
¹⁸ ━ 𝐓𝐇𝐄 𝐋𝐀𝐒𝐓 𝐂𝐎𝐌𝐌𝐈𝐓𝐌𝐄𝐍𝐓
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CAPÍTULO DIECIOCHO
𝘌𝘭 ú𝘭𝘵𝘪𝘮𝘰 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘳𝘰𝘮𝘪𝘴𝘰
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(POR FAVOR VOTA Y COMENTA)
EL AGUA DEL baño estaba hirviendo cuando Roma la ayudó a entrar en la bañera. Tracia y Galia perfumaron el agua con aceite y sales aromáticas que envolvieron a la habitación con un vapor frutoso. Roma le lavó el cabello mientras que Galia y Tracia se lo peinaron para deshacer todos los nudos de su melena rojiza. Mélode cerró los ojos y se dejó envolver por el olor y los vapores del agua.
Los tres días de descanso que le otorgaron a ella y a Finnick habían pasado rápido. Tuvo tiempo para pensar y se encargó de hacerlo.
Se estrujó la cabeza, paseó y rememoró todos los momentos hasta ordenar uno a uno sus propios pensamientos. Llegó a la conclusión de que con el rubio era feliz, era ella. Se sorprendió a si misma con la idea de que era, tal vez, la única persona que la había visto desnuda con todas sus cicatrices y todos sus miedos. El único hombre que seguramente no hubiera rechazado su compañía, sino que le abría sus brazos para consolarla. El hombre que la animaba cuando lloraba. El hombre que se preocupaba por ella, por su familia. El hombre que le había abierto las puertas de su casa sin pedirle nada a cambio.
La clase de hombre, y de amor, que ella había necesitado todo este tiempo.
¡Qué tonta fue evitándolo, sin expresarle lo que verdaderamente sentía, rechazando su compañía, alejándolo de ella! Decir que estaba avergonzada era un eufemismo. Estaba claro que su actuación fue propia de una idiota egoísta. Recordó aquel día en la playa, cuando Finnick fue a buscarla para levantarle los ánimos, la mañana de la cosecha, y se mordió el interior del carrillo.
Los últimos días los había pasado con Syrus, ya que Johanna se encontraba de regreso en el siete. Agradecía que el moreno siguiera en el Capitolio porque hacía la estancia más llevadera. Paseaban, hablaban, visitaban parques o buscaban refugio en la calidez de la suite del Vencedor, donde tenían algo de intimidad para hablar, fuera de oídos indiscretos.
A la noche volvían a sus hospedajes, no sin antes abrazarse y desearse suerte. También se había sincerado con él. Le contó todo aquello que a menudo no solía contarle a nadie: Finnick, la situación en casa, la conversación con el presidente Snow... A pesar de la tristeza que le transmitió el semblante del contrario, Syrus no le dirigió ninguna mirada lastimera. Habló con la voz de la experiencia:
—Si quieres mi opinión, creo que ya va siendo hora de hacerle frente a los problemas.
—¿Hacerle frente a los problemas? —dudó, no muy convencida.
—Sí, Mélode, sí. Tienes dos opciones: o quedarte llorando en tu cama, mientras todos te cuidan y la gente murmura lo loca que estás, o alzarte y dar un golpe sobre la mesa.—No supo que responder porque era cierto. No había hecho absolutamente nada para combatir sus miedos. De no ser por Finnick o Librae... La verdad fue aplastante. Lo poco que se los agradeció
—Decirlo es fácil, ¿pero cómo puedo hacerlo?
Syrus arrugó el entrecejo y rodó los ojos hilando su respuesta.
—Habla con Finnick, dile lo que sientes. Habla con tu familia, diles lo que sientes. Vuelve a casa y echa a patadas a ese monstruo que tienes por novio. Conoce a tus compradores, a las personas que desean conocerte, a las personas que se acercan con oscuras intenciones y descubre sus secretos. Los secretos son un arma de doble filo, y me apuesto, que esta gente tiene de sobra. Ojalá pudiera decirte más.
Llevaba razón, como de costumbre.
Mélode no sabía como lo hacía, pero Syrus siempre parecía encontrar las palabras adecuadas para cada situación. ¿Qué había hecho para solucionar sus problemas? Absolutamente nada. Huir, mentir y gemir como una niña asustada. Quiso hacerle mil preguntas, pero se conformó con quedarse callada y se las tragó una por una.
La pasada noche lo vio perder los nervios por primera vez en mucho tiempo, mientras veían los Juegos. Con la muerte de Rue, la niñita del Once. La niña que había —no sólo salvado a Katniss Everdeen de la infección del veneno de las rastrevíspulas— sino también forjado una alianza y posteriormente una amistad con ella. En agradecimiento, la pupila de Haymicht compartió la comida, las risas y la cama con la niña. Después hilaron una estratagema con la que destruir la pila de suministros de los profesionales —apiladas alrededor de minas explosivas. Mientras una actuaba de cebo para atraer a la manada, la otra se encargaría de hacerla detonar.
Todo acabó como se había planeado.
Una vez que la manada abandonó la cornucopia, Katniss explotó mediante el uso de flechas los suministros, y en represalia el tributo del 3 fue asesinado por el profesional del 2 en su regreso. Su mentor, Yohan Fairbain, lamentó lo sucedido y aplaudió la ingeniosa estrategia de las chicas del 11 y del 12 manteniendo la compostura.
Sólo un día más tarde, la pequeña Rue fue atrapada por uno de los profesionales en un imprevisto y atada de pies y manos bajo la soga de una red. La chica en llamas apareció en el momento más agónico y consiguió liberarla, pero el profesional del 1—acechante— salió de entre unos arbustos y dirigió su lanza hasta la pequeña Rue. Katniss Everdeen cargó una flecha y la mandó a volar hasta su sien, produciendo una doble muerte. La audaz Katniss Everdeen —quién se había ganado el cariño de Panem— cantó hasta que la niña murió, y antes de dejarla atrás, le hizo una cama de flores y le cerró los ojos por última vez.
Un último acto de piedad.
La escena no dejó indiferente a nadie. Los ciudadanos del Capitolio gimieron consternados, mientras que algunos vencedores contemplaron la pantalla con impotencia y rabia. Mélode no fue menos. Deseó verlos a todos enterrados bajo cenizas. El Capitolio entero. A él y a su gente alérgica al aire. Era inhumano. Desolador. Una pobre niña.
Syrus, el tranquilo y amable Syrus, incapaz de controlar su ira, arrojó una de las mesas hacia el televisor, sabedor de que cualquiera de sus hijos podría verse en la misma situación en un futuro muy cercano, y maldeció a todos aquellos que celebraban los Juegos como una festividad.
—Estoy harto, ¡harto! Lo único que hago es fingir sonrisas y entregar abrazos a personas que disfrutan de esto como un espectáculo. ¡Es vomitivo! —Pasó la noche con él, hecha un ovillo en el sofá de la suite mientras el moreno despertaba de una pesadilla tras otra. Sin nada salvo la oscuridad de la habitación como compañía.
Por la mañana volvió al Centro de entrenamiento con los puños cerrados. No saludó a nadie cuando llegó. Galatea seguía llorando la muerte de Marina encerrada en su habitación, y a Finnick y a Librae llevaba días sin verlos desde que se despidieron de Johanna en la estación. Lo prefería de ese modo. No tenía ganas de ver a nadie.
Cuando estuvo limpia, las esteticistas la ayudaron a salir del agua y la abanicaron bajo una alfombrilla eléctrica para secarla. Roma le cepilló el pelo hasta que le cayó sobre la espalda como un río de fuego líquido, y Galia le aplicó polvos y cremas para cuidar su pH. Tracia la perfumó con florespecias y jazmín, un toque en cada muñeca, tras las orejas, en los laterales del cuello. La última gota fue para su feminidad, lo que provocó que Mélode frunciera el ceño a modo de protesta.
—Honorius nos pidió que no dejáramos piel sin cubrir —articuló Tracia al reparar en el desconcierto de la pelirroja.
Honorius la estaba preparando para Renato Kastwell, seguramente. Un viejo barrigón de mediana edad que había sido el centro de las polémicas por acusaciones de pederastia, malversación y cohecho. Pensar en el hombre le trajo oscuros recuerdos de otros años. No de él, pero sí con hombres que ostentaban niveles de poder semejantes. Hombres sin escrúpulos ni pudor.
Cuando salieron del baño, empezaron a maquillarla y a trenzar su cabello con movimientos gráciles y precisos.
Honorius apareció portando bonita seda azul plastificada y una sonrisa de oreja a oreja. Cuando desenroscó el vestido para su noche, Mélode se quedó sin palabras. Estaba hecho de lino, con toques de tul y cachemira, de tono azul intenso precioso y con pequeños puntos brillosos que simulaban ser estrellas. El vestido invitaba a la lujuria, enmarcado con trozos de telas por allí y por allá, escotado, con vuelo ligero y mallas negras traslucidas. Mezclaba el aspecto anticuado de los distritos, con el moderno, flagrante y colmado de ricos detalles del Capitolio —tan majestuoso y lleno en tesituras.
Saltaba a la vista que había sido hecho para realzar la belleza del cuerpo de una mujer hermosa. Un monumento a la belleza femenina para otorgarle a la poseedora un plus de erotismo. Nada de medias tintas.
Honorius se lo hizo colocar mientras Roma, Tracia y Galia observaban agazapadas junto la rendija de la puerta del baño. Su estilista dio una vuelta recorriendo cada milímetro de seda, le colocó una diadema con doce puntas doradas, a juego con los tacones plateados, y le alzó el mentón plasmando una mueca maravillada.
—Mon chérie, tu'es magnifique.
Lo cierto era que estaba increíble. Observó con todo lujo de detalle su reflejo en el espejo pero terminó arrugando la nariz.
—Supongo que debo estar perfecta por si Renato Kastwell desea acostarse conmigo, ¿verdad, Honorius? —escupió, inconforme.
Vio a Honorius suspirar en el espejo y el hombre vaciló. Agachó la mirada con un deje derrotado.
—El señor Kastwell insistió en que lo llevarás puesto. Es un hombre poderoso, Mel, no he podido hacer nada. No me culpes a mí. ¡Estoy atado de pies y manos!
Después de cuatro años siendo su estilista, Mélode se hubiera esperado una respuesta más apropiada, más acorde a la situación sin precedentes que le tocaba vivir año tras año. ¿Dónde quedaba la empatía? Se dio la vuelta y la furia relampagueó en los iris azulados de Mélode, provocando que Honorius retrocediera un paso. Aquella frase había sonado más a una excusa que a un alegato, una cobarde e insulsa excusa barata. ¿Ahora su trabajo consistía en prepararla para contentar la demanda de viejos pervertidos?
Las esteticistas salieron en auxilio de Honorius con muecas de preocupación. La rodearon con los ojos llorosos y trataron de calmarla.
—¡No culpes a tu estilista, sino a nosotras! Tenemos tanta culpa como nadie.
—¡Estamos sometidos a mucha presión, Mélode! Es una noche muy importante, todo debe salir acorde al plan. No podemos permitirnos errar.
—¡La asistencia es sólo un vago trámite, no dejaremos que vaya a males mayores!
La pelirroja las espantó entre aspavientos y terminó cediendo con reticencia. Sólo porque las tres hermanas esteticistas siempre actuaban con la mejor de las intenciones. Un poco más relajado, su estilista se acercó con una sonrisa temblorosa y le colocó un brillante collar de amatistas. La abrazó con cuidado y depositó el rostro sobre su hombro.
—Te prometo que nada malo va a pasar, mon chérie. ¡Puedes confiar en mí!
Pese a todo, deseó creerle.
Su mentora no hizo acto de aparición hasta última hora de la tarde, cuando el sol terminaba de descender sobre el manto anaranjado del crepúsculo. Galatea estaba detrás suya, desmaquillada y llorosa. Entre sus manos había una montaña de pañuelos, y hasta su piel color ébano parecía haber perdido su caracteristico brillo artificial.
La mujer esbozó una sonrisa poco convincente y abrió mucho los brazos.
—¡Oh, querida, lamento mucho que tengas que verme en este estado de zozobra constante! No quisiera estropear un momento tan delicado como este, va a ser todo un gran acontecimiento. ¡Estaré bien, no te preocupes por mí, deja que me apague en silencio como una estrella marchita!
Era sin duda la reina de los dramas.
—No digas tonterías, Gala, ¡estás estupenda! Me apuesto a que es por esa leche corporal de lavanda de la que me hablaste.
El comentario provocó que la mujer relajara la expresión y plasmara la sombra de una sonrisa.
—Puede ser, puede ser. ¡Hace auténticas maravillas!
La abrazó con fuerza y prolongó el intercambio irremediablemente en su intento de consolarla. Librae fue la siguiente. La observó de arriba a bajo muy seria, pero después cedió y abrió sus brazos.
—¿Estarás bien? No se nos permite ir con vosotros. Por lo visto es una celebración demasiado exclusiva.—Se lamentó, más por ella y Finnick que por si misma.
—Al parecer casi todas las fiestas pecan de ser exclusivas —suspiró la pelirroja.
Librae ensanchó la linea de los labios y relajó brevemente el rostro. No le había sorprendido que Finnick no estuviera. Estaba siempre tan solicitado, tan ocupado, que su estancia con el resto del equipo durante los Juegos solía ser mínima. Supuso que se encontrarían en la mansión de los Kastwell.
Pasaron los siguientes diez minutos sentados muy rectos en los sillones de cuero mirando el minuto a minuto de los Juegos del hambre. Caesar Flickerman y Claudius Templesmith volvían a estar en pantalla, ¡pletóricos, con su nuevo resumen informátivo!
Al parecer los vigilantes habían cambiado las reglas de los Juegos: la regla que legitimaba a un solo ganador había sido revocada. Ahora podría haber dos vencedores —siempre y cuando formaran parte del mismo distrito. La nueva regla dejaba dos únicas opciones: Los profesionales del Distrito 2, los asesinos implacables: Cato y Clove, y los tributos del 12, los favoritos: Katniss Everdeen y Peeta Mellark.
Al margen quedaban Tresh, el gigantesco chico del 11 y la chica pelirroja del 5, la tributo de Syrus, que contra todo pronóstico había sobrevivido valiéndose de su astucia. Eso dejaba los Juegos al rojo vivo.
La imagen que retransmitían las pantallas enfocaban a la pareja del doce. Peeta estaba herido, demasiado. El tributo del dos le había cortado en la pierna con su espada y la infección le había provocado una fiebre muy alta. Que siguiera vivo era toda una proeza. La chica en llamas y el chico enamorado terminaron buscando refugio en una cueva, y el primer paracaídas de los patrocinadores voló hasta ellos. Era sopa.
Mélode fue solo otra víctima más del espectáculo. No pudo evitar observar a la pareja y compararlos con ella y Finnick: Tributos, asesinos, amigos, Vencedores, estrellas, aliados. Sintió como si el Mundo la envolviera en un manto gélido y oscuro, sin rastro de luces o esperanzas. Se sintió débil, cansada, acorralada. Sintió una fuerza tirando de ella hacia el suelo. Y de repente, ella y Finnick se habían convertido en aquellos dos chicos heridos dentro de aquella cueva.
Librae le dedicó una atenta mirada de preocupación, así que se vio forzada a aparentar normalidad y calmar los nervios. Empezaba a cansarle el asunto de que nadie le quitara la vista de encima. En la otra imagen, la pareja del Dos se encontraba recorriendo las cercanías de la cornucopia armados hasta los dientes. En la búsqueda de tributos o comida. Sin éxito aparente.
Solo cinco minutos más tarde, cuando el debate televisivo se concentraba en los trágicos amantes del 12, un avox apareció portando una tarjeta y todos los presentes se levantaron de un salto. Mediante el lenguaje de los signos, les transmitió de que la limusina había llegado. Compartieron miradas nerviosas, se abrazaron y bajaron hasta el vestíbulo donde Librae, Honorius, Galatea y las esteticistas la despidieron entre muecas. Librae volvió a ejercer su papel de madre:
—Ojalá pudiera acompañaros. Me quedo con mal sabor de boca teniendo que despedirte aquí. —Un resoplido de nuevo con los ojos agrietados.
—Es sólo otra fiesta más, Librae. Nada a que Finnick y yo no estemos acostumbrados.—Le quitó importancia, pero por dentro temblaba.
La mujer aceptó la respuesta con vehemencia y asintió.
—Está bien, pero tened cuidado.
Encontró a Finnick en la limusina y lo sintió tensarse cuando sus miradas se encontraron. Estaba guapísimo con un traje gris ceniza, el cabello bien peinado y un cinturón con piedrecitas brillantes ajustado sobre la cintura. No hablaron, y tal vez fue aquello lo que ahogó sus pensamientos de camino hasta la residencia de los Kastwell. Había pensado en el discurso que le dedicaría toda la noche. Las palabras bien hiladas que utilizaria para disculparse.
Pero todo pareció esfumarse cuando el vehículo echó a rodar y se perdieron entre las calles de la capital.
Siempre había odiado la ciudad abarrotada de rascacielos y personas del Capitolio. Por eso, agradeció cuando atravesaron las afueras de la ciudadela y llegaron hasta una de las montañas que franqueaban la capital de Panem. Las vistas desde allí eran majestuosas. Desde allí, los edificios enormes eran meros ladrillos de barro y piedra, levantados en una gran circunferencia rodeada de lagos y colinas y tierras escarpadas.
Tardaron exactamente una media hora, pero finalmente lograron llegar —en un camino lleno de curvas y baches— hasta la mansión de la familia. Un templo en realidad, con una escalinata de mármol cincelada que parecía infinita, jardines espesos y otras maravillas que se alzaban en lo alto de una pequeña parte de las rocosas. Los invitados llegaban a montones. Mélode no supo cuántos eran, algunas docenas, entre ellos; avox que se ocupaban del servicio.
Hermione Kastwell los esperaba junto al recibidor, muy tiesa frente a la puerta enorme de platino. Alzó el brazo varias veces y profirió varios saltos para captar la atención de los vencedores. Vestía elegante, sin rozar lo estrafalario pero conservando la vieja esencia de la moda del Capitolio. Aquel año había optado por un maquillaje acorde a su nuevo pintalabios y corte de pelo, uno ahuecado con florituras parpadeantes. Tonos azulados, más bien celestes, muy suaves. Una falda de tubo rosada y un elegante —aunque a la vista, incómodo— chaleco de seda blanquecino, complementaban el conjunto. Los abrazó nada más llegar y compartieron tres besos en las mejillas.
—¡Finnick, Mélode! Espero que hayais sabido encontrar cómodamente el camino. Muchos se pierden intentando encontrarlo. —se llevó el guante blanco a la boca y entrecerró los ojos analizando sus ropajes, devorando cada milimétro de seda encima de la piel, y clavando sus ojos especialmente en el de la pelirroja.
—Ajá, ya veo que no habeis perdido vuestro sentido del estilísmo, ¡estáis estupendísimos! —graznó finalmente.
—Para ser honestos, todo el mérito se lo debemos a nuestros estilistas y a la generosidad del Capitolio. No se que sería de nosotros sin ellos.—Una alabanza demasiado exagerada salida de los labios de Mélode.
Empezaron a subir la escalinata de mármol enfrascados en la superficial conversación de una despreocupada ciudadana del Capitolio. Una aristócrata de renombre.
—¡Perdonad la descortesía! Con todo el asunto de la fiesta se me ha olvidado por completo enviaros una carta por la trágica muerte de vuestra tributo. ¡Alea iacta este! Me entristece conocer que esa joven chica nunca podrá volver a disfrutar de los lujos del Capitolio.—A pesar de que había utilizado un tono infantil, casi irónico, tenía el rostro arrugado y contraído por la noticia.
Mélode tuvo que contenerse enormemente para no abofetearla. Hablaba mucho de alguien que se preocupara de, no de una vida joven perdida, sino del hecho de que esa chica nunca volviera a vivir rodeada de las comodidades del Capitolio. La pelirroja ahogó un gruñido feroz y plasmó una afilada mentira en el rostro.
—Todos nos sentimos entristecidos por las perdidas de nuestros tributos. Pero es una suerte que tanto yo, como mi compañera Mélode, si hayamos podido tener el privilegio de contar—añadió Finnick, entre varias capas de camuflaje.
—Por no hablar de lo vivida y atrayente que está resultando la edición este año —continuó ella, asqueada.Tuvo que hacer un esfuerzo considerable para no borrar la alegría del semblante.
La mujer suspiró, abatida, pero después ensanchó los ojos y sonrió.
—¡Oh, y que lo digas, Mélode! Están siendo unos Juegos realmente maravillosos, y en un par de meses tendremos el placer de presenciar un nuevo Vasallaje. ¡Disculpadme, soy toda una fanática del espectáculo que son los Juegos, y a veces me dejo embargar por la emoción!
Era una persona realmente estúpida.
—Cualquiera diría que no se ha perdido ninguno —comentó Finnick con una mezcla de humor amargo.
La mujer carcajeó y se volvió a llevar el largo guante al rostro.
—Bueno, ¡me enorgullece admitir que he visto todas y cada una de las ediciones de los Juegos, no me canso de verlas! Me emociono de sólo pensarlo. Exceptuando, por supuesto, la décima edición de los mismos. Me ha sido imposible encontrar la cinta. Todavía me pregunto quién tendría la fortuna de haberlos ganado. Como curiosidad, ¿sabíais que el segundo finalista de los primeros Juegos del hambre perteneció a vuestro distrito? Está claro que el Distrito 4 es rico en ganar Juegos del Hambre. ¡Ya veréis como el año que viene tendréis otro Vencedor!
«Y con suerte, otra víctima más del Capitolio» pensó Mélode cuando llegaron hasta el jardín familiar.
¡¡Hola a todos!!
Seguro que os he pillado por sorpresa, ¿verdad? Demeter actualizando 10 días después dos veces.. Hasta yo me he sorprendido, pero este mes os quería recompensar publicando 2/3 capítulos para calmar los ánimos y animaros un poco. Ya quedan muy pocos capítulos para terminar el primer Acto. Además, en Junio hacemos un año desde que reescribí Revenge y me he propuesto llegar a los 20 Capítulos. El próximo lo tengo pensado publicar dentro de poco. Para mediados de Mayo.
El capítulo tiene un poco de relleno, pero nos sirve como introducción a los dos siguientes capítulos, ya que los capítulos 18, 19, 20 y 21 ocurren la misma noche. Ya podéis imaginaros lo que sucederá. ¡Va a temblar Panem! Jajajaja. Ahora en serio, se nos viene unos capítulos con mucha intensidad, y estoy seguro que más de una y más de uno va a gritar cuando llegue al capítulo 20🌚🌚🌚
Me siento muy satisfecho por como estoy escribiendo los últimos capítulos. Está tarde terminé de arreglar y corregir los errores del capítulo 21 y no puedo estar más emocionado. Creo que a diferencia de la versión antigua, la nueva Revenge tiene mucha más personalidad, desarrollo y estructura. Aún así, tengo que admitir de que el Acto uno no me ha quedado al 100% y que soy consciente de que podría haberlo llevado un poco mejor. ¡Intentaré no decepcionaros cuando lleguemos al siguiente Acto que abarcará los eventos de En Llamas.
¿Qué os ha aparecido el capítulo? ¿Os ha gustado? Se que hay bastante relleno, pero he procurado añadir información y jugar también con los toques de humor, miedo y tristeza, para darle el mejor balance emocional posible.
¡Nos vemos!
Publicado el 2/5/2024
©Demeter_crnx
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