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¹⁷━𝐑𝐄𝐓𝐔𝐑𝐓𝐍 𝐓𝐎 𝐃𝐈𝐒𝐓𝐑𝐈𝐂𝐓 𝐒𝐄𝐕𝐄𝐍

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CAPÍTULO DIECISIETE

𝘳𝘦𝘨𝘳𝘦𝘴𝘰 𝘢𝘭 𝘋𝘪𝘴𝘵𝘳𝘪𝘵𝘰 𝘴𝘪𝘦𝘵𝘦

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(POR FAVOR VOTA Y COMENTA)

A JOHANNA NUNCA se le habían dado bien las despedidas. No era ningún secreto para nadie, en realidad. La castaña aborrecía hasta decir basta las escenitas de sentimentalismo y las promesas que las personas se dedicaban en ellas.

Dentro de su cabeza; no quedaba espacio ni para lo uno ni para lo otro.

Los sinsajos que en Verano llegaban al Capitolio, huyendo del calor de los bosques, surcaron el cielo emitiendo fugaces notas melódicas, hallando refugio entre la escasa sombra del andén de la estación. El sol castigaba a todos con agonía; los mentores que volvían a los distritos tras haber perdido a sus tributos; en los que se encontraban ella y su compañero Pliny; los avox de túnicas blancas que se ocupaban del equipaje; los agentes de la paz y las cámaras que transmitían en directo la partida de los mentores. Que Johanna estuviera sufriendo los efectos del alcohol ingerido la pasada noche, generándole un dolor de cabeza que le martilleó las sienes, no mejoró la situación. Solo hizo más evidente su enfado y mal humor. 

Su compañero Pliny se encontraba junto a ella en la puerta de embarque del Panem Express. Ambos portaban bonita seda blanca —a juzgar por la tela, cachemira— y agarraban con los rostros cansados las pesadas maletas con las que llegaron a la ciudadela. Los avox se encargaron de ellas al instante y amagaron con entrar, pero en la lejanía, alguien exclamó su nombre. Los orbes oscuros de Johanna se desviaron hasta las tres figuras que aparecieron atravesando la pequeña multitud que había ido para despedirlos.

Finnick, Syrus y Mélode. Llegaron entre suspiros y alzaron los brazos para captar su atención. La castaña no pudo reprimir que la línea de sus labios se transformara en una sonrisa al verlos. Camufló la expresión con un gesto de aburrimiento —para guardar la compostura— y acortó la distancia dando pequeñas zancadas.

—Empezaba a preguntarme dónde os habíais metido. ¿Acaso se os han pegado las sab...? —Mélode la cortó abruptamente a media frase sin permitirle continuar.

—Voy a echarte de menos, descerebrada —le confesó con una sonrisa triste. Johanna aceptó el cálido abrazo de la contraria sin protestar.

—Debo admitir de que yo también os echaré de menos a todos.—Se separaron y Johanna plasmó una mueca divertida—. ¿De quién me voy a reír yo ahora, si se puede saber? Aunque me aterra tener que dejarte sola con estos dos idiotas. ¡Ya puedes prometerme que los golpearás de vez en cuando por mí! —rieron bajo las palabras indignadas de Syrus.

—¡Te lo prometo! —exclamó la pelirroja sin poder evitar a reír.

Syrus y Finnick se acercaron con la burla dibujada en el semblante, y también los abrazó, aunque por un tiempo mucho más breve y corto. Al moreno le dedicó una serie de bromas sobre su pésimo gusto para la moda, y a Finnick unas palmaditas en la espalda. Cuando se separaron, cruzó miradas con el rubio y observó el pesar que empañaban sus ojos verde mar. Johanna alzó las cejas a modo de pregunta, pero Finnick negó con la cabeza y desvió la mirada de ella. Su negativa no le pasó desapercibido a una Johanna que lo conocía a la perfección.

Mélode le había contado cosas —pero aunque era consciente de la situación de cada uno— tenía la sospecha de que se le escapaba algo. Tal vez ayudara a explicar el extraño comportamiento de ambos. Más de lo normal.

Todos guardaron silencio y hasta Syrus esbozó una mueca de pena, así que se vio obligada a intervenir para relajar el ambiente.

—¿A qué vienen esas caras tan largas? ¡Por suerte o por desgracia me vais a seguir viendo aquí el año que viene! No me digáis que vais a echaros a llorar.

El mentor del cinco alzó el rostro con los labios apretados en una expresión amarga.

—Sí, Johanna, pero un año tiene muchos días.

—Los días pasan rápido, y con un poco de suerte, volveremos a vernos en lo que canta un sinsajo. Por favor, no hagamos de esto un drama, todavía nos quedan un par de borracheras juntos. ¡Es una promesa! —Quería sonar segura e indiferente, pero le terminó temblando la voz a media frase.

Todos la observaron con los rostros compungidos, pero a ninguno le apeteció rebatir su conjetura.

El maquinista del tren pareció impacientarse, porque hizo sonar la bocina y anunció que el tren estaba a punto de echar a rodar, provocando que un malhumorado agente de la paz se acercara hasta el grupo con la frente perlada de sudor.

—¡Señorita Mason, es hora de partir! Tenemos un estricto protocolo que seguir —le vociferó.

—¡Un momento! ¿Quieres? Estoy intentando despedirme de mis amigos. —El agente de la paz retrocedió unos pasos con el ceño fruncido y carraspeó, inconforme.

—Tiene cinco minutos. Ni uno más ni uno menos.

Mélode emitió un lánguido suspiro y se cruzó de brazos, resignada.

—No olvides llamar cuando llegues, y por favor Johanna, procura no asesinar a nadie de camino al 7. Eres un peligro con piernas. —La mencionada se limitó a encogerse de hombros con su habitual carácter irónico, aceptando el cumplido de Mélode.

Se ahorró el "lo intentaré" por el reto que le supondría. Odiaba a la gente, era un hecho. Por suerte; los encargados del tren del Capitolio parecían temerla lo suficiente como para no querer molestarla, así que procuraban evitarla en la medida de lo posible.

—Me parece que arranqué el teléfono de la pared hace algunos meses. Un mal día. Pero me encargaré de llamaros a cada uno. Es totalmente comprensible que no sepáis vivir sin mí. Lo entiendo, no os preocupéis.

—Pobre teléfono, ¿qué culpa tenía? —murmuró Syrus en voz baja.

La pelirroja se llevó una mano al rostro y emitió una pequeña risotada.

—¿Por qué será que no me sorprende? Nunca cambiarás.

—Melode, por favor, las dos sabemos que adoro siendo como soy. Además, ¿para qué quería ese trasto? Nadie me llamaba.

—¿Y te pareció mejor idea arrancarlo, verdad? —preguntó un Finnick un poco más animado.

—Bueno, nadie me dijo que no lo hiciera ¡Además, estaba en mi casa y en ella hago lo que quiero! 

Todos carcajearon. Incluso ella. 

—¡Y vosotros! —exclamó señalando a Finnick y a Mélode—. Será mejor que la próxima vez os vea con mejor cara, si no queréis comprobar la fuerza de mis puños. ¡No es ningún farol, lo digo muy en serio!

Ninguno de los mencionados habló. Se limitaron a mirar en direcciones contrarias con los rostros congestionados, como dos niños avergonzados. Ni siquiera Johanna fue ajena al numerito que Finnick había montado en los jardines del presidente Snow, ni siquiera a los extraños cambios de humor de Mélode y las conversaciones que tuvieron días atrás. Empezaba a sentirse muy cansada de lo que fuera que tuvieran entre manos.

Al final, debido al efecto causado, relajó el tono y les hizo gestos para que se acercaran y abrazaran de nuevo. Al principio se resistieron, pero los cuatro terminaron en un abrazo mutuo que no quisieron interrumpir. Aunque Johanna no lo reconociera, se sentía infinitamente afortunada por tenerlos a su lado, por tenerlos con ella. Siempre que lo necesitaba.

—¡Johanna, es hora de irnos! —gritó Pliny a lo lejos.

Los chicos fueron los primeros en apartarse y se alejaron unos metros para dejarlas hablar solas. Johanna obligó a Mélode a que la observara —con los ojos castaños clavados sobre ella— y cansada del tejemaneje que tanto ella como Finnick se tenían entre manos. 

—Lo siento si he metido la pata, pero no podéis seguir así. Debéis hablar vuestras cosas. ¡Y tú, sobre todo, tienes que levantar cabeza, Mel! En los siguientes juegos quiero verte haciéndole frente a tus problemas en lugar de gimotear como una niña asustada. Eres fuerte, probablemente mucho más de lo que llegaré a ser yo, así que empieza a tomar las riendas de tu vida y no dejes que nada ni nadie te impida disfrutarla. ¡Vales mucho, Mélode! Y eso es algo que no le digo a cualquiera.

La contraria le dedicó una mirada cabizbaja y asintió mordiéndose el interior del carrillo. Se echó la melena de pelo a un lado y tomó aire, decidida.

—No te preocupes, lo tengo todo bajo control. ¡Gracias por todo, Johanna, no sé qué haría aquí sin ti!

—Seguramente morirte de aburrimiento, que le vamos a hacer. Te llamaré en cuanto pueda, dalo por hecho. 

El agente de la paz volvió a acercarse y Johanna caminó hasta las puertas del Panem Express. Antes de entrar, giró sobre sus talones y se despidió una última vez de sus amigos. Las únicas personas que habían llenado de luz su existencia. Todos le correspondieron al gesto y entonces las puertas se cerraron, dejando a Johanna con un desagradable nudo en el pecho.

Se pasó la gran parte de vuelta mirando el paisaje exterior a través de las ventanas corredizas de uno de los vagones. Debido a la velocidad que el tren tomaba, el paisaje de fuera consistió en unas irregulares imágenes color verde mostaza que no supo identificar con claridad.

Sólo naturaleza y ruinas de ciudades muertas.

El Panem Express fue escupiendo mentores por cada distrito por el que pasaron: los campos de trigo del 9, las feas fábricas del 8 y la gris y urbanística ciudad del 6. Hasta que al final, la locomotora se quedó en completo silencio bajo el traqueteo continuo de las vías. Fue un sosiego de paz para la castaña, que se tomó el gusto de disfrutar mientras le daba vueltas a la cabeza.

Pliny aparecía de vez en cuando para preguntarle cómo se encontraba, iniciar alguna conversación o quedarse mirando el paisaje de fuera con ella, pero Johanna lograba espantarlo entre gruñidos y advertencias. Solo quería estar sola y tranquila, sin que nadie la molestara.

A media tarde las puertas del vagón volvieron abrirse, así que Johanna, pensando que se trataba de nuevo del chico, emitió un bufido. Era uno de los ayudantes del Capitolio, que traía consigo un humeante té de hierbas aromáticas que Johanna no tocó. Antes de que el sirviente se marchara, aprovechó y le pidió en el tono más amable y cordial posible, —como Mélode le había enseñado— que le trajera algo de comida porque no había comido desde el desayuno y las tripas le empezaban a rugir. El ayudante se retiró con un ademán de cabeza y cinco minutos más tarde aparecieron varios de sus compañeros con bandejas llenas de comida: Patatas fritas, pechuga de pollo, marisco y una cesta de frutas exóticas.

Era seguramente lo poco que disfrutaba de sus visitas al Capitolio. La comida. Le encantaba comer hasta reventar y con el paso de los años, tanto su mentor Blight, un barbudo con serrín en la cabeza, como el estúpido escolta asignado al distrito, terminaron tirando la toalla en sus intentos de inculcarle los valores y comportamientos de un vencedor. Johanna disfrutaba siendo tal y como era, sin la necesidad de que nadie estuviera encima suya para enseñarle a como comportarse. Prefería regirse por sus leyes y sus métodos, y nadie osaba cuestionarlos, o más bien, a nadie le quedaba la suficiente paciencia para hacerlo. Comió hasta reventar y se acomodó en el sillón para conciliar el sueño.

Al cabo de una hora, el tren se detuvo y uno de los maquinistas anunció por el sistema de megafonía que habían parado para repostar. 

El manto nocturno todavía no había cubierto el cielo, así que Johanna pensó que no le vendría mal salir a respirar un poco de aire fresco. Se restregó los ojos con aspereza y salió. Fuera, tomó asiento sobre los escalones de la entrada y le dio varios sorbos a la taza de té con hierbas aromáticas que no había bebido. Al cabo de un momento, apareció otro de los ayudantes del tren para incordiarla con aquel tonto acento del Capitolio.

—Señorita Mason, debe volver a dentro. No puede abandonar el tren.

—No he abandonado el tren. —Focalizó con sarcasmo su posición sobre las escaleras y le dedicó un gesto burlón—. Técnicamente sigo dentro, por si no se ha dado cuenta. Temo que sufre una horrible ceguera, ¡debería ir al hospital! 

El ayudante carraspeó, en desacuerdo.

—Nos pondremos en marcha de inmediato. —Y se fue sin añadir más.

La llegada al Distrito 7 estaba programada para el mediodía de la mañana siguiente, así que a Johanna le sorprendió cuando la despertaron horas después del amanecer avisando de que estaban a punto de arribar a la estación. Desayunó con Pliny mientras veían el resumen matutino de los Juegos, y apaciguó su mal humor dando mordiscos a una tostada.

La mañana pasada habían muerto la tributo de Mélode, la chica del 4, y la profesional del Distrito 1. Las dos únicas víctimas del nido de rastrevíspulas que la chica del 12 les arrojó cortando una rama. Katniss Everdeen —que era la comidilla del momento— también sufrió varias picaduras en su intento de escape, y aunque logró avanzar varios metros, terminó siendo auxiliada por la niñita del Distrito 11, que se pasó el último día desinfectando sus heridas y colocándole plastas de hierba y vendajes.

Los profesionales —menguados y heridos— descansaban en la cornucopia junto a su gran pila de suministros, y el resto de tributos se limitaban a intentar no morirse de hambre.

Pliny se giró para mirarla alegremente sorprendido.

—¿Quién nos iba a decir a estas alturas de los Juegos que una chica del 12 iba a asesinar a dos profesionales y ser la estrella de la edición?

Si bien la castaña compartía su incredulidad, malinterpretó el doble significado de sus palabras, aunque solo para molestarlo.

—¿Lo dices por qué es una chica? ¿Tienes algún problema con ello, es acaso que hiere tu ego masculino?

—No me refería a eso, mujer. ¿Cuántas veces has visto sobrevivir una semana, ya no sólo a una chica del 12, sino también a su compañero de distrito? Por no hablar de que logró la nota más alta de los Juegos. ¡Es surrealista! ¿Tú que opinas?

Lo era, pero no sé dejó impresionar y lo alegó a mera suerte.

Los tributos que destacaban mucho en su estancia en el Capitolio no conseguían más que ser el objetivo del resto de sus competidores. Hasta ahora, lo único que había conseguido era mantenerse lejos de los profesionales, recibir regalos de los patrocinadores y arrojarles a la manada un nido rastrevíspulas. Ahora, herida y con solo un cuchillo, costaba trabajo creer que tuviera muchas posibilidades.

No entendía el entusiasmo de su compañero. La alegría que sentía por los tributos de Haymitch. A ella solo le había divertido que los profesionales del 1, 2 y 4 se hubieran visto amenazados por una chica pequeña y desnutrida del 12. El chiste se contaba solo.

—Es increíble, Pliny —respondió con sarcasmo.

Llegaron al Distrito 7 media hora más tarde. El cielo del distrito ya había empezado a llenarse por el humo de las fábricas industriales de las afueras, llenando el ambiente con un polvo grisáceo parecido al hollín. Una imagen a la que todos en el distrito estaban acostumbrados.

Fuera, en el andén, no esperó encontrar a nadie para recibirla y así ocurrió. Bajaron del Panem Express y se despidieron. La familia de Pliny, conformada por sus padres y su novia, lo esperaban junto a las escaleras. Pero a Johanna no vino a recibirla nadie.

—¿Estás segura de que no quieres venir conmigo y mi familia? Los dos vivimos en el mismo sitio, al fin y al cabo. Será mejor que marcharte sola. —Su compañero le hizo entrega de una sonrisa amable, casi piadosa.

Johanna negó con un resoplido y se encogió de hombros.

—Tengo otros asuntos que atender, Pliny, pero gracias de todas maneras. Supongo que ya nos veremos por la aldea.

Su tributo la observó tomando su negativa con compostura y asintió. Antes de irse, la castaña observó con amargura el entrañable intercambio de besos y abrazos que Pliny compartió con su familia. Después se internó dentro del distrito.

Elías estaba sentado a pecho descubierto sobre un tronco fuera de su cabaña. Cortaba leña con un cuchillo y tenía la pierna ortopédica apoyada en el suelo. La castaña atravesó el umbral de su jardín con parsimonia, y le arrojó una bolsa de plástico envuelta en papel de regalo. El hombre se sorprendió y dio un brinco en el sitio, pero al verla, se recompuso y plasmó una mueca divertida.

—¡Johanna, dichosos los ojos! ¿Cuándo has vuelto?

—Pliny y yo llegamos esta mañana. ¿Qué tal todo por aquí, alguna novedad que merezca la pena? —bostezó.

Elías se encogió de hombros, y le informó con detalles vagos de los últimos acontecimientos del distrito mientras abría su regalo: guantes de trabajo de polipiel y un par de botas con espuelas doradas. Pareció decepcionado, pero terminó riendo, como de costumbre.

—Bueno, la intención es lo que cuenta, muchas gracias. 

Elías era, tal vez, lo más parecido a un amigo que tenía en su distrito. Los dos habían formado parte de la misma cuadrilla de trabajo en los bosques, así que su relación era cordial y fuera de tapujos. Por lo menos él se tomaba la molestia de aceptarla tal y como era, malhumorada y hostil, sin juzgarla ni meterse demasiado en sus asuntos. Debido a un accidente laboral, perdió una de las piernas y se vio recluido a vivir en aquella casucha de madera al no poder pagar los impuestos de su antigua vivienda. La casa había pertenecido a un anciano borracho ya fallecido, así que tras negociar un poco con la familia, Johanna consiguió quedársela y la reformó a su gusto.

Desde entonces, Elías se ganaba la vida como un labrado carpintero de categoría. Era un hombre alto, atractivo por donde se mirase, con espesa barba castaña y dotado de un cuerpo musculoso proporcionado por el duro trabajo en los bosques. 

Pasaron juntos toda la mañana y parte de la tarde. Hablaron, rieron, bebieron cerveza y cuando no, compartieron el lecho y fundieron sus carnes con la pasión de unos amantes. Abrazaron sus cuerpos desnudos, recorrieron cada milímetro de piel y jadearon hasta que el cansancio hizo mella en los dos, liberando un agónico gemido de placer cuando llegaron al clímax. Cuando las luces del atardecer colorearon el cielo, Johanna se dio una ducha para quitarse el olor a sexo y se vistió para regresar a su casa de la Aldea de los vencedores. Elías se recostó sobre la cama mientras la castaña se vestía, y tanteó el cuerpo de la contraria con aire insistente, dejando un camino de besos húmedos sobre su espalda y cuello.

—¿Por qué no te quedas a dormir, solo esta noche? —ronroneó con voz felina.

—Solo tenemos sexo, Elías. No quieras estropearlo con algo más.—Se abrochó el sostén y se colocó el vestido ignorando las continuas insistencias del leñador.

—Por lo menos déjame que te acompañe a casa —insistió.

Johanna se negó en rotundo, y antes de marcharse le plantó un beso en los labios para acallar sus quejas. Se despidió del hombre con aire burlón y se marchó de la cabaña entre suspiros complacidos.

Durante el camino hasta la aldea se encontró a sus conciudadanos. Como de costumbre, todos la observaban y murmuraban en voz baja a su paso, incapaces de apartar la vista de ella. Bueno, era normal, a fin de cuentas, la gente solía sentir rechazo por aquellos que expresaban lo que pensaban y sentían, por hirientes que pudieran ser. Se podría decir que Johanna Mason no era demasiado querida por un distrito que nunca le había ofrecido su ayuda. Como fuese;  le gustaba ser el centro de atención. La hacía sentir perversa, respetada, adorada. Que la tacharan de loca, inestable y peligrosa solo avivaba su más alter ego. Que hablaran de ella todo lo malo posible, porque de su encanto vivía y de las malas lenguas se enriquecía.

La Aldea de los vencedores del 7 estaba ubicada en el extremo más cercano al bosque. Contaba con doce lujosas residencias —como el resto de aldeas— hechas a partir de madera de pino y esculpidas y talladas con cientos de detalles y formas. Atravesó la calzada de mármol sumergida entre sus pensamientos y cavilaciones, y se detuvo en el recibidor. El chico que se encontraba frente la puerta se levantó de un salto al reparar en su presencia, y tragó saliva nervioso.

—¿Johanna Mason? —inquirió.

—La misma que viste y calza.

—Me llamo Erik. Erik Sherwood, encantado. Soy el nuevo encargado de mantenimiento de la aldea, y pasaba para presentarme a todos los vencedores y darle las buenas tardes. ¡Es un placer servirla!

Johanna lo observó con desgana, esperando a que siguiera hablando, pero el joven guardó silencio y vaciló con retirarse.

—¿Qué tienen de buenas? 

Erik parpadeó con desconcierto.

—¿Qué tienen de malas? 

—Todo —sentenció impaciente.

El joven castaño plasmó una sonrisa de oreja a oreja y se hizo a un lado para permitirle el paso. Le desconcertó su buen ánimo. No estaba acostumbrada a que alguien, aunque fuera un trabajador, la tratara con tanto entusiasmo y amabilidad.

—Bueno, tengo que discrepar. Ha sido un día maravilloso con sol y buen tiempo. 

Johanna se esforzó por no echarse a reír. 

—¿No te doy miedo? —terminó preguntando al cabo de unos segundos.

El chico zarandeó el rostro a modo de respuesta, y enfatizó aún más su sonrisa risueña repleta de hoyuelos.

—¿Por qué debería tener miedo de una chica tan guapa? ¡En lo absoluto! —A pesar de que lo dijo sin mala intención, arrugó la expresión, contrariado, y el pavor le inundó el semblante. Se disculpó torpemente varias veces y se marchó colorado como un tomate.

Johanna lo observó alejarse confusa, con los labios entreabiertos y la atención puesta en el chico de mantenimiento. Su comentario la descolocó por completo.


¡Hola, bienvenidos a todos!

No sabéis lo que me encanta narrar los capítulos de Johanna. Es sencillamente placentero meterme dentro de su cabeza, jugar con su punto de vista y ser cruel con todos jajajaja. Tenía previsto publicar el capítulo hace 2 semanas, pero mi móvil (donde sólo publicar siempre) le está fallando mucho la pantalla y me ha sido imposible. De hecho incluso tenía pensado publicar otra historia a principios de mes, pero me parece que tendré que retrasar la publicación de esta historia para Mayo.

Debo decir que he estado revisando y arreglando todo lo posible el capítulo para que me quedara lo mejor posible. He querido jugar con la dualidad del personaje de Johanna, por una parte una chica orgullosa y arrogante que odia al Mundo, y por otro, una chica frágil, herida y con cicatrices que solo trata de maquillar con su personalidad hostil. Se me ha ido rompiendo el corazón con algunas escenas. Y LO MÁS IMPORTANTE. Por fin hemos podido conocer a Erik Sherwood, que comenzará a tener mucho más protagonismo durante el Acto 2 y el Acto 3. Me encanta Erik y creo que vosotros también vais a anarlo. Es literalmente un trozo de pan. Todo lo contrario a Johanna XD ya iremos viendo cómo evoluciona la relación de estos dos JIJIJIJI 🌚🌚🌚

¿Qué os ha aparecido el capítulo? ¿Os ha gustado? ¿Tenéis curiosidad por conocer al interés amoroso de Johanna, o queriais un rollo lésbico para nuestra niña de los bosques? ¡Os voy a estar leyendo, que me alegra un montón!

¡Nos vemosssss!

Publicado el 18/4/24

© Demeter_crnx















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