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⁸ ━𝐀 𝐃𝐀𝐓𝐄 𝐍𝐈𝐆𝐇𝐓

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CAPÍTULO OCHO

𝘜𝘯𝘢 𝘷𝘦𝘭𝘢𝘥𝘢 𝘯𝘰𝘤𝘵𝘶𝘳𝘯𝘢

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(POR FAVOR VOTA Y COMENTA)

A PESAR DE QUE se encontraban cerca de la primera quincena de Julio, la noche en el Capitolio había caído con una brisa fría que los hizo arrebujarse dentro de sus trajes. Unas horas antes, por el contrario, hizo un calor insoportable.

El clima de la ciudadela era sin dudas caprichoso.

De pie frente la mansión de los Riddle, se encontraban Finnick y Mélode ataviados con sus mejores trajes de gala: un elegante traje aguamarina con collar de conchas para él, y una preciosa túnica verde agua que dejaba las mangas al aire para la pelirroja. El mérito, por supuesto, fue obra de sus estilistas, que se pasaron toda la tarde poniéndolos guapos para la ocasión.

La mansión de los Riddle se alzaba imponente frente a ellos con una lujosa puerta vallada dorada ornamentada, y un amplio jardín con todo tipo de arbustos decorativos. Aunque la vencedora se hubiera esperado una lujosa fiesta, acompañada de grandes banquetes, muchos invitados y un juego de luces excéntricas —lo normal en las reuniones aristocráticas—, no había rastro alguno de celebración. De hecho, el amplio jardín de la puerta presentaba un aspecto apagado y poco acogedor en consecuencia.

Había transcurrido un día y medio desde que la familia accedió a patrocinar a los tributos —siempre y cuando aceptaran su oferta de mantener una velada en su casa— a lo que los mentores aceptaron con gusto.

La familia Riddle —conformada por Flavia y su marido Valerio— era probablemente una de las familias favoritas de Mélode. Eran un matrimonio amable y encantador que acostumbraba a celebrar grandes festejos en el jardín de su mansión. Desde que los conocía, siempre los había considerado de lo poco salvable en la capital, y ellos siempre los trataron a ellos como a unos hijos. Siempre pendientes de su bienestar y comodidad.

Por lo menos ellos se tomaban la molestia de proponerles la invitación. En el Capitolio la mayoría de la élite acostumbraba a pedir las cosas sin demasiada educación, como si el mero hecho de pertenecer a un linaje importante les diera el derecho a reclamar sus servicios cuando les viniera en gana.

Abordando otro tema, tras volver de su visita a la Casa del patrocinio, se reunieron con los tributos y comentaron un poco por encima su primer día de entrenamiento. La alianza de los profesionales estaba acordada con los mentores del 1 y del 2 desde el principio, así  que no les sorprendió saber que pasaron la mañana entrenando con ellos. En cuánto al resto de tributos, Sean apuntó al musculoso tributo del 11 como el único oponente que merecía la pena.

Finnick se contuvo con decirle que hablaría con Chaff para intentar sellar su entrada en la alianza, pero quién sabía lo que diría su mentor, a juzgar por el lamentable estado en el que solía pasar la mayor parte del tiempo. El verdadero rumbo de la negociación lo tomarían Seeder y el otro mentor, Parry. La negativa por parte de los mentores del Distrito 11 era más que evidente.

Cuando Sean y Marina llegaron de su segundo día del entrenamiento, despotricaron en contra del musculoso tributo, alegando que era un idiota por haber rechazado la generosa oferta que le habían ofrecido. En cambio, se les unió el chico del Distrito 3, aunque Mélode no llegó a oír los detalles del asunto. Por lo menos le alegraba saber que sus tributos se encontraban entre los favoritos en las apuestas, aunque considerablemente por debajo de sus aliados. Enobaria y Cashmere se encargarían de recordárselo cuando tuvieran la ocasión.

De vuelta al presente, Finnick dio un paso vacilante hacia delante, presionó el timbre de la puerta y los vencedores compartieron un breve intercambio de miradas.

—Si te soy sincera, me atemorizaba la idea de que el espectáculo que monté el año pasado nos perjudicara; no solo a nosotros, también a los tributos —comentó en voz baja, con calma—. Espero que al menos haya servido como impedimento de cara a la intimidad.

Finnick le hizo entrega de una mirada larga, escrutadora.

—Será mejor que no pienses en eso por ahora—contestó bajo un semblante serio—. Tenemos que dar una buena imagen ante los Riddle. Por lo menos no tenemos que soportar a Galatea, es un milagro, alégrate.

Los labios de la pelirroja amagaron con reírse ya que estaba en lo cierto. Unos minutos sin la escolta era todo cuanto deseaba, ¡qué paz, qué silencio!

—Como te escuche decir eso... —dramatizó burlonamente. Prefería no imaginarse nada. No quería ver a Finnick troceado y servido en bandeja de plata.

El contrario carcajeó en voz baja.

—Nunca se enfada conmigo, por extraño que parezca. Al parecer mi encanto con las mujeres me precede —vaciló con una expresión muy infantil.

Mélode tuvo que mirarlo dos veces para comprobar si hablaba en serio.

—Alguien tiene una opinión muy alta de sí mismo —masculló con un deje burlón.

Finnick, lejos de sentirse ofendido por la insinuación, se colocó los puños sobre el costado y ahogó una carcajada. Se pasó la lengua por los labios y contestó burlonamente:

—Créeme, cuando estoy desnudo es imposible no tenerla, y no creas que no me doy cuenta de que me observas los labios todo el rato. Siento decirte que no me beso con mis amigas —chasqueó la lengua y esbozó una mueca de pena fingida.

Menudo petulante estaba hecho. Aunque su respuesta logró ponerla nerviosa, supo mantener la compostura para reírse de aquel chiste. No pensaba darle la satisfacción de verla tartamudear.

—¡Por el mar, Finnick Odair me acaba de rechazar! Creo que empiezo a sentirme mareada.

Finnick se mordió el labio para evitar romper a reír, levantó los ojos verde mar y le dedicó un gesto burlón en consecuencia. Le resultó extraño el hermoso sonido de su risa descontrolada.

—Supongo que puedo hacer excepciones, tranquila. —Se pasó la lengua seductoramente por la comisura de los labios y adoptó una pose sexy. Lejos de conseguir el efecto deseado, Mélode sintió la tentación de  mofarse de su pobre intento de cortejo.

—Lo siento, pero no me atraen los chicos con penes pequeños.

Por un milisegundo, Finnick la miró sorprendido y trató de recomponer su ego masculino con torpeza. Mélode nunca lo había visto desnudo, al menos sin su ropa interior, así que no se hacía una idea sobre cuál era el tamaño de su aparato reproductor, y tampoco deseaba saberlo.

—Igual te llevas una sorpresa. Todas piensan que soy adictivo —continuó, ufano.

Mélode no se dejó acorralar. Le estaba costando demasiado no echarse a llorar de la risa.

—¿Adictivo o engreído? Me temo que los términos difieren, Finn.

Al fin, el contrario dejó caer su careta y tiró la toalla.

—Nunca lo pones fácil, ¿eh? —El lamento de un chico que rara vez era rechazado, aunque se tratara de una broma vulgar.

Mélode zarandeó su mata rojiza de pelo y negó tomando las riendas de la situación.

—Soy un premio difícil de conseguir, Odair. Sigue intentándolo, quizás algún día consigas tu objetivo.

Uno de los Avox que trabajaban con la familia apareció como un fantasma. Lucia una túnica blanca con hilado granate muy larga, sin ningún atisbo de arrugas y el pelo verde que le caía sobre la frente mojado. Varios tatuajes amarillos con símbolos le adornaban el rostro pálido. El sirviente mudo carraspeó, realizando una reverencia, e introdujo la llave en la ranura para abrirles la puerta y permitirles el paso. Antes de entrar, Finnick enderezó la espalda y ella cuadró los hombros.

Recorrieron el jardín de la mansión con el sonido del canto de los insectos como única orquesta. El avox iba delante de ellos como guía —a pesar de que el camino hasta la entrada no tenía pérdida— con la vista gacha y las manos entrelazadas muy juntas a su espalda. Antes de llegar hasta el porche, la vencedora se sacudió el polvo de la túnica y plasmó la mejor sonrisa que logró esbozar.

La mujer ya los estaba esperando y comenzó a dar saltos de alegría al pie de los escalones.

—¡Finnick, Mélode! ¡Estoy aquí!

Subieron los escalones con parsimonia y abrazaron a Flavia con regocijo. Al parecer ella tampoco había escapado a las nuevas tendencias del Capitolio, ya que portaba un vestido de encaje negro con pequeños trozos de telas rojizas, hombreras púrpuras y un ridículo tocado de rosas en el pelo. Trató de pensar en un elogio convincente que darle. Las modas del Capitolio eran más ridículas año tras año.

—¡Oh, Flavia! Estás… tu nuevo look me ha dejado sin palabras.

La mujer dejó escapar una risa —que al principio confundió con el sonido de una tubería rota— y agradeció sus palabras con varios gestos utilizando las manos enguantadas. Pudo notar que había ganado más peso desde la última vez que se vieron.

—¡Ay, cómo eres querida! Vosotros estáis guapísimos, qué binomio más adorable hacéis, ¡cualquiera diría que sois pareja!

A pesar de sus anteriores bromas, los dos no pudieron evitar mirar al suelo incómodos por el comentario. Les habían hecho cientos de comentarios parecidos, pero por algún extraño motivo, aquella vez logró un efecto contradictorio.

Flavia pareció darse cuenta del silencio que hubo después, porque se llevó el guante a la mejilla y arrugó el rostro.

—¡Oh, espero no haber dicho nada imprudente, no deseaba sonar mezquina!

Para restarle importancia, Mélode alzó la cabeza y se apartó los rizos del rostro.

—¡No malgastes disculpas, Flavia, no pasa nada! Por cierto, me ha sorprendido ver la fiesta tan vacía. Finnick y yo creímos que vendría más gente. ¿Ha ocurrido algún contratiempo?

Flavia volvió a posar su guante sobre la boca y dejó escapar un sonido lleno de jocosidad.

—¡Oh, querida, por supuesto que no! Los invitados no llegarán hasta pasadas las diez. Por ese motivo os quisimos citar antes, para cenar a solas y tener tiempo para comadrear un poco.

Empezaron a moverse y se adentraron dentro de las laberínticas paredes de la mansión. Durante el recorrido hasta el salón, la mujer empezó a relatarles los últimos acontecimientos importantes y algunas noticias sobre la empresa tecnológica que dirigía su marido. La más importante del Capitolio.

—¿Reconstruir la capa de ozono, dices? —preguntó Mélode en el transcurso de la conversación.

—¡Oh, ha sido el mayor sueño de Valerio! Él y su socio Trayanus han pasado los últimos cinco años investigando para averiguar si era posible, ¡y así ha sido, el destino ha provisto de grandes noticias! Solo falta que el presidente acceda a costear el precio de la operación —siguió parloteando.

—Pietro es todo un innovador de la técnología —comentó Finnick con tono más avizor.

Si lo que decía Flavia era cierto, podría abrirse un nuevo mundo. En la escuela les habían enseñado que fuera de Panem todo era caos, desiertos y aire irrespirable, —los daños sufridos en la atmósfera durante guerras anteriores había sido irreparable— así que era una buena noticia saber que el gobierno podría restaurar —por mínimo que fuera— nuevos lugares y ecosistemas. Aunque a saber para qué fines.

Pero al parecer Favia veía otros inconvenientes.

—Sin embargo, el coste y el tiempo para llevarlo a cabo serían estratosféricos. ¡Quizás podríamos estar hablando de décadas y décadas de duro trabajo!

Mélode supuso que comparado a la pobreza en los distritos, las muertes de los niños en los Juegos del hambre y las vidas rotas de las familias, aquello se trataba de toda una tragedia. Prefirió no inmiscuirse demasiado en la conversación para evitar impulsos innecesarios.

Tardaron un poco, pero tras más de cuarenta interminables pasillos y pequeños patios interiores, llegaron hasta una de las azoteas donde tendría lugar la cena. Había una mesa alargada alrededor de ellos, con un mantel de lino bordado con la bandera de Panem y pesada cubertería de plata. Por encima de ellos se encontraba una bóveda en forma de cúpula acristalada. Todo un lujo.

De espaldas, con el cabello plateado aplastado y ceñido en bonita seda negra, se encontraba Valerio Riddle, que miraba el cielo nocturno ensimismado.

—¡Querido, estamos aquí! —canturreó Flavia.

Valerio giró sobre su cintura y recitó una plegaria de alegría cuando los vislumbró desde la terraza. Era un hombre de mediana edad, alto y esbelto, cuyo bigote curvo y sus ropajes elegantes lo delataban como ciudadano del Capitolio. Estrenaba un nuevo corte de pelo que combinó con su lujoso juego de zapatos.

Intercambiaron un par de abrazos y sonrisas, se contaron absurdos cotilleos, hablaron de chistes y por último; se sentaron sobre la mesa alargada de la estancia rodeados por un ambiente dicharachero. Refinados hasta la médula, los cuatros doblaron las servilletas y empezaron a comentar por encima la cuestión del patrocinio de los tributos.

La pareja les había proporcionado con gran generosidad obsequios a ambos durante sus Juegos —a Valerio le gustaba llamarlo como tener un buen ojo para los vencedores— así que no les costó mucho trabajo cerrar el acuerdo. Como solían decir en la capital "Era de bien nacido, ser agradecido"

—Apostaría los calcetines a que con unos mentores tan inteligentes y diestros cualquiera de los dos podría ganar estos juegos. De hecho, en la cosecha yo ya me fijé en el tributo masculino. ¿Sean era, cierto? ¡Qué muchacho tan encantador, adoro a los voluntarios!

La pelirroja no dudaba de su capacidad para el combate  —ya que era fuerte y corpulento— pero en lo personal no destacaba por su encanto. No era atractivo ni muy inteligente, y su sentido del humor brillaba por su ausencia. Así que, visto lo visto, a su mentora no le quedó más remedio que elogiar sus escasos atributos.

Pero como siempre, Finnick se le adelantó.

—Si hay algo que lo destaca, es la gallardía y el valor profesional que tiene. ¡No os miento, los patrocinadores nos lo están quitando de las manos!

Bueno, eso costaba creerlo, pero no sería ella quien se lo rebatiera.

Siguieron conversando mientras le servían los platos unos avox. Uno de ellos, el chico de pelo verde lima, dejó varios recipientes metálicos sobre la mesa.

—Pietro, ya nos ha contado Flavia sobre tu gran proyecto tecnologíco. Si quieres mi opinión, me ha parecido una gran noticia —alabó Finnick haciendo uso de la sinceridad.

Pietro giró los orbes grisáceos en dirección a su esposa y dejó escapar una risita trémula.

—¡Oh, querida! Ya sabes que era un asunto confidencial, ¿no te lo has podido callar, verdad?—El hombre se tapó la mano para esconder una carcajada y después alzó los hombros—. ¡Pues sí, muchacho! Mañana mi socio y yo tenemos la reunión con la junta administrativa para presentar el proyecto al presidente. Puede que no lo notéis, ¡pero estoy más nervioso que un ganso!

Le pareció una comparación extraña, pero Mélode se unió al coro de risas y se concentró en la bandeja que el avox de pelo verde dejó a su vera. El olor de la comida era exquisito y difícil de soportar. El avox escanció el interior de una botella de vino afrutado sobre su copa y todos se deleitaron con su aroma.

—¡Gracias Marcellus, puedes retirarte! —le comunicó Flavia cortésmente—. Valerio y yo estábamos muy ilusionados por volveros a ver, así que hemos pedido expresamente el mejor vino para nuestros dos Vencedores. ¡Viene expresamente de las cosechas del Distrito 11!

Tras su pequeña resaca con Johanna y Syrus, a Mélode no le quedaban demasiados ánimos para seguir bebiendo. Pese a ello, agarró la copa que destilaba distintas fragancias y le dio un pequeño sorbo. Se le iluminó el rostro casi al instante. Fue una agradable explosión de sabores y aromas sobre su paladar.

—¡Flavia, está riquísimo! No sé como expresar tanta gratitud, me siento conmovida por vuestra hospitalidad.

Pietro se echó a reír doblando la espalda en su silla

—¡Pamplinas, señorita Underfell! Incluso me atemorizaba ofenderos con un vino y una cena tan vulgares. Lo que me recuerda… —chasqueó un dedo y el otro avox descubrió los platos de la mesa.

No supo cómo reaccionar ante la magnitud de su belleza. Estaba acostumbrada desde hacía años a ver réplicas de comida particulares y con formas variadas en la ciudadela, pero aquella vez fue distinta.

Todos empezaron a comer menos ella, que se quedó obnubilada observando la preciosa réplica exacta del Capitolio. Los edificios estaban hechos con patatas, verduras y pan rallado, el lago de la ciudadela era un profundo mar de chocolate con diminutas piezas de fruta flotantes, y las montañas eran algún mejunje de carne con mantequilla y pato asado. Aquella obra de arte debía ser colgada en un museo, como mínimo.

Flavia se terminó percatando de la mueca de asombro que esbozó.

—¿Mélode, te encuentras bien? ¿No te ha gustado? Puedo pedirte algo más sustancial si lo prefieres —expresó con un deje de preocupación, pero la pelirroja negó con un ademán de cabeza y declinó su oferta.

—¡Oh, Flavia, espero que me perdones! Es solo que… es tan… tan bonito, que soy incapaz de probar un bocado. No quisiera arruinar algo que probablemente haya conllevado tanto esfuerzo preparar.

La mujer se llevó las manos a la boca para tapar un sonido que pugnó por salir de su garganta, y la vencedora temió haberla ofendido con su mala educación. Miró a Pietro en busca de ayuda, pero se dió cuenta de que el hombre intentaba disimular otra risita. No entendía nada.

—¡Oh, querida, eres tan tan adorable! —rompió a reír Flavia y Finnick se unió al gorgojo de risas que desató su comentario—. La comida está para comerse, Mélode, ¿no pretenderás hacerle un retrato o colgarla en un cuadro, verdad? —Se permitió reír para relajar el ambiente y hundió una cuchara en el lago de chocolate.

¡Por siete mares, estaba exquisito!

Intentó disculparse por la ignorancia, pero Flavia Ridlle hizo aspavientos para restarle peso al asunto y todos siguieron comiendo.

Pasadas las diez de la noche —como les comentó Flavia— empezaron a llegar decenas y decenas de invitados. Conocidos y desconocidos. Finnick y Mélode reconocieron a los Friends, los Masston, a los Beesbury y a los Dolittle que procedían del Corso, pero también a otros pocos como los Blackwood, los Ambrose y a los Kastwell, que vivían a las afueras de la capital.

A todos los saludaron y a todos le dedicaron palabras amables.

Flavia y Pietro como de costumbre no escatimaron en gastos. Para su nueva celebración, contrataron a unos coordinadores de eventos que se encargaron de proporcionar el catering, un variado entretenimiento circense, y una ostentosa gama de músicos para hacer la celebración más vivaracha para el inicio de los juegos.

Todo un acontecimiento que no tardó en pesarle a Mélode, quién trató de escabullirse de todos debido al pésimo estado alcohólico que empezaron a presentar algunos Invitados.

Había perdido de vista a Finnick entre un grupo de comensales con batas negras, y tampoco veía a los anfitriones por ninguna parte. La gente se le acercaba continuamente; todos querían tocarla, saludarla y decirle lo guapa que estaba. Uno de los avox se le acercó con una bandeja de copas púrpuras y la pelirroja agarró una de ellas antes de irse a una esquina vacía donde no había nadie.

Pasó un buen rato hasta que decidieron molestarla de nuevo. Era Flavia, que venía en presencia de dos hombres muy elegantes y uniformados.

—¡Albricias, Mélode, por fin te hallo!

Sus acompañantes ensancharon la sonrisa y le hicieron un leve asentimiento de cabeza en respuesta. No le quedó más remedio que devolverles el gesto y esbozar otra convincente sonrisa. Últimamente no paraba de fingirlas, a este paso iba a terminar recibiendo el premio Flickerman a la mejor actuación.

—Me adelantaré a realizar las presentaciones. Mélode, ellos son Plubio Wyngolding y su compañero, el caballero Templeshaw. ¡Son unos queridos amigos de la familia!

No le hizo falta conocer sus nombres porque los conocía de sobra. Plubio era una leyenda viva del mundo del estilismo, ya que había vestido a los tributos del Distrito 1 por más de treinta años y era una de las estrellas más aireadas de Capitol Couture. Era un hombre de mediana edad, cuyo traje brillaba con el mismo fulgor de la Luna. Era muy apuesto y alto, con el cabello color plata recogido en una coleta. El otro chico, el más joven, era su actual pareja.

—Nero,  Nero Templeshaw. Para servirla cuando lo necesite, señorita Underfell. Es todo un honor estar en su presencia.

Aborrecía el exceso de formalidad que usaban todos en el Capitolio. Siempre tan encantadores y coquetos.
La vencedora le hizo entrega de una reverencia y le correspondió el gesto con elegancia. Como solía decir Galatea: «Una buena Dama siempre es amable y cordial»

—Bueno, hechas las presentaciones… será mejor que vuelva a la fiesta, me aterra haber dejado a Valerio solo con el resto de invitados. ¡Qué disfrutéis la noche! —La mujer se alejó subida a sus tacones de aguja y se quedaron a solas.

Mélode bebió de su copa a la espera.

—Permítame la insolencia señorita Underfell, ¿pero qué hace una estrella de su calibre en una fiesta tan ordinaria como está? —Plubio batió sus espesas pestañas y alzó el mentón con curiosidad.

—Disfrutar de un buen vino con gente refinada, si me permite la sinceridad. Aunque nunca digo que no a otra invitación más seductora. Comienzo a aburrirme por momentos.

La pareja de caballeros ensanchó los labios con diversión y compartieron una mirada cómplice. A pesar del marcado acento del Capitolio, tenían un tono de voz suave y muy agradable.

—¡Oh, me temo que no haríamos más que privarla de la diversión! A nosotros no nos incumben tantas excentricidades. Solemos considerarlas poco éticas.

—En ese caso, ¿no me podrán rechazar dar un paseo para estirar las piernas, no?

Los contrarios se volvieron a mirar y le devolvieron la sonrisa. Fue Nero quién le ofreció el brazo libre al que Mélode se unió. Tras ello, se alejaron del resto de invitados y trataron de iniciar una conversación más amena.

—Presiento que nos espera una semana llena de emociones, ¿qué dice usted?

La vencedora terminó resoplando.

—El destino nos ampare, mi señor Templeshaw.

Esa noche, cuando Finnick y Mélode se disponían a regresar al centro de entrenamiento, fueron increpados por unos avox que les entregaron —con urgencia— unas tarjetas junto a la salida. Los dos vencedores se miraron a los ojos con sendas muecas de preocupación y leyeron el remitente de las tarjetas.

Con letras cuidadosas y una caligrafía en cursiva, se hallaba escrito a tinta el nombre de Coriolanus Snow.


¡BIENVENIDOS A TODOSS!

Ayyyy Ayyyy Ayyy me ha encantado y maravillado escribir este capítulo: las conversaciones, los guiones, las escenas y los detalles más pequeños. Ya sé que tendría que haber publicado ayer (Sorry so much) pero esta semana he estado un poco liado con mis cosas y apenas he escrito ni leído ni nada.

El capítulo es casi igual e intacto al original, pero me he permitido jugar con suaves tintes dramáticos y románticos a lo largo del Capítulo que ayyy. Como siempre, el Melodair está ardiendooooo perooo se avecina una tormenta sobre el paraíso, así que los próximos capítulos prometen venir cargado de drama y lloros. Escribiendo el otro día el capítulo 13 me cuenta de que tal vez el primer Acto se me alargue un poco, ya que tenía previsto escribir 22 capítulos y (tal vez) sume unos pocos más para moldear la forma final del Acto.

La relación de Finnick y Mélode como de costumbre magnífica, cargada de tensión, bromas y sentimientos que ninguno todavía no se atreve a admitir, los personajes de Valerio y Flavia maravillosos también, me ha gustado un montón narrar las escenas de la cena y la fiesta jajaja. Y respecto a la escena final, bueno, ya dije que el capítulo 9 (El de la semana que viene iba a venir muy caliente y con drama🌚) así que ya no digo más.

¿Qué os ha aparecido el capítulo? ¿Cómo estás viendo la historia? ¿Teorías? ¿Opiniones?

¡Os voy a estar leyendo, que me da mucha paz y alegría hacerlo!

¡Nos vemossss!

24/7/23

©Demeter_crnx





















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