¹ ━ 𝐓𝐇𝐄 𝐌𝐄𝐄𝐓𝐈𝐍
(Créditos a antiherqshit)
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CAPÍTULO UNO
𝘓𝘢 𝘳𝘦𝘶𝘯𝘪ó𝘯
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(POR FAVOR VOTA Y COMENTA)
EL SOL BRILLABA cuando Mélode se recolocó un mechón de pelo detrás de la oreja, y se atusaba con esmero la túnica azulada para deshacer cualquier posible arruga. Exhaló un suspiro mientras recogía su larga y rojiza melena en una sutil coleta —que sujetó con una horquilla plateada— y se aplicó un poco de maquillaje para tratar de ocultar la sombra violácea que surcaba su pómulo superior. Se echó un nuevo vistazo y terminó de comprobar los últimos detalles estéticos en el espejo curvo de su dormitorio.
Sus ojos azules bailaron analizando cada parte de su reflejo.
Intentaba hallar algún rastro
—por diminuto que fuese— de la antigua Mélode, no de la chica que había creado el Capitolio. Le resultó imposible. Después de su victoria había quedado irreconocible. Observó la superficie lisa y uniforme de las manos; sin rastro de callos, magulladuras o cicatrices. Observó su pecho, al que el Capitolio aumentó de volumen en post de hacerla más atractiva, y las zonas rosadas donde antes habían existido las heridas con las que salió de la arena. Sus cicatrices de guerra.
Aunque todos le convencían de lo contrario, había ocasiones en las que se preguntaba si no era un muto fabricado y moldeado por Snow. Una esclava, como lo eran todos en Panem, la última nación superviviente al desastre humano. Las preguntas solían llenar sus pensamientos a lo largo del día. Pero nadie le daba las respuestas que ella necesitaba, así que se resignaba y apretaba los puños para evadirse de las inquietudes que surcaban en su cabeza.
En el salón de su casa de la aldea de los vencedores la luz había empezado a colarse por las ventanas, de forma que la estancia estaba bien iluminada y pudo ver la hora del reloj sin demasiado esfuerzo. Eran las nueve y media de la mañana. Cómo no se diera prisa no llegaría a tiempo para la reunión de mentores programada a las diez. Media hora, ese era el tiempo que le quedaba para atravesar medio distrito y llegar hasta el Edificio de justicia. La asistencia a la cita era obligatoria para todos los vencedores.
Antes de salir por la puerta agarró unas tostadas y se obligó a comer algo para apaciguar los rugidos de su estómago. En el porche, el abrasador aire caliente de Junio la hizo retroceder, así que mantuvo la respiración y se refugió entre la escasa sombra para protegerse del Sol. De camino a la entrada de la aldea, vió a Mags sentada junto al columpio de su mansión y alzó la mano para saludarla. La anciana le dedicó una sonrisa sin dientes y después siguió acicalando sus cabellos encanecidos, mientras terminaba de roer un trozo de pan de algas. En la puerta de la entrada, intercambió una sonrisa y unas pocas palabras con el personal de mantenimiento. Cuando una de las mujeres le preguntó que tal se encontraba, ella se encogió de hombros y forzó una sonrisa blanquecina sin darle demasiados detalles. La contraria le dedicó un leve asentimiento, y Mélode se adentró entre las calurosas calles del distrito cuatro sin más preámbulos.
A una semana de las cosechas para los Septuagésimos cuartos Juegos del Hambre, el Capitolio ya había comenzado a llenar las paredes de todo el distrito con su habitual propaganda insípida. Hecho que se remarcaba en las retransmisiones que daban por televisión, que consistían básicamente en arduas repeticiones de propagandas, emisiones de Juegos anteriores y el anual informativo del estado del distrito trece. Todavía radioactivo.
A medida que el día de la cosecha se fue acercando; la tensión y la inconformidad fueron creciendo consigo por todo el distrito debido al incremento de las jornadas laborales y la caída de los salarios. El resultado acabó en una ola de vandalismos de madrugada, pintadas sobre los carteles del Capitolio y algún que otro intento de sabotaje a los vehículos de los agentes de la paz. A pesar de los lujos y el buen nivel de vida del que gozaban los habitantes del Distrito 4, el sentimiento de odio y rebeldía hacia el actual régimen se había intensificado como la pólvora. Siempre había estado ahí, por supuesto, pero en los años posteriores a su victoria se avivó —de manera inusual— una serie de manifestaciones y vandalismos sin precedentes.
La respuesta de los agentes de la paz fue inmediata y se aplicó con un estricto toque de queda a medianoche, seguido de arrestos, ejecuciones en la plaza y continuas patrullas recorriendo los suburbios del distrito. No corrían tiempos seguros en el cuatro.
Doblando el final de la calle se detuvo frente a un cartel a medio arrancar que ondeaba sobre una pared gris. Mélode lo analizó con el ceño fruncido. Otra propaganda donde el Capitolio animaba a los ciudadanos a presentarse voluntarios con un oxidado eslogan que gritaba: «Este año podrías ser tú el Vencedor. ¡Preséntate voluntario!».
Normalmente la propaganda iba acompañado de la foto de un modelo, pero aquel año el Capitolio decidió elegir una foto suya para animar a los jóvenes con su imagen. Tiempo atrás perteneció al poster promocional utilizado durante su gira de la victoria, pero al parecer, habían pensado en darle un cambio de tuercas. Una sutil maniobra para incentivar a la nueva generación.
La repugnancia que sintió al ver aquel cartel no fue comparable a nada que hubiera sentido antes. ¿Cómo habían podido tener la desfachatez de usar su imagen para manipular a los jóvenes? ¿Para promover la matanza de su querido espectáculo? ¿Para reprimir las sublevaciones rebeldes de las últimas semanas?
Era lamentable.
Por suerte en el 4 la mayoría no se dejaba embaucar por las mentiras del Capitolio. Aquello no era el Distrito 1, aún menos el 2, donde los jóvenes se peleaban entre ellos para presentarse voluntarios y honrar a su distrito en los Juegos.
Cuando quiso darse cuenta, habían pasado diez minutos cuando logró despegar los ojos del cartel con el pecho encogido. Se limpió una fugaz lágrima que rodó por su mejilla e instó a sus pies a ponerse en movimiento. No le convenía que nadie la viera llorar. Suficiente mala fama tenía para su gente, que pensaban que era una pobre desequilibrada. No sólo ella, también Finnick, porque lejos de ser dos de los Vencedores más atractivos y populares de todo el distrito, también era esclavos del Capitolio y por ende, dos piezas más de su espectáculo.
Finnick por suerte lo sobrellevaba mejor que ella. Él se limitaba a esconder su dolor bajo una máscara de indiferencia, pero la pelirroja era incapaz de hacerlo. Tal vez no fuera tan fuerte, o tal vez las situaciones a las que se enfrentaba la llevaron a sus límites. Las malas lenguas solían decir que era una loca de remate, y no podría estar más de acuerdo. Anque se esforzara por mantener la normalidad frente al resto, nadie podía ignorar el asunto. No ayudaba que rompiese a llorar a cada rato o que sufriera de crisis nerviosas que no hacían más que delatar lo evidente.
El año pasado —sin ir más lejos y en mitad de la celebración de los Juegos anteriores— fue presa de un ataque de pánico que la hizo aparecer en todas las portadas de los periódicos del Capitolio. No fue una experiencia demasiado enriquecedora, pero le permitieron dejar la capital y volver al cuatro lo antes posible. Finnick fue su mayor apoyo. La abrazó y la consoló durante toda la noche, aún cuando ella estaba hecha un ovillo de lágrimas y se negaba a cooperar. Fue la primera vez que su mentor la vio perder los estribos de aquella forma, y se había sentido tan avergonzada, que no quiso ver o hablar con nadie en semanas.
A medio camino tuvo que sentarse en un banco cercano en un intento por controlar el ataque de ansiedad que le estaba oprimiendo el pecho. Se sacó una pequeña pastilla blanquecina del bolsillo y bebió un poco de agua para ayudar a tragarla. El efecto de la morflina fue casi inmediato y sus músculos se relajaron al instante.
Solía procurar no abusar mucho del medicamento, ya que sabía cómo terminaban los que caían en su droga. Los Vencedores del Distrito 6, los conocidos adictos a la morflina, eran un buen ejemplo. Mélode no deseaba acabar como ellos, hecha un saco amarillento de huesos que anestesiaba su dolor.
Durante los días festivos, la plaza solía llenarse de una gran variedad de puestos donde los tenderos ofrecían artículos de todos los tipos. Solo había que fijarse en los exóticos artículos que ofrecían los comerciantes. Desde animales extraños, a especias y sedas venidas del mismísimo Capitolio.
En antaño su familia también era comerciante, pero desde su victoria en los Juegos, abrieron su propia tienda de artículos marinos y solo iban al mercado una vez por semana. Desde entonces, ya solo los veía algunos días por casualidad. De la noche a la mañana, se habían convertido casi en extraños. Mélode no deseaba que supieran cuán rota estaba, o sobre como los traumas de los juegos llenaron sus noches de pesadillas porque no deseaba causarles más dolor. No era la mejor solución, pero solía alejar a su familia de sus problemas para que estuvieran a salvo. ¿Cobarde? Quizás.
Conforme la pelirroja se fue adentrando más y más en la plaza, fue incrementando la velocidad y a esquivar a la gran marea humana que había aquella mañana. Sus conciudadanos la veían y se apartaban por inercia, levantando susurros en voz baja. Los más indiscretos incluso la señalaron, pero siempre procuraba mantenerse inexpresiva ante el centro de miradas que despertaba. Era la mejor forma que tenía de hacerle frente al mundo.
Estaba claro que los rumores sobre su locura no habían dejado a nadie indiferente.
Tras esquivar la gran marea humana concentrada en la plaza, subió la escalinata de mármol y se introdujo sin más demora en el Edificio de justicia. Consistía en una lujosa estructura de piedra caliza con pequeños arcos verticales y ventanas de estilo gótico que se elevaba a los diez metros de altura. Allí era donde tenían lugar las cosechas, los discursos de la alcaldesa y las decisiones importantes de gobierno. Por no mencionar, las ejecuciones que realizaban los agentes de la paz.
La mujer de secretaría, una señora entrada en años, hablaba por teléfono en tanto garabateaba algo en un trozo de papel. Cuando se percató de su llegada, levantó la mirada con aspereza y le señaló la dirección del ascensor.
—Le esperan en la puerta final de la tercera planta, señora Underfell. La reunión está a punto de iniciar.
El término "señora" logró herirle el ego, pero decidió asentir y dirigirse hasta el elevador sin protestar.
El interior del Edificio de Justicia era incluso más elegante por dentro que por fuera, con columnas de mármol, escalinatas de piedra tallada y pequeñas estatuas de niños alados en el techo. Aprovechó el viaje en ascensor para poner en orden sus pensamientos y deshacerse del polvo de la túnica. No le convenía dar una mala imagen. Este año todos posarían sus miradas en ella. Cuando las puertas se abrieron, recorrió el largo pasillo que daba a la puerta donde tenían lugar las mentorías y tomó aire antes de entrar.
La reunión de mentores tenía lugar una semana antes de los Juegos del hambre, y consistía en una asamblea entre el alcalde del distrito y los vencedores para designar a los mentores que acompañarían a los tributos en los Juegos, asi que era muy importante y no se admitían faltas de asistencia sin aviso previo.
Normalmente solían salir siempre elegidos los dos últimos ganadores del distrito, en su caso; ella y Finnick. Pero también estaba la alternativa de que cualquier otro vencedor fuera con los dos mencionados. Desde que había ganado los Juegos, Finnick y Mags la acompañaron en cada una de sus mentorías. Sin embargo aquel año Mags estaba indispuesta —la anciana había sufrido una apoplejia que la dejó en cama por varias semanas— por suerte ya estaba mejor. El boticario les dijo que perdería la capacidad del habla con el tiempo, aunque por lo demás se encontraba bien y no corría riesgo alguno.
Finnick había estado muy preocupado por ella desde entonces y procuraba ir todos los días a visitarla. Al fin y al cabo; era lo más cercano a una madre que tenía —o mejor dicho— que le quedaba. Mélode también iba a visitarla con frecuencia, llevando siempre que podía bizcochos de crema o panecillos de algas. Los favoritos de la anciana.
Debía reconocer que echaría en falta a la octogenaria en su estancia en el Capitolio. Aunque vieja, la presencia de la mujer siempre la ayudaba a sobrellevar el peso de los Juegos del hambre.
Cuando llegó a la puerta se detuvo intentando apaciguar los nervios y giró el manillar para entrar. Cuando al fin tomó la valentía de hacerlo, todos enfocaron su atención sobre ella y ensancharon las sonrisas a modo de bienvenida. Su llegada logró arrancar más de una exclamación entre los presentes que la hicieron sonrojarse de la vergüenza, así que cerró la puerta suavemente y se aproximó hasta el grupo que estaba junto la ventana tomando café.
Le sorprendió no ver por allí a la alcaldesa Luxor, ya que la puntualidad era su norma más importante. En cambio, sí vio a la mujer de cabellos azabaches que se aproximó a ella dispuesta a abrazarla.
—¡Mélode, estás... Maravillosa! —La pelirroja aceptó con una sonrisa el abrazo de Librae —la que en su día fue su mentora— y le estrechó la espalda—. Me alegro mucho de verte, de veras.
Intercambió suaves apretones de manos y saludos con el resto de mentores del distrito, aunque se tomó un tiempo de más en saludar y abrazar a Finnick. Llevaba varias semanas sin verlo, así que le alegró saber que estaba bien. Al menos parecía alegre.
Librae le ofreció una tazá con café.
—¿Gianiria todavía no ha llegado? —preguntó refiriéndose a la alcaldesa del distrito.
Su mentora se encogió de hombros con cansancio.
—No lo sabemos, llevamos esperando aquí diez minutos. Parece que le ha surgido un contratiempo.
A Mélode le costaba creerlo, ya que el lema de la mujer siempre había sido «Ante la impuntualidad, corre como el viento». Seguramente era la primera vez que se retrasaba en una reunión.
Finnick se materializó junto a su hombro portando una pequeña taza de cerámica.
—Conociéndola seguro que le estará exigiendo a su ayudante que ¡revise cada uno de los preparativos de la cosecha! —bromeó, arrancando varias carcajadas a los presentes. Mélode también rio, aunque no puedo evitar sentir empatía por la chica a la que la alcaldesa siempre arrastraba de un lado a otro, cargada de papeles y carpetas.
—¿Un azucarillo? Ayuda a mejorar el sabor. Por desgracia aquí no saben prepararlos muy bien.
Mélode aceptó tres terrones y removió con una cucharita de plata el líquido negro generando un tintineo metálico. Le dio un sorbo a la taza y se maravilló con el sabor. Siempre le había gustado un buen café.
—Quizás debas prepararlos tu, Odair. —ironizó ella y él tuvo que morderse la lengua para no caer en sus provocaciones.
El grupo de vencedores estuvo conversando un rato más entre si en un ambiente festivo y dicharachero. Hasta ella se tomó la molestia de unirse a las conversaciones para aparentar más normalidad de la habitual.
Prestó especial atención a la anécdota que Griffith contó sobre cuando intentó pescar una lubina con sus propias manos. Era un hombre mayor —no más que Mags— con el pelo y la barba descoloridas por el paso del tiempo. Conservaba de sus juegos un gran corte que iba desde su ojo derecho hasta la mejilla, sin mencionar el trozo faltante de una de sus orejas y el parche plateado que adornaba el ojo perdido. Era un hombre amable, aunque tenía tendencia a gritar y contar historias de pesca todo el tiempo.
A su lado, Librae se limitó a asentir maravillada a todo lo que decía, plasmando muecas de sorpresa y fingiendo pequeñas exclamaciones después de una anécdota fantasiosa. Finnick y ella hablaron también un poco. Bromearon, se contaron chistes y comentaron un poco por encima como habían sido los primeros días del Verano. Pasaron algunos minutos más cuando la puerta se abrió con un sonido estridente y la alcaldesa Luxor apareció.
—¡Perdonen mi demora! Estaba ultimando los preparativos para la semana que viene. Tomen asiento y vayamos al meollo de la cuestión.
Todos se sentaron alrededor de la mesa de madera de pino pulida que había en medio, cubierta de una gran variedad de platos de los que nadie había comido. La ayudante de la alcaldesa cerró la puerta cargando una montaña desordenada de papeles y se colocó las gafas con un resoplido.
Mélode agarró con disimulo un esponjoso bollito de crema y se sentó junto a Librae y Clifford.
La alcaldesa se puso sus gafas de lectura y abrió una carpeta llena de papeles plastificados para dar inicio. El pelo canoso caía sobre los hombros de su chaleco, liso y aplanado, tan perfecto que costaba trabajo encontrarle un solo defecto a simple vista. Se aclaró la voz antes de empezar:
—Bien señores, ya saben que el motivo que tiene esta reunión es el de asignar los mentores para los tributos de este año. Como siempre; espero que sepan cumplir con las responsabilidades del cargo.
Consultó unos asuntos con su ayudante y después volvió a dictar su habitual discurso de todos los años. Enumeró las obligaciones que suponía ser mentor, repasó la lista de vencedores y por último, sacó una hoja donde los elegidos deberían firmar para dejar constancia del acto.
—¡Estupendo, estupendo! Los dos mentores asignados por defecto son: Finnick Odair y Mélode Underfell. También os vuelvo a recordar que cualquiera que lo desee, puede también formar parte de la mentoría de este año.
Les hizo entrega de una pluma con tinta, y Finnick y ella firmaron con sus nombres y apellidos. Cuando la mujer se dispuso a firmar para cerrar el acuerdo, Librae agarró el trozo de papel y colocó su firma junto a la suya. Todos la miraron sorprendidos.
—¡Oh, Librae! Me congratula saber que has decidido volver a ser mentora. ¡Estupendo, estupendo! Pues sin más asuntos que tratar, creo que podemos dar por finalizada la sesión.
De vuelta a la Aldea de los Vencedores, la pelirroja decidió acompañar a Finnick y Librae, ya que Griffith y el resto de los vencedores decidieron hacer una parada en el mercado de la plaza.
A mitad de camino no pudo evitar increpar a la mujer.
—¿Por qué lo has hecho? Pensaba que odiabas ser mentora.
Librae alzó el rostro al aire y le hizo entrega de la sonrisa que se esforzaba por dedicarle a todos.
—Tienes razón, lo odio. Pero en vista de que Mags no irá con vosotros este año, me preocupaba dejaros solos con los tributos. No me malinterpreteis, no quiero sonar grosera. Pero creo que será lo mejor. Se por lo que estáis pasando los dos.
Guardaron silencio hasta que llegaron a la aldea y se despidieron deseándose suerte. En su despedida con la mujer notó sentimientos encontrados. Sentimientos que luchaban por salir a la superficie.
—Trata de descansar querida. La semana que viene promete ser agotadora —le aconsejó y la pelirroja asintió para darle la razón.
Estaba súper contenta de volver a ser mentora. Nótese la ironía.
Mélode abrió la puerta de su casa y se permitió esbozar una pequeña sonrisa de alivio que se esfumó al verlo sentado muy recto en una de las sillas del comedor.
Sus ojos la increparon con frialdad.
—¿Dónde has estado? —le preguntó.
La pelirroja no pudo evitar tragar saliva.
—Tenía cosas que hacer, no quise despertarte.
Su mirada era fría como un témpano de hielo.
—Con ese idiota de Finnick Odair, ¿verdad, Mélode?
Ni siquiera le contestó.
Depositó las llaves sobre el mueble de la entrada y cruzó el pasillo en silencio. Dorian se levantó y se posó sobre el picaporte de la puerta con la vena del cuello marcada.
Odiaba que tuvieran la osadía de ignorarlo.
—Ya hablaremos tú y yo.
¡QUÉ HYPE TENÍA POR TRAEROS POR FIN EL CAPITULO UNO!
Bueno Bueno Bueno, ya os dije en el capítulo anterior que esta nueva versión de Revenge iba a venir con varios cambios, y este ha sido uno de ellos. A diferencia de la versión original, en este primer capítulo he querido introducir más a los personajes del 4 y detallar un poco como es la vida de nuestra adorable protagonista.
Debo decir que el tema de las mentorias siempre me ha causado curiosidad y estoy muy satisfecho con la forma en la que lo he detallado. Aunque debo pedir disculpas porque al final el capítulo me quedó un poco más largo de lo que quise xD.
Por no hablar de Dorian. Creo que ha sido la mayor diferencia respecto a la vieja historia, en la que su aparición es más brusca y forzada. A mi juicio he sabido introducirlo bien añadiendo el punto justo de odio, ya iremos viendo más adelante lo que sucede con él.
¿Qué os ha parecido el Capítulo?
¿Os ha gustado?
Para los viejos lectores, ¿Qué os parece el personaje de Librae?
Releyendo me di cuenta que había un vacío gigantesco entre la relación de Finnick y Mélode dentro del Capitolio y creo que ella sabrá embaucar este último detalle como una madre y un apoyo emocional para ambos. Le tengo mucho aprecio a su personaje y será bastante recurrente durante este primer Acto de la historia.
En fin, que me disperso
¡Espero un montón que os haya gustado, nos vemos chicos!
5/6/23
©Demeter_Crane
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