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² ━ 𝐓𝐇𝐄 𝐑𝐄𝐀𝐏𝐈𝐍𝐆

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CAPÍTULO DOS

𝘓𝘢 𝘤𝘰𝘴𝘦𝘤𝘩𝘢

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(POR FAVOR VOTA Y COMENTA)

LA ESPUMOSA AGUA salada de la playa se deslizó entre la arena y mojaron los pies de Mélode con vehemencia mientras las gaviotas graznaban a su alrededor.

Llevaba allí sentada una hora, puede que dos, tal vez tres. A decir verdad no recordaba en qué momento de la noche había llegado. Aún llevaba puesto su viejo camisón de lino, que acompañaba con los pies descalzos y la melena rojiza enmarañada.

Pasado un tiempo, se había acostumbrado a los surcos violáceos que denotaban su falta de sueño, pero no a las pesadillas. Eran automáticas y se intensificaban a medida que el día de la cosecha se acercaba. A veces, lograba evadirlas debido a la medicación que le llegaba desde el Capitolio —y aunque conseguía espantarlas— siempre terminaban volviendo.

Esa noche en especial el sueño se tornó más lúgubre de lo acostumbrado.

De pie frente el Edificio de justicia, la pelirroja había sido testigo de cómo los muertos se fueron levantando del suelo. Los chicos a los que asesinó en los juegos y los tributos que nunca pudo salvar como mentora.

Encadenada y amordazada, todos y cada uno de ellos la rodearon cubiertos de sangre y con la carne podrida supurando pus. Cada vez que uno hablaba, la hilera de dientes que tenía se caían al suelo y se hacían añicos.

Todos le repetían lo mismo al oído:

¡Asesina, eres la puta de Snow!

Por último, aparecieron sus seres queridos. Las personas a las que ansiaba proteger: Finnick, Mags, sus padres y su hermana, que se unieron al coro de voces y emanaron un abundante chorro de sangre por los orificios.

Nada más levantarse lo vomitó todo con la frente empapada por el sudor y andó tambaleante por los pasillos de la casa. Pensó en salir por la ventana, pero le pareció poco ortodoxo dadas las circunstancias. Lo último que llegó a recordar con claridad, fue su silueta recorriendo las calles del distrito mientras berreaba como una lunática.

Y todavía le extrañaba que la tomaran por loca.

Al final terminó en la playa, el lugar al que acudía para escapar de los fantasmas. Se sentó sobre la arena y se hizo un ovillo hasta que logró tranquilizarse. Le alegró que no hubiera nadie para verla en aquel estado. No le gustaba que la gente fuera testigo de sus lágrimas. Dorian estuvo presente durante su episodio de pánico, pero prefirió seguir durmiendo. Rodaba por la cama y a veces le gruñía, pero nunca la consolaba. Indiferente.

Pasó despierta las horas siguientes sumergida en los pensamientos escabrosos de su cabeza. No deseaba volver al Capitolio. Escapar no era una alternativa, mucho menos una opción. ¿A dónde iría?

Cruzar el mar con una barca no era garantía de triunfo. Los agentes de la paz tenían bien vigiladas las costas y habían colocado torres de vigilancia con redes metálicas para evitar fugas. Después estaba también el peligro de los tiburones. No entraba en los planes de la vencedora acabar hecha unos trocitos de carne. Por último imaginó el riesgo que sufriría su familia si ella escapaba. Un destino peor incluso que el suyo. Sin escapatoria solo le quedaba la opción de quedarse y pasar el resto de sus días resistiendo. Cómo solía decir su abuela, el futuro de una persona era todo un mar de profundas incógnitas.

Pasaron diez minutos cuando una voz conocida la hizo sobresaltarse sobre la arena.

—Empezaba a preguntarme dónde te habías metido. —Mélode se giró y se encontró con Finnick. Su repentina aparición la hizo fruncir el ceño.

¿Cómo me has encontrado?

El rubio chasqueó la lengua y soltó una risita irónica.

—Cariño, eres tan predecible como un arenque a la sartén. —Se rió de su propio chiste pero Mélode le dio la espalda y dirigió su mirada al suelo, incómoda. Le daba miedo romper a llorar frente suya.

Como no le contestó, Finnick se sentó junto a ella y observaron el cielo rosado del alba.

—Mélode, ya sabes que puedes contar conmigo si tienes un mal día. A nadie le gusta verte así.

La pelirroja suspiró y se llevó una mano a la melena rojiza.

—He tenido un mal sueño, eso es todo, Finnick. Necesitaba venir para estar sola.

En el fondo, Finnick sabía que aquello no era lo único que le pasaba, pero procuró ser comprensivo y no hacer demasiadas preguntas. Al fin y al cabo, él también había estado en su mismo lugar.

—Yo tampoco he pasado una buena noche. Aunque después me miro al espejo y se me pasa. ¡Soy tan guapo! —Su respuesta logró que los labios de ella amagaran con reírse, pero se obligó a permanecer fría y distante. ¡Era una estatua!

Después de un momento, se permitió levantar un poco la cabeza de las rodillas.

—Narciso también vivía enamorado de su belleza. ¿Sabes lo que le ocurrió? —Finnick negó con la burla dibujada en el rostro—. Que se ahogó admirando su propio reflejo en el agua. De ahí el término narcisista.

Finnick dejó escapar una exclamación irónica y apretó los labios con aire guasón.

—Bueno, tú lo has dicho. Es lo que le ocurrió a ese tal Narciso. Yo soy Finnick Odair. Es un placer. —Le ofreció la mano acompañada de una dentadura perfecta, y aunque Mélode no quiso, se la terminó estrechando. Únicamente para que se callara. Por desgracia no eran pocos los momentos de vanidad que solía tener.

—Nunca cambiarás, egocéntrico de por vida —bromeó.

—Así me conocen todos. De lo contrario no sería yo.

Para ser sincera, Finnick era de las pocas personas que se había alegrado de conocer.

No dudaba de que fuera un idiota vanidoso, porque si que lo era. Pero por encima de todo, era alguien sincero con el que podías mantener una charla durante horas sin aburrirte. También era muy divertido, pero en diferentes medidas. En el fondo lo admiraba. Después de todo por lo que había pasado, todavía le quedaban fuerzas para animar y hacer sonreír al resto de personas.

Era todo un superviviente.

Mags había sido su única familia desde que el presidente Snow asesinara a sus padres hace algunos años. Había oído que tenía un hermano mayor, pero nunca le preguntaba preguntado por respeto. Solía dar por sentado que nunca se llevaron bien, algo muy normal entre hermanos. Los dos habían asistido al mismo colegio, pero aunque solo les había separado un curso de distancia, nunca habían intercambiado más que un par de miradas. Fue durante sus Juegos, cuando tuvo la oportunidad de conocerlo mejor. Al principio su relación no fue demasiado cordial, ya que Mélode siempre había odiado la imagen del Finnick presumido y arrogante del Capitolio. Tan diferente de la realidad. Al final solo resultó ser un pobre chico con heridas que fue víctima de su propia belleza.

La pelirroja puso los ojos en blancos y zarandeó la cabeza con sarcasmo. El silencio volvió a instaurarse entre ellos.

—¿Por qué has venido?

—Bueno, me topé con Librae al salir de mi doma*. Parecía preocupada. Hablamos y me lo contó.

Librae como de costumbre preocupándose por sus tributos. Le revolvió el estómago el hecho de haberla preocupado tanto cuando ella ni siquiera se pasaba por su casa para ver cómo estaba. Decir que estaba avergonzada era un eufemismo.

—No debería preocuparse tanto por mí, no le compensa. Iré a verla en cuanto pueda —respondió con simpleza.

El contrario la siguió observando con los ojos entrecerrados.

—No es la única que se preocupa por tí, Mel. Ayer ví a tu madre en el mercado y estuvimos hablando un poco. Me preguntó si te encontrabas bien. Le respondí que estos últimos días estuviste un poco cansada, pero que irías a verlos en cuanto pudieras.

La pelirroja arrugó el rostro y apartó la mirada de Finnick sintiéndose cohibida. No le agradaba hablar con él sobre su familia.

—Ojalá pudieran perdonarme, Finnick. No quiero que me vean así, hecha un sastre* de la cabeza a los pies.

Finnick levantó el rostro y se atrevió a cuestionar su planteamiento.

—Creo que es lo mejor que podrías hacer. Al menos, antes de marcharte. Falta poco para la cosecha, ve a verlos para que se sientan aliviados. Tienes la suerte de tener unos padres maravillosos que te quieren y se preocupan por tí, no se lo pongas tan difícil o tendré que ahogarte en el agua. ¡Créeme, estoy deseando hacerlo!

Tenía razón. ¡Claro que la tenía!

Es lo primero que debería haber hecho desde el instante en el que salió de la reunión de mentores. No pasaría por su doma, aunque tendría que hacer un milagro con la ropa y el pelo. En momentos como aquel le alegraba mucho tener a Finnick a su lado. Lo consideraba su mejor amigo, su apoyo en los momentos difíciles, la persona que permanecía a su lado cuando las cosas empezaban a ponerse feas.

—¿Sabes, Finnick? No es justo que siempre estés preocupándote por mí. Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, aunque no sea la mente más brillante del distrito. —Los dos carcajearon y Finnick sacudió la cabeza.

—No te preocupes por mí, siempre he sabido arreglármelas solito. ¡Y tengo a Mags! Así que ya tengo a quién cuide de mí. Después he pensado en hacerle una visita, podrías venirte. Le gusta cuando vienes a verla. Se pone muy contenta.

Mélode no pudo evitar sonrojarse tiernamente ante el comentario que hizo el rubio. Claro que lo haría.

Visitar a su familia, visitar a Mags, asistir a la Cosecha y viajar al Capitolio. ¡Qué agenda más apretada la de una vencedora que se la pasaba llorando!

Finnick se incorporó y le tendió una mano.

—¿Damos un paseo? Un último momento de paz antes de hacer las maletas.

La pelirroja no pudo negarse.

En la doma de Finnick, Mélode se dio una ducha y se puso guapa antes de asistir a la cosecha.

El rubio había ido a casa de Mags, pero antes de marcharse procuró dejarle algo de ropa limpia y comida preparada. la pelirroja decidió explorar un poco su mansión antes de dirigirse a la vivienda de su familia. Era la primera vez que la pisaba así que se sentía una gran curiosidad dentro de ella.

La mayoría de las habitaciones estaban cerradas y el vencedor tenía algunas fotos colocadas junto a su mesita de noche. En algunas aparecía con Mags, en otras estaba ella misma sonriendo, y después, como no, tenía varios retratos y cuadros de él que sus amantes del Capitolio le regalaban constantemente.

Le sorprendió verse en tantos marcos de fotos. Fue un detalle que logró arrancarle más de una sonrisa, ya que no sabía cuan importante era para su mentor. Todo estaba muy limpio y ordenado, aunque debía reconocer que los viejos zapatos del vencedor exhalaban un bador* difícil de soportar. Antes de salir, trató de rociar bien con perfume para no morir intoxicada. ¡Qué peste!

Cruzó la entrada y cerró la puerta de la doma con cuidado para no hacer mucho ruido. Antes de marcharse cruzó miradas en dirección a su mansión y apretó los dientes por los sentimientos contradictorios que le evocaron.  No deseaba volver a entrar en ella hasta que volviera de los Juegos. No con aquel monstruo que tenía allí dentro. No se atrevía. Se llevó una mano a la zona inflamada de su mejilla y se la palpó, esperando que Finnick no se hubiera percatado de ella en ningún momento.

Después giró sobre sus talones y salió de la aldea de Vencedores.

Para la visita a casa de sus padres había elegido un bonito vestido de lana color gris oscuro, de corte sencillo pero con magníficos reclamados en el cuello y las mangas, que había pertenecido a la madre de Finnick. Trataría de cuidarlo como oro en paño, porque era demasiado precioso como para estropearlo.

La doma de la familia Underfell estaba ubicada junto a la plaza del orgullo, a unas tres manzanas del Edificio de Justicia. Tendría tiempo de sobra para pensar en un elaborado discurso que le sirviera como excusa.

¡A saber!

El calor no la ayudó a calmarse y tuvo que hacer varias paradas para refrescarse. Le tomó veinte minutos llegar, pero cuando lo hizo, su cuerpo entero temblaba con un miedo estúpido. Sus pies se acercaron con sigilo hasta el porche, se detuvieron frente a la entrada y se quedó mirando la puerta de madera algunos instantes, indecisa. Sopesaba sus opciones. La idea de dar media vuelta era demasiado tentadora, pero...

Alzó la mano izquierda varias veces amagando con llamar, pero sin atreverse del todo. Hasta que se hartó de estar ahí plantada, presa del miedo y la indecisión, y giró sobre sus talones para marcharse. De hecho estuvo apunto de hacerlo. Las piernas le comenzaron a temblar y le aterró derrumbarse tan cerca de su antiguo hogar.

No pensaba flaquear. Tenía que ser fuerte.

Fue entonces cuando la puerta se abrió revelando la figura que tan bien conocía y sus ojos se encontraron con los orbes azulados de su progenitora.

—¿Mélode?

Su nombre salió de sus labios como un tenue suspiro.

No supo bien qué decir, así que dió un paso hacia delante y abrazó a su madre con toda la fuerza que pudo reunir. Ella también correspondió al abrazo efusiva, y por un instante, las dos descargaron sobre el hombro de la otra todas las palabras que habían estado guardando.

Cuando volvieron a tranquilizarse, su madre la agarró del brazo y la instó a entrar. En el recibidor se encontró con su padre y su hermana pequeña, con los que también se fundó en un fuerte abrazo.

Después de un rato empezaba a tener los ojos hinchados y la garganta irritada de tanto llorar. Estaba siendo un día de muchas emociones.

—¡Estás tan guapa, mi dulce niña! —le decía una y otra vez su madre.

—¡Evelyn, deja que respire! —le sugería su padre al unísono.

Le hicieron muchas preguntas y ella trató de contestar a todas y cada una de ellas. Aunque a unas pocas —las más personales— no pudo evitar mentir debido a lo complicado que resultaba contestarlas.

Su madre y su hermana le contaron mil historias y le pusieron al corriente de todas las noticias. Ella las escuchó prestando especial interés y al final terminaron riendo juntas como en los viejos tiempos, acompañadas por una taza con té de algas.

El tiempo terminó pasando rápido y cuando quiso darse cuenta, ya había llegado la hora de la cosecha. Dos agentes de la paz llamaron a la puerta y le informaron que debería partir de inmediato con ellos. Evelyn arrugó el rostro y le dio un último achuchón a su hija. Antes de que se marchase, también le hizo entrega de un paquete con galletas saladas y la volvió a estrujar. Su padre se contuvo con desearle suerte y su hermana con darle dos besos.

—¡Oh, cariño, omitre* mucho que hayamos tenido tan poco tiempo para verte! No olvides de llamarnos, por favor. Te estaremos esperando cuando regreses. ¡Y ah, no olvides comer mucha verdura que es rica en fibra!

Mélode se introdujo en el coche flanqueada por los agentes y se limitó a hacerles un último gesto para despedirlos.

El coche echó a rodar y los perdió de vista en la lejanía.

Pasó la gran parte del trayecto mirando por la ventanilla con el desencanto de todos los años. La gente había empezado a salir de sus casas y la plaza comenzaba a llenarse de un calor asfixiante.

El vehículo de los agentes de la paz se detuvo junto a la puerta trasera del edificio y la acompañaron hasta el interior de la estancia. Cómo era habitual, había un gran movimiento de masa dentro. Los funcionarios y agentes de la paz iban de un lado a otro formando un gran barullo a su alrededor. La pelirroja se limitó a cruzarse de brazos y sentarse junto a los escalones del vestíbulo, con aspecto derrotado.

Todo el ruido y el ambiente tenso de la estancia lograron incrementar sus nervios. La idea de salir huyendo por la ventana empezaba a parecerle muy tentadora. Demasiado en realidad.

Finnick y Librae llegaron justo después.

Finnick estaba guapísimo— seguramente gracias a Mags— ya que su sentido del estilismo era nulo.

Llevaba su habitual traje de gala; una camisa elegante de manga larga con botones y un sencillo pantalón blanco que hacía juego con el pelo engominado. Librae, por otro lado, optó por un vestido verde oscuro con caléndulas, una gargantilla violácea y unos tacones dorados. Se reunieron con Mélode y se permitieron descansar unos momentos en silencio.

A nadie le apetecía iniciar una conversación.

Finnick se sentó un escalón por encima del suyo y observó el paquete de galletas que abrazaba.

—¿Son de Evelyn?

Mélode se recolocó unos mechones de pelo y asintió con un monosílabo.

—Espero que luego me des alguna, ¡me estoy muriendo de hambre!

La pelirroja enfatizó su agarre y le hizo una mueca.

—¡No, son mis galletas!

Ambos rieron y relajaron un poco el ambiente incómodo bajo la atenta mirada de Librae.

Un segundo más tarde, un grito agudo muy irritante inundó las paredes del Edificio y una figura —fucsia y muy extravagante— bajó corriendo las escaleras de dos en dos.

Los funcionarios del distrito se apartaron de un salto para evitar ser arrollados, y Galatea apareció portando un gran vestido en forma de nube. Al parecer no había perdido su encanto para la moda.

—¡Oh, mis chicos, cuánto os he echado de menos!

La escolta intercambió dos besos muy sonoros con los tres vencedores y empezó a hablar tan rápido que empezó a atropellarse con sus propias palabras.

—¡Por la gloria de mi corazón, hace un calor bochornoso! Hice bien en traerme este fabuloso vestido. ¿A qué estoy maravillosa? Es la última tendencia en el Capitolio. ¡Deberíais haber visto cómo me miraban todos!

A ella también la había echado de menos. A veces Galatea podía ser superficial, egocéntrica, habladora y un poco irritante, pero era como una mascota tonta a la que Mélode le gustaba cuidar. Nadie solía tomarla demasiado en serio.

La mujer alabó los atuendos de todos y le hizo dar una vuelta completa a la pelirroja. Más tarde, mientras se terminaban de ultimar los preparativos de la cosecha, empezó a relatarle a Mélode como había sido su gran fiesta de cumpleaños. ¡Todo un acontecimiento!

Tuvo que hacer un esfuerzo por no quedarse dormida en el proceso.

La alcaldesa Luxor apareció poco después, bajando las escaleras de forma solemne y dando las últimas indicaciones a sus ayudantes. Les hizo un gesto con la mano y Galatea los empujó contra las puertas. Sonó el himno y los presentes salieron al escenario entre pasos trémulos.

—¡Por la gloria de mi corazón, deprisa! No olvidéis sonreír —canturreó la escolta.

Galatea y los vencedores tomaron asiento sobre unas sillas apiladas en la esquina y la alcaldesa Luxor empezó a leer el tratado de traición.

No era más que el mismo protocolo de todos los años para recordarles a los Distritos el poder del Capitolio y la creación de Panem. Siempre lo había considerado una bazofia —porque lejos de decir la verdad— el guión se encargaba de menospreciar a los distritos y enaltecer la grandeza del Capitolio.

Por último, la alcaldesa repasó la lista de personas que habían ganado los juegos y enfatizó cada uno de sus nombres con énfasis y orgullo. En 73° ediciones de los Juegos del Hambre, el Distrito 4 había conseguido un total de nueve vencedores. Siete seguían vivos.

Sin perder ni un solo segundo, le cedió el protagonismo a Galatea y se retiró hasta una de las sillas depositadas en el fondo.

En tanto la escolta recitaba su discurso aburrido y sus palabras de emoción, Mélode aprovechó para confrontar a su mentora.

—He oído que has estado preocupada por mí —resopló—. No sé cómo responderte al gesto.

Librae le hizo entrega de una pequeña sonrisa y la miró a los ojos.

—No tienes por qué agradecerme nada. Sigo siendo tu mentora, es mi responsabilidad cuidar de tí. No lo olvides.

El problema era que no podía permitirse que todos cuidarán de ella. Pero asintió a modo de respuesta y procuró guardar silencio.

Galatea estaba apunto de escoger a los tributos:

—¡Bien, que maravilloso día! Ha llegado la hora de que conozcamos a los afortunados de este año. ¡Qué nervios, vamos a ver!

La escolta se acercó hasta la urna femenina y removió las papeletas hasta agarrar finalmente una. Volvió hasta el micrófono con el rostro encogido de emoción y abrió la papeleta con suspense.

—¡Y nuestra primera afortunada del día es... Marina Macken!

Los asistentes dieron un aplauso poco entusiasta y la chica subió las escaleras escoltada por los agentes de la paz. Cuando Galatea pidió voluntarios, no se ofreció nadie. Por lo general, los voluntarios solían escasear, aunque no pareció afectarle a la escolta.

—¡Qué gran tornado de emociones, y ahora nuestro último afortunado!

Repitió el proceso y caminó hasta la urna mientras sus tacones repiquetearon sobre el escenario. Agarró una papeleta después de rebuscar un buen rato y volvió hasta el micrófono conteniendo el aliento.

—¡Y nuestro segundo elegido es... Breck Spencer!

Se oyó un grito ahogado entre la multitud, y los agentes de la paz escoltaron a una diminuta figura hasta el escenario. Mélode vio apenada que solo se trataba de un niñito de ojos verdes y rizos castaños. Intentó levantarse, pero Finnick agarró su mano y la obligó a quedarse sentada negándole con la cabeza.

—¡Esplendoroso! ¿Algún voluntario?

Por suerte para el niño, otros dos jóvenes que debían rondar entre los diecisiete y dieciocho años levantaron las manos al instante.

Galatea le hizo un gesto al primer chico que lo había hecho y lo instó a subir rezumando alegría, sin perder una sola gota de su baile alegre.

—¡Por la gloria de mi corazón! ¿Cómo te llamas, querido?

—Sean Whistle —respondió el chico con el pecho lleno de orgullo.

Los tributos se dieron la mano, el público aplaudió y los vencedores se levantaron. Galatea giró sobre sus talones efusiva.

—¡Próxima parada: El Capitolio!

Quizás todavía estaba a tiempo de salir huyendo.

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ACLARACIONES

Al tratarse de un futuro distópico en el futuro, y basándome en la evolución de la lengua humana: Me te tomado la pequeña licencia de implementar palabras nuevas de uso cotidiano para el distrito 4 de Panem, teniendo en cuenta el aislamiento de los distritos y la divergencia prolongada del idioma.

-Doma: Término usado en el 4 que significaría "Casa" u "Hogar"

-Sastre: Acortación de la palabra desastre, utilizada para hacer mención al caos, el desorden o algo desafortunado.

-Omitre: Palabra usada en señal de disculpa o para expresar empatía con alguien. "Omitre mucho tu pérdida"

-Bador: Término utilizado para un mal olor. "La ropa sucia tiene un mal bador"


Lo primero de todo ¡Disculpas si el capítulo me ha quedado demasiado largo! He tenido que acortar algunas cosas porque es que me salía aún más largo y no os quería agobiar.

Y ahora sí AAA ¿Es qué como no se puede amar a Finnick? Me ha encantado escribir sus conversaciones con Mélode, es tan adorable y tan bueno con nuestra pelirroja tintada que me entra la depresión.

¡Creo que hablo en nombre de todos cuando digo que toda persona necesita un Finnick en su vida! :"D

El reencuentro de Mélode con su familia también es digno de mención.

Este Capítulo toma el rumbo del capítulo original de Revenge, pero como habéis visto, tanto la conversación con Finnick como su conversación con su familia, son los mayores cambios que he realizado porque creo que hacía mucha falta ponernos en contexto. La verdad que se me ha ido rompiendo el corazón a medida que lo iba escribiendo.

Por último, la escena de la cosecha. Estoy muy contento por como me ha quedado y he tratado de intentar que me quedara lo más detallada posible, ya que nunca hemos vivido la cosecha desde la perspectiva de un mentor (obviando a Coriolanus que lo vió desde la televisión)

Y el detalle más importante a mi parecer. El dialecto del distrito 4. A lo largo de la historia iré añadiendo más palabras al glosario del distrito y entraré en detalles con tradiciones y más parte de su cultura. Pensándolo bien, creo que es un tema muy interesante donde profundizar y donde Suzanne Collins apenas nos dió en Baladas de Pájaros cantores y Serpientes. Así que me entró el gusanillo. ¡Prometo que no os decepcionaré!

¿Qué os ha parecido el capítulo? ¿Os ha gustado? ¿Cómo veis la relación del shipp con nuestros dos niños? ¿Qué os parece el tema de ampliar el dialecto/cultura del distrito 4?

¡Os voy a estar leyendo, que me alegra un montón ver vuestros comentarios! Y como no, agradecer todo el apoyo que le estáis dando a la nueva versión de la historia con vuestros votos y los comentarios de apoyo ¡Muchísimas gracias, de verdad!

¡Y eso es todo por hoy chicos, nos vemos!

Publicado el 11/6/23

© Demeter_crnx

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