
¹² ━𝐂𝐎𝐔𝐍𝐓𝐃𝐎𝐖𝐍
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CAPÍTULO DOCE
𝘊𝘶𝘦𝘯𝘵𝘢 𝘳𝘦𝘨𝘳𝘦𝘴𝘪𝘷𝘢
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LAS PRIMERAS LUCES del alba empezaron a colarse a través de las rendijas de la ventana, iluminando tenuemente los rincones más recónditos de la habitación. Mélode se encontraba tendida sobre su cama, incapaz de dormir debido a los últimos acontecimientos de la noche. No dejaba de preguntarse lo que había pasado, lo que había sentido, lo que había provocado al abalanzarse sobre los labios de Finnick con aquella necesidad.
Rodó y rodó entre las sábanas y mantas intentando zarandear los pensamientos que le rodeaban; atormentándola y ahogándola. Sentía la cabeza embotada, tan obsoleta de preocupaciones que lo único que deseaba hacer era tomar un tren y volver a casa. Claro que aquello no era una opción. ¿De quién podría huir? El Capitolio no la dejaría ir tan fácilmente, y al volver a casa volvería a enfrentarse a Dorian. Sólo el hecho de pensar en él le hizo sentir escalofríos. Estaba acorralada en un callejón sin salida, sin esperanza y asustada.
Y Finnick...
¿De verdad ahora quería escapar de él también? ¿De la única persona que la conocía de verdad? ¿De probablemente, el único amigo que tenía en casa? Ahora lo tenía a dos habitaciones cruzando el pasillo, pero en el distrito vivían prácticamente a unos metros. No, no podía escapar de nadie.
Volvió a rodar una vez más, y a su mente llegó el inconfundible sabor de sus carnosos labios; mezcla de limón y menta. Todavía seguía sin saber por qué le besó, tal vez había sido presa del miedo y pánico, o tal vez fue impulsada por el arranque de palabras que él le había confesado.
Como fuese, Finnick Odair: el vencedor más joven de los Juegos del Hambre, el sexymbol del Capitolio, el amor de cientos de chicas de Panem: le correspondió. Tal fue la intensidad del intercambio, que se sintió diferente, como si por unos segundos todo el miedo, la tristeza y el malestar que había sentido hubieran desaparecido. Solo existieron él y ella, nadie más. Un solo ser. Dos almas que se aferraron al cuerpo del otro.
Cuando por fin fue consciente del acto impulsivo cometido, se separó del rubio bruscamente, con las mejillas coloradas y el pecho latiéndole desbocadamente. Finnick, cuyo moreno había sido invadido por un sonrojo parecido al suyo, entreabrió los ojos sorprendido y la miró alarmado, como si de alguna manera, temiera haberla invitado a cometer una locura. En sus ojos bailó el miedo, la duda y la inseguridad.
La claridad que reflejaba la ventana les bañó los rostros perlados, y los orbes azules y verdes brillaron como estrellas recorriendo el firmamento. La pelirroja negó con la cabeza, miró al suelo, se llevó una mano al rostro para tapar el sonrojo y se levantó hecha un manojo de nervios.
—Esto... que descanses. Buenas noches, Finnick —contestó al alejarse, incapaz de devolverle la mirada.
El rubio guardó silencio. Se limitó a asentir con un ademán de cabeza y a despedirla con el ardor notorio en sus mejillas, como si el beso —o mejor dicho—, los besos que compartieron, no hubieran sido más que un breve espejismo dentro de sus mentes.
Pasó una hora hasta que lo escuchó volver a su compartimento, una hora en la que no dejó de mirar al techo asimilando lo ocurrido. Desde entonces, le fue imposible conciliar el sueño, y sospechaba que él tampoco.
A las ocho, Galatea pegó en su puerta para que se preparase para la apertura de los Juegos, pero no estaba preparada. No podía. Necesitaba salir de ahí, pero resistirse era inútil, claro, así que contestó con un susurro apenas audible y se incorporó. Cuando se duchó y vistió, abrió la puerta con mucho cuidado y asomó uno de los ojos para vislumbrar el terreno. No había nadie, aunque escuchaba el irreconocible traqueteo de los tacones de Galatea en el comedor. Cuando se acercó a hurtadillas para comprobar si el joven Vencedor estaba con ella, respiró tranquila; solo estaban Librae y los tributos.
El desayuno fue breve y el intercambio de palabras inexistente. Librae trató de iniciar varias veces la conversación, pero estaba claro que salvo Sean —que era presa de los nervios— nadie tenía demasiados ánimos para continuarla. Pasaron diez minutos hasta que la escolta anunció que había llegado el momento de irse. Todos asintieron de acuerdo.
Mélode se reunió con Marina en el ascensor, cada una con sus propias preocupaciones y el ceño fruncido. Librae y Sean tomaron el otro ascensor correspondiente y Galatea les deseo mucha suerte; a su manera, ataviada en una falda con alas de mariposa.
Su tributo la miró de soslayo con el rostro repleto de arrugas, y entreabrió los labios:
—¿Un último consejo antes de morir?
Sorprendida —y en medio de una crisis existencial— su mentora se volvió hacia ella y escrutó su semblante. Su trabajo todavía no había terminado, por supuesto. ¡Piensa rápido, Mélode! Y cuando por fin fue capaz de hablar, decidió ser sincera con su tributo.
—No puedo darte un consejo esperando que lo sigas ahí fuera sin más, porque ni yo misma sé lo que vas a encontrarte. Si me preguntas; lo único que puedo responderte es que no confíes en nadie. Espero de corazón que tengas suerte, mucha más de la que tienen la mayoría, pero no confíes en ellos; los profesionales, mucho menos en Sean, es tan idiota que lo primero que haría sería ponerte en peligro.
Las puertas del ascensor se cerraron y empezaron a subir.
—¿Entonces, qué debo hacer? Porque ahora mismo siento que haga lo que haga, diga lo que diga, y actúe como actué, voy a morir. Y tengo miedo..., tengo tanto miedo Mélode —La angustia que le transmitió su voz fue casi una tortura.
—Intentaré hacer lo que pueda, te lo prometo. Me he propuesto sacarte de esa arena con vida —suspiró—. Te prometo que lo haré.
Una verdad a medias, pero bastó para que Marina respirase un poco más tranquila.
—Eres más lista que Sean y los otros. No hagas nada temerario, mátalos mientras duerman. Me encargaré de proporcionarte lo que te haga falta. Vigílalos de cerca. El chico del 11 y los tributos del 12 serán tus mayores peligros. Intenta no olvidarlo. —Trató de hablar con rapidez y desesperación, articulando cada palabra y cada sílaba con el mayor cuidado que pudo.
—¿Cómo sabré cuál es el momento indicado? —le preguntó, temblorosa.
Mélode tragó saliva mirando las puertas cuando el ascensor se detuvo.
—Lo sabrás. Hasta entonces, deja que sean ellos quiénes se ensucien las manos. —cuando terminó de hablar, las puertas se abrieron y entraron la chica del 6 y su mentora, la esquelética adicta a la morflina.
Nadie habló cuando llegaron hasta la azotea y nadie más se les unió hasta entonces. Procuró observar a sus dos contrincantes. La chica pequeña, regordeta, con el cabello rubio amarrado en dos sutiles moños. Su mentora —la adicta— con manos temblorosas, cabello oscuro grasiento,
y uñas mohosas y verdes. Apestaba a sudor y queso rancio, pero no despegó la mirada de las luces de la esquina y emitió un lánguido suspiro cuando llegaron a su destino.
Las puertas volvieron a abrirse y la pelirroja agarró de los hombros a Marina para susurrarle:
—¡Puedes hacerlo, solo tienes que creer en tí misma! —No pasó por alto los ojos de loca que debía de tener puestos sobre su tributo, aunque de por sí, ya todos pensaban que lo estaba, así que ¿qué importaba?
Marina asintió con los ojos muy abiertos, casi derramando una lágrima, pero obligándose a parecer impertérrita.
—Lo haré, y esto...Aaa... omitre mucho por haber sido tan desagradable con todos, en especial contigo. ¡Gracias, por todo!
Unos agentes de la paz se aproximaron hasta ellas y agarraron a las tributos con prisa, recelosos.
—Vamos, es hora de irse —gruñó el primero bruscamente.
Marina le dedicó una última mirada de desconcierto, y la vencedora se contuvo con alzar la mano y despedirla. A su lado, la adicta alzó la voz:
—¡Mucha suerte, Cheryl! —La voz rasposa, desagradable, que arrastraba las palabras. Mientras se alejaba, la adicta se quedó mirando el suelo petrificada, embobada con el color gris del suelo de la azotea.
Mélode pensó si algún día, ella también acabaría como aquella mujer.
Intentó evitar mirar a Finnick durante el viaje en limusina, a pesar de que él sí que buscó su mirada constantemente.
Más que su mirada, seguramente lo que ansiaba era una explicación, una respuesta a sus preguntas, pero ella se negó a dárselas, avergonzada. Se concentró en mirar el paisaje que había detrás de la ventanilla, en las pintorescas calles del Capitolio. El movimiento constante y desordenado de los ciudadanos que se arremolinaban entorno en las terrazas y principales avenidas, para presenciar el emocionante arranque de los Juegos.
Todos los años el Capitolio se paralizaba para la ocasión. Era considerado uno de los actos más esperados del año.
Tardaron exactamente diez minutos en llegar a la Casa del Patrocinio. El ambiente era abismal, inundando por mentores, periodistas y decenas de ciudadanos de primera clase. Los avox iban de un lado a otro, casi corriendo, sirviendo copas, cargando bandejas de comida exquisita, o terminando los preparativos del Gran salón. Los agentes de la paz patrullaban las zonas exteriores, encargándose de la seguridad, y los mentores se dirigían hasta las suites para ver el inicio de la matanza, —aunque algunos— como Chaff y Haymicht Abernathy, preferían la comodidad de los sillones del salón.
—¡Por la gloria de mi corazón, mirad qué hora es, los Juegos están por empezar! —exclamaba una Galatea más histérica de lo normal.
Intentaron esquivar al gentío, pero la estancia estaba tan llena, tan abarrotada de personas, que les resultó imposible.
En lo alto de una pequeña torre en el centro del Gran Salón, en una pantalla de alta resolución, Caesar Flickerman y Claudius Templesmith comentaban emocionadisimos el diseño arquitectónico de la Arena; ese año consistía un bosque con un lago serpenteante y zonas con hierba alta y maizales.
La cornucopia estaba ubicada en la esquina noroeste, rodeada por la espesura del bosque y el valle que daba a los maizales. Por último, recorrieron palmo a palmo los rincones del estadio; cuevas y madrigueras principalmente, donde los tributos podían esconderse durante los Juegos. Los presentadores hicieron un repaso acerca de los animales y toda la fauna que rodeaban el lugar, haciendo especialmente mención en la ausencia de mutaciones. Fue un hecho insólito, puesto que las mutaciones eran la principal herramienta que tenían los vigilantes para animar sus queridos Juegos del Hambre
—¡Solo faltan dos minutos! —seguía exclamando la escolta, tan agradable como siempre.
—¡Ya lo sabemos, Gala! —protestó Librae, al unísono.
Al final, ante la incapacidad para poder avanzar entre la multitud, los cuatros unieron sus manos y atravesaron el laberinto de masas con una furia emergente; repartiendo patadas, golpes, codazos y mordiscos.
Antes de poder llegar hasta la zona vip de los mentores, Mélode le propinó un golpe tan brusco a una mujer, que su peluca salió volando por los aires y le cayó encima a un pobre avox, que terminó en el suelo tras el accidente. La pelirroja se permitió reír un poco, antes de disculparse con la mujer y el sirviente. Incluso Librae, que no solía cambiar su áspera mueca, amagó con reírse.
Finnick se acomodó incómodo sobre el sillón, alborotándose el pelo y dando pequeños tragos a la bebida que tenía en la mano. De vez en cuando, le lanzaba miradas a Mélode, pero cada vez que se percataba de ello, ella sacudía aquel mar rojizo de cabello y bajaba el rostro, azorada.
Quería hablar con ella, ¡necesitaba hacerlo! Había empezado a morderse tanto el carillo de los labios que logró que brotara de ellos una fina línea de sangre. A su lado, Galatea y Librae le lanzaban sendas ojeadas de preocupación. No tardarían mucho en pedirle explicaciones, aunque él se negaría a darlas.
Un pitido ensordecedor salió del televisor y apareció Claudius Templesmith, ataviado en un elegante traje púrpura con bordados plateados, dorados y adornos rojizos. Portaba una tarjeta en la mano que sujetaba con emoción contenida, y se acercó al micro con una centelleante sonrisa en los pliegues de los labios. En una esquina de la pantalla, los tributos esperaban sobre sus pedestales.
—¡Damas y caballeros, que los septuagésimos cuartos Juegos del hambre empiecen, y que la suerte esté siempre de vuestra parte! —La multitud concentrada en el gran salón rugió y el presentador inició la cuenta atrás. Un minuto, ese era el tiempo que tenían los tributos para prepararse para la matanza.
La cámara fue enfocando a cada chico y chica entre el suspense de la cuenta regresiva.
Marina estaba en la parte izquierda del círculo, muy cerca del profesional del 1 y la chica del 6. Sean, por otro lado, estaba posicionado en la zona derecha del círculo, junto a la pequeña Rue del 11 y el tributo masculino del 5. Como todos los años, la tensión se palpaba en el ambiente. Librae le aconsejó amablemente que tomara un poco de té para relajar los nervios, pero el rubio se negó en rotundo. La oyó suspirar.
Los segundos fueron pasando uno por uno, como un reloj, tic tac. Galatea le apresó la mano con fuerza y rechinó los dientes con los ojos entrecerrados, como si fuera incapaz de presenciar el espectáculo del que ella misma era partícipe. Pero no sé quejó. De hecho, devolverle el apretón lo ayudó a aliviar la quemazón que lo invadía internamente. Un fuego que ardía con demasiada fuerza.
Cuando sonó el gong que dió por iniciados los Juegos, el horror se convirtió en tragedia y empezó a correr la sangre.
Casi todos los tributos bajaron de sus cilindros al instante, echando a correr en dirección a la boca de la Cornucopia. Solo dos o tres se dieron la vuelta para huir de la matanza. Para ese entonces, la pantalla mostraba ya varias imágenes de la cornucopia con diferentes ángulos, para que los espectadores pudiesen presenciar las muertes sin perderse el más mínimo detalle.
Los profesionales fueron los primeros en llegar, seguidos de Thresh y unos pocos tributos más. Empezaron las primeras luchas por los suministros, los primeros tributos que agarraron armas y por consiguiente, la primera muerte. La imagen del tributo del distrito 9 ocupó una de las esquinas, tras ser asesinado con un cuchillo en la espalda por la chica del 2, mientras este forcejeaba con Katniss Everdeen por una mochila. La chica en llamas se restregó la sangre que el chico le escupió en la cara, y levantó la mochila para protegerse del cuchillo que la profesional le arrojó desde la distancia. Después se incorporó y se perdió entre la espesura del bosque.
Las muertes y las peleas fueron sucediendo una por una, aclamadas por los ensordecedores chillidos del público. Murieron un segundo tributo y un tercero cuando Thresh, tan imponente con su metro noventa, salió de la Cornucopia portando una espada curva y fue confrontado por Sean, que sujetaba desafiante una espada pequeña en las manos. Los dos tributos tantearon el terreno y acortaron la distancia con tal fiereza, que del choque metálico de las armas brotaron chispas.
Sean era fuerte, pero fue suficiente con que su tributo diera un mal paso para que el chico del 11 esquivara
su ataque y le abriera la garganta de un corte limpio. Después cayó al suelo presionando la herida con sus manos -que se tiñeron de un tinte rojizo- y murió a los pocos segundos.
Galatea emitió un alarido escalofriante, pero Finnick —lejos de sentirse mal por la muerte de su tributo— no pudo evitar apartar la mirada de su compañera. Estaba acostumbrado a sufrir las pérdidas de sus tributos, así que cada vez que uno de sus chicos perdía la vida, se limitaba a encogerse de hombros. Incluso en sus Juegos había sido así, a pesar de haber contado con una edad muy inferior a la actual. Nunca se preocupaba por la vida de sus contrincantes, era él o ellos, y Finnick había procurado velar por sus propios intereses.
Marina logró sobrevivir los primeros minutos, portando una espada con cuchillas en forma de sierra que la ayudaron a herir a varios chicos en el proceso. Cayeron ocho tributos hasta que al final, la cornucopia se quedó en silencio y sin movimiento. Los profesionales se agruparon y fueron rematando a los chicos moribundos que yacían junto a los cadáveres, uno por uno, decapitándolos o clavándoles un cuchillo en la garganta.
Una chica pequeña y delgada, cuyo pelo anaranjado estaba ensangrentado, golpeó a una de las profesionales y se levantó corriendo para escapar de la manada profesional, pero a mitad del camino, fue acribillada a flechazos por la chica del 1 y rematada más tarde por la chica del 2. Sus quejidos de dolor fueron un lamento para cualquiera.
Un gemido brotó de la garganta de Mélode en aquel momento, que se levantó de un salto del asiento y se cubrió el rostro con las dos manos, ahogando un quejido tembloroso, aunque sin poder disimular la sacudida de pánico que experimentó por todo su cuerpo.
Librae se incorporó leyendo los movimientos de Finnick, y abrazó a la pelirroja cálidamente como una madre protectora, apartando sus hebras ígneas para permitir que la mirase a los ojos. Él la contempló en silencio, impotente, casi volviéndose loco ante la necesidad de lanzarse a consolarla. Quería hacerlo, pero en el fondo sabía que no podía, que era mejor si no se acercaba a ella. Aún así, el dolor logró desgarrarlo por dentro y lo amenazó con romper en lágrimas al verla así de rota. ¡Percebes, no lo soportaba!
—¡Mélode, tranquila, tranquila! ¿Quieres salir a dar un paseo? ¡Pediré que te traigan un poco de agua si quieres!
Pero ella no contestó. Incapaz de articular una palabra siquiera coherente, se limitó a mirar al suelo y a intentar controlar su respiración para sus adentros. Galatea y él fueron meros espectadores. Al cabo de un momento, logró recomponerse y volvió a sentarse, esta vez junto a Librae, que no dejó de susurrarle cosas que nadie logró escuchar.
Se hizo el recuento final de tributos caídos y Caesar Flickerman anunció un total de once muertes: La chica del 3, Sean..., el tributo del 5, los dos chicos del 6, los dos tributos de Johanna, el chico del 8, los dos del 9..., y la chica del distrito 10. Los profesionales se jactaron de las víctimas con indiferencia. Se dedicaron felicitaciones mutuas y se palmearon las espaldas con euforia. Después reagruparon los cadáveres y formaron una pila a varios metros del lago. El endeble chico del 3, por el contrario, ajeno a la alegría de sus aliados, observó el cuerpo sin vida de su compañera de Distrito con tristeza, y asintió con resignación.
Entonces apareció él, el chico amoroso del distrito 12, Peeta Mellark, portando una mochila que alzó al aire como escudo, y una lanza que dejó en el suelo dispuesto a disuadir a los profesionales antes de su muerte. El grupo agarró las armas y lo rodearon dando vueltas a su alrededor, como lobos hambrientos.
—No deberíais matarme —alegó, con un deje tembloroso aunque autoritario en su voz—. Os puedo servir de mucha ayuda.
Algunos de los profesionales estallaron en una serie de carcajadas, afianzando más presión sobre el chico. El rostro del profesional del 2, Cato Hadley, estaba bañado por superficiales gotas de sangre cuando alzó la voz por encima de las risas de sus compañeros.
—Muy bien chico amoroso, ¿y cómo pretendes hacerlo? —contestó, burlón.
Peeta tragó saliva en seco, y pronunció las palabras que lograron acabar con el romance que había confesado frente a las cámaras, en la noche de las entrevistas.
—Puedo ayudaros a matarla. La conozco bien; sé cómo funciona su modus operandi.
Silencio. Un silencio profundo y largo. Los presentes —y todo Panem— escucharon atentamente sus palabras con la boca abierta. Incluso los tributos del 1 y del 2, parecieron sorprendidos, porque se miraron confusos y lo fulminaron con la mirada. Cato se cruzó de brazos y lo miró expectante, sopesando su oferta con el ceño fruncido.
—Está bien, chico amoroso, pero más te vale no intentar nada o te mataremos sin pestañear, ¿te ha quedado clarito? —A su lado, Clove se paseó un cuchillo sobre las yemas de los dedos y lo observó con una sonrisa pérfida, maliciosa. Fueron Glimmer —la chica del 1— y la propia Marina, las que se opusieron a dejarlo entrar en la alianza, alegando que sería mejor matarlo antes de arriesgarse a ser emboscados por él y la chica en llamas.
—Dejadle por el momento, nos vendrá bien tener a alguien que sepa acerca de ella. Si intenta algo, lo que sea, lo mataremos, somos seis y él solo uno. No creo que sea tan estúpido — añadió.
El resto de integrantes de la manada aceptaron a regañadientes, y se alejaron para apilar los cuerpos de los muertos en una esquina entre murmullos. Caesar Flickerman apareció justo más tarde, conmocionado y comentando junto a unos invitados el último gran giro de los acontecimientos.
—Tal vez los dos tributos lo hayan planeado juntos para prepararles una trampa y emboscarlos —teorizó uno de los comentaristas con el mentón alzado.
Caesar asintió tambaleándose en el sitio, la conmoción de un presentador víctima del amor adolescente.
—Es probable, es probable, pero parece que nuestra chica en llamas tiene otros planes, ¿por qué no le echamos un vistazo? —El plano general de la cámara cambió, y mostró a Katniss Everdeen atravesando el bosque con una mochila en la zona suroeste.
La otra presentadora, ataviada con un vestido rosa chillón horrendo, contestó entre lágrimas:
—Es posible que Peeta sólo esté intentando alejarlos de la chica, ¡quién sabe! —Se limpió las lágrimas y se sonó los mocos de la nariz con el rostro congestionado.
¡HAN PASADO 84 AÑOS!
¡Sí, sí, no es ningún espejismo, soy yo volviendo a publicar! Jajajajajaja
En mi defensa diré que no he parado en estos últimos 3 meses, primero estuve haciendo un curso de cocina y ahora estoy trabajando (Una larga historia) estás últimas semanas no he tenido demasiado tiempo como para ponerme a escribir, pero estuve haciendo avances con el capítulo 15 de Revenge, así que no me deis por muerto. También he querido publicar este capítulo hoy porque... ¡Mañana estrenan Balada de pájaros cantores y Serpientes! Estoy súper nervioso y ansioso de verla ya, a pesar de haberme leído el libro como diez veces xddd. Pensaba ir a verla mañana al cines con unos amigos, pero al final el plan se ha caído y me tocará esperar unos días :(
¡Volviendo al tema del Capítulo!
En el capítulo de hoy hemos podido comprobar lo ocurrido tras el inesperado inesperadísimo y para nada querido beso entre Finnick y Mélode. Ya os dije que el drama se venía fuerte y en los próximos capítulos nuestro romance favorito va a estar pendiendo de un hilo muy fino. Respecto a la antigua versión, donde todo fue más apresurado y sin desarrollo, he querido explorar con los capítulos siguientes las heridas emocionales de Finnick y Mélode, conocer sus personajes a fondo y desentrañar sus misterios y su historia juntos. Me ha encantado relatar el baño de sangre, he intentado que me quedara lo más sangriento y entretenido posible. Como en los libros, Sean se nos ha desvivido sin remedio, aquí no iba a ser diferente. Y la parte desde el punto de vista de Finnick.... AAAAAAA creo que todos necesitamos leer más puntos de vista de Finnick.
Respecto a la siguiente actualización ¡No prometo nada! Primero quiero tener varios capítulos escritos. Hasta el momento solo tengo hasta el 15, así que si me pillais contento, inspirado y en mis días de descanso, tal vez para Diciembre siga publicando Revenge. Os quería agradecer a todos un montón por el apoyo recibido, los votos y los comentarios. Sois maravillosos <3.
©Demeter_crnx
Publicado el 16/11/23
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