
²⁵ ━𝐍𝐄𝐖 𝐁𝐄𝐆𝐈𝐍𝐈𝐍𝐆
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CAPÍTULO 𝐕𝐄𝐈𝐍𝐓𝐈𝐂𝐈𝐍𝐂𝐎
𝘜𝘯 𝘯𝘶𝘦𝘷𝘰 𝘤𝘰𝘮𝘪𝘦𝘯𝘻𝘰
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𝐋𝐎𝐒 𝐃𝐈𝐀𝐒 𝐒𝐈𝐆𝐔𝐈𝐄𝐍𝐓𝐄𝐒 fueron un cautiverio emocional para Mélode. Siguió en la cama, acostada y tendida las veinticuatro horas del día y de la noche. Finnick pasaba a verla casi en todo momento, mientras que Mags le hacía té, pastas y esponjosos bollos salados con algas. Se sentía como en su doma, a pesar de encontrarse en la de la anciana. Finnick había insistido, ya que había querido pasar toda la semana con Mags y ella, y Mélode no se resistió porque se sentía completamente a salvo dentro de aquellas cuatro paredes mientras se recuperaba de los golpes, moratones y heridas que Dorian le había infligido.
—Tienes que descansar, vuelve a la cama —le insistía Finnick cuando trataba de incorporarse. Pero en cuanto los primeros látigos de dolor le azotaban el cuerpo, volvía a tumbarse y se tragaba sus esfuerzos.
La primera noche Finnick se tendió a su lado y la abrazó mientras dormía. Su primera opción había sido quedarse en la mecedora de Mags, ¿pero para qué? La pelirroja se sentía mejor con él a su lado. No quería que su calor la abandonara nunca. Era como flotar en una nube, libre y dulce. No, más que eso. Era como navegar en un mar turquesa, con el graznido de los pájaros a su alrededor y el agua tan tranquila como una brisa primaveral. A veces cuando se despertaba en mitad de la noche —por culpa de algún mal sueño— sorprendía a Finnick derrotado junto a ella, velándola. Eran esos momentos en los que Mélode aprovechaba para concentrarse en su rostro y acariciarle el cabello tono dorado bronce. Era increíble lo perfectas que eran sus mejillas, tan rosadas, redondas y calentitas que Finnick parecía todavía aquel niño que ganó los Juegos. Incluso dormido parecía más joven, más inocente y feliz.
Por la mañana al despertar ambos eran sorprendidos por Mags, que siempre traía una bandeja con todo tipo de comida y una sonrisa sin dientes en el rostro. Le gustaba verlos juntos, porque a pesar de todo lo acontecido, ambos estaban hechos el uno para el otro. Los dos cargaban sus propios miedos e inquietudes, pero también las mismas heridas y cicatrices. Eran una curiosa mezcla que funcionaba al unísono como un binomio perfecto. Eran tan iguales y al mismo tiempo tan diferentes... La tercera mañana sus rostros se abrieron con un pestañeo momentáneo, con las narices y los labios a milímetros del contrario. La pelirroja le ofreció una sonrisa un poco maltrecha, pero ante todo, una sonrisa que deseaba transmitir paz, sosiego y seguridad. El rostro del joven vencedor se iluminó cuando la vio aparecer. Las mejillas se le tornaron rojas como un tomate y sus ojos relampaguearon como esmeraldas y zafiros.
—Eres tan hermosa, Mel —suspiró apesadumbrado, mientras le tocaba la punta de la nariz con el dedo pulgar—. Me siento como si te hubiera estado esperando cientos de años. No sabes lo feliz que me hace poder estar aquí, contigo.
A la reina roja no se le escapó la pequeña vacilación que bailó sobre los esponjosos labios del contrario. Esbozó una sonrisa traviesa, casi divertida, y arqueó las cejas a modo de burla. Su corazón palpitaba dentro de su pecho.
—¿Has estado esperándome mucho tiempo, Finn? ¡Que tonta he sido haciéndote esperar!
El semblante de Finnick se encogió como el de un niño pequeño y escondió medio rostro contra la almohada. Liberó una carcajada dulce como la miel y le respondió:
—Habría esperado quinientos años más por tí. Y si... Este era todo el tiempo que se nos permitía tener, la espera ha valido la pena.—El pecho de la pelirroja estalló por la declaración, pero no permitió darle la satisfacción de saberlo al rubio. En su lugar acortó la distancia y besó los labios de Finnick con un hambre voraz. Sus labios fueron un néctar dulce y suave que amaba degustar. Todavía seguían sabiendo a limón, y a naranjas, y puede que a pan de algas. Lo cierto era que sabían a muchas cosas y solo ella tenía la libertad de probarlos y degustarlos y saborearlos. Las manos de los vencedores se unieron bajo las sábanas, y cuando la pelirroja depositó la mano sobre su rostro, el rubio se separó con un gemido lastimero.
—Te necesitaba, Mel. Te lo repetiré todos los días de mi vida. Pero te he necesitado.
La pelirroja intentó desentrañar que escondían sus ojos verdes mar. Estaban ligeramente empañados por el dolor y la pena. Ser testigo de aquella muestra de amor la rompió por dentro. No quiso imaginarse el sufrimiento que había tenido que soportar los últimos meses. Ella también se había sentido sola, pero tenía a su familia, y a él. Finnick solo había podido contar con la compañía de Mags desde hace años.
—No pasa nada, Finnick; estoy aquí. No pienso irme a ninguna parte sin ti, ¿sabes? Te sonará un poco estúpido y un poco precipitado escuchar esto, pero me gustaría tener un futuro a tu lado; contigo. Nunca antes nadie me había hecho sentir así. Es... Extraño.
El semblante del rubio brilló como mil soles. Los ojos reflejaron la alegría que lo consumió, y esbozó una nueva infantil, afectuosa. Una demanda de cariño.
—A mi también me gustaría, Mel. Quiero que vivas conmigo, que compartamos la vida con un propósito. Pero... No quiero obligarte hasta que estés totalmente segura y cómoda. Puedo esperarte.
—¿Esperar cuánto, Finnick? ¿Quinientos años más? No creo que el Capitolio nos permita ese tiempo. ¿Y si todo esto solo te causa más problemas? —se mordió el labio, dividida ante las pesadas alternativas.
—Entonces el Capitolio tendrá que joderse, y Snow. Que se jodan todos. Yo te elijo a ti, elijo ser feliz.
Ella ya sabía la respuesta. No quería imaginarse una vida sin él, sin estar a su lado. Puede que ya no volvieran a llevarla como mentora a los juegos —al menos para ayudar a Finnick— pero si podían estar juntos todo el año en el que no había juegos del hambre, ni tributos, ni cámaras, ni absurdas fiestas. Se emocionó con la idea.
—Supongo que tendré que hablar con mi madre para contarle las nuevas buenas. Se pondrá muy contenta con su nuevo... Yerno —confesó con las mejillas ardiendo.
Finnick asintió con una sonrisa que le achinó los ojos. La atrajo con la fuerza de su poderoso brazo hacia él y acurrucó su cabeza contra la suya. La pelirroja abrazó el firme pecho del rubio y apoyó la cabeza junto a su fisonomía musculada.
—¿Entonces ya puedo decirle a todos que eres mi pareja? Creo que Mags se pondrá bastante contenta.
—Conociéndola, seguro que nos regañará por haber tardado tanto tiempo.
Los dos carcajeaeon antes de volver a mirarse a los ojos y besarse por última vez.
—¿Qué tal si ahora vuelves a descansar? Yo estaré aquí dándote calor; ¿no te quejarás verdad? —bromeó.
—Idiota.
Pese a las insistencias de Finnick por acompañarla, Mélode salió del hogar de Mags y caminó hasta el barrio de pescadores y comerciantes en el que residía su familia. Se sintió extrañada, porque la última vez que había recorrido aquel camino, su vida la había amenazado con caersele encima. Ahora, en cambio, un calor afloraba en todo su cuerpo. Un tipo de fuego que la había hecho renacer, una llama que había espantado los nubarrones y la oscuridad; algo parecido a una esperanza nueva y renovada. Y mientras recorría atajos y callejones sumergida en sus propias cavilaciones, no puedo evitar preguntarse, ¿dónde se encontraba la chica débil y desvalida que se preparaba para ir anualmente al Capitolio como mentora? ¿La chica valiente que fue a los Juegos para salvar a su prima? ¿La indomable profesional de hebras llameantes que hizo todo lo que pudo por ganarlos? Negó con la cabeza con la idea de que aquellas personas habían muerto, y en su lugar, habían forjado a una nueva Mélode; una chica más fuerte y más valiente, más decidida a luchar por su futuro y el de su familia.
Su hermana la recibió en la puerta y se fundieron en un abrazo que pareció durar una eternidad tras un breve intercambio de miradas. La pelirroja nunca se había parado a considerar como su hermana pequeña, —la misma que hace años lloraba cada vez que se caía, o que se pasaba los días persiguiéndola— había adquirido ese valor y ese espíritu que caracterizaba a las mujeres de su familia con tanta rapidez. Portaba un vestido ajustado de colores celestes, y un nuevo peinado trenzado seguramente obra de su madre. Cuando se separaron, su hermana dejó escapar un lánguido suspiro de complacencia.
—Me preguntaba cuanto tardarías en dejarte caer por aquí.
La mayor puso los ojos en blancos, sintiendo un diminuto malestar alrededor del pecho. Se mordió los labios y frunció el dibujo del rostro. Finnick había hablado con su familia para contarles que había vuelto muy cansada del viaje, que los visitaría lo más pronto posible y que necesitaba reposo. Pero claro, ¿hasta qué punto les había contado la verdad? A la pelirroja no le hubiese importado haberlos recido en casa de Mags; era lo mínimo que les debía al fin y al cabo.
—De ser por mi hubiera venido el primer día, pero ha habido complicaciones —añadió con un suspiro. Su hermana asintió sin la necesidad de hacerle más preguntas, y se apartó para dejarla entrar.
—Padre y madre están en la habitación —anunció la menor con un mar nublado sobre los ojos—. Los agentes de la paz cerraron el mercado hasta nuevo aviso. Está con él todo el día. —Su madre, lo sabía.
Mélode lo comprobó al denotar la falta de luz, las cortinas echadas y todas las puertas y ventanas cerradas a cal y canto. La noticia del accidente de su padre la sacudió durante las dos primeras noches de su llegada. De ahí las pesadillas que la mantuvieron mirando el techo de la habitación de Mags hasta el amanecer. Finnick le dijo que los había visitado mientras ella descansaba, y aunque su padre se encontraba bien, tenía fracturado el hombro y un esguince en la rodilla. Nadie sabía bien cómo había sucedido todo, pero los vencedores mantenían la sospecha de que había sido un perverso aviso del Presidente Snow.
—No pasa nada, he venido para quedarme a pasar unos días. Me gustaría pasar el tiempo con vosotros.
Su hermana esbozó una sonrisa satisfecha, un impulso de alegría que pareció recorrerle la dermis de arriba a bajo.
—Padre está bastante mejor. Los primeros días fueron difíciles para las dos, pero hemos logrado que coma y que tome reposo. Los doctores dicen que se recuperará.
Era la mejor noticia que hubiera podido escuchar, y aún así, no pudo evitar sentir la desesperada necesidad de correr con su padre y abrazarlo. Relajó los hombros y se llevó una mano al rostro. Su hermana se acercó para abrazarla, y por un breve momento, se consolaron mutuamente.
—¿Quieres ir a verle? Madre está con él ahora mismo. Ni siquiera me deja hacer la guardia para descansar. Seguro que se alegrará de verte.
—Por favor —rogó.
Cuando llegaron a la habitación, encontraron a su madre a los pies de la cómoda, sobre una silla de mimbre desgastada que había acercado para velar a su marido. Su padre dormía, con el rostro pálido y un trapo húmedo sobre la frente. Su progenitora le agarraba la mano con fuerza, como si el accidente hubiera sido ayer mismo, y le acaricia y le frotaba la piel con sumo cariño. Mélode se sacudió en el sitio ante la vista de su progenitor. Un tipo de miedo frío y profundo que le recorrió la garganta y la columna vertebral ante la posibilidad de haberlo perdido. No, a su familia no. Era todo cuanto tenía en el Mundo.
Cuando su progenitora levantó la vista y se percató de su llegada, se le iluminó el rostro y se irguió de un salto para recibirla. Mélode no opuso resistencia, y cuando se abrazaron, se permitió derrochar todas las lágrimas que había estado conteniendo aquellos últimos días. Era increíble el calor que una madre podía transmitir con un simple abrazo. Era un calor que te envolvía por completo, que te hacía sentir seguro, a salvo, reconfortado. Era todo eso que uno necesitaba cuando el dolor le rompía el alma. El cabello de Evelyn desprendía un olor a jazmines, y vestía un chal canela sobre una blusa con estampado de florituras. La oyó implorar, y su hija le frotó la espalda.
—¡Mélode, que bien que estés aquí! —La recibió, envolviéndola con sus brazos como si temiera que alguien se la fuera a arrebatar.
—¡Aquí estoy, madre, y aquí pienso quedarme!
Y cuando quiso darse cuenta, ella también lloró sobre sus hombros. Un llanto desconsolado, mezcla de alegría, que la envolvió como una protección. Madre e hija lloraron sobre la otra, lamentando el pasado y disfrutando la presencia de la una y la otra. Mélode había sido la primera hija, y aunque no dudaba en que había heredado las mejores cosas de su padre y las manías de ella, eso no le impedía amarla con esa falta y anhelo. ¡La había echado tanto tanto de menos! Que su sola presencia pareció iluminar el interior de la vivienda y despertar aquel sentimiento de esperanza que la consumía por dentro. Un mar cálido y eterno donde la esperanza flotaba.
Mélode sintió que era el momento de hacer las cosas. De admitirlo todo. Su madre y hermana se sentaron, y por primera vez en mucho tiempo; fue sincera con ellas.
Les contó el quiebre de su relación con Dorian, el aborto que experimentó, las amenazas del Presidente, Finnick, las mentiras. Los abusos y el miedo. Relató con la voz estrangulada la falta de valor que le había confinado en una oscura celda, para visitarles y contarles que tal estaba. Les confesó los días en el Capitolio, su paso hacia adelante con el joven vencedor, los incidentes en la mansión de los Kastwell, y el inicio de su relación con él. A pesar de toda la oscuridad de su relato, su progenitora brindó ante la noticia de su relación con Finnick. Su hermana Margaret se mostraba un poco más descompuesta, pero se alegró del cambio que él había ayudado a crear en ella. Vigilaron a su padre toda la tarde, y hornearon galletas, bollos y trozos de carne con salsa, miel y patatas asadas. Todas acabaron manchadas hasta la nuca de grasa, aceite y merengue, y aunque la situación no era por mucho la mejor, se vieron invadidas por una especie de vínculo nuevo más fuerte e irrompible que el anterior. Un vínculo sincero y duradero. Una promesa silenciosa de no volver a separarse nunca más.
Cayó la noche, y ayudaron al señor Underfell a levantarse de la cama y unirse con ellas a la cena. La alegría que encontró en sus ojos no fue comparable a la de su madre; paz, sosiego y una infinita tranquilidad. Les decía constantemente de que se encontraba bien, de que había conseguido deshacerse de aquel tablón de metal justo a tiempo. De que lograría recuperarse de las secuelas y volver al barco y a los muelles. Evelyn lo regañaba, enfatizando las pésimas condiciones laborales, y el reciente incidente que lo había puesto en peligro. Su padre la ignoraba, como si su regreso hubiera acrecentado sus fuerzas y sus ansias por vivir. Fue un detalle que ni Margaret ni Evelyn pasaron por alto. Y saboreando la calidez de una cena en familia, Mélode anuncio una buena noticia. Una mas.
—Hoy estuve hablando con el señor Wingbook, y me admitió de que iba a jubilarse y dejar su tienda de golosinas para poder tener una vejez tranquila. Le dije que era una idea estupenda, por su puesto, pero le ofrecí un pequeño pago para abrir nuestra propia tienda de baratijas y regalos. He pensado que madre podría vender y exponer ahí sus cuadros y artesanía, y tú dejar el trabajo pesado en el barco para ayudarla a ella y a Margaret con el inventario y las cuentas.
Su padre la miró boquiabierto y bajó el tenedor hasta dejarlo caer en el plato. Su madre emitió una risa contenida, tratando de esconder la sorpresa, y su hermana pequeña ahogó un grito de emoción.
—Hija, yo... Nosotros... Es una noticia estupenda, pero odio conocer qué te hayas tomado la molestia. No puedo aceptarlo.
Su madre le dio un golpe suave en la la nuca y su padre carcajeó.
—¡Tonterías, si podemos! Ya está bien de qué esta familia se rompa la espalda día tras día. ¡Es un regalo, disfrutémoslo! —bramó con los ojos encendidos.
—Sí, y quiero que sepáis de que he tomado la decisión de ayudaros en la medida de lo posible —miró a sus progenitores y pestañeó—. Vosotros ya os habéis encargado de darnos una infancia estupenda. Dejad que seamos ahora nosotras quien os dejemos cuidaros y ocuparnos de la tienda. —Intercambió una rápida vista con su hermana y Margaret le guiñó un ojo, a la vez que emitía un gorjeo de notas musicales.
—¡Pero, Mélode, siempre has odiado el negocio y el mercado y tratar con los clientes! ¿Seguro que no te has enfermado en el Capitolio? ¿Estás segura de lo que estás diciendo?
La vencedora asintió con los orbes azules brillando como zafiros.
—¡Sí, mamá! Estoy hablando completamente en serio.
Y lo era. Ahora que por fin había regresado, que había empezado algo nuevo y sincero con Finnick, que había reunido el valor suficiente para echar al despojo de Dorian, y pensado en todo y cada uno de sus propósitos, lo tenía claro. Lucharía por sus seres queridos y no permitiría que nadie le volviera a arrebatar la luz; ni siquiera el presidente Snow.
Mélode era la Reina roja, y no dudaría en alzar su corona con orgullo, no como un símbolo de poder, sino como una promesa de lucha, de amor y de libertad. Porque ahora sabía que su historia no estaba escrita en las sombras del Capitolio, sino en la luz de aquellos a quienes amaba. Y esta vez, nadie la volvería a quebrar.
𝐅𝐈𝐍 𝐃𝐄𝐋 𝐀𝐂𝐓𝐎 𝐔𝐍𝐎
¡Buenas, bienvenidos a todos!
No sabéis la emoción y la alegría por haber podido concluir el acto uno de esta historia. Tenía planeado concluir el acto con el capítulo 26, pero he pensado en dejarlo mejor para él próximo. Habéis sido maravillosos y me encantaría agradeceros todo el apoyo, los comentarios y la constancia que me habéis proporcionado a mí y a la historia. Sin vosotros no hubiera encontrado el valor y la motivación para continuar con ella.
Este capitulo es un antes y un después para Mélode, un punto de inflexión para los personajes. Siento si alguno ha notado un poco forzada como he cerrado la trama de Dorian y la familia de Mélode, pero a mí me ha gustado bastante releerlas y ha sido como sumergirme en un baño de espuma. Jamás pensé encariñarme tanto con los personajes, pero me alegro un montón haber retomado la historia y darle un pequeño lavado de cara, y concluir el acto. Creo que el segundo os gustará más todavía si cabe, tendremos drama, romance y mucha mucha emoción. Los juegos del hambre en llamas fue mi favorito de toda la saga, y quiero plasmar todo ese cariño en la historia. ¡Espero que os guste y esté a la altura!
¡Muchísimas gracias, nos leemos!
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