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²⁴ ━𝐀𝐍𝐘𝐌𝐎𝐑𝐄

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CAPÍTULO VEINTICUATRO

𝘕𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘮𝘢́𝘴

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MÉLODE JAMÁS HABÍA conocido la paz desde que salió de la arena. Los Juegos no terminaban con el cañonazo final; el verdadero tormento se manifestaba después, cuando los horrores de la arena se transformaban en sombras persistentes, acechando cada rincón de la mente. El solo recuerdo de las criaturas, de las muertes, del miedo asfixiante, era suficiente para paralizar sus músculos. Cada paso en la arena era una batalla entre la vida y la muerte, y el monstruo que se despertaba dentro de cada tributo quedaba para siempre. No había espacio para la piedad, para los titubeos: o matabas o morías. Y aunque ahora estaba fuera de esa cúpula infernal, el eco de ese monstruo seguía vivo en ella, latente bajo su piel. Incluso aquí, en aquella situación, esa voz brutal de supervivencia volvía a gritar dentro de su mente, impulsándola a actuar, a sobrevivir.

Observó el torrente carmesí que fluía de la herida de Dorian, sus manos temblando mientras retrocedía, horrorizada y consternada. La sangre lo bañaba, empapando su ropa, pero lo que más la asustó fue la expresión de su rostro: una mezcla retorcida de furia y amenaza, como si el dolor físico no fuera suficiente para detenerlo. El cuchillo que le había clavado hacía apenas unos segundos caía ahora, tintineando suavemente contra el suelo, mientras él lo recuperaba con movimientos lentos y torpes. Sus miradas se cruzaron, y el odio que brotaba de los ojos de Dorian la golpeó como una oleada de hielo. Tambaleaba, pero su voz, ronca y cargada de veneno, fue clara.

—Tú… estás muerta —murmuró, señalándola con un dedo tembloroso cubierto de sangre. Un hilo espeso de líquido oscuro cayó de su boca.

El terror la inundó cuando lo vio recuperar el cuchillo con una calma aterradora y después alzarlo en el aire, desatando su instinto. Mélode no pensó: giró sobre sus talones y salió disparada hacia el pasillo, con los pies tropezando torpemente en su desesperación. Detrás de ella, el grito de Dorian reverberó como el rugido de una bestia herida. Un grito inhumano que no reconoció. El grito inhumano de una persona que había amado. O al menos, creía haberlo hecho.

El aire le quemó los pulmones mientras corría. Las lágrimas surcaban sus mejillas, dejando un rastro salado que se mezclaba con la sangre de su labio roto. Sin detenerse, se volvió brevemente y, con un grito ahogado, lanzó la maleta del equipaje en dirección al contrario. Él, sin embargo, la esquivó con un movimiento casi despreocupado, como si la herida que le atravesaba el abdomen no fuera más que un rasguño. La sangre seguía fluyendo, pero él no parecía notarlo. Su determinación era un muro impenetrable.

—Vas a pagar por esto, Mélode. Lo lamentarás, y no será rápido —su voz era un gruñido amenazante, su aliento pesado, cargado de promesas de muerte.

Las manos de la pelirroja temblaron al intentar abrir la puerta principal y sus dedos resbalaron por el pomo con torpeza. Sentía a Dorian cada vez más cerca, la presión de su presencia como una sombra oscura que se cerraba sobre ella. ¡El pánico la desgarraba!

—¡Déjame, monstruo! —gritó, con la voz desgarrada por el pánico.

Cuando por fin logró abrir la puerta,  la mano de él la empujó con una violencia aterradora, cerrando la puerta de golpe y golpeándola sin miramientos. El impacto la lanzó hacia atrás, golpeándole la cabeza contra el rodapié del pasillo principal. Aturdida, apenas tuvo tiempo de esquivar el cuchillo que Dorian blandió con furia, rodando por el suelo justo a tiempo. El arma se hundió en la madera con un ruido seco, y ella aprovechó el momento para barrer con sus piernas el punto de apoyo de Dorian, haciéndolo tambalearse con una maniobra sutil.

Ambos cayeron al suelo con un estruendo. La lucha era caótica, salvaje, una danza brutal de golpes y forcejeos. Mélode, con una agilidad feroz, logró asestarle un puñetazo en el costado. Se abalanzó sobre él, intentando arrebatarle el cuchillo de las manos con la adrenalina recorriendo sus venas. Había pasado años entrenando en la academia, preparándose para la violencia, pero Dorian era más fuerte, más grande. Su fuerza bruta la superaba en gran medida y conocía sus puntos débiles. Con un gruñido, la apartó de un empujón y el cuchillo se clavó en el suelo con un golpe seco.

Mélode maldijo en voz baja, escaneando el entorno con desesperación. Sus ojos se posaron en un palo de plástico que estaba tirado en el suelo, una escoba que Dorian en sus delirios había roto a golpes. Sin pensarlo, la tomó y la lanzó contra la cabeza del contrario, pero para su sorpresa; no tuvo el efecto esperado. Dorian tropezó al esquivar el ataque y mantuvo la suficiente cordura como para desarmarla y rodearle el cuello con las manos, robándole el aire de los pulmones. El dolor la atravesó como un rayo, pero no tuvo tiempo de procesarlo.

—¿Realmente crees que puedes hacerme frente? —su voz un susurro cargado de desprecio—. ¿Dónde está él? ¿No va a venir a salvarte? ¿No eres su puta también?La mención de Finnick la hizo estremecerse, pero no cedería. No rogaría. Su corazón latía con tanta fuerza que le generaba un gran pesar en el pecho, pero no dejaría que el miedo la dominara. No podía permitírselo.

—Nadie va a salvarte, porque a nadie le importas —murmuró con una sonrisa torcida que le deformaba el rostro—. Vas a morir, pequeña puta. Aunque si te portas bien... quizás me lo piense.

Mélode lo odiaba completa. La intensidad de aquel odio le consumía el pecho como una llama inextinguible. Odiaba cada palabra, cada gesto. Mientras él hablaba, aprovechó para relajar los músculos, fingiendo rendirse ante un castigo todavía más cruel, permitiendo que él creyera que había ganado. Dorian, ignorante de su plan, relajó el agarre, dejó el cuchillo a un lado y comenzó a desgarrar su vestido con movimientos toscos y animalescos. La desesperación de un ser que no valía nada.

—Ya verás, lo vas a disfrutar... —jadeó, pero la sangre que había perdido comenzaba a hacerle efecto. Se tambaleaba, sus manos perdieron firmeza y las palabras le bailaban torpemente sobre los labios.

Aquel fue el momento. Mélode se incorporó con la fuerza de la desesperación, y aprovechó el desconcierto inicial para lanzarle un codazo directo al rostro. Sintió cómo su codo impactaba contra el hueso de la nariz de Dorian, rompiéndola con un crujido grotesco. Gritó de dolor, llevándose las manos al rostro, y ella aprovechó para arrebatarle el cuchillo que había dejado descuidado.

El acero rasgó el antebrazo del castaño, ocasionando que este retrocediera y aullara de furia ante la herida. Después lo empujó de su camino y saltó hacia la puerta. Cuando consiguió abrirla, lo vio fuera en el porche, a solo dos pasos de distancia; era Finnick.

Los ojos verdes del rubio se quebraron cuando la vio herida y lastimada. Observó la desesperación y la angustia que le ocupó el rostro y una sacudida de furia le hizo cerrar los puños ante la vista de Dorian a su espalda. Mélode se apartó y casi amagó con caer al suelo, cuando Librae la tomó entre sus brazos y la atrajo hacia la protección del resto de mentores. Mélode vio con un dulce pesar que todos habían salido de sus domas. Todos: Finnick, Mags, Librae, su marido, el viejo Griffith, Mackerel, Clifford... Incluso divisó a tres de los encargados de la Aldea de vencedores. Todos se habían aproximado con las caras encogidas por el miedo. Habían escuchado los gritos, los golpes, el estallido del ataque. Ninguno de ellos había dudado en acercarse, y ahora todos se cernían sobre un pequeño grupo en forma de círculo alrededor de Mélode. Mackerel, Clifford y el viejo Griffith se adelantaron unos pasos y se posicionaron entre ella y Dorian, que comenzaba a salir por la puerta con actitud arrogante y divertida. A nadie le pasó desapercibido el cambio de expresión que le surcó el semblante, en su intento por demostrar que no le temía a ninguno. Finnick encabezaba el grupo, con los músculos tensos y la mandíbula rígida como el acero.

—Ah, amigos míos. ¿Habéis visto como esa puta...? —utilizó el dedo para señalarla de forma inclemente— ¡Me ha atacado! Alguien debería ... Llamar a los agentes para que le den su merecido —terminó su frase soltando un espumarajo de sangre por los labios. Presentaba un aspecto deplorable, con la camisa blanca cubierta de sangre y los pantalones medio bajados rozando la piel de sus muslos.

El viejo Griffith se giró para contemplar a Mélode con una ceja enarcada y soltó una pequeña risotada que el resto no entendió. La barba blanca le hacía parecer más anciano de lo que era.

—¡Joder, mírate! Esta mujer te ha dejado hecho un desastre. ¿No es gracioso que te haya dado una paliza y aún así te niegues a reconocer que te ha echado como la rata que eres? —siguió carcajeando y la sonrisa desapareció de la expresión de Dorian, que ahora mostraba un semblante más frío, furioso y cobarde.

—¡Cállate, anciano! —rugió, pero tan pronto como lo hizo, Mackerel y Clifford dieron tres pasos al frente y el cobarde se vio obligado a retroceder.

—Ha tardado demasiado poco en poner a este cretino en su sitio, ¡esa es nuestra Mélode! —celebró el marido de Librae, cruzándose de hombros con una expresión satisfecha y amenazante dirigida a Dorian. Su esposa, por su parte, seguía abrazando a la pelirroja como a la hija que la consideraba, haciendo castañear sus dientes por la furia que hervía dentro de ella. Incluso la mujer parecía impaciente por darle una paliza a Dorian.

—¡Esa puta ni siquiera me ha tocado!

Todos guardaron silencio cuando el joven vencedor dio un paso hacia él y exclamó una respuesta, haciendo perder la poca compostura que le quedaba al mencionado. Incluso Mélode se sorprendió al verlo así.

—¡Su nombre es Mélode! —reverberó con un grito fuerte, hondo y masculino que flotó en el ambiente un par de segundos. Los ojos de Dorian vacilaron. Dio otro paso hacia atrás—. Y más te vale aprendértelo, sino quires que te lo hagamos aprender con golpes.

Aquel estallido de furia por la parte de Finnick la resquebrajó. Sintió que era su trabajo enfrentarlo, no el de ellos. Era su responsabilidad, su problema. No deseaba de ninguna de las maneras del mundo que alguno de ellos resultara herido por culpa de un hombre que ella misma había dado tan poder. Así que se reincorporó, ante los intentos de Librae por sostenerla y dio un paso hacia delante.

—Finnick... No te rebajes a su mediocridad. Tú no eres así.

El rubio ladeó la cabeza para observarla. Su sola mirada provocó que sus ojos se le rompieran en lágrimas y la voz se le quebrase. Su pecho subía y bajaba con desesperación, con impotencia, con inconformidad. Nunca lo había visto así.

—Mélode..., ¡No pienso quedarme de brazos cruzados viendo cómo te lastima y te maltrata! —Miró al resto de vencedores, incluso al marido de Librae y los encargados de la Aldea. Todos asintieron en acuerdo—. Nadie, ¡ni yo, ni Mags, ni Librae, ni tú! Vamos a permitir que esté trozo de majare te vuelva a poner una mano encima. Me da igual como acabe yo, o él, o el castigo que pueda suponernos. ¡Este gusano no va a tocarte jamás en la vida!

El sol proyectaba relámpagos y destellos sobre el cuchillo ensangrentado que el castaño todavía portaba. El color de la piel se le había desvanecido, y ahora solo el blanco de una palidez apenas mundana le coloreaba las mejillas. Parecía un cadáver entre las sombras. Sin embargo, y a pesar de que estaba muy cerca de ceder ante la perdida de la sangre, Dorian agarró el cuchillo y echó a correr hacia Finnick con el arma alzada, blandiéndola en el aire dispuesto a terminar con el origen de su ira, el centro de su envidia y recelos, todo aquello que creía que podía utilizar para acabar con Mélode.

La Reina roja ladró la advertencia con la voz ahogada, y su desdicha pareció flotar eternamente en aquel instante. Vio a Dorian lanzarse hacia Finnick, el cuchillo brillando en su mano como una amenaza mortal. Pero el joven vencedor no era un hombre común, no era el tipo de persona que se quedaba quieta esperando el golpe. En un movimiento fluido y decidido, como si todo en su cuerpo hubiera sido entrenado para ese instante, esquivó el ataque con una velocidad envidiable y evitó el ataque de su agresor. Dorian perdió el equilibrio, desconcertado, y se precipitó contra el suelo de forma patética. Trató de levantarse una vez más  y acuchilló el aire, pero Finnick le golpeó el lateral del brazo, —provocando que el cuchillo saliera volando por encima de sus cabezas— y dirigió el puño izquierdo hacia su mandíbula. El cuerpo del castaño volvió a caer al suelo, pero la furia del rubio no se detuvo. Mélode vio entre lágrimas como el joven vencedor volvió a golpearlo con los ojos hinchados, lanzando gritos e improperios al magullado rostro del contrario. Nadie intercedió mientras el rubio convertía el rostro del cobarde en una masa hinchada de piel y músculo. Pasó un buen rato hasta que Finnick volvió a levantarse, irreconocible, con los nudillos manchados por la sangre y el rostro demacrado. A Mélode le temblaban las piernas cuando se lanzó contra él para abrazarlo. Él la correspondió, exhausto. Olia a sudor y a sangre, y tenía la respiración entrecortada, un nudo atascado alrededor de la garganta que le impidió hablar.

—No debias haberlo hecho —consiguió decirle completamente rota.

Finnick asintió con un resoplido derrotado.

—Se lo merecía, Mel. ¡Mira como te ha dejado! —le contestó en un lamento que le comprimió el pecho.

—¡Yo lo merezco por darle un poder que no tenía sobre mi! Tú no merecías terminar así. Tú no...

Asintió silenciosamente, pero no volvió a abrir los labios. Mélode en cambio lo agarró con ambas manos y presionó los suyos con los de él, —todavía dominada por las lágrimas y el llanto. Todos observaron la escena consternados.

Pero el castaño volvió a gemir y amagó con levantarse. Mélode se giró dedicándole una mirada furiosa, pero se abstuvo de atacarle o golpearlo, puesto que era lamentable el estado en el que había quedado. Escupió una hilera de sangre sanguinolenta y se arrastró como una lombriz de charca. Finnick le había roto dos dientes y tenía tierra en el pelo alborotado. Se preguntó así misma cómo había temido durante tanto tiempo a ese gusano. La negativa a rendirse, el deseo de seguir respirando aunque todos los odiaran y detestaran. No tenía familia; no tenía un hogar al que volver; nadie que lo amara. Era lamentable el patético ser en qué se había convertido. Por primera vez en mucho tiempo, la pelirroja sintió lastima de él. No miedo, ni furia, ni dolor. Sólo la tristeza de quienes no tenían nada ni nadie en aquel Mundo. Un alma vacía cuya existencia no importaba a nadie. Lo comprendió mientras lo veía levantarse a duras penas.

Finnick, a solo unos pasos, permanecía en guardia, sus músculos tensos, listo para cualquier otro movimiento. Dorian, con el rostro ensangrentado y la nariz rota, intentó incorporarse, pero el dolor lo obligó a detenerse. Tosió con fuerza, escupiendo más sangre al suelo, y en su mirada, lo que antes era pura furia se transformó en una mezcla de derrota y odio.

—Esto… no ha terminado —gruñó sin fuerza, con la voz entrecortada y áspera. Sus ojos se clavaron en Mélode una vez más, con una promesa silenciosa de venganza—. Te voy a encontrar… aunque tenga que arrastrarme desde el infierno.

La pelirroja lo sintió tensarse y tuvo que agarrarlo para evitar que lo golpeara de nuevo. Él la miró incrédulo, pero le bastó unos segundos para comprender que todo había terminado. De ser por Finnick, el cobarde no seguiría respirando.

—¡No vas a tocarla nunca más, y si lo intentas, te juro que ni siquiera volverás a ver la luz del día! —bramó a todo pulmón.

Las palabras del joven vencedor parecían un ultimátum, un sello final a la batalla. Dorian, sin embargo, soltó una carcajada rota, claramente debilitado, pero aún intentando aferrarse a su odio.

—¿Crees que me das miedo, Odair? ¿Crees que puedes protegerla para siempre? —balbuceó, y aunque intentó levantarse una vez más, su cuerpo simplemente no respondió. Estaba destrozado, sangrando y humillado, pero su orgullo seguía luchando.

La pelirroja, que hasta entonces había permanecido inmóvil, sintió cómo una ola de rabia y determinación la atravesaba. Dio un paso al frente, tambaleándose, mientras Finnick la miraba de reojo, como si quisiera advertirle que no lo hiciera, que ya había sido suficiente. Pero ella no podía callarse más. La furia, el dolor y el miedo acumulados durante todo ese tiempo ahora se agolpaban en su garganta, pidiendo salir.

—No me encontrarías, Dorian —su voz salió entrecortada, pero clara—. Porque no dejaré que vuelvas a hacerme esto. No más. No voy a vivir con miedo de ti. Lo único que siento al verte es tristeza. Tristeza por lo vacía, fría y patética que es tu existencia para todos aquí.

El interpelado la observó desde el suelo, jadeando, con los ojos cargados de un odio que casi quemaba, pero también de algo más. Por primera vez, vio en él una chispa de incertidumbre, de derrota. El hombre que una vez la había controlado, que la había hecho sentir pequeña e indefensa, estaba ahora a sus pies, incapaz de levantarse. Se veía así mismo como lo que era y ella también lo sabía. Era el fin de una pesadilla.

Mélode avanzó hacia él, dejando que su mirada se endureciera con cada paso. Tomó el cuchillo que había quedado tirado en el suelo, con la sangre aún fresca sobre la hoja, y lo sostuvo lejos de él. Los guardianes de la Aldea ya habían dado el aviso a los cuerpos de los agentes de la paz, que se encontraban en camino. Dorian, aunque débil, no apartó la vista, desafiándola con una sonrisa desdentada y grotesca que resultaba difícil de aguantar. Era un milagro que siguiera consciente.

—Vamos —murmuró, con una tos que le arrancó más sangre de los labios.—. Termína conmigo. Hazlo, de una vez… demuéstrales que no eres mejor que yo.

Mélode lo miró con el cuchillo temblando, pero no se movió. Finnick la observó muy muy serio. Sabía que era parte de su responsabilidad. No asesinarlo, conocía demasiada bien a la pelirroja y estaba de acuerdo en no terminar las cosas de esa manera. Mélode simplemente le aguantó la mirada y le dedicó una sonrisa —que aunque rota— era señal de su triunfo sobre aquel monstruo.

—No voy a convertirme en lo que tú eres —susurró, su voz llena de resolución—. No vales ni el intento.

El cobarde soltó una risa ahogada, casi incrédula. Finnick avanzó hacia Mélode y la tomó suavemente del brazo, alejándola de esa escena. Los pasos de los demás vencedores resonaron detrás de ellos mientras rodeaban a Dorian, bloqueando cualquier intento de escape. El camión de los agentes de la paz acababa de llegar, y una patrulla de cinco integrantes se acercaba a zancadas hacia los presentes. Todo había terminado.

El rubio la miró con una mezcla de admiración y alivio en sus ojos. Mélode, exhausta, apenas podía mantenerse en pie, pero algo en su interior comenzaba a sanar. Había ganado esa batalla, no solo contra Dorian, sino contra el monstruo que había temido convertirse. Tenía claro que quería a Finnick a su lado, con ella; para siempre. Él había sido su salvador, la persona que le confirió aquella fuerza que Dorian y el Capitolio le habían arrebatado. Veía luz en sus ojos, y esperanza y libertad. Soñaba con un nuevo comienzo a su lado, como pareja. Cómo mentores. Cómo dos personas que se negaban a ser otras piezas del mismo juego. Dos luchadores valientes y decididos a enfrentarse al Mundo. Sintió ganas de llorar porque por fin había encontrado aquella paz con la persona que realmente amaba.

—¿Vamos a casa? —le preguntó Finnick.

Mélode apenas pudo asentir antes de quedar inconsciente.

¡Ha pasado, ha pasado, ha pasado!

El final de Dorian tiene que ser ahora mismo el suceso más celebrado en todo Wattpad jajajajaja. No sabéis la cantidad de ganas que tenía por llegar hasta aquí y que nuestros niños le dieran su merecido a este ser repugnante, simplemente no tengo palabras para describir la paz que siento después de terminar el capítulo; ¡estoy gritando de alegría!

Ha sido con diferencia, uno de los capítulos con el que peor lo he pasado escribiendo y releyendo. Pero me alegra haberlo hecho, porque con este capitulo y el final de Dorian (al que no veremos en muuuucho tiempo) hemos concluido el primer arco del personaje de Mélode. De verdad, estoy súper orgulloso de ella, la quiero un montón y verla superar todos sus miedos y levantarse de las cenizas junto con Finnick ha sido maravilloso. Sin embargo las secuelas emocionales de todo lo ocurrido seguirán estando ahí, aunque en menor medida. Estamos hablando sobre qué Mélode ha pasado por una cantidad tan grande de abusos, humillaciones y situaciones, que su cordura se ha quebrado. Menos mal que tenemos a Finnick con ella para ayudarla a sobrellevarlo todo :""""D

Después de este capítulo, solo nos quedarían el 25 y el 26, que me gustaría bastante traeros antes de finalizar el año para concluir el Acto uno de Revenge. Seguramente de aquí a unos meses reedite algunas escenas sin importancia que creo debo arreglar, pero ahora mismo estoy muy contento con la historia. Es la primera vez que llego a los 24 capítulos publicados en una historia, y que recibo tanto tanto amor y apoyo por mis lectores ¡Sois únicos de verdad! A partir de aquí, os prometo que los dos últimos capítulos serán mucho más de chill y para limar asperezas. Así que no os preocupéis, que todo lo malo ha pasado... Hasta el Acto 2... JEJEJEJEHE

¿Os ha gustado el capítulo? ¿Lo habéis gozado viendo el final merecido de Dorian? ¿Lo habéis sufrido? ¡No dudéis en hacérmelo saber!

¡Yo me despido, nos vemos!

© Demeter Crnx

Publicado el 27//11/24

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