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LA SALA AÚN ILUMINADA únicamente por la gigantesca alcancía dorada parecía sumida en un silencio ensordecedor. El eco de nuestras respiraciones y el leve murmullo de algunos jugadores eran los únicos sonidos que llenaban el espacio. Estábamos sentados en el frío suelo, junto al jugador 456, tal como Dong-mi había sugerido. Según él, permanecer cerca de aquel hombre era lo más seguro. Había algo en la actitud de ese jugador que inspiraba confianza, como si supiera exactamente lo que estaba pasando y lo que estaba por venir.

El ambiente era opresivo, casi asfixiante. Un aire denso y deprimente envolvía la sala, y las caras de los jugadores, cabizbajas y llenas de desesperanza, no hacían más que intensificar esa sensación. Las paredes metálicas parecían cerrarse lentamente sobre nosotros, como si el espacio se encogiera con cada segundo que pasaba. Suspiré, recostando mi cabeza en el hombro de Dong-mi, buscando un mínimo consuelo en su calor. Sentí cómo, del otro lado, Soo-dong copiaba mi acción, haciendo que una tenue sensación de camaradería se instalara entre nosotros.

—¿Por qué vinieron? —la voz de Soo-dong rompió el silencio, tirando de mí de vuelta a la realidad—. ¿Por qué decidieron hacer caso a una llamada que pedía verlos en un lugar vacío a la mitad de la noche?

Dong-mi levantó apenas la mirada, suspirando profundamente antes de hablar.

—Mi mamá está enferma —confesó, bajando un poco la cabeza—. Tiene cáncer, y el tratamiento es caro. Puede vivir, yo lo sé, pero necesito conseguir el dinero. No me rendiré hasta lograrlo.

Su voz, aunque decidida, estaba cargada de una tristeza que era imposible ignorar. Bajé la mirada, pensativa, mientras la historia de Dong-mi hacía que mi propio motivo pareciera surgir con más fuerza en mi mente. Un silencio incómodo se instaló entre nosotros hasta que Soo-dong lo rompió, tomando aire como si le costara decir lo que seguía.

—Mi sobrina tuvo un accidente... —comenzó, y su voz temblorosa dejó ver cuánto le dolía—. Quedó paralizada y los gastos son demasiados. No puedo quitarle la oportunidad de tener vida social. Es tan joven aún...

El temblor en sus palabras era inconfundible, y aunque trató de mantenerse firme, una lágrima silenciosa recorrió su mejilla. Ambos se giraron hacia mí, y sus miradas expectantes me hicieron sentir el peso de sus historias. Suspiré, aceptando que no podía seguir evadiéndolo.

—Tengo un hijo, Soo-bin. Lo tuve cuando tenía dieciséis años y es mi adoración. —Mi voz salió más baja de lo que esperaba, y mis dedos comenzaron a jugar con la cutícula de mi dedo índice para contener mis nervios—. Mi mamá aún no acepta que Soo-bin estará con nosotros. No quiere apoyarme, creo que piensa que, si las cosas se ponen difíciles, lo dejaré. Pero eso nunca pasará. Cada vez que las cosas se complican, pienso en él y encuentro la manera de seguir adelante. Quiero darle la vida que merece, una vida mejor, una vida que yo no tuve.

Una pausa se instaló, rota únicamente por un sollozo. Levanté la cabeza rápidamente para encontrar a Dong-mi llorando con fuerza, llevándose una mano a la boca para intentar callar sus sollozos. A su lado, Soo-dong tenía lágrimas silenciosas recorriendo sus mejillas, pero no dijo nada.

—Oh, por Dios... —murmuró Dong-mi, recostando su cabeza en mi hombro, todavía llorando—. Eres una persona muy fuerte, Soo-jin. Cuando salgamos de aquí, llevemos a Soo-bin al parque de diversiones. Le compramos todo lo que quiera, ¿sí?

La escena me arrancó una risa ligera, a pesar de la tristeza que nos rodeaba. Soo-dong, intentando consolar a Dong-mi, recostó su cabeza en el hombro de este, mientras yo hacía lo mismo sobre Dong-mi, formando un pequeño tren de apoyo mutuo. Por un instante, el caos quedó suspendido, y la sensación de vulnerabilidad compartida nos unió aún más.

—Seong Gi-hun —la voz de un jugador del otro lado llamó mi atención. Giré para encontrarlo mirando al hombre a mi lado—. ¿Qué demonios era esa muñeca del terror? Disparaba por los ojos, ¿no?

El jugador 456, al parecer llamado Gi-hun, respondió con un tono más bajo, aunque completamente seguro.

—No es la muñeca. —Su respuesta captó por completo mi atención—. Hay francotiradores.

El fuerte sonido de un timbre resonó por la sala, haciendo que todos saltáramos. Las puertas se abrieron lentamente, revelando a los guardias con sus máscaras inexpresivas. Las luces se encendieron, iluminando la habitación de manera casi cruel, y el pánico se apoderó de los jugadores. Algunos corrieron a esconderse bajo las literas; otros se pegaban a las paredes como si intentaran desaparecer en ellas.

Dong-mi, sin dudarlo, nos empujó dentro de una litera baja, cubriéndonos con su cuerpo como un escudo humano. Sentí su respiración agitada mientras me acurrucaba junto a Soo-dong, preguntándome nuevamente por qué hacía tanto por nosotras. Apenas habíamos pasado unas horas juntos, y ya había sacrificado su seguridad por la nuestra.

—Felicidades por sobrevivir el primer juego. —La voz robótica de uno de los guardias cortó el caos, provocando escalofríos en mi espalda. Sentí la mano de Soo-dong apretar la mía, y respondí con un apretón propio, intentando transmitirle una calma que no sentía.

—Anunciaré los resultados. —La pantalla en lo alto comenzó a mostrar un conteo que descendía rápidamente. Mi estómago se revolvió al ver los números.

—De 456 jugadores, 91 fueron eliminados y 365 participantes ganaron el primer juego.

Las palabras resonaron en mi cabeza mientras un escalofrío recorría mi cuerpo. Habíamos sobrevivido, sí, pero a qué costo.

—¡Por favor, no nos maten! —una jugadora de mayor edad se arrodilló de golpe en el centro de la sala, sus manos frotándose frenéticamente en un gesto desesperado de ruego—. ¡Devolveré el dinero, lo juro!

El eco de sus palabras resonó por la habitación, y no tardaron en seguirle varios jugadores más. Algunos se arrodillaron junto a ella, otros simplemente se inclinaron con las manos juntas, sus rostros llenos de terror.

—Parece haber un malentendido —la voz fría de uno de los guardias rompió el murmullo de súplicas. Su postura rígida no mostraba ninguna emoción, y sus palabras hicieron que las súplicas se detuvieran de golpe—. No queremos hacerles daño. Les estamos dando una oportunidad.

Antes de que pudiera procesar lo que estaba sucediendo, un grito rompió el tenso silencio.

—¡Tercera cláusula! —Gi-hun, el jugador 456, alzó la voz con fuerza, captando la atención de todos, incluso de los guardias—. "Los juegos pueden terminar si la mayoría acepta", ¿no decía eso?

El guardia se giró hacia él, asintiendo lentamente para confirmar lo que había dicho.

—¡Entonces déjennos votar! —exclamó Gi-hun, su voz llena de determinación.

El ambiente cambió por completo. Las miradas llenas de miedo dieron paso a una mezcla de esperanza y ansiedad. Vi cómo varios jugadores comenzaban a levantarse con nerviosismo, murmurando entre ellos.

Volteé hacia Dong-mi y Soo-dong, el pánico reflejado en mis ojos.

—¿Qué haremos? —pregunté, mi voz temblorosa mientras sentía que mis manos también lo hacían.

Los guardias comenzaron a entrar y salir del lugar con rapidez, trayendo una tarima y colocándola en el centro del salón. Dong-mi tomó nuestras manos de manera firme, atrayendo mi atención hacia él.

—Dongies —nos llamó, usando ese apodo que parecía haberse inventado para nosotras—. Quiero seguir jugando. El tratamiento de mi madre no se pagará con lo que tenemos hasta ahora, especialmente si lo dividen entre todos. Necesito otra ronda. —Su mirada se dirigió a Soo-dong, quien lo observaba con atención—. Soo-dong, tampoco alcanzará para los gastos de tu sobrina.

Luego me miró fijamente, sus ojos llenos de una extraña mezcla de preocupación y seguridad.

—Soo-jin, piensa en Soo-bin. ¿Crees que será suficiente para darle la vida que merece?

Sentí un nudo formarse en mi garganta mientras la imagen de mi hijo inundaba mi mente. Su risa, sus ojos brillantes cuando veía algo que le emocionaba... y también los números de mi deuda, más de cincuenta millones que parecían imposibles de alcanzar.

—Bien, juguemos —dijo Soo-dong, rompiendo el silencio y frotando sus manos sobre sus muslos como si intentara calmarse—. Una ronda más, terminemos con esto. Salgamos y tomemos hasta quedar inconscientes.

Sus palabras arrancaron una pequeña risa nerviosa de mis labios. Asentí, sintiendo una determinación renovada.

—Bien, juguemos esta ronda y ganemos muchos millones —declaré con una sonrisa, aunque mi corazón aún latía con fuerza.

Dong-mi extendió su mano al centro, mirándonos con una sonrisa amplia.

—¡Dongies! Tienen prohibido morir —anunció con un tono juguetón, como si estuviéramos en una especie de pacto infantil.

—¡Sí, señor! —Soo-dong y yo respondimos al unísono, nuestras risas resonando en la atmósfera opresiva por un breve momento.

La voz del guardia volvió a imponerse, haciendo que todos se callaran de inmediato.

—Si desean seguir jugando, presionen el botón de círculo. Si no desean continuar, presionen la cruz. —Sus instrucciones eran claras, y las acompañó con un gesto hacia los botones en la tarima—. Comenzaremos del último jugador al primero. Jugador 456.

El salón se llenó de murmullos mientras los jugadores hacían espacio para Gi-hun, quien caminó con paso firme hacia los botones. Sus pisadas resonaban en la sala, aumentando la ansiedad con cada paso. Finalmente, se detuvo frente a la tarima, y tras un breve momento de tensión, presionó la cruz.

El sonido negativo que emitió el sistema provocó un murmullo entre los jugadores. Gi-hun regresó a su lugar, mientras los guardias entregaban parches a los que votaban y los indicaban a posicionarse en los lados correspondientes.

La votación continuó, los turnos pasando lentamente mientras los votos empataban. Jugadores que votaban con manos temblorosas, miradas perdidas que intentaban encontrar esperanza en la desesperación. Me senté, jugando nerviosamente con la cutícula de mi dedo índice, sintiendo el leve ardor cuando un poco de sangre comenzó a brotar.

—Jugadora 211 —la voz del guardia resonó como un golpe en mi pecho, y sentí las miradas de Dong-mi y Soo-dong dándome apoyo silencioso.

Tragué saliva y avancé hacia la mesa con los botones. Cada paso me parecía más pesado que el anterior, mi mente dividida entre el miedo y la necesidad. Extendí la mano temblorosa y presioné el círculo.

El sonido de aprobación fue breve, pero en mi mente, sonó como un grito. Tomé el parche que me dieron y lo coloqué sobre mi pecho.

Caminé hacia el lado del círculo con pasos temblorosos, uniéndome al grupo de jugadores que habían elegido quedarse. A pesar del miedo que aún latía en mi pecho, una sensación extraña, casi desconocida, comenzó a llenarme. ¿Era determinación? Quizá, o tal vez solo la ilusión de que estaba haciendo lo correcto. Podía sentir las miradas de Dong-mi y Soo-dong clavadas en mi espalda, como si quisieran asegurarse de que no me derrumbara en el camino.

De repente, una voz interrumpió mis pensamientos.

—Disculpa... —Era un tono entrecortado, cargado de urgencia, que logró que girara instintivamente la cabeza para buscar al dueño de aquellas palabras.

Mis ojos cayeron primero sobre su pecho, donde el número 333 estaba bordado. Reconocí la cifra antes de atreverme a mirar más arriba. Y cuando finalmente lo hice, sentí como si el tiempo se detuviera.

El ruido de los otros jugadores desapareció. Las luces, los guardias, incluso el aire asfixiante de la sala, todo quedó eclipsado por aquel rostro. Había algo hipnótico en la forma en que sus labios se movían, en cómo sus ojos, oscuros y profundos, parecían atravesarme con una intensidad imposible de ignorar.

Por un segundo, todo lo demás dejó de importar.

Su cabello caía desordenado sobre su frente, y con un gesto casi mecánico, se lo apartó con los dedos, dejando al descubierto la curva de sus cejas. Había algo tan natural, tan humano en el gesto, que me desconcertó.

—¡Disculpa! —repitió, esta vez con un tono más desesperado, sacándome de mi trance.

—¿Sí? —respondí automáticamente, todavía tratando de centrarme.

—Me estás pisando. —Señaló sus pies con una mueca de dolor, y al bajar la mirada, noté que mis tenis estaban firmemente plantadas sobre los suyos.

Sentí cómo el calor subía rápidamente por mi cuello hasta inundar mi rostro.

—¡Ay, perdón! —exclamé, dando un salto hacia atrás y doblándome en una reverencia torpe, incapaz de disimular mi vergüenza. Me incliné una, dos, tres veces, cerrando los ojos con fuerza, como si así pudiera desaparecer de la vergonzosa situación.

—No pasa nada. —Su voz, ahora más calmada, me detuvo en seco.

Cuando abrí los ojos, vi que había extendido una mano hacia mí, tocando mi hombro con un gesto deliberadamente suave, casi como si temiera asustarme.

—De verdad, no es nada. —Esbozó una sonrisa pequeña pero genuina, sus ojos relajándose en algo que parecía una mezcla de paciencia y curiosidad—. Soy Lee Myeong-gi.

Su nombre resonó en mi mente como un eco. Asentí torpemente, todavía sintiendo las secuelas de mi error, mientras luchaba por encontrar mi voz.

—Soo-jin. —Mi respuesta fue apenas un susurro, pero pareció satisfacerlo.

Él retiró la mano con cuidado, como si no quisiera incomodarme más, y dio un paso atrás. Aun así, sus ojos no se apartaron de los míos, como si estuviera tratando de descifrar algo que ni siquiera yo misma entendía.

En ese instante, me di cuenta de algo: en medio del caos, del peligro y del miedo que nos rodeaba, Myeong-gi era una anomalía. No tenía la dureza calculadora de los otros jugadores, ni el frío pragmatismo de los guardias. Había algo en él que me hacía sentir que aún quedaba humanidad en aquel lugar infernal.

—¡Esperen! ¡¿Qué es lo que hacen?! —La voz de Gi-hun irrumpió en el aire, rompiendo el contacto visual que había mantenido con Myeong-gi. Volteé rápidamente hacia donde estaba parado, su expresión una mezcla de desesperación y frustración—. ¿Que no ven que no son juegos normales? ¡Moriremos todos si seguimos jugando! Tenemos que salir ya mismo.

El impacto de sus palabras dejó un silencio incómodo, pero no duró mucho.

—¿Quién te crees que eres? —rugió un jugador desde el otro lado de la sala. Era el número 100, un hombre robusto con los brazos cruzados y una mirada desafiante—. ¿Por qué sigues incitando así a la gente? ¡Nos empezaste a asustar antes de que siquiera comenzara el juego!

Otros jugadores comenzaron a murmurar, sus voces cada vez más fuertes.

—¡Es cierto! —gritó una mujer a mi lado, tan cerca que me hizo dar un pequeño salto. Se acercó a Gi-hun con los brazos en alto, como si lo estuviera acusando directamente—. Estaba gritando una y otra vez que íbamos a morir. ¡Me puso tan nerviosa que casi me caigo en el primer juego!

—¿Cómo sabías que nos iban a disparar? —preguntó otro jugador, señalándolo con un dedo como si estuviera enfrentando a un criminal—. ¿Eres uno de ellos?

—¿Finges ser un jugador para engañarnos a todos? —volvió a hablar el jugador número 100, acercándose a los guardias y apuntando a Gi-hun con un dedo acusador—. ¿Quién es este tipo? ¿Lo pusieron a jugar para confundirnos?

Gi-hun levantó las manos, tratando de calmar los ánimos, pero antes de que pudiera responder, alguien más lo defendió.

—¡Lo que dices es muy injusto! —intervino un jugador que había votado por terminar el juego. Dio un paso al frente, enfrentando al número 100—. No habríamos ganado el primer juego ni sobrevivido si no fuera por él.

El comentario pareció dividir aún más a los jugadores. Algunos bajaron la cabeza, avergonzados, mientras otros murmuraban entre dientes.

—¿Y tú? —continuó el defensor, dirigiéndose al jugador que había gritado contra Gi-hun—. ¡Vi cómo te temblaban las piernas! Deberías estar agradecido.

—¿Y quién diablos eres tú? ¿Conspiras con él? —el jugador dio un paso amenazante hacia el defensor, alzando una ceja con desdén.

—Qué grosero. —El defensor lo miró con aire ofendido, pero sin amedrentarse—. ¿Qué edad tienes, acaso?

—Soy mayor que tú, ¿y qué?

La tensión subió aún más, y justo cuando parecía que la pelea se convertiría en física, la señora que había implorado piedad antes corrió hacia ellos, interponiéndose.

—¡Por favor, escuchen! —alzó la voz, mirando a todos con ojos suplicantes—. Nadie de aquí estaría vivo de no ser por este caballero. Dejen de lado la codicia y prioricen nuestra vida. ¡Debemos salir de aquí antes de que sea demasiado tarde!

Las palabras de la mujer provocaron una reacción mixta. Algunos asintieron en silencio, mientras otros apretaron los labios, negándose a ceder.

—¡Yo ya jugué estos juegos! —gritó de pronto Gi-hun, su voz resonando con fuerza, silenciando a todos—. ¡Sé lo que está pasando porque yo ya pasé por esto! ¡Yo jugué estos juegos hace tres años! Y todos los demás jugadores murieron aquí.

Un murmullo de incredulidad recorrió la sala.

—Espera, si todos los jugadores murieron, ¿cómo sobreviviste tú? —preguntó un jugador alzando la voz.

—¿Fuiste el único ganador?

Gi-hun asintió con un gesto grave.

—Sí. Fui el ganador final. Pero les digo que si seguimos jugando, ¡todos morirán, como los jugadores anteriores!

Mis manos comenzaron a temblar. Miré a Dong-mi, buscando alguna señal de seguridad, pero él negó con la cabeza, claramente rechazando las palabras de Gi-hun. A su lado, Soo-dong frotaba sus manos nerviosamente, mordiéndose el labio.

Antes de que nadie más pudiera responder, un guardia con un círculo en su máscara se acercó a Gi-hun y lo apuntó al pecho con su arma.

—No toleraremos más interrupciones en las votaciones de ahora en adelante —anunció el guardia con voz firme, haciendo que todos guardaran silencio—. Continuemos con la votación.

La sala se sumió en un tenso silencio mientras los jugadores retomaban sus turnos. A medida que los votos avanzaban, el conteo se mantenía ajustado, como si cada decisión estuviera calculada para aumentar la tensión.

Finalmente, llegó el turno del último jugador. La votación estaba empatada, y toda la sala contuvo el aliento mientras aquella persona se acercaba lentamente a la tarima.

—Vamos... —susurré en un hilo de voz, apretando las manos contra mi pecho.

El jugador se detuvo frente a los botones, su mano temblando mientras dudaba. La tensión era insoportable. Finalmente, apretó el círculo, y un agudo sonido indicó la decisión.

La sala estalló en reacciones mixtas.

—¡Lo logramos! —Soo-dong gritó con alivio antes de envolverme en un abrazo apretado. Sentí sus brazos rodearme con fuerza, y luego los de Dong-mi, que nos jaló a ambas en un gesto protector.

—¡Dongies, lo hicimos! —exclamó Dong-mi, riendo con un alivio casi palpable.

A pesar del miedo y la incertidumbre, por un momento, compartimos una pequeña victoria en medio de aquel caos.

























































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───── 𝗔𝘂𝘁𝗵𝗼𝗿'𝘀 𝗡𝗼𝘁𝗲.! ⋆
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• me quedé sin ideas papus 😔

• es cortito pero lo q sigue en la serie va en el siguiente cap 😅🤓

• escuchamos no juzgamos porfavor 😅🥺😭😡🥰

• myeong-gi ya enamoró a Soo-jin 🤪🤪

• feliz año los amo

• voten y comenten 😡😡

#NOLECTORESFANTASMA

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