¹³ ━𝐏𝐑𝐎𝐌𝐈𝐒𝐄 𝐌𝐄 𝐖𝐈𝐋𝐋 𝐊𝐄𝐄𝐏 𝐓𝐇𝐄 𝐒𝐄𝐂𝐑𝐄𝐓
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CAPÍTULO TRECE
𝘗𝘳𝘰𝘮é𝘵𝘦𝘮𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘨𝘶𝘢𝘳𝘥𝘢𝘳á𝘴 𝘦𝘭 𝘴𝘦𝘤𝘳𝘦𝘵𝘰
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(POR FAVOR VOTA Y COMENTA)
LA LECHE DE RUME logró que durmiera toda la noche, pero muy a su pesar, el brebaje invitó a danzar a las pesadillas. Eran horribles; terribles sueños bañados en sangre, golpes de metal contra metal, y gemidos humanos que suplicaban piedad a crueles verdugos. Por la mañana cuando despertó, se encontró mirando el rostro serio de Librae, y se sobresaltó sobre las mantas de seda, asustada. Se recordó que tenía que ser valiente, fuerte, enfrentarse a los problemas reales que tenía en lugar de huir y gemir asustada. Mientras se restregaba los ojos y bostezaba, entreabrió los labios para preguntar, pero la mujer la detuvo alzando la mano.
—Vamos a salir a dar un paseo, quiero verte lista en diez minutos.—Su tono de voz fue autoritario, dejando entrever que no aceptaría un no como respuesta.
Al principio Mélode no entendió que habia hecho esta vez —si es que tener un episodio de pánico podía malinterpretarse como un delito— pero no hizo ninguna pregunta. Dentro de su cabeza recitaba plegarias por volver a casa, al cuatro, donde era libre y podía sumergirse en el agua salada del mar para escapar de sus perseguidores. Claro que, teniendo en cuenta su pasada conversación con el presidente Snow, resultaba inutil pensar en ello.
Honorius atravesó el umbral hecho un caos de purpurina, acompañado por su antiguo equipo de preparación. Tres jóvenes hermanas que la habían ayudado a vestirse y prepararse para los grandes acontecimientos de los últimos cuatro años; Roma, Tracia y Galia, quienes tras un breve y emocionante reencuentro, empezaron a vestirla y a trenzarle el cabello sin darle un respiro.
Seguía sin entender que pasaba para que todos estuvieran actuando tan extraño, pero se dejó bañar, peinar y acicalar sin protestar.
—¿Ocurre algo hoy?
Roma negó con una sonrisa centelleante. Los tatuajes violetas de sus pómulos relampaguearon con un brillo plateado.
—Librae nos llamó para decirnos que hoy ibas a tomarte el día libre, así que vinimos para que el resto de ciudadanos no te reconocieran por la calle —contestó Tracia, que había cambiado su pelo castaño por un tono anaranjado con múltiples rizos y tirabuzones con hilos dorados.
—¿Has dicho el día libre? ¿Para qué los ciudadanos no me reconozcan por la calle? —Mélode no encontró respuesta.
Al final terminó disfrazada como una Capitolista más, con una túnica blanca con hilado de tul, y un ridículo sombrero de copa alta demasiado llamativo. Alguien pidió comida y aunque no tenía demasiada hambre, se obligó a comer algunas galletas para apaciguar los ruidos de su estómago.
Finnick apareció una hora más tarde, asomándose tras el marco de la puerta con nerviosismo —casi con indecisión. Como de costumbre, su presencia provocó que Roma, Tracia y Galia se volvieran hacia él con las mejillas coloradas, insinuantes.
—Librae me ha pedido que te dijera que te espera abajo, en recepción. —La voz temblorosa, pero Mélode asintió en silencio. El rubio le devolvió el gesto y se retiró, aunque en sus ojos pudo leer que en realidad deseaba quedarse junto a ella.
—Gracias, Finnick, iré en seguida.
En el transcurso de los diez minutos siguientes; la pelirroja intentó sacar de su mente el sabor de sus labios mientras Roma, Tracia y Galia comentaban emocionadísimas lo guapo y encantador que estaba su compañero.
El aroma del pan caliente que salía de las tiendas, en la avenida de las harinas, era más cautivador que ningún perfume que Mélode hubiera olido. Se acercó hasta la cristalera de la panadería, y observó con todo lujo de detalle las tartas y los pasteles color arcoíris que se mostraban en el escaparate. Los había de todas las formas y de todos los tipos. Fila tras fila de interminables bizcochos de chocolate, rellenos de crema, de varios pisos, y con formas extravagantes y decoraciones presuntuosas. Mélode no supo elegir cuál era su favorito.
A su izquierda había un gran grupo de personas haciendo fila, esperando su turno bajo el abrasador calor de la mañana. De vez en cuando, hombres y mujeres salían por la puerta cargando una gran cantidad de dulces, panes y galletas recién horneados. Mélode prestó especial atención a una mujer regordeta que le dio un bocado a un croissant de chocolate con la boca salivando agua, deseando poder entrar y comprar uno igual.
Librae, que estaba un poco más alejada del escaparate, le dedicó una mirada cargada de recelo.
—De modo que no querías comer pero ahora te derrites por un dulce —suspiró—. Eres más rara que una trucha colorada, venga, vamos.
Mélode insistió a base de pucheros poder entrar y comprar uno solo, un pequeño tentempié, pero su mentora se negó en rotundo. Terminó dándose por vencida una hora más tarde.
El calor era horrible, tan pesado y asfixiante que las pocas personas que caminaban por las avenidas del Capitolio se agrupaban en torno a las sombras que los árboles proyectaban en parques, o por el contrario, buscaban refugio junto a las fuentes de bronce y mármol. Mélode estaba cansada de andar, fatigada y con un hilillo de sudor recorriendo sus pechos. Nunca paraban: nunca se detenían. Pasaron por las principales ramblas y avenidas del Capitolio con parsimonia, observando a los multicolores ciudadanos de la Capital que hablaban y caminaban entregando saludos corteses, tomando té a la vista del lago, comprando en las lujosas tiendas de las principales avenidas y luciendo joyas y trajes elegantes. Cruzaron callejones, se refugiaron sobre las sombras que proyectaban los gigantes edificios, y a veces paraban en bonitas plazas de mármol y piedra blanca, y Mélode empezaba a contar los bonitos adoquines color crema, blanco y negro que dejaban atrás.
En las calles vio lo que a menudo no había visto durante las visitas anuales en la Capital; músicos extravagantes que tocaban música de cuerda, con tambores y flautas de sonidos suaves; espectáculos piroténicos; hombres extraños que hacían desaparecer objetos; hombres y mujeres estatua que flotaban en el aire ganándose los aplausos de los presentes; artistas que cantaban, que pintaban y retrataban en lienzos el paisaje. Nunca había conocido el corazón del Capitolio, al menos no con tanta libertad, mucho menos todo aquello alejado del círculo de la ciudad, así que se concentró en disfrutar de la excursión y tomar nota de lo que veía.
Bajo aquella perspectiva, con los ciudadanos alegres que esculpían su arte y su bondad entre las calles, con las estructuras lisas, uniformes y ornamentadas de mármol y piedra roja, y el olor de especias y madreselva; el Capitolio era hermoso. Como si la residencia en aquel lugar, aquella ciudad implicara libertad, la seguridad de disfrutar de esas vistas cada vez que a alguien le apeteciera. El comportamiento de quien nunca ha conocido otra cosa. Tuvo ganas de gritarles, de romper la ventana más cercana. Tuvo ganas de desatar el poder que le hervía bajo la piel, de contarles, de mostrarles lo que habían hecho, lo que le habían causado al resto de Panem, de la vida en los Distritos, mientras ellos admiraban el lago y pintaban y tomaban té sobre adoquines intactos.
—Ten paciencia —la acortó su mentora como si hubiera leído sus pensamientos.—Ellos no tienen la culpa.
Tal vez tenía razón. Porque la tenía. Ellos no tenían la culpa. Se limitaban a vivir en su ignorancia, bajo burbujas de placer en su Mundo de fantasía. Culparlos era inútil, porque era parecido a culpar a unos niños ingenuos y tontos.
Conforme el tiempo pasaba, la marea humana de personas empezaba a hacerse más notoria, más sofocante, más extensa, a pesar del calor que hacía. La mayor parte de ellos; se refugiaban en establecimientos, restaurantes y tabernas, donde veían el minuto a minuto de los Juegos del Hambre.
Para sorpresa de nadie; los trágicos amantes del Distrito doce andaban en boca de todos. La gente comentaba la traición de Peeta y el hecho de que Katniss Everdeen, su compañera de Distrito, lo hubiera descubierto subida a un árbol. Ah, sí, también había muerto la pobre chica del Distrito 8, una niña que al no poder resistir el frío de la noche, había encendido una hoguera para calentarse. Los profesionales cayeron sobre ella poco después, y la asesinaron a su manera, sádicamente. Reduciéndo el número de jugadores a doce, la mitad del total.
Katniss —el blanco y el objetivo número uno de la manada profesional— había instaurado su refugio en la cima de un árbol muy cerca del suceso, de forma que lo había visto todo —y lo más importante— conoció la traición de su compañero de Distrito.
No se hablaba de otra cosa en las calles —en el gran salón del Edificio de Patrocinio había sido incluso peor—pero al menos ayudó para que ningún ciudadano las reconociera a ella o a Librae, a pesar de estar disfrazadas. Si de algo pecaban los habitantes del Capitolio era de despreocupados. Hasta el más ligero rumor causaba rubor entre sus calles de mármol granito. A mitad del camino, Mélode se giró para confrontarla.
—¿A dónde vamos? Todavía no me has dicho nada.
Quería averiguar si se trataba de un viejo truco de Librae para alejarla del horror de los Juegos, o una emboscada, inclusive una encerrona. Las ideas habían sacudido su cabeza de forma paranoica toda la mañana y empezaba a sentirse histérica.
—¿Acaso prefieres quedarte en el Edificio de Patrocinio teniendo que soportar los comentarios de Brutus, Cashmere o Enobaria?
No, lo que menos deseaba en aquel momento era estar rodeada por el resto de mentores del uno y del dos, aunque Augustus Braun —El afamado Caballero profesional — que había ganado un año después de Syrus, no era tan malo: era inteligente y muy educado, y habían forjado un pequeño vínculo amistoso los últimos años. Ante su mutismo, Librae relajó el rostro.
—Eso me parecía. —asintió, pesarosa—. Le he encargado a Finnick que se quedara con Galatea para tener mejor controlada la situación de forma que nadie nos moleste. Lejos de oídos indiscretos, fuera del alcance de malas lenguas.
No pudo despegar la vista de la contraria, sintiendo una creciente oleada de miedo recorriéndole la epidermis. Dio un paso hacia delante indecisa, y chistó la lengua con un sonido sordo, concentrándose en las figuras que caminaban a su alrededor.
—¿Te lo ha contado? Finnick me refiero.
Librae se detuvo tomando un momento para respirar.
—No hace falta que Finnick me diga nada. Solo tengo que mirarte a los ojos para saber que algo no anda bien; no te creas que he sido la única en notarlo. La gente murmura, Mélode, y no son rumores amables —respondió, casi exhalando un tenue suspiro.
—¿Y cuáles son esos murmullos, si se puede saber? —El giro de la conversación la hizo ponerse a la defensiva.
Su mentora la ignoró. Se aproximó hasta la terraza de un establecimiento y observó la carta de bebidas con la ceja arqueada. Le hizo un gesto y la invitó a sentarse sobre una de las mesas. Bueno, no sería ella quien fuera a negarse, tenía los pies machacados de andar y no le venía mal refrescarse un poco. Un mesero les tomó nota y las dos pidieron un cóctel espumoso burbujeante con olor a limón. Antes de que el hombre se marchara, Mélode le pidió también una bolsa con mucho hielo. Había sudado diez litros esa mañana, y hasta su melena rojiza empezó a agacharse con gesto decaído.
—Quiero que me cuentes con todo lujo de detalles tu conversación con el presidente.
Optó por mentirle y dejarle claro que no había tenido ninguna, pero no una era mujer estúpida, sabía interpretar las miradas y cualquier clase de lenguaje corporal. Había tratado de engañar a Librae demasiadas veces, pero en ninguna logró hacerlo.
—Basicamente… —empezó, jugando con las palabras—. Me dijo que no toleraría más númeritos como el del año pasado. Cree que si la gente empieza a pensar que estoy loca, hecho del que estoy completamente segura, perdería dinero, demasiado como para contarlo con los dedos. —No hizo falta que terminara, o que confesara las verdaderas intenciones del presidente Snow si no accedía a sus peticiones.
Librae la observó fijamente, asintiendo, escuchando cada una de las vocales que salían de sus labios. Al final, se cruzó de brazos sobre la mesa y arrugó el ceño.
—¿Se lo has contado?
—No, y quiero que siga sin saberlo. Así que te pido, ¡te lo imploro! Que lo dicho no salga de aquí, por favor, Librae. Prométeme que guardarás el secreto. Suficiente miedo tengo yo para que Finnick, Galatea o quien sea lo sepa también.
Su mentora no apartó la mirada de sus orbes en ningún momento, observándolos con una tristeza pungida en el rostro. Confiaba en ella, sabría que no lo haría. Ella también había pasado momentos como aquel, aunque se negara a admitirlo. Guardaron silencio cuando el mesero volvió con las bebidas y cuando se marchó, permitió bajar la cabeza con resignación.
—Está bien, no lo haré. ¿Pero qué piensas hacer? El año pasado…
—El año pasado fue diferente. —Una verdad a medias, con edulcorantes—. Sabré manejar la situación con calma, no dejaré que los miedos y mucho menos, el pánico y el pavor, vuelvan a doblegarme.
A juzgar por la mueca que esbozó su mentora, su verdad parecía tender sobre un hilo fino y delgado. Bebieron de sus bebidas y se deleitaron con su refrescante sabor.
—Lo único que te pido, es que no nos apartes cuando tengas un buen motivo para hacerlo. Estamos aquí contigo, a tu lado, como un equipo. Puedes lograr todo aquello que te propongas. Solo tienes que estar dispuesta a hacerlo. —La pelirroja trató de esconder la mirada como una cobarde, mordiéndose el interior del carrillo de los labios.
—Por desgracia, es más fácil decirlo que hacerlo, por mucho valor que intentes arrojar. A veces los días te pesan y las noches te aplastan. Es… complicado, pero noto que es mejor si no involucro a nadie en mis asuntos. Son mis problemas al fin y al cabo. —Supo que se equivocó al pronunciar aquella última frase.
Y Librae protestó, protestó con impotencia.
—¿Y crees que apartándonos, recluyéndote en una jaula, vas a solucionar algo, que vas a cambiar las cosas? ¡No, no haces nada, Mélode! —
No le contestó. Sabía que tenía razón, como Finnick, como todos. Le dio un sorbo a la pajita del vaso y se miró las uñas evitando cualquier contacto visual con su mentora.
—¿Por eso me has traído hasta aquí? ¿Para decirme esto? —No era un reproche, no quería ser malinterpretada, pero necesitaba saberlo.
La contraria negó la cabeza sacudiendo la melena negra de pelo, y chistó la lengua.
—Tengo que confesar que el plan ha sufrido varias alteraciones, pero mi idea principal era sacarte de allí para que pudieras respirar un poco de aire fresco, y con suerte, hacerte sentirte mejor. La excursión todavía no ha terminado, he hecho un pequeño croquis para visitar hasta el último lugar de interés. ¿Sabías la cantidad de museos y monumentos que tenemos en el Capitolio y que nunca hemos visitado?
Se levantó de un salto y la abrazó casi soltando un histérico gemido de los labios.
Recordaba la noche en el tren, cuando se aferró a los pliegues de su camisa sollozando como una lunática. Olía exactamente igual que esa noche. El abrazo la había tomado por sorpresa, pero Librae lo aceptó y se lo devolvió como hacía una madre con su hija. Alrededor, varias personas observaron la escena y la comentaron un poco por lo bajo, levantando suspicaces ecos. Librae apoyó el mentón sobre su hombro y le palmeó la espalda, permitiendo esbozar una sonrisa edulcorada, auténtica, sincera.
Se terminaron separando cinco minutos más tarde:
—¿Es obligatorio lo que has dicho de visitar hasta el último lugar de interés del Capitolio, o solo estabas bromeando? —Era una pregunta que esperaba una respuesta milagrosa, puesto que ya conocía su contestación.
La mujer se colocó los puños en la cadera y la miró de arriba a bajo, casi replicando.
—Sí, y no voy a permitir que huyas; esta vez no. —Sonrió de oreja a oreja, borrando todo rastro de seriedad—. ¡Ya verás qué divertido es ir al teatro de papiroflexia!
Fuera lo que fuese, a Mélode le recorrió una notoria urgencia por salir corriendo.
Cuando llegó de regreso al Edificio de Patrocinio, el color del Cielo había tomado un contraste apagado marcado por tintes rojizos, anaranjados y rosados, proyectando sombras en las personas que yacían bajo él, y tiñendo de dorado la piel de Mélode.
Podría decirse —más bien afirmar— que había escapado de Librae por su propia cuenta tomado el camino más cercano hasta el edificio de patrocinio. Le agradecía todo su empeño en ayudarla, pero la pelirroja estaba exhausta, todo lo que necesitaba era refugiarse en su cama y descansar, bueno y ducharse, porque había sudado la gota gorda por la mañana. En la entrada del edificio se deshizo de la peluca y de la mayor parte del disfraz, generando que los agentes de la paz encargados en la puerta la miraran extrañados, pero ninguno se atrevió a molestarla con palabras. Le permitieron el acceso y la vencedora entró sin más distracciones.
Le sorprendió ver lo vacío que estaba el Gran salón, apenas habitado por unos pocos avox, comensales y clientes borrachos. El aire frío acondicionado fue un revulsivo de paz y se dejó caer sobre una de las sillas metálicas con desparpajo, emitiendo un lánguido y desesperante suspiro en el sitio. Johanna que la había visto entrar, se acercó con cautela, entre risas.
—¡Oh, Mélode, estás horrenda y sudorosa, me alegro mucho de verte! —comentó entre carcajadas.
La interpelada chasqueó la lengua.
—Yo también me alegro de verte, Johanna. ¿Nunca te han dicho que eres tan agradable como un mejillón a la limonera? —Johanna esbozó una mueca de desconcierto al no entender la frase, pero sacudió la cabeza y se dejó caer a su lado esbozando unos tacones negros repletos de piedrecitas de colores.
—¿Qué haces aquí? Pensaba que te estarías preparando para la entrevista con Caesar.
Era una de las normas para los mentores. Cuando un Distrito se quedaba sin tributos, Caesar entrevistaba a los mentores y al día siguiente volvían a sus Distritos. Durante la cornucopia, los mentores del seis, siete y nueve habían perdido a sus tributos, ah y también Cecelia y Woof del ocho. Eso significaba que iban a ser entrevistados por Caesar y mañana a primera hora devueltos a los distritos. Por normativa, no podían quedarse más tiempo en el Capitolio, a no ser que fuera obligatorio por algún tipo de reunión o cita de importancia.
La castaña se echó la melena a un lado y se cruzó de hombros.
—¿Es qué no te has enterado, pelirroja? Al parecer mañana todos los mentores tenemos que asistir a un estúpido evento conmemorativo en honor al nuevo director de Capitol Couture. O eso me ha comentado Pliny. La verdad es que no lo sé. Es tan idiota que cuando habla me quedo dormida y no lo escucho.
Oh, no, por favor, no. Había escuchado a Galatea hablando del tema, pero Mélode había querido —¡y deseado!— que hubiera sido un producto de su imaginación loca, una alucinación. Estaba tan emocionada que tuvo que aguantar las ganas de pegar botes de alegría.
—Ah, ¿entonces eso significa que te vas al día siguiente? —No era una pregunta, era un lamento. No quería que su amiga se fuera tan pronto. El año pasado ella y Syrus se marcharon al segundo día y se había quedado sola con el resto de mentores casi dos semanas. Solo unos días después tuvo el famoso brote que la hizo ganarse la corona de lunática.
Johanna asintió, un poco triste.
—Créeme, yo también estoy un poco abrumada, sobretodo porque no voy a poder molestaros a tí y al idiota de Syrus. Me había preparado una lista de insultos para dedicaros, no sólo a vosotros, también a esos idiotas del uno y del dos, pero… últimamente me están tocando unos tributos inútiles. O tal vez es que tienen una mentora horrible, que también puede ser.
A pesar de lo mucho que intentaba ocultarlo, notó que en realidad no le gustaba dejar el Capitolio y volver a casa. No sabía cómo era su vida en el siete, pero sin familia ni amigos…
—¡No digas eso nunca, descerebrada! Eres una buena mentora, un poco malhumorada, hostil y antipática, pero al fin y al cabo una buena mentora. Deseo poder ir contigo al siete, pero creo que meterme dentro de una maleta no es una opción. —Hizo un mohín disgustada y Johanna rio.
—Solo te pido una cosa, Mélode. Lo que hablamos. No quiero venir el año que viene y volver a verte con esa cara de espanto. Porque sino, yo misma agarraré mi hacha y acabaré con todos esos que estén causando problemas, ¡y no estoy bromeando! Soy muy capaz de darles una buena golpiza, no por nada gané los Juegos. Incluso te la pegaré a tí si hace falta, a ver si así espabilas.
Se sonrieron y se abrazaron. Pasaron juntas toda la hora siguiente: hablando y riendo. Riendo y hablando. Hablando y llorando. Al final Mélode se despidió de ella para subir a cenar, y Johanna encontró su diversión molestando a Gloss y Cashmere, que acababan de bajar para hablar con unos patrocinadores tan elegantes y guapos como siempre.
Encontró a Finnick al otro lado de la puerta, ella entraba y él salía, muy muy guapo, con un traje negro plateado ceñido al cuerpo. Se miraron a los ojos brevemente, apartaron la mirada, se saludaron con un movimiento de cabeza y cada uno tomó un camino diferente. El rubio desapareció tras las puertas del ascensor, dejando un magnético olor a perfume masculino, y Mélode se quedó sentada contra la puerta, mordiéndose los labios.
¡Holaaa a todos!
¿Cómo estáis? ¿Qué tal todo? Antes de que terminara el año os quería traer un nuevo capítulo para aminorar un poco la espera, que os tengo myy abandonados :"(
Antes de empezar con el capítulo, también me gustaría poneros al día y agradeceros por todo el apoyo que está teniendo la historia los últimos días. Desde que actualizé el anterior capítulo todos todos los días me ha venido gente a comentar que la historia le estaba gustando, dejando sus votos y animándome a continuarla. Obviamente la historia no la voy a dejar xd, solamente que me estaba tomando un pequeño tiempo para escribir bien el resto de capítulos del Acto Uno para terminarlo lo mejor posible. Estás semanas he estado haciendo avances, cuando he tenido días libres, así que seguramente en Enero volvamos con la habitual actualización semanal. QUE EMOCIÓNNN
Después de todo el drama que vivimos con el beso de nuestro Melodair, ahora nuestros niños se han tomado un respiro el uno del otro para aclarar sus sentimientos. El drama no termina aquí, pero estos capítulos que vienen ahora van a estar subiendo de intensidad jijijijiji. También trataré de enfocarme en otros temas que he ido dejando a un lado en la historia y también a intentar que los capítulos próximos sean mejores que los anteriores. ¡Deseadme suerte! Poco puedo decir del Capítulo más que amo la amistad entre Mélode y Johanna, y la relación de madre hija que tienen Mel y Librae. Super necesarias.
¿Os ha gustado el capítulo? ¿Cambiaríais algo de la historia? ¿Queréis más puntos de vista de Finnick o incluso de Librae? ¡No dudéis en comentar lo que sea, vuestras opiniones y vuestras críticas que me ayudan a evaluar la narrativa y el desarrollo del Acto Uno!
¡Féliz navidad y felices fiestas a todos, un beso muy grande!
©Demeter Crane
Publicado el 16/12/23
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