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⁴ ━ 𝐓𝐇𝐄 𝐆𝐔𝐘𝐒 𝐎𝐍 𝐅𝐈𝐑𝐄

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CAPÍTULO CUATRO

𝘓𝘰𝘴 𝘤𝘩𝘪𝘤𝘰𝘴 𝘦𝘯 𝘓𝘭𝘢𝘮𝘢𝘴

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(POR FAVOR VOTA Y COMENTA)

CONFORME LOS TRENES fueron llegando uno por uno a la estación, el ambiente de la ciudad se había ido transformado en un dicharachero punto de encuentro para todos los ciudadanos, que empezaron a inundar las calles levantando susurros y ecos de emoción.

La llegada del equipo del distrito marino se produjo durante la mañana, con una hora de retraso incluida. Al margen de lo sucedido la noche pasada, todos habían preferido guardar silencio por el acontecimiento que les esperaba. Fuera como fuese, Mélode lo prefería, aún se sentía bastante avergonzada por lo sucedido y no deseaba tocar demasiado el tema. Bajaron del tren y caminaron con impaciencia bajo el acoso de los periodistas, que los acribillaron a preguntas y exclamaciones de todo tipo. El viaje hasta el centro de renovación fue breve —y tan lleno de humor como un velatorio. Dejaron a los tributos a cargo de los estilistas y los mentores arrivaron al Centro de entrenamiento, el que sería el alojamiento de los tributos y sus equipos hasta el inicio de los Juegos del hambre en un par de días.

La apertura del desfile estaba programada al anochecer, así que tuvieron toda la tarde para ellos solos. Finnick se había marchado una hora después de llegar, tras recibir una tarjeta de un avox. Por como se le arrugó el rostro en una mueca llena de tristeza, la pelirroja no tardó en suponer que no se trataba de una amistosa reunión de amigos. El rubio le había quitado importancia, alegando que él desfile de tributos le aburría hasta decir basta, y que le vendría bien pasar la tarde fuera de los focos. Ni ella ni Librae supieron cómo interpretar su extraña sonrisa, pero ninguna de las dos quiso hacer demasiadas preguntas. Se conformaron con desearle suerte y despedirlo con una amarga expresión.

—No te preocupes, nosotras nos encargamos de los chicos —le respondió Librae tomando la iniciativa.

Le ofrecieron un abrazo de despedida y el rubio desapareció tras la puerta del ascensor. Por mucho que deseara compartir su angustia con el resto, se tomaba demasiadas molestias en seguir interpretando el chispeante personaje que representaba. Mélode había actuado muy parecido con su familia, así que sabía de sobra cómo funcionaba el asunto.

A escasos momentos de la apertura del desfile, Galatea —junto a las dos vencedoras— se marcharon de nuevo hacia el centro de renovación y se reunieron con los estilistas encargados del Distrito 4. Honorius y Cosmo. Honorius había sido el encargado de vestirla durante sus juegos. Se trataba de un hombre de mediana edad, regordete y con un bigote tan estrafalario que la pelirroja a veces se preguntaba si era auténtico o postizo. Se había pasado los últimos veinte años de su vida encargándose de los tributos del distrito pescador, así que podría decirse que todos lo conocían a la perfección. Cosmo era más joven y era la incorporación más reciente del equipo de estilismo. Tenía el pelo azul muy largo que combinaba con un traje verdoso apretado, y varios tatuajes en la cara en forma de florituras. Era un poco menos excéntrico que su compañero, pero sin duda más superficial e iniguantable que su estilista. Siempre con un comentario desafortunado guardado en la punta de la lengua.

Galatea abrió mucho los brazos —como acostumbraba a hacer— y estrujó a los estilistas generando un gran estrépito de grititos agudos. Ella también lo abrazó, aunque más relajada que la escolta. Antes de bajar a los establos  —donde estaban los tributos preparados— iniciaron una conversación superficial y llena de elogios mutuos.

—¡Por la gloria de mi corazón, Honorius! Permíteme decirte que obras milagros con esas manos. ¿Cuál es tu secreto, qué trucos usas? ¡Estás estupendísimo!

Honorius sonreía todo el rato, enfatizando de esa manera la longitud de su gran bigote blanco.

—Lo cierto es que soy solo un humilde estilista, querida. Creo que sobrevaloras mis habilidades. Pero agradezco los halagos. ¡Tu estás prodigiosa!

Siempre tan formal y educado, se le olvidó mencionar que había sido galardonado como estilista del año en cinco ocasiones por Capitol Couture, la prestigiosa revista de moda del Capitolio.

Tras el fructuoso intercambio de saludos y abrazos, procedieron a bajar en ascensor y reunirse con los tributos en sus carros. Vigilados muy de cerca por varias docenas de agentes de la paz, los estilistas conversaban con los tributos y sus mentores a escasos segundos de la apertura.

Nada más ver a los tributos, Galatea profirió un alarido de estupefacción y corrió hacia ellos haciendo temblar su gran peluca dorada. Todo lo que pudo hacer Honorius fue reírse mientras la mujer inspeccionaba los detalles más minuciosos de los trajes de aquel año. Luego ensanchó la sonrisa y se llevó las manos a la cabeza, maravillada.

—Debo reconocer que me has dejado anonadada, Honorius. ¡Seguro que este año te eligen como estilista de los Juegos! —Cerró los puños y dió varios saltos de alegría en el suelo. Mélode no pudo evitar oír risas provenientes del resto de carros.

Esa mujer era el ejemplo perfecto de una chillona compulsiva. ¿Cómo podían dejarla suelta por ahí?

Lo cierto era que los dos tributos estaban increíbles. Sean y Marina llevaban bonitas túnicas azuladas pulidas con coronas, collares de perlas y brazaletes dorados. El trabajo de Honorius como de costumbre era exquisito. Sin embargo, a la vencedora solo le bastó una fugaz mirada a los carruajes del 1 y del 2, para saber que sus trapos no tenían nada que envidiar a los suyos. Siempre tan elegantes e intimidantes, ya podía escuchar el rugido de la multitud al verlos. De hecho, ya los escuchaba. El rugido que emitía la multitud en sus asientos era ensordecedor.

Mientras el resto del grupo siguió elogiando los atuendos y conversando animadamente entre sí, ella giró el cuello en un intento por localizar a Syrus o Johanna, pero no los vio por ninguna parte. Los únicos rostros conocidos que pudo encontrar fueron los de Cashmere y Enobaria, que le dedicaron una mirada de burla en un intento bastante mediocre por provocarla.

Galatea no tardó mucho en volver a molestarla con su voz chillona.

—¿Sabes dónde está Finnick, Mélode? ¡No me puedo creer que vaya a perderse un momento tan importante como este! —Se colocó las manos en la cintura y dio vueltas mirando en todas las direcciones. La vencedora tuvo que morderse la lengua para no gruñirle.

Al final intervino Librae, que la llevó de nuevo hasta el resto del grupo y se entretuvo hablando sobre unas sandalias de imitación que le vendieron. A ella no le interesaba inmiscuirse en sus charlas sobre ropas y chismes de gente que no conocía así que, en su lugar, se dirigió hasta los tributos, acarició a los caballos blancos y se apoyó en las escaleras del carromato. Los dos tributos se inclinaron para escuchar cualquier indicación de su mentora:

—¿Oís eso? Es el sonido de la multitud aclamando por sus asesinos.

Marina se apartó unos mechones del rostro y suspiró con reticencia.

—Si vienes a pedirnos que sonriamos y saludemos, ahórratelo. No pienso besarles el culo a esta chusma revenida.

Sean miró a su compañera con una ceja enmarcada, sorprendido de su respuesta.

—Esa chusma, como tú bien los llamas, podrían salvarte la vida en la arena. Lo sabes, ¿no?

Marina se encogió de hombros y clavó su mirada al frente con indiferencia.

—Sé cuidarme solita, gracias por preocuparte. Ya sé lo que les ocurre a las vencedoras que les lamen el trasero. —La miró de arriba abajo con aprensión, pero terminó apartando la vista con la inseguridad reflejada en sus orbes castaños.

El comentario le molestó, pero Mélode no se dejó amedrentar por una niña insolente. Nunca le daba el gusto a nadie.

—En realidad no sabes nada, Marina Macken. Y como ninguno de los dos hagáis caso de lo que yo, Finnick o Librae tengamos que deciros, dudo que sobrevivais mucho tiempo ahí fuera.

Marina apretó los dientes y arrugó el ceño cuando le devolvió la mirada. Sean por otro lado, contuvo el aliento siendo testigo de la afrenta. Justo un instante más tarde, los ojos azules de su mentora relampaguearon y fulminaron a los suyos, provocando que diera un pequeño respingo de sorpresa.

—Tu por ejemplo, Sean. Te presentaste voluntario por alguna razón. ¿Fue porque querías salvar la vida de aquel niño, o fue porque verdaderamente pensabas que podrías ganar los Juegos?

En primera estancia, se contuvo con guardar silencio mientras buscaba una respuesta apropiada que darle. Después se enderezó en toda su altura y cuadró la mandíbula.

—Lo hice para honrar a nuestro distrito, como tú hiciste hace cuatro años. Por eso me presenté voluntario.

La pelirroja se apartó la melena rojiza del rostro y profirió una lánguida risotada al aire. Tuvo que agarrarse el estómago por la magnitud de aquel chiste.

—¿Honrar a tu distrito, no? ¿De verdad crees que eso fue lo que yo hice? Tal vez seas el primero al que maten como no seas más inteligente. Mucho músculo pero pocas neuronas por lo que veo.

Marina reprimió una risita, pero a ella también le dedicó una mirada punzante.

—Tú puedes reírte todo lo que quieras. Seguro que tú serás la segunda a la que se quiten del medio. No eres muy guapa, tampoco demasiado fuerte o simpática. Yo que tú me vigilaría las espaldas, chica. Los cuchillos están muy afilados.

Marina fue a articular una palabra, pero la pelirroja le dio la espalda y la ignoró completamente. De vuelta con el grupo se unió a Librae, que se percató del suspiro que emitió.

—¿Te ocurre algo?

Mélode dejó caer los hombros sin saber bien que responder.

—Creo que necesito tomarme una copa.

La bocina del sistema de megafonía —que daba inicio al desfile— reverberó por encima de sus cabezas acompañada por las primeras notas del himno de Panem. Se escucharon algunos gritos ahogados y los tributos se prepararon para la ceremonia de apertura.

Galatea terminó de dar las últimas indicaciones a los tributos dando vueltas alrededor del carruaje.

—¡La espalda muy recta!

—Marina sonríe un poco, estás muy seria.

—Quiero los mentones arriba arriba y los cuellos bien estirados. ¡Estáis preciosos!

Las puertas correderas de los establos empezaron abrirse con el compás del Himno, y los carruajes empezaron a echar a rodar por las calles del Capitolio. Honorius agarró muy suavemente a la escolta del hombro para apartarla de en medio y se hicieron a un lado para no interponer el paso de los carruajes. Sean y Marina se sujetaron con fuerza del asa del carro y les dedicaron una última mirada de incertidumbre al alejarse.

Galatea apenas podía contener las lágrimas de emoción.

—¡Oh, mis pequeños niños, salid ahí fuera y demostrarles a todos de qué pasta están hecho los tributos del Distrito 4!

La escolta pareció a punto de sufrir un desmayo, así que el estilista de Sean la agarró para evitar una desgracia y la abanicó con las manos. Resultó muy cómico ver la caída de mariposa de la mujer. No dejaba lugar a dudas de que tenía experiencia en la actuación de arte dramático.

Conforme los carruajes empezaban a salir por la puerta, los abrumadores gritos del público no hicieron otra cosa que aumentar llenos de júbilo. Todos los equipos de preparación acudieron a las pantallas donde Caesar Flickerman y Claudius Templesmith —los legendarios presentadores del espectáculo— comentaban con gracia el desfile de tributos.

El desfile duraba veinte minutos durante su recorrido por las calles de la ciudadela. Los balcones de los edificios más próximos se habían llenado para presenciar el paso de los tributos hasta el círculo de la ciudad, donde el presidente Snow —desde el balcón de su mansión— les daría la bienvenida al Capitolio con el tradicional discurso de todos los años.

—Debo resaltar que los trajes de este año están muy bien elaborados —puntualizó Librae con una mano en el mentón. La pelirroja asintió sin demasiado entusiasmo para colaborarlo.

Las cámaras empezaron a enfocar a todos los tributos de los carros, sin embargo fueron los tributos del 1 y del 2 —los favoritos del público— los que se ganaron la atención de las masas. A pesar de ello, los presentadores hicieron un comentario superficial sobre todos los trajes. Sean y Marina recibieron un par de elogios pasables engalonados en sus túnicas, que se mecían al viento como hojas otoñales. La luz de los focos y el maquillaje no hizo otra cosa que enfatizar la característica belleza del distrito pesquero.

Tras una breve pausa dramática, los comentarios de Caesar y Claudius Templesmith quedaron suspendidos en el aire y las cámaras enfocaron a la pareja del Distrito 12, desatando una ola de exclamaciones que dejaron sin habla a más de uno. Mélode no fue la excepción, porque los dos tributos del Distrito 12 estaban envueltos en llamas.

El público prorrumpió en gritos, vítores y aplausos en el paso del carruaje del distrito minero. Les arrojaron rosas, sombreros y aclamaron sus nombres entre rugidos eufóricos. Enseguida perdieron la atención el resto de sus contrincantes.

Los dos chicos estaban vestidos con mortíferas mallas negras de cuerpo entero —del cuerpo a los tobillos—, con unas curtidas botas de cuero brillante, y una capa llameante que ondeaba al viento dejando una espesa estela de humo que no hizo más que enfatizar la luminosidad que los rodeaba. Todos quedaron enmudecidos ante las dos figuras llameantes, tan vivas y magníficas en su plenitud. Era, quizás, la primera vez que el distrito minero lograba ser el centro de las miradas en un desfile de tributos.

Los presentes no tardaron en dirigir su mirada hasta el mentor del distrito, Haymicht Abernathy. Un barrigón de mediana edad que pasaba la mayor parte del tiempo sumergido entre licor blanco.

—¿Quiénes son esos?

—¡Son los tributos del doce, están increíbles!

—¿Quién es su dichoso estilista?

Un nombre, el de Cinna Vaught, empezó a correr como la pólvora por todas las direcciones del lugar dejando paso a un coro de voces que resonaban contra las paredes desnudas, rebotaban y se achicaban entre las inmediaciones del aire. Su dueño, un joven hombre tan espléndido y atractivo como ningún otro, mantenía la mirada fijada en las pantallas, inexpresivo y ajeno a toda la ola de expectación levantada.

A Galatea se le pusieron las mejillas rojas como tomates y empezó a mascullar entre dientes con voz insoportable:

—¡Por la gloria de mi corazón! ¿Pero cómo tienen la desfachatez de opacar al resto de tributos? Me parece increíble que todos le presten atención a ese pacotilla. ¡Pero dejémosle tener su minuto de gloria, dudo que puedan presumir de muchos más!

Librae corrió para menguar la intensidad del ambiente y la agarró para calmar los nervios. La escolta empezó a tirarse de la peluca y abrir tanto los ojos que puso en juicio hasta la condición de loca de Mélode.

—Solo hace su trabajo, Gala. Ha tenido una buena idea para resaltar a sus tributos y le ha funcionado.—A la mujer no le quedó más remedio que resignarse y fruncir el ceño hecha un basilisco.

Honorius en cambio, emitió un suspiro pesaroso y tomó su pequeño fracaso con más compostura.

—De todas maneras qué importa, son el Distrito 12. Dudo mucho que esos niños sobrevivan más de cinco minutos después del gong. Ese Cinna no ha hecho más que cubrir de purpurina un trozo de carbón inservible —puntualizó Cosmo, quién  estiró el cuello bien alto para remarcar su esbelta figura.

Tal vez tenía razón. Desde que tenía uso de memoria, los tributos del 12 habían brillado por su ausencia en casi todas las ediciones de los juegos.
En los desfiles habían acostumbrado a llevar trajes de mineros feos y muy sosos —en honor a la extracción del carbón que hacía funcionar al distrito— y las bajas puntuaciones en las sesiones privadas y su nula participación en la arena los volvían invisibles.

Casi siempre eran tributos pequeños, delgados y debiluchos que apenas sobrevivían al primer día de los juegos. Pero había algo diferente en aquella pareja. No estaba segura de lo que era: fuerza, determinacion, negativa a rendirse. La chica —Katniss si no recordaba mal— se había presentado voluntaria en lugar de su hermana pequeña, cómo en antaño hizo ella con su prima Annie. Un gesto tan conmovedor como poco habitual en una cosecha que provocó que el público colocara su mira sobre ella.

Al final no soportó más los comentarios desafortunados de Cosmo y tomó aire para rebatirlos.

—Bueno, no me podrás negar que unos tributos del 12 de pacotilla —cómo tu los llamas— han logrado opacar todo el trabajo que has realizado —comentó con un dulce veneno punzante.

Aquello sirvió para cerrarle la boca a Cosmo, que la miró enmudecido y con la línea de la mandíbula apretada. Galatea y Librae —por su parte— le dedicaron una larga mirada.

Tras acabar la ceremonia del desfile, el equipo subió hasta su planta del centro de entrenamiento y se dedicaron felicidades mutuas.

El edificio consistía en un lujoso rascacielos con doce plantas donde los tributos permanecían hasta el día de los juegos. Por las mañanas —hasta la hora del almuerzo— los tributos tenían la obligación de bajar al sótano y participar en el entrenamiento matutino de cada día. Desde combates cuerpo a cuerpo, hasta prácticas con armas y puestos de supervivencia.

Por lo visto, los vigilantes tenían la teoría de que los Juegos no resultarían nada entretenidos si los tributos no sabían utilizar un cuchillo, y de paso, los alimentaban para que los más enclenques ganaran algo más de peso.

Cada equipo de tributos, mentores y escoltas tenían una planta entera para ellos solos, que a menudo solían estar decoradas con la temática de la industria de cada distrito. Para el distrito pesquero, las paredes estaban pintadas de azul con tintes blancos, lámparas con formas de anzuelo, y hasta un curioso olor a salitre para hacer sentir a los tributos como en casa.

—¿Por qué no os dais un baño en tanto nos sirven la cena? ¡Y eso también te incluye a tí, Mélode! —cacareó la escolta cuando llegaron.

La higiene en el Capitolio era fundamental y Galatea procuraba recordarlo unas diez veces por día. Como fuera, le vendría bien distraerse bajo el agua de la ducha. Se refugió en su compartimento y se deshizo de su vestido de seda marfil con aspereza.
Ni siquiera se tomó la molestia de doblarlo con cuidado. Lo dejó arrugado sobre la cama y empezó a deshacerse de todos los accesorios que llevaba puestos.

La ducha de espuma resultó ser un alivio, ya que bajo la caída del agua nadie podía escuchar sus sollozos. Se hizo un ovillo cerca del desagüe y enterró el rostro. Galatea pegó un par de veces en la puerta para hacerle saber que iban a servir la cena, pero Mélode nunca le respondía. Su mente yacía envuelta en un cúmulo de situaciones de las cuales no sabía como escapar. Era, como estar entre la espada y la pared. Solía sentirse tan sola, tan desprotegida, que pensar en un escapatoria le provocaba terribles dolores de cabeza.

Cuando se recompuso, se colocó un trozo de tela y salió al comedor con su mejor sonrisa.

Durante la cena no participó demasiado en las conversaciones que la escolta trató de iniciar. Vieron de nuevo el resumen del desfile y lo comentaron en voz baja entre pequeños murmullos.

Caesar Flickerman apenas pudo contener los gritos de emoción cuando los chicos en llamas del 12 salieron en pantalla, opacando al resto de tributos. Ahora que todos tenían la mirada fijada en el distrito minero, se preguntaba qué clase de rumbo tomarían los Juegos.

Pasó despierta toda la noche, arrebujada entre mantas de seda y cortinas de lino púrpuras. Pensaba y pensaba, y cuando no, daba vueltas y caminaba por la habitación. Las horas fueron transcurriendo como un resoplido hasta que Finnick llegó en mitad de la noche.

Y cuando por fin pudo cerrar los ojos, a él también lo escuchó llorar.

¡Hola, bienvenidos a todos!

Bueno bueno y bueno. Capítulo un poco de transición, lo sé, reservado entero para el desfile de tributos. Estoy muy orgulloso de cómo me ha quedado, creo que me ha quedado muy bien. Después del pequeño drama del capítulo anterior ya tocaba un poco de paz. De hecho el capítulo iba a tener de otra forma, ¡pero es que me gusta tanto hace sufrir a mis personajes! Jajajjaaja

En este capítulo he querido enfatizar un poco más a Finnick. Porque sí, Mélode no es la única que sufre y tiene miedos, cualquier persona que se haya leído y visto la saga lo sabrá. De momento no he tocado demasiado el transfondo de nuestro Fboy sensual y favorito, pero conforme avancemos nos vamos a adentrar más y más en el shipp (Alerta: Nuevo Nombre) el Melodair. Los dos capítulos siguientes van a ser muy leales a los antiguos, así que por fin Johanna y Syrus van a aparecer!!!!

Por otro lado ¿Cómo estáis? Nunca os pregunto ( ͡° ͜ʖ ͡°) Yo la verdad que estoy que no estoy. Mi casi algo me acaba de romperme el corazón por quinta vez, tengo la autoestima por los suelos y encima ayer fui mi último día de trabajo. Pero bueno, sobreviviendo 24/7, siempre digo que he estado en situaciones peores y he logrado salir adelante así que, a todo Power. También he empezado a leerme la saga de mistborn de Brandon Sanderson y el otro día me empecé Una corte de Niebla y Furia, que tenía muchas ganas de continuarla. Os iré dando más detalles estos dias jajajsjs

¿Qué os ha aparecido el capítulo? ¿Os ha gustado? ¿Os habéis quedado con ganas de un buen salseo? Yo sé que si ( ͡° ͜ʖ ͡°)

¡Os voy a estar leyendo chicos, nos vemos!

25/6/23

©Demeter_crnx

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