por las bombas del Capitolio. Si trece Distritos unidos no pudieron en el esplendor de su poder... Ahora era impensable, o al menos eso podía creerse.
—Creo que exageras, Haymicht. Haría falta un milagro para que sucediera algo así, y los finales felices son muy escasos —sentenció con desgana, dando la conversación por terminada. Haymicht no le respondió, aunque logró que estrangulara la cuerda con una ligera descoordinación.
—Al menos puedes considerar la idea de que este año tu Distrito obtenga un nuevo.. —¿Cómo solía decir él tan a menudo? No un vencedor.— Superviviente.—Mélode trató de dibujar una sonrisa convincente, un acto al que el hombre le dedicó un gesto amargo. Era lo único que podía decirle en su intento por animarle. No estaba muy segura. Al menos la victoria de uno de sus tributos ayudaría a que sus conciudadanos recibieran comida y paquetes de alimentos durante un año. Además de cosechar un segundo vencedor. ¿Cuántos tributos del doce habían sido capaces de ganar los juegos? Desde que todos tenían memoria, sólo Haymicht. Eso significaba que uno entre ciento cuarenta y ocho. Su sólo pensamiento invitaba a la desolación.
—No se hasta que punto ese razonamiento resulta ser conveniente —masculló restregándose los ojos.—En fin, solo tienes que echarle un vistazo a la mayoría de los nuestros. Ninguno hemos salido realmente de esa arena, todos seguimos sufriendo sus consecuencias, luchando contra sus horrores. Los que no han caído en la bebida, lo hicieron con la morflina. Sólo unos pocos nos hemos mantenido atractivos y cuerdos.—Mélode sintió la urgente curiosidad de preguntarle si por «atractivos y cuerdos.» se refería también a él.
—Al menos fuiste el primer superviviente de tu Distrito, el primero que le dio ¿esperanza? A sus conciudadanos. De que los tributos del doce cuenten contigo como mentor. —Se dio cuenta de que estaba pisando suelo resbaladizo. Ni siquiera ella misma sostenía su comentario. Procuraría guardar silencio y volver a su cometido con la cuerda de Finnick. El hombre pareció estar de acuerdo, porque exhaló una risa irónica en consecuencia.
—Déjalo encanto, eres pésima en cuanto al uso de las palabras. —Haymicht se encogió de hombros y bostezó.—De todas maneras, hubo una chica antes que yo. Si no recuerdo mal, una tal Lucinda Gris o Lucy Gray. No estoy muy seguro. Murió antes de que yo cumpliera la edad necesaria para entrar en la cosecha.
¿Lucy Gray? El nombre le sonó tan raro como lejano. Cómo el eco de una canción perdida en el océano. Supuso que su victoria debió perderse en los confines del tiempo, como le había sucedido a Mags y a otros muchos vencedores tras décadas. Syrus apareció cinco minutos más tarde, tan guapo y elegante como de costumbre. Portaba bonita seda negra con hilado de cachemira y zapatos oscuros. Mélode no ignoró las marcas violáceas que descansaban bajo los ojos castaños.
—La sombra del agua nos honra con su presencia —masculló Haymicht, a lo que la pelirroja protestó con un gruñido.
—Pensaba que ya no volverías a dejarte caer por aquí, ¿buscando patrocinadores?
El moreno se cruzó de brazos y miró a su alrededor con aspereza.
—Mi tributo se muere de hambre, tal vez no llegue viva al banquete, así que estoy a la espera de que algún patrocinador piadoso se decida a enviarle algo.— Observó la cuerda que la pelirroja sujetaba entre las manos y después a Haymicht—.Tambien vengo a despedirme, Mel. Ya he oído que os marchais. —La mirada bailó entre la vencedora y Haymicht con aparente sorpresa.—¿Cómo es posible que estéis juntos sin tiraros de los pelos? ¡En fin, supongo que estamos todos tan machacados que soportamos incluso a la gente con la que nos llevamos mal.
La pelirroja intentó responderle con un mohín desenfadado, pero el alcóhlico se le adelantó.
—¡Oh, créeme, no ha sido tarea fácil! A cambio de que no me asesine le he ofrecido una botella y le he otorgado parte de mi infinita sabiduría. Todos salimos ganando, menos la botella.
A juzgar por la mirada escéptica que esbozó Syrus, pareció estar manejando la opción entre creerle o no hacer más preguntas. Al final optó por lo segundo y tomó asiento entre los dos. El mentor del distrito minero le ofreció su botella, pero el moreno la rechazó asqueado y le dirigió una mirada avinagrada. El grupo permaneció un buen rato en el más completo de los mutismos, cada uno inmerso dentro de sus propias inquietudes. Incluso Syrus —al que Mélode consideraba el más fuerte y regio de sus amigos— arrugó el ceño con expresión monocorde.
En la alta pantalla ubicada en el gran salón —a la vista de todos— los juegos seguían con su diversión con Caesar Flickerman y Claudius Templesmith a la cabeza. Los dos comentaristas se encontraban enfrascados en su pequeño show televisivo, haciendo chistes y puntualizaciones superficiales mientras las cámaras se centraban en los seis tributos con vida. Cato y Clove —los letales tributos del 2— mantenían su posición en el borde del prado entre la Cornucopia y el lago, muy cerca del campamento de Thresh. Los dos tributos charlaban entre sí, mientras Clove ordenaba y limpiaba su gran arsenal de cuchillos en la orilla del Lago, y Cato blandía en el aire el frío acero de su espada con impaciencia. Presentaban un aspecto desmejorado, aunque no demacrado. Seguían manteniendo aquella letalidad bailando entre sus ojos y una ferocidad envidiable. Eran la esperanza de un Distrito que ansiaba volver a ganar los Juegos y conservar el orgullo profesional intacto. Al otro lado del campo de batalla, Katniss y Peeta descansaban en su cueva junto al corazón del lago, y Thresh y Finch exploraban las cercanías de sus áreas en busca de comida. Todos y cada uno de los tributos se quedaban en una zona segura, sin variar su posición lo más mínimo, esperando no ser la víctima de otro cuando llegara el tan ansiado banquete. La tensión podía cortarse con un cuchillo. Syrus agarró aire antes de hacer un comentario.
—Me parece que es la primera vez en mucho tiempo que los Juegos son tan disputados.
Haymicht volvió a gruñir manteniendo su mismo tono de voz amargo.
—Bueno, eso me cuesta mucho esfuerzo creer. Si por algo son famosos los vigilantes es por su acentuada habilidad para la diversión.
—Una diversión perversa donde las haya. ¿De verdad existen personas que realmente disfruten esto? Quiero decir, es monstruoso.—escupió sin tomarse la molestia de ocultarlo.
—Al parecer, sí—la secundó el moreno y acto seguido se valió de un gesto con los brazos.—¡Al parecer toda la gente del maldito Capitolio! Me encantaría poder verlos en el lugar de los tributos.
Haymicht esbozó la sombra de una sonrisa perversa.
—No creo que nadie disfrutara de unos juegos donde la gente se asesine usando tacones de agujas y pelucas. Lo cómico invitaría a lo macabro.
Mélode se permitió soñar con esa posibilidad. Era cruel, sin duda, pero por un momento, por sólo un momento, no pudo evitar sentir un pellizco de fantasía al imaginar la imagen de Cosmo luchando con sus largas uñas decorativas con una réplica exacta de Caesar Flickerman. Ver a niños de los Distritos de por sí era horrible, pero ver a los monstruosos engendros del Capitolio luchar a muerte rozaba lo espeluznante.
—No, no sería la mejor solución, pero una guerra tampoco.—Trató de buscar una mejor respuesta, pero no la encontró, y Syrus y Haymicht no lo pasaron por alto. También lo sabían. Panem era una nación nacida de entre las cenizas, y algún día esas mismas cenizas terminarían por consumirla de nuevo. Como si la guerra y la destrucción nunca terminaran de acecharlos.
—Yo lo permitiría —confesó un rato más tarde Syrus, para sorpresa de ambos.—El Capitolio se ha cobrado demasiadas vidas, demasiados inocentes y demasiados niños. Familias rotas, huérfanos y padres sin hijos. Si estuviera en mi mano, yo sí disfrutaría viendo esos juegos.
Mélode observó al moreno con una mueca de incertidumbre en el rostro, con el semblante sombrío y sumergido en una rabia silenciosa. Se mordió el interior del labio, contrariada, pero evitó comentar al respecto. Las oscuras facetas que el moreno se esforzaba en ocultar frente al resto. Haymicht le dio un último trago a la botella, ajeno, y se limpió el polvo del traje con aspereza.
—Bueno, esperemos no tener que llegar nunca a ese dilema.
Tomaron el Panem express a primera hora de la tarde. Los vencedores del Distrito pescador se despidieron de las esteticistas, de Honorius y Cosmo, y de Galatea, que logró recomponerse lo suficiente aquella tarde solo para romper a llorar por enésima vez.
—¡Mis vencedores, os voy a extrañar! —Honorius le proporcionó un pañuelo y Cosmo se apartó de su lado cuando esta moqueó el trozo de tela con aversión. Mélode los abrazó a todos, —exceptuando al último mencionado— y alargó su abrazo con la escolta todo lo posible para que no prolongara su drama más de lo necesario. No dudaba que algún día aquella mujer llegara luciendo una corona en su honor.
Mientras las puertas se cerraban, Librae, Finnick y Mélode alzaron los brazos y le dedicaron un último gesto a los Capitolistas hasta que se perdieron en la distancia. Librae suspiró, cansada y fatigada, pero aparentemente complacida y aliviada de volver por fin a casa. Permanecieron juntos casi toda la tarde hasta el momento del anochecer, reclinados en los sillones de cuero terciopelado del vagón y sumergidos entre sus pensamientos. Siempre aprovechaban la vuelta a casa para recomponerse de los hechos y respirar con tranquilidad. Librae volvió a su compartimiento antes de la hora de la cena. Les deseó suerte y se retiró con tanto silencio que cualquiera hubiera jurado que era un fantasma.
Finnick y ella se observaron cuando se quedaron a solas. Se agarraron las manos y el rubio la atrajo hacía su cuerpo para abrazarla. La pelirroja no objetó, le complacía tenerlo allí, a su lado, sintiendo su respiración contra su cuerpo. Degustaron el sabor salado de sus labios y Finnick la llevó hasta el vagón comedor. Junto a una mesa, había todo un banquete preparado con velas, un jarrón transparente con jazmines y dos platos con bordados para dos. Mélode ahogó una carcajada y volvió la vista para increparle.
—¿Y esto? Por favor, di que es una broma.
Finnick se arrascó la nuca y las mejillas se le pusieron coloradas como un niño. Plasmó aquella sonrisa que ella tanto amaba y la invitó a sentarse con un ademán de cabeza cortés, casi tímido.
—Puedes tomarla como una cita improvisada. Me he tomado la molestia de que está noche nadie nos moleste. Quiero que en esta velada solo seamos tú y yo, que la noche nos pertenezca únicamente a nosotros; a nadie más. —Aguardó con ojos temerosos el ofrecimiento y esperó que decidiera, impaciente.
Mélode se mordió el interior de los labios y se aproximó hasta el remitente depositado junto a su plato. Un trozo de papel cuidadosamente doblado donde alguien había escrito «Para la chica más hermosa que mis labios han tenido el placer de besar. Del chico más idiota que pueda existir.» Esta vez no evitó ahogar una diminuta nota alegre y se volvió con una sonrisa de verdad, una sonrisa auténtica.
—Eres un verdadero idiota, Finnick Odair.
El joven vencedor se aproximó hacia ella y le contuvo la mirada resistiendo las ganas de besarla y amarla y tal vez llorar por la alegría de tenerla allí junto a él. La amaba y ella lo amaba. No necesitaba más alentamiento para esconder el amor que le profesaba.
—Dicen que el amor nos vuelve caprichosos, idiotas e ingenuos. Que nos mueve un único pensamiento. Un pensamiento con nombre y labios rosados.
Mélode chasqueó la lengua y le dedicó un gesto burlón.
—¿Y a qué sabe ese amor, esos labios rosados de los que tanto hablas?
Juraría que el contrario se vio sacudido por una oleada de sentimientos. Se estremeció por la pregunta y se relamió los labios.
—A esperanza y libertad —le susurró, apenas dándose de cuenta de que habían vuelto a acortar la prudente distancia entre ambos. Las mejillas ardientes y los ojos brillantes. La piel de ambos ardió como fuego cuando se tocaron.
—Entonces bésalos y seamos libres, Finnick Odair. —Mélode juntó su rostro contra el suyo, mientras sus manos jugueteaban y sus labios se acercaban lentamente. Los latidos de sus pechos eran la sintonía musical dentro de aquel tren. Lo amaba, sí. Amaba a ese chico. Sus cicatrices, su idiotez, sus imperfecciones. Mélode amaba todo lo que era Finnick. Estaba enamorada del sabor de sus labios, de la calidez y la hermosura de sus ojos y de la felicidad que la hacía irradiar cuando estaba con ella.
Era su amor. Amor. Amor.
Y una vez más, la carne de sus labios se juntaron liberando un relámpago eléctrico, una explosión de fuego, y los pliegues de carne y piel bailaron saboreando cada milímetro de su ser. Finnick la rodeó con los brazos y la atrajo de nuevo contra el pecho musculoso. Ella se aferró a su camisa con urgencia y a la vez con desesperación. Le tomó mucha valentía detener el beso para confesarle:
—Te necesitaba, amor.
El sonido de su voz hizo tambalear al contrario y quemarle la piel con una agonía abrasadora. Tomaron asiento para comer y la noche fue entera para ellos.
¡Hola bienvenidos a todos!
¿Qué tal estáis? Llevaba unos pocos meses sin actualizar y me sentía mal por teneros tan abandonados. No tengo perdón xD. Llevo un tiempo bastante alejado de la plataforma y apenas le he dedicado tiempo a los capítulos y mis otras historias (a punto de publicar o empezar) Sin embargo voy a intentar teneros bien atendidos y escribir y actualizar todo cuanto sea posible para no desaparecer y ser un escritor constante. ¡Que no se diga que después os abandono!
Releyendo el capítulo antes de publicar he sentido sentimientos encontrados con Revenge. He disfrutado muchísimo volviendo a leer lo que escribí por allá en Julio. Tanto la escena de Mélode y Haymicht, como la escena final con Finnick, y solo decir que siento ganas de entrar en la propia historia y abrazarlos a todos porque AAAjajajaja. Me he sentido muy orgulloso de las interracciones, y aprovechando he soltado algunos giños de la saga que tenía pensado implementar en algún momento del acto uno. ¡Ya solo nos quedan 3 capítulos para terminarlo! Me gustaría concluir el acto antes de Año nuevo. Por el momento tengo escritos el 23 y 24 y tengo muchísimas cosas pensadas para el Acto 2. ¡Seguro que os encanta!
¿Qué os ha parecido el capítulo? ¿Os ha gustado? ¿Qué pensáis a cerca de la historia! ¡Por favor, os rogaría que me lo dijerais, ya que he tenido bastantes altibajos con la historia y me haría mucha ilusión mantenerla a flote! Revenge es una historia a la que le tengo mucho mucho cariño, y si me propuse traeros reescrita fue por un buen motivo. Así que todos los votos, comentarios y el cariño que le brindáis a ella, también me lo brindáis a mí, y por ende contribuís a su progreso.
¡Yo me despido chicos, nos vemos en la siguiente actualización!
©Demeter_crnx
Publicado el 6/11/24
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