Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

²³ ━𝐓𝐇𝐄 𝐇𝐎𝐏𝐄 𝐎𝐅 𝐅𝐑𝐄𝐄𝐃𝐎𝐌

•✦──────────────•✧

CAPÍTULO VEINTITRES

𝘓𝘢 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘢𝘯𝘻𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘭𝘪𝘣𝘦𝘳𝘵𝘢𝘥

•✦──────────────•✧

(POR FAVOR VOTA Y COMENTA)

DESPERTAR CON FINNICK a su lado fue seguramente el acontecimiento más maravilloso que podía haber experimentado. Dormir a su lado y abrazar su piel con la seguridad de no resultar lastimada.

Era temprano en la mañana, el alba apenas se dejaba ver por Oriente y las ventanas yacían empañadas por el salitre de la costa. No hacía calor. Por la ventana entraba una alegre brisa cálida primaveral, la canción del mar y el graznido de las gaviotas. A Mélode se le dibujó una sonrisa en el rostro con tan solo pensar en la llegada al cuatro. Deseaba llegar y ver y abrazar a su familia, y también pasear con Finnick por la orilla del mar mientras sus pies se manchaban de arena húmeda.

El rubio seguía dormitando a su vera, junto a ella, en el lado izquierdo de la cama de su compartimiento. Mostraba la mitad superior del cuerpo al descubierto, mientras que la inferior estaba tapada por las sábanas de seda. Tenía el pelo muy alborotado —tal vez era la primera vez que lo veía tan desarreglado— aunque para ella él era perfecto. Mélode lo observó complacida un buen rato, resistiendo la tentación de deslizar las sábanas y comprobar si el vencedor llevaba ropa o —por el contrario— estaba desnudo. La sola idea de tener a Finnick sin ropa —durmiendo en la misma cómoda— la hizo sobrecogerse y ponerse roja como un tomate. Así que en su lugar, se recostó sobre el colchón y buscó la calidez de su cuerpo bronceado, tan afectuosa que procuró disfrutar de su compañía como una niña pequeña. Mar, sal y Verano; eso eran ellos dos. Tan indómitos y salvajes como las olas que bañaban los arrecifes y los océanos.

Esa noche no había tenido espacio para las pesadillas y los miedos. Finnick y ella cenaron, rieron, se abrazaron y durmieron juntos toda la noche admirando los ojos del contrario. No llegaron a deseos carnales, por muy tentadora que hubiera sido la idea por parte de ambos. Finnick la respetó, la acunó entre sus poderosos brazos y ella descansó con la cabeza apoyada sobre sus pectorales. Sobre su cuerpo duro, cálido y atractivo, tan perfecto que le resultó un infierno no devorarlo con el fuego que la hacía sentir. Quizás fue —con mucho margen de diferencia— la noche más tranquila y apacible que pudo tener en mucho tiempo. Había anhelado tanto aquella sensación, aquella paz y sosiego, experimentar esa felicidad. Todavía no terminaba de creerlo, y supuso que él tampoco. Cuando el joven vencedor abrió los ojos, contuvo la respiración y le pasó el pulgar por los labios. Sus ojos verdes, hermosos y brillantes, estaban soñolientos, deseosos de volver a cerrarse y dormir y postergar el inevitable desayuno.

—Buenos días, a la chica de mis sueños —ronroneó con un tono de cálido y sobrecogedor.

—Buenos días, al idiota de mis sueños—le respondió de igual modo, con los ojos azulados empañados por el sonrojo de sus mejillas.

Los labios del rubio se ensancharon y valiéndose de su brazo, atrajo a la pelirroja hacia él con aire insistente. Le plantó un dulce beso muy suave en los labios y emitió un gorjeo de notas alegres. Mélode le correspondió, se apartó la melena rojiza llena de nudos y acunó su cuerpo contra el suyo, buscando el calor que Finnick le proporcionaba. Bajo las sábanas, los pies de ambos se acariciaron con aire juguetón, mientras se plantaban besos en el cuello, la cara y nariz. Era una sensación tan fantástica, que ambos desearon que durase por siempre. En aquel preciso instante solo existían ellos dos, envueltos por las caprichosas flechas de cupido, con las manos entrelazadas y las almas dedicándose canciones y poemas de fuego. Hubo muchas ocasiones en las que Mélode se había arrepentido de haber ganado los Juegos, de haber salido de la Arena con vida, de ser un monstruo asesino al que Snow manejaba como un mero títere. Pero aquella vez, sólo pudo dar gracias por haber salido de ellos y contar con Finnick a su lado. Era —junto a su familia— su Mundo, su día, su luz y sus estrellas.

—¿Podemos quedarnos así toda la mañana? —le imploró la vencedora.

Finnick esbozó el arte de una sonrisa perspicaz, y batió las espesas pestañas doradas con un asentimiento.

—Podemos, Mel. Toda la mañana y toda la noche. —depositó una nueva caricia sobre su frente y chocaron sus narices.

Un cosquilleo se le instauró en lo más hondo dentro de su pecho, un cosquilleo travieso y juguetón. Emitieron una risa cómplice y volvieron a chocar sus labios ardientes, anhelando no separarse nunca. Librae dio tres golpes a la puerta con el anuncio de que era hora de levantarse.

—¡Hora de levantarse! Llegaremos al cuatro en menos de lo que canta un Sinsajo.

Mélode y Finnick le dedicaron un gruñido molesto y postergaron bajo las sábanas el desayuno.

La comida estaba compuesta por una bandeja llena de fruta, pollo frito, dulces y una variedad exquisita de café, té y pan y salsas. Los vencedores llegaron con veinte minutos de retraso, hecho que hizo a Librae arrugar el ceño con aparente cansancio. A decir verdad, estaban todos tan agotados después de la estancia en el Capitolio que a ninguno le apetecía tomarse la molestia de ser puntual. Cuando tomaron asiento, Librae los señaló con un divertido movimiento de cejas.

—Creo que anoche me perdí demasiado —comentó, ocasionando que la pelirroja vacilara con darle una explicación. Lo reconsideró rápidamente. El joven Vencedor carcajeó en voz baja en consecuencia y compartió una mirada con la Reina roja.

—No mucho, en realidad. Sólo un par de acontecimientos sin importancia.

La mujer sonrió con modestia, una sonrisa que señalaba aprobación y tranquilidad en un gesto silencioso.

—Como sea, me alegra veros bien. Es reconfortante. —Le dio un mordisco a su tostada y volvió a sumerjirse entre sus pensamientos sin entrar en más detalles. Mélode resistió las ganas de devolverle el cumplido y abrazarla. Finnick, por su parte, le pasó una mano por el costado para atraerla a su lado y pegar sus hombros. El cuerpo de la pelirroja burbujeó de placer.

Desayunaron en silencio, con la televisión interrumpiendo el tintineo metálico de las cucharillas y los platos. Caesar Flickerman y Claudius Templesmith acababan de hacer guardia nocturna —sin mucho movimiento— y se encontraban inmersos en un debate verbal sobre que distrito tiene a los tributos más inteligentes. Caesar opinaba que los tributos del cinco, inteligentes y esquivos, se llevaban la corona, mientras que su compañero se decantaba por los tributos profesionales de los distritos uno y dos. Cuando el reloj marcó las ocho menos cinco, los dos comentaristas anunciaron el inicio del banquete y dieron paso a un plano general de la Cornucopia. Seis tributos seguían en pie, y cinco de ellos aguardaban a su alrededor el momento de salir para agarrar su parte del botín. Los tributos del 2, Cato y Clove, aguardaban muy tensos en una distancia prudencial, barriendo el terreno en busca de movimiento. Katniss Everdeen yacía escondida a pie de campo, oculta por el follaje. Finch asomaba la cabeza en el interior del cuerno de la abundancia y Thresh cruzaba el campo de trigo arma en mano. Mélode tuvo el espamo de revolverse y salir corriendo, pero Finnick apoyó su mano sobre su muslo y le susurró que todo estaba bien. Los banquetes nunca le traían buenos recuerdos. Todavía recordaba con exactitud el instante en el que ella y Flint enfrentaron el suyo, de ver cómo decapitaban a su compañero. El sonido del acero desgarrando la carne y el hueso como si fuera mantequilla. El gemido ahogado saliendo de los labios de Flint. Su cuerpo inerte cayendo al suelo, estático. Sintió arcadas y temblores en la mano, pero Finnick y Librae le brindaron apoyo y la tranquilizaron con el uso de las palabras. Cuando hubo recuperado la calma, se focalizó en el desayuno y en abrir y cerrar las manos para tranquilizar los nervios.

—Señoras y señores, agárrense bien, porque estamos apunto de presenciar el inicio del banquete y nadie va a querer perderse ni un segundo —comentaba Caesar. En una imagen posterior se presentaron los suministros, cuatro mochilas diferentes en color y tamaño que albergaban desde una armadura para los tributos del dos, hasta comida para la chica del cinco, un escudo enorme para Thresh, y la medicina para los tributos del doce.

—Al parecer los vigilantes han creído oportuno añadir lo más indispensable para asegurar la asistencia de todos los tributos. El desenlace de este banquete puede decidir quien ganará los juegos, no lo pasemos por alto —apostilló Claudius Templesmith.

Acto seguido, una abertura en el suelo se abrió y permitió que la mesa metálica con las cuatro mochilas ascendiera hasta posicionarse en el centro de la Cornucopia. Un mantel de lino con bordado del Capitolio cubría la zona circular, elegante por donde se mirase. Entonces el click que señalaba el inicio del banquete flotó en el aire y la muerte danzó con libre albedrío.

Un destello pelirrojo y esquelético salió sin perder un solo instante del interior del cuerno de la abundancia. Finch, la astuta chica de Syrus, agarró la mochila verde y se alejó rápidamente hasta perderse por el follaje. Los comentaristas aplaudieron la rápida maniobra de la chica antes de centrar el plano de las cámaras en Clove y Katniss Everdeen. La chica del dos le arrojó un cuchillo a la cabeza, pero la pupila de Haymicht lo desvió con ayuda del arco y le clavó una flecha en el antebrazo. La joven Clove se sacudió de dolor, se arrancó la flecha y le volvió a arrojar otro cuchillo a la chica en llamas, que acababa de recoger su mochila del otro extremo de la mesa. El cuchillo logró cortarla en la frente y desestabilizarla, impidiendo que su siguiente flecha diera en su blanco y que la contraria cayera sobre ella y rodaran por el suelo. Poco tardó la chica en inmovilizarla y desarmarla con una habilidad sorprendente, tal como enseñaban en las palestras profesionales. La chica del doce trató de defenderse con uñas y dientes, pero resultó ser inútil.

Incluso Finnick torció la línea de la mandíbula al presenciar como la chica trataba de sacudirse en vano, por tal de quitarse de encima a la profesional y escapar. Era inútil, por supuesto. La tributo de Enobaria y Brutus empezó a burlarse y mofarse de la pareja de tributos de Haymicht, celebrando su muerte, celebrando su victoria, celebrando la perdida de la pequeña Rue y paseando un daga por la mejilla de la chica. Cato seguía escondido en el bosque, buscando desesperadamente cualquier indicio de Thresh o Peeta Mellark, quien estaba dormido víctima de un jarabe para dormir en el interior de su cueva. Thresh ya había llegado a la cornucopia y caminaba sobre la hierba con una furia silenciosa. Portaba entre las manos una espada corta e ignoraba con indiferencia la escena macabra de Clove y Katniss Everdeen. El chico se aproximó con toda su musculatura al borde de la mesa y arrancó de un manotazo la mochila grande que contenía el escudo de los vigilantes. Les prestó una última mirada a las féminas que combatian y amagó con marcharse.

—Olvídalo, Distrito 12, vamos a matarte, igual que a tu lamentable aliada... ¿Cómo se llamaba? ¿La que iba saltando entre los árboles? ¿Rue? Bueno, primero Rue, después tú y después creo que dejaremos que la naturaleza se encargue del chico amoroso. ¿Qué te parece? Bien, ¿por donde empiezo? —No dejó lugar a dudas de donde procedía. Al parecer todos los tributos y habitantes del Distrito 2 compartían una acentuada arrogancia y crueldad para matar. La pequeña —y fuerte— Clove empezó a trazar líneas sobre su piel, sin esconder la diversión y la perversidad de sus ojos, casi saboreando la satisfacción de poder cortarla y darle a los espectadores un espectáculo de sangre. Pero no Thresh. El gigantesco chico del once había escuchado las palabras de Clove. Vaciló con marcharse, pero finalmente decidió ir hacia las dos chicas con la furia burbujeando en el rostro. Incluso Mélode sintió miedo de él. ¿Qué hubiera pensado de él la Mélode que ganó los Juegos? ¿La chica intrépida, salvaje y sangrienta que se abstuvo de la piedad para ganarlos?

Como una mera muñeca de trapo, el chico levantó a la profesional y alzó la voz con tanta potencia que hasta los comentaristas se miraron perplejos y atónicos. La mano libre guardaba un trozo de roca cruel y amenazante. Los pies de la tributo del dos no tocaban el suelo cuando Thresh la alzó en el aire, tan asustada y temblorosa que Mélode se permitió disfrutar de la cara de pánico que esbozó.

—¿Qué le has hecho? ¿La has matado?

La profesional se sacudió en el aire, sorprendida y asustada. El cuchillo flotó en el aire y cayó sobre la tierra. Había sido casi un milagro que el tributo del once apareciese para salvar a la chica en llamas de una muerte horrible.

—¡No! No, yo no... —resultó patético la diferencia de fuerza y altura entre ella y Thresh. Estaba claro que la chica sabía que se enfrentaba a su muerte, de que era inútil que intentara luchar contra el chico, que su única oportunidad para vivir era negar los hechos y esperar misericordia. Katniss observó la escena todavía en el suelo, retrocediendo un par de metros.

—¡Has dicho su nombre, te he oído! ¿Es que la cortaste en trocitos como ibas a hacer con esta chica? ¡¿Lo hiciste?! -Desesperada, la chica tomó aire y bramó el nombre de Cato, tan fuerte y tan temblorosa que la sangre de sus mejillas pareció abandonarla.

—¡Cato, Cato!

Una voz grave reverberó desde la profundidad del bosque.

—¡Clove, Clove!

Pero era demasiado tarde. Thresh arrojó con fuerza a la chica al suelo y alzó la roca en el aire, dispuesto a terminar con ella. La roca impactó contra su sien con tanta fuerza que sus gritos quedaron abogados y el semblante de la pequeña Clove quedó congelado y estático. Todavía respiraba cuando Thresh interrogó a Katniss, confesándole esta última su alianza con la pequeña Rue, su muerte y el funeral que le brindó. Cato ya había llegado al claro cuando Thresh se alejó y agarró la mochila del Distrito 2.

—Te dejo ir por esta vez, por ella. Tú y yo estamos en paz, no nos debemos nada más. ¿Me entiendes? —Le lanzó una mirada al gigantesco chico del dos y después se la devolvió, con el semblante oscurecido de piedra.-Será mejor que corras, chica de fuego.

El cañón de Clove sonó cuando la audaz Katniss Everdeen se levantó de vuelta al bosque. Thresh hizo lo mismo llevándose consigo la armadura escondida en la mochila del Distrito dos. Cato, por el contrario, se arrodilló frente al cadáver de su compañera de Distrito y se postró susurrando su nombre. Mélode no quiso seguir observando o, se levantó de un salto y buscó refugio entre las mantas de su cama. Finnick había tratado de seguirla, pero Librae —que había sido incapaz de seguir viendo la televisión— lo detuvo sin dejar lugar a réplicas.

Mélode buscó con urgencia un cuchillo para defenderse de Lace, para defenderse de cualquier muto que se atreviera a pasar por la puerta, pero cuando una hora después la puerta se abrió, no era ningún muto ni Librae ni Flint; era Finnick. La pelirroja escondió el rostro entre las almohadas avergonzada y se llevó las manos a la cabeza. El rubio se sentó a su lado con mucha suavidad y delicadeza. Busco su contacto y le brindó una mirada triste.

—¿Te encuentras mejor? No ha sido plato de buen gusto de ver para nadie.

Mélode trató de respirar y deseó poder hacerse con la vieja cuerda de Finnick para tranquilizarse. En su cabeza era una tontería, por supuesto, como si ella misma nunca hubiera participado en la matanza o hubiera contemplado muertes parecidas. ¿Por qué se escandilizaba ahora? Los Juegos siempre tenían muertes horribles, y la de Clove no era ni de lejos la peor.

—Estaré bien, no te preocupes. Sólo ha sido... Una recaída. Puedes decirle a Librae que volveré dentro de diez minutos.

Le oyó suspirar.

—No he venido para llevarte de vuelta, Mel. Ha sido bastante horrible, estás en tu derecho de venir y refugiarte sin que nadie te pida explicaciones.—Guardaron silencio un buen rato, hasta que Finnick volvió a retomar la iniciativa—. ¿Quieres que te pida leche con galletas? También puedo ofrecerte mi desayuno, si aún lo quieres. No lo he tocado.

No quería desayunar, el estómago se le había cerrado y no tenía mucho apetito. Al no hallar respuesta, Finnick depositó un beso en su frente y amagó con abandonar la estancia con un gesto airado. Sin embargo, a mitad de camino, ella le detuvo.

—¿Cuando llegaremos al cuatro?

—Me parece recordar que Librae dijo que a media mañana.

La pelirroja tragó saliva y levantó el rostro lo justo para observar los hermosos ojos verdes del rubio.

—¿Te importaría quedarte hasta entonces? Para... Es que no puedo...

No hubo tiempo para objeciones. El rubio asintió con una sonrisa desdichada y ella se recostó sobre su pecho y su anatomía. Seguía oliendo a cítricos, y a Mar y a Verano. La fragancia perfecta que la transportaban a su infancia. Cerró los ojos cuando el contrario le pasó un brazo por encima y la envolvió un apacible sosiego.

—Siempre, Mel. Estaré aquí para ti, hoy y siempre.

—Yo también, Finnick.

Esta vez, fue Mélode quien tomó su mano. La acarició, la besó y la unió a la suya como una sola. El contrario comenzó a acariciarle el cabello rojizo, a proporcionarle calor, afecto y seguridad, y cuando ambos quisieron darse cuenta, se habían quedado dormidos anhelando la presencia del otro, juntos, abrazados y unidos.

El sol calentaba cruelmente el andén de la estación del distrito cuatro, envolviendo el aire con una bruma caliente, salada y pesada. No apareció nadie para recibirlos, más que una patrulla de agentes de la paz con una camioneta para escoltarlos. Al parecer la situación en el distrito no había mejorado, por desgracia de ellos. Dos reclutas se hicieron con las maletas de los vencedores y la colocaron en el maletero sin perder demasiado el tiempo, parecían cansados e impacientes. Mélode hubiera deseado algo más de libertad a la hora de volver a casa, quizás algo de intimidad y privacidad entre ella, Finnick y Librae.

—¿Ha ocurrido algo en el distrito en nuestra ausencia? —indagó su mentora al reparar en el aumento de vigilancia, patrullas y seguridad en las calles.

Los reclutas intercambiaron miradas nerviosas entre sí, vacilando con revelarles información, pero fue el subcomandante de los agentes de la paz, un hombre de rostro duro y nariz aguileña llamado Aulus, quién le contestó. El traqueteo de la camioneta no hizo más que ahogar sus palabras.

—Un ligero aumento de altercados en el puerto y ataques a las patrullas nocturnas. Pero eso a ustedes no os concierne en lo absoluto. Se han tomado medidas y dictado el protocolo estándar estimado según la ley.

Finnick y Mélode sintieron un extraño brillo de felicidad, y a la vez, de miedo ante la noticia. Librae asintió en silencio, y mantuvo una discreta conversación con el subcomandante. Recordó las palabras de Haymicht, la insinuación de una revolución y una guerra futura. En aquel momento le había parecido una tontería, los conflictos a pequeña escala habían sido desde siempre muy comunes. Incluso en el cuatro desde tiempos remotos, existía gente en contra del régimen del Capitolio, un movimiento que no hizo más que aumentar a lo largo de las últimas dos décadas. Nadie deseaba conocer el desenlace, las consecuencias, el número de pérdidas que conllevaría. Las calles estaban vacías y en el centro de la plaza yacían colgados una docena de cuerpos sin vida del cuello. No, estaba claro que nadie quería ver a sus vecinos muertos, torturados, mientras servían como carroña de las gaviotas. Todo parecía ahora más triste. Ni siquiera los mercaderes habían sacado sus puestos y los tenderetes a relucir, no flotaba en el aire la canción de los vendedores, sólo una melodía macabra llena de miedo, muerte y crueldad.

—Tuvimos que clausurar el mercado hasta nuevo aviso. Pensamos que fue ahí donde los estúpidos rebeldes tramaban sus ataques. Fueron ejecutadas dos decenas de personas y encarceladas varias quincenas, a la espera de su posterior ejecución. Muchos tienden a olvidar que es la mano del Capitolio quien les da de comer.

Ninguno le respondió, pero si hubiera estado en mano de Mélode, seguramente le hubiera escupido o le habría roto una botella en la cabeza. Cualquiera cosa para borrar las sucias palabras de la boca del subcomandante. Llegaron a la Aldea de los vencedores diez minutos después. Bajaron, les desearon suerte y se despidieron del cuerpo de los agentes de la paz. Mélode ahora pensaba en su familia, en la seguridad de protegerlos y mantenerlos a salvo. Estaba loca por volver a ver a su madre, padre y hermano, y abrazarlos y disculparse por todo. Librae, quién no volvió a dictar palabra desde su conversación con el subcomandante, suspiró y se cruzó de brazos con resignación.

—Será mejor que regresemos a nuestras domas y olvidemos lo visto. No me apetece seguir viendo las abominaciones del Capitolio, descansad.

Caminaron con la mujer en cabeza, sin hablar demasiado pero con los labios rebosantes de palabras y quejas. Mags los recibió desde su porche y Finnick acudió como un niño a su encuentro. La anciana los abrazó y balbuzeó lo feliz que estaba por volver a verles. Un hombre alto, de piel oscura y pelo rizado, salió de la doma de Librae y la mujer esbozó una sonrisa hinchada. La pelirroja sintió celos de ambos, puesto que a ella nada bueno la recibiría en su hogar. No había olvidado el asunto de Dorian, el miedo que le producía el hecho de enfrentarse a él. Estaba decidida a hacerlo y después visitaría a su familia hasta el momento de caer la noche, cuando se pasaría por casa de Finnick y de Mags para cenar con ellos. Librae besó a su marido con los ojos brillantes y se despidió de ambos vencedores con una sonrisa pesarosa.

—Bueno, creo que es el momento idóneo para desearos suerte hasta el año que viene -suspiró, derrotada—. Esta noche he pensado preparar un asado con carne y verduras, me gustaría que vinierais. Mags también. Disfrutemos de esta paz, por efímera que sea.

Finnick también se despidió de ella, alegando que pasaría toda la mañana con la anciana. Le ofreció que fuera con ellos, pero la pelirroja rechazó su oferta, le hizo la promesa de cenar juntos y se despidieron con un cálido abrazo. Mags los observó sonriente con los ojos entrecerrados, sabedora de las nuevas noticias entre ambos y la despidió con una sonrisa desdentada. El camino hasta la puerta de su mansión fue corto y breve, pero se le instauró un nudo en el pecho que sofocó con mucha fuerza de voluntad. Torció la línea de la mandíbula y abrió la puerta con tanto cuidado que pareció no querer despertar a una bestia. Silencio. Cerró la puerta y se permitió dar un paso, dos, tres, cuatro. La casa parecía limpia y no había rastro de ningún indeseado, hecho que comprobó al vagar por el pasillo y el salón y no encontrarse a nadie. Por breve que fuera, Mélode sintió un gran alivio llenarle el pecho. Un alivio que se esfumó demasiado rápido.

—Has vuelto.

El sonido de su voz la hizo sobrecogerse, pero enderezó la espalda y lo confrontó con el fuego de su ira. No vaciló ni bajó los hombros. No estaba dispuesta a darle esa asquerosa satisfacción.

—Vivo aquí.

Dorian descansaba sobre el respaldo de la escalera, vestido y aseado, aunque con el pelo ligeramente despeinado y los ojos verdes de un contraste rojizo. Su rostro estaba arrugado, con la frente poblada de surcos irregulares y la quijada tensa.

—¿Has terminado ya de atender tus obligaciones dentro del Capitolio? —No encontró burla ni provocación en sus palabras, pero si acusación y resentimiento.

La pelirroja no dejó que la situación tomara tintes dramáticos. Dejó sus llaves junto al jarrón y aparcó la maleta junto a la habitación que funcionaba como oficina. La habitación donde seguramente hubiera crecido el hijo que jamás llegaron a tener. Acto seguido, tomó fuerza y se cruzó de brazos frente a él.

—Sí, y creo que ya va siendo hora de que tú hagas lo mismo, fuera de esta casa.

El desconcierto bailó sobre los orbes verdes cristalinos de Dorian. Parpadeó confuso y ladeó la cabeza con incredulidad, intentando buscarle sentido a sus palabras.

—¿Qué has dicho?

Tragó saliva pero no permitió que él la volviera a tratar como algo frágil.

—He dicho que hagas tus maletas, Dorian. Ya no tienes derecho a vivir aquí. Nunca más.

El silencio se alargó hasta volverse interminable. Dorian fijó su mirada sobre la suya, tan fiero, letal y amenazador que la contraria se vio amenazada con apartar la mirada y dejarla caer al suelo. Algo que no hizo, y fue seguramente eso lo que suscitó aún más la sorpresa del contrario.

—Debe ser una broma, ¿verdad? ¿Acaso me estás echando de mí propia casa? ¿Tú? —La señaló con aversión, asqueado, casi conteniendo una carcajada horrible.

Mélode no se permitió flaquear y alzó la voz con más autoridad. Si aquel gusano pensaba menospreciarla una vez más, estaba muy equivocado.

—¡Esta no es tu casa, tú no ganaste los juegos para merecer vivir en ella!

Sorprendido, tratando de camuflar lo asustado y nervioso que ahora estaba, adoptó una pose segura y altiva. Se cruzó de brazos y la observó con desgana y aburrimiento, como si ella no fuera digna de su atención. El choque de miradas provocó que el contrario se sintiera insultado, débil.

—Pequeña puta vulgar, ¡tú no eres nada sin mí! —Dorian acortó la distancia con la mandíbula apretada y la abofeteó tan fuerte que Mélode cayó al suelo con un gemido seco. Después la agarró del pelo y acercó sus labios hasta su oído. El aliento le apestaba a whisky.— ¿Es que no te han calentado lo suficiente en el Capitolio que ahora me desafías? ¡Sólo eres una puta a la que pienso tomar, le guste o no! —Acto seguido, le jaló del cabello y la arrastró por el suelo, desenvainando una oleada de crueldad que amenazó con quebrar a la pelirroja.

Mélode gritó y pataleó, y cuando Dorian la levantó para sacudirla, la pelirroja le escupió y lo empujó contra la pared valiéndose del fuego que alimentaba su furia. Lejos de incrementar su odio, Dorian se limpió la cara, la miró incrédulo y esbozó una carcajada horrible, asquerosa.

—Me gusta que te hagas la fuerte, así abusarte será diez veces más entretenido. Pero vas a pagar muy cara tu osadía, ¡puta del Capitolio!

Dorian la volvió abofetear y la contraria se golpeó contra el mueble de manera violenta, mientras se tragaba las lágrimas y su cuerpo se retorcía de espanto, miedo y zozobra. El corazón le martilleó con un ritmo visceral dentro del pecho, a la par que los temblores sacudían su cuerpo y articulaciones. Sintió que estaba cerca de caer al suelo y ceder al pánico. Dorian lo notó y la jaló de la muñeca sin hacer uso de delicadeza. Le hizo un gesto vulgar, mezquino y perverso, y trató de bajarse los pantalones, pero ella, tan incremente y salvaje como la Mar, le propinó un golpe en la entrepierna y lo empujó contra el suelo. Después corrió a la cocina y agarró un cuchillo con la desesperación empañándole los ojos azules.

Dorian ya no era un ser humano cuando la agarró del cuello y la estrelló con la pared. Le escupió en la cara, sangrante, y afianzó todavía más fuerza alrededor de su cuello. Mélode hizo lo que pudo contra la fuerza del contrario, que la superaba en tamaño y fuerza.

—¡Vas a arrepentirte de esto, Mélode!

Pero antes de que pudiera hacerlo, Mélode ya le había clavado el cuchillo en el estómago.

¡Hola, bienvenidos todos!

Estoy seguro que ahora mismo más de uno y más de una tendreis el corazón en un puño jejejeje. Tengo que admitir que ha sido un final de capítulo demasiado cruel, angustiante y desagradable de leer. La tensión y el miedo que generan las últimas escenas al leer no han sido plato de buen gusto ni siquiera para mi, pero había que añadirle gasolina para que el tan ansiado momento de BUM estallara. Perdonad si me ha quedado demasiado explícito o violento!

El romance entre Mélode y Finnick ha llegado casi a su máximo esplendor. En serio, me he derretido escribiendo y releyendo la primera parte del capítulo. Sin embargo todavía tenemos un par de cosillas de por medio (nótese la ironía). Por suerte terminaremos el Acto uno sentando la base de la relación de nuestros niños. Tengo cositas planeadas para el capítulo 25 y 26 que seguramente os gustarán. Y a petición popular, en el capítulo 24 veremos cómo Finnick le dará su merecido a la rata de Dorian, que yo también tengo muuuchas ganas de que le dé unos golpes xDDDDD

¿Qué os ha parecido el capítulo? ¿Os ha gustado? ¿De entre 50 maneras de asesinato, cuáles elegiríais para acabar con Dorian XD? Preparaos, porque el próximo capítulo viene MUY TENSO.

¡Nos vemos chicos!

Publicado el 24/11/24

©Demeter_crnx

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro