
¹⁶ ━ 𝐀 𝐌𝐎𝐓𝐇𝐄𝐑'𝐒 𝐏𝐀𝐈𝐍
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CAPÍTULO DIECISEIS
𝘦𝘭 𝘥𝘰𝘭𝘰𝘳 𝘥𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘮𝘢𝘥𝘳𝘦
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LA NOTICIA SACUDIÓ a primeras horas las calles del Distrito 4, levantando consigo ecos lúgubres y lamentos desdichados. Marina Macken había fallecido, llevándose con su pérdida las últimas esperanzas del distrito pesquero en el bochornoso espectáculo del Capítolio.
Evelyn no había podido conciliar el sueño en toda la noche. Se levantó al amanecer y se mantuvo despierta las horas posteriores, siendo testigo de la escena con el pecho encogido. La chica del distrito doce, Katniss Everdeen, tras haber quedada atrapada en lo alto de un árbol custodiado por los profesionales, derribó un enjambre de rastrevíspulas que se había cobrado las vidas de Marina y de la chica del distrito uno, de la forma más horrible y grotesca posible. La chica del doce había conseguido escapar, auxiliada por su compañero de distrito Peeta, y más tarde por la encantadora niñita del once. Una suerte que no tuvo la hija de los Macken, cuya carne se desprendió del cuerpo cuando el aerodeslizador recogió lo que quedó de su cadáver. Desde entonces, fueron transcurriendo las horas y los amigos y vecinos de la zona se dejaron caer para entregar sus pésames a Oceana, su madre. No se hablaba de otra cosa en las calles.
Sin nada más que ofrecer salvo sus condolencias y un cálido abrazo, Evelyn se pasó la mañana entera horneando un bizcocho casero de algas y huevas de pescado, un plato típico del cuatro que ella misma aprendió de su madre y abuela. Cuando estuvo listo el horno, recogió el molde con cuidado de no quemarse y salió de su doma para llevarlo hasta la residencia de la familia. Por suerte la vivienda de la que una vez fue su amiga Oceana no quedaba lejos. De hecho, seguía viviendo en el sector donde habían crecido juntas, muy cerca del ala oeste del muelle uno, la zona más empobrecida del cuatro.
Los olores a salitre y pescado podrido fueron los aromas más comunes que se encontró por el camino. Un sutil fragmento que la retrotrajo a su añorada infancia. Evelyn caminó hasta llegar a una de las domas cuya puerta blanca estaba pintada de un azul decolorado con remacados de bronce, y pegó dos veces con delicadeza. El viento zarandeó su melena caoba marchita mientras llenaba sus pulmones con aire fresco. Junto a la puerta se hallaba una pequeña cesta de mimbre llena de tulipanes negros. Una vieja tradición de distrito que se utilizaba para dar el pésame a un ser querido. Le ponía nerviosa lo que fuera a encontrarse dentro. A una mujer rota y destrozada, sí, pero también a una madre que sabía lo que era ver cómo su hija era llevada a los Juegos.
Todavía podía recordar las terribles semanas que ella misma había sufrido viendo a su hija Mélode en ellos, y cuando aún después de haber regresado como vencedora, las cicatrices y las heridas emocionales que le habían infringido. Nunca más llegó a ser la misma. Sí, Evelyn también había perdido a una hija, y no había día en el que el dolor no se lo hiciera recordar con saña.
Era el precio que todas las familias de los distritos pagaban.
La puerta de madera blanquecina se abrió con un ruido estridente y Oceana Macken asomó la cabeza con los ojos hinchados y enrojecidos. La señora Underfell se vio sorprendida por los pensamientos que sacudieron su cabeza, pero se recompuso lo suficiente como para sujetar con endereza la bandeja y extenderla en un intento de sonrisa cordial.
—¿Evelyn? —tartamudeó a duras penas.
Ella suspiró sin encontrar las palabras.
—Omitre no haber podido venir antes. No quiero ni pensar en como estarás...
El desolador rostro de la señora Macken se relajó brevemente mientras aprestaba la comisura de los labios. Reprimió una lágrima y se frotó la nariz avergonzada.
—No tenías por qué haberte molestado, estoy bien de verdad que si... —Un intento inútil de engaño.
Evelyn chasqueó la lengua cuidadosamente.
Llevaba un vestido largo y canela con diminutas manchas blancas. Los labios estaban agrietados y bajo los ojos se habían depositado algunas sombras violáceas. Incluso su magnífica melena oscura rizada lucía un aspecto vago y decaído, como si hubiera perdido todo su brillo y fuerza. Pero quizás el cambio más notorio que encontró en la mujer fue su extrema delgadez. Nunca la había visto tan frágil, casi como un esqueleto.
Al cabo de unos segundos se limpió los ojos llorosos y se apartó del recibidor para dejarle espacio.
—Oh, lo siento, ¿te gustaría pasar? No quiero ser mal considerada.
La señora Macken recogió y depositó sobre la mesa de la cocina el molde del bizcocho y tomaron asiento.
Trataba de esconder el dolor, la pena, tal vez la congoja, pero contra más luchaba por reprimir la tristeza, más evidente se hacía el desamparo de Oceana.
Evelyn se sintió tentada de echarse a llorar ante el aluvión de emociones que le alborotaron el pecho, y se preguntó si ella hubiera terminado de esa forma de haber visto el asesinato de su propia hija.
Dos tazas con té de hierbas aterrizaron sobre la mesa y Evelyn se la llevó a sus labios para deshacerse del sabor salado de las lágrimas. Oceana hizo lo mismo, más calmada que momentos anteriores y con la voz más suave. Se aclaró la garganta antes de volver a hablar.
—Hacía bastante tiempo que no tomaba un té con nadie.
—A mí me reconforta, si te soy humilde. Hay veces en las que queremos tragarnos todos nuestros problemas y todas nuestras penurias por miedo a sentirnos juzgados. Es un poco injusto, ¿no lo crees? —contestó la señora Underfell con un dejé de aflicción.
Le dieron un sorbo a la bebida y Evelyn se tomó unos minutos en observar la decoración de la doma de Oceana: era un hogar sencillo, con estanterías, mesas y muebles de madera desgastada. Una vieja alfombra rojiza cruzaba el recibidor en línea recta y llegaba hasta la zona de las habitaciones. Varios adornos de pesca, cuadros y marcos de fotos recubrían las paredes y los estantes, llenando el ambiente oscuro y pesado del interior con melancolía.
—¿Cómo está Reefer? —Indagó mencionando al señor Macken.
Oceana exhaló un suspiro pesado y angustioso. Se encogió de hombros y se llevó una mano a la cabeza.
—Es un asunto al que no sé responderte. Se llevó a Koral y a Seanon al barco está misma mañana y no han vuelto. Me temo lo peor, pero me alivia tenerlos fuera, así al menos puedo llorar tranquila. ¿Sabes que se pasó toda la noche viendo los Juegos? Decía tener un mal presentimiento y al final... —La voz de la mujer se terminó quebrando y Evelyn depositó su mano contra la suya.
—Tranquila.
—Ahora se pasará todos los días en ese dichoso barco, rehuyendo de la realidad y dejándonos solas de nuevo —Esta vez la tristeza se convirtió en una furia pasiva.
La señora Underfell sopesó con la mirada como la mano que sujetaba la taza de Oceana temblaba como una hoja al viento. Oceana Macken pareció leerle el pensamiento, porque soltó la taza sobre la mesa y entrelazó las manos con nerviosismo.
—A veces nos viene bien aislarnos del Mundo, crear nuestro propio bunker para superar la pérdida y soportar el golpe. Puedes pensar que es cobarde y egoísta, pero en ocasiones es necesario serlo.
La señora Macken clavó su mirada sobre sus iris azulados y reflexionó sus palabras con sabiduría. Resopló de nuevo, mientras se apartaba los rizos de la melena negra de la cara.
—Creo que tienes razón, discúlpame.
—No tienes nada por lo que disculparte, excepto por haber sido una de las mejores madres que esa muchacha haya podido tener. Seguro que llevarán toda la mañana molestándote, ¿me equivoco? Seguro que yo solo he sido otra impertinencia más. —Fue un comentario sarcástico, pero terminó sonando con más pesar de lo acostumbrado.
—Tu nunca serás una impertinencia, mujer. De hecho, me ha alegrado un poco verte aparecer. ¿Hace cuánto que no nos veíamos? Me gusta pensar que eres ese tipo de personas que por más penas que ocurran en el Mundo siempre guardan fuerzas para afrontarlas. Supongo que tú hija sacó ese espíritu de tí.
Se mordió el interior del carrillo y esbozó una mueca cortés en agradecimiento.
¿De verdad la veía así? ¿De aquella manera? Era cierto que siempre conseguía levantarse una y otra vez, de no perder la esperanza, ¿pero hasta qué punto aquello era cierto? ¿Y Mélode? Incluso ella había tenido que escuchar los terribles rumores que circulaban por el distrito en torno a su hija. Rumores que la habían roto en mil pedazos. Rumores que había cuestionado. Rumores que, sumado a las sucias palabras de Dorian, le dejaban claro que había fallado como madre. Una terrible madre.
—Ojalá pudiera decir que todo está bien y que ha sido un mal sueño, pero me temo que no haría más que prolongar el duelo. Cómo sea, me alegro mucho de que hayas venido, de verdad. —Fue un cumplido totalmente sincero y Evelyn la correspondió apresando sus manos.
Este último gesto pareció conmover a la mujer, porque sus ojos temblaron y derramaron un nuevo valle de lágrimas a sus pies. Fue un llanto tan angustioso que pasó un buen rato hasta que logró calmarse. Cuando concluyó, sus mejillas se colorearon por la vergüenza.
—Resulta inimaginable el dolor que te inunda el pecho cuando estás verdaderamente dolida. —La contraria dejó la mirada ausente, sin brillo—. Empiezas a entender por completo el significado de tener un corazón roto. Desquebrajado. Es angustiante.
—Es la peor tortura a la que se le puede someter a una madre.—Y como Oceana no volvió a hablar con él transcurso de los minutos, decidió continuar—. Mañana volveré a la plaza para levantar el puesto del fin de semana, y he oído que tus panes son el manjar de la esquina. ¿Qué te parecería venir y trabajar con nosotras? Conmigo y mi hija Margarita. Honestamente nos vendría bien que nos echaran una mano, y me encantaría que fueras tú.
—Es una oferta generosa, Evelyn, pero con todo mi pesar debo declinarla por ahora. Todo lo que me apetece ahora mismo es descansar y pensar. No quisiera suponer un lastre más. —Le agradeció con una sonrisa torcida.
Su respuesta la molestó, provocando que se quejara con el tacto que acostumbraba tener.
—No supones ningún lastre, para mí sería todo un honor trabajar codo con codo.
—Es igual. —Le dedicó una mirada pesada y se limpió con un trapo la mancha de té y bizcocho—. Creo que por hoy ya te he molestado demasiado. Imagino que tendrás cosas importantes que hacer, no quisiera importunar tus tareas.
La señora Underfell no deseaba marcharse, pero sabía entender un mensaje entre líneas, y Oceana Macken necesitaba estar a solas unas pocas horas. Era lo mínimo que podía hacer ahora. Se levantaron y caminaron con parsimonia hasta la puerta.
Un abrazo fuerte y largo sirvió a modo de despedida, pero antes de que Evelyn pudiera marcharse, Oceana la detuvo.
—¡Evelyn! Eres una mujer con mucha suerte. Mélode es una chica buena y fuerte, toda una superviviente como su madre. Las dos sois mujeres maravillosas capaces de hacer frente a cualquier cosa. Disfrutad la una de la otra, porque todo el mundo sabe que no hay vínculo más fuerte que el que tiene una hija con su madre.
Tras lo dicho, cerró la puerta alzando su mano y Evelyn regresó a casa encogida por la pena.
Se dirigió hasta la Aldea de Vencedores mientras caía la tarde y el cielo se teñía de naranja.
El distrito cuatro ya se había quedado oficialmente sin tributos, dejando en juego a un total de diez competidores, así que la llegada de Mélode, Finnick y Librae era solo cuestión de tiempo.
Entre las manos llevaba una bolsa de cartón arrugada para cuando su hija regresara. Una especie de regalo de bienvenida. Ni ella misma supo cómo llamarlo, puesto que había sido un acto impulsivo. Una mera excusa para dejarse caer por su doma.
El atardecer se alzaba en el cielo cuando empezó a ascender por la colina y el acantilado vallado donde se situaba el hogar de los vencedores. En la puerta, el encargado de la Aldea la recibió con una sonrisa cansada, pero al menos se tomó la molestia de dejarla pasar sin hacer ruegos ni preguntas. La despidió con gratitud y le deseó suerte en su cometido.
Su conversación con Oceana Macken le hizo darse cuenta de cuánto había descuidado a su hija, ¡a su querida hija! Lo egoísta y necia que había sido todo aquel tiempo. Hasta la cosecha, ni siquiera había hablado o sabido nada de ella salvo por lo que Finnick o su mentora Librae Oglivy solían contarle, y siempre, eran mentiras edulcoradas.
El deber de una madre era el de proteger y cuidar de sus hijos, fuera cual fuera la situación. Ahora que por fin iba a regresar no lo dudaría en hacerlo. En cuidarla y salvarla del horror y las pesadillas. En darle calor con su cuerpo cuando sus miedos la hicieran temblar. En secarle las lágrimas cuando la tristeza la inundara. ¡Nunca más le fallaría como madre! Y lo primero era acabar con aquel monstruo que tenía dentro de aquella cárcel.
La mujer cruzó una por una las mansiones de mármol, y los estanques y jardines de cada parcela hasta que se detuvo frente a la mansión asignada a su hija y entró sin pensarlo dos veces. Apretó los dientes preparada para cualquier confrontación con Dorian, aquel monstruo maltratador, pero para su sorpresa, la casa estaba tranquila, limpia y silenciosa.
Decidió que era el mejor momento para entrar y marcharse. Cómo si nunca hubiera estado.
Evelyn subió las escaleras del ático y entró en la habitación para dejar dentro de su mesita de noche aquel último regalo. A pesar de que Mélode y su repugnante yerno llevaban juntos tres años y habían hablado de casarse, nunca habían formalizado el matrimonio, ¡y esperaba que no lo hicieran de por vida, porque aquel hombre estaba sentenciado!
Antes de marcharse, procuró doblar las sábanas y las ropas tiradas de la habitación y limpiar el desastre que Dorian se negaba a arreglar. También comprobó que su regalo de cumpleaños todavía permanecía intacto, así que se permitió respirar con tranquilidad. Bajó las escaleras con avidez, tratando por todos los medios de no encontrarse con el monstruo mencionado y se fue, aunque antes de marcharse se detuvo para mirar la casa y absorber toda la tristeza que Mélode parecía haber dejado en ella con los años.
La noche cayó de regreso a casa. Con tanto paseo, Evelyn sentía los músculos agarrotados y le quemaban tanto los muslos que estaba loca por llegar y dormirse en su cama. Antes sin embargo, prepararía la cena para su marido y su hija. Los agentes de la paz habían ampliado los horarios de trabajo así que su marido llegaría a la doma agotado y hambriento. Pero al doblar la esquina se topó con un gran número de personas.
Reconoció las caras de algunos de sus vecinos, las caras de algunos compañeros de trabajo de su marido del muelle y algunos tenderos a los que conocía de los días en la plaza. Todos se dieron la vuelta y la miraron con caras preocupadas. Un escalofrío recorrió la epidermis de Evelyn y un desagradable nudo le cortó la respiración.
El mejor amigo de su marido, el señor Milburn, se hizo a un lado entre la multitud con el rostro demacrado y se acercó hasta ella.
—¿Boris, ha pasado algo? ¿A qué viene todo este gentío? —El señor Milburn tartamudeó y agachó la cabeza con el semblante pálido.
En aquel momento apareció su hija Margarita consumida por las lágrimas y emitiendo sollozos ahogados. Su yerno estaba con ella y la sujetó cuando su secundogénita amagó con caer al suelo. Su hija intentó gritar, pero la voz se le quedó atascada en el interior de su garganta. Todos la observaron con el rostro gacho, lamentándose de su dicha. Evelyn tembló sin entender nada y se giró hasta al señor Milburn en busca de respuestas.
—¿Qué es lo que ha ocurrido? ¡Decídmelo! —Inquirió saber con angustia.
Boris negó tristemente.
—Evelyn, tu marido ha sufrido un accidente. Está muy grave.
¡Hola, bienvenidos a todos!
Sí, soy consciente de que he tardado un poco en actualizar. Ya sabéis que desde hace un tiempo procuro actualizar una vez que tengo x capítulos escritos, pero es que últimamente los capítulos se me están atragantado un poco. Intentaré actualizar lo más pronto posible, lo prometo!!!
Respecto al capítulo de hoy, creo que este es el capítulo más leal de la antigua versión Revenge, he cambiado muy poco en realidad: algunas cosillas, como la escena final para darle un toque más dramático, algunos diálogos y algún que otro detalle que... SORPRESA ¿Sabéis quién ha podido provocar el accidente del padre de Mélode, verdad? Solo hay que sumar uno más uno para averiguarlo, no hay mucho misterio xd, pero tranquilos, que no he querido dejar huérfana a nuestra pelirroja. Todavía... Jejejeje. Me ha encantado narrar la conversación de madre a madre de Evelyn y la señora Macken porque nos ha permitido profundizar más en su relación con Mélode, y en sobre como ella misma se da cuenta de sus errores y quiere corregirlos. Simplemente amo narrar desde su punto de vista, no os miento al decir que es de mis personajes favoritos. Y para los amantes de nuestra bien amada Evelyn mommy issues, decirles tristemente que este va a ser su último POV de cara al primer acto, pero tengo reservados algunos más para los actos 2 y 3, que se que os encanta el personaje jajajajaja
El siguiente POV será exclusivo de Johanna y pasarán cositas, también será el último POV del acto uno, ¿¿aunque igual me reservo un último para Finnick?? I don't know. Me tengo que poner a escribir sí o sí y ya se verá...
¿Os ha gustado el capítulo? ¿Os ha emocionado la conversación entre Evelyn y Oceana Macken? He querido transmitir todos los miedos que una madre puede tener con sus hijos y el espíritu materno filial en sí. Ya sabéis que toda las opiniones son bien recibidas y me ayudan a la hora de seguir escribiendo.
¡¡¡¡Nos vemossss!!!!
Publicado el 20/3/24
©demeter_crnx
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